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1-.

Levantando Altar de Adoración


Al elevar un altar a Dios se produce algo especial en nuestras vidas; es un momento de muerte,
un instante crucial de rendición en el que nos entregamos por completo al propósito divino, allí le
conocemos más aún, y el Señor nos marca una dirección, nos traza el futuro y nos permite
conocerlo en una dimensión y profundidad que hasta ahora desconocida. Te invito a acercarte al
altar a Dios.
altar que nos hace referencia San Pablo en Romanos 12:1-2: «Así que, hermanos, os ruego por
las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a
Dios que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de
la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cual sea la buena voluntad de Dios,
agradable y perfecta».

En ese altar que yo elevo a Dios en ese tiempo de búsqueda, de devoción, cuando yo me
acerco al Señor, algo pasa en mi vida. No me aproximo a una imagen, ni a un cuadro, sino que
me arrimo directamente a la presencia de Dios. Dios es espíritu y los que le adoran deben
adorarle en espíritu y en verdad; y al acercarme a Dios, algo se produce en mi vida. Te doy
ejemplos bíblicos.

Después que estuvo tanto tiempo arriba del arca, la Palabra de Dios me dice en Génesis 8:20-
21: «Y edificó Noé un altar a Jehová; y tomó de todo animal limpio y de toda ave limpia, y ofreció
holocausto en el altar. Y percibió Jehová olor grato; y dijo Jehová en su corazón: no volveré más
a maldecir la tierra por causa del hombre; porque el intento del corazón del hombre es mano
desde su juventud; ni volveré más a destruir todo ser viviente, como he hecho». Ya no vamos a
sacrificar animales en un altar, pero al colocar nuestras vidas en sacrificio vivo, el Señor percibirá
ese olor grato, y hará pacto con nosotros, y establecerá un patrón por el cual podremos recibir
bendición. Noé se acerca a Dios y presenta un altar a Él, y en el momento en que Noé lo adora,
toca Su corazón, y el Señor le hace una promesa. De la misma manera, cuando nos acercamos
al altar de Dios y nos ofrecemos como ofrenda de adoración, sube hacia Su corazón un olor
grato.

Si leemos bien dice que Noé tuvo que edificar ese altar. En otras palabras, involucra trabajo,
dedicación, esfuerzo; implica tomarme tiempo, el apartarme, como decía Jesús, «cerrando la
puerta en tu aposento, porque después viene la recompensa en público» (San Mateo 6: 6). O
cómo Elías, cuando oraba para que el fuego descienda del cielo, dice que él tuvo que reparar el
altar, o sea hubo de parte de él energía y entrega. Igualmente tiene que haber de mi parte una
decisión, una determinación para reparar el altar y presentarme delante de Dios. Espero que
puedas decir: dedicaré un lugar de mi casa para estar en comunión con el Señor, sin que nada
me distraiga, sin que nada me desvíe la mente del propósito que tiene Dios para con mi vida; voy
a presentarme como un sacrificio vivo delante del Señor.

San Pablo dice que nuestras ofrendas son ese olor grato, ese olor fragante, ese sacrificio acepto
delante del Señor. Cada vez que te tomas tiempo para adorar al Señor, para glorificar el Nombre
de Dios, cada vez que tomas tiempo para agradecerle al Señor cada una de las cosas que Él te
ha dado, estás haciendo que esa ofrenda suba delante del Señor como ese sacrificio vivo,
acepto, como eso agradable delante de Dios. Déjame decirte que cuando subes de esa forma
delante de Dios, tocas Su corazón.

Muchos piensan que las penitencias pueden tocar el corazón de Dios, o que la lástima, el tanto
sufrir, siendo pobres y muy humildes… pero lo que verdaderamente toca el corazón de Dios es un
sacrificio vivo, una vida consagrada en el altar de Dios; aquél que se toma tiempo para orar y
ayunar, quien tiene ese hábito y esa práctica al igual que Jesús de acercarse, apartarse y buscar
el rostro de Dios con el fin de hacer la voluntad del Padre celestial.
La Palabra de Dios dice que Jesús fue al Getsemaní, como era Su costumbre después de cenar,
apartarse a algún lugar y estar en comunión con el Padre. Muchas veces el Señor se pasaba
vigilias enteras clamando, orando por aquellos que iba a escoger, por aquellos que estaban con
Él, por aquellos que lo necesitaban. Aprende a levantar un altar a Dios, cuando lo haga, la
bendición descenderá sobre tu vida. En Génesis capítulo 9, inmediatamente después que Noé
levanta un altar a Dios dice que «la bendición vino a Noé y a sus hijos»; si quieres la bendición de
Dios sobre ti y toda tu familia, tómate ese tiempo para levantar un altar a Dios orando, buscando
Su rostro.

Continúa: «fructificad, y multiplicaos, llenad la tierra…» todo lo que se ve, lo que vive, lo que se
mueve, os será para mantenimiento, tanto como las legumbres, las plantas, os lo he dado todo.
¿Cuándo el Señor nos da todo? Cuando presentamos un altar a Él. Y en el verso 7 dice: «más
vosotros fructificad y multiplicaos; procread abundantemente en la tierra, y multiplicaos en ella. Y
habló Dios a Noé y a sus hijos con él diciendo: He aquí que yo establezco mi pacto con vosotros,
y con vuestros descendientes después de vosotros; y con todos vosotros, desde todos los que
salieron del arca… Estableceré mi pacto con vosotros, y no lo exterminaré ya más toda carne con
aguas de diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra. Y dijo Dios esta es la señal que yo
establezco entre mí y vosotros y todo ser viviente que está con vosotros, por siglos perpetuos: mi
arco he puesto en las nubes, el cual será por señal del pacto entre mí y la tierra”». Él dice que
le quiere dar todo. Si aprendemos a orar y a consagrarle todo, poniendo incluso nuestra propia
vida en el altar a Dios, como ese sacrificio vivo, agradable, que es nuestro culto racional, que es
el tiempo apartado para estar con Él, la Palabra del Señor dice que tocaremos el corazón de
nuestro buen Padre.

Vemos en este texto de Génesis 9 que Dios está dispuesto a darte todo: Su bendición, el
mantenimiento y la protección; Él pacta y da una señal (en este caso es ese arco en las nubes
que vemos después de la lluvia), porque Dios quiere poner en evidencia que estableció un pacto
de bendición con nosotros.

Amigo: Dios quiere que consagremos nuestras vidas en un altar de adoración a Él,
demostrándole así nuestra dedicación total, y obtendremos en nuestro espíritu una muestra real
de Su Presencia

Como Edificar un Altar de Adoración


¿Cómo construir un altar de adoración en nuestro hogar? Primeramente, definamos altar: el altar
es una estructura para ofrecer sacrificios, también significa lugar alto.

Lo más importante de un altar, es invocar el nombre del Señor. Edificar un altar es un llamado, y
cuando ese altar se consagra a Dios, con un propósito específico.

Los materiales que el Señor pidió, que los altares se construyeran eran tres, siendo dos los más
importantes y esto nos arroja alguna luz. Los altares que Dios aceptaba, eran construidos de
madera. A Moisés le pidió que hiciera altar de madera o construido de piedra, o construido de tierra.
El propósito con que se levantaba el altar, era para atraer a Dios.

En tiempos de apostasía de Israel, en el día de confrontación, en el monte Carmelo, después que


aquellos danzaron y se sajaron sin respuesta alguna, de parte de su dios por cuanto era falso. Elías
se subió al monte, y una de las primeras cosas que hizo fue restaurar el altar, porque este se
encontraba arruinado. Dios no viene a cualquier altar, Dios viene a un altar que se encuentra en
óptimas condiciones, para que se cumpla el objetivo por el cual fue diseñado.

¿Para que quisieran los hombres, las mujeres y las familias atraer a Dios? Para involucrarlo a sus
vidas y todo lo que suceda en ese lugar.
En los materiales como la tierra, la madera, la piedra, estos hablan de nosotros, hablan de aspectos
de nuestra humanidad. La tierra reúne los componentes de los cuales nosotros estamos hechos
originalmente y a eso volvemos.

La madera representa la naturaleza humana y la piedra, una vez que nosotros estamos con el
Señor, el Señor nos da el nombre de piedras juntamente con El. Tierra, madera y piedra hablan de
algo creado por Dios, hablan directamente de la naturaleza humana.

Los altares que más se usaron fueron los hechos de piedra. Y cuando Dios pidió que se armaran
altares de piedra, hizo esta salvedad: cuando levantes altar que sea de piedra, pero que no sea
forjado en una caldera, que no sea levantada sobre piedra forjada con herramienta alguna, para no
profanar el altar. La condición de esto es la autenticidad. El Señor quiere que seamos tales y como
somos delante de El, El quiere que nos presentemos, en sinceridad absoluta, en transparencia al
presentarlos delante de Dios

Desde tiempos antiguos Dios a accedido a cualquier estructura, que se levante y reúna estas
condiciones, Dios siempre se ha presentado, ha manifestado Su presencia y también Su poder.
Antes en el legalismo creíamos, que teníamos que hacer muchas cosas para hacer venir a Dios, lo
hacíamos para completar ese sacrificio inexpugnable que es, el sacrificio que hizo Jesús en la cruz.

La desintegración de la familia a causa de la rutina, los horarios diferentes de todos dentro de


nuestra familia, ha dejado atrás el devocional o el culto familiar. Es todo un reto restaurar todo esto.
Muchos cristianos han pagado un precio muy alto por la negligencia de descuidar, y de mantener
ese altar en óptimas condiciones. Antes el altar familiar consistía en una reunión, se hiciera en la
mañana o en la noche, consistía en una reunión, en una hora en particular, donde se hacían
oraciones, donde se compartía la palabra, donde se levantaba a Dios las necesidades de la familia,
se bendecían las personas que estaban ahí, se cubría a las personas a través de la oración. Pero
no la problemática social por medio de la cual nuestras familias llamadas al ministerio y a cosas
grandes, están viviendo la presión de la cultura en medio de la cual vivimos, el aumento de la
actividad demoníaca en la cual vivimos, están dando voces para que algo sea hecho, y algo tiene
que hacerse. ¿Cómo hacemos para que todas estas cosas se vayan de nuestra vida?

A veces creemos que la liberación, la sanidad y la restauración de la familia empiezan en la iglesia


donde nosotros asistimos y eso no es verdad. El generador verdadero del bien y el mal, es el
corazón del hombre, y es por esa razón que cualquier cosa que se tenga que empezar, tiene que
iniciarse en el corazón de alguien de la casa. Ese reto tiene que empezarse a cumplir hoy. Usted
puede demandarle al Señor que le permita ejercer ese ministerio nuevamente en su casa, y levantar
y restaurar el altar que está arruinado, para que así la presencia de Dios se manifieste, nos visite y
obre y actúe sobre nuestras casas.

Dios no quiere que hagamos altares, sino que, nosotros seamos los altares; A nosotros que nos
llamó piedras vivas a través de la palabra, que con estas piedras vivas, sobre las que no se ha
levantado desde hace mucho desde que conocimos al Señor, herramienta, se levantan altares.
Estas piedras que ya no tienen adherencias de humanismo, que caminan dirigidas y guiadas, y que
están ungidas por el Espíritu de Dios. Estas conforman los altares para atraer la bendita y santa
presencia de Dios a nuestros hogares. Nuestros hogares serán el cimiento sobre el cual se va a
levantar y mantener el ministerio al cual el Señor nos ha llamado.

Cuando el vea que nosotros empezamos a ser lo que el quiere que nosotros hagamos en nuestra
casa, el Señor se va a encargar de respaldar y hacer lo que es imposible para nosotros hacer, el lo
va hacer posible y nos llevaremos sorpresas en nuestro hogar.

Es el tiempo en que levantemos bandera, que decretemos un nuevo orden que se instalará en
nuestro hogar. Empieza con una piedra y Dios respaldará lo que tú harás.
A Dios le importa concretar lo que el ha determinado. Y si usted y yo hacemos lo que el Señor dice
que hagamos, el Señor lo va a concretar.

Levítico 6: 12-13. El Señor no quiere que derramemos sangre, que pongamos animales
engordados, el Señor quiere que nosotros sacrifiquemos a El, adoración. Esto es lo que a Dios le
proporciona máximo placer, entregar nuestra vida en libación ante su presencia. Ese es el tipo de
sacrificio que trae el fuego de Dios sobre nosotros.

La adoración es un acto de amor y del amor que experimentamos se desprenden una serie de
cosas. Una de las cosas que se desprenden es la entrega, otra de ellas es la constancia,
espontaneidad, persistencia. Cuando amas no es para ti un esfuerzo entregarte. El amor que yo
siento hace que yo sea constante en mi entrega, cuando amo, soy persistente, no amo en el
momento bueno, amo en el momento malo.

Si tú levantas un altar de adoración que sea sobre la base maravillosa, la más pura de las
motivaciones que nos puede hacer allegarnos a Dios, que es el amor. Entonces no habrá problemas
para allegarte, para ser constante, para ser espontáneo y para ser persistente. Si lo amamos no
será difícil mantener el fuego en el altar continuamente encendido.

Adorarlo es reconocerlo, y eso se convierte en la esencia de nuestra vida. Mi manera de pensar


adora a Dios, mis actitudes adoran a Dios, sino que yo me lo proponga. Porque la adoración se
transforma en la esencia de tu vida y sin darte cuenta te has convertido en un altar, y la presencia
de Dios convive contigo, porque eres un altar. Y la gente que te rodea lo va a notar y van a decir
que grande sería tener eso. Al estar la presencia de Dios contigo te genera una autoridad fuera de
serie. Dios se encargará que los de tu casa te sigan, ellos serán irrigados, inundados, alcanzados
de la abundancia que emana de ti. Por esa razón si tu sólo estas recibiendo, asegúrate de no dejar
de recibirla. Para que tu copa rebose, y al rebozar tu copa, ponga en contacto con todos los demás
de aquello que el Señor te ha estado participando. Por tu clara devoción a El, ellos te respetaran
porque saben que Él está contigo, que la gracia de Dios está contigo, que El te protegerá, que si tú
le pides algo, el Señor te lo dará.

Una vez que la copa rebosa, usted está listo para impartir, podrá profetizar sobre los que te son
indiferentes y podrás desatar aquello que está en ti. Si usted está hinchado de la presencia de Dios,
eso se desata sobre los que están en casa. Si tu hijo no adora, adore en su habitación. Has cosas
insólitas y veras cosas insólitas. Santificarás los lugares contaminados.

El que se mantiene adorando manifiesta siempre gozo, manifiesta serenidad, dominio propio,
tolerancia. El que permanece adorando, nunca sabe lo que es pesimismo, desaliento, debilidad, no
figura el derrotismo pro su experiencia diaria es valor, valentía, celo, vigor, certeza, convicción. Esta
traerá tarde o temprano, otros a participar de lo que usted está haciendo.

Construir un altar de adoración tiene que ver también con el ambiente de la casa. Algunos aspectos
del ambiente. Si yo soy de Cristo debo identificarme con El y la gente debe identificarme con El.
Entonces uno de los puntos importantes en cuanto al ambiente: Crear ambiente, para que la
presencia de Dios more en mi hogar es la conducta de las personas. Si tú eres la única piedra, tu
conducta será determinante para crear el ambiente que traiga la presencia de Dios. Su conducta
tiene que reflejar lo que usted hace en presencia de Dios (orar, leer la Biblia) y su comportamiento
con sus hijos esposo, esposa, hermana.

Segundo aspecto, lo que se ve en la casa. Dios no está cómodo entre malas relaciones, malas
actitudes, Dios no está cómodo entre cosas mundanales que están identificando la casa. La casa
tiene que ser identificada con Cristo.

Si usted crea ambiente para que la presencia de Cristo se manifieste, usted pasará en bendición,
pasarán todo tipo de cosas, ríos, vientos darán con ímpetu contra su casa, pero no se caerá, Dios
lo ha prometido.
Lo que se escucha dentro de la casa crea ambiente, como hablan, que tipo de sonidos escucha.
Use solo lo que traiga la presencia de Dios a tu casa. Si tu no eres la única piedra en tu casa,
aprovecha esa sustancia, esa condición perfecta y no caigan en el error de circunscribir la adoración
a la práctica de un tiempo de cánticos y palabras dulces al Señor, porque la adoración es mucho
más que eso. Adorar es vivir, adorar es el respirar del reino de Dios, y es necesario que usted lo
practique, inhale y exhale.

2-. Levantando altar de compromiso:

La palabra compromiso procede del latín compromissum, es usada para describir una transacción
pactada entre dos personas por medio de un depósito que ambos hacían a una entidad de arbitraje
comercial. En caso de un litigio entre ambos compromisarios, recurrían a esta entidad que daba su
veredicto entre los dos socios.

Desde el punto de vista espiritual, el compromiso es la entrega que hacemos de nuestra vida en
las manos de Dios como un depósito para que Él sea el árbitro legal, con plena autoridad para
dictaminar si la fidelidad que hemos pactado con Él y su Obra sigue invariable dentro del marco
inicial.

En el evangelio de Juan 5:35, Jesús resumió el ministerio de Juan el Bautista con estas palabras:
«Él era antorcha que ardía y alumbraba; y vosotros quisisteis regocijaros por un tiempo en su luz».
En la Versión la Biblia del Oso, leemos: «Él era candil que ardía, y alumbraba; mas vosotros
quisisteis engreíros por un poco a su luz».

El Señor Jesucristo quiso aclarar a los que cuestionaban su proclamación como el Mesías y como
el Hijo de Dios, recordándoles que Juan el Bautista fue el primero en proclamar esta verdad, pero
que a pesar de las cualidades incuestionables de Juan, su integridad moral y espiritual, así como
la evidencia de un ministerio ungido por Dios que los conmovió, pero, tampoco le creyeron.

Es interesante notar las palabras con las que Jesús define a Juan el Bautista: «él era (nos habla
de su identidad) antorcha que ardía (nos revela el proceso interno) y alumbraba (nos señala el
efecto externo)».

Estos que cuestionaban a Jesús eran inconstantes ante la Obra de Dios, tan solo se regocijaron
por un tiempo, en la Biblia del Oso dice: por un poco, en la versión 1909 dice: por una hora. Aquella
antorcha o lámpara que Dios había encendido no penetró en sus vidas de forma permanente, solo
les hizo efecto por una hora, tuvo el alcance de un flash que ilumina a la misma velocidad que se
apaga. Aquella luz, aunque los atrajo poderosamente, no logró hacerlos perseverar en aquella
verdad por mucho tiempo.

Jesús se refiere a la antorcha usando una palabra que era muy conocida de los que le oían, se
usaba el término de antorcha para destacar a los maestros que por su santidad y conocimiento de
las verdades de Dios brillaban, iluminaban y avivaban al pueblo. Los distinguían como luces o
lámparas, antorchas, luces ardientes o luces resplandecientes.

En el libro del Zohar (comentario bíblico judío) el Rabino Simeón hijo de Jocai era llamado «la luz
santa». Aseguraban que este hombre era una lámpara de luz que ardía hacia arriba y hacia abajo.
Alumbraba abajo sobre todos los hijos del mundo; pero también alumbraba al mundo porque su luz
de abajo ascendía hasta la luz de arriba.

Cuando Jesús destaca y define el ministerio de Juan, éste ya había sido decapitado por Herodes.
Así se refiere a Juan en tiempo pasado, él era, es decir que su ciclo había terminado, su ministerio
había concluido, pero lo selló con una nota de triunfo, con un compromiso sin fallas, ni fisuras.

Lucas es el evangelista que dedica más versículos acerca de la vida de Juan, le consagra el
capítulo primero de su evangelio. Pedro nos advierte: «Porque nunca la profecía fue traída por
voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu
Santo» (2 Pedro 1:21).

El Espíritu Santo no dedicaría un capítulo entero a algo irrelevante o que no merezca nuestra
atención. Lucas en su capítulo primero describe con lujo de detalles a Juan, quiénes eran sus
padres, el anuncio de su nacimiento por un ángel al lado del altar del incienso, la profecía que
pronunció Zacarías, su padre, la visita de María, madre de Jesús, a su madre Elisabet, su llenura
del Espíritu Santo desde el vientre de su madre, su circuncisión, su crianza y crecimiento.

La vida y el ministerio de Juan nos mueven a considerar tres elementos claves o fundamentos
invariables del Compromiso con Dios y su Obra.

I. El primer fundamento del Compromiso es el de la Ubicación

«Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su


manifestación a Israel» (Lucas 1:80).

El desierto fue el lugar donde Juan se formó y se desarrolló, en esa ubicación o posición se
mantuvo y perseveró durante su etapa de crecimiento, y más tarde de ministerio. Fue fiel al lugar
en el cual Dios lo llamó, no se desubicó durante toda su existencia de aquel medio ambiente duro,
inclemente y despiadado con la naturaleza humana.

Vemos a Juan adaptarse perfectamente en aquella posición que Dios había escogido para él. En
Lucas 3:2 leemos: «Y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo
de Zacarías, en el desierto», aquí aparece el cambio en el proceso de formación y crecimiento. En
Lucas 1:80 lo vemos creciendo y fortaleciéndose en el desierto, luego en Lucas 3:2 la palabra de
Dios vino a Juan en el mismo lugar o ubicación en el que se formó.

Durante su toda existencia, jamás perdió la dimensión del desierto, porque fue el lugar que Dios
escogió para él. Cuando la palabra de Dios vino a él en el desierto no salió corriendo, se movió
hacia el Jordán, pero manteniéndose en la parte del desierto. «En aquellos días vino Juan el
Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos
se ha acercado» (Mateo 3:1-2).

¿Por qué se mantuvo en el desierto? En Lucas 3:4 tenemos el motivo: «Como está escrito en el
libro de las palabras del profeta Isaías, que dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el
camino del Señor; Enderezad sus sendas». Era el desierto que identificaba su ministerio desde la
perspectiva profética, Isaías reveló que el precursor del Mesías sería la Voz que clama en el
desierto. Juan no hubiera cumplido con la profecía que señalaba el desierto como la clave de su
ministerio.

Lo primero que aprendemos de esta antorcha era su ubicación voluntaria. Ocupó el lugar de su
compromiso con Dios y en ningún momento se planteó salir del lugar divinamente escogido. Por
mantenerse en el desierto, Dios le trajo toda Judea y Jerusalén al lugar de su compromiso.

El segundo principio que Juan nos enseña es el saber vivir de lo que se tiene al alcance dentro del
lugar del compromiso. «Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero
alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre» (Mateo 3:4).

No comía langostas (saltamontes) porque fuera un fanático del insecto, ni de comidas exóticas tan
de moda en nuestros días, sino porque era lo que único que estaba a su alcance. En esta obra del
Movimiento Misionero Mundial, el cuerpo ministerial, hemos aprendido a vivir donde Dios nos ha
ubicado, no importando el sacrificio ni la escasez. Los lugares en donde el Señor nos ha enviado
no nos han espantado, no le hemos huido al esfuerzo misionero, hemos sido adiestrados por el
Espíritu Santo para el sacrificio por amor a la Obra de Dios y no hemos abandonado nuestra
ubicación, aunque hemos tenido que aprender a aprovechar lo que teníamos a nuestro alcance.
Las nuevas generaciones de pastores que por la Gracia de Dios han sido añadidas dentro de esta
Obra no deben olvidar este Fundamento del Compromiso.

El impacto de Juan en su ubicación fue tan grande que no solo atrajo a los pecadores al Jordán,
sino también el interés del liderazgo espiritual de la nación. «Este es el testimonio de Juan, cuando
los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ¿Tú, quién eres?»
(Juan 1:19).

Si somos fieles a Dios siempre llega el día en que ministerialmente atraemos la mirada, un día en
que las multitudes llegan, el reconocimiento aparece, ese es el momento en que muchos se
desubican y piensan que hay que dejar el desierto del compromiso por la Jerusalén de las glorias
humanas. Las glorias humanas son el reflejo del egocentrismo, las antorchas de Dios brillan por
medio del Compromiso.

¿Cuál era el centro de interés del Sumo Sacerdote? «Este es el testimonio de Juan, cuando los
judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ¿Tú, quién eres?
Confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo. Y le preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú
Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No. Le dijeron: ¿Pues quién eres? Para que
demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?» (Juan 1:19-22).

« ¿Tú, quién eres? ¿Eres tú Elías? ¿Eres tú el profeta? ¿Pues quién eres? Para que demos
respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?» ¡Qué tremendo! Cuando llega la
notoriedad llega el «¿Quién eres? ¿Qué dices de ti mismo?». ¡Cuántos sucumben ante la fama y
el renombre! Si Juan hubiera buscado el reconocimiento humano, este era el momento ideal, pero
su Compromiso con Dios era más importante por tanto su respuesta fue de lo más contundente:
«Confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo».

En la Obra de Dios no sirve el renombre, sino la ubicación dentro del Compromiso con Dios.

II. El Segundo Fundamento del Compromiso es lo que nos Motiva a Trabajar

La delegación de los sacerdotes y levitas no era la única que se hacía preguntas con respecto a
Juan. En Juan 1:24-27 leemos: «Y los que habían sido enviados eran de los fariseos. Y le
preguntaron, y le dijeron: ¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta?
Juan les respondió diciendo: Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien
vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no
soy digno de desatar la correa del calzado».

También había una delegación de fariseos que oyeron todas las preguntas de los sacerdotes,
estos, ante el «no» rotundo de Juan a todas las preguntas, le propusieron otro tipo de pregunta:
«¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta?» Querían saber si no era
el Mesías, ni Elías, ni el profeta, por qué estaba practicando el bautismo que la tradición atribuía
exclusivamente al Mesías, el cual, purificaría al pueblo de Israel a través de un bautismo en agua.
Los fariseos formaban parte de los que creían que la nación entera necesitaba una purificación
mesiánica por medio de las aguas. Antes de entrar al templo, los judíos piadosos practicaban un
ritual de purificación que consistía en sumergirse vestidos con túnicas blancas en las aguas del
estanque de Betesda que por encontrarse en los aledaños del Templo se le atribuía propiedades
sagradas.

A diferencia de las que hicieron los sacerdotes, esta pregunta fue contestada con lujo de detalles,
el corazón y los ojos del Bautista se iluminaron, la temática era diferente. Los sacerdotes se
centraron en ¿quién eres? Los fariseos le preguntaron ¿qué haces? Ésta temática le apasionó
porque tocaron las motivaciones de su alma. En la obra de Dios, el renombre, el quién dices o
quieres que digan que eres no tiene importancia, lo que importa realmente es ¿Qué motivaciones
reales nos mueven a trabajar, a pasar penalidades y a sufrir por la Obra de Dios?
Sobre este punto Juan fue contundente y dio más detalles: «Yo bautizo con agua; mas en medio
de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, el que es
antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado». Empezó a describir a Aquel
que le motivaba a servir, Aquel del cual no era digno de desatar la correa del calzado, el que era
antes que él aunque nació tres meses después de él, el que es el Alfa y la Omega, el Principio y el
Fin.

Este es el Segundo Fundamento del Compromiso con Dios y su Obra, algo que tenemos que tener
claro para poder servir a Dios, ¿por quién lo hacemos todo? ¿Para nuestro renombre o para el que
tiene un nombre que es sobre todo nombre? Nadie dentro de esta Obra puede trabajar para su
propia gloria, sino únicamente para la Gloria de Aquel que vino a salvarnos de nuestros pecados.

III. El Tercer Fundamento del Compromiso es entender nuestro Tiempo en la Obra de Dios

«Él era antorcha que ardía y alumbraba; y vosotros quisisteis regocijaros por un tiempo en su luz»
(Juan 5:35).

El Señor se refiere a Juan en tiempo pasado «Él era», esto significa que no importa cuán ungidos
somos, cuánto logramos, cuántas multitudes atraemos, cuantos milagros realizamos, todos somos
antorchas o lámparas temporales que un día se apagarán.

Esta Obra del Movimiento Misionero Mundial tiene solamente 48 años de existencia, es todavía
una Obra joven, en el transcurso de los años tuvimos que incorporar en nuestra mente, corazón y
horizonte cosas nuevas. Por ejemplo, todos pensábamos que el Rev. Luis M. Ortiz seguiría al frente
de la misma hasta el arrebatamiento de la iglesia al Cielo, éramos y somos todavía una Obra joven.
No nos planteábamos que un día aquella antorcha que ardía para Dios en nuestro medio iba a
apagarse, pero tuvimos que asimilar la transición como parte del proceso de Dios y así poder
continuar hacia adelante. Las transiciones forman parte de la Obra de Dios, no debemos resistirlas
ni oponernos a ellas.

Toda antorcha arde porque tiene un combustible que la hace arder, pero el combustible tiene su
tiempo, se agota y la lámpara se apaga. Cuando el hombre de Dios brilla es porque está ardiendo
para Dios, se está quemando para Dios y todo lo que arde consume el combustible que lo mantiene
ardiendo.

Nuestro Señor Jesucristo nos dice que Juan ardió por una hora, a pesar de las multitudes que se
amontonaban para ser bautizadas en las aguas del Jordán, a pesar de ser el precursor del Mesías,
a pesar de haber bautizado al Hijo de Dios, a pesar de haber preparado el camino a la Segunda
Persona de la Trinidad, solo pudo dar su luz por una hora. Su ministerio fue más corto que el de
nuestro Señor Jesucristo. Solo somos lámparas temporales, Jesús es la Luz Eterna, las lámparas
se apagan, la Luz no tiene final.

Juan el bautista fue consciente de que tenía una función transitoria, por esta razón preparó la mente
y el corazón de sus discípulos para que asumieran la transición necesaria de aquella antorcha
temporal y los llamó a mirar la Luz eterna que era Jesús.

Oigamos este sentir en labios de Juan: «Entonces hubo discusión entre los discípulos de Juan y
los judíos acerca de la purificación. Y vinieron a Juan y le dijeron: Rabí, mira que el que estaba
contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a él. Respondió
Juan y dijo: No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismos me
sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la
esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente
de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido. Es necesario que Él crezca, pero que
yo mengüe» (Juan 3:25-30).

Sabía que como antorcha o lámpara solo sería temporal y preparó la transición. Unos veinte años
después de su ministerio y muerte, Apolos, un discípulo de Juan, apareció en Éfeso: «Llegó
entonces a Éfeso un judío llamado Apolos, natural de Alejandría, varón elocuente, poderoso en las
Escrituras. Este había sido instruido en el camino del Señor; y siendo de espíritu fervoroso, hablaba
y enseñaba diligentemente lo concerniente al Señor, aunque solamente conocía el bautismo de
Juan. Y comenzó a hablar con denuedo en la sinagoga; pero cuando le oyeron Priscila y Aquila, le
tomaron aparte y le expusieron más exactamente el camino de Dios» (Hechos 18:24-26).

Priscila y Aquila, colaboradores de Pablo, le expusieron a Apolos lo que Juan enseñó acerca de
Jesús, y éste sin ningún problema recibió aquella transición de la antorcha a la Luz. Si Juan no lo
hubiera preparado para pasar de la antorcha a La Luz, éste se hubiera mantenido en aquel
bautismo del Jordán, pero sabía que Juan había señalado con toda claridad a Jesús el Cristo, y
esto le ayudó hacia una transición natural y no traumática.

Poco tiempo después, el Apóstol Pablo encontró a doce discípulos de Juan en Éfeso, vio la realidad
de la piedad en ellos, pero observó que les faltaba algo. Les preguntó de qué bautismo habían sido
bautizados: «Aconteció que entre tanto que Apolos estaba en Corinto, Pablo, después de recorrer
las regiones superiores, vino a Éfeso, y hallando a ciertos discípulos, les dijo: ¿Recibisteis el
Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo.
Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan. Dijo Pablo:
Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que
vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el
nombre del Señor Jesús. Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu
Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban. Eran por todos unos doce hombres» (Hechos 19:1-
7).

Vemos de nuevo una transición sin problemas de la antorcha hacia la Luz, Juan había hecho lo
correcto con los que le seguían, no quiso dejarlos estancados en el Jordán que solo era un paso
de fe para llegar al Salvador. Si somos conscientes de que somos lámparas temporales,
ayudaremos grandemente los procesos de la Obra de Dios y no los estorbaremos.

Hay un peligro de no entender este fundamento del Compromiso, en 2 Samuel 11:1 leemos:
«Aconteció al año siguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a Joab,
y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y sitiaron a Rabá; pero David
se quedó en Jerusalén» (2 Samuel 11:1).

En esta ocasión David pensó que su tiempo como antorcha de su ejército había concluido. Pensó
que ya no era necesario salir al campo de batalla, la Biblia nos dice que se quedó en el tiempo que
salen los reyes a la guerra y envió a su ejército a pelear contra los amonitas. El resultado fue
catastrófico, en la recta final de su vida, David cometió la falta más grave y horrenda de toda su
carrera. Esta catástrofe lo alcanzó a él, a toda su familia y aun la nación entera. Perdió la
perspectiva de su tiempo de Compromiso como antorcha de guerra y fracasó gravemente.

Pero en 2 Samuel 21. 16-17 aparece otro error con el factor tiempo: «E Isbi-benob, uno de los
descendientes de los gigantes, cuya lanza pesaba trescientos siclos de bronce, y quien estaba
ceñido con una espada nueva, trató de matar a David; mas Abisai hijo de Sarvia llegó en su ayuda,
e hirió al filisteo y lo mató. Entonces los hombres de David le juraron, diciendo: Nunca más de aquí
en adelante saldrás con nosotros a la batalla, no sea que apagues la lámpara de Israel» (2 Samuel
21:16-17).

Esta fue la última batalla de David, si Abisai, su sobrino, hijo de su hermana Sarvia no interviene
aquel gigante le quita la vida. Había llegado al final del combustible de su antorcha, ahora le tocaba
preparar la transición. Puso en peligro que la lámpara de Israel se apagara y los enemigos
aprovecharan esa oportunidad para destruir a la nación.
Un día nuestra lámpara se apagará, pero la Luz (Cristo) que está brillando en esta Obra de Dios
nunca se apagará porque es divina, inagotable y eterna.

Amado no se mueva de los Fundamentos del Compromiso con Dios, es lo único que tiene
recompensa aquí y en la eternidad, solo manteniéndose dentro de la voluntad de Dios logrará
alcanzar la meta de su vida y de su ministerio, estamos viviendo tiempos finales, recuerde lo que
Jesús dijo: «El que persevere hasta el fin, éste será salvo» (Mateo 24:13). Si su Compromiso con
Dios está por apagarse, o se ha apagado, vuelva ahora mismo al que lo llamó y lo salvó, todavía
puede hacerlo. Dios le bendiga.

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