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John Stuart Mill, Tres ensayos sobre la religión, “La utilidad de la

religión”

La verdad ha sido, muchas veces, el principal interés en las materias que afectan
al hombre de manera profunda, tal es el caso de la religión. Si ésta resulta ser
verdadera, su utilidad es tal que no habrá necesidad de realizar pruebas
ulteriores.

La necesidad por saber cuál es la utilidad de la religión es propia del contexto


histórico en el que se escribe este ensayo (entre 1850-8), el mismo autor pone
de manifiesto el ambiente en el que escribe sobre la necesidad de una utilidad
de la religión: “Estamos en una época de creencias débiles, y en la que tal
creencia, según la poseen los hombres, se halla determinada mucho más por su
deseo de creer que por cualquiera apreciación mental de su evidencia. El deseo
de creer no surge solamente del egoísmo, sino, a menudo, de los sentimientos
más desinteresados”1.

Se ha pensado que la religión es necesaria para la humanidad y aún afirmando


tal premisa se puede también lamentar que dicha necesidad tenga como
fundamentos intelectuales la “pillería moral o del soborno del entendimiento”. De
aquí surge la reflexión de este filósofo: ¿Es en verdad útil la religión para la
humanidad? Este tema es cuestionante al poner atención en las causas por las
que muchos llegan a creer, así por ejemplo, tenemos a aquellos creyentes que,
por el hecho de haber experimentado o visto en los demás sentimientos elevados
de los cuales se piensa que con la religión solamente se pueden alcanzar,
desarrollan una aversión a todo aquello que se piense contrario a aquella fuente
de donde surgen dichos sentimientos.

Con esto suelen repeler todo pensamiento crítico y optan por adherirse a
aquellos que ponen como primacía la intuición dejando de lado la evidencia,
surgiendo como prioridad el sentimiento interior como medida de la verdad
objetiva. Será ésta la labor de Stuart Mill, la de explicar si la religión puede ser
moralmente útil sin ser sostenible intelectualmente, el autor busca explicar si ésta
es la situación general. También busca saber si “la creencia en la religión […]
resulta realmente indispensable para el bienestar temporal del ser humano; si la
utilidad de la creencia es intrínseca y universal, o local, temporal y accidental”2.

¿Qué tan útil será la religión pensando en las grandes guerras que se han
causado en nombre de ésta? Se han interesado en hacerse daño unos a otros,
¡vaya utilidad de la religión! Nuestro filósofo sabe que éste no es problema de la
religión en sí misma, los males causados por la religión son, más bien, actos de
personas que, en nombre de la religión han causado horribles consecuencias,
dirá entonces Stuart Mill que “esas odiosas consecuencias no cabe achacárselas
a la religión en sí misma, sino a formas particulares de ella, y no valen como
argumento contra la utilidad de cualquier religión a excepción de las que son
fomentadas gracias a tales barbaridades”3.

Las consecuencias inmorales causadas por la religión se han ido abandonando


poco a poco pues se sabe que éstas se pueden separar de la religión con suma
facilidad. Pero, es claro (por lo menos para Stuart Mill) que sin la religión, e
incluso a pesar de ella, se han realizado algunos grandes cambios favorables en
materia de sentimientos morales del hombre. ¿Es entonces útil la religión?
“existe un motivo claro para considerar si sus propiedades útiles son
exclusivamente inherentes a ella, o si cabe obtener sin ella sus beneficios” 4.
Según el filósofo utilitarista anteriormente se ha hablado poco sobre dicho tema,
por lo que las únicas discusiones que conoce son la de Bentham 5, que considera
un tanto “rudo” el modo de agrupar las partes de su tratado, y los escritos de
Comte. Estos tratados son, desde el punto de vista escéptico, los únicos que
conoce.

La investigación sobre la religión se divide en dos partes: la personal y la social


donde la pregunta clave es ¿Qué hace la religión a favor de la sociedad? ¿Y qué
a favor del individuo? Es preciso plantear la pregunta sobre la utilidad de la
religión en estos aspectos.

El aspecto social le interesa a todo aquel relacionado con la sociedad, se habla


por tanto de una creencia religiosa como instrumento de bien social. Si bien,
cada sociedad se esmera por enseñar deberes morales por medio de la
educación ya que de no hacerlo, la sociedad se encontraría en una situación
deplorable. Esta actividad es propiamente humana, la religión, dice el autor, no
hace más que recibir los honorarios que le corresponderían a los asuntos
humanos, dado que estos valores morales que se enseñan desde temprana
edad se han presentado como religión. Es por este motivo que la religión parece
tan poderosa, ya que este poder humano ha estado a su servicio.

Dentro del espíritu humano la autoridad sobresale como una influencia


involuntaria que afecta las convicciones de los hombres. La autoridad representa
aquella evidencia de la humanidad cuando cree todo lo que dicen saber. Fuera
de que la religión se imponga a la opinión general de una sociedad, resulta ser
que es la opinión general la que es todopoderosa y decide lo que se ha de creer:

La coincidencia general de la humanidad, en cualquier manera de opinión, es


todopoderosa sobre la inmensa mayoría de los seres humanos. Lo que resulta
garantizado de esta manera, lo creen con una completa seguridad que no le
reconocen ni a la evidencia de sus sentidos cuando una opinión general de la
humanidad los contradice. Por eso, cuando alguna regla de vida y deber, fúndese
o no en la religión, ha merecido conspicuamente el asentimiento general 6.
Así, la opinión pública ejerce un papel decisivo sobre lo que se ha de creer e
incluso las conductas están determinadas por este elemento. Surge la moralidad
como aquella que trata de ser el resumen de la conducta que cada uno quiere
que observen los demás. Ésta tiene el poder de cambiar el rumbo de las
convicciones. La religión, en realidad, solamente se ha servido de estos poderes
humanos para poder realizarse. La fuerza de la religión no reside en su interior
sino en las fuerzas humanas, fuerzas adicionales y más poderosas. Podemos
dar el ejemplo de la relaciones sexuales ilícitas, las cuales están dentro de los
pecados más severos. Éstas, al no ser censuradas por la opinión pública, se
realizan normalmente de forma eficaz.

Es cierto, también, que las prácticas morales han estado involucradas con el
aspecto religioso desde los pueblos antiguos, incluso las enseñanzas de Cristo
parten de una bondad moral y están relacionadas con “el intelecto y los
sentimientos de todo hombre o mujer buenos, como para no correr el peligro de
ser olvidados después de haber sido reconocidos”7.

El autor de La utilidad de la religión menciona al fin que el valor propio de la


religión para el individuo consiste en ser una fuente de satisfacción, tanto
personal como de aquellos sentimientos elevados8. Es una dirección de
emociones y deseos hacia un objeto ideal, que es reconocido como lo más
excelso, por tanto, superior a los objetos egoístas del deseo. Se dice que es
desinteresada en tanto que transporta pensamientos y sentimientos fuera de uno
mismo fijándolos en un objeto catalogado como un fin por sí mismo9. De ahí que
Stuart Mill diga que “la religión y la poesía [...]se dirigen a la misma parte de la
constitución humana: ambas llenan la misma necesidad: la de concepciones
ideales más grandes y más hermosas que las que nosotros vemos realizadas en
la prosa de la vida humana”10.

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