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Capítulo 1

Disciplina y Práctica: “El campo” como Lugar, Método y Ubicación en la


Antropología
Akhil Gupta y James Ferguson

I. INTRODUCCIÓN

La práctica del trabajo de campo, junto con el género al que es asociado, la etnografía,
probablemente nunca ha sido tan central para la disciplina antropológica1 como lo es
hoy, tanto en términos intelectuales, así como en la práctica profesional. A nivel
intelectual la etnografía, ha dejado ser concebida como una “mera descripción”,
materia prima para una ciencia natural del comportamiento humano. Sea por el cambio
literario (pasar de la “descripción densa” a las “retóricas de la antropología”*) o el
cambio histórico (economía política y el giro hacia la historia social regional), la
antropología social mainstream /antropología cultural, tal como es practicada en los
principales departamentos de los Estados Unidos y del Reino Unido2, ha llegado a ver a
la explicación etnográfica como valiosa y suficiente en tanto proyecto intelectual de por
sí. En efecto, es sorprendente que l@s teóric@s generalistas y comparativistas que
dominaban la antropología a mitad de siglo (como Radcliffe-Brown, Leslie White, y
George Murdock) parecen estar en un proceso de ser eliminad@s (mnemotécnicamente
podados) del árbol familiar antropológico, mientras que el trabajo de aquell@s
recordad@s por sus grandiosas experiencias de campo (Malinowski, Boas, Evans-
Pritchard, Leenhardt, etc.) continúa siendo mucho más ampliamente discutido.

En términos de la formación profesional y el entrenamiento, también, el trabajo de


campo etnográfico se considera en el centro de lo que Stocking ha llamado los “valores

1
Aquí y a lo largo de este capítulo usamos "antropología" como una abreviatura de antropología
sociocultural, dejando a un lado las cuestiones muy interesantes planteadas por los roles de "campo" y
"trabajo de campo" en los otros subcampos de la antropología: la arqueología y la antropología biológica.

2
Nuestro enfoque en lo que podríamos llamar los centros hegemónicos de la disciplina es deliberado y
motivado. Dado que nos preocupamos, sobre todo, por los mecanismos a través de los cuales se
establecen las normas y convenciones disciplinarias dominantes, creemos que hay buenas razones para
prestar especial atención a aquellos sitios institucionales y contextos nacionales que, en la práctica, gozan
de una desproporcionada voz en la configuración de las agendas metodológicas y teóricas y en la
definición de lo que contará (y lo que no) como "antropología real", no solo en los Estados Unidos o el
Reino Unido, sino en todo el mundo antropológico. Esta elección de enfoque no pretende disminuir la
importancia y la vitalidad de una variedad de sitios y contextos periféricos, heterodoxos o subordinados
de la práctica antropológica, que discutiremos brevemente en la Parte IV de este capítulo. El objetivo, por
el contrario, es explorar cómo y por qué tales tradiciones alternativas han sido marginadas e ignoradas, y
con qué consecuencias.

*En referencia al libro de James Clifford y George E. Marcus “Writing culture: The Poetics and Politics of
Ethnography” y a un movimiento antropológico de los ochentas.
metodológicos” fundamentales de la antropología – “las nociones pre-teóricas que se
toman por sentado de lo que es hacer antropología (y ser antropólogo)” (1992a: 282).
Como es sabido por tod@s l@s estudiantes graduad@s en antropología social/cultural,
es el trabajo de campo lo que hace a un@ un/a “verdader@ antropólog@”, y es
ampliamente entendido que el verdadero conocimiento antropológico está “basado”
(como decimos) en el trabajo de campo. En efecto, podríamos sugerir que el verdadero
factor más significativo que determina si un trabajo de investigación será aceptado como
(esa palabra mágica) “antropológico” es el grado en el que esté sustentado en la
experiencia “en campo”.

Aún así, la idea de “el campo”, aunque central para nuestra identidad intelectual y
profesional, sigue sin ser profundamente examinada en la antropología
contemporánea. El concepto de cultura ha sido vigorosamente criticado y analizado en
años recientes (por ejemplo: Wagner 1981; Clifford 1988; Rosaldo 1989a; Fox, ed.,
1991); la etnografía como un género de escritura se ha hecho visible y se ha analizado
críticamente (Clifford y Marcus 1986; Geertz 1988); los encuentros dialógicos que
constituyen la experiencia del trabajo de campo han sido explorados (Crapanzanno
1980; Rabinow 1977; Dumont 1978; Tedlock 1983); incluso el peculiar género textual de
las notas de campo ha sido sujeto de reflexión y análisis (Sanjek 1990). Pero ¿qué hay
con “el campo” en sí, el lugar donde la distintiva labor del “trabajo de campo” puede
ser realizada, ese espacio dado por sentado en el que “Otra” cultura o sociedad yace
esperando para ser observada y sobre la cual se escriba? Este lugar misterioso – no el
“qué” de la antropología, pero el “dónde” – ha sido dejado al sentido común, más allá y
por debajo del umbral de la reflexividad.

Es asombroso, pero real, que la mayoría de los departamentos líderes de la antropología


en Estados Unidos no proveen un entrenamiento formal (y muy poco de manera
informal) en los métodos de trabajo de campo – tan sólo un 20% de los departamentos
de acuerdo a una encuesta.3 También es real que la mayoría de programas de
entrenamiento antropológico proveen poca orientación, y casi ninguna reflexión crítica,
sobre la selección de los lugares del trabajo de campo y las consideraciones respecto a
qué lugares se toman como adecuados y cuáles no para jugar el rol de “el campo”. Es
como si la mística del trabajo de campo fuera demasiado poderosa en la antropología
como para que la profesión si quiera se permita la discusión seria de problemas tan
obvios y prácticos, y mucho menos permita que la idea de "el campo" sea sometida al
escrutinio y a la reflexión.

Al dirigir nuestra mirada crítica a tales preguntas, nuestro objetivo no es quebrar lo que
equivale a un silencio sancionado colectivamente simplemente por el placer de romper
con las tradiciones. Por el contrario, nuestro esfuerzo por abrir a la discusión estos
aspectos, es motivado por dos imperativos específicos.

El primer imperativo surge de la manera en que la idea de “el campo” funciona en la


micropolítica de las prácticas académicas a través de las cuales el trabajo de la
antropología es distinguido del trabajo de disciplinas relacionadas como la historia, la
sociología, la ciencia política, la literatura y la crítica literaria, los estudios religiosos y

3
La encuesta se cita en Stocking 1992a: 14.
(especialmente) los estudios culturales. La diferencia entre la antropología y estas otras
disciplinas, sería ampliamente aceptado, recae menos en los temas estudiados (que, al
fin y al cabo, se superponen sustancialmente) que en el método distintivo que utilizan
l@s antropólog@s, a saber, el trabajo de campo basado en la observación participante.
En otras palabras, nuestra diferencia frente a otras especialidades en las instituciones
académicas es construida no sólo sobre la premisa que somos especialistas en la
diferencia, sino también sobre la metodología específica para develar o comprender esa
diferencia. El trabajo de campo, entonces, ayuda a definir la antropología como una
disciplina en ambos sentidos de la palabra, construyendo un espacio de posibilidades
mientras que al mismo tiempo dibujando las líneas que confinan ese espacio. Lejos de
ser una mera técnica de investigación, el trabajo de campo se ha convertido en “la
experiencia básica constitutiva tanto de l@s antropólog@s como del conocimiento
antropológico” (Stocking 1992a: 282).

Dado que el trabajo de campo es, cada vez más, el único elemento constitutivo de la
tradición antropológica usado para marcar y vigilar los límites de la disciplina, es
imposible repensar esos límites o volver a trabajar sus contenidos sin confrontar la idea
de "el campo". "El campo" de la antropología y "el campo" del "trabajo de campo" están,
por lo tanto, política y epistemológicamente entrelazados; pensar críticamente acerca
de uno requiere una disposición a cuestionar el otro. Explorar las posibilidades y las
limitaciones de la idea de "el campo", en consecuencia, lleva consigo la oportunidad - o,
según el punto de vista de un@, el riesgo - de abrir la discusión sobre el significado de
nuestra propia profesión y nuestra identidad intelectual como antropólog@s.

El segundo imperativo para comenzar el debate sobre la idea de “el campo” en la


antropología surge de una duda, ahora expresada ampliamente, sobre la adecuación de
los métodos y conceptos etnográficos tradicionales a los desafíos intelectuales y
políticos del mundo contemporáneo poscolonial. La preocupación sobre la falta de
adecuación entre los problemas planteados por un mundo móvil, cambiante y
globalizado, por un lado, y los recursos proporcionados por un método originalmente
desarrollado para estudiar, supuestamente, sociedades de pequeña escala, por el otro,
ha sido, sin duda, evidente en círculos antropológicos desde hace algún tiempo (ver, por
ejemplo, Hymes 1972; Asad 1973).

En los últimos años, sin embargo, el cuestionamiento del ideal tradicional sobre el
trabajo de campo se ha vuelto más amplio y de mayor alcance Algunos críticos han
señalado problemas en la construcción de los textos etnográficos (Clifford y Marcus
1986), algun@s en las estructuras y prácticas a través de las cuales se establecen
relaciones entre l@s etnógraf@s y sus "informantes" en el campo (Crapanzano 1980,
Dumont 1978; Harrison, ed., 1991). Otr@s han sugerido que el problema radica tanto
en el hecho de que el mundo descrito por l@s etnógraf@s ha cambiado dramáticamente
sin un cambio correspondiente en las prácticas disciplinarias desde que el "trabajo de
campo" se volvió hegemónico en antropología. Appadurai ha descrito el problema en
los siguientes términos:
A medida que los grupos migran, se reagrupan en nuevas ubicaciones, reconstruyen sus
historias, y reconfiguran sus "proyectos" étnicos, el etno de etnografía adquiere una
cualidad resbaladiza, no localizada, frente a la cual las prácticas descriptivas de la
antropología tendrán que responder. Los escenarios de la identidad grupal – los
etnoescenarios - en todo el mundo ya no son objetos antropológicos familiares, en la
medida en que los grupos ya no son densamente territorializados, espacialmente
delimitados, históricamente consientes de sí o culturalmente homogéneos .... La tarea
de la etnografía ahora se vuelve el desenmarañamiento de un enigma: ¿cuál es la
naturaleza de la localidad, como una experiencia vivida, en un mundo globalizado y
desterritorializado? (Appadurai 1991: 191, 196). 4

En lo que sigue, exploraremos más a fondo el desafío del trabajo etnográfico de llegar a
un acuerdo con el contexto cambiado. Por ahora, es suficiente notar una cierta
contradicción. Por un lado, la antropología parece decidida a renunciar a sus viejas ideas
de comunidades territorialmente establecidas y culturas estables y localizadas, y a
aprehender un mundo interconectado en el que las personas, los objetos y las ideas
cambian rápidamente y se niegan a permanecer en un solo lugar. Al mismo tiempo, sin
embargo, en una respuesta defensiva a los desafíos a su "territorio" por parte de otras
disciplinas, la antropología se ha apoyado más que nunca en un compromiso
metodológico para pasar largos períodos en un lugar localizado. ¿Qué debemos hacer
con una disciplina que rechaza enérgicamente las ideas recibidas sobre "lo local",
aunque al mismo tiempo insiste más firmemente en un método que lo da por sentado?
Un replanteamiento productivo de tales problemas eminentemente prácticos en la
metodología antropológica, sugerimos, requerirá una reevaluación rigurosa de la idea
de "el campo" antropológico en sí mismo, así como del estatus privilegiado que ocupa
en la construcción del conocimiento antropológico.

Este libro, por lo tanto, explora la idea de "el campo" en cada uno de los dos niveles
descritos anteriormente. Algun@s de l@s autor@s investigan cómo "el campo" pasó a
formar parte del sentido común y la práctica profesional de la antropología, y ven este
desarrollo en los contextos tanto del desarrollo social y político más amplio como el de
la micropolítica de la academia. Otr@s autor@s, investigador@s cuyo propio trabajo
abarca los límites convencionales del "trabajo de campo", reflexionan sobre cómo la
idea de "el campo" ha limitado y normalizado la práctica de la antropología - cómo
habilita ciertos tipos de conocimiento mientras deja de lado a otros, cómo autoriza
algunos objetos de estudio y métodos de análisis, excluyendo otros; cómo, en resumen,
la idea de "el campo" ayuda a definir y patrullar los límites de lo que a menudo se conoce
como la " verdadera antropología".

En las secciones restantes de este capítulo, desarrollamos algunas observaciones


generales sobre cómo la idea de "el campo" ha sido históricamente construida y
constituida en antropología (Parte II) y rastreamos algunos efectos clave y
consecuencias de este concepto dominante de "el campo" para la prácticas
profesionales e intelectuales (Parte III). Queremos no solo describir las configuraciones
del campo y de la disciplina que han prevalecido en el pasado sino también ayudar a
reelaborar estas configuraciones para satisfacer mejor las necesidades del presente y
del futuro. "El campo" es un (posiblemente el) componente central de la tradición

4
La observación de que los pueblos y las culturas están hoy menos localizados no implica que, en el
pasado, los grupos estuvieron de alguna manera limitados de forma natural, anclados en el espacio o no
afectados por las migraciones masivas o los flujos culturales. Como enfatizaremos más adelante, los
procesos de migración y "difusión" cultural están lejos de ser nuevos, y la antropología tiene una larga
(aunque poco apreciada) historia de atención hacia ellos (véase Gupta y Ferguson, eds., De próxima
aparición).
antropológica, sin duda; pero la antropología también enseña que las tradiciones
siempre se vuelven a trabajar e incluso pueden ser reinventadas según sea necesario.
Con esto en mente, buscamos (en la Parte IV) recursos intelectuales y prácticas
disciplinarias alternativas que puedan ayudar a tal reconstrucción de la tradición, que
ubicamos provisionalmente tanto en ciertos elementos olvidados y devaluados del
pasado antropológico como en varios sitios marginados en las periferias geográficas y
disciplinarias de la antropología. Finalmente, en la Parte V, proponemos una
reformulación de la tradición del trabajo de campo antropológico que descentraría y
defetichizaría el concepto de "campo", al mismo tiempo que desarrollaría estrategias
metodológicas y epistemológicas que pondrían de relieve las cuestiones de ubicación,
intervención y construcción de conocimientos situados.

Si la antropología debería o no tener un enfoque único o distintivo que la diferencie de


otras disciplinas, no es una cuestión de gran interés intrínseco para nosotros.
Ciertamente, hay muchas preguntas más interesantes que hacernos sobre cualquier
trabajo que determinar si “pertenece” o no al campo de la antropología. Pero
aceptamos el argumento de James Clifford (capítulo 10 de este libro) de que, mientras
que la configuración actual de disciplinas obtenga5 el espacio marcado como
"antropología" estará obligada, de una forma u otra, a distinguirse y justificarse a sí
misma. También estamos de acuerdo en que la "marca registrada" antropológica del
trabajo de campo parece ser central en cualquier estrategia disciplinaria para
autodefinirse y auto-legitimarse, al menos en el futuro cercano. Con esto en mente, nos
parece más útil intentar redefinir la "marca registrada" del trabajo de campo, no con un
compromiso consagrado con lo local sino con atención a la ubicación social, cultural y
política, y con la disposición a trabajar conscientemente en cambiar o realinear nuestra

5
Se puede argumentar que la heredada división de las disciplinas académicas convencionales es parte del
problema aquí, presionando las prácticas intelectuales del presente en el lecho de Procrustean de
categorías conceptuales obsoletas. Este es ciertamente el caso con respecto a la perenne vergüenza de la
antropología sobre el tema de la (no) unidad de sus "subcampos". El pregonado periódico de las virtudes
de una antropología "integrada", "holística", "de cuatro campos" no puede disfrazar el hecho obvio de
que el agrupamiento de estudios sociales y culturales de los pueblos del Tercer Mundo en una sola
disciplina junto con estudios tales como los del comportamiento de mandriles y excavaciones
arqueológicas de fósiles humanos, solo puede entenderse como un legado del pensamiento evolucionista
del siglo XIX, que persiste (como una "supervivencia", se podría decir) solo gracias a la estructura
institucional osificada de la universidad moderna. De hecho, el propio Boas entendió la forma de la
disciplina antropológica como un accidente histórico originado en el hecho de que "otras ciencias
ocuparon parte del terreno antes del desarrollo de la antropología moderna" (Stocking, ed., 1974: 269).
La estructura de "cuatro campos", que el pronosticaba, se disolvería en el tiempo, una vez que otras
ciencias como la lingüística y la biología maduraran hasta el punto en que lidiarían con "el trabajo que
estamos haciendo ahora porque a alguien más le importa". (Stocking, ed., 1974: 3 ~; cf. Stocking ig88).
Debe notarse, sin embargo, que la dificultad de encontrar los límites disciplinarios de un@ en desacuerdo
con el pensamiento actual no es exclusiva de l@s antropólog@s. Como señala Kuklick (capítulo 2), fue la
institucionalización en las universidades lo que les dio a todas las disciplinas una bendición mixta de
estabilidad, "impartiendo a cada campo el estado casi natural que se ha vuelto cada vez más problemático
para casi todas". Pero si la forma de la división disciplinaria del trabajo es, gracias a dicha
institucionalización, bastante fija, su contenido no lo es. Debido a que las tradiciones disciplinarias y la
materia de ellas se reelaboran y reinventan continuamente, pueden ocurrir cambios bastante
fundamentales incluso en ausencia de una reorganización disciplinaria.
propia ubicación mientras construimos enlaces epistemológicos y políticos con otras
ubicaciones (una idea que desarrollamos en Parte V). Tal "trabajo de localización" que
sugerimos, es central para muchas de las reconceptualizaciones más innovadoras de las
prácticas de trabajo de campo antropológicas en los últimos años, algunas de las cuales
se ilustran en este libro. El hecho de que tal trabajo encaja solo de manera incómoda
dentro de los límites disciplinarios tradicionales de una "verdadera antropología"
definida por el "verdadero trabajo de campo" ha causado muchas tensiones recientes
dentro de la disciplina. Una consideración seria de lo que conlleva el convencional
compromiso antropológico con "campo" y el "trabajo de campo", y la voluntad de
repensar cómo se podría conceptualizar tal compromiso, podría contribuir a una mejor
comprensión de tales tensiones y formas en las que podrían abordarse
constructivamente.

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