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1857 - 1886
Fue Buenos Aires quien logró poner en funcionamiento, por primera vez en la
Argentina, una línea férrea. En agosto de 1857 se inauguró el primer tramo, muy corto por
cierto, de lo que se denominaría Ferrocarril Oeste (FCO). La empresa fue promovida por un
grupo de comerciantes y hombres de negocios de Buenos Aires que obtuvieron una
concesión del gobierno provincial y la autorización para constituir una sociedad por
acciones. Pero su colocación en los inversores locales fue muy difícil y las obras pudieron
continuar y la línea inaugurarse gracias al apoyo económico de las autoridades. La
tecnología fue traída de Gran Bretaña. De ese origen fue el empresario constructor y de
Inglaterra vino el primer material rodante.
En 1862, una ley autorizó al Poder Ejecutivo provincial a comprar las acciones de
particulares. Estos percibieron todas las sumas invertidas más un 6% anual de interés sobre
ellas. Pero, para ese entonces, la mayor parte del capital suscripto ya pertenecía al Estado,
que también había adelantado fondos, a través del Banco de la provincia, para financiar
obras. El FCO se organizó así como empresa estatal con un directorio designado por
decreto del gobernador. Sin embargo, esto no significó un cambio de conducción ya que
muchos de los directores designados por los accionistas anteriores continuaron en su cargo.
Hacia fines de la década de los años sesenta el FCO volvió a extender sus vías. A la
construcción de pequeños circuitos en la propia Ciudad de Buenos Aires, se agregó un
ramal hasta Lobos, hacia el sudoeste, que permitía aumentar la zona servida y frenar la
penetración de una línea competidora. También se propuso impulsar la construcción de la
línea principal hacia el oeste hasta alcanzar la Cordillera de los Andes y la frontera con
Chile. Aún cuando este proyecto, presente desde la fundación de la compañía, pronto se
abandonó, luego de algunos estudios, la empresa creció. Alcanzó los 240 kilómetros de
extensión en 1871, 329 en 1874 y 380 en 1879. A su servicio ingresaron algunos de los
primeros ingenieros graduados en la Universidad de Buenos Aires y en el seno de la
compañía se crearon escuelas para técnicos. Por su extensión, por su movimiento (el FCO
participaba en 1879 con el 27% del producto de todas las empresas ferroviarias del país) y
por su rendimiento (sus rendimientos siempre habían sido superiores a los del promedio de
la red) la empresa resultaba ser de las más importantes.
Sin embargo, los acontecimientos de 1880 perturbaron la vida del FCO. El gobierno
nacional, enfrentado con el provincial por motivos electorales, intervino en el Estado local,
desplazó sus autoridades y nacionalizó a la Ciudad de Buenos Aires para convertirla en
Capital Federal. La Provincia, profundamente sacudida por todo ello, se vio obligada a
fundar una nueva ciudad que sirviera de sede a su gobierno, la que se denominó La Plata, a
50 kilómetros al sur de Buenos Aires. El FCO, como ferrocarril provincial, vio trasladado
su directorio a La Plata y se empeñó en nuevas construcciones, económicamente
discutibles, a fin de reorientar su red hacia la nueva sede de las autoridades provinciales.
Por otra parte, la Provincia participó de la euforia por las obras públicas que caracterizó al
país en esos años. En base a endeudamiento externo comenzó a construir la nueva ciudad
de La Plata, con edificios públicos inmensos y suntuosos, el nuevo puerto de La Plata, con
un Dock Central profundo y enorme, y ramales del FCO para cubrir, además de la periferia
de La Plata, zonas del norte y sur de la Provincia. El excesivo endeudamiento, al que siguió
pronto corrupción y desorden administrativo, no podía tener buenos resultados. El FCO
siguió siendo uno de los ferrocarriles más importantes. Su red pasó de 380 kilómetros en
1879 a 831 en 1886. En ese año participó con el 19% del producto bruto de todas las
empresas ferroviarias. Pero, como un anuncio de lo que ocurriría en 1890, en 1885, por
primera vez, su rendimiento fue inferior al promedio general.
La Provincia de Buenos Aires buscó construir su sistema ferroviario no sólo en base
a la acción directa estatal sino también mediante concesiones a empresas privadas. De
éstas, la que mayor éxito tuvo fue la Compañía del Ferrocarril Gran Sud de Buenos Aires,
comúnmente conocida como Ferrocarril Sud (FCS). En 1862 la Legislatura de la Provincia
otorgó a un promotor intermediario, Edward Lumb, que formaba parte de la colectividad
británica asentada en el Río de la Plata desde años atrás, el privilegio de construir una línea
férrea desde Buenos Aires a Chascomús, de 114 kilómetros de longitud. Como incentivo
para los inversores el gobierno garantizaba un beneficio mínimo de 7% anual, durante 40
años, sobre una inversión máxima de £700.000. El promotor logró constituir en Londres
una sociedad que colocó sus títulos con relativa facilidad. Se contrató para la construcción
de las vías y provisión del material rodante al afamado empresario inglés Samuel M. Peto,
asociado con Edward L. Betts. Desde el comienzo el FCS anduvo bien encaminado. A fines
de 1865 había ya inaugurado toda la línea a Chascomús. El tráfico fue importante desde el
inicio. En 1866 su producto bruto participaba con el 29% del total nacional y esa
participación se mantuvo, por lo menos hasta 1890, en alrededor del 30%. El rendimiento,
en consecuencia, fue bueno y pronto la empresa ganó lo suficiente como para prescindir de
la garantía estatal, que fue rescindida de común acuerdo en 1869. La longitud de las vías se
mantuvo invariable hasta 1870, pero luego inició una continua expansión que pronto
convirtió al FCS en la primera empresa. Esta fue asegurándose una zona exclusiva. Avanzó
hacia el sudoeste con su ramal a Las Flores y Azul, adonde llegó en 1876. Siguió
avanzando hacia el sur, hasta Dolores en 1874 y de allí a Maipú y Ayacucho (1880). Su red
alcanzaba entonces los 563 kilómetros.
La década de los ochenta fue excelente para el FCCA. Aunque no extendió su red, el
tráfico fue en constante aumento y llegó a tener rendimientos sorprendentes: 14,7% en
1883; 16,8% en 1884; 13% en 1885; 12,4% en 1886.
El gobierno nacional, hacia fines de los años sesenta, cuando se acercaba el fin de la
guerra con el Paraguay y su administración comenzaba a aparecer organizada, incursionó
en el campo ferroviario con recursos fiscales. No fue producto de una posición doctrinaria,
contraria a los servicios públicos en manos del capital privado, sino más bien la timidez de
éste para lanzarse a nuevas obras y la impaciencia de los gobernantes que querían ver a la
Argentina surcada de rieles. Dos líneas fueron construidas por el Estado nacional, ambas
con empalmes con el FCCA. En 1873 se habilitó el primer tramo de lo que se llamaría
Ferrocarril Andino (FCA), de Villa María, en la línea de Rosario a Córdoba, a Río Cuarto.
En 1875 los trenes llegaron a Villa Mercedes, en San Luis. La construcción se había hecho
mediante contratistas de origen británico. Desde 1881 a 1885 se fueron habilitando nuevas
secciones que llevaron al FCA hasta las ciudades de San Luis, Mendoza y San Juan. Estas
fueron construidas por el propio Estado por administración. Con 767 kilómetros de vía en
1886 este ferrocarril participaba con el 13,14% del total nacional, aunque su movimiento
era bastante inferior: sólo participaba con el 5,2% del producto bruto general. Sus
rendimientos no eran buenos. La otra línea comenzó a prestar servicios en 1875 al
habilitarse el primer tramo del recorrido Córdoba a Tucumán. Se la denominó Ferrocarril
Central Norte (FCCN). En 1876 quedó concluido todo el trayecto. Había sido construido
por un empresario italiano por cuenta del Estado. Los materiales habían sido importados en
su mayor parte de Gran Bretaña. A partir de 1880 la línea comenzó a extenderse hacia el
norte para llegar a las ciudades de Salta y Jujuy, pero el terreno montañoso, con el que se
enfrentaban por primera vez los ingenieros ferroviarios argentinos, demoró el avance de las
vías. Se construyeron, por otra parte, ramales para conectar la línea principal con las
provincias de Santiago del Estero, a cuya capital llegó el tren por primera vez en 1884, y a
Catamarca. La vía hasta Chumbicha, en esta Provincia, se habilitó en 1886. Todas estas
obras se hicieron por administración. Por su extensión en 1886 el FCCN era una empresa
importante. Sus 1110 kilómetros significaban el 19% del total de la red. Pero su tráfico era
algo menor. El producto bruto en ese año importaba el 8,8% del total. Su rendimiento fue
irregular y, en general, mediocre.
Producto de una concesión nacional, otra línea ferroviaria, construida con capitales
británicos, el Ferrocarril Argentino del Este (FCAE), se había habilitado entre 1874 y 1875
desde Concordia, en la Provincia de Entre Ríos, y Monte Caseros, en la Provincia de
Corrientes. Se trataba de un trayecto de sólo 155 kilómetros. Fue mal concebida y peor
ejecutada y administrada. La empresa se convirtió en una rémora para el gobierno, que
hubo de entregar ingentes sumas en concepto de garantía, y para los accionistas, que
hicieron un mal negocio.
La Nación tuvo más dificultades que la Provincia de Buenos Aires para poner en
marcha su sistema ferroviario. Además, las empresas que instaló, por concesión a
particulares o dentro de la administración estatal, no llegaron al grado de eficiencia que
tuvieron el FCO y el FCS. El FCO fue concebido como una empresa en sí misma; luchó
por hacerse de una zona exclusiva; compitió con las empresas vecinas y mas allá de algunas
dudas acerca de su función de fomento de otras actividades económicas, su directorio se
preocupó por hacerlo rentable. Los ferrocarriles estatales nacionales, el FCA y el FCCN,
nunca fueron administrados con criterio empresario, salvo excepciones y por eso su
rendimiento fue bajo. Mal administrados y subordinados a intereses políticos y económicos
ajenos a ellos, no constituyeron ejemplos a seguir. Hay que reconocer que, a diferencia de
Buenos Aires, por un lado, la Nación pretendió extender sus vías sobre territorios desiertos
y sin actividad económica alguna y lo hizo a fin de vertebrar el país uniendo las capitales de
provincia. Por otro lado, no contaba en los comienzos con una administración pública
organizada como la porteña ni con un portentoso agente financiero como el Banco de la
Provincia de Buenos Aires.
En los años ochenta dos provincias más se habían lanzado a la actividad ferroviaria;
Santa Fe otorgó una concesión a una empresa local, el Ferrocarril Oeste Santafecino
(FCOSF), que se inauguró en 1883; y empezó a construir otras líneas con el crédito externo
provincial, el llamado Ferrocarril Provincia de Santa Fe (FCPSF), abierto al público a partir
de 1885. Con el mismo mecanismo de financiación del FCPSF, la Provincia de Entre Ríos
estaba construyendo lo que se daría en llamar Ferrocarril Central Entrerriano (FCCER),
habilitado recién a partir de 1887. En 1886 había en la Argentina 5.826 kilómetros de líneas
férreas abiertas al servicio público. De ellos, el 59% correspondían a empresas en
jurisdicción nacional, el 37% en la órbita de la Provincia de Buenos Aires y 4% en la de
Santa Fe. El producto bruto de los ferrocarriles nacionales alcanzaba al 41% y el 59%
restante era de los ferrocarriles porteños. El producto de los de Santa Fe era insignificante.
A comienzos de 1886, con la inauguración del tramo de Campana a Rosario del FCBAR,
los sistemas ferroviarios de Buenos Aires y nacional quedaron unidos. Ello, sumado a la
política centralizadora del gobierno federal llevaría en los años siguientes a la desaparición
de los sistemas autónomos.
Desde que comenzaron a circular los trenes desalojaron al único medio de transporte
de cargas existentes: la carreta. Por supuesto que en la medida que las líneas férreas eran de
corta extensión ese desalojo se hizo más difícil. También dependía de la eficiencia de las
nuevas empresas y de la habilidad de sus gerentes. Por ejemplo el FCS, en sus comienzos
captó un importante tráfico de lana, quizá su carga más importante, transportando en los
vagones ferroviarios las carretas cargadas, que de otra manera habrían eludido el transbordo
en las estaciones de campaña y continuando su viaje hasta el destino final, compitiendo con
el nuevo modo de transporte. El FCCA tuvo más dificultades y por escasez de vagones
permitió que durante un tiempo los carros continuaran con un servicio paralelo. Pero, al
cabo de un tiempo, las carretas y los carros quedaron relegados a llevar a cabo el servicio
entre el lugar de origen de la carga y la estación "más cercana".
La extensión de las líneas férreas facilitó la incorporación de las tierras más alejadas
de los puertos a la producción agropecuaria y contribuyó a la valorización de los terrenos.
Muchas veces se ha afirmado que la construcción de líneas férreas tuvo como única
finalidad lograr ese objetivo y que los lugares por donde las vías pasaban era determinado
por la existencia de propietarios que controlaban las decisiones de las empresas y de esa
manera se enriquecían. Esto no es cierto. Las empresas ferroviarias fueron, desde su inicio,
empresas autónomas en las que los directorios tomaban sus decisiones en atención al
beneficio de los accionistas. Hubo excepciones, pero pocas, y no merecen ser atendidas
aquí. Sin embargo, sí corresponde citar algunos casos en que hubo una especial relación
entre la construcción de ferrocarriles y la colonización de tierras.
Hubo, por otra parte, empresas de tierras que se volcaron a la actividad ferroviaria,
como complemento de su objetivo principal. El FCOSF fue promovido por Carlos Casado
como una forma de impulsar su colonia de Casilda. Fue una empresa pequeña luego
absorbida por el FCCA. La provincia de Santa Fe llevó adelante su plan de construcciones
ferroviarias con financiación externa para comunicar con los puertos a las innumerables
colonias que se iban creando en la zona central de la provincia. El primer nombre de esas
líneas férreas fue el de "Ferrocarril a las Colonias" para luego dar lugar al FCPSF
transferido a una compañía francesa. El FCGSSFC fue promovido por una empresa de
tierras y una vez construido fue vendido al FCBAR.
La introducción del ferrocarril, por otra parte, aceleró la penetración de las formas
capitalistas en la Argentina. Cuando en 1854 algunos comerciantes porteños se decidieron a
formar la compañía que después sería el FCO el derecho positivo no preveía la creación de
sociedades anónimas y esta forma tuvo que ser expresamente regulado en la ley de
concesión. Poco a poco, con la sanción del Código de Comercio fue apareciendo el marco
regulatorio para la creación de empresas de gran capital y más adelante se legisló sobre
debentures, títulos muy usados por las compañías ferroviarias para hacerse de capital. Sin
embargo, más allá de las deficiencias del derecho comercial, lo cierto es que prácticamente
todas las compañías ferroviarias se constituyeron en el exterior, en su mayoría en Londres.
En un comienzo se pensó que las sociedades podrían en el futuro, registrarse como
compañías argentinas o levantar en el país parte de su capital. El FCS, el FCCA, el FCN
tuvieron todos un registro de acciones en Buenos Aires. Pero la expectativa se frustró,
ninguna compañía extranjera se radicó en la Argentina o transfirió sus activos a una
compañía argentina y la lista de accionistas argentinos fue en disminución, en los casos en
que las había. Como dijimos antes, faltaba en el país la clase de personas que formaba la
mayor parte del capital de las empresas ferroviarias: el pequeño o mediano ahorrista que
disponía de un capital y que estaba acostumbrado a invertir en títulos.
BIBLIOGRAFIA:
II
1887-1916
Se ha discutido mucho acerca del motivo del cambio de política. El presidente que
asumió sus funciones el 12 de octubre de 1886, y alguno de sus ministros, así como
también el nuevo gobernador de Buenos Aires al año siguiente, lo presentaron como una
cuestión doctrinaria: el Estado, mal administrador por naturaleza, debía retirarse de todas
aquellas actividades en las cuales estuviera dispuesto a invertir el capital privado. En esas
actividades, por otra parte, cualesquiera fuesen, debía fomentarse la competencia. Sin negar
la sinceridad de estas declaraciones, puede agregarse que también incidieron en el cambio
de política la toma de conciencia del excesivo endeudamiento fiscal en que se había
incurrido en los años anteriores y la predisposición de los mercados de capitales, en
especial el de Londres, a participar en cuanta empresa se propusiera.
Poco después el gobierno, autorizado por una ley de fines de 1887, se dispuso a
vender la mayor parte del FCCN. El asunto no resultó tan bien como con el FCA. Fueron
ofrecidas a los posibles interesados las secciones entre Córdoba y Tucumán y los ramales a
Santiago del Estero y Chumbicha por la suma de 3.000.000 libras, suma inferior al costo
de su construcción. Se presentaron cuatro ofertas, aceptándose la de la firma constructora
Hume Hnos., que actuaba en representación de un grupo inversor de origen británico, que
se comprometió a pagar 3.200.000 libras. De ahí en más siguieron negociaciones, la venta
debió transformarse en arrendamiento por un tiempo, pues un gravamen impedía
perfeccionar la transferencia, y las condiciones de la futura explotación (garantía,
inversiones nuevas) se modificaron sobre la marcha. Por fin, a principios de 1889 pudo
concretarse el negocio y, por un tiempo, el comprador arrendó también las secciones no
vendidas, de Tucumán al norte. El precio obtenido, no fue bueno, se licitó la venta cuando
no se estaba en condiciones de transferir el dominio, lo que generó un conflicto que pudo
haberse evitado y se dispuso de la mayor parte del FCCN sin haber decidido qué hacer con
las secciones que permanecerían en poder estatal.
Suele afirmarse que las políticas ferroviarias de los gobiernos nacional y algunos
provinciales están en los orígenes de la crisis. Los empréstitos contraídos para construir las
líneas estatales, el régimen de garantías que imponía una pesada carga anual al presupuesto,
las mismas inversiones extranjeras que significaban también, inmediatamente, salidas de
divisas en concepto de compra de materiales y remesas de utilidades al exterior, pueden ser
hechos que ayudaron a la situación de cesación de pagos de la Nación y las provincias.
Pero, el verdadero motor de la crisis no fue el déficit de la balanza de pagos y la retracción
del crédito externo, sino la enorme expansión monetaria que dos medidas gubernativas
ocasionaron a partir de 1887: la ley de bancos garantidos y el aumento del capital del Banco
Nacional. Cabe mencionar que el gobierno usó como parte de ese aumento 2.000.000
libras provenientes de la venta del Andino. En conclusión, podría decirse que la política y la
actividad ferroviarias más que producir la crisis fueron víctimas de ella.
Pero donde la crisis tuvo efectos aún más graves fue en las empresas que recibían
pagos por garantías del Estado, principalmente nuevas compañías establecidas en los años
eufóricos del ochenta. En octubre de 1891 el gobierno nacional suspendió el pago de las
garantías. Gozaban de ellas las siguientes empresas: el FCAE, que a pesar de haberse
inaugurado más de quince años atrás había resultado incapaz de generar utilidades; el
FCBAP, con su línea completa en servicio desde 1888; el FCGOA, adquirente de parte del
FCA en 1887; el Ferrocarril Bahía Blanca y Noroeste (FCBBNO) que había inaugurado sus
primeras secciones a principios de 1891; el Ferrocarril Villa María a Rufino (FCVMR) en
actividad desde 1890; el Ferrocarril Central Córdoba (FCCC), como adquirente de parte del
FCCN, a partir de 1888. Había, además, otras líneas menores, entre ellas el Ferrocarril
Trasandino (FCT) que había comenzado a prestar servicios en un corto tramo en 1891.
Estas empresas, a fin de obtener fondos para instalarse, además de lanzar acciones
habían emitido debentures, los que podían ser colocados con más facilidad que aquéllas
entre los inversores. Los debentures contenían la obligación de pagar los servicios en fechas
predeterminadas y los fondos para esos pagos provenían, en su mayoría, de la garantía
estatal. Siendo líneas de reciente instalación, con excepción del FCAE, las utilidades eran
todavía escasas. El incumplimiento del Estado ocasionó la mora de las empresas frente a
los debenturistas y todas enfrentaron el riesgo de la liquidación. Los directorios de las
compañías pidieron que el tema de las garantías se discutiera junto con la refinanciación de
los empréstitos que el representante del gobierno nacional negociaban en Londres con un
comité de banqueros. Pero éstos no aceptaron y las compañías se vieron obligadas a
negociar directamente con el gobierno en Buenos Aires. Cuando los efectos de la crisis se
atemperaron y el fisco empezó a equilibrar sus cuentas, facilitado ello por un aumento en
las exportaciones, una caída de las importaciones y una disminución del gasto público, se
llegó a un arreglo en materia de garantías ferroviarias. Estas fueron rescindidas y el fisco
entregó a cada empresa, en títulos públicos, sumas que las compensaban por los atrasos y
por lo que habrían recibido en el futuro. En total se entregaron, aproximadamente,
6.000.000 libras en bonos de un nuevo empréstito. Las compañías pasaron parte de los
títulos a sus acreedores y evitaron la liquidación.
La crisis de 1890 fue el tiro de gracia para las autonomías provinciales, debilitadas a
partir de 1880. Las provincias entraron en mora en el pago de sus deudas. También ocurrió
lo mismo con la Nación, pero fue ésta la única que pudo renegociar su deuda externa con
los acreedores y en esa renegociación asumió el compromiso de pagar también los
empréstitos en mora de diversas provincias y municipalidades. En consecuencia, sólo la
Nación recuperó el crédito externo. Después de ello sólo hubo una política económica, la
nacional. Las provincias que habían construido ferrocarriles estatales, los perdieron a raíz
de la crisis. Pero después de ella perdieron también la jurisdicción que tenían sobre las
líneas que habían concedido y la capacidad de construir o conceder otras nuevas. La única
política ferroviaria que sobrevivió a la crisis fue la nacional. Una ley dictada a fines de
1891 fue el instrumento usado para quitar a las provincias la jurisdicción de sus líneas. Con
una definición amplísima, que la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la
Nación amplió aún más, de lo que era un ferrocarril nacional, línea tras línea, de las que
habían surgido como provinciales, fueron pasando a depender del control de los organismos
federales. Para fin de siglo ya prácticamente no había compañías que subsistían en
jurisdicción provincial.
El FCS había adquirido el FCBAPE en 1898 y había extendido sus líneas por todo
el centro y sur de la Provincia de Buenos Aires. Antes del fin del siglo, y sobre la base de
un acuerdo con el gobierno nacional, construyó un ramal por los territorios nacionales de
Río Negro y Neuquén hasta acercarse a la frontera con Chile. Su extensión en 1916 era de
más de 6.000 kilómetros, su producto neto llegaba en ese año a 2.834.164 libras. Había
pagado dividendos del 7% en forma continua desde 1899, aunque el estallido de la Gran
Guerra los había reducido al 4% en ese año de 1916.
Los ferrocarriles FCBAR y FCCA, luego de una fiera lucha entre sí para controlar
zonas del norte de Buenos Aires y sur y centro de Santa Fe, se habían fusionado en 1902.
Además habían adquirido a otras pequeñas compañías que operaban en su región: el FCN,
el FCOSF y el Ferrocarril Gran Sud de Santa Fe y Córdoba y un ramal del FCO. Su red
llegaba en 1916 a, aproximadamente, 5.300 kilómetros, su producto neto a 2.034.993 libras.
Después de pagar medianos o bajos dividendos hasta la fusión, a partir de 1904 la nueva
compañía pagó el 6% a las acciones ordinarias cada año hasta el estallido de la Primera
Guerra en que bajó al 4%. El nombre de la nueva empresa fue FCBAR hasta 1908 y de allí
en más FCCA.
El FCBAP había formado una importante red controlando las compañías de los
FCGOA, FCVMR y FCBBNO. Con las vías de todas ellas y las propias, su extensión
alcanzaba los 5.700 kilómetros en 1916. Ese año su producto neto fue de 1.808.033 libras .
Los dividendos a las acciones ordinarias habían sufrido ciertas oscilaciones, entre el 3 y el
7%, durante los últimos diez años, pero la guerra los había llevado a apenas el 1%.
Los distintos ferrocarriles que operaban en la Argentina habían surgido cada uno de
ellos con su propia ley de concesión y, en la mayoría de los casos, con el devenir del
tiempo, diversas leyes, con disposiciones distintas, regían para una misma empresa. Con el
fin de unificar el régimen de concesiones ferroviarias, y también mantener una política de
promoción de este modo de transporte, se sancionó el 30 de septiembre de 1907 la ley
5315, producto de la iniciativa del diputado Emilio Mitre, con cuyo nombre se identifica
todavía hoy la referida norma. Las empresas establecidas podían someterse al régimen de la
nueva ley y todas lo hicieron. Las nuevas empresas se regirían por ella. En su artículo
octavo la ley 5315 establecía una exención de impuestos aduaneros para todos los
materiales y artículos de construcción y explotación de ferrocarriles, hasta el 1º de enero de
1947. Por el mismo término se establecía una exención de todo impuesto nacional,
provincial y municipal. Se trataba, en estos casos, de una extensión en el tiempo de
exenciones similares contenidas en todas las leyes de concesión, aunque había habido
algunas discusiones, con decisiones de la Corte Suprema de Justicia, sobre la extensión de
la eximición a los impuestos provinciales y municipales y seguiría habiéndola por un
tiempo, respecto de las tasas por servicios comunales. Como contrapartida de las empresas
pagarían una contribución única del 3% del producto líquido de las líneas férreas. El
producido del impuesto se destinaría a la construcción y mantenimiento de los puentes y
caminos de los lugares cruzados por la vía, en primer término aquellos que servían de
acceso a las estaciones. La ley 5315 también disponía que el gobierno podía intervenir en la
fijación de tarifas cuando el producto bruto de la respectiva línea excediera el 17% del
capital reconocido por el Estado. En este sentido la ley, con una redacción confusa que
traería en el futuro conflictos, pretendía modificar disposiciones de algunas leyes de
concesión que habían dejado en libertad de fijar tarifas a las empresas hasta que éstas
alcanzaran determinadas utilidades. Esas leyes, anteriores en general, eran mas generosas
pues tomaban como límite un porcentaje del producto neto. Al respecto, como la ley
también estimaba a los gastos en el 60% de las entradas, el 17% del producto bruto
equivalía al 6,8% de producto neto, que contrastaba con el 10, el 12 o el 15 fijado
anteriormente. La interpretación que de la ley hizo la Dirección General de Ferrocarriles,
no le dio a las empresas libertad de modificar las tarifas, aunque se mantuvieran dentro del
margen de utilidad del 17%; por el contrario el gobierno sostuvo e impuso el criterio que
cualquier modificación debía ser aprobada por él. También generó algunos conflictos el
procedimiento de reconocimiento del capital. La Dirección General de Ferrocarriles
impugnó siempre aquellas emisiones destinadas al pago de las concesiones a los
promotores, a premio de los accionistas que aceptaban una reorganización del capital o a
todo aquello que tuviera que ver con el costo de colocación de títulos en el mercado. Se ha
querido ver en la ley 5315 una norma excesivamente favorable a las empresas ferroviarias
de capital privado y que explicaría las enormes inversiones que las mismas llevaron a cabo
en los primeros años del siglo. Sin embargo, esas inversiones habían comenzado antes de
1907 y se detuvieron abruptamente al comenzar la Gran Guerra, sin que la ley sufriera
modificaciones.
BIBLIOGRAFIA:
III
1917-1946
Ante cualquier situación adversa, como los efectos de la Guerra o los aumentos de
salarios, las compañías presionaban por una elevación de las tarifas. Al respecto los
gobiernos radicales mantuvieron la posición adoptada por la Dirección General de
Ferrocarriles. A su frente continuó, hasta agosto de 1918, Pablo Nogués, que había sido
designado en 1911. El Director General sostenía que las tarifas no podían ser modificadas
sin consentimiento del gobierno. Este principio fue mantenido. Las empresas fueron
obligadas a llevar adelante arduas negociaciones para lograr la autorización de aumentos
pedidos en 1917 a fin de reducir el impacto causado por la guerra y los mayores beneficios
otorgados al personal. Las compañías más pequeñas, menos eficientes, fueron las más
afectadas. La demora en reconocer aumentos llevaron a algunas de ellas, como el FCNEA,
a una situación muy difícil, especialmente en 1921, cuando la depresión de posguerra había
disminuido sensiblemente el tráfico. Como a partir de 1923 la situación económica general,
y la de las compañías ferroviarias en particular, experimentó una pronunciada mejoría, el
gobierno del presidente Alvear comenzó a insistir en la necesidad de disminuir el precio de
los fletes. Pero sólo el FCS introdujo una reducción.
En otros aspectos, la política del gobierno fue favorable a las empresas. Una ley
aclaratoria de la Ley Mitre, estableció que la exención impositiva a los ferrocarriles era
general y alcanzaba a las tasas e impuestos municipales los que, hasta ese momento, y por
una decisión de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, podían cobrarse a las empresas.
En 1918 se aprobaron las cuentas de capital de las compañías hasta 1912 siguiendo el
criterio fijado por Nogués. En un aspecto diferente, el gobierno otorgó concesiones
petroleras a una compañía formada por los FCS, FCO y FCBAP que buscaban de ese
manera encontrar un combustible más barato que el carbón de Gales.
Como antes señalamos, 1923 significó el fin de diez años de recesión. El volumen
del tráfico inició una época de continuo aumento, siempre dentro de las oscilaciones
producidas por la incidencia del clima en el resultado de las cosechas. El aumento en las
entradas brutas de las redes más importantes son clara muestra de ello. El FCS pasó de una
entrada de $132.616.100m/n en 1924/5 a $149.674.128m/n en 1928/9 dejando constancia
que para esta compañía el mejor de los años fue 1926/7 ($156.198.546m/n). Entre los
mismos años el FCCA pasó de $132.505.114m/n a $163.246.733m/n; el FCO de
$54.450.331m/n a $60.426.296m/n; y el FCBAP de $90.217.606 a $104.629.627m/n. La
constante revalorización del peso argentino hizo desaparecer, o volver insignificantes, las
pérdidas por cambio que habían incidido gravemente en los años anteriores en el resultado
final de las compañías británicas y francesas. El rendimiento fue así también creciendo
manteniéndose siempre en niveles importantes. El FCS pasó de un rendimiento del 5,42%
en 1924/5 a uno del 5,86% en 1928/9 (con un pico del 6,88% en 1926/7). El FCCA pasó en
el mismo período del 5,14% al 6,40%; el FCO del 4,73% al 5,68% y el FCBAP del 5,06%
al 5,78%. Las empresas menores también presentaron una situación similar a la descripta.
Las compañías ferroviarias británicas pensaron obtener algún beneficio con la firma
del tratado conocido como "Roca-Runciman" en mayo de 1933. Después de la Conferencia
de Ottawa, en la cual Gran Bretaña adoptó un sistema de protección comercial para sus
dominios y colonias, el gobierno argentino inició negociaciones para asegurar a sus
exportaciones tradicionales a Inglaterra una cuota mínima. Ello se concretó en el
mencionado tratado en el que las empresas ferroviarias obtuvieron, como inversiones
extranjeras, la promesa de un trato benevolente por parte del gobierno argentino, pero no
mucho más. Respecto del control de cambios se acordó que de los fondos provenientes de
las exportaciones a Gran Bretaña, la Argentina destinaría la mayor parte a satisfacer las
obligaciones con ese país, en el siguiente orden: 1) necesidades del servicio anual de la
deuda pública; 2) pago de importaciones; 3) necesidades de las compañías británicas para el
pago de debentures y préstamos bancarios y 4) las mismas necesidades para el pago de
dividendos a acciones preferidas y ordinarias. El gobierno argentino, posteriormente a la
firma del acuerdo, modificó el régimen de control de cambios estableciendo un mercado
oficial, en el que la libra esterlina cotizaba a 15 pesos y uno libre en el cual la misma llegó
a 20 pesos. Las compañías ferroviarias fueron autorizadas a obtener divisas al cambio
oficial para pagar sus obligaciones pero no se les dio para el giro de utilidades al exterior.
Para solucionar el problema de los fondos que habían quedado bloqueados antes de la firma
del tratado el gobierno argentino emitió un empréstito al 4% de interés y 5% de
amortización. Las compañías ferroviarias británicas suscribieron £13.500.000 del mismo y
negociando esos títulos en Londres recibieron el dinero para pagar deudas. Similar trato
recibieron las compañías ferroviarias de capital francés. En el aspecto laboral y con la
condición de no producir despidos, se autorizó una rebaja de los sueldos del personal.
La irrupción del nacionalismo vino a dar una nueva valoración a un tema que se
había introducido por interés de las compañías ferroviarias particulares: su compra por el
Estado. Ya en 1932 habían comenzado las negociaciones por parte de los directores del
FCCC, una empresa que siempre había tenido problemas y que la crisis del treinta había
llevado a un callejón sin salida, para vender el sistema al gobierno. Este tenía cierto interés
en ello porque la red de trocha angosta del FCCC podía servir de acceso a Buenos Aires al
sistema de idéntica trocha de los ferrocarriles del Estado. Entre 1937 y 1938 se llegó a un
acuerdo y se produjo la transferencia por un precio de 9.500.000 de libras pagado en títulos
públicos. Por ese entonces ya las demás empresas pensaban en la venta al Estado como la
única forma de concluir el proceso de decadencia iniciado en 1930. Sin embargo, las
negociaciones llevarían mucho más tiempo. La guerra mundial y el golpe de Estado de
1943 fueron obstáculos en las sucesivas discusiones. Pero la prédica nacionalista le había
dado a la cuestión un significado distinto al de encontrar una salida para que el sistema
ferroviario pudiera seguir funcionando. Se trataba de algo más importante aún: una acción
de gobierno que podía cambiar el curso de la historia nacional.
Para el año 1945 la empresa particular más grande seguía siendo el FCS. Tenía
8.175 kilómetros de vías. El aumento se debía a la incorporación del FCBBNO. Su
producto bruto era de $177.412.019m/n. Su rendimiento alcanzaba al 2,05%. Las cifras de
las otras tres grandes empresas eran: FCCA, 5.954 kilómetros, $161.026.841m/n, 1,44%;
FCBAP, 4.459 kilómetros, $116.370.276m/n, 3,19%; y FCO, 3,097 kilómetros,
$61.661.562m/n, 1,63%. En total las compañías particulares explotaban 29.094 kilómetros
y el Estado 12.942 kilómetros. La red general alcanzaba, así, los 42.036 kilómetros. El
aumento en los últimos años se debía a las construcciones de ramales del Estado. Este,
además, había aumentado su participación en el total con la adquisición del FCCC. Las vías
de trocha ancha llegaban a los 24.218 kilómetros; la de trocha media a 3.262, y las de
trocha angosta a 14.456. El personal empleado para todas las líneas durante 1945 había sido
de 142.162 personas, de las cuales 102.932 se desempeñaban en las empresas particulares.
BIBLIOGRAFIA:
IV
LA NACIONALIZACION. LA EMPRESA
FERROVIARIA ESTATAL.
1947-1976
En los años treinta el Estado nacional había adquirido algunas líneas de empresas
privadas: el Ferrocarril Central del Chubut, el Ferrocarril Trasandino, ambas de reducida
extensión y escaso tráfico, y el Ferrocarril Central Córdoba, de los tres, y por mucho
margen, el sistema más complejo y extenso. En todos los casos la nacionalización había
obedecido al hecho de que las empresas particulares enfrentaban una difícil situación
económica que parecía no tener solución y el Estado tomaba a su cargo las líneas porque,
más allá de su rentabilidad, consideraba sus servicios como necesarios para el interés
público. Las vías en el valle de Chubut, como línea de fomento, se integraban a las
construidas con dinero fiscal, en el apartado territorio patagónico; el Trasandino era la línea
que comunicaba los sistemas ferroviarios chileno y argentino, y el Central Córdoba era el
medio para hacer llegar la red del Estado a Buenos Aires.
Pronto, sin embargo, las otras compañías ferroviarias, incluso algunas de las más
grandes y poderosas, comenzaron a pensar en la venta de sus activos al Estado como salida
a la crisis que las afectaba. En octubre de 1937 el presidente del FCBAP, Lord Saint
Davids, en la asamblea anual de accionistas, hizo público el deseo de que la Argentina
comprara los ferrocarriles de capital extranjero al afirmar que "su creciente crédito (el
argentino) contrasta con las dificultades de Gran Bretaña que, debido a los peligros en
Europa, se ha visto obligada a tomar un préstamo para su rearme y tal vez tenga que hacer
nuevos empréstitos. Si esto continúa por dos o tres años, llegar un día en que el crédito
argentino será, por lo menos, tan bueno como el crédito británico. Si así lo quisiese, la
Argentina podría comprar las emisiones a alto interés de las compañías, pagando a éstas en
tales términos que significarían la extinción de sus deudas y dejando todavía algo para ser
repartido entre los tenedores de acciones ordinarias"(1). Poco tiempo después miembros de
la oposición en el Parlamento de Westminster plantearían al gobierno conservador la
necesidad de sugerir a las autoridades de la Argentina que tomaran a su cargo los
ferrocarriles en cambio de títulos públicos. El gobierno británico rechazó la moción y dejó
librada la cuestión a las negociaciones que las empresas pudieran emprender. En 1938 un
grupo de directores de las empresas ferroviarias de capital británico presentó al gobierno
del presidente Ortiz un borrador con una propuesta en virtud de la cual la Nación argentina
adquiriría la red ferroviaria al cabo de un plazo de 60 años durante el cual se garantizarían
los derechos de acreedores y accionistas. El plan fue rechazado por considerárselo
demasiado favorable a las empresas (2).
Ya en 1945 John M. Eddy, por las empresas, volvió a la carga ante las autoridades
del país; pero éstas se mostraron dispuestas a discutir cuestiones comerciales y financieras
pero no la nacionalización. Pesaba por entonces la opinión de Juan Domingo Perón, como
vicepresidente de facto, que sostenía que la Argentina debía invertir capitales para su
desarrollo y que sería ridículo utilizar las sumas disponibles para redimir el capital existente
en ferrocarriles. En abril de 1946, ya elegido Perón presidente en las elecciones de febrero
de ese año, el gobierno británico decidió negociar directamente con el argentino sin aceptar
separar los dos grandes temas: la venta de las compañías ferroviarias y la liberación de los
saldos favorables a la Argentina en la relación bilateral. Se designó al funcionario del
Foreign Office, Wilfred Eady para conducir las negociaciones que comenzaron en julio, ya
instalado el gobierno electo. Perón designó a Miguel Miranda, presidente del Banco
Central, como su representante. Miranda, en sucesivas reuniones con Eady sostuvo que su
país no deseaba comprar las líneas férreas y que sólo estaba dispuesto a tratar el problema
de las compañías británicas una vez resuelto el asunto de los saldos en libras esterlinas y
firmado un acuerdo comercial para los próximos años. La misión británica, ante la
intransigencia de Miranda, recurrió en agosto de 1946 al presidente por medio del ministro
de relaciones exteriores, Juan A. Bramuglia. Perón acepta tratar todos los temas en
conjunto. Resurgió así la idea de conformar una empresa mixta, con un dividendo mínimo
garantizado para los tenedores de títulos y con un compromiso de inversión por el gobierno
argentino para modernizar la red. En base a esos principios, el 17 de septiembre se firma el
tratado conocido como Eady-Miranda que recogió la idea de la empresa mixta pero que
dejó librados los detalles a lo que resolviera una nueva comisión, esta vez formada por
representantes de las empresas y del gobierno argentino. John M. Eddy es el principal
negociador empresario. Miranda volvió a defender el punto de vista del gobierno. En forma
sorpresiva, a fines de 1946, Miranda abandonó la idea inicial y propuso un cambio
trascendental: el abandono del proyecto de la empresa mixta y su reemplazo por la compra
lisa y llana por el gobierno argentino. La discusión se redujo, a partir de allí, a la fijación
del precio que los británicos habían establecido en £150.000.000 sin los activos no
ferroviarios ni los existentes fuera de la Argentina. Mientras tanto, sin tantos
inconvenientes, probablemente por su menor importancia, el gobierno compró los activos
de las compañías ferroviarias de capital francés por unos £11.000.000. El embajador
británico volvió a intervenir en las discusiones tratando de forzar el resultado final a favor
de las empresas mediante presión sobre Perón y Bramuglia, en lugar de discutir con el
inflexible Miranda. La cuestión terminó por resolverse el 11 de febrero de 1947. El precio
total se fija en £150.000.000 que comprendía £135.500.000 por lo estrictamente ferroviario
y £14.500.000 por los activos no ferroviarios de las empresas ubicados en la Argentina (5).
El convenio, "ad referéndum" de las asambleas de accionistas de las compañías y del
Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio, se firmó el 13 de febrero (6).
Mientras tanto las compañías británicas habían comenzado a negociar entre sí a fin
de acordar la forma en que el precio debía distribuirse entre ellas. Para ello partieron de los
balances de cada una cerrados al 30 de junio de 1946, pues a partir de esa fecha y en base a
lo pactado en el contrato del 13 febrero de 1947, los directores administraban los bienes por
cuenta del gobierno argentino. El 30 de marzo de 1947 las empresas británicas sellaron un
contrato, que incluía la conformidad de los tenedores de debentures y que fue homologado
judicialmente en Londres el 28 de agosto siguiente, por el cual acordaban la distribución
del precio entre ellas y la necesidad de efectuar algunos ajustes por deudas recíprocas que
mantenían (7). Estas provenían, sobre todo, de los acuerdos por los cuales las empresas más
grandes habían absorbido a las más chicas mediante el compromiso de abonar un interés
determinado que en época floreciente había sido bajo pero que, desde 1930, había sido muy
difícil de pagar, con el resultado de que se habían acumulado créditos importantes. Por otra
parte, al convenio de distribución se incorporaron el valor de los bienes e inversiones no
incluidos en la venta por hallarse fuera de la Argentina y que se estimaron en más de
œ13.000.000, a la vez que se deducían importes por deudas con terceros. Llevados a cabo
los ajustes, las sumas a recibir por cada compañía quedaron fijadas así:
Grupo Sud - Oeste Grupo Central Argentino
FCS---------------£40.954.457 FCCA-------------£40.501.656
FCBBNO------------£ 9.810.000
FC Ensenada y
Costa Sud---------£ 533.115 Grupo Buenos Aires al Pacífico
FCO---------------£18.139.600
FCBAP------------£21.813.283
FC Midland de FCGOA------------£12.874.950
Buenos Aires---£ 3.839.000
Total: £ 161.416.120
Con las sumas recibidas cada compañía pudo pagar los intereses atrasados a los
debentures que había emitido y reembolsar el 100% de su valor nominal. No pasó lo
mismo, sin embargo, con las acciones. En ningún caso pudo devolverse el total del capital
nominal, variando el porcentaje devuelto entre el 12% y el 90%, según el tipo de acción y
la compañía. Las empresas menores, controladas por otras, por las razones expuestas,
fueron las que lograron el mejor retorno. El monto de capital nominal no devuelto ascendió
a £100.000.000. Para algunos, en especial fondos de inversión que habían adquirido los
títulos cuando estos habían caído a valores bajísimos en los años anteriores, el resultado
pudo significar una ganancia pero para quienes suscribieron las acciones a principio de
siglo, cuando la mayor parte se emitieron, representó una pérdida sustancial, aun cuando se
descontaran los capitales no reconocidos por la Dirección General de Ferrocarriles
(acciones dadas en concepto de comisiones, premios en caso de fusiones, etc.) (8).
¿Fue justo el precio de £150.000.000? Parecería que el mismo fue fijado sin
considerar el valor de lo que se adquiría. A pesar de Miranda, la Argentina cedió en este
aspecto a las pretensiones de Gran Bretaña que no se apartaron del monto de los saldos
acumulados en el Banco de Inglaterra. Fijar el valor, por otra parte, no era, ni es hoy en día,
tarea fácil. Si se partía del valor de cotización, el conjunto de los ferrocarriles no alcanzaba
la suma pagada. Había llegado a un mínimo de 80 o 90 millones de esterlinas en 1945 y,
mientras se discutía con Miranda, se había recuperado hasta unos 115 millones. Pero el
valor de una empresa, o del paquete accionario necesario para controlarla, nunca es el de
cotización. Es casi siempre superior. Si se tomaba como referencia el capital nominal, es
decir las sumas invertidas, aun cuando se dedujeran montos por aguamiento de aquél, el
precio era bajo, como el resultado de la liquidación de cada compañía claramente lo mostró.
Pero debía tenerse en cuenta que esos capitales se habían invertido en un negocio que ya no
era, no digamos brillante, ni siquiera bueno y quien invierte así necesariamente debe perder
algo. Los beneficios de la Ley Mitre terminaban a fines de 1947, la competencia automotor
erosionaba día a día el monopolio ferroviario y la falta de inversiones durante más de 15
años habían colocado a los ferrocarriles en una situación de difícil recuperación. Pero,
también, debe tenerse en cuenta que el sistema ferroviario era esencial para la sociedad
argentina en 1947 y seguiría siéndolo por mucho tiempo más. Las empresas, más allá de
las críticas surgidas de las circunstancias del momento, eran bastante eficientes y prestaban
un buen servicio. Ello les daba un valor tal que justificaba el precio pagado.
Lamentablemente, el significado político que la compra tomó por obra de la propaganda
oficial malogró ese valor, que provenía fundamentalmente de una empresa en marcha con
toda su organización y su capital humano, sobre todo en los cargos de dirección y
jerárquicos.
Al tomar posesión de los bienes de las compañías británicas se estableció que las
líneas seguirían siendo dirigidas por los mismos funcionarios. Recién un mes después se
creó una comisión especial provisoria integrada por los Ministros de Hacienda y de Obras
Públicas, el presidente del Banco Central y el del Consejo Económico Nacional para
administrar las redes adquiridas y hacer proyectos de inversiones. El único cambio concreto
que sufrieron los ferrocarriles fue de tipo publicitario, como por ejemplo el cambio de
denominación de la estación Retiro por el de "Presidente Perón". Poco después se creó la
Secretaría de Transportes de la Nación, con facultades para administrar los ferrocarriles y
coordinar los distintos modos de transporte. Entre las medidas tomadas, en forma
inmediata, por la nueva Secretaría, pueden citarse: la designación de una comisión
centralizada de compras de material ferroviario en Londres, la exención de derechos de
importación para esas compras, gratuidad del transporte ferroviario para ciertos casos, y,
finalmente, una nueva denominación, que implicaba en algunos casos reagrupamientos,
para las distintas compañías. El FCS pasó a denominarse Ferrocarril Nacional General
Roca; el FCBAP, Ferrocarril Nacional General San Martín; las líneas del ex Estado,
Ferrocarril Nacional General Belgrano; el FCCA, Ferrocarril General Bartolomé Mitre; los
FCER y FCNEA, Ferrocarril Nacional General de Urquiza; el FCO, Ferrocarril Nacional
Domingo Faustino Sarmiento; y, por último, Ferrocarril Nacional Patagónico a las líneas
estatales de esa región. Al reformarse la Constitución en 1949, la Secretaría de Transportes
pasó al rango de Ministerio que contenía, entre otras, una Secretaría de Orientación
Ferroviaria. Al principio de 1950 se crea la empresa "Ferrocarriles del Estado" con el
propósito de introducir "un organismo coordinador del servicio público de los ferrocarriles
recuperados para la economía nacional, con el objeto de realizar en definitiva los altos
propósitos que este Poder Ejecutivo tuvo en cuenta al nacionalizar el servicio público
mencionado". A fines del mismo año cada uno de los ferrocarriles adquirió la categoría de
empresa del Estado, agrupadas todas bajo el rótulo de "Empresas ferroviarias del Estado",
con lo que treinta meses después de la toma de posesión de las líneas de propiedad
británica, terminaba el proceso de reorganización.
El reordenamiento de la red.
Con todas las líneas de trocha media se formó el Ferrocarril Nacional General
Urquiza: FCER, FCNEA, Ferrocarril del Este (estatal) y FCCBA, adquirido en 1949.
Con las redes de trocha métrica se formó el Ferrocarril Nacional General Belgrano
con una extensión total de 14.500 km. Este sistema heterogéneo estaba compuesto por el
FCCNA, el FCSF, el CGBA y el FC Midland de Buenos Aires. El FCT se anexó al San
Martín aunque posteriormente pasó al Belgrano.
NOTAS:
(17) Las cifras del cuadro están tomadas de: OECEI, "Argentina
económica y financiera", Buenos Aires, 1966; Ferrocarriles
Argentinos, "Memoria y Balance 1968", Buenos Aires, 1969,
Ferrocarriles Argentinos, "Síntesis estadística de los
ferrocarriles en explotación, 1974 a 1978", Buenos Aires,
1979.
RACIONALIZACION Y PRIVATIZACION.
1976 - 1995
Los últimos veinte años de historia ferroviaria pueden dividirse en tres etapas bien
diferenciadas, que coinciden con los distintos gobiernos que en ellos ha tenido la Argentina.
Cada uno llevó adelante políticas ferroviarias diferentes. Aun así, puede decirse que los
veinte años en conjunto constituyen una época de transición entre los ferrocarriles
tradicionales del siglo pasado y de las primeras décadas del actual a los ferrocarriles del
siglo XXI, si este modo de transporte logra sobrevivir en el país. La transición ha tenido
ideas rectoras, tales como racionalización, privatización, eliminación del déficit, clausuras.
En 1976 la red ferroviaria era de 39.779 km. En 1977 fueron dictados varios
decretos del Poder Ejecutivo Nacional, convalidados por resoluciones de la Secretaria de
Transporte, con el fin de suprimir ramales económicamente injustificados. Las supresiones
eran de dos tipos: Clausura y Clausura más Levantamiento. Se decidió la clausura con
levantamiento de 4.039 km. y la clausura de 1.909 km., lo que sumado llegaba a 5.948 km.
Hacia 1980, cumplidos los decretos, la red se había reducido a unos 34.000 km. cuando un
cambio de administración en Ferrocarriles Argentinos suspendió los levantamientos aunque
mantuvo las clausuras.
Como resultado de la política del gobierno militar puede decirse que, a costa de la
clausura de miles de kilómetros de vías, se logró una reducción del déficit de explotación,
se llevaron a cabo mejoras en la infraestructura y en material rodante. En materia de cargas,
hacia el final de su gestión, pudo elevar el total transportado a 22 millones de toneladas,
revirtiendo el proceso de pérdida de tráfico desde la nacionalización.
En materia ferroviaria no hubo muchas iniciativas por parte del gobierno nacional.
La administración del sistema fue entregada a distintos grupos dentro de las fuerzas que
apoyaban al gobierno sin atender a las capacidades de los individuos. Las organizaciones
gremiales adoptaron una posición obstruccionista, por razones políticas, impidieron la
realización de los pocos proyectos elaborados y provocaron continuas huelgas. La planta de
personal aumentó en forma desmedida por nombramientos con fines políticos que no
coincidían con las necesidades de la empresa.
Se intentó dar un impulso al turismo por medio del ferrocarril inaugurando dos
nuevos servicios. El Tren de las Altas Cumbres partía de Mendoza hacia el corazón de la
Cordillera de los Andes por las vías del antiguo Ferrocarril Trasandino; el Tren de las
Nubes recorría parte del ramal de Salta a Socompa. En el mismo sentido se contrataron
algunos trenes "charter" con compañías de turismo entre Buenos Aires y el sur del país,
como el Tren de la Nieve y el Tren de la Nueva Capital. Con excepción del Tren de las
Nubes, que alcanzó fama internacional, los otros servicios no prosperaron.
Más allá de datos aislados, los últimos veinte años de la gestión estatal en materia
ferroviaria mostraban una declinación progresiva en los servicios. El deterioro se reflejaba
en la menor participación en cargas y pasajeros transportados; la infraestructura en
decadencia; la salida de servicio de una parte cada vez mayor del material remolcado y de
tracción; la falta de modernización en el señalamiento y las comunicaciones; y, siempre, el
aumento del déficit de explotación. No hubo, con la excepción de la electrificación de la
línea Roca, innovación tecnológica alguna. Tampoco hubo continuidad en la gestión estatal,
aplicando cada gobierno una política distinta y ese era el resultado.
La caída de los niveles de tráfico, respecto de las cargas, obedecía a la lentitud e
ineficiencia del sistema, por una organización operativa anticuada y deficiencias en materia
de tracción e infraestructura, que hacía que fuera necesaria una semana para recorrer 300
km. La seguridad de los bienes transportados también incidía, ya que eran frecuentes los
robos en el trayecto, muchas veces llevados a cabo por organizaciones dentro de la
empresa. Se había dado preferencia al transporte masivo en trenes block, debiendo el
pequeño cargador recurrir obligadamente al transporte automotor. El estancamiento, o la
caída, en la actividad económica, tenía como consecuencia una disminución de la carga
disponible. El modo automotor se mostraba más apto para adaptarse a las circunstancias.
El proceso de privatización.
En 1990 se sancionó la ley 23.696, denominada Ley de reforma del Estado, por la
cual se dispuso la privatización de empresas públicas, entre ellas Ferrocarriles Argentinos.
Para ello se hizo una diferenciación en tres tipos de servicios ferroviarios: pasajeros del
área metropolitana de Buenos Aires, pasajeros interurbanos y cargas.
El servicio de cargas fue el primero en privatizarse ya que era el que revestía mayor
interés para el capital privado. Las concesiones incluían la infraestructura y la operación del
sistema, pudiendo cobrarse un peaje por la circulación de trenes de terceros en cada sector.
El plazo de las concesiones de carga se estipuló en treinta años, con opción a diez más. Los
distintos concesionarios deberían pagar un canon por el uso de la infraestructura y del
material rodante, que seguía siendo propiedad del Estado argentino.
La red fue dividida en sectores cuyo tamaño se juzgaba razonable para generar una
tasa interna de retorno atractiva para los posibles oferentes y con un grado de integración de
instalaciones que se suponía le permitirían actuar con autarquía, sin perjuicio de mantenerse
la continuidad de la red general para no perjudicar a los usuarios con esta sectorización.
Ferrocarriles Argentinos había puesto como fecha límite para la corrida de trenes de
pasajeros interurbanos el día 31 de julio de 1992. Ante los reclamos de diversas provincias,
el plazo se postergó hasta marzo de 1993, manteniéndose los servicios más importantes y
compartiendo su costo con las provincias interesadas. Luego de esa fecha, Ferrocarriles
Argentinos sólo siguió operando los servicios interurbanos cuyas provincias habían
aceptado la transferencia, hasta la entrega definitiva y solventados exclusivamente por los
gobiernos locales. Las provincias que lograron mantener los servicios fueron Tucumán,
Buenos Aires, La Pampa y Río Negro. Por eso, desde marzo de 1993, dejaron de circular
los principales servicios interurbanos del país. Respecto del corredor Buenos Aires-Mar del
Plata, frente a los reclamos de la provincia de Buenos Aires, se anuló la licitación y se
entregó su explotación a dicha provincia.
Nuevo Central Argentino S.A. El consorcio con este nombre tomó posesión de su
red en noviembre de 1992. Abarca 4.532 kms. del ex Ferrocarril Mitre. Sud líneas
principales son Buenos Aires-Rosario-Tucumán y Rosario-Villa María-Córdoba, sirviendo,
sobre todo, a las provincias de Santa Fe y sur de Córdoba, también una importante zona
cerealera. Así es que transporta primordialmente granos y productos de la agroindustria,
como aceite vegetal desde el sur de Córdoba al puerto de Rosario y otros puertos de la
zona. También transporta petróleo y contenedores entre Buenos Aires y Tucumán. Otra
carga importante para la empresa es el acero. A partir de mediados de 1997 una nueva
compañía minera comenzar a transportar sus productos, con trenes propios, de Tucumán a
Rosario, por las vías del Nuevo Central Argentino. El operador responsable es Montana
Rail Link, de Estados Unidos de América. La base operativa y administrativas est en
Rosario.
Ferrovías S.A. es la empresa que explota la red urbana del ex Ferrocarril Belgrano
entre Retiro y Villa Rosa. Comprende 52 kms. de vía doble de trocha métrica y tracción
diesel. Su explotación comenzó el 1º de abril de 1994. El servicio se lleva a cabo con
formaciones de seis coches remolcados por locomotoras General Motors, con una
frecuencia de 20-25 minutos. Está llevando a cabo la renovación total de las vías entre
Retiro y Boulogne. Su operador ferroviario es Transurb Consult de Bélgica.
Tren de la Costa S.A. Este ferrocarril no forma parte de la red urbana concesionada.
Se trata de un antiguo ramal clausurado en 1961, que circulaba paralelo a la costa del Río
de la Plata. El gobierno nacional, fuera del proceso de privatización de Ferrocarriles
Argentinos, lo entregó en concesión dentro de un plan de inversiones inmobiliarias, por
treinta años y sin subsidios. Tren de la Costa tomó posesión del ramal de quince kilómetros
el 10 de noviembre de 1992. Se abandonó la trocha ancha reemplazándola por la universal
de 1,435 m; se cambió el sistema de electrificación de tercer riel por la catenaria y se
abrieron nuevas estaciones. En realidad el ramal ha sido convertido en un ferrocarril liviano
o tranvía que sirve m s al turismo y a las explotaciones comerciales linderas que como
medio de transporte. La base de todo el proyecto era el desarrollo comercial inmobiliario
del recorrido, con centros comerciales y reas de recreación. Son estas actividades lo que
han dado sentido al restablecimiento del servicio ferroviario. El mantenimiento del material
rodante y la operación están en manos de la empresa española CAF.
La provincia de Río Negro, junto con la de Buenos Aires, se hizo cargo del servicio
ferroviario a Bariloche. Además aceptó la transferencia del Estado nacional del sector de
Patagones a Bariloche constituido por 827 kms. de vías que recorren el norte de la
Patagonia. Para todo ello creó el Servicio Ferroviario Patagónico (SEFEPA). En octubre de
1994 SeFePa dejo de correr sus trenes en forma conjunta con Buenos Aires e inició una
gestión propia. Adquirió dos locomotoras diesel, dos cochemotores TER y coches de
RENFE. El lanzamiento del servicio coincidió con la campaña presidencial del entonces
gobernador de Río Negro. El servicio desde Buenos Aires pronto comenzó a decaer y fue
suprimido en octubre de 1995. Actualmente solo corre dos trenes por semana entre Viedma
y Bariloche. La provincia también había recibido del Estado nacional el ferrocarril
económico Ing. Jacobacci a Esquel, en el tramo que correspondía a su territorio. En poco
tiempo, los altos costos de explotación y el mal estado del material rodante obligaron al
gobierno local a cesar en su explotación.
Las provincias de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Chaco, Santiago del Estero y
Mendoza han hecho públicos diversos proyectos ferroviarios pero no han avanzado en
ellos.
BIBLIOGRAFIA: