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"El tema del libro es el análisis de los motivos del crimen y las reacciones

que éste produce en el asesino, y en este tema, Dostoiesvki trata todo el problema
de las relaciones del ego y del mundo que le rodea, entre el individuo y la sociedad,
que, en realidad, es el problema central de la ética y la metafísica." (Vázquez
Montalbán, M.: “Crimen y castigo o la amoralidad insuficiente”, prólogo a
Dostoievski, F., Crimen y castigo, Círculo de Lectores, Barcelona, 1982.)

Aprovechando el trabajo doctoral, copio algunos fragmentos en relación a lo


comentado por Lis:

Ciertamente, ya desde el comienzo sabemos que el personaje coquetea con la idea


de cometer algo “terrible”, cuya planificación determina cada uno de sus actos y le
provoca sentimientos contrarios . Hasta tal punto ha interiorizado el futuro suceso
que las más pequeñas acciones son computadas y diseñadas en su vivir cotidiano,
por ejemplo, el número exacto de pasos desde su casa hasta el domicilio de la
anciana. Sin embargo, a pesar de su premeditación sufrirá constantes ataques de
inseguridad, tanto antes como después del asesinato. Y es ésta una de las claves
de la psicología y moralidad de Raskólnikov: su permanente oscilar entre el coraje y
la debilidad.

Si bien en diversas ocasiones se nos dice que la idea del asesinato yace en la
mente del personaje desde hace ya cierto tiempo e, incluso, a pesar del intento de
“ensayo” del día anterior al suceso, Raskólnikov no prepara realmente el crimen.
Más bien su planificación es de tipo mental, pero carece de un plan minuciosamente
establecido en donde se precise, por ejemplo, cualquier eventualidad que pueda
surgir –como que Lisabeta regrese antes de lo previsto. Esto se debe a que, hasta
el final, él mismo duda de poder llevarlo a cabo y cuanto más se aproxima el día,
más ilusorio le resulta.

Una vez cometidos ambos asesinatos (el crimen) en la primera parte del libro, la
novela se centra en el proceso psicológico de Raskólnikov, en una lucha constante
por que el personaje alcance el arrepentimiento (el castigo) –segunda a sexta a
parte- y la redención (katharsis) –epílogo. Inmediatamente el día después de los
asesinatos, Raskólnikov comienza su debate interno entre la confesión del crimen,
que le supondría alivio y tranquilidad moral, y el silencio de un acto que no
considera en absoluto punitivo. En todo momento le acucia la debilidad de no poder
sobrellevar el peso de su acción y, entonces, se abandona a las circunstancias con
total sumisión, pero segundos después se siente imbuido de nuevas fuerzas que lo
mantienen alejado del deseo de entrega voluntaria. En todo caso hay que remarcar
una vez más que Raskólnikov, ni siquiera en esos momentos cercanos a la
confesión, acepta su culpa; la inclinación de ir a la comisaría de policía y declarar lo
cometido no responde al remordimiento ni a la comprensión del crimen y del
consecuente castigo. Si experimenta la tentación de confesar es por la incapacidad
de seguir adelante con suficiente arrojo y entereza, ésta es la única raíz de su
arrepentimiento y culpa.

La actitud de Raskólnikov frente al castigo tiene dos vertientes principales y, en


cierto modo, opuestas. Por un lado, trata de eludirlo al no concebir su acción como
un verdadero crimen. Si bien no se considera culpable de haber cometido un
asesinato, es perfectamente consciente de que la sociedad sí lo identifica como un
criminal y, por tanto, se le debe aplicar una pena. Pero la personalidad de
Raskólnikov, movida en todo momento por la incertidumbre y el vaivén de juicios
de valor, le hacen desfallecer en su teoría en diferentes ocasiones, identificando lo
cometido como algo infame. Es justamente esta dualidad de pensamiento lo que
hace que sea él mismo el que se conduzca hacia el castigo, penal y moral. Mediante
actos y palabras va reconstruyendo un mapa del crimen lo suficientemente nítido
como para dirigir las investigaciones policiales hacia su persona. De esto puede
deducirse que, en cierta manera, Raskólnikov se conduce voluntariamente hacia el
castigo, aunque no será hasta el final de la novela cuando encuentre la redención.

Un elemento curioso dentro de este mapa de reconocimiento es que Raskólnikov


compara a Sonia con Lisabeta en varias ocasiones: la primera, al hermanarlas en
sacrificio y sumisión; la segunda, al ver a ambas mujeres como alucinadas; y la
tercera, en el momento de la confesión del crimen, Raskólnikov encuentra en la
mirada de Sonia el mismo temor que tenían los ojos de Lisabeta instantes antes de
morir. Es posible que la semejanza entre las dos resida en la inocencia que
Dostoievski les otorga a lo largo de la novela, inocencia que Raskólnikov percibe
desde un primer momento. Para él, Sonia es una pecadora que peca para sobrevivir
pero que, sin embargo, encierra dentro de sí sentimientos bondadosos y puros.
Lisabeta es el “error de cálculo” que se interpuso en su teoría, el imprevisto con
nombre de fallo fatal que lo atenaza con la sombra del crimen. Raskólnikov no se
arrepiente de la muerte de la vieja, a la que considera un piojo más entre la
mediocridad humana, de hecho llega a reprocharle su sufrimiento actual: “¡Oh, por
nada del mundo perdonaré a la vieja! ¡Por nada del mundo!” Sin embargo, piensa
en Lisabeta de un modo del todo distinto y su remordimiento llega bajo la forma de
negación de su muerte: “¿Por qué casi nunca pienso en ella, como si no la hubiera
asesinado…?” Es más, cuando Raskólnikov anuncia a Sonia su deseo de confesarle
la identidad del asesino, no se refiere al asesino de la vieja, sino sólo al de
Lisabeta. Lisabeta es el crimen que nunca debía haberse cometido y, quizás, por
este motivo Sonia sea la elegida para impulsar la redención.

Fedor Dostoievski
Es la condena del humanismo ateo, tanto en la forma marxista como en la
nietzscheana, ya sea escéptico o pragmatista, existencialista o absurdista; uno de
los maestros del humanismo verdadero, cristiano y teísta, humano. M.F. Sciacca

Por Michele Federico Sciacca


Catedrático de Filosofía Teorética
Universidad de Génova

Extensa y a veces profunda, en el pensamiento actual, es la influencia del célebre


escritor ruso FEDOR DOSTOIEVSKI (1821-1881), quizá el alma más grande del
mundo moderno. [...] Ha dado muchísimo a la filosofía, bien porque ha vivido sus
problemas, bien por la influencia que ha ejercido en el pensamiento europeo de los
últimos cincuenta años.

Los personajes de sus novelas - no hombres reducidos a símbolos abstractos de


ideas, sino ideas encarnadas e inervadas en criaturas terriblemente vivas están
siempre suspendidos entre el mal y el bien, el pecado y el instante inminente de la
salvación, entre la desesperación y la fe, entre la caída en la nada y el «salto» en
Dios. Cada uno es un momento, una pulsación de la trágica lucha interior del
hombre que combate entre la aspiración a los más altos niveles del espíritu y el mal
que le rechaza hacia los abismos profundos. ¿Qué es lo que se opone a que el
hombre se libre de la atracción del abismo cada vez que trata de desplegarse y de
elevarse? Para Kierkegaard, se opone la filosofía sistemática de la milagrosa razón
que todo lo resuelve y todo lo arregla; para Dostoievski, la sociedad, con su orden
constituido, con sus tradiciones y costumbres, instituciones y jerarquías, con la
inviolabilidad de las reglas de la moral común, que condena inexorablemente al que
no se adapta a ella y le separa de la vida. ¿Qué abismo de humanidad, de bien y de
mal hay en los desechos sociales, que viven .en los barrios bajos, humillados y
ofendidos, tarados psíquicos? ¿Tiene la sociedad constituida el derecho de
condenarles, y sobre todo, de permanecer indiferente, encerrada dentro de sus
leyes y en su «virtuoso» egoísmo, hostil y distante de la tormenta de un alma que
se ha manchado de delito y que es capaz de sufrirlo en lo profundo de su conciencia
durante toda la vida? ¿Tiene la sociedad el derecho de poner obstáculos en nombre
de la defensa del «orden» y de la «normalidad» a todo movimiento del individuo,
de obligar al «individuo» a vivir y a pensar como la condición social exige que viva
y que piense?

La sociedad señala como ejemplo al hombre normal, respetuoso del orden,


burocratizado, incluso en su vida espiritual. Es el hombre que ha renunciado a vivir
según él mismo, para vivir como quieren los demás; el hombre en la «situación»,
que renuncia a todas las posibilidades de la existencia para aferrarse a una sola, a
aquella en que se encuentra sin mérito o desmerecimiento y sin responsabilidad.
Nacemos «prefijados», «premeditados». Para el hombre «normal», los demás, las
«personas», los que quieren ser ellos mismos, son los rebeldes, los inmorales, los
anormales, los locos. Son los menos: normalidad o anormalidad, la llamada cordura
o la llamada locura, es sólo una cuestión de mayoría. Sin embargo, Dostoievski no
trata de negar el orden, como si éste fuera un puro resultado histórico contingente,
sino de instaurar, contra el orden exterior, insuficiente para reeducar y mejorar, un
orden interior. A este resultado llega a través de la exasperación paradójica de las
fuerzas del mal y del desorden.

De aquí la situación «ambigua» de sus personajes, siempre al borde de la perdición


y de la salvación, a veces elevados a momentos de transparencia evangélica y a
veces hundidos en las tinieblas del infierno. Almas dotadas de recursos inagotables,
sacan de su fondo fuerzas gigantescas, alcanzan la salvación en el abismo del mal
mediante el sufrimiento, el dolor y la expiación. La escuela del bien y de la
salvación se identifica, para Dostoievski, con el magisterio del dolor y del
sufrimiento, que pide indulgencia, comprensión y piedad. Dostoievski estaba
profundamente convencido de que, aun en el ambiente más ignorante y sofocante,
entre los que se hallan fuera de la ley, «aun allá en las canteras, debajo el vestido
de un preso y de un asesino, puede encontrarse un corazón de hombre». Son los
desechos y despojos sociales, los que viven fuera del orden, -los que quieren volver
a entrar en el orden, después de haber expiado incluso las muchas injusticias
cometidas en nombre de este orden y de esta moral; quieren volver a él mejores,
en nombre de un orden superior e interior, para elevar a los demás (a los
«normales» y a los «justos») a aquella moralidad y a aquel orden que no es una
costumbre anónima e impersonal, sino el fruto de una dura iniciativa personal,
filtrada a través del dolor.

Esta es la idealidad que encarnan los personajes dostoievskianos, desde el hombre


de los «primeros impulsos» de las Memorias del subsuelo, de cuyo fondo grita a los
de la «superficie» para decirles que son «un montón de mísero buen sentido» y de
donde emerge a través de la expiación y con un gran deseo de ser bueno, hasta el
inmortal protagonista de Crimen y castigo, que personifica las ambivalencias y las
antinomias del fondo misterioso del alma humana, siempre desgarrada por antítesis
y contradicciones. Raskolnikof, entre entre otras cosas, es la personificación de la
lucha contra la moral común, responsable legalizada y reconocida de tantos delitos
y de tantos errores. Pero no es la brillante dialéctica de Raskolnikof («el
superhombre») la que logra el triunfo del bien sobre el mal, sino el dolor silencioso
de Sonia, la mujer perdida por socorrer a los demás, la «tierna y querida madre»
de los forzados, aquella que revela a Raskolnikof a sí mismo, el asesino al asesino,
y que en esta revelación le abre el camino de la expiación y de la salud. Quien lo
salva, a través de la expiación, es Sonia, la «mártir voluntaria de puro amor».

El nihilismo de Dostoievski es aparente; real y auténtica es la afirmación de la


persona humana y de Dios: restauración de la moral y de la religión, la vocación de
cada hombre, en la que se vencen las fuerzas del mal. La redención dostoievskiana
es dialéctica: inversión de los contrarios, «crisis» profunda y misteriosa y no
tránsito gradual: salto del pecado a la salvación. Por algo la filosofía
contemporánea reconoce en Dostoievski a uno de sus maestros.

Pero sobre este aspecto son necesarias algunas precisiones: una gran parte de los
varios humanismos y existencialismos contemporáneos que, directa o
indirectamente, se remiten o se refieren a Dostoievski, hallan en él condenación o
desprecio.

El llamado «voluntarismo» dostoievskiano no es pragmático ni irracional:


Dostoievski no niega la validez de la razón ni la considera inepta para conocer la
verdad. Pero limita su alcance y su extensión: el hombre no es sólo razón y la
verdad se conoce con todo el hombre, en el hecho concreto de la vida espiritual. No
está contra la razón, sino contra su hegemonía, contra la razón desencarnada,
divorciada de la voluntad y de la humanidad del hombre. Los actuales misólogos
buscan en vano en Dostoievski un aliado.
Tampoco lo hallan en él los nihilistas y los absurdistas. Cierto es que el ser del
hombre, para Dostoievski, presenta una radical ambivalencia: el bien y el mal,
coexistentes en toda criatura, como dos tendencias opuestas en conflicto perenne
(maniqueísmo moral). Es la consecuencia del pecado de Adán: en la lucha entre
Dios y el demonio, el corazón del hombre es el campo de batalla. Pero el bien
triunfa siempre, aunque entre lágrimas y sangre. El objetar que en sus novelas el
bien aparece raramente demuestra escasa finura espiritual. El bien, cristianamente
entendido, no ama «aparecer», ama «ser» sin aparecer; es humilde, escondido y
reservado, a diferencia del mal, que es clamoroso y vistoso. El bien no se
manifiesta en los grandes gestos, sino en los pequeños actos ricos de grandes
sentimientos. Pertenece a los simples y a los humildes, a las criaturas buenas,
ignoradas, no vistas, aparentemente insignificantes, que lo soportan todo y no
piden nada, prestas siempre a mantenerse aparte. Son las criaturas que aceptan y,
aceptando, eligen: Dostoievski cree en la libertad como la-entiende el Cristianismo,
libertad como dolorosa elección radical entre el bien y el mal, y como liberación en
el bien y en la verdad; las «dos libertades» de San Agustín, la libertas minor y la
libertas maior. La positividad del hombre,
de la libertad y de la voluntad son por él plenamente reconocidas.

De aquí la positividad del sufrimiento, del dolor y de la angustia, que no son estéril
agitación, ni pura negatividad, ni inexplicable e insignificante absurdo. Los héroes
de la humanidad dostoievskiana saben lo que quieren y no tienen nada en común
con los «héroes» de la literatura existencialista de hoy, abúlicos, extenuados,
absurdos, para los que matar o abrazar es la misma cosa, porque, de todos modos,
todo es absurdo, vano e insignificante. Los héroes del existencialismo transforman
la tragedia de Dostoievski en una farsa o en una «pose». De ello es prueba el que
todas las soluciones del conflicto radical entre el bien y el mal, planteadas por la
filosofía contemporánea, escéptica, pragmatista o nihilista, son rechazadas o
ridiculizadas por Dostoievski. Para él son impotentes tanto el masoquista gozar del
sufrimiento como el escepticismo desesperado o el creer en algo para obtener
provecho o utilidad. Por las mismas razones reserva el suicidio para las almas
inferiores (Smerdiakof y Svidrigaiolof), el embrutecimiento para las figuras
secundarias o brutales y la locura y el desastre para el ateo, espíritu
aparentemente fuerte y substancialmente débil (Iván Karamazof), al que no le es
ahorrado ni el ridículo. Para las almas superiores, para los verdaderos héroes
humanos del drama humano, reserva la solución verdadera: la expiación, mediante
la cual se produce la rehabilitación, la inversión, la transformación radical, la
metánoia. «En la cárcel, quizá estaré mejor»; desde este punto, para Raskolnikof,
el superhombre fallido y arrepentido, «empieza la historia de [su] lento renacer...
de la gradual regeneración, del lento paso de una vida a otra».
Dostoievski es la condena del humanismo ateo, tanto en la forma marxista como en
la nietzscheana, ya sea escéptico o pragmatista, existencialista o absurdista; y por
ello es uno de los maestros del humanismo verdadero, cristiano y teísta,
auténticamente humano

El libro lo leí por primera vez en la adolescencia, recuerdo que me gustó


mucho, ...pero ningún detalle más; asi que esta vez fue casi como si lo leyera por
primera vez, no recordaba casi ningún detalle, lo único de lo que estaba seguro era
de que Rodia asesinaba a una usurera (ni siquiera recordaba que también mataba a
Lizaveta, por lo que cuando leí esa parte tenía el alma en vilo), que conocía Sonia,
y que finalmente iba a dar a Siberia.

Y coincido con ustedes, el libro tiene muchíiiiisima tela de donde cortar, empezando
por la teoría de Rodia sobre los hombres extraordinarios que tienen licencia para
hacer cualquier cosa, hasta en análisis de cada personaje tan interesante que
pulula la novela.

Tal vez por esto sería bueno ir avanzando por cada una de las cuatro partes en que
se divide el libro. La primera que culmina con el asesinato; yo creo que el "castigo"
de Rodia comienza desde ese mismo momento, al ver que las cosas no resultaron
como lo había planeado y su temor a ser capturado. A este respecto yo creo a
pesar de todos los meses en que había incubado en su cabeza la idea del crimen,
no había planeado bien o no había planeado lo que iba a hacer después. Por
ejemplo a mi me extraña que en ningún momento se le hay ocurrido usar el dinero
que robó, ni siquiera abrió el monedero para ver cuanto tenía. ¿O acaso considero
que el plan había fallado desde el momento en que no logró encontrar donde
guardaba todo el dinero en efectivo ¿Qué hubiera pasado si lo hubiera logrado
encontrar? (creo que luego se dijo que había +-5,000 rublos entre las cosas de la
vieja) ¿hubiera echado a andar su plan de convertirse en un hmbre extraordinario?

Por mucho tiempo yo pensé que le pesaba en la conciencia haber asesinado a la


vieja, sin embargo más adelante dijo a Sonia que consideraba a la usurera como un
piojo, y que había hecho un favor al mundo eliminandola. Eso quiere decir que en
todo caso de lo que se arrepentía o atormentaba era de haber matado a Lizaveta,
¿se hubiera desarrollado todo de la misma manera si sólo hubiera matado
a la vieja?

Qué grandioso todo lo que expusiste, Mandala! Ahora ya tenemos por donde
empezar un poco a estirar del hilo...

Os habéis centrado Lis y tú en el análisis de la situación en el caso de que el


asesinato de Lisabeta no se hubiera cometido. Es extraño, pero hasta que no lo
habíais expuesto de esta manera, yo no había reparado en ello. Tal vez, como
plantea Lis, si el asesinato de esa segunda persona imprevista no se hubiera
producido, las cosas habrían sido de otra manera, tal vez no hubiéramos asistido a
este castigo interno al que Raskolnikov se somete día y noche. Yo no he llegado a
la parte en que él considera a la usurera un piojo, pero me resulta un poco extraño
que Raskolnikov no hubiera sufrido precisamente por este asesinato y sí por el de la
hermana de la usurera (víctima inocente). Tal vez él tenía tanto rencor a la usurera
(esto sí es evidente en cada visita que él la hace) que no le importaba el hachazo
que le asestó en la cabeza. Me cuesta un poco de creer, pero es posible.

No sé cómo se hubiera desarrollado la novela si no se hubiera producido el


percance desafortunado que fue al traste un poco con todos sus planes, pero es
interesante pensarlo, vaya...
Después, quería un poco destacar la torpeza del protagonista. La escena del
asesinato me dejó completamente helado, no podía despegarme de las páginas,
quería saber si lo iban a cazar, si no... pero ¿y qué fue del después? Yo creo que
Raskolnikov no estaba preparado psicológicamente para un asesinato tan
premeditado como éste donde tenía que atar todos los posibles cabos (incluso los
más inverosímiles), me explico, ¿qué persona está concienciada para asimilar un
asesinato que todavía no ha cometido?, yo creo que así le sucedía un poco a
Raskolnikov, y de ahí su torpeza, su estado febril, todas las circunstancias
posteriores al asesinato.

No digo que fuera poco inteligente (de hecho, su conversación acerca de los
hombres extraordinarios es para quitarse el sombrero, y además el modo en que lo
hizo, con esa sangre fría), sino que era algo torpe.

Como lector, lo que yo esperaba y sentía es que un asesino tiene que adaptarse
rápidamente a las circunstancias y encubrir su crimen. De este modo, el
protagonista me defraudó porque se sumergía en una agonía para mí poco propia
de un verdadero asesino. Y así, cuando precisamente él tenía que estar tranquilo y
sosegado para no despertar sospechas puesto que él era uno de los posibles
sospechosos del asesinato, se pone febril y entra en un estado de delirio.

Como si fuera un ladronzuelo de tres al cuarto lo vi... A veces me parecía que él


dirigía todas las pistas hacia él y yo me quedaba en un suspiro, exclamaba: "¡te
van a pillar, tonto, cállate!". Era graciosa la situación y me hacía sentir una mezcla
de pena y conmiseración por el protagonista, pero bueno, en fin, el hilo es así, su
personalidad es ésa, muy bien representada porque demostrado está que al lector
le crean sentimientos dispares, enfrentados

Raskólnikov comete el crimen precisamente porque duda de sí mismo, de su


fuerza, de su arrojo, y será esta debilidad la que lo marque hasta el desenlace de la
historia. No llegará a sentir arrepentimiento por el asesinato de las dos mujeres,
sino que la vergüenza y la pesadumbre vendrán por su falta de coraje . Lo
fundamental de Raskólnikov, lo que hace tan poderosa la obra y el personaje
creados por Dostievski es que nos presenta un criminal que en ningún momento es
un criminal. Raskólnikov habla de crimen e incluso lo rechaza, así como la violencia,
pero no concibe su acción como tal puesto que lo pensado por él “no era un crimen”
. No se trata de un asesino innato que planifique con frialdad un homicidio, la
frialdad que puede demostrar Raskólnikov está muy lejos de tener los rasgos de
aquél que sabe exactamente lo que hace, por qué lo hace y lo que ello conlleva. Es
un personaje que oscila permanentemente entre la lucidez –porque es indudable
que goza de pensamientos claros, inteligentes y perspicaces- y algo rayano a la
locura, sin llegar a ser locura. Desde el primer momento, el autor remarca el estado
anímico de Raskólnikov, acercándolo a la inconsciencia, al delirio, y durante toda la
novela estará bajo los efectos de una enfermedad más psíquica que física.
Ansiedad, desasosiego, temor. Su constante ensimismamiento y su renuencia a
tratar con la gente, aunque sean seres queridos, agudiza aún más la posibilidad de
una enfermedad grave o de locura, y de esta imagen externa se valdrá Raskólnikov
en más de una ocasión, evitando así conceder explicaciones o suavizar su carácter.

Dejando a un lado los períodos en los que Raskólnikov reniega de su acto, por lo
general mantiene una actitud de orgullo hacia su crimen. Especialmente
significativa en este aspecto es la conversación que mantiene con Zamétov, en
donde expone lo que, de ser el asesino de las dos mujeres, haría con los objetos
robados; cuando su interlocutor exhibe los fallos del criminal , Raskólnikov se
siente ofendido. De hecho, a medida que el diálogo va in crescendo, él mismo
aporta más pruebas hasta finalmente proferir: -¿Y si hubiera asesinado yo a la
vieja y a Lisabeta? Tras el encuentro, se dirige al edificio de las asesinadas e,
incluso, entra en el piso y se muestra interesado en su alquiler. Nuevamente
experimenta una sensación de contrariedad al observar que están cambiando el
empapelado de las paredes, como si le doliera que lo hubiesen cambiado todo de
aquel modo. Y en una mezcla de turbación y morbosidad se recrea tirando de la
campanilla de la puerta, recordando lo ocurrido y estremeciéndose cada vez que
tiraba del cordón y cada vez le resultaba más y más agradable.

Si, por un lado, Rodia representa a un joven que comete un crimen en aras de unos
principios superiores y su ejecución y consecuencia le provocarán fuertes
vacilaciones; por otro, vale la pena recordar que muchos de los personajes creados
por Dostoievski se caracterizan por tener actitudes complejas, incluso
incomprensibles en algunos momentos.

Con riesgo de parecer caballero que en lugar de tizona blande la guilladura,


me atreveré a soltar un lectura que, adelanto, no tiene el respaldo de ningún
estudio crítico-literario. Es apenas una impresión que me dio, como aficionado
antes que como experto, la obra mencionada y Raskólnikov. Hace tiempo que no le
echo un vistazo, pero en su momento Raskólnikov me pareció del traje de esos
seres en perpetua crisis que tan bien describe Dostoievski. Y Rodia parece moverse
dentro de los terrenos que el propio autor pisa durante sus ataques epilépticos y
sus fases anteriores y posteriores. Ese tierra espesa marcada por la duda, la culpa,
el ánimo de redención. Concuerdo en que lo más probable es que mi visión esté
sumamente viciada y encaminada, pero: ¿no les dio la impresión de que el
personaje comete el crimen como un preparativo de su purificación necesaria?.
Sonará absurdo pero cuando apresaba ese carácter febril y enfermizo de
Raskólnikov, me venía a la cabeza la certidumbre de que se sentía manchado antes
de cometer el crimen. Su relación con el Mundo, su imposibilidad ante el sacrificio
de su hermana, su alma demasiado sensible para el escenario que lo circunda.
Como si se manchara las manos para poder, gran paradoja, podérselas lavar. Pero
ya les digo que no es más que una vil y ligera insinuación. Procuraré consultar la
obra en la semana para evitar, en lo posible, desvaríos...je...je. Por último, quisiera
dejar un fragmento de Marcel Schwob extraído de "El Libro de Monelle" -obra que
sólo he ojeado fragmentariamente- y que habla, precisamente, sobre Sonia (al
referirse a la misión de bondad en las rameras):

"Porque sabrás que las pequeñas rameras sólo salen una vez de la muchedumbre
nocturna para cumplir una misión de bondad. La pobre Ana acudió en auxilio de
Thomas de Quincey, el fumador de opio, que desfallecía en una ancha calle de
Oxford bajo los grandes quinqués encendidos. Con los ojos húmedos le acercó a los
labios un vaso de vino dulce, lo abrazó y le prodigó caricias. Luego volvió a
sumergirse en la noche. Tal vez murió poco después. «Tosía - dice de Quincey - la
última noche que la vi». Quizá erraba aún por las calles; pero, a pesar de su
apasionada búsqueda y de haber arrostrado las burlas de las gentes a las cuales
interrogaba, Ana se perdió para siempre. Más tarde, cuando pudo disfrutar de una
vivienda abrigada, pensó muchas veces, con lágrimas en los ojos, que la pobre Ana
hubiera podido vivir allí, junto a él. En cambio, se la imaginaba enferma, moribunda
o desolada, en la negrura central de un b... de Londres, habiendo llevado consigo
todo el amor piadoso de su corazón.

Has de saber que ellas lanzan un grito de compasión por vosotros y os acarician la
mano con la suya descarnada. No os comprenden sino cuando sois desgraciados;
lloran con vosotros y os consuelan. La pequeña Nelly salió de su infame casa para ir
a ver al forzado Dostoievsky y, agonizando de fiebre, lo miró largamente con sus
grandes y temblorosos ojos negros. La pequeña Sonia (ella existió, como todas las
demás) abrazó al asesino Rodión después de confesarle éste su crimen. « ¡Está
usted perdido! », le dijo con acento desesperado. Y levantándose súbitamente, se
arrojó a su cuello y lo abrazó... « ¡No, en este momento no hay sobre la tierra un
hombre más desdichado que tú! », exclamó en un impulso de piedad; y de pronto
estalló en sollozos.

Como Ana y como aquella muchacha sin nombre que encontró el joven y triste
Bonaparte, la pequeña Nelly se sumergió en la bruma. Dostoievsky no dijo que fue
de la pequeña Sonia, pálida y demacrada. Ni tú ni yo sabemos si pudo ayudar a
Raskolnikof hasta el término de su expiación. No lo creo. Se apagó suavemente en
sus brazos, después de haber sufrido y amado en exceso.

Compréndelo: ninguna de ellas puede permanecer junto a vosotros. Se sentirían


demasiado tristes y, además, tienen vergüenza de quedarse. Una vez que vuestro
llanto ha cesado, ellas no se atreven a miraros. Os enseñan su lección y luego se
van. Vienen en medio del frío y de la lluvia para besar vuestra frente y enjugar
vuestros ojos; después, las espantosas tinieblas vuelven a tragarlas. Pues tal vez
deben irse a otra parte.

No las conocéis sino cuando se compadecen de vosotros. No debéis pensar en otra


cosa. No debéis pensar en lo que hayan podido hacer en las tinieblas. Nelly en esa
horrible casa, Sonia ebria sobre el banco del bulevar y Ana devolviendo el
recipiente vacío en el comercio de vinos de una oscura callejuela, eran quizá
crueles y obscenas. Eran criaturas de carne. Pero cuando salían de un oscuro
callejón para dar un beso de piedad bajo el farol encendido, de la ancha calle, en
ese momento se tornaban divinas.

Sonia se nos presenta como un ser de extrema fragilidad. Su descripción


física es casi la de una niña empujada a hacerse mujer antes de tiempo por la
obligada recurrencia a la prostitución. Su debilidad se contrapone a la
responsabilidad de llevar sobre sus hombros la supervivencia de toda la familia,
haciendo una entrega total en beneficio de su padre, su madrastra y sus hermanos,
y mancillando su propio nombre. Ni siquiera reprocha a Marmeládov su aciaga
adición a la bebida, ella acepta cargar el peso del sacrificio. En este personaje
encontramos otra paradoja, aún más interesante y definitoria: si su disoluta vida
tiñe su reputación y su condición moral, opacándola ante el mundo y haciéndola
blanco del insulto y la humillación, su pureza de alma la recorre de una luminosidad
salvadora y casi divina. Por un lado, se trata de una muchacha que tras una
actividad socialmente sellada con el descaro y la indecencia, guarda altas dosis de
inocencia e ingenuidad, de carácter incluso infantil. Por otro, Sonia encarna el
perdón y, al mismo tiempo, la necesidad de castigo. A pesar del horror que le
produce la confesión de Raskólnikov, se sobrepone al temor y rechazo hacia el
asesino y acepta al hombre. Comprende y aprehende el dolor de éste, dando
primacía al sufrimiento de su mente por encima del acto punitivo. Sonia entiende el
crimen pero únicamente a través del castigo, y mientras éste se lleve a cabo habrá
perdón y, tras todo ello, amor. Raslkólnikov no entiende el crimen, puesto que ni
siquiera lo concibe como tal; no ve en su acción nada reprobable, y por este motivo
no contempla la posibilidad de castigo. Él no necesita ser perdonado por algo que
no ha cometido.

Sonia representa el sacrificio, y lo representa sin reticencias, sin temores, casi sin
vacilaciones. Primero, sacrifica su juventud, su inocencia y, a mayores, su
reputación por el bien de su familia. Acude a la prostitución como último recurso
para conseguir dinero, no ya para sí misma sino, sobre todo, para su hermanos, su
padre y su madrastra. En un segundo momento, se sacrifica por Raskólnikov,
decidiendo acompañarlo a Siberia durante los ocho años de presidio. Su entrega es
tan devota que ni los desplantes que Raskólnikov le prodiga en sus visitas a la
penitenciaría logran alejarla de él ni minar el amor que siente. De hecho, en el
epílogo de la obra, cuando se narra el castigo del personaje central, Dostoievski nos
habla de Sonia como de una “redentora”, un ser elevado y con rasgos casi divinos
que se consagra –además del sacrificio por Raskólnikov- a ayudar a los demás, en
este caso los presos. Quizás sea en este tramo de la obra en el que Dostoievski
cierra el colofón de su "personaje-puro", dotando a Sonia de todas las acciones
buenas, bellas y completamente desinteresadas, precisamente en oposición a
Raskólnikov, su personaje más intelectual, que todo trata de racionalizarlo. Ni
siquiera comprende el cariño que los presos le defieren a Sonia, si no es capaz de
asumir su culpa en un asesinato, tampoco lo es a la hora de asimilar la estima
sencillamente por un trato cordial, caritativo, humano. Su mente no acepta actos
tan magnánimos, a pesar de que él mismo ha realizado algunos -por ejemplo al
acompañar a Marmeládov a su casa la primera noche o al pagar el funeral de éste
con todo su dinero-, ni tampoco actos tan punibles y rechazables socialmente como
es el homicidio. Raskólnikov parece que circunscribe su mundo moral a lo
comprendido entre el “bien” y el “mal”, pero no termina de percibir ninguno de
estos dos conceptos en su sentido completo.

Antes de seguir con la confesada ligereza a la hora de arrojar tesis al perol


de mi parco ingenio tendré que insistir en que la lectura realizada es añeja y,
encima, proviene de un sujeto al que le gusta la literatura pero que está lejos de
poder enunciar con autorización siquiera la posición de su costado emocional.
Tómalo pues, como el encarnamiento que sufrí de todos los personajes en general,
y de Raskólnikov en particular. “¿Tú crees que Rodia es consciente de que la
consecución del crimen le producirá la salvación? Yo pienso que el crimen lo comete
en aras de ese pensamiento “superior” –que dará para mucho debate posterior-,
más por “atreverse” que por matar en sí. La redención llega en último momento y,
diría, de forma inesperada para él” mencionas en tu intervención. Trataré de
responderte. Discúlpame si es demasiada maraña mal leída por este cronopio de
sapiencias pocas y aventuras muchas. Achácaselo a mi chifladura, en todo caso.
Creo que no mujer. Que no está consciente como no lo está cuando le brota ese
profundo sentimiento “moral” apurándose a dejar todas las monedas que trae en el
alféizar de la ventana, al llevar a Marmeládov a su casa –no recuerdo..je..je..si fue
ahí donde las colocó-. O cuando no permite que un hombre bien vestido se
aproveche de aquella prostituta adolescente en mal estado (aquí ya no sé pero
..ja…casi estoy seguro que no era Sonia) deslizándole unas monedas al policía para
que la encamine. ¿Recuerdas que hay un momento de verdadera aprehensión en
que Rodia rabia sobra la situación de la joven?. Si mi memoria no me falla, son
precedidos por una suerte de obnubilación, de cierto estado hipersensible. Pero vale
preguntarse que es él: consciente o inconscientemente. ¿Aquél que mata de un
hachazo a una usurera?. Al igual que tú, no creo que cometa el crimen por matar
en sí. Pero lo que no supe descifrar sino apenas tentativamente fue porqué lo hace.
Al principio pensé en ese “atreverse” pero después me quedé confundido. Todavía
pesaba en mí la imagen del sueño de Raskólnikov noches antes de consumar el
asesinato. Cuando presencia oníricamente como es matado un caballo por su
dueño. Despierta Rodia -si puedo fiarme de mi testa- interrogándose si será posible
que pueda sujetar un hacha y consumar la osadía. Y declara agitado que todo es
una locura. Del mismo modo evoco una escena en que Raskólnikov se muestra
anonadado al escuchar en la conversación sostenida por dos personas las mismas
ideas que habían germinado en él en ese instante: el quid de la autorización moral
para asesinar a la vieja. Seguramente exagero pero ¿no te dio, aunque sea
brevemente, la impresión de que los actos nefandos de Raskólnikov eran realizados
antes que por un atrevimiento, por un sentimiento de ajuste de cuentas?. Repito
que es sumamente subjetiva mi apreciación -¿cómo podría ser de otro modo?- pero
yo sentí que Rodia terminó por no poder mirar, impertérrito, la decadencia al lado
de lo divino. ¿No son Sonia y su hermana Dunia (al lado de su madre) un modelo
de sacrificio pero, también, de lo que él considera sagrado?. Hasta donde llega mi
memoria, Rodia nunca las vejó (a lo más discutió airadamente). Si hay una
inclinación por destruir, ésta se le presenta con la antípoda: la usurera, el lujurioso,
el que se aprovecha de su posición económica para asegurar matrimonio, etc. Su
noción negativa de la humanidad está marcada por estos sujetos arquetípicos. En el
caso de lo divino suele tener sólo arrebatos píos. Pero necesito ojear de nuevo –por
lo menos- el texto. Ya te dejo. Si me atreví a poner tamañas ideas fue ante la
adivinación de tu indulgencia..je..je. Lo más probable es que sonrías y, una a una,
vayas deshaciendo tan neblinosa lectura mientras terminas tu tesis doctoral. Pero
habré ganado todo: librarme de mi basta lectura a través de alguien con tal
dominio de los temas literarios. Te mando un fraterno e ilusorio matecito del lado
de acá –que pudo ser cualquier sitio-.

Sobre el "sacrificio" y Dunia:


El otro personaje de la obra que se caracteriza, en gran parte, por su espíritu de
sacrificio es la hermana de Raskólnikov, Avdotia Románovna (Dunia), si bien lo
personifica de un modo diferente al de Sonia. Es Rodia el primero en percibir la
entrega de su hermana a un hombre y a un matrimonio infeliz, tan sólo para salvar
a su madre y muy especialmente a él mismo. Raskólnikov clarifica su mente de
modo sorprendente con respecto a la acción principal de la novela –el asesinato- al
comprender la cesión vital de Dunia; de hecho, si tantas dudas le genera el
homicidio, tanto antes como después de haberlo cometido, y la posibilidad de culpa
y castigo, el sacrificio de Sonia y Dunia es percibido y señalado por él desde los
primeros momentos, incluso sin estar al tanto de todos los detalles de la relación
entre Dunia y Piotr Petróvich Luzhin ni conocer a la propia Sonia. El sacrificio es el
puente de unión entre las dos mujeres, sacrificio que, a la larga, ofrecen por una
misma persona: Raskólnikov.

Raskólnikov rechaza el sacrificio de su hermana y lo compara con la prostitución de


Sonia, incluso rebajándolo más en la escala moral (más abyecto y vil, porque en tu
caso se trata de alcanzar algo más que la comodidad). La primera raíz de su férrea
negativa es que Dunia venda su vida por aumentar su nivel económico y el de su
madre, que no por “sobrevivir” como es el caso de Sonia y su familia –estaríamos
ante dos niveles de pobreza-; la segunda es que ese sacrificio sea también por el
propio Raskólnikov. Raskólnikov siente el peso de la expectativas depositadas en él
por las mujeres de su familia, no puede aceptar tal sacrificio porque es en sí mismo
despreciable y porque, a mayores, se comete en nombre de alguien que no cree
merecer siquiera el cariño. Por eso tampoco comprenderá, hasta el final de la
novela, la decisión de Sonia de acompañarlo a Siberia en su destierro.

Sobre la "teoría" de Raskólnikov:

Es en el artículo escrito por Rodia meses atrás acerca del estado psicológico
del criminal durante la ejecución del crimen donde indirectamente expone su teoría
sobre el asesinato, que se verá completada con posterioridad cuando se confiesa
ante Sonia. El punto de partida del escrito y de la hipótesis de Raskólnikov consiste
en dividir a los seres humanos en dos grandes categorías (inferiores y superiores),
siempre respondiendo a la estricta ley de la naturaleza.

Lo más llamativo es su caracterización de las “personas inferiores”, al decir de ellas


que con frecuencia se imaginan como hombres avanzados, “destructores”, capaces
de decir una “palabra nueva”, y que, por otro lado, no son capaces de distinguir a
los hombres verdaderamente nuevos y los desprecian como personas retrasadas y
de mentalidad denigrante. A mi modo de ver, Raskolnikov puede situarse bajo los
dos semblantes. Como se verá más adelante, él justifica su crimen en aras de un
fin superior, invocando una Humanidad renovada, exenta de mediocridad; por
tanto, quedaría dentro de la categoría de hombres superiores, bajo tarea de redimir
al género humano. Según esta hipótesis, las restantes personas carecerían de la
clarividencia necesaria para identificarlo como un genio o un superhombre,
castigándolo con el desprecio y la locura. Realmente durante toda la novela
Raskólnikov es visto por los demás como un enfermo en peligro de rozar la
demencia, pero también es cierto que, en los momentos de debilidad, el desprecio
proviene de sí mismo, como si fuera capaz de desdoblarse y ver su crimen desde el
exterior. Su flaqueza y falta de coraje para seguir viviendo con un asesinato a las
espaldas - verdadero motivo de su vergüenza- lo empujarán a la autodelación y, en
este sentido, se nos muestra como un ser “inferior”, según su propia
categorización. Así, entraría a formar parte del primer grupo de personas que tan a
menudo ofuscan su razón creyéndose los transformadores del mundo.

La obra por entero constituye la evolución del sufrimiento del personaje, que se
inicia incluso antes de cometer el crimen. Raskólnikov sufre como uno de esos
hombres grandes pero jamás llega a experimentar compasión por sus víctimas,
mas al contrario las repele en todo momento. La raíz de su inmenso dolor es no
pertenecer, en el fondo, a la categoría de hombres superiores de la que creía
formar parte. Para Raskólnikov, matar a la vieja prestamista constituía tan sólo un
paso a seguir dentro de un meditado organigrama mental coronado por una idea
superior; el crimen era únicamente algo necesario y justificado por la teoría que lo
consagraría como un hombre nuevo. Pero él mismo se percata de su inadecuación
para semejante empresa al demostrarse insuficiente como superhombre y endeble
para reafirmar su acto como algo más que un vil asesinato: ¡No es un ser humano
lo que yo he asesinado, sino un principio! He asesinado un principio, pero no he
sabido saltar por encima de los obstáculos y me he quedado en esa parte… ¡Sólo he
sabido matar!

Siempre he dicho que comentar una obra equivale a efectuar una segunda
lectura. En la medida en que lo que se lee deviene encarnamiento, es inevitable
que uno ponga el acento sobre ciertas escenas, rostros, paisajes…; dejando de lado
otros no menos importantes. Basta que alguien nos agarre por el párpado y nos
enseñe cosas que no habíamos advertido para darnos cuenta de que tan estrecha
era nuestra mirilla. Esto lo digo por qué lo que puso Artemidoros me hizo sentir
vergüenza de muchos de los juicios que tenía acerca de Raskólnikov y su relación
con sus mujeres más cercanas. Al revivir esas escenas –por fortuna ya he podido
ojear (aunque aún no releerla por completo) la novela- en que Rodia insulta y
lastima tanto a su madre y su hermana como a Sonia, debo reconocer que he
debido modificar mi impresión. Acaso ella se debiera –es decir, la impresión- al
modo que caló en mí la escena en que Raskólnikov enfebrecido levanta al
atropellado Marméladov para conducirlo hasta su casa y, después de conocer
brevemente a Sonia, dejar todas sus monedas para el entierro del desdichado (que
ya ha fallecido). Pero de que olvidé la mayoría de los encuentros nada amistosos
entre él y sus seres más cercanos –incluido Razumijin-, ni hablar. ¡Vaya que lo
hice! –me espanto no poco de mi parcialidad hacia Rodia-. En cuánto a los motivos
que le llevan al personaje a cometer el crimen me gustaría dejar clara una
precisión. Nunca quise decir –lamento que me haya expresado mal- que no pesara
la idea de un ser superior ni el atrevimiento, pues lo hacen y no de un modo
tangencial sino central, neurálgico. Más bien apuntaba a algo que tiene que ver con
la noción de redención que torpemente expresé en términos particulares -¿no les
dio la impresión de que el personaje comete el crimen como una preparativo de su
purificación necesaria?- y que se liga, curiosamente, con lo que cita Liswental Amis
(quien tampoco acepta que Rodia haya asesinado con la intención de redimirse
posteriormente) párrafos antes en su post: “¿No será que en el fondo él tampoco
cree esa teoría? Es decir, que no acepta que alguien tenga la potestad de decidir el
destino de los demás y delinquir sin límites?” Lo que es muy similar a sostener –
como quise hacerlo- que el personaje no estuviese por completo seguro de la Idea,
que hubiese una lucha (al igual que en sus crisis) consigo mismo. ¿Qué tiene que
ver esto con la redención que expresé de forma equívoca? Espero no ser ni oscuro
ni demasiado miope (sólo he leído la novela una vez y ojeado parcamente otras
tantas) al establecer mi postura. Si bien Raskólnikov había contado tiempo atrás el
número de pasos desde su buhardilla hasta la casa de la usurera, justo después de
su última entrevista con ella antes de decidirse a consumar el asesinato sale del
lugar trastornado y confundido (¿el influjo del inconsciente?) mientras exclama:
“¡Dios mío, qué repugnante es todo esto! ¿Es posible? ¿Es posible que yo…? ¡No!
¡Es estúpido, es absurdo! Pero, como se me ha podido ocurrir una idea tan
horrible? ¡De qué bajeza no es capaz mi corazón! ¡Es vil, bajo, repugnante,
repugnante…! Y yo, desde hace un mes”. Dostoievski remarca este estado
hipersensible en no pocas ocasiones. Y son crisis que hacen sospechar en el
personaje una feral lucha interna, una batalla contra su “yo”. Al dejar las últimas
monedas que trae en la ventana de Marméladov, Rodia sale apurado –y en este
sentido aludía a la noción negativa que tiene de la humanidad el personaje- a la par
que piensa y termina gritando (a pesar suyo): “-¿Y si he mentido? ¿Y si el hombre,
el hombre en general, es decir, el género humano, no es en realidad vil? Entonces,
eso serán prejuicios, falsos temores, no hay barreras de ninguna clase y las cosas
han ocurrido como deben ocurrir”. No sé si vicio demasiado el texto pero al hablar
de barreras me pregunto si no se referirá a la falsa distinción que él hace en su
tesis entre “personas superiores” y “personas inferiores” y, segundo, si cuando
desliza que las cosas han ocurrido como deben ocurrir no estará refutando –tímida,
parabólica, inconscientemente- la tesis central de su Idea (“el derecho de las
personas superiores al crimen en aras de la Idea, la posibilidad de que en ellas
anide la excepción”). Y es que si no hay distinción, ergo, no hay excepciones (el
crimen debe ser, a pesar del fin, siempre castigado) ¿No es –groseramente
simplificado- un poco lo que dice Dostoievski al tratar de mostrar que “el fin no
justifica los medios”? ¿Y no es el fin (en el caso de Rodia) la Idea, su tesis? ¿Será el
medio entonces el hombre, su corazón –en cuánto el género humano es
reivindicado ante la Idea como algo no vil-? Si no yerro, la primera ocasión en que
se desarrolla con acuciosidad la idea de la vieja como una persona maligna y
estúpida que no es buena para nadie sino mala para todos, es cuando Rodia
escucha por “casualidad” la conversación entre un estudiante y un oficial. No digo
que él no haya lucubrado análogamente –el artículo publicado en La Palabra
Periódica es anterior a la escena azarosa y al asesinato, sin embargo sabemos de él
hasta que es aludido directamente por Porfiri Petróvich capítulos después- pero el
primer razonamiento “fuerte” en torno a la casuística del crimen es dicho por ese
estudiante: “Matarla, tomar su dinero y consagrarse luego con él al servicio de la
humanidad y al bien general…¿Crees que no se borra un pequeño crimen con miles
de buenas obras? Por una vida, miles de vidas salvadas de la podredumbre y la
descomposición. Una muerte, y a cambio, cien vidas; ¡si es una cuestión de
aritmética! Además, ¿qué valor tiene en las balanzas de la existencia esa viejuca
tísica, estúpida y maligna? No vale más que la vida de un piojo o de una cucaracha;
y ni siquiera eso vale, pues la vieja es perniciosa”. Y apenas unas líneas
posteriores, rematará: “A la naturaleza se la rectifica y se la orienta, y sin ello no
tendríamos más remedio que hundirnos en los prejuicios. Sin ello no habría ningún
gran hombre, ni uno. Se dice: ‘El deber, la conciencia’… Nada quiero decir contra el
deber ni contra la conciencia; pero ¿cómo los entendemos?”. Esa singularidad de la
situación se ve reforzada si se toma en cuenta que es precedida por otra. Aquella
en que, también “azarosamente”, oye Rodia el día y la hora en que Lizaveta no
estará en casa. Cuando “sintió en todas las fibras de su ser que había perdido la
libertad de razonar, la voluntad, y que todo estaba resuelto de modo definitivo”.
Justo donde el personaje “se había vuelto supersticioso y durante mucho tiempo
conservó huellas, casi imborrables, de su superstición. En aquel asunto se inclinaba
a ver algo raro, misterioso, como la presencia de influjos y coincidencias
singulares”. ¿No puede ser este un modo de sugerir los espíritus malignos? No es
ajena la cuidada exégesis que hace Dostoievski de los Evangelios; y hallo un sutil
delineamiento de la tentación, el pecado y la posibilidad de redención en la forma
en que todo se va enlazando –desde el fortuito informe que recibe sobre la
ausencia de Lizaveta, la plática “casualmente” oída por él, hasta el modo increíble
en que logra escapar del escenario del homicidio-. ¿No estará influida de un hálito
seductor y “demoníaco”? En una de las partes más demoledoras de la trama, Rodia
profiere al confiarse a Sonia: “-Pero ¿cómo maté? ¿Es así como se mata? ¿Hay
nadie que vaya a matar como fui yo entonces? Algún día te lo contaré…¿Maté a la
vieja? ¡Me maté a mí mismo, no a ella! ¡De una vez acabé conmigo para siempre!...
A la vieja la asesinó el diablo, no yo… Basta, basta, Sonia, ¡basta! ¡Déjame! –gritó,
lleno de angustia-. ¡Déjame!”. Eso explicaría la semejanza entre las sensaciones de
Raskólnikov antes del asesinato –cuando se siente sin voluntad y bajo la presencia
de influjos- y su declaración hecha a Sonia en la que le atribuye al diablo la muerte
de la anciana. No quiero decir que no sea responsable pero ¿se referirá a él –
cuando señala que se ha matado así mismo- en tanto se reputaba “persona
superior”? ¿O lo hará en tanto lo hizo por fidelidad a la Idea, el fin; y se equivocó?
Si bien afirma que sólo ha sabido matar y se entrega ante la vergüenza que le
provoca su flaqueza y falta de valor para seguir viviendo con un asesinato a sus
espaldas, me sigue llamando la atención esa segunda opción que apenas deja
entrever el autor al final: “¿Por qué es un crimen? ¿Qué significa la palabra crimen?
Mi conciencia está tranquila. Naturalmente, en ese caso, incluso muchos
bienhechores de la humanidad que no han obtenido el poder por herencia, sino que
se han adueñado de él por sí mismos, deberían ser ejecutados al dar los primeros
pasos. Pero esos hombres llegaron a donde se proponían llegar y por eso tienen
razón; yo no he llegado y, por lo tanto, no tenía derecho a permitirme ese paso. En
ello era en lo único que reconocía su crimen: sólo en no haber llegado hasta donde
se proponía y haberse denunciado así mismo. Otro pensamiento le hacía sufrir. ¿Por
qué no se mató entonces? ¿Por qué no se arrojó al río y prefirió entregarse a las
autoridades? ¿Es posible que sea tan fuerte el deseo de vivir y que resulte tan difícil
vencerlo? ¿No lo había vencido Svidrigáilov, que tanto miedo tenía a la muerte? Se
atormentaba haciéndose esta pregunta y no podía comprender que quizá, ya
entonces, cuando a la orilla del río pensaba arrojarse al agua, había presentido en
sí y en sus convicciones un profundo error. No comprendía que ese presentimiento
podía ser el anuncio de un futuro cambio en su existencia, de su futuro
renacimiento y de una nueva concepción de la vida. Estaba más inclinado a admitir
que había obrado sólo movido por el torpe impulso del instinto, con el que no había
podido romper y que no podía superar (por su debilidad e insignificancia)”. Por otra
parte, si bien el arrepentimiento no cruza conscientemente por él, no creo que esté
del todo exento de su presencia. En los estados oníricos, las alucinaciones (como
cuando cree escuchar claramente a Iliá Petróvich, el ayudante del inspector de
policía, golpear brutalmente a su patrona), las crisis –terrenos antonomásicos del
inconsciente- ve aparecer la sangre, siente su peso. Incluso cuando sueña con el
caballo que matan, él es el niño que pregunta por qué lo ultiman mientras se
deshace en llanto. Cuando despierta dirá que el plan de asesinar a la usurera es
una locura –aunque después se abracé a él con demencia-. Exactamente como si
luchara “contra algo”. ¿Será contra él mismo, contra el diablo, la tentación, la Idea?
Pero ya no me extiendo más. He excedido los renglones y no quiero pecar de
“cantinflesco”.

Se cuenta que a Arquímedes le bastaba un punto de apoyo para mover el


mundo. Esta presunción, aparentemente romántica, me hizo recordar lo que
Unamuno dijo hace unos cuantos lustros: que al hombre le es suficiente una sola
idea para darle sentido a su vida. Me parece imaginar que Dostoievski realizó
Crimen y Castigo con el propósito de llevar a la práctica, literariamente hablando,
una sola «idea». Asimismo me parece imaginar que haciendo uso de sus
extraordinarios recursos psicoliterarios, Dostoievski protesta por la desmedida
lucubración teórica de su época. Aún no tengo seguro si la «idea» de Raskolnikov
es un experimento teórico (un Golem teórico) o si realmente es una idea genial.

A diferencia de Alexander Selkirk, el marino escocés que desembarcó a petición


propia en una isla deshabitada después de discutir con el comandante de su barco y
cuya historia retomara después Defoe, Raskolnikov concibe la idea del hombre
ordinario y del hombre extraordinario y con ella en mente decide arrojarse a la
portentosa y terrible tarea de discutir con su propia sociedad, desembarcar en la
febril soledad de la misantropía y padecer el incomprensible abandono de una
sociedad que, como un mar de insondables y ciegas indolencias, le hizo verse a sí
mismo náufrago de sus propias (fundadas o infundadas) culpas de conciencia.

La teoría de Raskolnikov, que puede ser una variante de la expresión "el fin justifica
los medios" de a Maquiavelo, consiste en que la naturaleza concibió a dos tipos de
seres humanos, los ordinarios y extraordinarios. Los primeros, de categoría inferior,
son dueños los del presente y su destino es vivir y amar la obediencia. Los hombres
extraordinarios, por otro lado, son los dueños del porvenir porque son hombres que
violan la ley o tienden a violarla, reclamando la destrucción de lo que existe en
virtud de lo que debiera existir.

A la luz de la «idea» de Rodia, y decidiendo profundizar en ella, más allá del


contexto del libro (el asesinato de Alena Ivanovna, la prestamista), ¿qué tan válida
es esta declaración de principios que detalla Raskolnikov?

Mientras leía la exposición de Raskolnikov llegué a convencerme de lo bien


fundamentada que pudiera estar su «idea», no se me hizo descabellada y producto
de una locura. Antes bien, la encontré sumamente interesante y bastante atractiva
y, además, ampliamente verificable con los hechos históricos. Herman Hesse
sostiene en Demian que la tarea del antihéroe es necesaria y fundamental para
resarcir, enmendar y/o corregir los caminos de la historia, pues sólo a través de la
maldad se vislumbran los horizontes extraviados. Según esta postura, bastante
coherente, habría que preguntarnos por el (anti) héroe que tiene la ingrata tarea de
portar el antagonismo de la historia y desempeñar el papel que muy pocos
desearían portar. ¿Qué tipo de héroe es aquel quien tiene la función de ser el punto
de crisis de una sociedad? Me pregunto si Raskolnikov es un héroe porque funge
como una antípoda de sí mismo, porque personifica el cuestionamiento de una
sociedad que transpira «aire mefítico». «Judas, te necesito»... ésta expresión está
en boca de Jesucristo cuando Judas se niega a ser el traidor, según la
interpretación de Kazantzakis en La última tentación.

Pero al mismo tiempo, si aceptamos esta «idea», podemos justificar muchas de las
situaciones contemporáneas. Muchas tiranías dejarían de serlo si hay una «idea» o
fin que justificase sus medios. Pero también puede ser que muchas tiranías son
democracias mal fundamentadas (o mal entendidas por su época) o, siguiendo con
este juego de palabras, pudiera ser que muchas de nuestras democracias son
tiranías bien justificadas.

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