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El bebé ya nace con una predisposición genética, como ser social que es, para atender
y responder a los estímulos sociales y emocionales. Todos los seres humanos
normales tienen la capacidad de sentir emociones pero las personas difieren en la
frecuencia con la que experimentan una emoción particular, los tipos de eventos que
pueden producirla, las manifestaciones físicas que demuestran y la forma en que
actúan en consecuencia.( un niño puede enojarse con mayor facilidad que otro).
PATRONES DE TEMPERAMENTO
Cuando los padres logran reconocer que un niño actúa de cierto modo no por
obstinación, pereza o torpeza, sino principalmente por su estilo de temperamento es
menos probable que se sientan culpables, ansiosos u hostiles o que se muestren
rígidos o impacientes, de este modo se pueden anticipar las reacciones del niño y
ayudarlo a adaptarse por EJ: con advertencias tempranas sobre detener una actividad
o introducción gradual a alguna actividad.
Los bebes tienen necesidades sociales que deben ser satisfechas para que crezcan
normalmente, recordando que los patrones de interacción entre el adulto y el bebe
están basados en la cultura, observando los roles de la madre y el padre en la creación
de los vínculos y compromisos emocionales, la participación en el cuidado los juegos y
la educación de los niños y como esto moldea las diferencias de personalidad entre
niños y niñas.
Por otra parte la relación que se establece entre el bebé y el adulto se caracteriza por
interacciones diádicas (entre dos), que se producen cara a cara a través de aspectos
de comunicación no verbal como son la mirada, la expresión de la cara y la entonación.
El bebé atiende a estos rasgos y responde a ellos, siguiendo ya desde los tres meses
un patrón de turnos similar a las conversaciones adultas (preconversación). Poco a
poco, va percibiendo, en su vida cotidiana la relación causa-efecto en las relaciones
sociales, lo que le permite anticipar dichas situaciones y participar cada vez de forma
más activa.
Las primeras emociones que el bebé puede manifestar están muy polarizadas en los
primeros meses, expresando placer/malestar, agrado/desagrado. El llanto es su forma
de comunicar sus necesidades y la sonrisa su forma de interactuar positivamente con
los otros, siendo la llamada sonrisa social, que aparece a los tres meses,
cualitativamente diferente a la sonrisa de tipo involuntaria que tiene lugar antes, en el
sentido de ser específicamente dirigida a alguien. Sin embargo, dicha sonrisa así como
la adquisición de un repertorio de emociones básicas, ya presentes al final de esta
etapa (alegría, tristeza, miedo, sorpresa, frustración e ira) no aparecen de manera
abrupta sino precisamente en el seno de una interacción social en ese contexto cara a
cara característico de esta etapa.
Igualmente, los juegos sociales, de tipo circular, como son “aserrín-aserrán”, “cucú-
tras”, etc, que se repiten de la misma forma en cada ocasión, facilitan esa comprensión
causa-efecto en las relaciones sociales que le llevarán a comprender y poder iniciar por
sí mismo interacciones con los otros.
En esta segunda etapa, la interacción con el adulto pasa de ser diádica a ser
tríadica, ya que entra en juego un tercer elemento, los objetos. El bebé empieza a
interesarse por el mundo que le rodea el cual desea descubrir, coincidiendo con la
etapa del gateo. La posibilidad de exploración que le permite poder desplazarse y
separarse de su madre conlleva la fase más aguda la formación del apego.
APEGO vínculo emocional reciproco y duradero entre el bebe y el cuidador, cada uno
contribuye a la relación, tiene un valor adaptativo y promueve la supervivencia del
bebe.
Cualquier actividad del bebe que conduce a una respuesta del adulto será en busca de
apego: succionar, llorar, sonreír, aferrarse o mirar a los ojos del cuidador. Cuando la
madre responde de manera cálida proporciona contacto físico y cubre sus necesidades
tendrá éxito.
La teoría del apego de Bowlby y las investigaciones de Ainsworth en los años setenta
proporcionaron la descripción de cómo se forma el apego y como, en función del estilo
de crianza de los adultos, éste puede ser de tipo seguro o inseguro.
EJ alguna vez en una cena han observado que tenedor está usando la otra persona ha
recurrido a la referencia social.
Tercera etapa: De los 18 meses a los 3 años
Esta última etapa supone un cambio cualitativo respecto a las anteriores. A los 18
meses el niño empieza a tener representaciones mentales de objetos, hechos y
personas, incluido de sí mismo. Ello da lugar a:
Dentro de esta etapa, los niños empiezan a usar pronombres en primera persona, otro
signo de conciencia del sí. El uso de “yo” “mi” y “tu” permite que los niños pequeños
representen y se refieran a sí mismos y al otro, una vez que hacen esto también
aplican términos descriptivos como “grande” o “pequeño” “pelo liso o rizado” y
evaluativos como “bueno” “bonito” o “fuerte”. Esto ocurre en algún momento entre los
18 y los 30 meses a medida que se expanden las habilidades de representacion y el
vocabulario.
Socialización e interiorización:
La conformidad a las expectativas de los padres puede ser vista como un primer paso
hacia la conformidad a las normas sociales, el niño aprende esas reglas dentro de la
familia a una edad temprana. Los niños que se socializan con éxito ya no se limitan a
obedecer órdenes para obtener recompensas o evitar el castigo; han adoptado como
propias las normas paternas y por lo tanto las sociales.
Algunos niños se socializan con más facilidad que otros. La forma en que los padres
hacen su trabajo, junto al temperamento del niño y la calidad de la relación entre el
padre y el niño pueden ayudar a predecir que tan difícil o sencillo será socializar. Entre
los factores que contribuyen al éxito de la socialización puede incluirse la seguridad del
apego, el aprendizaje por observación de la conducta de los padres y la respuesta
mutua entre el padre y el niño.
Por último, en esta etapa se inician las relaciones con los iguales. Ya desde antes los
bebés se interesan por los otros bebés. Se miran, se tocan, pero no tienen aún
capacidad para interactuar de forma continuada. A los dos años pueden jugar juntos,
en el sentido de compartir espacio y tiempo de juego, con breves interacciones
basadas en mirar lo que hace el otro e incluso imitar sus acciones, pero aún sin
compartir los objetos. Es el llamado Juego Paralelo que ya al final de la etapa se
convertirá en Juego Compartido.
Esta capacidad para compartir surge, por una parte, con el propio desarrollo del niño,
con el desarrollo del lenguaje, la evolución en el propio juego (cada vez más
imaginativo) y la aparición de las primeras habilidades mentalistas, es decir, la
comprensión de que los demás tienen sus propias intenciones, preferencias,
sentimientos, aspectos no siempre coincidentes con los suyos.
Pero por otra, es algo que el niño tiene que aprenderlo y lo hará en función de las
experiencias y relaciones vividas en sus juegos con otros niños. Por tanto, podemos
facilitarlo si proporcionamos esos encuentros y mediamos en los conflictos que surjan.
Sin recriminar, sino mostrando de manera positiva como pueden establecer unos
turnos, intercambiar los juguetes o realizar peticiones al otro de manera adecuada.