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E m ig d io M a r t ín e z A d a m e
VTA U R l L E D O D D-
ECONOMIA POLITICA
Y CAPITALISMO
A D V ER T E N C IA A LA SEG U N D A E D IC IÓ N
5 E l profesor R agn ar Frisch ha dicho que cuando la teoría económ ica se expresa
en una form a dinám ica, y no estática, esto es, cuando se refiere al m ovim iento lo
m ism o que al equilibrio, algunos de estos “ coeficientes que ejercen influencia” tienen
un carácter de "fu n cion es dadas de tiem po” (R eview o f E c o n o m ic S tu d ies, vol. I I I ,
n 1? 2 , p. 1 0 0 .)
r e q u is ito s d e u n a te o r ía d e l v a lo r 13
mos calcular lo que acontecerá al resto del “sistema aislado” . Como
ha dicho el profesor Whitehead, ello quiere decir “que existen ver
dades respecto a este sistema que sólo deben referirse al resto de
las cosas por medio de un plan sistemático y uniforme de relaciones.
De ese modo, la concepción de un sistema aislado no es la concepción
de una independencia sustancial respecto del resto de las cosas, sino de
la ausencia de una dependencia casual y contingente de otras cir
cunstancias dentro del resto del universo” .6
Es posible, por supuesto, crear abstractamente una infinidad de
“sistemas aislados”. Se pueden construir sistemas coherentes y salu
dables de ecuaciones observando únicamente las reglas formales e
inventando las constantes necesarias que se requieren para determi
nar el conjunto, esto es, suponiendo como independientes ciertas
cosas, lo sean o no en realidad. E n esta forma puede idearse un buen
número de teorías del valor, sin que haya modo de elegir entre ellas
a no ser por su elegancia formal. Éste es un juego fácil, demasiado
fácil. Pero hay que reconocer que en el mundo de la realidad no
existen “sistemas completamente aislados” . Es de esperarse, por con
siguiente, que una ley del valor, aunque debe estar sujeta a una crí
tica realista y no meramente formal, sea algo más que una aproxima
ción a la realidad, capaz de servir de base a cierta clase de predicciones
— no a todas— y de lograr el más alto grado de generalidad compa
tible con la complejidad de los fenómenos que se investigan. E l cri
terio último debe ser las exigencias de la práctica: la clase de pro
blema concreto que trate de resolverse, el propósito que se tenga
en la investigación.
Cuanto menor es el grado de generalidad que requiere el proble
ma, más fácil es, frecuentemente, encontrar un principio adecuado al
caso. Cuanto más particular y menos general es el problema, mayor
será el número de condiciones circundantes que justificadamente
pueden suponerse constantes. D e ese modo el problema de deter
minar el resultado es relativamente sencillo, a condición de que pue
da conocerse bastante de las circunstancias del caso. (Es verdad
que, en caso de extrema particularidad, en la práctica se conocen ge
neralmente muy pocas de las condiciones necesarias para predecir el
resultado, de manera que puede ganarse en aparente simplicidad más
de lo que se pierde de conocimiento insuficiente.) Por ejemplo, si se
quiere determinar el preció a que se venderá el pescado en cierto
mercado y en cierto día, sólo podremos saberlo si conocemos la
oferta de pescado en el lugar, los pasajeros deseos de las amas de
casa y la cantidad de dinero que éstas están dispuestas a gastar en ese
día. Todos estos elementos pueden ser tratados razonablemente como
independientes entre sí, y del precio a que se vende el pescado. Si,
por otra parte, tomando un ejemplo de plazo más largo, se tratara
de una mercancía particular aislada del resto, se podría considerar
el nivel de salarios, el de ganancias y el de la renta como factores
6 S c ien ce and th e M odern W o r ld , pp. 58-59.
14 REQUISITOS DE UNA TEO RÍA D EL VALOR
7 V e r infra, pp. 1 8 -1 9 , 9 7 .
8 V e r infra, pp. 63 ss.
9 C om entan do favorablem ente a Bailey, un escritor se ha referido reciente
m en te a las “ disquisiciones irracionales que dependen de una concepción cualitativa
o m onista de la naturaleza del valor de cam bio” y se lam enta de que la teoría del
valor “no baya sido más influida por la proposición de que elvalor objetivo
de cam bio de una m ercancía h a d e hallarse en las otras m ercancías p o r las que
puede cam biarse (y no en una cualidad inh eren te diversa)” . (K arl B o d e, en
E co n ó m ica, agosto de 1 9 3 5 .) Parece que este com entario ignora la cuestión esencial
en la crítica d'e Baile}-. E l valor de cam bio podría defin irse m uy correctam en te com o
REQ U ISITO S DE UNA TEORÍA DEL VALOR 15
“las otras m ercancías por las que (un a cosa determ inada) puede ser cam biada” ;
y de ese m odo lo definieron R icardo y M arx. Pero de esto no se desprende que
una teoría determ inada del valor pueda formularse puram ente en esos térm inos.
16 REQUISITOS DE UNA TEO RÍA D EL VALOR
12 Q ue este punto de vista es incorrecto, queda suficientem ente dem ostrado por
el hecho de que en su M iseria de ¡a filosofía, publicado varios años antes del pri
m er volum en del C apital, M arx sostuvo que una elevación d e salarios ten d ría efectos
diferentes sobre diferentes industrias, dando lugar a una elevación de precios de los
artículos en algunas y reduciéndolos en otras, debido al hecho de que “ la relación
entre el trabajo m anual y el capital fijo no es la m ism a en las diferentes industrias’'.
V e r in fia, pp. 55-56.
13 R icardo escribía a M alth u s: "u sted cree que la E co n o m ía P o lítica es una
investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza; yo, por m i parte, considero
que m ás bien podría llamarse una investigación de las leyes que determ inan la
división de los productos de la industria entre las clases que concurren a su for
m ació n ” . (L etters to M a lthu s, p. 1 7 5 .) E n el prólogo de sus Principios, escribe:
" L a determ inación de las leyes que rigen esta distribución es el problem a prim ordial
de la E co n o m ía P o lítica” (Principios, ed. cit., p. 5 .)
i-t V e r infra, p. 9 7 .
REQ U ISITO S DE UNA TEORÍA D EL VALOR 19
15 L a cuestión del "co sto real” considerada subjetivam ente com o algo psico
lógico y, por consiguiente, de la llam ada "abstinencia” , es un problem a distinto
que exam inam os separadam ente m ás adelante.
18 C apital e Interés, F .C .E ., 1 9 4 8 , libro I I I , cap. n.
22 REQU ISITOS DE UNA TEO R ÍA D EL VALOR
cuado como necesario. Que tanto él, Marx, como Engels, se daban
plena cuenta de las limitaciones y de los requisitos de las abstrac
ciones que usaban, lo revelan los siguientes pasajes en los que su
teoría común de las funciones de la abstracción en el pensamiento y
en la práctica se pone de manifiesto. “ . . .Pretender formarse una ima
gen ideal exacta del sistema del mundo en que vivimos, es una
quimera, y lo mismo que lo es para nosotros lo será para los tiempos
venideros. . . Los hombres se ven, pues, colocados ante esta contra
dicción: de una parte, acuciados a investigar el sistema del mundo,
apartando todos sus nexos y concatenaciones y, de otro lado, en el
trance en que les sitúa su propia naturaleza y la naturaleza misma del
sistema del mundo, de no poder resolver jamás por completo ese pro
blema. . . E l hecho es que toda imagen conceptual del sistema del
mundo es y seguirá siendo siempre objetivamente, por imperio de la
situación histórica, y subjetivamente, por quererlo así la contextura
física y espiritual de su autor, una imagen lim itada.. . Las matemáticas
puras versan sobre las formas en el espacio y las relaciones cuantitativas
del mundo exterior, y, por tanto, sobre una materia muy real. E l
hecho de que esta materia se nos presente bajo una forma sumamente
abstracta, sólo superficialmente puede hacemos creer que no tiene'
su origen en el mundo exterior. Lo que ocurre es que para poder
investigar esas formas y relaciones en toda su pureza, es necesario
desligarlas completamente de su contenido, dejando éste a un lado
como indiferente” .17 E n una carta a Conrad Schmidt, discutiendo
específicamente la teoría del valor de Marx, Engels escribía: “La
concepción de una cosa y su realidad corren lado a lado como dos
asíntotas, acercándose siempre, pero sin tocarse jamás. Esta diferencia
es la que impide que el concepto llegue a ser directa e inmediata
mente realidad y que la realidad llegue a ser inmediatamente su
propio concepto. Sin em bargo.. . [el concepto] es algo más que una
ficción, a menos que quiera usted declarar ficciones todos los resul
tados del pensamiento” .18
Pero no muchos años después de la publicación de E l Capital,
apareció una teoría del valor rival que había de conquistar el campo
con muy poca resistencia. Era la teoría de la utilidad que parece
haber germinado simultáneamente en muchos cerebros, y la cual
fue enunciada por Jevons en Inglaterra y por Menger, Wieser y Bohm-
Bawerk, de la escuela austríaca. La nueva teoría tenía el atractivo de
la ingeniosidad y de la elegancia, combinadas con el de la novedad
(aunque, como muchas ideas, ya se había vislumbrado). Su descu
brimiento se debió, en parte, al uso de los conceptos del cálculo
diferencial, con su énfasis sobre los incrementos de una cantidad
y sobre el ritmo de ese incremento. Parece claro que, por lo menos
Bohm-Bawerk, se dio cuenta del problema que la teoría clásica in
17 En gels, Antí-D iihríng, pp. 2 6 -2 8 . T rad . española, E d . C én it, S. A. M a
drid, 1 9 3 2 .
18 M arx-Enge/s C orrespondence, p. 52 7 .
24 REQU ISITOS DE UNA TEO R ÍA D EL VALOR
24 Bohm -Baw erk, por ejem plo, planteaba la cuestión en esta form a al discutir
las razones para la existencia de una "plusvalia” del capital: “ ¿P o r qué la presión
ejercida por la com petencia sobre la participación del capitalista no puede llegar a
ser nunca tan fuerte, que reduzca el valor de esta participación del objeto m is
m o . . . ? C o n lo cual desaparecería la plusvalía y se elim inaría con ella el interés ”
(O p . c i t , p . 1 9 1 .)
REQ U ISITO S DE UNA TEORÍA D EL VALOR 29
quía económica estaba regulado por una ley, parecía un milagro muy
extraño. ¿Cómo podía surgir el orden de un conflicto entre millones
de voluntades independientes y autónomas? La respuesta que dieron
los economistas se hizo depender del hecho de la competencia. Cuan
do se trataba de un solo vendedor, entre muchos que intervenían
en el mercado, sus propias acciones no podían ejercer sino una in
fluencia insignificante sobre la situación general de dicho mercado.
Por ello se veía forzado a tomar como dados los valores del mercado
y a conformar sus actos a esos valores. Cada uno, separadamente
considerado, estaba sujeto a los valores del mercado y no éstos a
los vendedores. De ahí que si su deseo los conducía a aumentar sus
ganancias correspondientes a la situación en que cada uno se ha
llaba, todo tendía a responder de un modo uniforme al movimiento
de valores. Lo que a la postre sucedía en el mercado era, por su
puesto, el resultado de la totalidad de las acciones separadas en las
que, sin embargo, la voluntad de cada uno era indiferente, tanto
porque su aislamiento resultaba impotente, como porque desconocía
la situación en su conjunto. Ésta es la explicación de por qué el
mercado parecía estar gobernado por una “mano invisible” que obli
gaba a cada uno a servir un propósito y a lograr un resultado com
pletamente diferente del que había concebido e intentado obtener
la voluntad individual. Ésta era la alquimia que permitía mezclar los
vicios particulares y obtener beneficios para la comunidad.
Pero la teoría implicaba algo más. No sólo suponía que eran
muy numerosos los individuos que en cada mercado competían entre
sí, sino también que los individuos y los recursos eran móviles y los
precios flexibles (por lo menos dentro de las fronteras de un país,
y considerando un periodo de tiempo suficiente). Podía decirse, en
consecuencia, que los propios valores de cambio se conducían de
cierto modo: observaban ciertas uniformidades y se ajustaban a ciertas
relaciones esenciales.1 Estas relaciones controladoras no eran sino re
I P u ede decirse, ciertam ente, que todos los elem entos de la situación “ pueden
determ inarse m u tuam ente” entre sí (co m o M arshall lo , subrayó al criticar a B 6h m -
B aw erk ). Pero eso se puede decir de todas las cosas del universo en un m om en to
dado. E llo no quiere decir, sin em bargo, que deje de ser cierto (co m o se dijo en
el capítulo anterior) que, en lo concern iente a nuestro conocim iento de la situación
y de la p ráctica, existen ciertos factores que son la “ clave” de todas las otras
variables y que, por consiguiente, deben destacarse com o factores esenciales y de
term inantes. D e otro m odo todo principio causal sería imposible. E s interesante
señalar que Engels observaba que ‘l a causa y el efecto son representaciones que
sólo rigen com o tales en su aplicación al caso co n creto , pero que, situado el caso
co n creto en sus perspectivas generales, articulado con la im agen total del universo,
se diluyen en la idea de una tram a universal de acciones recíprocas en que las
causas y lo s efectos cam bian constantem en te de sitio y en que lo que ahora o aquí
es efecto, cobra luego o allí carácter de causa, y viceversa.” (A nti-D ühring. p. 9 ,
ed. C é n it, M adrid, 1 9 3 2 .) E sto no le im pedía referirse a la “ prim acía” (p o r ejem
p lo ) del factor económ ico en la historia com o base de interpretación y predicción
en un caso histórico particular. E l reconocim iento de la interacción no im plica la
im posibilidad de un principio causal, sino el reconocim iento d e qu e cualquier prin-
LA ECONOMÍA P O LÍT IC A CLÁSICA 33
8 M arx sostenía que esto era cierto respecto a una "sociedad simple de cam bio”
(es decir, constituida por pequeños productores ind ependien tes). C o m o verem os m ás
adelante, tam bién sostenía que se había introducido una m odificación fundam ental
en una econom ía capitalista, esto es, en u n a econom ía caracterizada por la existen
cia de una clase cuya sola función consiste en la inversión del capital en una serie
de operaciones del tipo D — M — D ’ (en donde D ’ es > D en una cantidad igual
al tipo de g an an cia). E s to introducía una oposición en la aparente unidad del
proceso de cam bio, y creaba la posibilidad de una ruptura y división del proceso
en sus dos partes.
9 P rincipios, F .C .E ., M éxico , 1 9 5 1 , pp. 9 2 -9 3 . Jevons, que atacó esta doctrina
(P rincipies o f E con om ics, pp. 1 2 6 - 3 3 ) , sostenía que su origen se hallaba en R icardo,
en la tercera edición de sus Principios. Pero lo que aquí sostuvo R icardo era que
la dem anda de m ano de obra depende del m o d o de gastar d e los consum idores
(debido a las diferentes relaciones del trabajo y del capital en las diferentes ocup a
cio n e s), lo que era m atizar el principio d e M ili m ás b ien que anticiparse a él.
(R icard o , Principios.)
LA ECONOMÍA PO LÍT IC A CLÁSICA 37
10 E xistía, por supuesto, la posibilidad de que el cam bio del gasto pudiera tra
ducirse en un cam bio equivalente y contrario del “atesoram iento” de dinero. E n
este caso no se produciría ningún cam bio de la acum ulación de capital. Pero al
parecer, los econom istas clásicos consideraban el atesoramiento (m uy rara vez lo
m encionaban) com o un sim ple retiro de dinero de la circulación, con su efecto
equivalente a cualquier cam bio en la cantidad de dinero, a saber, una igual reper
cusión sobre todos los precios.
38 LA ECONOMÍA P O L ÍT IC A CLÁSICA
3 E n V alu é, P rice and Profif. T am b ién decía, respecto a la com paración entre
el sistem a de salarios y el de la esclavitud: “D entro del sistem a de salarios,
aun el trabajo no pagado p arece ser pagado. E n el sistema de la esclavitud, por el
contrario, aun la parte del trabajo que se paga, parece no ser pagada.” E n el prim er
caso, “la naturaleza de toda la operación se halla com pletam ente desfigurada por
la presencia de un contrato y por el pago recibido al fin de la sem ana” .
4 N o u v ea u x Principes, vol. I , p. 92.
5 L a b o u t’s W ro n g s and Lab ou r’s R em ed y, p. 50.
6 E le m e n ts o í Poíitical E co n o m y , pp. 2 1 -2 2 . C onsúltese tam bién a R ichard
48 LA ECONOMÍA P O LÍT IC A CLÁSICA Y M ARX
E n tanto que M ili abandonaba aquí la cuestión, paia Marx ahí co
menzaba lo importante. La solución que dio a este problema funda
mental se traducía en la distinción, que él consideraba tan impor
tante, entre trabajo y fuerza de trabajo. La raigambre histórica de la
producción capitalista residía precisamente en la transformación de
la misma actividad productiva del hombre en una mercancía. La fuer
za de trabajo llegó a alinearse entre las cosas que podían ser vendi
das y compradas; y llegó a tener, por sí misma, un valor. Desposeído
de la tierra y de los instrumentos de producción, el proletario no
tenía otra alternativa para ganarse el sustento. Y aunque la obligación
legal de trabajar sometido a otro había desaparecido, subsistía la pre
sión de las circunstancias en que se hallaba la clase. Como el traba
jador individual (por lo menos cuando no formaba parte de una orga
nización o asociación] no contaba ni con otra alternativa ni con un
“precio de reserva”, la mercancía que vendía, como las demás, adqui
ría un valor igual al trabajo que costaba crearla, esto es, el trabajo
requerido para producir lo necesario para la subsistencia del traba
jador. De ahí que la aparición de la ganancia tuviera que ser atribuida,
no a ninguna cualidad creadora del capital per se, sino al hecho his
tóricamente condicionado de que el trabajo en acción era capaz de
lograr un producto de mayor valor (lo que dependía de la cantidad
de trabajo) que el poseído por la fuerza de trabajo como mercancía.
Por tanto, la transacción entre trabajador y capitalista era y no era,
al mismo tiempo, un cambio de equivalentes. Dadas las bases sociales
que hacían de la fuerza de trabajo una mercancía, lo que tenía lugar
era un cambio de equivalentes que satisfacía los requisitos de la ley
del valor: el capitalista anticipaba la subsistencia al trabajador y ad
quiría, a su vez, fuerza de trabajo por un valor equivalente. E l capi
talista adquiría la fuerza de trabajo del obrero; éste obtenía, en cam
bio, lo suficiente para reemplazar, en su propia persona, el desgaste
físico que supone el trabajo. La justicia económica quedaba satisfecha.
Pero de no ser por la circunstancia histórica de que la clase trabaja
dora disponía como único medio de vida del producto de la venta
de su fuerza de trabajo, considerada como mercancía para poder con
certar con el capitalista esa transacción remuneradora, el capitalista
no habría estado en posición de apropiarse la plusvalía.
Las interpretaciones opuestas de Lauderdale y de Malthus, formu
ladas en función de la productividad del capital, suponían una recaída
en el misticismo o en las superficialidades de las explicaciones del
tipo “oferta y demanda”, que Marx, juntamente con Ricardo, habían
13 Puesto que si la "com posición del capital” es igual en todas las industrias,
un cam bio de salarios no afectará la proporción de costos com parativos. P ero si este
supuesto no es exacto, un cam bio de salarios afectará m ás a aquellas industrias con
una alta proporción de trabajo en relación a la m aquinaria que a aquellas que te n
gan una proporción m enor, alterándose, p o r consiguiente, las proporciones com pa
rativas del costo.
LA ECONOMÍA PO LÍT IC A CLÁSICA Y M ARX 53
20 E s bastante curioso que Bohm -Baw erk, al construir su propia teoría del
capita], use com o una prim era aproxim ación algo que equivale al m ism o supuesto
que condena en M a rx : el de que "prevalecerá sim ultáneam ente sobre todas las
ocupaciones un periodo de producción igualm ente prolongado” . (Positive T h eo rv
o í Capital, pp. 3 8 2 y 4 0 5 .)
21 E l Capital, vol. I II , ed. cit., pp. 7 9 5 -6 .
LA ECONOMÍA PO LÍTIC A CLÁSICA Y MARX 57
otra clase de ingreso. Por otra parte, era evidente que Marx consi
deraba las crisis, no como desviaciones incidentales de un equilibrio
predeterminado, ni como el abandono veleidoso de un sendero esta
blecido al que se debía retomar sumisamente, sino más bien como
una forma dominante de movimiento que forjaba y modelaba el des
arrollo de la sociedad capitalista. Estudiar las crisis significaba, por
eso mismo, estudiar la dinámica del sistema; pero este estudio sólo
podía emprenderse correctamente como una parte del examen de la
evolución de las relaciones entre las clases sociales (lucha de clases)
y de sus ingresos, que eran la expresión de aquellas relaciones en el
mercado.
Un aspecto del problema agitó particularmente a los economistas
por algún tiempo, suscitando un buen número de explicaciones ri
vales. Ese aspecto fue la tendencia decreciente del tipo de ganancia
del capital. E l cambio de circunstancias modificó la actitud frente
a esta cuestión. E n el siglo xvm esa tendencia decreciente era re
cibida, en general, como un síntoma saludable, acaso porque los eco
nomistas habían examinado la cuestión fundamentalmente desde el
punto de vista del prestatario de capital. Pero en el siglo xix, con
el florecimiento de la Economía Política burguesa por excelencia, la
admiración tornóse en aprensión. Tan famosa llegó a ser la discu
sión, que Marx pudo decir que “el misterio en torno a cuya solu
ción viene girando toda la economía política desde Adam Smith y
que, desde este autor, la diferencia existente entre las diversas es
cuelas consiste precisamente en los distintos intentos hechos para
resolverlo” .2
Hume (que hablaba tanto del tipo de interés tratándose de un
préstamo en dinero como del término más ampliamente genérico
de ganancia) decía que “mientras exista dentro del Estado una clase
media agrícola y campesina, los prestatarios serán numerosos y alto
el interés”, a causa del desenfreno y “la ociosidad de los terratenien
tes”. En tales condiciones la industria se estanca y se progresa poco.
Por el contrario, los comerciantes constituyen “una de las castas
más útiles para estimular la industria y para "llevarla a todos los con
fines del E sta d o .. . E l comercio, haciendo producir en grandes canti
dades, reduce el interés y la ganancia, y a la disminución de uno
siempre contribuye el hundimiento proporcional de la otra. Podría
agregar que como la reducción de ganancias se debe al crecimiento
del comercio y de la industria, a su vez, sirven de estímulo para su
aumento, al abaratar las mercancías, al fomentar el consumo y al im
pulsar la industria” .3 Para Adam Smith, como para Hume, un alto
nivel de ganancias era un signo de retraso de la acumulación de
16 Principios, pp . 2 7 4 -2 7 5 .
17 Principios, p. 2 6 6 . E l desacuerdo entre M althus y R icardo respecto
a la teoría del valor estaba íntim am ente conectado con este problem a. M althus
pretendía definir el valor en térm in os de ‘l a cantidad de trabajo de que una m er
can cía puede disponer” , en tanto que R icardo insistía en su propia definición que
h acía consistir el valor en la can tid ad de trabajo requerida para producir la m er
can cía en cuestión. E n térm inos de la definición de M althu s, cualquier reducción
de la ganancia se trad u cía en un a caída del valor de las m ercancías; pero de
acuerdo co n la d e R icard o , el valor de las m ercancías sólo caía si las m ejoras
perm itían producirlas c o a m enos trabajo que antes; y esa caída sólo podía tra
ducirse en un tipo de ganancia m ás reducido si la fuerza de trabajo era la única
entre todas las m ercancías cuyo valor no se reducía. (V e r L e tteis to M a lthu s, p. 2 3 3 .)
1S H . G rossm an, en su S ism o n d e d e Sismondi et ses T h éo ríes Économ iques,
p retende qu e Sismondi no considera el infraconsum o com o una causa de las crisis,
sino co m o su resultado (p . 5 5 ) . Pero es difícil acep tar que ésa se a la interpretación
que se desprenda de pasajes co m o los de los N ouveaux Príncipes, vol. I , pp. 1 2 0 -3 2 9 ;
y co m o los de los S tu d es, vol. I , pp. 6 0 ss.; vol. I I , p. 2 3 3 . V e r tam bién los
com entarios de M . T u an , Sism ondi as an E con om ist, pp . 6 8 ss.
66 LAS CR ISIS ECONÓMICAS
de ganancia (a m enos que haya causas que tiendan a dism inuir el tipo general de
g an an cia). P ero en el m om en to que tiene lugar la caída de la dem anda d e bienes
de consum o, estos nuevos m étodos de producción todavía n o están d isp on ibles; y
la depresión en las industrias de bienes de consum o intervendrá para fren ar lá
dem anda y la expansión de las industrias de bienes de producción, im pidiendo,
de ese m od o, la inversión en esos nuevos m étodos de producción.
39 Strategíc F acto rs in B u sin ess C y cles, pp . 4 8 y 5 3 .
40 Ib id ., p p . 5 0 -5 3 .
41 D ebo reconocer m i deuda con el D r. Kalecki p o r haberm e llam ado la
atención sobre este p u nto. E s te supuesto n o se halla necesariam ente im plícito en los
cuadros de M arx, puesto que la relación entre capital constante y variable, e n esos
ejem plos, se refiere al cap ital co n stan te consum ido y n o a su existencia to tal. P ero
cuando da ejem plos num éricos acerca de có m o se distribuye el capital nuevam ente
invertido entre esos dos tipos de capital, es claro qu e M a rx h a c e ese supuesto.
LAS CRISIS ECONÓMICAS 77
42 L o que él llam aba una "v en ta unilateral de sus m ercancías no acom pa
ñada de com pra” que im plica ‘la s reservas de dinero deben acum ularse, es decir,
sustraerse a la circulación, en m uchos puntos, en parte para hacer posible la
form ación de nuevo capital-dinero” . (E l C apital, vol. I I , p. 4 4 2 , y tam bién
pp. 4 4 7 -4 8 , ed. F .C .E ., M éxico , 1 9 5 9 .)
43 I b id ., p . 4 5 1 . V e r tam bién Sartre, Esquisse d’une Théon'e M arxiste d es C lises.
44 E s de observarse que un a exportación de capital (co n una consecuente ex
portación exced ente de bienes) proporcionaría una solución sem ejante a la que
M arx se refiere; un acto de cam bio en el m ism o sentido, en este caso, contra
valores en vez de oro. M arx n o form uló explícitam ente las condiciones en que
tendría lugar una suave “ reproducción ampliada” con un ritm o constante, aunque de
sus cuadros se desprende con claridad que esas condiciones eran que la parte
gasta de V -f- P en el dep artam ento 1 debería ser igual a C la parte ahorrada
de S en el departam ento 2 .
78 LAS CRISIS ECONÓMICAS
sostiene que M arx define las crisis com o el conflicto entre la "capacidad productiva”
y ‘l a capacidad de co n su m o ", interpretándolo, por tanto, en un sentido aparen
tem en te luxem burguiano co m o un problem a de los m ercados y de la venta de las
m ercancías, aunque adm ite, sin em bargo, que esto es expresar el problem a en una
“ form a considerablem ente sim plificada e in com p leta". U n a tendencia similar puede
percibirse en el libro de Lew is C orey, T h e D ecline o í Am erican Capitalism , espe
cialm ente en sus pp . 6 6 y 7 1 .
64 E l C apital, ed . t i t , vol. I I I , p . 2 4 7 .
LAS CR ISIS ECONÓMICAS
88
tido absoluto, sino porque el capital es excesivo con relación a las
posibilidades de obtención del tipo de ganancia que se espera. La
crisis como la reacción uniforme del capital frente a perspectivas
de lucro no realizadas, opera, por consiguiente, como si la clase capi
talista actuara al unísono, como un solo monopolio vis-a-vis de la
clase trabajadora. Tenemos este cuadro: tan pronto como se alcanza
una condición cercana a la plena ocupación, tan pronto como la
inversión comienza a utilizar los métodos técnicos existentes más
allá de cierto margen, tan pronto como la masa de productores
se halla, de ese modo, en el umbral de cualquier mejoramiento con
siderable de su participación en los beneficios del progreso, se le arreba
tan de la mano los frutos, y la ley inexorable del mercado de trabajo
lo hude una vez más en la humillación.
Hemos hecho una distinción entre desarrollo extensivo e intensivo
del campo de inversión. La distinción es, según creo, de importancia
fundamental, no sólo por la luz que arroja sobre la historia de las
crisis, sobre las circunstancias que las motivan y sobre las nuevas
condiciones que crean, sino también en relación con la teoría de los
salarios de Marx y, por consiguiente, con la forma cambiante que
adopta la lucha proletaria en diferentes etapas de su desarrollo. E n
la edad de oro del capitalismo competitivo, el reclutamiento perió
dico del “ejército industrial de reserva” bastaba para mantener inten
sivamente el campo de explotación para una acumulación creciente
de capital. Ese reclutamiento quizá pueda ser considerado como el
método clásico del capitalismo para preservar el tipo de ganancia.
Pero ya para el último cuarto del siglo pasado, con la fuerza creciente
de la organización del trabajo y con la “rigidez” consecuente del
mercado de mano de obra, este método clásico comenzó a perder
parte de sus efectos; y las ventajas de los precios decrecientes de los
artículos alimenticios importados durante las décadas del 70 y del 80
parecen haberse traducido para el trabajador en una elevación de los
salarios reales y en una disminución del precio nominal de la fuerza
de trabajo para el capitalista. Se supone con mucha frecuencia que
Marx apoyó su teoría de los salarios, como lo hizo Ricardo, en la ley
malthusiana de la población.65 Sin embargo, Marx lo negaba explíci
tamente. Es evidente, por otra parte, que para Marx el supuesto de
que los salarios se mantenían al nivel de subsistencia, sólo era una
“primera aproximación” y de ningún modo una “ley del bronce”
universal, válida para cualquier situación del mercado de trabajo. Es
más, en su discusión66 sobre los sindicatos con un tal W eston en
una sesión de la Primera Internacional, repudió explícitamente seme
jante interpretación. Por tanto, si a diferencia de la de Ricardo, su
teoría no descansaba en esa ley de la población, puede parecer que
no explica por qué el precio de la fuerza de trabajo no se eleva hasta
1 É s te es, según creo , el caso que J . S. M ili señaló com o uno de aquellos
en que se aplica el principio d e la com posición de causas. V e r , para un a refe
rencia m ás am plia, pp. 1 3 1 . s.
91
92 LA TENDENCIA DE LA ECONOMÍA MODERNA
21 M arshall adm itía, sin em bargo, que n o había m otivo para suponer que
la relación del costo real en dos casos fuese idén tica a la relación de sus m edi
ciones en dinero, ni siquiera para suponer (co m o y a nosotros lo hicim os n o tar)
que debería atribuirse algún significado a una cantidad de “ costo real” . (F o itn ish tlv
R eview , 1 8 7 6 , pp. 5 9 6 -9 7 .)
22 F orm alm ente puede distinguirse de la do ctrina del “ costo de oportu nidad ",
en los térm inos de su form ulación ordinaria, en la m edida en que éste representa
norm alm ente la oferta de factores de producción com o cantidades determ inadas
m ientras que la teoría del costo real sostiene que la oferta de ellos es (e n p a rte )
una función de sus precios (y de ahí que tengan ‘‘un precio de oferta” ) . P ero
en ninguno de los dos casos se sigue postulando una causa m ás fundam ental de su
oferta o de su no o ferta (en la form a de un costo real que "inevitablem ente”
requiere una retrib u ció n ).
* N om bre con el cual se designa en Inglaterra al hom bre rico . [T .]
LA TENDENCIA DE LA ECONOMÍA MODERNA 105
sino únicam ente que la cantidad de ellos se hallaba determ inada por condiciones
ajenas al m ercado y que, p o r tan to , podían ser consideradas co m o independientes.
29 T h e o iy o f P o lítica/ E co n o m y , p. 16 5 .
LA TENDENCIA DE LA ECONOMÍA MODERNA 113
31 E l interés de W alras p o r la teoría económ ica parece haber sido estim ulado,
en realidad, por un a discusión con un sansimoniano y por el deseo de proporcionar
una prueba simple de que el libre cam bio en un m ercado concurrente proporciona
el resultado óptim o. (V e r W ick sell, Lectures, vol. I , pp. 7 5 -7 4 .)
118 LA TENDENCIA DE LA ECONOM ÍA MODERNA
1 Ejem plos de este tercer tipo parecen ser aquellos a los que dejaría de apli
carse el principio de la “com posición de causas”, de J . S. M ili. Son casos tam
bién a los que se refiere el profesor J . M . Clark com o aquellos en que la intro
ducción de cam bios produce diferencias de “ carácter cualitativo o quím ico” por
oposición a las puram ente “ cuantitativas” . (E con om ic Essays in H onour of J. B .
Clark, pp. 4 6 -4 7 .) Sin em bargo, no entiendo lo que quiere decir cuando afirm a
que en el análisis económ ico las “ fuerzas adaptables” (adaptive forces) necesitan
confinarse “ a aquellas que se autolim itan y que no son de carácter acum ulativo”
(p . 4 8 ) . ¿Q u errá decir que las que “se autoüm itan” o que son "acum ulativas”
sólo pueden aplicarse a la naturaleza de la situación total y no a los factores
individuales que intervienen en ésta?
132 FRICCIO N ES Y EXPECTATIVAS
13 N aturalm ente que cuando los com pradores tam bién obran de acuerdo con las
expectativas de los precios futuros (p o r ejem plo, en un m ercado puram ente especu
la tiv o ), puesto que sólo com pran con la intención de volver a vender, existe una
posibilidad indefinida de m ovim ientos de precios en cualquier dirección impulsados
por una expectativa inicial de un lado o de otro . Pero los prim eros teóricos de la
utilidad, por lo m enos, descartaron im plícitam ente esta posibilidad del m ercado de
consum idores al suponer que la dem anda de éstos estaba relacionada con un cálculo
de la utilidad que no podía ser influido por los cambios de precios esperados.
Aun así, p o r supuesto los consum idores pueden posponer tem poralm ente su consum o
con la esperanza de una reducción de precios, acentuándola de ese m od o; pero
probablem ente con el solo propósito de com prar m ás, proporcionalm ente, en una
fecha posterior. Las teorías tradicionales de la especulación han ignorado el h ech o
de que cuanto m ayor es el elem ento de los cam bios especulativos en el sistema,
m ayor es la inestabilidad de precios, pues su atención la concentraron principal
m ente en el aspecto apologético de las transacciones especulativas.
142 FRICCIO N ES Y EXPECTATIVAS
15 Podría parecer que las expectativas acerca del futuro de los precios relativos
tam bién ejercen una influencia directa e inm ediata sobre el volumen del capital
invertido, y que esta influencia ha de ser clasificada dentro del rubro señalado
arriba. P ero la im portancia en este caso es diferente: es el tipo de acción que,
ceteris paríbus, quedará sujeta a revisión porque la realidad no corresponde a la
expectativa; no así el cam bio de inversión que es el resultado del cam bio de los
ingresos y, por consiguiente, del cam bio del “precio de oferta” del capital.
16 Si consideramos que lo que los austríacos llam an ‘1a estructura-tiem po de
la producción” se alarga contin uam ente con el tiem po, entonces cualquier cambio
a plazo corto que altere el ritm o de las inversiones debe alterar la velocidad de este
proceso de alargam iento y dar lugar a que esta “ estm ctaia-tiem po” sea diferente en
cualquier m om ento del futuro de lo que habría sido en otras condiciones. E l hecho
de considerar la acum ulación del capital com o un proceso continuo siempre ha cons
tituido una de las dificultades con que ha tropezado la opinión que considera el
capital com o un factor últim o de la producción. E l capital participa de una doble
característica: es un fondo (stock) y al mismo tiem po una corriente (cu rrent ílow )
que alim enta ese fon do; el “precio de oferta” de estas dos cosas es diferente, sólo
de una de ellas puede decirse que es igual al rendim iento corriente; y m uy le
jos de ser independiente de la últim a, este precio de oferta cam bia continuam ente
con ella. V e r A rm strong, Saving and Investm ent, pp. 2 4 7 -4 8 , y supra pp. 1 0 5 -1 0 6 .
17 É ste es visiblem ente el fenóm eno al que los economistas suecos se refieren
cuando hacen notar, enm endando a W ick sell, que un cam bio de precios (originado
por una divergencia entre el tipo “natural” del interés y su tipo m on etario) puede
dar lugar a una desviación del propio "tip o natural” . V e r Lindahl y M yrdal, citado
por Brinlev Thom as, M onetary P olicy and P n ces , pp. 7 8 -7 9 y 8 5 ; y M yrdal, M o-
netary Equilibrium .
144 FRICCIO N ES Y EXPECTATIV AS
este retraso es largo o corto, y hasta de que exista o no ese retraso. Si existe, el
razonam iento del texto se vigoriza todavía m ás.
21 Si existen reservas de estas cosas, entonces la elevación de precios será p e
queña, y hasta nula, si se trata de una oferta infinitam ente elástica de esos recur
sos. E n este caso el aum ento de la producción total de zapatos será proporcional
al aum ento de los gastos m onetarios, y por ello no se elevará el precio de venta.
E s cierto que el tipo de ganancia no se reducirá com o resultado de la esperada
am pliación de la producción. P ero si existe alguna inelasticidad de la oferta de
recursos, los costos aum entarán en cierto grado con relación al precio de venta de los
artículos acabados (dados los supuestos a que nos hem os referido arrib a ).
22 L a cuestión puede expresarse en esta form a. Las inversiones industriales
aum entan en x. Para m ayor sim plicidad hagam os a un lado el hecho de que parte
de la inversión adoptará la form a de establecim ientos perm anentes, y supongamos
que todo se invierte en pieles. D e ese m odo el aum ento de la inversión será equi
valente a un aum ento de los costos ordinarios de los zapatos. Ahora bien, si origi
nalm ente los costos de las pieles y del trabajo eran X , los ingresos provenientes de
las ventas de zapatos Y , y la ganancia resultante Y — X = y, el tipo de ganancia
y
sería — . Ahora bien, tanto X com o Y aum entan en x, por tanto, la diferencia entre
X
y
ellas sigue siendo = y. Pero el tipo de ganancia será ahora — ----------------
X + x
E l resultado sería sem ejante si, en una com unidad que practica el trueque, un
agricultor, esperando una m ejor cosecha, decidiera dar m ás trigo a cam bio de tra-
FR IC C IO N ES Y EXPECTATIVAS 147
costos será una causa para que, en gran medida, el propósito de crear
nuevos establecimientos y adquirir más fuerza de trabajo y materia
les, no se realice. Pero es esta misma frustración la que impide
ese aumento de producción que habría permitido realizar los pro
pósitos de lucro de la inversión.
Puede ser, no obstante, que el efecto de una expectativa que da
origen a un movimiento hacia la expansión o hacia la contracción
sea modificado por la rigidez de ciertos elementos de la situación.
Esta rigidez puede afectar a los salarios nominales que no logren
subir frente a un aumento de la demanda de mano de obra, o a ciertos
contratos a largo plazo en los que se estipula una cantidad fija de
dinero como, por ejemplo, los contratos de préstamo en los que el
efecto del movimiento inicial de precios puede consistir meramente
en “exprimir” (o, por el contrario, conceder una prima o subven
ción) a los rentistas. Hasta donde éste sea el caso, podría parecer,
a primera vista, que las ganancias obtenidas en la fase ascendente
son mayores de lo que habrían sido en otras condiciones, y a la in
versa, en la fase descendente. (Podría parecer, ciertamente, que por
haber construido sobre la base de una conclusión como ésta fue por lo
que el punto de vista tradicional optaba, frente a los cambios del
nivel general de precios, por un tipo plástico de salarios más bien
que por uno de carácter rígido). Pero esta conclusión no se obtiene
por fuerza si los gastos de estos grupos dotados de ingresos fijos es
correspondientemente menor de lo que habría sido en otras condicio
nes. Esta consideración nos revela, por tanto, que ninguna solución
a esta clase de problemas puede ser suficiente a menos que se co
nozca algo de la reacción de los consumidores frente a la elevación
de precios. Y a esto no hemos prestado atención todavía.
En esta etapa de nuestro estudio debiera ya parecemos evidente
que por debajo de todo el razonamiento acerca del movimiento de
los precios relativos se halla el supuesto de que las expectativas de los
empresarios son las que juegan el papel activo, mientras que la con
ducta de los consumidores no se afecta, o se afecta poco, por las
bajo o prom etiera a los peones una parte m ayor de los productos de la cosecha.
É sta dejaría de ser m ejor, por eso m ism o, que la del año anterior, con el resultado
de que el agricultor se hallaría en peores circunstancias debido a sus com prom isos
optim istas, si bien los peones habrían consum ido ese año una m ayor proporción de
la producción ordinaria.
E l resultado (para volver a nuestro ejem plo de los zapatos) n o sería sustan
cialm ente diferente si una parte de las inversiones ya increm entadas se destinara
a establecim ientos adicionales o nuevos. E n estas condiciones tend ría que suceder
una de dos cosas: o el precio de la maquinaria y del equipo aum entaría (co n un
efecto sem ejante por lo que se refiere a la elevación de precio de las pieles y del
trabajo en nuestro caso m ás sim ple) o, si el trabajo em igra hacia las industrias de
bienes de producción en tal cantidad que se m odifique la técnica de la industria
en dirección de una m ayor proporción de capital respecto al trabajo (la “ com posición
orgánica del capital” m ás elevada de M arx o los “procedim ientos de producción m ás
indirectos” de los au stríaco s), se reduce el tipo de ganancia por esta razón. E l resul
tado práctico podría ser una m ezcla de estos dos fenóm enos: la existencia del pri
m ero prom overía la del segundo.
148 FR ICCIO N ES Y EXPECTATIV AS
en la metrópoli tenía que elevarse sin duda alguna en este caso de
bido a que el campo de inversión de su capital se había ampliado.
No es posible, por supuesto, trazar una línea rígida entre estos dos
casos; deben considerarse, más bien, como dos tipos de relaciones
entre países, cuyos efectos se confunden en la zona de su conjunción.
No es probable que las relaciones comerciales entre dos países dejen
de tener algunos efectos sobre el abaratamiento de los artículos ali
menticios y sobre las materias primas en el país más desarrollado,
especialmente en el caso del comercio entre una región industrial y
otra agrícola; por eso puede decirse que, en esa medida, el campo de
inversión del capital del primer país se ha dilatado. Por otra parte,
si realmente se ha invertido capital fuera del primer país, es proba
ble que el tipo de ganancia se eleve, independientemente de sus
efectos incidentales sobre los precios relativos. Se ve, pues, que no es
fácil definir con precisión la relación económica que caracteriza al
colonialismo. E n esta materia no son de esperarse definiciones que
aíslen los fenómenos con la rigidez de una separación lógica. La super-
ganancía, en el sentido marxista, puede surgir, según parece, tanto
del intercambio libre y no reglamentado entre países de productividad
distinta, como del intercambio reglamentado o d e ja s inversiones ex
tranjeras. De ahí que, en cierto modo, sea un resultado de casi todo
comercio internacional. Si hemos de dar una definición característica
de esta relación económica, debe formularse en términos de algo más
estrecho que esto; y la definición económica más conveniente y sa
tisfactoria de colonia y colonialismo parece consistir en una relación
entre dos países o regiones que implica la creación de super-ganancias
en beneficio de uno de ellos, ya sea por medio de un comercio regla
mentado en términos monopolistas, o por la inversión de capital de
uno de los países en el otro, con un tipo de ganancia superior al
que prevalece en el país inversionista. Cada uno de estos tipos de
relaciones representa una forma de explotación de una región por
otra (a través del comercio o de la inversión) que en aspectos impor
tantes es distinta de las relaciones comerciales entre dos regiones
sobre la base de un comercio líbre y no reglamentado.8
Lo que caracterizaba al mercantilismo era una relación de co
mercio reglamentado entre la colonia y la metrópoli, ordenado en
forma tal que sus términos siempre eran a favor de la última y
en contra de la primera.9 E n este sistema las inversiones en la colo
8 L a concepción del com ercio exterior libre de todo elem ento m onopolista es,
por supuesto, tan abstracta com o la concepción de la 'lib r e com petencia” en el
com ercio interior, y tan raro uno com o otra. A l usarla aquí es con fines fundam en
talm ente analíticos.
9 E sta situación ten ía sus precedentes en la relación que persistió e n tre e l capi
tal com ercial y el cam pesinado y el artesanado durante los últim os años de la
E d a d M edia y en el periodo d e la “acum ulación prim itiva” . Las diversas estipula
ciones monopolistas de los grem ios m ercantilistas, reforzadas frecuentem ente p o r la
política de los gobiernos m unicipales, que equivalían a un a especie d e “ colonialis
m o ” respecto a las regiones rurales circunvecinas, dieron origen a un a relación
IM P E R IALISMO 157
nia, si bien se realizaban, parecen haber desempeñado un papel se
cundario. E l imperialismo de nuestros días repite esta característica
de la explotación por medio del comercio; y si bien en sus primeras
etapas puede haber sido menos marcada de lo que fue en el sistema
colonial de los siglos xvn y xvnr, en etapas posteriores adquiere una
gran importancia creciente bajo la forma de la política neo-mercanti-
lista de la “autarquía” de los países imperialistas. Pero entre el mer
cantilismo y el imperialismo hay, por supuesto, toda la diferencia que
existe entre una fase primitiva del desarrollo del capitalismo y la
etapa más avanzada de la técnica industrial de producción en gran
escala, de integración de las finanzas con la industria y de organiza
ción y política monopolistas. En consecuencia, en la última etapa
la exportación de capital desempeña un papel dominante, y con ella la
exportación de bienes de producción y la hipertrofia de las industrias
que producen estos últimos.10 E n efecto, entre las diferencias que
distinguen al antiguo del nuevo sistema colonial, la principal parece
ser el hecho de la inversión de capital en las regiones coloniales. Como
esta inversión adopta las formas más variadas, pretender represen
tarla como una inversión exclusiva o predominantemente de capital
industrial para la explotación directa de un proletariado colonial, es
dar un cuadro exageradamente simplificado y erróneo del proceso
real. Las inversiones en la colonia toman frecuentemente la forma de
préstamos de dinero en gran escala o de explotación de formas
primitivas de la producción, como sucedió con el capital mercantil en
la Europa occidental en los días del sistema Veríag.11 Por otra par-
de explotación de esta especie que parece haber constituido una form a im portante de
acum ulación prim itiva. E n el sistem a V eríag (trabajo a do m icilio ), alcanzó una etapa
m ás elevada, logrando finalm ente su m adurez y su form a “ pura” en la explota
ción de un proletariado por el capital industrial y en la creación de la plusvalía
industrial (ver Capitalist E n terp rise, de M aurice D obb, caps, xrv-xvr, x v m -
x r x ) . E s interesante observar que este tipo de relación constituyó en 1 9 2 5 la base
de la discusión en la U .R .S .S . acerca de las relaciones entre la industria y la eco
nom ía cam pesina y de la teoría de la “acum ulación socialista prim itiva” de Preo-
brajensky. (V e r Russ/an E c o n o m ic D e v e lo p m en t, de D obb, pp. 1 6 0 ss.)
10 E l valor total de la exportación de capital británico, en 1 9 1 3 , se h a esti
m ado en 4 0 0 0 0 0 0 0 0 0 de libras esterlinas, de las cuales la m itad se invirtió en el
Im perio británico, la quinta parte en los Estados Unidos de N orteam érica, otra quinta
parte en C en tro y Suram érica y sólo la vigésima parte en E u ropa. L os siguientes
porcentajes de distribución de las exportaciones combinadas de Alem ania, G ran
Bretaña y los Estados U nidos son ilustrativos:
B ienes d e B ien es d e
producción consum o
1 8 0 0 ..................................... 26% 74%
1 9 0 0 ..................................... 39% 61%
1 9 1 3 ..................................... 46% 54%
(International C h am b er o f C o m m erce, Internationa! E c o n o m ic R eco n stru ctio a,
pp. 3 0 -3 2 .)
11 Ejem plos de ello los hallam os en la N iger C om pany y en el Sudan Flan-
tation Syndicate o en la m ayor parte del Á frica Ecuatorial francesa, donde el capi
tal extranjero explota la econom ía prim itiva por m edio del com ercio o del prés
tam o en dinero, sin que haya la m enor tendencia de industrialización de esa zona.
158 IM PER IA LISM O
P o r ejem plo, J. S. M ili, q u e escribió desde m ediados del siglo x d c , hace esta
sorprendente declaración sobre la exportación de cap ital: “ C reo que ésta h a sido
desde hace m uchos años una de las principales causas que han detenido la baja
de las ganancias en Inglaterra.” (Principios, ed. cit., p. 6 3 3 .)
C o n respecto a la “com pensación” resultante del desarrollo colonial en form a
de im portación de artículos alim enticios m ás baratos, sobre la que frecuentem ente
se llam a la atención, un autor bien inform ado h a form ulado recien tem en te la si
guiente conclusión: “ U n a divergencia laten te de intereses entre los trabajadores y
los capitalistas se hacía cada vez m ás aguda. A pesar de que los capitalistas no
habían sido los únicos que se aprovechaban de las ventajas de la exportación de
capital, la clase trabajadora había participado m ás por accidente que por designio.
F u e sólo por una rara coincidencia de intereses por la que los riesgos m ás lucra
tivos fructificaron en artículos alim enticios y m aterias prim as cada vez m ás bara
tos.” A dvierte, adem ás, que la edificación de palacios para sultanes, la apertura
IM PERIA LISM O 159
puede apreciarse si el proceso se lleva al extremo: si se supone que
en las colonias existe una población proletaria ilimitada que explotar
(y recursos naturales inagotables), y si se supone también que han
sido suprimidos todos los obstáculos a la exportación de capital. La
terminación lógica del proceso (si se tiene cuidado de llevar hasta
el fin una hipótesis puramente abstracta) sería la de reducir las
tarifas de salarios (por lo menos las de los “salarios eficiencia” ) en
los países capitalistas más antiguos al nivel reinante en las regiones
coloniales, y siempre que existan nuevas regiones que abrir a la ex
plotación para mantener la masa de población de todo el mundo
sobre ese nivel de vida. Por diversas razones concretas, el proceso no
llega, ni se aproxima siquiera, a este límite abstracto (que implicaría
la “descolonización” de la colonia y la desindustrialización parcial
de las metrópolis imperiales). Pero la tendencia sigue siendo una ten
dencia restringida, a pesar de que otros factores operen en sentido
contrario.14
Con frecuencia se destaca este contraste entre el sistema mercan-
tilista y el colonialismo moderno (esto es, el hecho de invertir capi
tal en las colonias), hasta el grado de negar que el tipo especial de
explotación característico del primero existe en la actualidad. Por ello
se hace hincapié en el efecto industrializador del imperialismo en
los países retrasados por oposición al efecto restrictivo que el mer
cantilismo ejercía sobre el desarrollo económico de las colonias. Se
M alaca y Beluchistán; en tan to que F ran cia dio los prim eros pasos para som eter
o despedazar a C hina apoderándose de A nnam y de T onkín. A l m ism o tiem po,
tuvo lugar el reparto de las islas del P acífico entre las tres G randes P otencias.”
(L . W o o lf, E c o n o m ic Im peria lism , pp. 3 3 -3 4 .)
23 E n tanto que la industrialización del litoral del A tlán tico de los Estados
U nidos com enzó casi a principios del siglo pasado, el capitalismo industrial m aduro
y bien desarrollado no llegó al oeste y al sur sino relativam ente tarde. A m i m odo
de ver, hay indicios de que en casi todo el siglo x t x el capitalism o norteam ericano
adoptó una form a de “ colonialism o interno” , en el que sus propias regiones agrí
colas desem peñaron el papel de zonas coloniales para el gran capital atrincherado en
el este. H ay que hacer n o tar, p o r lo m enos, que los Estados U nidos no dejaron de
ser, en térm inos generales, im portadores de artículos m anufacturados hasta fines
del siglo.
IM PERIALISM O 167
pítulo anterior el reclutamiento “extensivo” del “ejército industrial de
reserva” dentro de las viejas fronteras nacionales y, por otra, la ele
vación del nivel técnico, o composición orgánica del capital, que
fue estimulada por aquel agotamiento hasta un punto en que se
requiere un desarrollo considerable de las industrias pesadas. Estos
desarrollos paralelos están asociados, probablemente, a una tendencia
decreciente muy acentuada de los rendimientos del capital; en tanto
que el desarrollo técnico de los medios de producción había de sumi
nistrar una base para esa concentración del capital de la que tienden
a surgir las grandes agrupaciones monopolistas. E l capitalismo, en la
frase de Lenin, ha “madurado” excesivamente en el sentido de que
“no dispone de un terreno apropiado suficientemente vasto” para “co
locar” el capital.24 D e ser cierto que estos desarrollos se caracterizan
por una disminución acentuada de los rendimientos del capital, este
hecho tiene que ser un estímulo, a la vez, para la adopción de una
política monopolista en la industria nacional y para la búsqueda
de nuevas inversiones en el extranjero, en tanto que el desarrollo de
grandes agrupaciones monopolistas, especialmente si están asociadas
a las finanzas, suministrará el único tipo de organización capaz de
acometer las conquistas económicas en gran escala en el extranjero.
Hay, además, otra razón por la que el monopolio y el colonialismo
se hallan lógicamente unidos. Si bien el monopolio de una industria
o grupo particular de industrias puede lograr que aumente el tipo
de ganancias, es impotente, tan pronto como se generaliza, para elevar
ese tipo de ganancia en todos los negocios, a menos que pueda re
ducir el precio de la fuerza de trabajo o exprimir alguna clase eco
nómica intermedia nacional.25 Buscando un escape satisfactorio, por
consiguiente, está obligado inexorablemente a proyectar su esfera
de explotación sobre el extranjero.
Como ya dijimos más arriba, Marx estaba muy lejos de sostener
que su análisis de la sociedad capitalista suministrara unos cuantos
principios simples de los que pudiera deducirse mecánicamente el
futuro de la sociedad. Lo esencial de su concepción consistía en que
el movimiento proviene del conflicto de elementos opuestos en esa
sociedad, y en que de esta interacción y movimiento surgían nuevos
elementos y nuevas relaciones. Las leyes de la etapa superior del
desarrollo orgánico no pueden ser necesariamente deducidas, cuando
menos en su totalidad, de las correspondientes a la etapa inferior,
a pesar de que las primeras tienen una relación definible con las últi
mas. Lo que da gran parte de su importancia al análisis de Lenin so
bre esta nueva etapa del desarrollo, es haber precisado claramente los
puntos en que esta nueva etapa modifica o transforma ciertas relacio
nes características de la fase inicial pre-imperialista, modificaciones
que se aducen frecuentemente como opuestas a la predicción marxis-
ta. Pero si bien el imperialismo introdujo, indudablemente, situa-
24 E l im perialism o, p. 8 5 . (E d . B iblioteca M arxista.)
25 V e r supra, p. 56.
168 IM PER IA LISM O
que la primera, más bien que la última, sea la que imponga el ritmo
de los acontecimientos.
Una tercera consecuencia del imperialismo sobre el curso de los
acontecimientos económicos mundiales fue la de acentuar la des
igualdad del desarrollo de los distintos países y regiones. En el si
glo xix parecía que la marcha de la industrialización ejercía un cíccto
“nivelador” sobre las distintas partes del mundo. E l crecimiento de
los mercados mundiales, tanto de mercancías como de capital, fue
considerado como un factor que tendía a disminuir las diferencias
nacionales y a nivelar cada vez más el desarrollo técnico de los di
versos países, así como sus patrones de vida. Es cierto, sin embar
go, que siempre hubo que hacer salvedades a esta manera de ver las
cosas. Pero con la aparición del nuevo sistema colonial surgieron
nuevos motivos de desigualdad que resultaron muy importantes por
•su influencia, tanto sobre la estructura interna de clases como sobre
la estabilidad interior de varios grupos nacionales. Superficialmente
considerado, podría creerse que el monopolio representa la unificación,
la coordinación y un grado superior de planeación. Esto puede ser
parcialmente cierto dentro de la esfera de un control monopolista
particular. Pero el monopolio significa, esencialmente, privilegio, y
el privilegio económico significa restricción y exclusión. Significa ne
cesariamente preferencia sobre alguien, exclusión de alguien, y en ello
se encuentra, desde luego, la semilla de la desigualdad y de la riva
lidad. Aquellas potencias que tienen más éxito en su política colonial
pueden asegurarse una nueva prosperidad (por lo menos temporal
mente) y una mayor estabilidad interna. Cuando la rivalidad se torna
en abierto conflicto y éste en guerra, la expansión territorial para
un grupo sólo puede obtenerse a expensas de otro. Así acontece en
las guerras de conquista, en las que el “territorio” se amplía primero
mediante la anexión de zonas vírgenes, aunque después sólo puede
lograrse arrebatándolo a un grupo rival. E l Tratado de Versalles, con
sus traspasos al por mayor de las colonias de los vencidos a los ven
cedores, parece revelar que esta etapa se había alcanzado ya en 1914.
Lenin deriva dos conclusiones de estas nuevas desigualdades y riva
lidades de la época imperialista. La primera consiste en la imposibi
lidad de lo que había dado en llamarse “super-imperialismo” (un
internacionalismo de las potencias imperialistas para explotar el globo
conjunta y pacíficamente), y la segunda, en la posibilidad objetiva
de que la rebelión proletaria contra el capitalismo y el triunfo del
socialismo, surgieran primero, no en los más viejos países capitalistas,
que por haber sido los primeros y más afortunados en la carrera co
lonial se habían asegurado un nuevo respiro de prosperidad, sino en
los países que por estar menos desarrollados industrialmente, consti
tuían los “eslabones más débiles” al estallar una crisis severa, como
la Guerra Mundial, que minara toda la estructura. E n esta última
conclusión encontró no sólo una justificación para su propia política
en Rusia, sino una respuesta para la que había sido calificada insis-
IM PERIALISM O 171
tentempnte “la gran paradoja del marxismo”, acerca de que la revo
lución profetizada por Marx setenta años antes se hubiera realizado
primero en Rusia y no en los países del Occidente.
Esta concepción del imperialismo, con su latente rivalidad y su
lógica interna de expansión, ofrece un interesante paralelo respecto
al análisis de una economía esclavista hecho por Caimes en su Slave
Power. Caimes subraya el hecho de que en los estados del sur de los
Estados Unidos la única forma de hacer nuevas inversiones y ga
nancias consistía en la adquisición de más plantaciones y más es
clavos. De ahí que la agitada economía de los estados del sur se
haya movido continuamente por la urgencia de expansión para adqui
rir más esclavos y ampliar hacia el Oeste el sistema de plantaciones.
La inevitabilidad de un choque con los estados del norte radicaba
en las limitaciones que finalmente acabaría por tener ese proceso.
Una codicia expansionista semejante se encuentra evidentemente en
la esencia misma de la economía capitalista, la cual no puede saciarse
indefinidamente. La misma contracorriente que genera en forma de
nacionalismo colonial da lugar al establecimiento de barreras cada
vez más altas a toda intensificación de su política monopolista, y
hasta sirve para aflojar la cohesión del Imperio. E l capitalismo, con
siderado como un todo, sólo puede hallar en el colonialismo un
respiro transitorio.
Si se aduce la crisis económica de la posguerra y se opone a este
planteamiento, surge una interpretación distinta y a la vez más lu
minosa de la que se hace habitualmente. Un planteamiento seme
jante, en verdad, parece esencial si quiere descubrirse un sentido a la
pesadilla de los acontecimientos recientes, es decir, si se quiere des
cubrir la verdadera y última causa, los causae causantes, y si no nos
conformamos con la descripción superficial suministrada por un sim
ple análisis de las “causas inmediatas” . Contemplado en esta pers
pectiva más amplia, el mal de nuestro mundo de la posguerra tiene
evidentemente raíces mucho más hondas que las simples “dislocacio
nes de la producción de tiempo de guerra”, “las restricciones guberna
mentales al comercio y a la iniciativa”, “las perturbaciones moneta
rias” y otras cosas semejantes que han figurado tan prominentemente
en las discusiones tradicionales de la cuestión, y que para muchos
economistas parecen ser el límite de su campo de investigación. Así
empieza a destacarse, con más claridad, una “crisis general”, mucho
más profunda que el movimiento cíclico. Fue Marshall quien dijo
que “en economía, ni aquellos efectos de causas conocidas, ni aque
llas causas de efectos conocidos que son más patentes, son general
mente las más importantes” . A menudo es más útil estudiar “lo que
no se ve”, que “lo que se ve” . “Esto ocurre especialmente cuando
se trata de una cuestión de interés meramente local o temporal,
pero que ha de servir de guía en la construcción de una línea de
conducta previsora para el bien público.” 27
27 Principios, p. 6 0 5 . E d . B iblioteca de C ultura Econ óm ica.
172 IM PER IA LISM O
32 P o r ejem plo, en Alem ania (ún ico país del que se tienen d a to s), la baja de
los precios de las m ercancías “cartelizadas” (q u e com prenden, aproxim adam ente,
la m itad de las m aterias primas industriales y de los artículos sem im ar.ufacturados)
entre enero de 1 9 2 9 y enero de 1 9 3 2 , fue sólo de 1 9 % , en tanto que la de las
m ercancías no cartelizadas llegó a ser hasta de 50 % . U n o de los efectos de este
fenóm eno parece haber sido la característica de esta crisis: el precio de los bienes
de producción bajó m enos rápidam ente que el de los artículos de consum o. (W o rld
E co n o m ic Survey, de la Liga de las N aciones, 1 9 3 1 -1 9 3 2 , pp. 1 2 7 -3 3 .)
IM PERIA LISM O 175
rigidez que son las tarifas de salarios".33 Podría parecer que esto últi
mo no constituye un serio problema en vista del enorme ejército de
desocupados que existe en todos los países industriales. Pero la sola
existencia del “ejército de reserva” no basta; es necesario, además,
que pueda hacerse efectivo para los propósitos a que está destinado.
Y aquí nos hallamos frente a una diferencia importante entre la posi
ción de hoy y la de la época clásica de principios y mediados del
siglo xix: en la medida en que la clase trabajadora dispone de fuertes
organizaciones defensivas capaces de ofrecer resistencia, la antigua ley
clásica del “ejército industrial de reserva”, abandonada a sí misma,
deja de funcionar. Ésta es, en verdad, la esencia de la queja que se
halla prendida en los labios de la mayoría de los economistas desde
1920, cuando hablan de la necesidad de restablecer la “flexibilidad”
y la “plasticidad” de los diversos aspectos del sistema económico y,
en particular, del mercado de trabajo. Apelar en nuestros días a este
recurso exige medidas extraordinarias para romper esta resistencia
en la que difícilmente pudo haber soñado el liberalismo del siglo xix.
A falta de un inesperado invento “autónomo” para ahorrar trabajo
y a falta de nuevas perspectivas coloniales, ésta es la alternativa a la
que se ve arrastrado el capitalismo en un número cada vez más
grande de países.
Se dice que cuando los primeros discípulos de Adam Smith em
pezaron a enseñar Economía Política en la Universidad, su referencia
a cosas vulgares como “trigo” o “rebajas de impuestos” era consi
derada como una “profanación” de la tradición académica, en tanto
que el mero título de Economía Política se hacía sospechoso de
“proposiciones peligrosas” .34 En nuestros días la reacción tiende a ser
muy semejante cuando un economista se refiere explícitamente a los
acontecimientos políticos actuales. Y , sin embargo, hoy día la econo
mía y la política se hallan entrelazadas más íntimamente que en los
días de Smith y de Ricardo: los acontecimientos políticos tienen
causas económicas manifiestas y la prognosis económica gira en la
órbita de los movimientos políticos. Para comprender bien a fondo
lo que es posible hacer y lo que está aconteciendo, ni el economista
puede excluir las conexiones políticas de los acontecimientos econó
micos ni el político puede pasar por alto las conexiones económicas.
La conexión entre ciertos movimientos políticos de los últimos años
y las características de la crisis económica, tal como las hemos des
crito, parece ser particularmente íntima. Nos hallamos aquí en un
campo donde gran parte de las pruebas no han sido depuradas, y
en donde la generalización descansa en interpretaciones particulares de
33 Fraser, G reat Britairt and the G o ld Standard, p. 1 1 5 . L a conexión entre un
colonialismo “obturado” y ia intensificada “ m onopolización interna” ha sido seña
lada por P . Braun en Fascism M a te o r B rea!: cuando dice: “Para com pensarse de
la falta de m onopolios coloniales, el capital financiero trata de establecer m onopo
lios industriales en su propia ‘m ailie patria’ . . . , exigiendo m ás monopolios o super-
ganancias en la m etrópoli” (pp. 9 - 3 0 ) .
34 Introducción a Steivarps B io g n p h ic s , ed. H am ilton, pp. t.i-ld .
176 IM PER IA LISM O
* Fam osa novela del hum orista inglés Lorenzo S tem e. Su prim er volumen
apareció en 1 7 5 9 y no fue sino hasta 1 7 6 7 , un año antes de la m u erte del autor,
cuando vio la luz el noveno y últim o. [T .]
186 LA L E Y ECONÓMICA EN UNA ECONOMÍA SOCIALISTA
una poderosa razón que hace mucho más pequeño el “optimum fi
nanciero” (cuando se tiene en cuenta la incertidumbre) que el “opti
mum técnico” en la industria del acero, lo cual impide que los
establecimientos que lo producen se construyan sobre la escala más
eficiente.8 Un programa de inversiones constante y conocido de ante
mano, podría suprimir no sólo las fluctuaciones de la demanda, sino
la incertidumbre.
Podría parecer a primera vista que los hechos del cuarto tipo
— cambios que ocurren en el futuro— no tienen nada que ver, desde
un punto de vista social, es decir, desde el punto de vista de la “pro
ducción social” o el interés general, con la corrección o incorrección
de una inversión anterior, sino únicamente con las ganancias que el
capitalista pueda obtener en conclusión. Pero no es así. Y precisamen
te porque no es así es por lo que el problema de las inversiones en
una economía socialista tendrá que ajustarse a un principio distinto
del que rige en una economía capitalista. Una economía socialista
tiene que regularse por el propósito de aumentar su capitalización
con un paso más o menos rápido hasta alcanzar el “punto de satura
ción” de capital-equipo, es decir, hasta que ya no sea posible aumen
tar la productividad derivada de la transformación de mano de obra
en “trabajo acumulado” . Llegado este momento todo se reduciría a
conservar, usar y sustituir el equipo existente, de donde se sigue que
toda la producción neta ordinaria del trabajo correspondería a los
trabajadores para su consumo corriente.9 Si fuera posible una previ
sión perfecta, el interés del Estado socialista consistiría en planear su
programa de inversiones de tal modo que el progreso de la construc
ción y el de las innovaciones técnicas siguiera una trayectoria de
ordenado desarrollo en el futuro hasta alcanzar esta meta ideal de la
saturación de capital. E n realidad la previsión perfecta no existe ni
podría existir, de modo que cualquier programa de construcción que
se diseñara para el futuro quedaría sujeto a diversas modificaciones
a medida que se presentaran circunstancias imprevistas. Pero en la
medida en que ese Estado pudiera proyectar un programa de inver
siones para varios años, en esa medida, también, tendría que modi-
todos están íntimamente ligados entre sí, pues desde el punto de vista
lógico no son sino aspectos distintos de una sola decisión concer
niente a la distribución del trabajo para la producción. E l volumen
actual de producción de artículos de consumo y, por consiguiente,
el nivel de los salarios reales, no puede fijarse independientemente
del conocimiento que se tenga de la productividad del “trabajo acu
mulado” adicional dedicado a aumentar la producción dentro de los
dos, tres, cuatro o cinco años siguientes, como tampoco puede deci
dirse correctamente el comenzar a establecer plantas destinadas a
producir artículos de consumo dentro de un periodo de tres, cinco
o diez, sin conocer cuál será la producción total de artículos de
consumo en esos años y cuántos proyectos habrán de madurar en
ese periodo, los cuales se pondrán en ejecución durante el próximo
año, durante el siguiente, y así sucesivamente. Estas cosas no pueden
decidirse separada e independientemente, de la misma manera que
una ama de casa, al ir al mercado, no puede decidir qué cantidad de
su dinero debe gastar hoy, qué cantidad ha de gastar mañana o la
semana entrante, sino hasta que conozca los precios que rigen en
el mercado y cuáles son las alternativas que se le ofrecen.11
Podría parecer que en una economía capitalista existe una ten
dencia a subestimar el efecto de la acumulación de capital en el futuro
sobre la reducción del tipo de interés. En la medida que esto sea
así, habrá una tendencia constante a sobreinvertir en los proyectos
que produzcan el tipo de interés dominante y que, por consiguiente,
sean apropiados a la situación del momento inmediato, pero que
serán impropios en el futuro próximo y hasta parcialmente anticua
dos, debido al hecho de que en el futuro, siendo más rico en capital,
se estará en posición de utilizar un equipo de un tipo más “avanza
11 E s fundam entalm ente por esta razón por lo que la esencia de la producción
socialista no puede alcanzarse, m ientras los dos aspectos: el del “ ahorro” (decisiones
que gobiernan el nivel de consum o) y el de la “inversión” (decisiones relativas a
la producción de bienes de producción) se hallen separados y establecidos autó
n om am en te; es decir, conectados por un tipo de interés sobre préstam os, com o po
dría seguir siendo el caso, de acuerdo con lo sugerido por algunos, en el socialismo.
C iertam en te, si ese interés sobre préstam os fuera continuam ente ajustado, podría
finalm ente producir cierto equilibrio transitorio entre los dos grupos de decisiones,
aunque tardíam ente y com o correcciones post facto de los errores y fluctuaciones.
P o r ejem plo, si se dejara a cada uno de los directores de las diferentes empresas
en libertad de com petir por la cantidad de capital que estimasen poder em plear
productivam ente a un tipo de interés dado, podrían em barcarse en proyectos de
producción con desconocim iento de lo que acontece en otros sectores, y solam ente
más tarde, después de que sus actos y, los de los otros hubieran reaccionado sobre
el tipo de interés, estarían en posibilidad de descubrir su error. P o r otra parte,
si una econom ía socialista adoptara el sistema de precios y la descentralización de
las decisiones que caracterizan al capitalism o, no habría razón para que no que
dara sujeta a la m ism a clase de inestabilidad que discutim os al final del capítulo v i:
inestabilidad debida especialm ente al hecho de que las ganancias (y, por consi
guiente, la dem anda de capital) dependerán cada vez m ás del ritm o de inversión
m ism o. Las razones para pensar así se discuten m ás am pliam ente por el autor en
un artículo publicado en el E co n o m íc Journal, de diciem bre de 1 9 3 9 . (V e r A pén
dice I II [ T .] ) .
194 L A L E Y E CO N Ó M ICA EN UNA ECON OM ÍA SOCIALISTA
do” .12 Esta tendencia quizá se fortalece porque el deseo es padre del
pensamiento: el deseo de que el rendimiento del capital no dismi
nuya rehusándose a admitir esa baja hasta el grado de no hacer inver
siones en proyectos que, de acuerdo con los indicios de que se dis
pone, prometen un tipo más elevado de ganancia. Por otra parte,
aquí interviene la misma razón que mueve a un industrial durante
un auge a ensanchar su producción a sabiendas de que el mercado
está saturándose de mercancías y que los precios tenderán finalmente
a bajar: esa razón es la incertidumbre respecto al momento preciso de
la baja, que da lugar a la posibilidad de que el industrial sea el primero
en entrar al mercado, combinada con el conocimiento de que sus
propios actos ejercerán una mínima influencia en la determinación
de lo que pueda ocurrir.
E l resultado de esto será la tendencia a seguir haciendo inver
siones de un tipo particular por un periodo demasiado largo y más
allá del punto en que la situación real (particularmente el volumen
del capital que madura o que está en proceso de inauguración y el
movimiento futuro del ingreso real), requiere que se hagan otra clase
de inversiones, así sean menos remuneradoras. A medida que la acu
mulación de capital sigue su curso trazando una trayectoria a través
de distintas clases de inversión, existirá una tendencia constante a la
sobreinversión en cada una de aquellas clases debido al desconoci
miento de la situación total y de los futuros cambios de los ingresos
reales y de los tipos de interés. E l resultado será un envejecimiento
más rápido y un mayor despilfarro de los equipos del que habría
en otras condiciones, principalmente en aquellos periodos de tiempo
de transición técnica de un tipo de inversión a otro, que dan lugar
a “tirones”, los cuales, a su vez, provocan fluctuaciones exageradas
debido a la relativa sobreinversión en los tipos más anticuados, des
tinados a producir en cierto momento del futuro, y a la correspon
diente sobreinversión en los nuevos tipos que producen un interés más
bajo, particularmente en aquellos cuya producción es esperada para
un momento más distante del futuro.*3 E n consecuencia, el ritmo del
12 O lo que los austríacos llam an m étodos de producción “ más largos” , o
“ más indirectos” . M e refiero aquí solam ente al efecto de la creciente acum ulación
de capital dentro de una situación constante de los conocim ientos técnicos, y a la
ineficacia de los viejos m étodos debido a esto. L a ineficacia resultante de nuevos
descubrim ientos técnicos es otra cuestión. (Inciden talm en te, los nuevos inventos
tenderán al principio a volver a m étodos “m ás cortos” , m ás bien que a m éto
dos "m ás largos” . V e r A rm strong, Saving and ínvestm ent, pp. 1 6 4 -6 6 .) P ero aun
en el caso de nuevos descubrim ientos técnicos, una económ ía socialista, con una
investigación industrial planeada, sin descubrim ientos y procesos m antenidos en
secreto, es indudable que estaría en m ejor posición para prever los descubrim ientos
y, por lo m ism o, para contar de antem ano con sus efectos, aun en el caso de
que tales descubrim ientos sean un facto r en desarrollo m uy difícilm ente previsible.
13 Podría parecer a prim era vista que m ientras esto puede dar origen a un
retardo continuo de la transición a nuevos tipos, no m odifica el ritm o de enveje
cim iento del antiguo equipo que tiene que seguir en uso hasta que haya sufi
ciente equipo nuevo con el cual reem plazarlo. Pero ello no es así, puesto que la
inversión en el equipo viejo se hizo sobre la base de una sobrestim ación del pre-
L A L E Y E CO N Ó M ICA EN UNA ECONOM ÍA SOCIALISTA 195
desarrollo siempre andará con retraso a través del tiempo. Pero aun
en el caso de que no sea cierto que una economía capitalista tiende
persistentemente a subestimar la futura declinación de los tipos de in
terés (y es cierto que aunque tenga tal tendencia, este hecho puede
ser parcialmente compensado por el efecto de la subestimación de los
nuevos descubrimientos técnicos), seguirá siendo cierto que semejante
economía, desconociendo en gran parte los movimientos futuros de
las inversiones y de los ahorros, cometerá errores constantemente al
decidir sobre la dirección de las inversiones, errores que forzosamente
darán origen a alteraciones y oscilaciones. De cualquier' modo, es
evidente que una economía socialista, en la medida en que ex natura
puede tener una visión más amplia, distribuirá sus inversiones entre
distintos tipos de nuevas construcciones de acuerdo con un diferente
modelo a través del tiempo. Esto no quiere decir necesariamente que
hará inversiones en una gran variedad de clases de construcción den
tro de una misma línea de producción técnicamente homogénea (una
“clase” se define por su referencia a un punto determinado de tiem
po en el futuro y, por tanto, por su productividad en relación con el
tiempo que dura en convertirse en un producto final); pero sí quiere
decir que podrá siempre mantener en uso, y a fortiori en uso y en
construcción, una considerable variedad de clases aun dentro de una
línea homogénea de producción, y que pasará más pronta y suave
mente de la construcción y del uso de una clase a la siguiente.14
La cuestión importante que surge aquí es la de si sería racional
que una economía socialista invirtiera simultáneamente en proyectos
de una gran variedad de clases, o si, por el contrario, lo sería invertir
en cualquier momento dado en una clase particular de proyectos
apropiados a las condiciones dominantes en esc momento y pasar
después, gradual y sucesivamente, a proyectos más nuevos y compli
cados. ¿Sería correcto dispersar las inversiones en proyectos apropiados
a la situación del futuro inmediato y de la situación (que sería dis
tinta tanto porque la productividad.y el ingreso serían mayores) que
existiría dentro de los cinco, diez, veinte o aun cincuenta años si
guientes? 15 Así, por ejemplo, “durante el primer Plan Quinquenal
cío de los productos term inados en el futuro. C uando subsecuentem ente el inespe
rado volum en de inversiones se m anifiesta en la form a de un nivel m ás alto de
salarios y (o ) en precios de los productos más bajos de lo que se esperaba, buena
parte de las viejas fábricas dejará de tener un uso rem unerador.
14 L ern er ha liecho n otar que si una econom ía individualista tuviese el m ism o
grado de presciencia, se podría lograr la m ism a distribución de inversiones m ediante
las manipulaciones apropiadas de los tipos de interés aplicables a cortos y largos
plazos. (R cv icw o í E c o n o m ic S tudics, vol. II, n1? 1 .) E sto es, naturalm ente, exacto
siempre que las diferencias de los tipos de interés fuesen graduadas suficientem ente
de acuerdo con el periodo de las inversiones. Pero sem ejante hipótesis im plica una
contradicción, pues en la naturaleza m ism a de una econom ía individualista está el
que no pueda tener este grado de presciencia. L ern er postula una situación en
la que las expectativas no tuvieran ninguna influencia y en la que no hubiera
fluctuaciones, para explicar el efecto de las expectativas y las causas de las fluc
tuaciones.
15 E n un artículo publicado en T h e E co n o m ic Journal, de diciem bre de 1 9 3 3 ,
196 LA L E Y E CO N Ó M ICA EN U N A ECO N O M ÍA SOCIALISTA
pequeña y m enos costosa, de donde resultaría una producción dem asiado pequeña
para una planta demasiado grande, ya que cualquier reconstrucción en grande
y m ás o m enos duradera de los equipos debe distinguirse de los costos primarios
corrientes, y ya que las decisiones acerca de esas reconstrucciones deben tom arse
en la misma form a en q u e se tom an las decisiones respecto a las nuevas inversio
nes. D e todos m odos, ese despilfarro incidental probablem ente será m uclio m ás
pequeño que el despilfarro que hoy día se deriva de la restricción que im pone
un m ercado im perfecto a las em presas que tratan de obtener los m áxim os rendi
mientos de su capital. C reo que D urbin está com pletam ente conform e con esto;
sin em bargo, podría probarse tam bién que aquel despilfarro es m enor al que resulta
de una restricción indebida de la utilización motivada por el intento de fijar un
precio que incluya las “ganancias norm ales” de que habla D urbin.
E s de hacerse n otar que este problem a de calcular tan sólo los costos m argi
nales al decidir sobre la intensidad del uso de los establecimientos y equipos, se
aplica no sólo a los casos de producción de una sola línea de establecim ientos (co m o
parece sugerir R . L . H all, en T h e E co n o m ic System in a Socialist S ta te ), sino a
cualquier caso en que la oferta de ese equipo no está “perfectam ente” ajustada a la
dem anda ordinaria, que es lo que tie n d e , a constituir la regla, y n o la excepción
en un m undo en el que la dem anda cam bia y fluctúa.
24 E l profesor Hayek m e ha interpretado atribuyéndom e el deseo de h acer des
aparecer por com pleto la elección de los consum idores y de sustituirla por un con
sumo rígidam ente reglam entado. (C oi/ectivisí E con om ic Píanning, p. 2 1 5 .) Y ello
sólo porque sostengo: a) que la elección de los consum idores no es libre dentro
del régim en capitalista, b) que el dictado de la dem anda individual expresada en
dinero, com o es el caso de un m ercado al m enudeo, no es invariablem ente la m ejor
guía y no necesita ser la guía exclusiva de la producción en un régim en socialista.
L a interpretación del profesor Hayelc difícilm ente puede parecer razonable, y en
ningún caso correcta.
25 V e r R . G . Haw trev, en T h e E co n o m ic Probíem , p. 2 0 3 : “ L a elección (de
los consum idores), por regla general, resulta absolutam ente lim itada a los artículos
que están a la venta, y entre éstos a aquellos de los cuales se pueden obtener infor
mes en el m ercado.”
208 LA L E Y E CO N Ó M ICA EN UN A ECON OM ÍA SO CIALISTA
x = I - G.
34 L a aparición d e nuevos inventos técn icos, que dan lugar a nuevas form as
de “ trabajo acum ulado” alejará, n atu ralm en te, la econ o m ía de esta posición fin al, de
tal suerte qu e jam ás lleg ará a alcanzarse o m antenerse por largo tiem p o. T o d o
lo qu e aq u í se d ice es qu e la ten d en cia h acia esta posición co n tin u ará en ausencia
de invenciones técn icas o en lo s intervalos en tre épocas técnicas.
220 L A L E Y ECO N Ó M ICA EN U N A E CO N O M ÍA SOCIALISTA
x d P
a x d y d p d p
>
x + y d x d y
d p d p
C uando ------- , la relación entre x : y en cualquier industria no afectará la
d y
d p d p
X. ------ + y . -------
d x d y
m agnitud de y esto será igual para todas las industrias.
* + 7
L A L E Y ECO N Ó M ICA EN UN A ECO N O M ÍA SOCIALISTA 221
dentro de un grupo de plantas asociadas (como altos hornos, fundi
ciones y plantas metalúrgicas), entonces el problema consiste sim
plemente en el conocido problema técnico de lograr un “proceso
equilibrado” que permita mantener una corriente continua de pro
ducción sin ningún despilfarro provocado porque en alguna de las
etapas no pueda usarse toda la capacidad. Sin embargo, cuando distin
tas plantas o aun diferentes industrias son eslabones de una cadena
de todo un proceso de producción (como sucede con plantas side
rúrgicas, industrias mecánicas que hacen maquinaria para fábricas de
hilados y tejidos), el problema pasa a ser el de distribuir correcta
mente el trabajo y los recursos entre estas plantas e industrias en
proporciones que permitan mantener un equilibrio entre ellas. E n una
economía en la que los procesos de producción son largos y en la que
existe acumulación de capital, es necesario observar ciertas relaciones
complejas y conceder importancia particular al factor tiempo en co
nexión con ese equilibrio en una situación cambiante. Los principios
que gobiernan esas relaciones suponen la clase de consideraciones que
discutimos al principio de este capítulo. Suponiendo una política eco
nómica determinada con relación a las inversiones y construcciones,
se concluye entonces que, de acuerdo con los datos relativos a los
recursos y condiciones técnicas existentes, hay un orden definido se
gún el cual el desarrollo tiene que pasar de un tipo de proyectos de
construcción a otro, en tanto que la mano de obra tiene que pasar
de los viejos métodos técnicos a la construcción de otros nuevos. De
acuerdo con los datos, debe concluirse que habrá relaciones definidas
entre las etapas de producción, y un orden cronológico, también de
finido, de acuerdo con el cual seguirá su curso el desarrollo de las
construcciones y se iniciarán nuevos procesos si se quiere evitar, por
un lado, movimientos bruscos o fluctuaciones de la corriente de pro
ducción y, por otro, despilfarros provocados por exceso de capacidad
en ciertas etapas o por un desplazamiento demasiado rápido de los
procedimientos técnicos antiguos. E n otras palabras, cuando el trabajo
se acumula en cualquiera forma concreta, por fuerza tiene relación
con algún momento dado del futuro en el que habrá de dar su fruto
en forma de artículos acabados. A la inversa, la oferta presente de
artículos acabados depende del equipo disponible para usarlo en la
producción corriente y éste, a su vez, depende de las decisiones hechas
en el pasado respecto a la construcción original de ese equipo. Para
lograr una corriente sostenida (o una corriente constantemente cre
ciente) de mercancías, es necesario que estas decisiones preliminares
de inversión se ajusten a cierta pauta respecto al tiempo; de otra
manera, puede existir demasiado equipo de la clase requerida, diga
mos el año entrante, así como un exceso consecuente de producción,
seguido de un faltante de la clase de equipo requerido, digamos, den
tro de dos o cinco años, y una reducción consiguiente de la pro
ducción en ese periodo.
Algunas de estas relaciones se examinan con más detalle en una
222 L A L E Y ECO N Ó M ICA EN U N A E C O N O M ÍA SOCIALISTA
(T R A D U C C I Ó N D E L A N O T A O U E A P A R E C E E N L A S P Á G IN A S
112 Y 113 D E L A P R IM E R A E D IC IÓ N IN G L E S A )
N O TA A L C A P ÍT U L O V I II . T R A B A JO A C U M U L A D O
E IN V E R S IÓ N A T R A V É S D E L T IE M P O
1 Algunos de estos problem as, especialm ente los que se refieren a la conser
vación, reciben un tratam ien to por m edio de una definición original del “periodo de
producción” en la obra de A rm strong, Saving and Inv estm ent.
230
APÉNDICES 231
es suficiente para n u estro p rop ósito que los distintos tipos de trabajo acu m u
lado sean susceptibles de una am plia com paración con respecto a sus d im en
siones de tiem p o de m o d o qu e puedan ser colocados en cierto orden, y
representados co m o m ás grandes o m ás pequeños. D e to d cs m odos parece
que es posible h a ce r ciertas clasificaciones amplias de los procesos p ro d u cti
vos de acuerdo c o n los distintos tipos que pueden distinguirse co m o “ m ás
largos” o “ m ás co rto s” ; es justificable tam bién, y hasta esencial, usar una
clasificación sem ejante que p e rm ita llegar a conclusiones generales co n res
p e c to a los cambios de uso de distintos procesos de prod u cción .
E l prob lem a fu n d am en tal es éste : sí existe un a serie de n tipos posibles
de trabajo acum ulad o de distintas “ longitudes” ¿qu é consideraciones deter
m inan el orden en qu e son adoptados? P ero p articu larm en te, ¿qu é es lo que
determ in ará si el trabajo ha de dedicarse sim ultáneam ente a todas las n
clases de trabajo acu m u lad o, y crear varios de cada una de esas clases en p ro
porciones variables? O por el con trario, ¿habrá que dedicarlo prim era y exclu
sivam ente a la co n stru cció n del p rim er tipo de la serie (el “ m ás c o rto ” o el
que m adure m ás rá p id a m e n te ), y luego, en los años futuros, pasar sucesiva
m en te a lo largo de la serie, a m edid a que se van creando tipos m ás largos
y m ás com plejos de trabajo acum ulad o para to m ar el lugar de los m ás prim i
tivos cuan do estos últim os caigan en desuso?
E stas distintas clases de trabajo acum ulad o pueden m an ten er en tre sí una
relación d iferente p o r lo que se refiere a la productividad. P u eden hacerse
más productivos (e n térm inos absolutos) a m ed id a, que van siendo “m ás
largos” , y su prod uctividad pu ede hallarse en m ayor o m en o r prop orción res
p ecto al a u m en to de su “ lo n gitu d ” . P o r el con trario, algunos m étod os m ás
largos pueden ser m enos prod uctivos que otros m ás cortos. E s de suponerse,
sin em bargo, que se preferirá la aplicación m ás prod uctiva del trabajo; y co m o
el ún ico obstáculo co n que tropieza la inversión inm ediata en la form a más
prod uctiva con o cid a de trabajo acum ulad o será la “ longitud” de tiem p o que
tendrá que transcurrir antes de que aparezca el p rod u cto, lo único im p o r
ta n te será el a u m e n to de prod uctividad que resulta de la “ lo n gitu d ” .
¿P o r qué, e n to n ces, n o se cre a in m ed iatam en te la form a de trabajo
acum ulad o m ás p rod u ctiv a que se con o ce? ¿ Y p o r qu é no se crea en can
tidad suficiente para alcanzar el m áxim o de la fuerza prod uctiva del tra
bajo social? L a respuesta es ésta: co m o el trabajo acum ulado requiere tiem p o
para construir o dar su p ro d u cto , el ingreso de la com unidad ten d ría que
ser drásticam ente reducid o du ran te los años que dure el proceso. P ara satis
facer las necesidades de los prim eros años, se requieren form as “m ás breves”
de trabajo acu m u lad o. P e ro se d irá: aceptan do que deben hacerse algunas
inversiones “ más breves” para im pedir que la com unidad padezca ham bre en
el ínterin, ¿por qué n o dedicar in m ed iatam ente cuando m enos una parte del
trabajo a la co n stru cció n de m étod os m ás prolongados y m ás productivos
co n la vista puesta en el ingreso de un futu ro m ás distante? E n otras pala
bras, supongam os qu e el trabajo acum ulado to m a la form a de árboles fru
tales que requieren un gasto inicial de trabajo para plantarlos, y que después
de cierto tiem p o p rod u cen su fru to en un añ o determ inado y luego m ueren;
su p o n g am o s,' adem ás, que el periodo com prendido en tre la p lantación y la
cosech a varía según las distintas clases de árboles, entend ido que los árboles
que tardan m ás para dar su fru to , son los que prod ucen m ayor cantidad .
P o r consiguiente, dos m étod os de plantación serían posibles: A) P odría de
term inarse que este año el trabajo se distribuyera en tre la p lantación de
algunos árboles de un añ o , y otros de dos, tres, cu a tro , cin co años, y así
232 APÉNDICES
2 O p. cit., p. 21.
APÉNDICES 233
que el m é to d o qu e im plica el m en o r sacrificio to ta l es el m ás e co n ó m ico :
bien pu ede ser ventajoso para la com unidad incurrir en sacrificios adicionales
para asegurarse el b en eficio de llegar al nivel superior de prod uctividad m ás
p ro n to y disfrutar ese nivel m ás alto de ingresos p o r un nú m ero m ayor
de años.
E l m é to d o qu e alcan ce m ás rápid am en te la productividad m áxim a (o un
determ in ad o nivel m ás a lto de prod u ctiv id ad ) sería, sin duda, el que habría
que ad o p tar siem pre que u n au m en to dado a un ingreso pequeño n o fuera
de m ayor im p o rtan cia qu e un a u m en to sem ejante a un ingreso m ayor; ya
que en este caso la pérdida de ingreso en los prim eros años invariablem ente
quedarla m ás que recom p ensada al llegar m ás p ro n to la p rod uctividad m áxi
m a , así c o m o p o r los m ayores ingresos de los años subsecuentes. E l h ech o
de qu e esta co n d ició n no se cum pla (e l de que dar a una fam ilia un cu arto
para vivir es, gen eralm en te, m ás im p o rtan te que darle un segundo cu arto , así
co m o un par de zapatos es m ás im p o rtan te que poseer un par de re p u e s to ), es
lo que puede d eterm in ar que el m é to d o m ás gradual sea la línea de co n d u cta
m ás apropiada. L o que es evid en tem en te decisivo es d eterm in ar si el ritm o
de a u m en to de la p rod uctividad a m edid a que aum enta el tiem p o d u ran te
el cual se acu m u la el trabajo, es o n o m ayor que el ritm o co n el cu al la
m agn itu d de los in crem en to s del ingreso declina a m edida que el nivel de
ingreso se eleva. Si el p rim ero es m ás len to que el ú ltim o, será preferible
un m é to d o que p e rm ita alcanzar tardíam en te un nivel m ás alto de p ro d u c
tividad, pero qu e im p lica u n sacrificio m en or de ingreso en los prim eros
años. Si el prim ero es m ás rápido que el segundo, será preferible el m éto d o
que alcan ce el nivel m ás a lto de productividad del m od o m ás rápido posi
b le, pu esto que el gran a u m en to absoluto del ingreso de años distantes
superará la pérdida (m e n o r) d e ingreso de los prim eros años. Se ha soste
n id o qu e la im p o rtan cia de los in crem en to s del ingreso declina en m ayor
prop orción que el a u m en to del ingreso: una afirm ación que, sin duda, parece
ser exacta resp ecto a aum entos del ingreso cercano al nivel de ham b re y
tam b ién resp ecto a au m en tos del ingreso cuan do éste tiene un alto nivel.
P e ro n o es del to d o irracional suponer que aun si esto fuera cierto resp ecto
a niveles in term ed ios de ingreso per capita, la im portancia de los in crem entos
del ingreso n o declina m u ch o m ás rápidam ente que el au m en to de ingreso
d en tro del rango de los niveles de ingreso per capita apropiados para los
países industriales avanzados. E n este caso existe la presunción de que el
m éto d o A será el m ás e co n ó m ico en situaciones técnicas tales que la p ro
du ctividad de las distintas form as de trabajo acum ulado au m en ta en un a
prop orción consid erab lem ente m ás grande que el tiem p o d u ran te el cu al
el trabajo se acu m u la. E n general, podem os decir que los periodos que son
épocas técn icas, en el sentido de qu e existen m uy grandes posibilidades de
una m ayor p rod uctividad del trabajo, debido a la adopción de nuevos (y
“m ás largos” ) procesos de trabajo acum ulad o, serán periodos en los que el
m éto d o A tiene m ayores probabilidades de ser adoptad o. P a rte del trabajo
destinado a los bienes capitales de esos años necesita estar dirigido a form as
relativam en te prim itivas, p ero que m aduran m ás p ron to, esto es, a bienes
capitales qu e sirvan para ab astecer las necesidades del fu tu ro in m ed iato.
P e ro al m ism o tiem p o p arte del trabajo estará destinado a com en zar la cons
tru cció n inm ed iata de procesos m ás avanzados, pero es de m adurez m ás len ta,
p u esto que la con secu ció n m ás tem p ran a de un a m ayor productividad que
resulta de estos ú ltim os superará la pérdida resultante de una m en o r inver
234 APÉNDICES
sión e n los prim eros (c o n los consiguientes niveles m ás bajos de prod ucción
en los prim eros a ñ o s ).
D eb e hacerse n o tar que la diferencia e n tre am bos m étod os en una dife
ren cia de grado. E l m é to d o B , si su transición a través de los distintos tipos
es acelerada suficientem en te, se aproxim ará al m éto d o A y no podrá distin
guirse de él; particu larm en te, si este ú ltim o se in terpreta en el sentido de
requerir cierto ingreso m ín im o (y , a fortiori, si el m ínim o au m en ta gradual
m e n te ) qu e h ab rá de asegurarse para los prim eros años. C u an d o am bos
m étod os están sujetos a una serie de salvedades que los aproxim an en tre sí
de este m od o , existe o tra característica del m é to d o B que le dará una superio
ridad sobre el m éto d o A . E n otras palabras, si la única con d ición que se
fija para am bos m étod os es la de que cierto ingreso m ínim o ha de asegurarse
para los prim eros años, el m é to d o B será, efectivam en te, el m ás rápido para
alcanzar la productividad m áxim a. L a razón de esto es que el m éto d o B da
una prioridad a la satisfacción de las necesidades de los prim eros años.
E l paradójico resultado de que la prod uctividad m áxim a se alcanza m ás pron to
por un m éto d o que se abstiene de con stru ir in m ed iatam en te los m edios más
avanzados, depende del h e ch o de que, p u esto que las necesidades de los
prim eros años sólo pueden satisfacerse m ed ian te los procesos m enos prod uc
tivos y m ás cortos, cu a n to m ás trabajo pueda con cen trarse al principio para
aten d er las necesidades de estos prim eros años, m ayor será la velocidad con
que el trabajo puede quedar disponible para ser in vertido en los m étod os
m ás p rod u ctiv os.3 E s to pu ede com pararse a un grupo de alpinistas escalando
una m o n ta ñ a : la cim a puede alcanzarse m ás p ro n to si el guía qu e encabeza
el grupo dedica una m ayor p arte de sus energías en ayudar a los alpinistas
m ás lentos del grupo que en acelerar su prop ia y personal ascensión. P o r
consiguien te, cu an d o las otras consideraciones son iguales, este h ech o operará
a favor del m étod o B . P e ro sigue siendo c ie rto que (p u esto que el m étod o
A es, esencialm ente, el m éto d o m ed ian te el cual, p o r regla general, se res
trin ge el ingreso de los prim eros años para alcanzar m ás rápid am en te ni
veles m ás altos de p ro d u ctiv id a d ), es, quizá, el sendero apropiado para el
desarrollo en situaciones en las qu e hab rán de ser anticipados relativam en te
grandes aum entos de prod u ctiv id ad m ed ian te la prolongación del tiem p o
du ran te el cual se acum ula el trabajo, o en épocas en las que razones de
ca rá cte r político y social p u edan dar un a im p o rtan cia desusada a la veloci
dad del desarrollo.
P e ro la adopción de este m é to d o A sólo será posible en una econom ía con
una suficiente facu ltad de previsión que le p erm ita, co n cierta exactitu d ,
calcu lar los m ovim ien tos de la inversión y de la productividad en años
futuros. S em ejan te grado de previsión evid en tem en te es im posible en un a
econ o m ía individualista; de m o d o que un m éto d o aproxim ado al m éto d o A
raras veces se ad o p ta, y cu an d o se ad o p ta es tan sólo p o r un periodo de
tiem p o relativam en te c o rto . P a ra este tipo de econom ía el m éto d o B es el
ún ico de que p rá cticam en te se dispone: la transición gradual h acia nuevos
m étod os se verifica bajo el im pulso de los cam b ios de los tipos de interés
d Pi d P-
4 E s decir, ------------Je = --------------, donde k representa una relación entre ingreso
d Li d L:
futuro e ingreso presente.
236 APÉN DICES
5 E s te punto p arece ser el equivalente de lo que M ead e h a llam ado 'l a oferta
ó ptim a de trabajo con relación al capital” . (In tro d u ctio n to E c o n o m ic Analysis and
Policy, pp . 2 5 9 ss.j Sin em bargo, este pu nto n o es necesariam ente el m ism o, por las
razones que se aducen m ás abajo, y que M ead e llam a “la oferta óptim a de capital” .
6 E stas relaciones, p o r supuesto, no serán necesariam ente rígidas, sino que
ten d rán la form a d e un a determ inada “función de p ro ducción" que define los cam
bios de productividad com o las proporciones en que se com binan el trabajo acu m u
lado y el trabajo corriente. P o r sim plificar hem os hablado anteriorm ente tan sólo de
la proporción entre el trabajo corrien te y el trabajo acum ulado en la etapa final
de la producción. C orrespondiendo a ella, en todas las etapas iniciales e interm e
dias de la producción, existirán proporciones (posiblem ente distintas) en las cuales
tien e que usarse nuevo trabajo para am asar o servirse del trabajo acum ulado, pro
du cto de una etapa todavía m ás prim itiva.
APÉNDICES 237
y, a la inversa, los cam b ios técn ico s que reducen la prop orción en tre el tra
bajo co rrie n te y el trabajo acum ulad o ten derán a acelerar ese desarrollo. Sin
em bargo, esos cam b ios técn ico s n o afectarán el p u n to m ism o de la saturación
de capital en el sentido de que éste consistirá en el tipo m ás p rod u c
tivo que se co n o ce de trabajo acum ulad o. L o s cam bios técnicos sólo des
plazarán este p u n to siem pre que den origen a un nuevo tip o de prod uc
ción que sea ab solu tam en te m ás p rod uctivo que cualquiera o tro de que se
disponga y co n o zca p reviam en te; esto es, siem pre que descubran una nueva
cim a m ás alta que las anteriores.
D eb e hacerse n o ta r qu e, a m edid a que se aproxim a este p u n to de
saturación del cap ital, la utilización intensiva que de las plantas y m aqui
narias existentes h ace el trabajo corrien te, irá siendo m en o r hasta que al
llegar a ese p u n to deje de ser costeable m an ten er la utilización intensiva de
las plantas existen tes m ás allá del m o m e n to en que los rendim ientos d ecre
cientes de esa utilización h agan su aparición. Los tipos de trabajo acu m u
lado en uso serán ta n prod uctivos que resultará costeable em plear la m ayor
p arte de la fuerza del trabajo social en m an ten er o en reem plazar la gran
cantidad de m áquinas y de equipos de la sociedad, y sólo una p arte relativa
m e n te pequeña de dicha fuerza de trabajo en la operación y utilización de
las m áquinas. E l trabajo, en otras palabras, hab rá llegado a ser predom inan
te m en te un p roceso de c o n tro l de m áquinas, en el cual las operaciones m a
nuales queden reducidas al m ín im o. L o que M ead e ha definido 7 co m o los
puntos de “ oferta óp tim a del trabajo co n relación al capital” y de “ oferta
óp tim a de capital co n relación al trabajo” , habrán llegado a ser id énticos en
este p u n to — pero solam ente en este p u nto— indep endientem ente de las
posibles ventajas n o agotadas de la división del trabajo en las industrias
finales.
7 O p. cit., pp. 2 5 9 ss. y pp. 2 7 3 ss. Si se habla en térm inos de una “función
de producción” flexible, ello quiere decir que en cualquier curva de indiferencia que
exprese esa función se escogerá el punto que represente la m ayor econom ía de
trabajo (tan to en el uso com o en la producción de m áquinas) para producir un
volumen determ inado. E sto representaría solam ente el m enor uso posible del tra
bajo para la operación de las m áquinas siem pre que los bienes de producción, una
vez fabricados, no necesiten reparación ni sustitución. Sólo entonces se daría el
caso de que tales bienes se convirtieran en “bienes libres” antes de que se alcan
zara el pu nto de "satu ración de capital” .
A P É N D IC E II I
N O T A S O B R E E L A H O R R O Y L A IN V E R S IÓ N E N U N A
E C O N O M I A S O C IA L IS T A
I
E l propósito de esta n o ta es p u ntualizar ciertas consideraciones relacionadas
c o n el equilibrio del sistem a en su co n ju n to que parecen n o hab er sido to
m adas en cuen ta en las recientes discusiones sobre el fu n cio n am ien to de una
econ o m ía socialista. M e p rop ongo, en particu lar, h acer ver que un tipo de
interés n o pu ede, p o r sí m ism o, p rocu rar el m ecan ism o estabilizador de una
econ o m ía y que el principio de igualar el p recio co n el co sto m arginal (ta l
co m o ha sido enunciado p o r diversos escrito res) bien pu ede ser un facto r
adverso al m an ten im ien to de una plena ocu p ación y, en ciertas circu nstan
cias, de im posible aplicación.
H asta ahora la discusión de una econ o m ía socialista se ha ocupado del
p rob lem a de la distribución de una can tid ad dada de recursos en tre varios
usos; en cam b io, poca o ninguna ha sido la aten ción que se ha con ced id o a
los problem as con ectad os c o n el ritm o de las inversiones y su relación con
el nivel de salarios y co n el de los precios de los bienes de con su m o, o
c o n las condiciones adecuadas para asegurar la plena ocu p ación de los re
cursos. P ara resolver el p rob lem a de la distribución ideal, varios escritores
— m e refiero particu larm en te al D r. O . L a n g e , a A . P . L e rn e r y a R . H .
H all— ■ han convenid o en que las decisiones relativas a la p rod u cción e in
versión en una econom ía socialista deben ser reguladas por los siguientes
prin cipios. P rim e ro : todos los p recios, ya sea de bienes de consu m o o de
factores de la p rod u cción (e n algunos casos éstos no son m ás que, co m o lo
sugiere el D r. L a n g e , “p recios de con tab ilid ad ” ) , habrán de fijarse m ed ían te
un proceso de prueba y error h asta qu e se en cu en tre un “ precio de equili
b rio ” a la altura del cual la oferta co rrie n te sea igual a la dem anda. Si la
m ercan cía o factor de qu e se tra ta m anifiesta una oferta exced en te (es
decir, si se están acum ulan do existencias n o v e n d id as), el p recio será redu
cid o ; si, por el co n trario , existe una oferta deficitaria, el precio será elevado.
Segundo.- cada industria decidirá acerca de la prod u cción e inversión sobre
la base de utilizar los recursos hasta el grado en que los costos m arginales
sean iguales a los precios, presum iéndose qu e la p rod u cción de cada estable
c im ien to se am pliará h asta el p u n to en qu e el co sto a c o rto plazo (o p rim o )
de la p rod u cción adicional sea igual al valor de esa p rod u cción y se hagan
nuevas inversiones en la industria siem pre que la p rod u cción adicional re
sultado de la inversión, valorizada a los precios corrien tes, sea igual o m ayor
que su costo a largo plazo, in cluyen do el cargo de intereses corrien tes sobre
el capital que supone la co n stru cció n del nuevo equípo.2 L a ven taja de
II
P ara dilucidar el fu n d am en to de estas afirm acion es, exam inem os co n m ayor
detalle el funcionam iento del m ecan ism o , ta l c o m o lo p rop on en el D r . L an -
ge, o L e m e r y H all, en una situación sim plificada. P ara facilitar el análisis,
p artam os de los siguientes supuestos: a ) Supongam os que la ún ica form a
del ingreso personal es el salario,6 y que los asalariados gastan to d o su in
greso, en un periodo dado, en bienes de con su m o, es decir, que su ahorro
es igual a cero , b) Supongam os que los costos prim os de la p rod u cción
corrien te consisten exclusivam ente en salarios (e sto es adm isible si im agi
nam os que cada industria se halla v e rtica lm e n te in tegrada y que la p ro
d u cció n en cada establecim iento com p ren d e todos los procesos, desde la
extracción del suelo h asta la term in ación de un p r o d u c to ). P o d em os suponer,
adem ás, que cada industria se co m p ro m e te a reparar y conservar su propio
establecim iento em plean do p e rm a n e n te m e n te obreros encargados de la repa
ración ju nto a los encargados de p rod u cir, y qu e los salarios de aquéllos se
co m p u ta n en sus costos prim os o de p ro d u cció n , c) Supongam os que la
tierra es un bien libre — sin precio— , de m an era que el ú n ico elem en to en
el co sto to ta l, adem ás de los salarios, consiste del precio de contabilidad
C = S y G = i> S
G rá fic a 2 . P ro d u cció n
sería necesariam ente inestable a cualquiera que fuese el nivel de este precio
contable. D ebe existir, sin em bargo, un nivel de este precio contable al cual, presu
m iblem ente, el ritm o al que ocurren los cambios de la clase 4 equilibra exactam ente
el ritm o a que se suceden los cam bios opuestos de la clase 3, y en este sentido lo
que podría definirse com o inversión n eta igual a cero para la econom ía en su
conjunto, podría prevalecer, aun cuando ocurran cambios dentro del capital-equipo
total existente. D ebe hacerse notar, adem ás, que si la regla de igualar C . M . O . al
p recio ha de observarse, la utilización intensiva de los establecim ientos existentes
tiene que ser restringida hasta un punto en que c. m . o. = C . M . O ., es decir,
hasta un pu nto m ás abajo de aquel en que los costos de operación com ienzan a
subir a m edida que la producción de los establecim ientos aum enta (e l punto X de la
gráfica 1 ) . Pero esta condición sólo puede ser satisfecha, ya sea a expensas de
cierta desocupación de la m ano de obra existente, ya si el núm ero (o tam año)
de los establecim ientos en cada industria ha aum entado hasta un punto que co
rresponda a (y , por consiguiente, suponga la existencia previa d e ) un precio con
table del capital igual a cero.
11 Review o í E c o n o m ic Studies, febrero de 1 9 3 7 ; tam bién en Essays in t b e
T heory o f E co n o m ic Flu ctu atio n s. V éase, asimismo, A S im p le T h eo ry o í Capital,
W a g es, P ro fit o r L o ss, del D r. E . C . van D orp.
246 APÉNDICES
16 E s muy posible que la proposición del D r. L an ge pueda ser útil com o parte
de la técnica de planeación, aun cuando dejara de desem peñar el papel de un regu
lador autom ático de las decisiones tom adas finalm ente. E n otras palabras, un precio
contable prelim inar podría usarse por las unidades industriales com o una base
para construir el prim er bosquejo de los planes y ese precio podría ser usado sim
plem ente com o un “d etecto r” durante el proceso de elaboración de los planes,
pero sin que después juegue necesariam ente ningún papel decisivo.
APÉNDICES 249
cisión de cualesquiera de los tipos 2 , 3 y 4 m encionados arriba, aquella au tori
dad se hallaría, p resum iblem en te, fren te a datos que podrían ser expresados
en térm inos de una relación e n tre la productividad n eta (después de to m ar en
cu en ta el co sto de dep reciación o de m an ten im ien to, así co m o los del fu n
cion am ien to ord in ario) y el co sto de con stru cción . Si todos los p royectos
fueran expresados en térm in os de esa relación, se podría form ular una lista
de proyectos de acuerdo c o n su jerarquía o im portan cia. L a distribución de
recursos se podría decidir, en ton ces, m edian te un simple m ovim ien to h acia
abajo de esa lista de prioridades. E s claro que aquí la consideración d o m i
n an te ten dría que ser la m agn itu d relativa, no la absoluta, de estas relaciones.
L o im p o rtan te sería que una inversión determ inada que m ostrara una m ayor
relación de p rod uctividad neta siem pre tendría que ser atendida antes
que o tra co n una relación de productividad neta inferior. P o r ta n to , h a
bría que adoptar las decisiones del tipo 2 , dando prioridad a la con stru cción
de un establecim iento del tam añ o que produjera la m ás elevada productividad
neta en relación co n el co sto de co n stru cció n . P o r lo que se refiere a la elec
ción e n tre cam b ios de los tipos 3 y 4 , es probable que algunos m étod os té cn i
cos co n un peq ueñ o co sto de con stru cción figuraran en un lu gar m ás elevado
de la lista, aun cuan do sus costos corrientes de operación y conservación fueran
relativam en te altos; en con secu en cia, su con stru cción ten dría, p o r lo p ro n to ,
que ser preferida. Sin em bargo, a m edida que el nú m ero de establecim ientos
de esta clase a u m en tara, el precio de sus prod uctos tendería a caer, dism i
nuyendo su relación de prod uctividad en m ayor proporción 17 que la de los
m étod os técn ico s c o n m enores costos de operación y conservación, aunque
in icialm ente co n m ás elevados costos de con stru cción . A m edid a que esto
ocurriera, los últim os ascenderían en la lista de prioridades. L a inversión
en nuevos m étod os principiaría. C u an d o los nuevos m étod os en traran en
uso, sería costeable trasladar la m an o de obra previam ente ocupada en la
reparación y conservación de los viejos establecim ientos h acia los trabajos
de conservación de los nuevos, pu esto que la productividad n eta del tra
bajo de conservación de los últim os sería, ahora, m ayor. D e esta m anera
los nuevos establecim ientos com enzarían a reem plazar gradu alm ente a los
viejos; y el proceso de transición sucesiva a proyectos más com plicad os c o n
tinuaría h asta que se hubieran agotado las posibilidades de red u cir los costos
de op eración y conservación p o r m edio de cam bios del tip o 4 . 18
IV
P e ro existe una consideración que para m í es con clu yen te en e¡ sentido de que
la planeación centralizada de las inversiones es superior a un sistem a descen
tralizado que funciona bajo el co n tro l de un precio con tab le o un tipo de
in terés., C o m o ya lo he dich o en o tro lu gar,:19 las inversiones podrían planearse
de m o d o m ás coh eren te a través del tie m p o p o r m edio del p rim er m éto d o ,
p u esto que las decisiones de inversión podrían ser adoptadas a la luz de un
m ejor con o cim ien to de los datos de que depende la “ co rre cció n ” o el “ error”
de esas decisiones. E s te elem en to podría p arecer tan fund am en tal para la
superioridad de una econ o m ía socialista sobre una capitalista que llegaría
a ser la clave esencial de un sistem a planificado. Si p o r otra p arte, los p ro
blem as de co n stru cció n de establecim ientos tuvieran que resolverse de m od o
descentralizado, de acuerdo co n la regla em pírica correspondiente al precio
co n tab le , los responsables de las decisiones se hallarían a ciegas p o r lo que
se refiere a los desarrollos que tienen lugar en otras partes y que seguirán
ten iend o en el futu ro y de los cuales tiene que depender lo qu e hagan. P o r
la propia situación en que se hallan no p u eden ten er a su disposición todos
los datos im portan tes; y ésta es la dificu ltad fu n d am en tal.20 E s una sim
plificación excesiva im aginar que todo lo que es necesario co n o cer, ya sea en
una econ o m ía capitalista, ya en una socialista, es el p recio-préstam o presente
(loan-príce) y el p recio presente de los p rod u ctos. P u e sto que la inversión
representa un “ co n fin am ien to ” de recursos a través del tiem p o , el precio
fu tu ro del capital y de los prod u ctos será m u y im p o rtan te para cualesquiera
de las decisiones de los tipos 2 , 3 y 4 a que nos referim os arriba. E l em pre
sario capitalista to m a su decisión sobre la base de las expectativas que se
ten gan a ce rca de la ten d en cia futu ra de esos factores; y a causa de que estas
expectativas son, p o r fuerza, m eras adivinaciones, se co m e ten errores que dan
lugar a esos “ tirones” del desarrollo y de las fluctu aciones. ¿ E n qué se apoya
la decisión de un d irecto r industrial den tro de una econom ía socialista? Si en
adivinaciones sem ejantes, se co m eterán e n to n ces errores sem ejantes que da
rán lugar a tirones y posibles fluctu aciones (si n o se corrigen rá p id a m e n te ).
C o n ob jeto de estim ular la futu ra ten d en cia de los tipos de interés y los
precios de los artículos que prod u zca, tiene que adivinar no sólo cuál será
la p olítica oficial co n relación a las invasiones (a cerca de la cual, co m o
dice el D r. Lan ge, pu ede ten er una idea b astan te e x a c ta ), sino tam bién cuál
será la reacció n ordinaria de los distintos jefes de industria fren te al tipo de
interés corrien te, es decir, qué volum en de con stru ccion es se aco m eterá en la
econ o m ía en su co n ju n to y cuáles serán sus resultados. E n otras palabras,
la m ism a ten den cia fu tu ra se a fectará p o r sus propias decisiones y p o r las
de los otros industriales, y su decisión h ab rá de depender, en p arte, de
lo que, según calcule, será la reacció n de los dem ás jefes de industria, cálculo
que debe incluir o tro a ce rca de lo que ellos calculen que h ab rá de ser la
decisión de él. P arece, pues, in concebible que este juego adivinatorio pueda
ser reducido a un pequeño grupo de reglas sencillas. Y esto n o es una cosa
19 O p. cit., pp. 2 9 2 -6 , 3 4 9 .
20 N o siempre se entiende que este es un problem a de la situación objetiva
y n o de los factores subjetivos (la eficiencia de los directores, y su facultad de p re
visión, e t c .) . Por ejem plo, Pigou y T . W . H utcliinson, Basic Postulates o í E c o n o m ic
T heory, pp. 1 8 6 -8 7 , en los que se aduce este argum ento com o si dependiera de
las cualidades personales de los adm initradores que tom an las decisiones y n o
de su situación.
APÉNDICES 251
que pu eda rem ediarse p o r m ed io de una graduación del precio con tab le
del cap ital en relación co n el periodo de inversión; puesto que el organism o
planificador ce n tral sólo p u ed e fijar, a su vez, un tipo a largo plazo sobre
la base de una con jetu ra a ce rca de cuál habrá de ser la reacció n de los jefes
de industria, ta n to fren te a ese tipo co m o frente a los tipos corrien tes a co rto
plazo, y esta reacció n , adem ás, dependerá parcialm ente de las conjeturas acerca
de có m o ese tipo a largo plazo ha de cam b iar. E n e fecto , es difícil ver có m o
el p recio co n tab le del cap ital, del D r. L an ge, si ha de ser un tip o a largo
plazo, puede ser un tipo de “ prueb a” y “ error” en cualquier sentido del tér
m in o , pu esto que ese proceso de prueba y error que ha de ajustarlo y som e
terlo a prueba descansa necesariam en te en el futu ro y se halla, p o r otra
p arte, som etid o a la influencia de los hechos ordinarios que, bajo un régi
m en de decisiones de inversiones descentralizadas, están fuera del co n tro l
in m ed iato de la autoridad planificadora. E s to podría darnos la im presión de
que el ú n ico p recio co n ta b le del cap ital del que puede decirse qu e se halla
sujeto al proceso de prueba y error (y que, por ello m ism o, tiende a llegar
a ser un "v e rd a d e ro ” ti p o ) , es el tipo a co rto plazo.
C u an d o las decisiones n o pueden ser revisadas rápid am en te, co m o sucede
en el caso de las inversiones a largo plazo, es lógico que aquella serie de
decisiones, cada una de las cuales influye en las otras, quede coordinada en
una decisión única en vez de hallarse pulverizada en varias de carácter au tó
n o m o . P e ro aun si todos los problem as de inversión fueran resueltos (o tu
vieran qu e ser aprobados fin a lm e n te ) por un a autoridad cen tral, las cues
tiones de la clase 1 (e l volum en de p rod u cción de un establecim iento deter
m inad o] podrían todavía ser resueltas de acuerdo co n la regla del D r. L an ge
y de L e m e r, es decir, igualando C . M . O . con el precio. E s to significaría
que las cuestiones a “ co rto p lazo” , es decir, las decisiones diarias acerca de la
intensidad de la utilización de los establecim ientos y el posible grado de
adap tación para enfrentarse a circunstancias im previstas den tro de un c o n
junto dado de decisiones de inversión recien tem en te tom ad as, podrían ser
descentralizadas. P e ro algunas de las dificultades discutidas en la prim era
m itad de este artícu lo volverán a presentarse aquí, y aun la conveniencia de
tolerar este m argen de au ton o m ía descentralizado será discutible. A h í donde
hubiera un m argen de m an o de obra desocupada sería preferible, co m o hem os
visto, am pliar la p rod u cción y la ocup ación hasta un p u n to en el que el
precio fuera igual al co sto prim o m arginal .21 P o r otra p arte, en una situa
ción de ocu p ación plena se presentaría el problem a de una aguda escasez de
m an o de obra si el ritm o de las inversiones tuviera que ser au m en tad o; para
h acerle fren te, hab ría que reintegrar a la autoridad planificadora cen tral el
co n tro l sobre los program as de prod u cción de los establecim ientos p articu
lares, o bien, im p o n er a cada establecim iento un gravam en sobre la p ro
d u cción y poder lim itar ésta. L a dificultad, sin em bargo, podría ser supe
rada p arcialm en te m ed ian te una previsión suficiente; la cual es una prueba
de la im p o rtan cia de to m a r las decisiones de inversión a la luz del conoci-
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