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La traducción del poema Estaciones en el camino a la libertadcomparte las deficiencias de todas las traducciones poéticas: se
parece al lado reverso de un tapiz. Todavía se puede reconocer el patrón de dibujo, pero los colores son pálidos. Aun así, lo que
Dietrich Bonhoeffer escribió prisionero en su última estación antes de la muerte, conmueve y transmite su seriedad espiritual;
una seriedad típicamente protestante, muy alemana, muy de su clase social -la burguesía intelectual-. Pero la presencia de estas
características no lo encierra, Bonhoeffer las transciende y en esto, se nos hace comprensible, como ser humano cristiano global.
Control
Cuando salgas en búsqueda de la libertad, aprenda ante todo ejercer control sobre los sentidos y sobre tu alma, que los deseos y
tus miembros no te lleven a veces por allí, a veces por allá. Castizos sean tu espíritu y tu cuerpo, enteramente bajo to propio
gobierno y obedientes para alcanzar la meta que les fue dado. Nadie pueda descubrir el secreto de la libertad, a menos por el
control.
Acción
No hacer alguna cosa, sino hacer y osar lo que es correcto; no flotar dentro de lo posible, sino agarrar a la realidad con valentía;
no en la nube del pensamiento, sólo en la acción está la libertad. Sal del miedoso vacilar en medio del torbellino de los
acontecimientos, sólo apoyado por el mandamiento de Dios y tu fe, y la libertad recibirá a tu espíritu con júbilo.
Sufrimiento
Maravillosa transformación. Las manos fuertes y activas te han amarrado. Inerme, a solas contemplas al fin de tu acción. No
obstante, respiras y con ánimo tranquilo y consolado entregas tu justicia en manos más fuertes y te conformas. Sólo por un instante
estás dichoso de tocar la libertad, luego la entregas a Dios para que la conduzca a su gloriosa terminación.
Muerte
Venga, ahora, celebración sublime en el camino hacia la libertad eterna, muerte. Depón las pesadas cadenas y muros de nuestra
vida pasajera y nuestra alma cegada, para que finalmente tengamos en la mira lo que aquí no nos es concedido ver. Libertad, te
buscamos por mucho tiempo en el dominio, la acción y en el sufrimiento. Muriendo te reconocemos ahora en el rostro de Dios.
Una visión de la libertad cristiana desde la prisión
Desde meses Dietrich Bonhoeffer se encuentra en la cárcel de Berlin-Tegel. Ya no quiere hacer ninguna concesión al régimen de
terror de los nacionalsocialistas. Su defensa de la libertad ahora le puede costar la vida. Eso lo tiene claro. La familia y los amigos
en el mundo exterior están preocupados por su bienestar. En sus cartas compone su legado a ellos. Las Estaciones de la
Libertad envía a su compañero en el camino, Eberhard Bethge. No es un poema pulido, más bien un bosquejo que se propone a
revisar en el futuro, si alguno le quedaría. “Es que no soy poeta” agrega de forma lacónica. Pero esas líneas se meten debajo de la
piel del lector, aun así.
¿Cómo desarrolla uno que vive en prisión y tiene que contar con su pronta muerte, una visión de la libertad cristiana?
Primera estación: la libertad en ejercer la autodisciplina
Ya la primera palabra suena como una contradicción a la libertad: control. Pero visto más de cerca, Bonhoeffer describe una
experiencia general, vigente no sólo en situaciones extremas como la suya. El que se deja arrollar por sus sentimientos, el que
cede a cualquier ánimo y hace de sus genios diarios la norma de la vida, ciertamente está sin frenos, pero no está libre, no es
“dueño de la casa”. Eso no necesita mucha psicoanálisis. El que alguna vez se vio impactado por la fuerza de las propias emociones
luego de un arrebato de ira, percibe algo de la subyugación a la que le somete la falta de disciplina. Saber controlarse, trabajar
hacia metas a largo plazo, saber dominar a los genios, antipatías y emociones que surgen de forma espontánea, otorga libertad
interior.
Segunda estación: la libertad en optar por la acción correcta
De esta libertad interior nace la capacidad de actuar: de elegir no cualquier camino acción que promete resultados, sino el que
tiene como final de hacer lo que es “correcto”. Y ¿qué es lo correcto? La libertad de acción para Bonhoeffer no la tiene quien
tambalea de una opinión hacia la otra, no la tiene el que parlotea lo que otros dicen o quieren escuchar, no la tiene el que espera
a lo que otros van a hacer. Refugiarse en sueños, divertirse y buscar ocupaciones no esenciales, es bueno sólo cuando no nos sirve
para alejarnos de la dura realidad. Para Bonhoeffer, los hombres cristianos son gente que no tienen ilusiones en cuanto a la
realidad, pero los que, a pesar de ello, no se encogen de hombros ni dirigen la mirada hacia el otro lado. Sólo aquel que reúne el
coraje de intervenir puede tener la experiencia de dejarse sostener por la fe.
De todos modos, la libertad de la que habla Bonhoeffer no aparece desde un inicio. Más bien es el resultado de una actitud. La
actitud que precisa de toda la valentía para lanzarse a la incertidumbre. Entonces, la fe le presta sus alas. Así ya describió el
filósofo/teólogo protestante Søren Kierkegaard a la fe. El que queda como espectador sentado en primera fila, nunca dará el “salto
de la fe”, nunca se enterará como “la libertad recibirá a tu espíritu con júbilo”.
Tercera estación; la libertad en aceptar la propia impotencia
En la tercera estación termina toda la arrogancia de la fe. Pero Bonhoeffer encuentra una fuente de libertad también en el
sufrimiento. Aquí, en la experiencia existencial de impotencia y desmayo, donde hasta la última chispa de las ganas de vivir se
apaga, él ve que hay lugar para la libertad, la libertad que se encuentra en refugiarse en Dios. El que pueda ser débil e incapaz es
consolado, recibe la libertad de la obligación como una caricia suave. La libertad de la etapa de la acción decidida parece deficiente
comparada con la libertad que se encuentra en confiarse a alguien en persona entera, en carne y hueso, porque ahora la propia
capacidad ya no importa.
Según esta perspectiva, la libertad verdadera es para los débiles, los que, luego de pasar por las etapas de tomar control y elegir
la acción decidida, se ven obligados a ya no hacer nada. ¡Qué atropello para una sociedad orientada hacia la obtención de
resultados! Bonhoeffer desenmascara a lo que nos parece dinámico, lleno de energía y productivo como activismo, necesario para
ocultar el profundo vacío. Pero, ¡alto! Bonhoeffer no critica ni al control ni a la acción. Su sufrimiento se debe, precisamente, al
rumbo que eligió y en el que se puso en marcha. Sólo habla del hombre que, por haber sido fiel y haberse lanzado, ahora ya no
tiene ningún camino abierto. Habla como Pablo porque “cuando soy débil, soy fuerte”. Habla del ser humano al que queda sólo la
huida hacia adelante, hacia Dios. Habla de sí mismo.
Cuarta estación: la libertad en ver más allá del fin
Así se explica, pues, la etapa final. La libertad que llega junto con la muerte. Sacado desde el contexto, su posición podría leerse
como obsesión con la muerte. El que coquetea con la muerte de esta forma ya renunció a la libertad cristiana. Pero, de hecho, la
muerte ya se presentó a Bonhoeffer, ya la enfrenta cara a cara. Los que le amenazan quieren primero verlo aterrorizado para
gozar de su victoria. Los nazis se comportan como los dueños sobre vida y muerte. Al cantarle a la muerte como a amante deseada,
Dietrich Bonhoeffer les quita esta victoria. Su fe triunfa sobre la humillación que los tiranos le quieren hacer. Es su último acto de
rebelión en contra del mal: “Muerte, ¿dónde está tu aguijón? ¿Sepulcro, dónde está tu victoria?”
Puede ser que la pluma tiembla en manos de Bonhoeffer cuando coloca su bosquejo sobre papel. Tal vez lee en voz alta aquellas
líneas a la libertad, en la penumbre de su celda, dándose valor a sí mismo cuando el miedo le persigue. La libertad a la que se
acerca Bonhoeffer es la libertad que leerá en el rostro de Dios. Pocas veces durante los últimos siglos se ha hablado sobre la
esperanza cristiana en la resurrección de forma tan inmediata, tangible y corporal. Nada se deja a metáforas, nada se deja a
interpretaciones. Bonhoeffer expresa en palabras claras y transparentes su confianza en la promesa de Dios: donde otros sólo ven
al fin, el cristiano finalmente ha llegado a la libertad.
La libertad cristiana según Bonhoeffer: su significado
Hace poco más de 70 años que murió Dietrich Bonhoeffer. Pero no es su muerto, y la forma admirable con la que se enfrentó a
sus verdugos, sin retractarse ni quebrantarse; es su vida y la de muchos otros -hayan terminado igual que él o hayan podido
continuar su existencia-, lo que nos ilustra “ser protestante” en nuestros días.
Para muchos dogmáticos reformados, para fundamentalistas y literalistas bíblicos, ni Bonhoeffer ni Barth, su líder y maestro en el
movimiento de la Iglesia confesante, cuentan entre los de doctrina ortodoxa. Puede ser. La pregunta que debemos plantearnos,
la de la “vida real”, es otra. La pregunta es si los que dicen o decimos tener la ortodoxia pasaríamos el examen. No es un examen
de las obras; es el examen de la fe.
Nuestra fe, ¿nos equipa con suficiente control? Leyendo algunos comentarios en redes sociales, el autodominio no
alcanza para impedir la manipulación, la ofensa, la agresión.
Nuestra fe, ¿nos conduce a dar el “salto de la fe” en todo momento? Ser pragmático no está malo, pero es necesario
revisar si el pragmatismo acaso nos dirige más en atender al interés propia que a lo que es la acción “correcta”.
Nuestra fe, ¿nos permite reconocer cuando es tiempo de sufrir? Mucho ha tomado la iglesia del continente del modelo
social americano, donde el éxito es señal de tener razón y el insulto mayor consiste en llamar a alguien “perdedor”. La oración de
la iglesia se ha convertido en declaraciones dirigidas a evitar el sufrimiento a todo costo.
Nuestra fe, ¿nos hace aceptar la muerte como ganancia? Tal vez no, porque tal vez nuestra vida ya no es Cristo.
Bonhoeffer nos recuerda que, tarde o temprano, el cristiano tiene que decir sí a estas preguntas y, por ende, asumir la libertad
plena.
LA LIBERTAD CRISTIANA SEGÚN LUTERO
By Brigitta Deistler | Octubre 9, 2017 | Comments1 Comment
La libertad de un hombre cristiano
Esta obra de Lutero hace parte de la lista de Escritos Principales de la Reforma. En ella, el autor habla claro porque tiene una
teología clara. Absolutamente todo lo sustenta bíblicamente, ante todo desde las epístolas paulinas, pero no solo de manera
textual sino mayormente temático.
Liberados del fracaso de la obediencia
La libertad anunciada por Lutero partiendo de su examen del Nuevo Testamento es exclusiva para aquellos que creen que por
medio de Cristo recibieron justificación delante de Dios sin que primeramente tuvieron labrarse un derecho a ella mediante
“buenas obras”. Bajo “buenas obras”, Lutero entiende obras religiosas: tanto ejercicios de la piedad como, también, la conducta
frente a los demás. Lutero comprende la libertad cristiana en primer lugar como una liberación de parte de Dios de todas las
exigencias y presiones religiosas. Tomar conciencia plena de esta libertad, así fue la más profunda convicción de Lutero, transforma
la actitud del ser humano cristiano no solo para con Dios, al que ahora puede enfrentarse con amor en lugar de con miedo, sino
también para consigo mismo y los demás.
Para consigo mismo porque con todos sus fracasos inevitables frente a las demandas de otros -de por sí también legitimizados
por Dios- el cristiano ya no se verá ni juzgado ni detenido por su fracasos: en este sentido Lutero habla de la fe como confianza.
Y la actitud frente a los demás es cambiada en cuanto el cristiano ya no tiene que degradarlos como objetos sobre los cuales
ejecutar su piedad, por ejemplo como receptores de limosnas que sirven para demostrar la misericordia de uno.
La fe transforma el querer y el hacer
Solo los creyentes se encuentran habilitados a dejar de instrumentalizar otros seres humanos para fines de su propia
bienaventuranza eterna (o de la autoimagen positiva), sino tener un encuentro con ellos, de forma que lleguen a visualizarse como
con personas de derechos e intereses propios, con necesidades legítimas.
Lutero incluso va un paso más allá. Los creyentes no solo pueden hacerlo, también lo quieren hacer y lo hacen con toda su fuerza.
En caso contrario, Deben cuestionarse si realmente tienen fe. Porque la conciencia de la libertad cristiana tiene que tener tal
efecto en la actitud del hombre cristiano renuncia a poner su bienestar personal como meta de su actuación. Ya sabe que ahora,
gracias a la acción de Dios, no hay necesidad de eso. El objetivo es más bien el bienestar de otros, incluyendo a los “enemigos”.
Así que para Lutero, el amor -entendido tanto como amor al próximo como amor al enemigo- es la consecuencia de la fe en la
justificación recibida. La fe, sencillamente, nos hace buenos.
Es una característica decisiva de la libertad cristiana que el hombre cristiano no tiene que orientarse de acuerdo a un catálogo de
logros morales, sino que en cualquier situación dada juzgará por sí mismo lo que es lo correcto -lo más amoroso. Por ende, la
libertad cristiana apunta a la autonomía y se manifiesta en la libertad de conciencia. Quiere decir que en una y misma situación
dada, dos personas cristianas pueden proceder de formas distintas sin que uno de los dos -o ambos- podrá ser cuestionado en su
autoidentificación del ser cristiano. A menos que se trata de una transgresión del mandamiento del amor. Si esto fuera el caso o
no, casi siempre solo lo puede juzgar el individuo mismo, ya que, como Lutero lo dice “a nadie se le puede mirar dentro del
corazón”.
La libertad cristiana según Lutero: su significado
Lutero extrae del texto una perspectiva triple sobre la situación del hombre cristiano (siempre en el sentido alemán de hombre
como ser humano, no como género).
Primero.- Es muy difícil juzgar desde fuera si una acción es un acto de amor cristiano o no. La autoridad de interpretación
la tiene, en primer lugar, el creyente mismo.
Segundo.- Ningún ser humano puede vivir sin actuar; como consecuencia, no existe situación, aunque carezca de
importancia, exento de significado ético. Levantar una paja del camino, así el ejemplo famoso de Lutero, puede ser una buena
obra, en caso de que se haga por amor por otro, respectivamente desde la convicción que no es necesario para ser justificado.
Tercero.- El bien -en el sentido del amor cristiano- no se deja cuantificar; no está sujeto a una competencia de superación.
En un tiempo donde muchos creyentes perciben la Libertad cristiana sólo en términos de libertad de culto -la que, por supuesto,
también debe reclamar y así como la debe conceder-, es liberador volver a entender este concepto central de la fe bajo la luz de
nuestra relación con Dios. Porque en este sentido la libertad cristiana es única, no la puede tener sino el que cree en Jesucristo y
es privilegio del creyente el que se somete porque así lo quiere.
Dios, en su soberanía, tiene el poder de hacer todo lo que quiere. Pero sólo quiere hacer lo que está dentro de su perfección en
amor y justicia de amor. En este último punto, la libertad en Cristo nos abre un vistazo a lo que significa ser como Dios.
Así suena la frase más famosa del tratado De libertate christiana o Von der Freiheit eines
Christenmenschen – “De la Libertad del Hombre Cristiano”. Bajo este título resumió Marín Lutero su clamor por la libertad del ser
humano en fe, acción y actitud. Sus contemporaneos escucharon en este llamado cosas diversas, como por ejemplo, en cuanto a
la posición del individuo frente a las autoridades eclesiásticas y seculares. De la libertad individual también se deduce la libertad
de conciencia, la que hasta hoy -y hoy más que nunca- rige la convivencia entre Iglesia y Estado en la sociedad.
La apelación a la conciencia moral en contra de las autoridades estatales y eclesiales es la escena nuclear de la Dieta de Worms en
1521 y de impacto de gran transcendencia: el despertar del pénsamiento autónomo. Los hombres comenzaron a descubrir
en grado cada vez mayor su propia personalidad y capacidad frente al estado y la iglesia. Al colocar la responsabilidad personal y
la decision de conciencia de cada uno en posición central, la Reforma anunció el fin del poder absoluto de las autoridades.
No obstante, hasta la realización plenaria de este concepto hay un camino largo con muchos desvíos y retrocesos, aun dentro del
mundo cristiano y hasta el día de hoy. Más importante, entonces, preguntarnos por el significado de lo escrito por Lutero sobre
este concepto central, en cuanto a nuestra propia relación con la libertad dentro de nuestro propio contexto.
El trasfondo
Desde el Imperio de la Iglesia, es decir, desde que se estableció como religion del Imperio Romano (380), y a lo largo de toda la
Edad Media, el cristianismo se considera como orden sacro dentro del cual cada ser humana ocupa una posición fija, prescrita
por Dios. La Iglesia como un todo gozaba, por supuesto, de la libertad a fijar este orden según parámetros esablecidos por ella
(en contraste con el judaísmo que se regía según una ley divina muy detallada). Empero el creyente individual debía
subordinarse para encajar en este orden. Sólo mediante esta subordinación y el cumplimiento de las múltiples obligaciones
formales que definía la Iglesia, le fue posible al cristiano participar de la salvación por Cristo; así lo enseñaba hasta entonces la
doctrina de la redención.
Para Lutero y los reformadores que le siguieron, esto era contrario al sentido de religion: “Aun cuando por tantas buenas obras
estuvieras sobre pie todo el tiempo, todavía no serías justificado ni darías honor a Dios, así que no cumplieras el primer
mandamiento”. Con esto, la religion actúa en contra de la libertad terrenal individual y solo le remite al creyente a una vida mejor
y justa en al más allá. A esta perspectiva Lutero contrapone el concepto extraido de los escritos paulinos: que el hombre cristiano
tiene que ser libre precisamente en el Aquí y Ahora. Lo sustenta con que no es por las obras sino únicamente por la fe que el
hombre alcanza la justificación.
La libertad cristiana: su significado
Dentro de la historia humana, el tratado de Lutero traza la línea que separa el pensamiento medieval del pensamiento moderno.
Al postular el sumario de las libertades cristianas las presenta no como independientes una de la otra, sino como una secuencia
lógica de argumentación. Esto no solo según la comprensión de una lectura después del siglo XX; ya sus contemporaneos
comprendieron la conexión entre libertad religiosa y las demás libertades culturales, intelectuales, sociales, económicas y
políticas. El pensamiento central significa un revolcón total en la relación entre religion y libertad individual.
Una mirada a la historia es suficiente para darnos cuenta que ni el reformador, ni la Reforma, ni los hijos de la Reforma entre
cuyos bisnietos figuramos, lograron implantar este concepto grandioso del Evangelio. Una tras otra vez fracasa la Iglesia a vivir
hasta la altura de su libertad y cada vez lo paga más caro con la pérdida de su influencia. Incluso donde los numeros parecen
indicar lo contrario, está claro que las multitudes que se reúnen en los estadios y templos ni conocen ni se interesan por la libertad
en Cristo que se les concede como privilegio y como responsabilidad.
Y sin embargo, es el ejercicio de esta libertad, tan caramente comprado por el Señor Jesucristo, lo que da validez a la decisión
de obedecerle.
LA RESPONSABILIDAD DE PENSAR
Martillazos con repercusión permanente
Los metros cuadrados más famosos de Wittenberg son los del portal de la Iglesia del Castillo. Se dice que aquí, el 31 de octubre de
1517, Martín Lutero clavó sus 95 Tesis. A pesar de que falta la afirmación absoluta de este acto como hecho histórico, la fama de
Wittenberg como “la ciudad de Lutero” está bien fundamentada.
UNIDAD Y DIVISIÓN
La Confesión en la Dieta de Augsburgo
La Confessio Augustana (CA), también Augsburger Bekenntnis (A.B.) o Confesión de Augsburgo, es la fundamental declaración de
fe de los Estados Imperiales luteranos a su creencia religiosa. Fue presentado por los Estados de la reforma luterana en la Dieta de
Augsburgo de 1530 al Emperador Carlos V. Fue la base de los diálogos sobre religión, fundamento de la Liga de Esmalcalda, base
para la tolerancia de Paz de Augsburgo. Hasta hoy pertenece al conjunto de los escritos confesionales de las iglesias luteranas; en
la versión de 1540 (Variata) también de las iglesias reformadas.