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que éste produce en el asesino, y en este tema, Dostoiesvki trata todo el problema
de las relaciones del ego y del mundo que le rodea, entre el individuo y la sociedad,
que, en realidad, es el problema central de la ética y la metafísica." (Vázquez
Montalbán, M.: “Crimen y castigo o la amoralidad insuficiente”, prólogo a
Dostoievski, F., Crimen y castigo, Círculo de Lectores, Barcelona, 1982.)
Si bien en diversas ocasiones se nos dice que la idea del asesinato yace en la
mente del personaje desde hace ya cierto tiempo e, incluso, a pesar del intento de
“ensayo” del día anterior al suceso, Raskólnikov no prepara realmente el crimen.
Más bien su planificación es de tipo mental, pero carece de un plan minuciosamente
establecido en donde se precise, por ejemplo, cualquier eventualidad que pueda
surgir –como que Lisabeta regrese antes de lo previsto. Esto se debe a que, hasta
el final, él mismo duda de poder llevarlo a cabo y cuanto más se aproxima el día,
más ilusorio le resulta.
Una vez cometidos ambos asesinatos (el crimen) en la primera parte del libro, la
novela se centra en el proceso psicológico de Raskólnikov, en una lucha constante
por que el personaje alcance el arrepentimiento (el castigo) –segunda a sexta a
parte- y la redención (katharsis) –epílogo. Inmediatamente el día después de los
asesinatos, Raskólnikov comienza su debate interno entre la confesión del crimen,
que le supondría alivio y tranquilidad moral, y el silencio de un acto que no
considera en absoluto punitivo. En todo momento le acucia la debilidad de no poder
sobrellevar el peso de su acción y, entonces, se abandona a las circunstancias con
total sumisión, pero segundos después se siente imbuido de nuevas fuerzas que lo
mantienen alejado del deseo de entrega voluntaria. En todo caso hay que remarcar
una vez más que Raskólnikov, ni siquiera en esos momentos cercanos a la
confesión, acepta su culpa; la inclinación de ir a la comisaría de policía y declarar lo
cometido no responde al remordimiento ni a la comprensión del crimen y del
consecuente castigo. Si experimenta la tentación de confesar es por la incapacidad
de seguir adelante con suficiente arrojo y entereza, ésta es la única raíz de su
arrepentimiento y culpa.
Fedor Dostoievski
Es la condena del humanismo ateo, tanto en la forma marxista como en la
nietzscheana, ya sea escéptico o pragmatista, existencialista o absurdista; uno de
los maestros del humanismo verdadero, cristiano y teísta, humano. M.F. Sciacca
Pero sobre este aspecto son necesarias algunas precisiones: una gran parte de los
varios humanismos y existencialismos contemporáneos que, directa o
indirectamente, se remiten o se refieren a Dostoievski, hallan en él condenación o
desprecio.
De aquí la positividad del sufrimiento, del dolor y de la angustia, que no son estéril
agitación, ni pura negatividad, ni inexplicable e insignificante absurdo. Los héroes
de la humanidad dostoievskiana saben lo que quieren y no tienen nada en común
con los «héroes» de la literatura existencialista de hoy, abúlicos, extenuados,
absurdos, para los que matar o abrazar es la misma cosa, porque, de todos modos,
todo es absurdo, vano e insignificante. Los héroes del existencialismo transforman
la tragedia de Dostoievski en una farsa o en una «pose». De ello es prueba el que
todas las soluciones del conflicto radical entre el bien y el mal, planteadas por la
filosofía contemporánea, escéptica, pragmatista o nihilista, son rechazadas o
ridiculizadas por Dostoievski. Para él son impotentes tanto el masoquista gozar del
sufrimiento como el escepticismo desesperado o el creer en algo para obtener
provecho o utilidad. Por las mismas razones reserva el suicidio para las almas
inferiores (Smerdiakof y Svidrigaiolof), el embrutecimiento para las figuras
secundarias o brutales y la locura y el desastre para el ateo, espíritu
aparentemente fuerte y substancialmente débil (Iván Karamazof), al que no le es
ahorrado ni el ridículo. Para las almas superiores, para los verdaderos héroes
humanos del drama humano, reserva la solución verdadera: la expiación, mediante
la cual se produce la rehabilitación, la inversión, la transformación radical, la
metánoia. «En la cárcel, quizá estaré mejor»; desde este punto, para Raskolnikof,
el superhombre fallido y arrepentido, «empieza la historia de [su] lento renacer...
de la gradual regeneración, del lento paso de una vida a otra».
Dostoievski es la condena del humanismo ateo, tanto en la forma marxista como en
la nietzscheana, ya sea escéptico o pragmatista, existencialista o absurdista; y por
ello es uno de los maestros del humanismo verdadero, cristiano y teísta,
auténticamente humano
Y coincido con ustedes, el libro tiene muchíiiiisima tela de donde cortar, empezando
por la teoría de Rodia sobre los hombres extraordinarios que tienen licencia para
hacer cualquier cosa, hasta en análisis de cada personaje tan interesante que
pulula la novela.
Tal vez por esto sería bueno ir avanzando por cada una de las cuatro partes en que
se divide el libro. La primera que culmina con el asesinato; yo creo que el "castigo"
de Rodia comienza desde ese mismo momento, al ver que las cosas no resultaron
como lo había planeado y su temor a ser capturado. A este respecto yo creo a
pesar de todos los meses en que había incubado en su cabeza la idea del crimen,
no había planeado bien o no había planeado lo que iba a hacer después. Por
ejemplo a mi me extraña que en ningún momento se le hay ocurrido usar el dinero
que robó, ni siquiera abrió el monedero para ver cuanto tenía. ¿O acaso considero
que el plan había fallado desde el momento en que no logró encontrar donde
guardaba todo el dinero en efectivo ¿Qué hubiera pasado si lo hubiera logrado
encontrar? (creo que luego se dijo que había +-5,000 rublos entre las cosas de la
vieja) ¿hubiera echado a andar su plan de convertirse en un hmbre extraordinario?
Qué grandioso todo lo que expusiste, Mandala! Ahora ya tenemos por donde
empezar un poco a estirar del hilo...
No digo que fuera poco inteligente (de hecho, su conversación acerca de los
hombres extraordinarios es para quitarse el sombrero, y además el modo en que lo
hizo, con esa sangre fría), sino que era algo torpe.
Como lector, lo que yo esperaba y sentía es que un asesino tiene que adaptarse
rápidamente a las circunstancias y encubrir su crimen. De este modo, el
protagonista me defraudó porque se sumergía en una agonía para mí poco propia
de un verdadero asesino. Y así, cuando precisamente él tenía que estar tranquilo y
sosegado para no despertar sospechas puesto que él era uno de los posibles
sospechosos del asesinato, se pone febril y entra en un estado de delirio.
Dejando a un lado los períodos en los que Raskólnikov reniega de su acto, por lo
general mantiene una actitud de orgullo hacia su crimen. Especialmente
significativa en este aspecto es la conversación que mantiene con Zamétov, en
donde expone lo que, de ser el asesino de las dos mujeres, haría con los objetos
robados; cuando su interlocutor exhibe los fallos del criminal , Raskólnikov se
siente ofendido. De hecho, a medida que el diálogo va in crescendo, él mismo
aporta más pruebas hasta finalmente proferir: -¿Y si hubiera asesinado yo a la
vieja y a Lisabeta? Tras el encuentro, se dirige al edificio de las asesinadas e,
incluso, entra en el piso y se muestra interesado en su alquiler. Nuevamente
experimenta una sensación de contrariedad al observar que están cambiando el
empapelado de las paredes, como si le doliera que lo hubiesen cambiado todo de
aquel modo. Y en una mezcla de turbación y morbosidad se recrea tirando de la
campanilla de la puerta, recordando lo ocurrido y estremeciéndose cada vez que
tiraba del cordón y cada vez le resultaba más y más agradable.
Si, por un lado, Rodia representa a un joven que comete un crimen en aras de unos
principios superiores y su ejecución y consecuencia le provocarán fuertes
vacilaciones; por otro, vale la pena recordar que muchos de los personajes creados
por Dostoievski se caracterizan por tener actitudes complejas, incluso
incomprensibles en algunos momentos.
"Porque sabrás que las pequeñas rameras sólo salen una vez de la muchedumbre
nocturna para cumplir una misión de bondad. La pobre Ana acudió en auxilio de
Thomas de Quincey, el fumador de opio, que desfallecía en una ancha calle de
Oxford bajo los grandes quinqués encendidos. Con los ojos húmedos le acercó a los
labios un vaso de vino dulce, lo abrazó y le prodigó caricias. Luego volvió a
sumergirse en la noche. Tal vez murió poco después. «Tosía - dice de Quincey - la
última noche que la vi». Quizá erraba aún por las calles; pero, a pesar de su
apasionada búsqueda y de haber arrostrado las burlas de las gentes a las cuales
interrogaba, Ana se perdió para siempre. Más tarde, cuando pudo disfrutar de una
vivienda abrigada, pensó muchas veces, con lágrimas en los ojos, que la pobre Ana
hubiera podido vivir allí, junto a él. En cambio, se la imaginaba enferma, moribunda
o desolada, en la negrura central de un b... de Londres, habiendo llevado consigo
todo el amor piadoso de su corazón.
Has de saber que ellas lanzan un grito de compasión por vosotros y os acarician la
mano con la suya descarnada. No os comprenden sino cuando sois desgraciados;
lloran con vosotros y os consuelan. La pequeña Nelly salió de su infame casa para ir
a ver al forzado Dostoievsky y, agonizando de fiebre, lo miró largamente con sus
grandes y temblorosos ojos negros. La pequeña Sonia (ella existió, como todas las
demás) abrazó al asesino Rodión después de confesarle éste su crimen. « ¡Está
usted perdido! », le dijo con acento desesperado. Y levantándose súbitamente, se
arrojó a su cuello y lo abrazó... « ¡No, en este momento no hay sobre la tierra un
hombre más desdichado que tú! », exclamó en un impulso de piedad; y de pronto
estalló en sollozos.
Como Ana y como aquella muchacha sin nombre que encontró el joven y triste
Bonaparte, la pequeña Nelly se sumergió en la bruma. Dostoievsky no dijo que fue
de la pequeña Sonia, pálida y demacrada. Ni tú ni yo sabemos si pudo ayudar a
Raskolnikof hasta el término de su expiación. No lo creo. Se apagó suavemente en
sus brazos, después de haber sufrido y amado en exceso.
Sonia representa el sacrificio, y lo representa sin reticencias, sin temores, casi sin
vacilaciones. Primero, sacrifica su juventud, su inocencia y, a mayores, su
reputación por el bien de su familia. Acude a la prostitución como último recurso
para conseguir dinero, no ya para sí misma sino, sobre todo, para su hermanos, su
padre y su madrastra. En un segundo momento, se sacrifica por Raskólnikov,
decidiendo acompañarlo a Siberia durante los ocho años de presidio. Su entrega es
tan devota que ni los desplantes que Raskólnikov le prodiga en sus visitas a la
penitenciaría logran alejarla de él ni minar el amor que siente. De hecho, en el
epílogo de la obra, cuando se narra el castigo del personaje central, Dostoievski nos
habla de Sonia como de una “redentora”, un ser elevado y con rasgos casi divinos
que se consagra –además del sacrificio por Raskólnikov- a ayudar a los demás, en
este caso los presos. Quizás sea en este tramo de la obra en el que Dostoievski
cierra el colofón de su "personaje-puro", dotando a Sonia de todas las acciones
buenas, bellas y completamente desinteresadas, precisamente en oposición a
Raskólnikov, su personaje más intelectual, que todo trata de racionalizarlo. Ni
siquiera comprende el cariño que los presos le defieren a Sonia, si no es capaz de
asumir su culpa en un asesinato, tampoco lo es a la hora de asimilar la estima
sencillamente por un trato cordial, caritativo, humano. Su mente no acepta actos
tan magnánimos, a pesar de que él mismo ha realizado algunos -por ejemplo al
acompañar a Marmeládov a su casa la primera noche o al pagar el funeral de éste
con todo su dinero-, ni tampoco actos tan punibles y rechazables socialmente como
es el homicidio. Raskólnikov parece que circunscribe su mundo moral a lo
comprendido entre el “bien” y el “mal”, pero no termina de percibir ninguno de
estos dos conceptos en su sentido completo.
Es en el artículo escrito por Rodia meses atrás acerca del estado psicológico
del criminal durante la ejecución del crimen donde indirectamente expone su teoría
sobre el asesinato, que se verá completada con posterioridad cuando se confiesa
ante Sonia. El punto de partida del escrito y de la hipótesis de Raskólnikov consiste
en dividir a los seres humanos en dos grandes categorías (inferiores y superiores),
siempre respondiendo a la estricta ley de la naturaleza.
La obra por entero constituye la evolución del sufrimiento del personaje, que se
inicia incluso antes de cometer el crimen. Raskólnikov sufre como uno de esos
hombres grandes pero jamás llega a experimentar compasión por sus víctimas,
mas al contrario las repele en todo momento. La raíz de su inmenso dolor es no
pertenecer, en el fondo, a la categoría de hombres superiores de la que creía
formar parte. Para Raskólnikov, matar a la vieja prestamista constituía tan sólo un
paso a seguir dentro de un meditado organigrama mental coronado por una idea
superior; el crimen era únicamente algo necesario y justificado por la teoría que lo
consagraría como un hombre nuevo. Pero él mismo se percata de su inadecuación
para semejante empresa al demostrarse insuficiente como superhombre y endeble
para reafirmar su acto como algo más que un vil asesinato: ¡No es un ser humano
lo que yo he asesinado, sino un principio! He asesinado un principio, pero no he
sabido saltar por encima de los obstáculos y me he quedado en esa parte… ¡Sólo he
sabido matar!
Siempre he dicho que comentar una obra equivale a efectuar una segunda
lectura. En la medida en que lo que se lee deviene encarnamiento, es inevitable
que uno ponga el acento sobre ciertas escenas, rostros, paisajes…; dejando de lado
otros no menos importantes. Basta que alguien nos agarre por el párpado y nos
enseñe cosas que no habíamos advertido para darnos cuenta de que tan estrecha
era nuestra mirilla. Esto lo digo por qué lo que puso Artemidoros me hizo sentir
vergüenza de muchos de los juicios que tenía acerca de Raskólnikov y su relación
con sus mujeres más cercanas. Al revivir esas escenas –por fortuna ya he podido
ojear (aunque aún no releerla por completo) la novela- en que Rodia insulta y
lastima tanto a su madre y su hermana como a Sonia, debo reconocer que he
debido modificar mi impresión. Acaso ella se debiera –es decir, la impresión- al
modo que caló en mí la escena en que Raskólnikov enfebrecido levanta al
atropellado Marméladov para conducirlo hasta su casa y, después de conocer
brevemente a Sonia, dejar todas sus monedas para el entierro del desdichado (que
ya ha fallecido). Pero de que olvidé la mayoría de los encuentros nada amistosos
entre él y sus seres más cercanos –incluido Razumijin-, ni hablar. ¡Vaya que lo
hice! –me espanto no poco de mi parcialidad hacia Rodia-. En cuánto a los motivos
que le llevan al personaje a cometer el crimen me gustaría dejar clara una
precisión. Nunca quise decir –lamento que me haya expresado mal- que no pesara
la idea de un ser superior ni el atrevimiento, pues lo hacen y no de un modo
tangencial sino central, neurálgico. Más bien apuntaba a algo que tiene que ver con
la noción de redención que torpemente expresé en términos particulares -¿no les
dio la impresión de que el personaje comete el crimen como una preparativo de su
purificación necesaria?- y que se liga, curiosamente, con lo que cita Liswental Amis
(quien tampoco acepta que Rodia haya asesinado con la intención de redimirse
posteriormente) párrafos antes en su post: “¿No será que en el fondo él tampoco
cree esa teoría? Es decir, que no acepta que alguien tenga la potestad de decidir el
destino de los demás y delinquir sin límites?” Lo que es muy similar a sostener –
como quise hacerlo- que el personaje no estuviese por completo seguro de la Idea,
que hubiese una lucha (al igual que en sus crisis) consigo mismo. ¿Qué tiene que
ver esto con la redención que expresé de forma equívoca? Espero no ser ni oscuro
ni demasiado miope (sólo he leído la novela una vez y ojeado parcamente otras
tantas) al establecer mi postura. Si bien Raskólnikov había contado tiempo atrás el
número de pasos desde su buhardilla hasta la casa de la usurera, justo después de
su última entrevista con ella antes de decidirse a consumar el asesinato sale del
lugar trastornado y confundido (¿el influjo del inconsciente?) mientras exclama:
“¡Dios mío, qué repugnante es todo esto! ¿Es posible? ¿Es posible que yo…? ¡No!
¡Es estúpido, es absurdo! Pero, como se me ha podido ocurrir una idea tan
horrible? ¡De qué bajeza no es capaz mi corazón! ¡Es vil, bajo, repugnante,
repugnante…! Y yo, desde hace un mes”. Dostoievski remarca este estado
hipersensible en no pocas ocasiones. Y son crisis que hacen sospechar en el
personaje una feral lucha interna, una batalla contra su “yo”. Al dejar las últimas
monedas que trae en la ventana de Marméladov, Rodia sale apurado –y en este
sentido aludía a la noción negativa que tiene de la humanidad el personaje- a la par
que piensa y termina gritando (a pesar suyo): “-¿Y si he mentido? ¿Y si el hombre,
el hombre en general, es decir, el género humano, no es en realidad vil? Entonces,
eso serán prejuicios, falsos temores, no hay barreras de ninguna clase y las cosas
han ocurrido como deben ocurrir”. No sé si vicio demasiado el texto pero al hablar
de barreras me pregunto si no se referirá a la falsa distinción que él hace en su
tesis entre “personas superiores” y “personas inferiores” y, segundo, si cuando
desliza que las cosas han ocurrido como deben ocurrir no estará refutando –tímida,
parabólica, inconscientemente- la tesis central de su Idea (“el derecho de las
personas superiores al crimen en aras de la Idea, la posibilidad de que en ellas
anide la excepción”). Y es que si no hay distinción, ergo, no hay excepciones (el
crimen debe ser, a pesar del fin, siempre castigado) ¿No es –groseramente
simplificado- un poco lo que dice Dostoievski al tratar de mostrar que “el fin no
justifica los medios”? ¿Y no es el fin (en el caso de Rodia) la Idea, su tesis? ¿Será el
medio entonces el hombre, su corazón –en cuánto el género humano es
reivindicado ante la Idea como algo no vil-? Si no yerro, la primera ocasión en que
se desarrolla con acuciosidad la idea de la vieja como una persona maligna y
estúpida que no es buena para nadie sino mala para todos, es cuando Rodia
escucha por “casualidad” la conversación entre un estudiante y un oficial. No digo
que él no haya lucubrado análogamente –el artículo publicado en La Palabra
Periódica es anterior a la escena azarosa y al asesinato, sin embargo sabemos de él
hasta que es aludido directamente por Porfiri Petróvich capítulos después- pero el
primer razonamiento “fuerte” en torno a la casuística del crimen es dicho por ese
estudiante: “Matarla, tomar su dinero y consagrarse luego con él al servicio de la
humanidad y al bien general…¿Crees que no se borra un pequeño crimen con miles
de buenas obras? Por una vida, miles de vidas salvadas de la podredumbre y la
descomposición. Una muerte, y a cambio, cien vidas; ¡si es una cuestión de
aritmética! Además, ¿qué valor tiene en las balanzas de la existencia esa viejuca
tísica, estúpida y maligna? No vale más que la vida de un piojo o de una cucaracha;
y ni siquiera eso vale, pues la vieja es perniciosa”. Y apenas unas líneas
posteriores, rematará: “A la naturaleza se la rectifica y se la orienta, y sin ello no
tendríamos más remedio que hundirnos en los prejuicios. Sin ello no habría ningún
gran hombre, ni uno. Se dice: ‘El deber, la conciencia’… Nada quiero decir contra el
deber ni contra la conciencia; pero ¿cómo los entendemos?”. Esa singularidad de la
situación se ve reforzada si se toma en cuenta que es precedida por otra. Aquella
en que, también “azarosamente”, oye Rodia el día y la hora en que Lizaveta no
estará en casa. Cuando “sintió en todas las fibras de su ser que había perdido la
libertad de razonar, la voluntad, y que todo estaba resuelto de modo definitivo”.
Justo donde el personaje “se había vuelto supersticioso y durante mucho tiempo
conservó huellas, casi imborrables, de su superstición. En aquel asunto se inclinaba
a ver algo raro, misterioso, como la presencia de influjos y coincidencias
singulares”. ¿No puede ser este un modo de sugerir los espíritus malignos? No es
ajena la cuidada exégesis que hace Dostoievski de los Evangelios; y hallo un sutil
delineamiento de la tentación, el pecado y la posibilidad de redención en la forma
en que todo se va enlazando –desde el fortuito informe que recibe sobre la
ausencia de Lizaveta, la plática “casualmente” oída por él, hasta el modo increíble
en que logra escapar del escenario del homicidio-. ¿No estará influida de un hálito
seductor y “demoníaco”? En una de las partes más demoledoras de la trama, Rodia
profiere al confiarse a Sonia: “-Pero ¿cómo maté? ¿Es así como se mata? ¿Hay
nadie que vaya a matar como fui yo entonces? Algún día te lo contaré…¿Maté a la
vieja? ¡Me maté a mí mismo, no a ella! ¡De una vez acabé conmigo para siempre!...
A la vieja la asesinó el diablo, no yo… Basta, basta, Sonia, ¡basta! ¡Déjame! –gritó,
lleno de angustia-. ¡Déjame!”. Eso explicaría la semejanza entre las sensaciones de
Raskólnikov antes del asesinato –cuando se siente sin voluntad y bajo la presencia
de influjos- y su declaración hecha a Sonia en la que le atribuye al diablo la muerte
de la anciana. No quiero decir que no sea responsable pero ¿se referirá a él –
cuando señala que se ha matado así mismo- en tanto se reputaba “persona
superior”? ¿O lo hará en tanto lo hizo por fidelidad a la Idea, el fin; y se equivocó?
Si bien afirma que sólo ha sabido matar y se entrega ante la vergüenza que le
provoca su flaqueza y falta de valor para seguir viviendo con un asesinato a sus
espaldas, me sigue llamando la atención esa segunda opción que apenas deja
entrever el autor al final: “¿Por qué es un crimen? ¿Qué significa la palabra crimen?
Mi conciencia está tranquila. Naturalmente, en ese caso, incluso muchos
bienhechores de la humanidad que no han obtenido el poder por herencia, sino que
se han adueñado de él por sí mismos, deberían ser ejecutados al dar los primeros
pasos. Pero esos hombres llegaron a donde se proponían llegar y por eso tienen
razón; yo no he llegado y, por lo tanto, no tenía derecho a permitirme ese paso. En
ello era en lo único que reconocía su crimen: sólo en no haber llegado hasta donde
se proponía y haberse denunciado así mismo. Otro pensamiento le hacía sufrir. ¿Por
qué no se mató entonces? ¿Por qué no se arrojó al río y prefirió entregarse a las
autoridades? ¿Es posible que sea tan fuerte el deseo de vivir y que resulte tan difícil
vencerlo? ¿No lo había vencido Svidrigáilov, que tanto miedo tenía a la muerte? Se
atormentaba haciéndose esta pregunta y no podía comprender que quizá, ya
entonces, cuando a la orilla del río pensaba arrojarse al agua, había presentido en
sí y en sus convicciones un profundo error. No comprendía que ese presentimiento
podía ser el anuncio de un futuro cambio en su existencia, de su futuro
renacimiento y de una nueva concepción de la vida. Estaba más inclinado a admitir
que había obrado sólo movido por el torpe impulso del instinto, con el que no había
podido romper y que no podía superar (por su debilidad e insignificancia)”. Por otra
parte, si bien el arrepentimiento no cruza conscientemente por él, no creo que esté
del todo exento de su presencia. En los estados oníricos, las alucinaciones (como
cuando cree escuchar claramente a Iliá Petróvich, el ayudante del inspector de
policía, golpear brutalmente a su patrona), las crisis –terrenos antonomásicos del
inconsciente- ve aparecer la sangre, siente su peso. Incluso cuando sueña con el
caballo que matan, él es el niño que pregunta por qué lo ultiman mientras se
deshace en llanto. Cuando despierta dirá que el plan de asesinar a la usurera es
una locura –aunque después se abracé a él con demencia-. Exactamente como si
luchara “contra algo”. ¿Será contra él mismo, contra el diablo, la tentación, la Idea?
Pero ya no me extiendo más. He excedido los renglones y no quiero pecar de
“cantinflesco”.
La teoría de Raskolnikov, que puede ser una variante de la expresión "el fin justifica
los medios" de a Maquiavelo, consiste en que la naturaleza concibió a dos tipos de
seres humanos, los ordinarios y extraordinarios. Los primeros, de categoría inferior,
son dueños los del presente y su destino es vivir y amar la obediencia. Los hombres
extraordinarios, por otro lado, son los dueños del porvenir porque son hombres que
violan la ley o tienden a violarla, reclamando la destrucción de lo que existe en
virtud de lo que debiera existir.
Pero al mismo tiempo, si aceptamos esta «idea», podemos justificar muchas de las
situaciones contemporáneas. Muchas tiranías dejarían de serlo si hay una «idea» o
fin que justificase sus medios. Pero también puede ser que muchas tiranías son
democracias mal fundamentadas (o mal entendidas por su época) o, siguiendo con
este juego de palabras, pudiera ser que muchas de nuestras democracias son
tiranías bien justificadas.