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El esposo y la esposa: ¿hablan en realidad lenguajes distintos?

IMAGÍNESE que Carlos entra en la oficina de Juan cabizbajo y con aspecto apesadumbrado,
sin poder disimular su profunda preocupación. Juan mira bondadosamente a su amigo y espera a
que hable. “No sé si podré cerrar esta transacción —suspira Carlos—. Hay tantos obstáculos, y la
dirección me está presionando mucho.” “¿Por qué te preocupas, Carlos? —pregunta Juan en tono
positivo—. Sabes bien que eres el más cualificado para este trabajo, y la dirección también lo sabe.
Tómate el tiempo que necesites. ¿Te parece que este es un problema? Pues bien, precisamente el
mes pasado...” Juan le cuenta los detalles graciosos de un pequeño fracaso que él tuvo, y poco
después su amigo sale de la oficina riéndose y aliviado. Juan se alegra de haberle podido ayudar.
Imagínese también que cuando Juan llega a casa aquella tarde se da cuenta enseguida de que
Silvia, su esposa, está disgustada. La saluda con especial jovialidad y luego espera a que le
cuente por qué está así. Tras un tenso y sepulcral silencio, Silvia dice bruscamente: “¡Ya no lo
resisto más! ¡Este nuevo jefe es un tirano!”. Juan le pide que se siente, la abraza y le dice: “Cariño,
no te disgustes tanto. Piensa que no es más que un empleo. Los jefes son así. Tendrías que haber
oído cómo vociferaba hoy el mío. Pero si tanto te afecta, deja ese trabajo”.
“¡Ni siquiera te importa cómo me siento! —replica Silvia—. ¡Nunca me escuchas! ¡No puedo
dejar el trabajo! ¡Tú no traes suficiente dinero a casa!” Tras decir eso, se va corriendo al dormitorio
y rompe a llorar desconsoladamente. Sorprendido, Juan se queda de pie frente a la puerta cerrada,
sin entender lo que ha pasado. ¿Por qué han provocado reacciones tan distintas las palabras de
consuelo de Juan?
¿Se debe a la diferencia de sexo?
Hay quienes responderían que la reacción fue diferente por un simple detalle: Carlos es un
hombre, y Silvia, una mujer. Los lingüistas creen que los problemas de comunicación en el
matrimonio muchas veces se deben a la diferencia de sexo. Libros como You Just Don’t
Understand (No comprendes) y Men Are From Mars, Women Are From Venus (Los hombres son
de Marte, y las mujeres, de Venus) fomentan la teoría de que los hombres y las mujeres, aunque
hablen el mismo idioma, tienen estilos de comunicación diferentes.
Indiscutiblemente, cuando Jehová creó a la mujer a partir del hombre, ella no era solo un
modelo ligeramente revisado. El hombre y la mujer fueron ideados de manera exquisita y
cuidadosa para complementarse mutuamente en sentido físico, emocional, mental y espiritual. A
estas diferencias innatas hay que añadir las complejidades de la crianza y la vida de cada uno, así
como el efecto moldeador que ejerce la cultura, el ambiente y el modo que tiene la sociedad de ver
lo masculino y lo femenino. Debido a estas influencias se pueden aislar ciertos patrones
característicos del modo de comunicarse el hombre y la mujer. Claro está que ni el “hombre típico”
ni la “mujer típica” son fáciles de encontrar, y puede que solo existan en las páginas de los libros
de psicología.
Las mujeres se caracterizan por su sensibilidad, aunque hay muchos hombres que son
extraordinariamente cariñosos en su trato con los demás. Puede que el razonamiento lógico se
atribuya más a los hombres; sin embargo, las mujeres muchas veces son de mente aguda y
analítica. De modo que aunque resulta imposible decir que un rasgo en particular es
exclusivamente masculino o estrictamente femenino, una cosa sí es cierta: el ver los asuntos como
los ve otra persona puede marcar la diferencia entre una coexistencia pacífica y una guerra abierta,
especialmente en el matrimonio.
La comunicación dentro del matrimonio plantea diariamente una enorme dificultad. Muchos
maridos perspicaces atestiguarían que la pregunta engañosamente sencilla: “¿Te gusta mi nuevo
peinado?”, puede estar repleta de peligros. Cuando su marido se pierde durante un viaje, muchas
esposas diplomáticas aprenden a no decir continuamente: “¿Por qué no preguntas a alguien?”. En
lugar de minimizar las aparentes peculiaridades del cónyuge y aferrarse con obstinación a las
propias argumentando “es que soy así”, los cónyuges que se aman no se rigen por las apariencias,
sino que buscan lo que hay detrás. Eso no significa que cada uno deba estudiar fríamente el estilo
de comunicación del otro; más bien, es cuestión de ver con cariño lo que la otra persona siente y
piensa.
Tal como cada persona es diferente, también lo es cada unión de dos seres en el vínculo
matrimonial. En vista de nuestra naturaleza humana imperfecta, el verdadero acuerdo de dos
mentes y dos corazones no se produce por accidente; requiere mucho esfuerzo. Por ejemplo, es
muy fácil suponer que los demás ven las cosas igual que nosotros. Con frecuencia satisfacemos
las necesidades de otros como nos gustaría que satisficieran las nuestras, tratando quizás de
poner en práctica la regla áurea: “Por lo tanto, todas las cosas que quieren que los hombres les
hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos”. (Mateo 7:12.) Sin
embargo, Jesús no quiso decir que lo que usted quiere también debe bastar a los demás, sino que
así como a usted le gustaría que otros le dieran lo que usted necesita o desea, usted debería dar a
otros lo que ellos necesitan. Esto es fundamental especialmente en el matrimonio, pues ambos
cónyuges han hecho el voto de satisfacer las necesidades del otro lo mejor que puedan.
Silvia y Juan hicieron ese voto, y los dos años que llevan casados han sido felices. Sin
embargo, aunque piensan que se conocen muy bien, a veces se presentan situaciones que revelan
un incipiente problema de comunicación que las buenas intenciones por sí solas no pueden
solventar. “El corazón del sabio hace que su boca muestre perspicacia”, dice Proverbios 16:23. En
efecto, la clave está en mostrar perspicacia en la comunicación. Veamos cómo eso les puede
ayudar a Juan y a Silvia.
Cómo ve las cosas el hombre
Juan se mueve en un mundo competitivo en el que todo hombre, en una situación dada, debe
ocupar su lugar en un orden social: el de subordinado o el de superior. La comunicación sirve para
fijar su posición, competencia, experiencia o valor. La independencia es de suma importancia para
él. Por eso, cuando le dan órdenes de una manera exigente, Juan nota que se resiste. Ante la
insinuación de que “no está haciendo su trabajo” se rebela, aunque lo que se le pide sea lógico.
Juan conversa básicamente para intercambiar información. Le gusta hablar de hechos, ideas y
cosas nuevas que ha aprendido.
Cuando escucha, raras veces interrumpe al que habla, ni siquiera con expresiones breves de
asentimiento, como “claro” o “sí”, porque está absorbiendo información. Pero si está disconforme,
posiblemente no dude en decirlo, en particular a un amigo. Así demuestra que le interesa lo que su
amigo tiene que decir, explorando todas las posibilidades.
Si tiene un problema, prefiere encontrar la solución por sí mismo. Por eso quizás se aparte de
todos y de todo. O puede que trate de relajarse con alguna diversión para olvidarse temporalmente
del asunto. Solo hablará de él si quiere que le aconsejen.
Si un hombre acude a él con una inquietud, como hizo Carlos, se da cuenta de que su deber es
ayudarle, pero procurando que su amigo no se sienta como un incompetente. Por lo general,
además del consejo le contará alguna dificultad que él haya tenido para que su amigo vea que
no es el único, que no está solo.
A Juan le gusta participar en actividades con sus amigos. El compañerismo significa para él
hacer cosas juntos.
Ve el hogar como un refugio del mundo exterior, un lugar donde ya no tiene que hablar para
demostrar lo que es, donde se confía en él, se le acepta, se le ama y se le aprecia. Aun así, de vez
en cuando nota que necesita estar solo. No tiene nada que ver con Silvia ni con nada que ella haya
hecho. Simplemente necesita estar un rato a solas. Le cuesta revelar a su esposa sus temores,
inseguridades y sufrimientos. No quiere preocuparla. Su responsabilidad es cuidar de ella y
protegerla, y necesita que ella confíe en que él lo hará. A pesar de que desea recibir apoyo,
no quiere compasión. Esta le hace sentirse incompetente o inútil.
Cómo ve las cosas la mujer
Silvia se ve en un mundo de relaciones sociales con otros. Para ella es muy importante forjar y
fortalecer los vínculos de dichas relaciones. La conversación es una manera importante de
fomentar y confirmar la intimidad.
La dependencia es algo natural para ella. Se siente amada si Juan le pregunta su opinión antes
de decidir algo, si bien desea que sea él quien lleve la delantera. Cuando tiene que tomar una
decisión, le gusta consultar a su marido, no necesariamente para que le diga lo que tiene que
hacer, sino para mostrarle que cuenta con él y le tiene confianza.
A ella le cuesta mucho decir abiertamente que necesita algo. No quiere molestar a Juan o
hacerle pensar que no es feliz. Más bien, espera que él se dé cuenta, o bien suelta alguna
indirecta.
En las conversaciones, le intrigan los pequeños detalles y hace muchas preguntas. En vista de
su sensibilidad y vivo interés en la gente y las relaciones humanas, esta es una reacción natural.
Cuando escucha a alguien, asiente con la cabeza, y de vez en cuando le interrumpe con
exclamaciones o preguntas para demostrarle que está escuchando y le interesa lo que se le dice.
Se esfuerza mucho por saber intuitivamente lo que la gente necesita. Ofrecer ayuda sin que se
la pidan es una hermosa manera de manifestar amor. Desea sobre todo ayudar a su esposo a
madurar y mejorar.
Cuando tiene un problema, quizás se sienta abrumada. Se ve en la necesidad de hablar,
no tanto para buscar una solución como para expresar sus sentimientos. Necesita saber que
alguien la entiende y se interesa en ella. Cuando sus emociones se alteran, generaliza y hace
afirmaciones tajantes y exageradas. Cuando exclama: “¡Nunca me escuchas!”, no lo dice en el
sentido pleno de la expresión.
Su mejor amiga de la infancia no era aquella con la que hacía cosas, sino aquella a la que se lo
contaba todo. Por eso, al casarse, no está tan interesada en salir y participar en diferentes
actividades como en poder contar con alguien que le escuche con empatía y con quien compartir
sus sentimientos.
El hogar es un lugar donde puede hablar sin ser juzgada. No duda en revelar sus temores y
preocupaciones a Juan. Si necesita ayuda, no le avergüenza admitirlo, pues confía en que su
marido está allí para ayudarla y se interesa lo suficiente como para escucharla.
Normalmente se siente amada y segura en su matrimonio. Sin embargo, de vez en cuando, sin
ninguna razón aparente empieza a sentir inseguridad y que le falta cariño, y necesita con urgencia
que su esposo le repita que la quiere y le ofrezca compañerismo.
Sí, Juan y Silvia se complementan, pero son muy distintos. Las diferencias entre ellos crean la
posibilidad de serios malentendidos, aun cuando ambos hagan todo lo posible por amar y apoyar a
su cónyuge. Si pudiésemos oír lo que cada uno pensaba durante la situación mencionada al
principio, ¿qué cree que habrían dicho?
Lo que vieron a través de sus propios ojos
“Tan pronto como abrí la puerta, me di cuenta de que Silvia estaba disgustada —diría Juan—.
Supuse que me diría la razón cuando fuese el momento. El problema no me pareció tan grave.
Pensaba que se sentiría mejor si podía ayudarla a ver que no tenía que estar tan disgustada y que
la solución era sencilla. Me dolió mucho oírla decir ‘que nunca la escucho’. Me sentí como si me
estuviera culpando de toda su frustración.”
“Todo el día me han salido mal las cosas —explicaría Silvia—. Sabía que no era culpa de Juan.
Pero cuando entró tan jovial, sentí que estaba pasando por alto el hecho de que estaba
disgustada. ¿Por qué no me preguntó lo que me pasaba? Una vez que le expliqué el problema,
básicamente dijo que me estaba comportando como una tonta, que era algo insignificante. En lugar
de decir que comprendía cómo me sentía, Juan, el ‘arreglalotodo’, me ofreció una solución. Yo
no quería soluciones, ¡quería comprensión!”
A pesar de lo que estas diferencias temporales pudieran dar a entender, Juan y Silvia se
quieren mucho. ¿Qué les puede ayudar a expresar su amor con más claridad?
Ver los asuntos a través de los ojos del otro
Juan pensaba que preguntar a Silvia lo que le pasaba sería entremeterse en sus asuntos, de
ahí que obrara con ella como le hubiera gustado que obraran con él. Esperó a que ella misma se
expresara. Ahora Silvia no solo estaba disgustada por el problema, sino también porque parecía
que él no le daba el apoyo que ella le pedía. No vio su silencio como una muestra de bondad y
respeto, sino como una falta de interés. Cuando por fin habló, Juan la escuchó sin interrumpirla.
Pero ella pensó que él no captaba sus sentimientos. Entonces, en lugar de mostrar empatía, su
esposo le ofreció una solución. Para ella fue como si le hubiese dicho: ‘Tus sentimientos
no cuentan; estás tomándotelo demasiado en serio. ¿No ves qué solución tan sencilla tiene este
problemita?’.
¡Qué diferente habría sido si cada uno hubiera podido ver las cosas como las ve el otro! La
situación pudiera haberse desarrollado así:
Al regresar a casa, Juan encuentra a Silvia disgustada. “¿Qué te pasa, cariño?”, le pregunta en
tono bondadoso. Ella empieza a llorar y le cuenta lo que le ocurre. Silvia no dice: “¡Todo es culpa
tuya!”, ni insinúa que él no cumple bien con su responsabilidad. Juan la estrecha contra sí y
escucha con paciencia. Cuando ella termina, le dice: “Lamento que te sientas de este modo.
Entiendo por qué estás tan disgustada”. Silvia responde: “Muchas gracias por escucharme. Me
siento mucho mejor sabiendo que me comprendes”.
Lo triste es que muchos matrimonios optan por poner fin a su relación mediante el divorcio en
lugar de resolver sus desacuerdos. La falta de comunicación es culpable de desbaratar muchos
hogares. Estallan discusiones que sacuden los mismos cimientos del matrimonio. ¿Cómo sucede
todo eso? En el siguiente artículo se explica cómo sucede y cómo impedir que suceda.

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