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Los derechos humanos de cara al siglo XXI

Por una cultura política que promueva la capacidad de ponerse


en el lugar del “otro”

Pablo Salvat Bologna

“Nada, ni la justicia, ni la dignidad y mucho menos los derechos


humanos, proceden de esencias inmutables o metafísicas que se sitúen
más allá de la acción humana por construir espacios donde desarrollar
las luchas por la dignidad humana” (Joaquín Herrera Flores)

Nota Introductoria

Los derechos humanos se configuran como baremo de humanidad y un


logro importantísimo después de dos guerras mundiales, amén de otros
desmanes y atrocidades que caracterizaron al siglo XX. En la actualidad,
se impone el debate respecto a su alcance, sentido y significado en el
nuevo contexto de globalización neoliberal en crisis, y de la emergencia
y búsqueda de alternativas post-neoliberales en nuestra América. La
apuesta nuestra es que hay que verlos ‒a los DDHH‒, de manera
dinámica, integrada y como un referente normativo clave para levantar
otra cultura política pública que apunte a sostener posibilidades post-
capitalistas. Desde este ángulo, creemos que estos “Comentarios libres”
pueden ser útiles también para una sociedad como la cubana, que busca
repensarse y reordenar su institucionalidad, no para volver al pasado,
sino para modificar todo lo que tiene que ser modificado en función del
cumplimiento del ideario de dignidad, justicia y democracia soberana
que ha querido encarnar su Revolución.

1: Cuando se habla de proyección o prospectiva de derechos humanos


(DDHH) para la región y el continente latinoamericano, hay que
enmarcarlo en el devenir y tratamiento del tema a nivel mundial y
regional. El siglo XXI se abrió con una serie de sucesos que han
marcado su devenir hasta ahora. Comenzando por el atentado a las
Torres Gemelas en Estados Unidos, y terminando con la interminable
guerra en Siria, Irak y Afganistán. El eje pretendidamente justificatorio
para esta entrada sangrienta al nuevo siglo –cuando se creía que ya lo
habíamos visto todo‒, ha sido la acción del “terrorismo”. A partir de allí,
entonces, hay una especie de “vía libre” para emprender una nueva
guerra, ahora contra todo lo que pueda relacionarse con ese fenómeno y
el llamado “eje del mal” (aquellos países y/o líderes supuestamente
“culpables” de su promoción). Este hecho ha tenido como consecuencia
volver a condicionar el valor universal e internacional de los DDHH en
función de ese objetivo. Primero es la lucha contra el terrorismo –en
cualquier lugar de la tierra‒, y luego, es la validez de las situaciones
relacionadas con DDHH. Entre la lucha contra el terrorismo y la primacía
del crecimiento económico, entendido a la manera neoliberal, se
encuentran encorsetados los DDHH y su efectivización real. Con lo cual,
nuevamente se genera una relativización de su significación, sometida
ahora a si promueve o no la lucha contra el terrorismo, adquiriendo este
último una dimensión ampliada y ambigua. Pero también, sometidos a si
su cumplimiento (no meramente retórico o reduccionista) facilita o
entorpece el crecimiento económico. Por cierto, el movimiento pro-
DDHH no puede dejar de lado estos nuevos hechos a la hora de evaluar
y planificar sus acciones y derroteros. Hacer como si no existieran puede
mellar y debilitar de manera muy fuerte sus propias reclamaciones
actuales.

Por lo anterior, y debido también a razones de la historia reciente de


nuestros países ‒desde México a Chile, pasando por Cuba y
Centroamérica‒ respetando sus distintas historias y proyectos, a nivel
de espacio público tienen muchas veces los DDHH la marca o un reflejo
unilateral de un tiempo de dolor, sufrimiento o negación de la dignidad.
En particular, para los países del sur de nuestra América, signados por
el tiempo del autoritarismo de las dictaduras político/militares. Es útil no
generalizar de manera uniforme el tratamiento de los DDHH, como a
veces lo hacen de manera interesada algunas agencias que se
proclaman defensoras de los mismos. Aquí, como en otros aspectos de
la política real, prima muchas veces un doble estándar amplificado por
medios de comunicación: lo que vale como reclamación de DDHH para
un determinado país, no lo vale para otro. Esto nos pone delante de uno
de los problemas de toda reivindicación de DDHH: su “politicidad” y la
dificultad de situarse en su evaluación, en un altar de neutralidad, más
allá del bien y del mal. Con todo, lo que sí va quedando en claro con el
correr de la historia, es que el reclamo desde los DDHH siempre tiene
algo que aportarnos en y desde las distintas situaciones que viven los
países. No hay un país o proyecto de sociedad que pueda decir que ha
podido realizarlos todos y a cabalidad. Y, por ende, siempre se pueden
derivar de ellos nuevas tareas a cumplir.

Por otra parte, existe la tendencia de percibirlos como propiedad de un


sector e interés determinado de la sociedad. O, también, a ser
apropiados de manera unilateral. Pero no solo eso. Al mismo tiempo que
hay este movimiento interno, ligado a sucesos políticos de un pasado-
presente, en el ámbito más global e internacional la reivindicación de los
derechos humanos ha adquirido o entrado, cada vez más, en una fase
de globalización y/o universalización creciente, es decir, son
reivindicados por distintos actores del quehacer mundial y ligados,
también de manera creciente, a nuevas formas de jurisdicción globales.
Y ello a pesar de los sucesos del 11 de septiembre en Estados Unidos.
Lo cual confirma el dato de que hoy por hoy resultan el imaginario
normativo compartido de mayor alcance en medio de la pluralidad de
puntos de vista en economía, política, ética o filosofía, y en medio,
también, de la pérdida de referentes más globales de acción colectiva.
Puestos en descrédito los grandes proyectos utópicos, puesta en
cuestión hoy la misma ideología de la globalización, los derechos
humanos parecieran por ahora ser de los pocos artículos creados por la
humanidad capaces de resistir el vendaval de lo fugaz, de lo
contingente, de lo mercantilizado y relativo. Por ello entonces, es que
tenemos que intentar ir más allá de su adscripción a su momento de
negación, y abrirnos a su prospectiva en tanto horizonte ético-político
contra-fáctico de la realidad que como país y región del mundo tenemos
y podemos tener. Los riesgos son varios cuando recurrimos a DDHH: o,
como algunos hacen, se impulsa lisa y llanamente su olvido, mediante
su “motejamiento” y parcialización; o, también, mediante la estrategia
de su banalización, todo es derechos humanos o todo puede convertirse
en una reivindicación de derechos humanos.

3: Vivimos, en tanto contexto de una prospectiva de la acción


reflexionada, una situación societal paradojal: por un lado,
necesitamos recrear nuestro ideario normativo, para hacer frente a
nuestro pasado y abrir hacia nuevos horizontes de futuro en éste
ámbito; por el otro, hay un clima cultural predominante que tiende más
bien hacia un vacío ético ‒se desdibujan los referentes de una acción
mancomunada‒, hacia una “nihilización” de la experiencia moral
manifestada en lo que alguien traduce como sumatoria de
“crepúsculos”: del sentido, del deber, del creer, etc.

4: Miradas las cosas desde este punto de vista, los derechos humanos, y
su apropiación y promoción viva, real, constante –en todos los niveles
de la educación y también en universidades, servicios públicos, Estado,
los medios, aparecen como mediación normativa mínima, o si se quiere,
fundamento principal para una renovación de nuestra cultura política;
como un indispensable antídoto en la erradicación paulatina y nunca
acabada de las distintas formas de intolerancia, discriminación o
segregación del otro, por motivos de raza, condición social, o
pensamiento; es decir, aparecen como un nuevo ethos ciudadano-
republicanista a promover de manera permanente.
5: Ahora, pensando en una suerte de Agenda de DDHH, ¿qué temáticas
podrían considerarse a relevar, además de los temas tocados
esquemáticamente más arriba? De manera preliminar hay tres ámbitos
que nos parece adecuado abordar y eventualmente articular: el tema de
la memoria histórica ‒con los temas del conflicto-violencia-
reconciliación-verdad y justicia‒, las cuestiones de la indivisibilidad y
universalización de derechos y, también, el tema de los agentes o
actores involucrados en la sociedad en función de su efectivización.
Todas estas cuestiones resultan pertinentes al conjunto de los países
latinoamericanos, desde el norte hacia el sur, desde el oeste al este. Por
cierto, tomando en cuenta las especificidades, cultura e historia de cada
uno de ellos.

 Primero, resulta pertinente y necesario continuar con el trabajo,


los estudios y el debate público en torno a nuestra
memoria histórica, los dilemas de la reconciliación, respecto a la
verdad de lo sucedido y a las cuotas de justicia indispensables de
asumir de manera personal y colectiva. En el examen de estos
temas se abre, además, la posibilidad de reconstruir diversas
aristas de las relaciones de poder y de nuestra identidad histórica
–con sus mitos‒, desde un conocimiento múltiple y una discusión
abierta, crítica. Quizá una cuestión importante aquí sea abrirse a
una relectura de la historia nacional y latinoamericana, como una
en la cual se manifiesta o expresa una constante lucha por el
reconocimiento; y por tanto el rol que han jugado los derechos
humanos en la dignificación permanente de la vida humana.
 Una segunda temática general se relaciona con el asunto de
la indivisibilidad de los derechos humanos y su articulación con los
actores sociales y su responsabilidad. Primero, no parecen haber
razones para oponer derechos individuales y derechos sociales.
Todos los derechos humanos, civiles y políticos, económicos,
sociales y culturales, son derechos de la persona. No pueden
cumplirse los derechos individuales –derechos de libertad‒, sin
cumplir al mismo tiempo con los derechos sociales y culturales
que derivan de su pertenencia societaria, derechos de justicia.

Lo anterior es importante toda vez que la nueva realidad de la


globalización/mundialización pone en el tapete la discusión en torno al
tema de una nueva generación de derechos (los derechos del género
humano o de solidaridad). Segundo, la indivisibilidad de los derechos
humanos resulta ser el principal eje desde el cual respetar la
universalidad en el diálogo intercultural. Ningún relativismo cultural
debería admitirse para establecer una jerarquización entre los derechos.
Tercero en este punto, la realización de un derecho humano resulta
condición para la realización de otros derechos, y desde este punto de
vista, se refuerzan y necesitan mutuamente.

En el presente, especial importancia parecen adquirir los


llamados derechos culturales y aquellos referidos al medio ambiente.
Cuando hablamos de estos derechos estamos hablando del
establecimiento de condiciones de posibilidad igualitarias para el
conjunto de la población en el acceso a conocimientos, destrezas,
informaciones, saberes, que les permiten, en lo personal y colectivo,
adquirir competencia lingüística y comunicativa suficiente para hacerse
reconocer como personas y agentes activos de su propio desarrollo
personal y comunitario. Aquí destacamos el derecho a la información, a
la educación y formación continuas; el derecho a participar en la vida
cultural. Al mismo tiempo, no podemos dejar de lado la necesidad y
urgencia de considerar y realzar los derechos que refieren a la actual
crisis medioambiental que azota al planeta y la necesidad de
reconsiderar las definiciones actuales del desarrollo y la economía, de
modo tal que se permita la continuidad de la vida sobre el planeta.

 Un tercer motivo prospectivo en este tema lo relacionamos con


los actores de la sociedad y su responsabilidad en función de la
indivisibilidad y universalización de esos derechos, esto es, de su
progresiva “efectivización” en el tiempo. La práctica a favor de la
promoción y respeto a los DDHH conviene en general a diversos
actores. Por un lado, a la sociedad civil en sentido amplio, tejido
social, cultural, económico, con duraciones y espacios de acción
diferenciados. La importancia de este ámbito es cada vez mayor
en vista del debilitamiento generalizado del Estado y su capacidad
de articular el ámbito de lo público. Mientras más poder tiene un
actor, mayor es su responsabilidad de cara a los DDHH. Esto vale
no solo para la sociedad civil, las nuevas formas de ciudadanía o
las tareas de un Estado democrático de derecho, sino también
para el mundo empresarial. Pensando en el futuro, sería
interesante identificar de cuáles derechos humanos cada actor o
categoría social debe hacerse cargo en prioridad (por ej., las
empresas o asociaciones según el tipo de bienes y servicios que
ofrecen). En este sentido, podría promoverse un proceso de
conversaciones entre poderes públicos, tercer sector o sociedad
civil y empresariado, en función de un pacto de
sociabilidad basado en el reconocimiento de los DDHH y las
obligaciones que de ello derivan. La obligación de todos los
actores respecto a los DDHH (cívicos, públicos, privados), no
puede reducirse a un problema de factibilidad nada más. También
hay que impulsar una obligación de resultados respecto a esos
derechos, es decir, promover su real eficacia práctica.

6: Estos motivos temáticos a discutir tienen que “funcionalizarse” u


“operativizarse” aún más. Por el momento, creo que su tratamiento
puede distinguir niveles: uno más ligado a la investigación propiamente
(muy importante y “reforzador”); otro más ligado al espacio formativo
en la educación en general y al espacio público. Y un tercero que pueda
establecer puentes de conversación y compromiso entre los principales
actores de la sociedad. Por cierto, a través de estas acciones se piensa
que puedan coordinarse las distintas instancias e intereses de todos
aquellos que tienen algo que ver o decir respecto a este tema.

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