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Centro de Estudios Teológicos Interdisciplinarios

Diplomatura en Estudios Teológicos Interdisciplinarios


Modalidad Presencial

ÁREA TRABAJO
Lectura: “El uso del dinero”
Autor: Juan Wesley
Detalles bibliográficos: Sermones, II, Beacon Hill Press, Kansas City, MO (EUA), 1892

[Juan Wesley (1703-1791). Pastor anglicano que fundo el metodismo por su predicación y
evangelización incesante en la búsqueda de la renovación de la Iglesia.]

SERMON L

EL USO DEL DINERO


Y yo os digo: Haceos amigos de las riquezas de maldad, para que cuando faltareis, os reciban en las
moradas eternas (Lucas 16: 9).

1. Habiendo concluido nuestro Señor la hermosa parábola del hijo pródigo, que dirigió especialmente a
los que estaban murmurando porque recibía a los publicanos y a los pecadores, pasa a hablar de otro
asunto que atañe con particularidad a los hijos de Dios. Y “también a sus discípulos,” no tanto a los
escribas y fariseos a quienes había estado hablando. “Había un hombre rico, el cual tenía un
mayordomo, y éste fue acusado delante de él como disipador de sus bienes. Y le llamó, y le dijo: ¿ Qué
es esto que oigo de ti? Da cuenta de tu mayordomía; porque ya no podrás más ser mayordomo” (vrs.
1-2).
Después de relatar el método que el mayordomo usó de proveerse para el día de la necesidad,
añade nuestro Salvador: “y alabó el señor al mayordomo malo,” es decir, por su discreción tan oportuna,
y añade esta sabia reflexión: “Los hijos de este siglo son en su generación más sagaces que los hijos
de luz” (v. 8). Los que no buscan otra cosa sino los bienes temporales, son “'más sagaces,” no en la
acepción completa de la palabra, puesto que todos y cada uno de ellos son los locos más acabados que
hay en la tierra, sino “en su generación,” en su modo de ser-son más consecuentes consigo mismos;
están más firmes en los principios que afirman; tratan de conseguir su fin con mayor ahínco “que los
hijos de luz,” que aquellos que ven “el conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.”
Luego siguen las palabras del texto: “Y yo”--el Hijo unigénito de Dios, el Creador, Señor y Dueño
de los cielos y de la tierra y de todas las cosas que hay en ellos, el Juez de todos los que habéis de dar
cuenta de vuestra mayordomía, cuando ya no podréis ser mayordomos-”yo os digo,” aprended en este
respecto del mayordomo, “haceos amigos de las riquezas de maldad,” sed sagaces, tomad a tiempo
vuestras precauciones. “Las riquezas de maldad” significan tesoros, dinero. Se llaman “de maldad” por
la frecuencia de los medios ilícitos para obtenerlas, y del mal uso que se hace aun del dinero bien
ganado. “Haceos amigos” de estas riquezas, haciendo todo el bien posible, especialmente a los hijos de
Dios, “para que cuando faltareis,” cuando volváis al polvo, cuando ya no veáis más la luz del sol,
aquellos que se han ido antes de vosotros “os reciban,” os den la bienvenida, “en las moradas eternas.”

2. Inculca nuestro Señor en estas palabras una excelente enseñanza del cristianismo, a saber: el buen
uso del dinero. Este es un asunto muy debatido por los hombres del mundo, según su modo de pensar,
pero no por aquellos a quienes Dios ha llamado de entre el mundo. Por lo general, estos no estudian la
manera de usar bien el dinero como lo requiere la importancia del asunto, si saben emplearlo de modo
que produzca mayor provecho. La introducción de este conocimiento en el mundo es una muestra
admirable de la providencia sabia y misericordiosa de Dios. Los poetas, oradores y filósofos de todas
las naciones, han acostumbrado perorar en contra del dinero, llamándole el gran corruptor del mundo, la
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ruina de la virtud, la peste de la sociedad humana. Con frecuencia se oyen aquellas palabras:
Ferrum, ferroque nocentius aurum:
“El oro hace mas daño que el acero más afilado.”

Y aquella queja lamentable:

Effodiuntur opes, irritamenta malorum:


“Se ha encontrado el oro, fuente de todo mal.”

Un famoso escritor exhorta con toda seriedad a sus paisanos a que arrojen todo su dinero al
mar, si quieren desterrar el vicio para siempre:

In mare proximum,
Summi materiem mali.

Empero, ¿no es éste el lenguaje de energúmenos? ¿ Tienen acaso la menor razón en lo que
dicen? De ninguna manera, porque por muy corrompido que esté el mundo, no podemos decir que el
oro o la plata tengan la culpa. “El amor del dinero es la raíz de todos los males”-no el dinero. El dinero
no tiene la culpa, sino los que no lo usan bien. Se puede usar mal, lo mismo que cualquiera otra cosa.
El dinero se puede usar con los mejores fines, y también con los peores que puedan darse. Es de gran
utilidad a todas las naciones civilizadas en los pormenores de la vida diaria. Es el instrumento más
simple para la transacción de toda clase de negocios y, si lo usamos según la sabiduría cristiana, para
hacer toda clase de bien.
Es muy cierto que si el hombre estuviese en el estado de inocencia, si todos los hombres
estuvieran llenos del Espíritu Santo, de forma que, semejantes a los miembros de la iglesia naciente de
Jerusalem, ninguno dijera ser suyo nada de lo que poseyera sino que todo fuese “repartido a cada uno
según que hubiere menester,” dejaríamos de necesitar del dinero, puesto que no podemos concebir la
necesidad de usarlo entre los ángeles. En el estado actual del género humano, es un don excelente de
Dios que sirve a los fines más nobles. Conviértese en manos de sus hijos, en pan para el hambriento,
bebida para el sediento, vestido para el desnudo, posada para el forastero y el peregrino. Con él
podemos, hasta cierto punto, suplir la falta que hace el esposo a la viuda; el padre a los huérfanos.
Podemos defender a los oprimidos, aliviar a los enfermos, socorrer a los afligidos. Puede ser como vista
a los ciegos y pies a los cojos, y como la mano que levanta al que yace a la orilla del sepulcro.

3. Es de la mayor importancia, por consiguiente, que todos los que temen a Dios sepan emplear este
talento; que se les instruya en la manera de llenar estos fines gloriosos, y esto en grado supremo.
Pueden reducirse a tres reglas claras todas las instrucciones sobre el asunto. Al observarlas al pie de la
letra nos convertiremos en mayordomos fieles “de las riquezas de maldad.”

I. 1. La primera regla es: “gana todo lo que puedas.” El que tenga oídos para oír, oiga. Hablamos como
hablan los hijos del mundo, estamos en su terreno, como quien dice. Es nuestro deber sagrado ganar
todo lo que podamos, sin que esto quiera decir que hemos de comprar oro demasiado caro, pagando
más de lo que vale. No debemos ganar dinero a costa de nuestra vida, o lo que es lo mismo, a costa de
la salud.
Por consiguiente, por mucho que sea lo que se nos ofrezca, no debemos aceptar ningún
empleo ni continuar en destino alguno que lastime nuestra constitución por lo fuerte o las muchas horas
de trabajo. Ni debemos seguir en ninguna empresa o negocio que no nos permita tomar nuestros
alimentos a sus horas, o dormir lo suficiente. Hay una gran diferencia de empleos: algunos son entera y
completamente perjudiciales a la salud, como, por ejemplo, los que obligan a uno a usar mucho
arsénico o cualquier otro mineral nocivo, o a respirar el aire cargado de vapor que contiene partículas de
plomo derretido, que tarde o temprano tienen que destruir las constituciones más fuertes. Otros sólo
lastiman a las personas de una constitución débil, como, por ejemplo, en los que se tiene que escribir
muchas horas seguidas, especialmente si el escribiente se encorva mucho o se sienta en una postura
incómoda. Sea lo que fuere, si la razón y la experiencia nos dicen que ese empleo destruye la salud o
siquiera debilita las fuerzas, no debemos someternos a él. La vida es más que la comida, y el cuerpo es
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más que el vestido, y si ya estamos en uno de esos empleos, debemos separarnos luego y buscar otro
en el que, si bien ganemos menos, no perjudiquemos nuestra salud.

I. 2. En segundo lugar, debemos ganar lo más que podamos sin lastimar nuestras mentes. Ante todo,
tenemos la obligación de conservar el espíritu de una mente sana. Por consiguiente, no debemos
emprender un comercio que nos haga pecar, ni permanecer si ya estamos en él. No debemos hacer
nada que sea contrario a las leyes de Dios y de la patria.
Hay negocios que defraudan y roban al rey de los derechos legales de aduana. Tan
pecaminoso es defraudar al rey como robar a cualquier otro prójimo. El rey tiene tanto derecho a las
contribuciones como nosotros a nuestras casas y a nuestros bienes. Hay otros negocios que, si bien
son inocentes en sí mismos, no se pueden hacer limpiamente en nuestros días, al menos en Inglaterra.
Tales son, por ejemplo, aquellos que no producen lo suficiente para la subsistencia a no ser que uno
haga trampas y diga mentiras, o que siga alguna costumbre inconsecuente con una buena conciencia.
No se deben buscar estos empleos, por buenas que sean las ganancias, si tenemos que seguir las
trácalas del ramo-no debemos perder nuestras almas por ganar dinero.
Hay negocios que muchos hombres pueden hacer sin lastimar sus cuerpos ni sus mentes, y
que tal vez tú no puedas hacer. Puede ser que te rodeen de personas cuya amistad arruine tu alma; a
pesar de haber hecho la prueba varias veces, no se puede hacer ese negocio sin tratar con ciertos
individuos. O quizá haya en ti alguna idiosincrasia, alguna índole del temperamento o carácter de tu
alma, como las que hay en la constitución física de muchos, por razón de la cual ese negocio que otra
persona puede hacer sin correr el menor peligro, sea mortífero para ti. Después de haber hecho la
prueba infinidad de veces, estoy convencido de que no puedo estudiar con alguna profundidad las
matemáticas sin correr el peligro de volverme un deísta, si no es que ateo. Y sin embargo, hay otros
que pueden estudiarlas sin el menor riesgo. Nadie puede decidir lo que le conviene o no le conviene a
otro individuo. Cada hombre debe juzgar por sí mismo, y abstenerse de lo que sea nocivo a su alma en
particular.

I. 3. En tercer lugar, debemos ganar lo más que podamos sin perjudicar a nuestro prójimo.
Naturalmente que si amamos “a nuestros prójimos como a nosotros mismos, no les haremos ningún
mal; no podremos robarles el fruto de sus tierras; ni sus casas ni terrenos en el juego, ni con cuentas
exorbitantes, sea por servicios como médico, abogado o cualquier otro, tomando o exigiendo réditos
prohibidos por la ley del país. Los empeños de prendas, por ejemplo, no deberían existir, puesto que si
hacen algún bien, es mucho mayor el mal que causan. No podemos ser consecuentes con el amor
fraternal y al mismo tiempo vender nuestros efectos a un precio más bajo que el del mercado. No es
justo arruinar el comercio de nuestro prójimo por tal de mejorar él nuestro. Mucho menos debemos
sonsacar a los empleados o sirvientes que necesita. Nada se puede ganar con robar el sustento del
prójimo, fuera de la condenación eterna.

I. 4. No es justo ganar perjudicando la salud del prójimo. No debemos venderle nada que le haga daño-
ese líquido lleno de fuego, por ejemplo, que se llama bebida o licor espirituoso. Es muy cierto que
algunas veces hay que tomarlo como medicina; que sirve para curar ciertos males del cuerpo, si bien
esto sucede rara vez y quizás debido a la impericia de ciertos curanderos. Por consiguiente, tranquilicen
su conciencia los que preparan y venden licores con este fin. Empero, ¿dónde están? ¿ Quiénes son los
que preparan licores sólo para remedio? ¿Conocéis siquiera a diez en toda Inglaterra? Si los conocéis,
decidles que son excepciones a la regla. Todos los demás, todos los que venden licores a cualquiera
persona que quiera comprar, son envenenadores; están matando, sin piedad ni remordimiento, a
multitudes de los súbditos de su majestad; los están arreando al infierno como a otras tantas ovejas. Y
¿ qué ganan? La sangre de estas victimas. ¿Quién envidiará sus grandes posesiones y suntuosos
palacios? La maldición de Dios mora en medio de ellos. La maldición de Dios está en las piedras de sus
paredes, en las vigas de sus techos, en sus muebles, en sus jardines, en sus veredas, en sus bosques.
Esa maldición es un fuego que quema desde lo más profundo del infierno. ¡Sangre, sangre! Los
cimientos, los pisos, las paredes, el techo, están manchados de sangre. ¿Y crees, oh hombre
sanguinario que estas vestido de “púrpura y lino fino,” y que haces “banquete cada día,” que dejarás en
herencia a la tercera generación estos campos de sangre? Ciertamente que no, porque hay un Dios en
los cielos. Por consiguiente, tu nombre será desarraigado y, semejante a, los que has destruido en

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cuerpo y alma “tu memoria perecerá contigo.”

I. 5. ¿No son igualmente culpables, si bien en menor grado, los cirujanos, boticarios y médicos que
juegan con la salud y la vida de los hombres a fin de aumentar sus ganancias; quienes a propósito
alargan la enfermedad que pudieran cortar luego, a fin de robarle su dinero, cobrándole más de lo que
deberían? ¿Tendrá Dios por inocente a un hombre que no acorta cualquier desorden lo más pronto y
cura la enfermedad luego que puede? No lo tendrá Dios por inocente, puesto que nada es tan claro
como que ese hombre no “ama a su prójimo como a sí mismo;” que no hace a los otros como quisiera
que los otros hicieran con él.
I. 6. Caro cuesta esta ganancia, lo mismo que todo aquello que se obtiene haciendo mal a las almas de
los prójimos; sirviendo bien directa o indirectamente a su lujuria o a su intemperancia-lo que ciertamente
ninguno que tenga el amor de Dios, o que sienta verdaderos deseos de agradarle, puede hacer. Esto
atañe muy especialmente a los que tienen tabernas, fondas, teatros, casas de juego o lagares públicos
de diversión. Si en vuestras casas aprovechan las almas de los hombres, limpios estáis; vuestro
negocio es bueno, e inocente vuestra ganancia; mas si son pecaminosos en sí mismos o conducen a
pecado de varias clases, mucho me temo entonces que tengáis que dar una cuenta terrible. Mirad, no
sea que Dios diga en aquel día: Estos han muerto “por su maldad, mas su sangre demandaré de tu
mano.”

I. 7. Es deber de todos los que estén interesados en negocios temporales, seguir esta primera gran
regla de la sabiduría cristiana: “Gana todo lo que puedas”-con tal que no se olviden de estas
advertencias y observaciones. Ganad lo más que podáis por medio de vuestra industria honrada. Sed
diligentes en vuestras vocaciones. No perdáis el tiempo. Si comprendéis vuestros deberes para con
Dios y para con los hombres, sabéis que no hay tiempo que desperdiciar; si sabéis desempeñar vuestro
trabajo como debéis, no tendréis lugar de estar ociosos. Todas las vocaciones de la vida dan suficiente
trabajo para estar uno ocupado todos los días y a todas horas. Donde quiera que os encontréis, si
cumplís con vuestro deber no tendréis tiempo que desperdiciar en diversiones tontas o sin provecho.
Siempre tendréis algo mejor que hacer; alguna cosa que os aprovechará poco más o menos, y “todo lo
que te viniere a la mano por hacer, hazlo según tus fuerzas.” Hazlo luego que puedas sin demora
alguna; no lo dejes para el día de mañana, ni para otra hora. Nunca dejes para mañana lo que puedas
hacer hoy mismo. Y hazlo lo mejor que puedas. No te duermas ni estés bostezando al trabajar. Pon tus
cinco sentidos en lo que haces. No ahorres las molestias, ni hagas nada a medias o con indiferencia.
No dejes nada por hacer en tus negocias, si se puede conseguir con trabajo y paciencia.

I. 8. Gana todo lo que puedas usando en tus negocios tu sentido común y toda la inteligencia que Dios
te ha dado. Causa verdadera sorpresa ver cuán pocos son los que hacen esto-cómo siguen los
hombres en la rutina de sus antepasados. Empero sea cual fuere la conducta de los hombres que no
conocen a Dios, no es regla que debéis seguir. Es una vergüenza que los cristianos no adelanten en la
manera de desempeñar el trabajo. Debes procurar aprender de la experiencia de otros o de la tuya
propia, en los libros que lees y en tus meditaciones, a hacer las cosas hoy día mejor de lo que las
hiciste ayer. Mira que practiques lo que hayas aprendido, que hagas las cosas lo mejor que puedas.

II. 1. Habiendo ganado lo más que puedas por medio de tu honradez, juicio e incansable diligencia,
sigue la segunda regla: “Guarda todo lo que puedas.” No eches al. mar el metal más valioso; deja que
los filósofos paganos cometan esa tontera. No lo tires en gastos inútiles, que es lo mismo que si lo
arrojases al mar. No gastes nada solamente por satisfacer los apetitos de la carne, los deseos de la
vista o la soberbia de la vida.

II. 2. No desperdicies nada de tu dinero sólo por satisfacer los deseos materiales, en procurarte los
placeres de los sentidos, cualesquiera que sean, especialmente el sentido del gusto. No quiero decir
que cortes sólo la glotonería y la borrachera -un pagano honrado condenaría estos vicios- sino esa
sensualidad bien querida en la sociedad, ese epicureismo elegante que no causa ningún desarreglo del
estómago, al menos no inmediatamente, ni debilita la inteligencia, pero que no puede sostenerse sin
hacer gastos muy considerables. Reduce estos gastos. Desdeña los platillos delicados y variados y
conténtate con el alimento sencillo que pide la naturaleza.

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II. 3. No desperdicies nada de tus haberes en satisfacer los deseos de los ojos, en vestidos superfluos y
costosos, en adornos que no necesitas. No desperdicies nada en comprar curiosidades; en muebles
caros y superfluos; en cuadros costosos, en pinturas, en adornos dorados, en libros, en jardines más
bien de gusto que de utilidad. Deja que lo hagan tus vecinos que no tienen la luz que tú tienes. “Deja
que los muertos entierren a sus muertos.” Pero “¿qué se te da a ti?” dice el Señor, “Sígueme tú.” ¿Estás
listo? Entonces podrás seguirle.

II. 4: No gastes nada en satisfacer la soberbia de la vida, la admiración o alabanza de los hombres. Este
es el motivo que los impulsa muy a menudo a desperdiciar su dinero de los modos descritos en los dos
párrafos anteriores. Gastan demasiado en su mesa, en su vestido, o en amueblar su casa, no sólo por
satisfacer el apetito, la vista o la imaginación, sino también su vanidad. Mientras te des buen trato, los
hombres hablarán bien de ti. Mientras te vistas de púrpura y lino fino, y hagas banquete cada día,
indudablemente que aplaudirán tu elegancia, buen gusto, generosidad y hospitalidad. No compres
aplausos tan caros, conténtate más bien con la honra que viene de Dios.

II. 5. ¿Quién querrá gastar en satisfacer estos deseos si reflexiona que al hacerlo, los aguza? Y sin
embargo, no hay nada más evidente que esto. La experiencia diaria nos enseña que mientras más los
satisfacemos, más aumentan. Por consiguiente, siempre que gastas en satisfacer tu gusto o cualquier
otro sentido, compras más sensualidad. Al gastar en satisfacer la vista, compras curiosidad -un apego
mayor a esas cosas que perecen en el uso. Al gastar en cualquiera cosa que las gentes acostumbran
aplaudir, compras más vanidad. ¿Qué? ¿No tienes bastante curiosidad, sensualidad y vanidad?
¿Necesitas todavía más? ¿Y quieres comprarla? ¿Qué clase de sabiduría es esta? ¿No sería menos
malo y perjudicial que materialmente tomases tu dinero y lo echases en la mar?

II. 6. ¿Y qué razón hay para que desperdicies el dinero en alimentos delicados, vestidos elegantes y
costosos, en cosas superficiales para tus hijos? ¿Será justo que les compres más soberbia, lujuria,
vanidad, deseos torpes y nocivos? No necesitan más, ya tienen de sobra. La naturaleza les ha dado
bastante. ¿Qué necesidad hay de que gastes más en aumentar sus tentaciones, multiplicar los ardides
y traspasar sus corazones con más dolores?

II. 7. Empero no se los dejes para que lo tiren. Si tienes buenas razones para creer que desperdiciarían
lo que ahora tienes, en satisfacer, y, por consiguiente, en aumentar, los deseos de la carne, de la vista o
la soberbia de la vida poniendo en peligro sus almas y la tuya, no les prepares esa red. No ofrezcas tus
hijos a Belial ni a Moloc. Apiádate de ellos y quítales del camino todo lo que creas que ha de coadyuvar
a multiplicar sus pecados, y a echarlos, por consiguiente, en la perdición eterna. ¡Qué torpeza tan
grande la de aquellos padres que nunca creen bastante lo que dejan para sus hijos! ¿Qué? ¿No les
dejáis bastantes chispas de fuego que pueden destruirlos, bastante soberbia, lujuria, ambición, vanidad,
quemazón eterna? ¡Desgraciado! Temes lo que no deberías temer. Puedes estar seguro de que tanto tú
como ellos, cuando estéis en el infierno, sentiréis “el gusano que no muere,” y “el fuego que nunca se
apaga.”

II. 8. “¿ Qué haría usted si estuviera en mi lugar, si tuviese una fortuna considerable que dejar?” No sé
si lo haría o no, pero sé muy bien lo que debería hacer, y de ello no me cabe la menor duda. Si uno de
mi hijos, ya fuera “el mayor o uno de los menores, supiese apreciar el dinero y hacer buen uso de él,
creería yo de mi deber absoluto e indispensable dejarle la mayor parte de mi fortuna, y a los demás les
daría yo para vivir como están acostumbrados. “Pero, ¿qué haría usted si ninguno de sus hijos supiera
apreciar el dinero en su debido valor?” Entonces sólo les daría yo lo necesario para vivir, por muy duro
que parezca esto. Lo demás lo daría como creyese yo más conducente a la gloria de Dios.

III. 1. Que ninguno se figure que con ganar y guardar todo lo que pueda, lo ha hecho todo. De nada vale
esto, si no se va más adelante, si no persigue otro fin. A la verdad que amontonar dinero no es abonar
en la verdadera acepción de la palabra. Mejor sería arrojar el dinero al mar que enterrarlo; y depositarlo
en un baúl o en el Banco de Inglaterra, es tanto como enterrarlo. Si efectivamente queréis haceros
“amigos de las riquezas de maldad,” añadid a las dos reglas anteriores esta tercera: Después de ganar

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y guardar todo lo que puedas, “da todo lo que puedas.”

III. 2. A fin de apreciar debidamente la justicia de esta regla, reflexiona que cuando te creó el Señor de
los cielos y de la tierra, te puso en el mundo no como un propietario, sino como mayordomo. Como tal,
te encargó por un tiempo de varios bienes, mas la propiedad de dichos bienes es suya y nadie podrá
jamás disputársela. Así como tú mismo no te perteneces, sino que eres de Él, así todas las cosas que
tienes son suyas. Tu alma y tu cuerpo no son tuyos, sino de Dios, y lo mismo se puede decir de tu
propiedades. Te ha dicho de la manera más clara y en los términos más explícitos, el modo de usar esa
propiedad para que sea un sacrificio santo y aceptable por medio de Jesucristo. Ha prometido premiar
este servicio fácil y ligero con la gloria eterna.

III. 3. Pueden compendiarse en las sentencias siguientes las direcciones que el Señor nos da respecto
del uso de nuestros bienes. Si quieres ser un mayordomo fiel y prudente de los bienes que el Señor te
ha puesto en sus manos, pero que son suyos y que, por consiguiente, puede reclamarlos a cualquiera
hora, provee primeramente a todas tus necesidades: qué comer, qué vestir, todo lo necesario. para
preservar el cuerpo bueno y sano. En segundo lugar, provee para tu mujer, tus hijos, tus criados y todos
los que viven contigo. Si después de hacer esto sobra algo, haz bien a aquellos que son de la casa de la
fe. Si todavía queda alguna cosa, haz bien a todos los hombres, según se presente la oportunidad. Al
hacerlo así, das lo más que puedes, y, en cierto sentido, todo lo que tienes, puesto que todo lo que se
usa de este modo verdaderamente se da a Dios. Das “a Dios lo que es de Dios,” no sólo al dar”a los
pobres, sino al proveer lo necesario para ti y para tu familia.

III. 4. Si alguna vez tienes dudas respecto de si haces bien o no en comprar tal o cual cosa para ti y para
tu familia, hay una manera muy fácil de resolverlas. Pregúntate con toda calma y seriedad: (1) Al
comprar esto, ¿obro como debería, no como propietario, sino como mayordomo de los bienes del
Señor? (2) ¿Hago esto por obedecer su palabra? o ¿en qué parte de la Escritura me pide que lo haga?
(3) ¿Puedo ofrecer este gasto, esta acción, como un sacrificio a Dios por medio de Jesucristo? (4) ¿Me
asiste alguna razón para creer que esta acción me atraerá un premio en la resurrección de los justos?
Rara vez necesitarás más para resolver cualquiera duda que se presente sobre el particular, y al
meditar sobre estos cuatro puntos, recibirás abundante luz en el camino por donde debes ir.

III. 5. Si después de esto quedase aun la mayor duda, ora y medita sobre esos cuatro puntos. Prueba a
ver si puedes en conciencia decir a Aquel que escudriña los corazones: “Señor, ves que voy a gastar
este dinero en alimentos, ropa y muebles. Sabes que lo hago con sencillez, como mayordomo que soy
de tus bienes, y que tomo una parte de ellos para llenar el fin que te propusiste al confiármelos. Sabes
que lo hago en obediencia de tu santa Palabra, como tu lo mandas, y porque tu lo mandas. Recibe esto,
te lo ruego, como un sacrificio aceptable por medio de Jesucristo, y dame la conciencia, el testimonio
interior, de que en pago de esta obra recibiré una recompensa cuando des a cada uno conforme a sus
obras.” Si tu conciencia y el testimonio del Espíritu Santo te dicen que esta oración es agradable a Dios,
no dudes de que ese gasto esta bien hecho y será provechoso; que jamás te avergonzaras de haber
incurrido en él.

III. 6. Ya veis, pues, lo que quiere decir “haceos amigos de las riquezas de maldad,” y los medios de
conseguir que “cuando faltareis os reciban en las moradas eternas.” Ya veis en qué consiste y hasta
dónde llega la prudencia verdaderamente cristiana en lo que se refiere al uso de ese gran medio, el
dinero. Ganad todo lo que podáis sin hacer mal a vuestros prójimos ni a vosotros mismos, en cuerpo o
alma, usando toda diligencia y el entendimiento que os ha dado Dios. Ahorrad todo lo que podáis,
evitando todo gasto que sólo tienda a satisfacer deseos torpes: los deseos de la carne o de la vista, y la
soberbia de la vida. No desperdiciéis nada en vida o en muerte, en pecado o en torpeza, bien para
vosotros o bien para vuestros hijos. Dad a Dios todo lo que podáis, o en otras palabras, todo lo que
tenéis. No os privéis de lo necesario semejantes a un judío avaro más bien que a un cristiano. Dad a
Dios no un diezmo, ni la tercera parte, ni la mitad, sino todo lo que es de Dios, ni más ni menos. Y
dádselo gastando en vuestras personas, en vuestras familias, en los que son de la casa de la fe y en
todo el mundo, de tal manera que rindáis cuentas como buenos mayordomos, cuando ya no podáis más
ser mayordomos. Dad como mandan los Oráculos de Dios directa e indirectamente, de manera que lo

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que hagáis sea “sacrificio a Dios en olor suave,” para que todas vuestras acciones reciban su
recompensa en aquel día cuando Dios ha de venir con todos sus santos.

III. 7. ¿Podremos acaso, hermanos, ser mayordomos prudentes y fieles si manejamos de otra manera
los bienes del Señor? Ciertamente que no, si hemos de guiarnos por lo que nos dicen los Oráculos de
Dios y nuestras conciencias. ¿Por qué demoramos, pues? ¿Qué necesidad hay de consultar con carne
y sangre, con los hombres del mundo? Nuestro reino, nuestra prudencia, no son de este mundo. Nada
tenemos que ver con las costumbres paganas. No seguimos a los hombres que no siguen a Cristo;
Escuchadle ahora mismo, hoy día, mientras que es de día. Oíd y obedeced su voz. ¡En este momento y
desde este instante haced su voluntad, cumplid su palabra en esta y en todas las cosas! Os ruego en el
nombre, del Señor Jesús, obrad como conviene a la dignidad de vuestro llamamiento. Ya no más
pereza. Todo lo que tu mano encuentre por hacer, hazlo con todas tus fuerzas. Ya no desperdicies
nada. Suprime todo gasto que exijan el lujo, el capricho, la vanidad: ¡Que se acabe la avaricia! Usa todo
lo que Dios te ha dado en hacer bien, haz todo el bien que puedas, de toda clase y grado, a los que son
de la casa de la fe, a todos los hombres. Esta es parte, y no pequeña, de la “sabiduría de los justos.”
Dad todo lo que tengáis, daos a vosotros mismos como un sacrificio espiritual a Aquel que no se negó a
dar por vosotros a su Hijo, su unigénito Hijo, “atesorando para sí buen fundamento para lo por venir,”
echad mano a la vida eterna.

PREGUNTAS SOBRE EL SERMON L

1. (1). ¿A quiénes les dijo el Señor la parábola del hijo pródigo y por qué? 2. (1). ¿A quiénes habló la
parábola del mayordomo injusto? 3. (11 2). ¿Qué cosa inculca aquí nuestro Señor? 4. (n 2). ¿ Qué se
dice del dinero en este párrafo? 5. (3). ¿ Qué cosa importante atañe a todos los que aman a Dios? 6. (1.
1). ¿Cuál es la primera regla de la vida y qué límites tiene? 7. (l. 2): Sírvase usted mencionar los otros
límites de esta regla. 8. (1. 3). ¿Cómo se limita en tercer lugar? 9. (l. 4). ¿De qué manera la limita la
verdadera consideración de nuestro prójimo? ¿De qué manera trata al vendedor de licores? 10. (1. 5).
¿Qué se dice de los médicos que juegan con la salud y las vidas de los hombres? 11. (1. 6). ¿Qué
nombre da a esas ganancias? 12. (1. 7). Observando estos límites, ¿qué deber tenemos todos? 13. (1.
8). ¿Qué otro modo hay de ganar lo más que se pueda? 14. (II. 1). Deme usted la segunda regla. 15. (II.
2). Qué se dice de los gastos superfluos incurridos en satisfacer los deseos de la carne? 16. (II. 3). ¿Y
el deseo de la vista? ¿Qué significa esta frase? 17. (II. 4). ¿Qué se dice aquí de la soberbia de la vida?
¿Qué quiere decir esa frase? 18. (ll. 5). ¿Qué se dice del aumento de los deseos? 19. (II. 6). Repita
usted lo que dice respecto de gastos inútiles en cosas para nuestros hijos. 20. (II. 7). ¿ Qué dice
respecto de dejar herencias a los hijos? 21. (II. 8). ¿Qué consejos da a los ricos? ¿No cree usted que el
señor Wesley estaba bajo la influencia de la opinión pública en Inglaterra, según la cual se debe dejar la
mayor parte de la fortuna al hijo mayor, y menos a los demás? ¿Cómo la modifica? ¿No es esta una
regla peligrosa aun con dicha modificación? 22. (III. 1). Hágame usted el favor de repetir la otra regla.
23. (III. 2). ¿Qué razón hay para esto? 24. (III. 3). ¿A qué puntos particulares se refieren las direcciones
divinas? 25. (III. 4). ¿Cómo podemos desvanecer ciertas dudas? 26. (III. 5). ¿Y si aún queda alguna
duda? 27. (III. 6). ¿Cómo resume su argumento? 28. (III. 7). ¿Qué pregunta se hace en este párrafo?
Sírvase usted repetir la respuesta. 29. ¿Cómo concluye el sermón?

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