Toda lectura que hacemos del contexto parte de nuestros horizontes políticos y se traduce en énfasis y estrategias de trabajo. En ese permanente proceso de ver, juzgar y actuar, definimos aquellas cuestiones que centran nuestros esfuerzos. Todo lo que hacemos se sustenta en una ética emancipadora de inspiración cristiana y ecuménica, en valores comunitarios y en el compromiso rebelde y profético con el pueblo, la Revolución y el socialismo. Desde esos presupuestos, en el último cuatrienio de trabajo hemos prestado atención, en lo fundamental, a cinco datos de nuestro contexto: la erosión de buena parte de las representaciones, valores y estructuras sociales de justicia, bienestar y oportunidades para todos y todas que conquistó el proceso revolucionario en la vida individual, las relaciones y la conciencia social cubana;
el incremento del conservadurismo social y eclesial, la despolitización y el auge
del (neo) fundamentalismo religioso evangélico;
el incremento de valores y prácticas mercantilizadoras;
la crisis de credibilidad de la institucionalidad política y de la asociatividad revolucionaria;
la limitada referencia a la sociedad civil organizada en el modelo económico,
social y político en curso.
En el año 2018, con la oficialización del tránsito generacional en la dirección del
Estado y del gobierno, y la discusión pública de una nueva Constitución, cerró el proceso de reformas iniciado en el año 2007, el cual hemos analizado permanentemente de cara a nuestros horizontes y estrategias. En la última década, por solo destacar algunos puntos de interés inmediato para lo que hacemos, se reorganizaron los procesos de producción, distribución y consumo;
se amplió el sistema de gestión de la propiedad y se diversificaron los sujetos
económicos;
se modificaron los mecanismos de la política social;
se ratificó al Partido Comunista de Cuba (PCC) como única instancia político partidista;
se amplió el reconocimiento de las llamadas “redes sociales” como espacio
comunicativo para el debate y posicionamiento público.
Estos hechos están matizados por complejidades y contradicciones. El nuevo
mapa estructural/productivo se ha visto afectado por ajustes periódicos, lo que genera incertidumbre en los actores económicos (estatales, privados, cooperativos). El modelo en curso no tiende a la democratización económica al interior de la empresa estatal, y tampoco incentiva prioritariamente formas de economía popular y solidaria. En general, los resultados económicos son insuficientes. Frente al crecimiento del PIB necesario, calculado en un 5% anual, la media en estos años es poco más de 2%. El permanente impacto del bloqueo añade mayor tensión a estos resultados. Al mismo tiempo, algunas claves subjetivas de la reforma subrayan que la participación apunta más hacia lo individual y familiar, no así al desarrollo de procesos cooperativos o acciones encaminadas a la responsabilidad social y a procesos comunitarios. Si bien es creciente, positivo y necesario el llamado a una mayor participación popular en las decisiones y se transforman las estrategias de gobierno para tal fin, en la práctica esta aún se reduce a informar y recoger opiniones, lo que es insuficiente para la comprensión que compartimos como redes: participación directa en las propuestas, las decisiones y el control. Similar contradicción asoma en el llamado a la autonomía local y empresarial, de un lado, y los diseños centralizadores y personalistas en las funciones gubernamentales y empresariales, por el otro. No obstante, la idea de la autonomía abre un ámbito de posibilidades para nuestro trabajo a nivel local, lo que incluye disputar los contenidos que esta pudiera abarcar. En abril pasado supimos, de manera oficial, que tendríamos una nueva Constitución. Esta pone a punto las reglas generales que regirán las relaciones de los sujetos sociales, económicos y políticos de Cuba en lo adelante. Se puede coincidir o no respecto a su alcance, a las fuerzas políticas que confluyeron para su elaboración, a la calidad del pacto que se esgrime, a los métodos y límites del proceso y a la concepción que sustenta sus principales postulados; pero no tiene caso negar su rotundo valor político, normativo e histórico. No fue casual que, como redes, realizáramos un amplio análisis sobre el proyecto en relación a nuestros horizontes de poder popular, participación política y justicia social. Partimos de comprender que los cambios propuestos no se explican solo por el “nuevo momento histórico” y por la adecuación a las reformas en curso. También por los ajustes tácticos y estratégicos en la comprensión sobre los sentidos de la Revolución, los sujetos que la componen, la relación entre ellos y el entorno global que la condiciona. Asuntos definitorios para nuestros horizontes y los desafíos que los sintetizan. El debate en cuestión destacó entre sus puntos el proyecto país; los contenidos y formas socialistas, el lugar de la clase trabajadora, los derechos, deberes y garantías ciudadanas y de la sociedad civil, los límites y alcances democráticos en las estructuras gubernamentales, todo lo cual redunda en las maneras de hacer política en Cuba. El proceso de reforma constitucional transparentó algunas claves de nuestra realidad que deberíamos tomar en cuenta: El movimiento político con ropaje de fundamentalismo religioso mostró músculos públicamente.
La pluralidad ideológica develó de manera amplia e integral sus perspectivas
políticas diversas. El conservadurismo político, el reformismo economicista, y la defensa de la justicia social son tendencias actuantes entre los principales grupos decisores. Las tendencias de mayor apertura al debate popular, de un lado, y la preservación de los espacios centrales de decisión, por otro, mantienen su pulseo.
Se amplían los métodos de comunicación gubernamental, en particular, y se
modifican los métodos de trabajo del gobierno, en general. El giro propuesto hacia la prevalencia del Estado de Derecho contrasta con la insuficiente cultura jurídica de la población.
Cuando nos referimos al contexto de nuestro trabajo, es imprescindible, al
menos, colocar algunas notas sobre el escenario latinoamericano, donde realizamos parte importante de nuestras labores de solidaridad. En los últimos años, la derecha remontó el llamado período progresista iniciado dos décadas atrás. Las cúpulas de poder, en las que participan empresarios, políticos, funcionarios públicos (incluyendo al poder militar) y capos del crimen organizado, ocupan las estructura de Estado y gobierno en la mayor parte del continente. Estas cúpulas no recurren a la construcción de consensos para validar políticas públicas o dinámicas empresariales. Escenario en el que los movimientos sociales encuentran grandes obstáculos para dialogar con esos estados que, en manos del empresariado, protegen los intereses del capital transnacional. Dentro de la estrategia de dominación que desarrollan estos sectores, se destacan cuatro mecanismos: acciones de disciplinamiento social y represión a los sectores populares y empobrecidos; el uso político del poder judicial, la militarización de la función gubernamental y el predominio de informaciones que denigran, criminalizan, descalifican a los/as luchadores/as sociales, discurso que gana terreno en el imaginario común. Esta realidad continental impulsa a la resignificación de las luchas, la coordinación de las mismas y la reelaboración de estrategias que incluyen retomar la movilización, la formación política y los espacios de encuentro, denuncia y análisis estratégicos. Este escenario nos obliga a mirar las pautas de nuestro trabajo de solidaridad con Latinoamérica. El año que comienza trae nuevos planteos al debate político, nuevas aristas para el análisis y las estrategias de trabajo a corto y mediano plazos. Dejemos algunas de ellas planteadas en clave de preguntas: ¿la nueva Constitución será un referente efectivo para la participación popular?,
¿qué alcances tendrá la autonomía municipal?,
¿se conseguirá despegar económicamente a la par que garantizar la justicia
distributiva?, ¿se ampliarán las condiciones para una mayor participación de la sociedad civil en la definición de las políticas públicas?,
¿qué postura se asumirá frente a la agenda política del movimiento
fundamentalista evangélico? ¿Se potenciará la creación de una cultura jurídica ciudadana? Frente a estas realidades, reafirmamos que solo un socialismo arraigado en los sectores populares podría mantener un proyecto de nación independiente, justa, solidaria y fraterna, próspera para todos y todas, con respeto a la naturaleza e inclusiva de la diversidad nacional. Es a nivel territorial donde esta apuesta socialista, expresión de un poder de la gente al servicio de la gente, debe verificarse, donde se ejerza el control sobre las instituciones, sobre la gestión empresarial y los dirigentes; donde se concrete la democracia en forma de participación directa y delegación con mandato imperativo; donde se diseñen e implementen las políticas en base a derechos, en la construcción de consensos y en mecanismo de seguimiento y evaluación de la gestión en los territorios. En este escenario, seguimos apostando por dinamizar la participación social, recrear en la subjetividad una mística revolucionaria, crear conciencia y organización, y contribuir a que el socialismo abarque con más profundidad la vida cotidiana, lugar privilegiado donde se reconfiguran permanentemente valores, sentido común, conductas, motivaciones, representaciones y aspiraciones del pueblo. La batalla política que asumimos es en la sociedad y la cultura, es aquí y ahora.