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Sus cantatas religiosas testimonian que el reencuentro consigo mismo, otra parte
de sí, significa precisamente hallar a Dios, el grado sublime donde por fin se
asimila con la razón y la pasión el sentido de la vida, cuya larga andadura arranca
en la idea fatalista de la desaparición en la nada y se culmina con el triunfante
sosiego del alma, que vive ya en la luz.
Narrativo
Expresivo.
Al primero pertenecen las cantatas cuyos textos provienen en su mayoría de la
Biblia. Y al otro corresponden aquéllas donde un poeta es el que aporta la letra,
u original o inspirada en las Escrituras: dentro de las cuales hay que distinguir:
El miedo
En tres acepciones se describe el mismo:
Pavor.
Conmoción.
Respeto.
El gozo
El “Jesu, deine Gnadenblicke”, perteneciente a la BWV 11, es una atmósfera de
vida contemplativa, que propician los tonos agudos de la soprano, el timbre
plácido de la flauta travesera y una escritura con muchas notas tenidas. Tema
muy pegadizo el del segundo número de la 68, donde se resalta la alegría que
el hombre pide a sus adentros: “¡Corazón mío rebosante de fe, brinca, canta,
retoza, que tu Jesús está aquí!”. Otro ejemplo, el “Johannis freudenvolles
Springen”, de la 121: tonos medios en la cuerda, lo que permite un lucimiento del
registro que muchas veces se queda en sombras. He aquí la satisfacción íntima
del hombre por su fe, mediante pasajes breves que se distribuyen a modo de
estratos según la técnica del contrapunto imitativo, una metáfora de como si el
gozo del hombre se escuchare en sus entrañas, más profundamente. En el
primer movimiento de la 139 la inocencia inherente al oboe de amor sirve a las
mil maravillas para describir lo que dice el texto: “¡Dichoso aquél que se entrega
a Dios con la pureza de un niño!”. La música es un candor melifluo (en su
exactitud semántica) que discurre con impulso natural asombroso. En
“Vergnügte Ruh, beliebte Seelenlust”, comienzo de la cantata homónima BWV
170, hay un clima de placidez inconmensurable, la que espera el alma
ensoñándose. El oboe de amor, fundido a la cuerda frotada, constituye una
textura paradisiaca. Otro ejemplo es el quinto número de la 180, donde la flauta
travesera y los oboes dan luminosidad a las palabras: “Sol de la vida, luz de la
conciencia, Dios, lo eres todo para mí”. Preciosa la escritura que Bach asigna a
los instrumentos antedichos, que se intercalan alternativamente a las frases del
cantante. En “Wie freudig ist mein Herz”, de la 199, comienza el oboe con una
frase corta a modo de proclamación, la de la inmensa alegría del hombre, que
acaba de liberar su culpa mediante el sacrificio. Trinos sobre la palabra “freudig”
(gozoso), clase de ornamentación ésta que se aplica a la obra. Tres secciones
en el canto de la soprano: una, la de la proclamación; otra, briosa y la otra, menos
desatada.
El sufrimiento
Las cantatas BWV 12, 13, 21 y 58 desarrollan con amplitud este tema:
Movimientos sueltos
El primer número de la 55: cinco notas que expresan angustia articulan un
movimiento en el que un tenor lamenta la miserable condición de pecador y, al
mismo tiempo, se maldice reprochándose “Soy injusto; eres justo, Señor”.
Dolor purificante el del “Ich will leiden; ich will schwigen”, de la 87, un dolor
asumido en toda su raíz para la salvación; modos mayor y menor pugnando
(sufrimiento presente y gloria futura).
Otra muestra, el primer número de la BWV 138: un tema sinuoso por la cuerda y
por el coro, con frases emergentes del oboe a la manera de estremecimiento,
que plasman la aflicción del alma. Intercalado, un episodio para la contralto, que
sufre en soledad la miseria humana, tanto que la lleva a desear vivamente la
muerte. Ahí retorna el coro, que devuelve la esperanza al cristiano.
Un dolor anclado en los huesos se escucha en “Mein Gott, wie lang; ach,
lange…” de la 155: canta la soprano, desesperándose de la vida, de la cual no
llega a ver un sentido.
La lealtad
En el “Ich folge Christo nach”, quinto número de la cantata BWV 12, hay un fraseo
tan penetrante y decidido que se está mostrando muy bien los pasos firmes de
un cristiano convencido, tanto que sus andares son zancadas, reforzando la
fidelidad con unas escrituras en canon. Otro ejemplo se encuentra en los
números 1 y 5 de la BWV 24, “Ein ungefärbt Gemüte”: en el primero, voz y
orquesta bien engarzados en un discurso fluido que propicia el “legato”, con el
cual se describe noblemente la importancia tanto de la probidad como de la
fidelidad. Para el quinto, dos oboes de amor en un clima afectuoso y un tenor
con frases de corte proverbial. De la 92, el “Meinen Hirten gleib ich treu”,
acompañamiento en obstinado de la cuerda “in pizzicato”, algo que sirve para
plasmar lo fiel que las ovejas son a su pastor, a cargo de una soprano y un oboe
de amor, dialogantes en contrapunto imitativo. Hay una entrega sin condiciones
a la voluntad de Dios en el “Drum ich mich ihm ergebe” (sexto número de la
cantata “Was willst du dich betrüben”) movimiento asignado a un tenor y una
orquesta asordinada con flauta travesera en obligado. En el comienzo de la BWV
124 (“Meinen Jesus lass ich nicht”), se escucha la fidelidad a Jesucristo en la voz
de un coro casi postizo y una cuerda que a base de ritmo con puntillo y
acompañamiento enfático determina el carácter de la obra, donde el cristiano
proclama “Yo no abandono a mi Jesús porque él tampoco lo hizo conmigo”. Una
muestra hermosísima es el sexto número de la tan conocida 140: aquí se hace
presente el amor mútuo, que se encarna en dos voces absolutamente
compenetradas (la pregunta y la respuesta armoniosas, la conjunción perfecta,
etc.), lo que hace pensar en la tan soñada media naranja. Y floreando todo el
movimiento, el oboe, con un lenguaje diverso: frases en solitario, motivos breves
que rematan juguetonamente a la voz y episodios muy elaborados a base de
contrapunto. Parece el último número (“So lasset uns gehen in Salem der
Freuden”) de la “Himmelskönig, sei willkommen”, BWV 182, una especie de
procesión, en la que también hay episodios de diálogo (entre flauta dulce y la
cuerda).
El arrepentimiento
Consciencia total de haber pecado en el cuarto número de la cantata 23,
movimiento cuyo carácter es doloroso y suplicante (para lo primero, la textura
cromática; y para lo segundo, el fraseo de la cuerda, que parece dibujar el
arrodillamiento o genuflexión). De la BWV 55 se pueden extraer los números 4 y
5: en el primero, una flauta con abundantes cromatismos que tiñen a la música
de un sinsabor profundo, difícil de exteriorizar y levemente manifiesto en las
palabras “Ten piedad de mí”; en el segundo, el solista (tenor) expresa su congoja
ante el hecho del Juicio Final, y, por consiguiente, implora la misericordia divina
para poder alcanzar la redención. Bach llena de dramatismo el “Vergib, o, Vater,
unsre Schuld” (Tercer número de la 87) con acordes unos en sexta menor y otros
con movimiento armónico contrario, unos umbríos oboes de caza y un bajo
continuo que alterna secuencias:
En “Bete aber auch dabei” (cuarto número de la cantata BWV 115 hay un tono
sentencioso; la soprano canta: “Ahora, que estás vivo, ¡no te olvides de rezar!
Implora que te purifiquen de tantos pecados”, letra que desarrolla un muy
piadoso diálogo instrumental entre la flauta travesera y el violonchelo “piccolo”.
Se hace uno cargo de la culpa y, serenamente, pide perdón en el “Ach, wir
bekennen unsre Schuld” cuarto número de la 116. En el “So du willst, Herr,
Sünde zurechnen” (perteneciente a la 131, “Ausder tiefen rufe ich”) un bajo, un
coro mixto y un oboe hablan de la angustia del hombre, que vive en el pecado, y
, por ello, pide a Dios su misericordia. Otro ejemplo, el “Liebster Gott, erbarme
dich” (quinto número de la BWV 179): una súplica bañada en lamento, que
entonan como llevándose la tristeza de uno a otro dos oboes, cuyas cromáticas
frases parecen lloros. La cuerda anticipa con calidez nobilísima las palabras del
poema “Cabizbajo en señal de arrepentimiento me arrodillo ante tí, Señor”, que
canta la soprano, en “Tief gebückt und voller Reue” (cuarto número, de la 199,
“Mein Herze scwimmt im Blut”).