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APRENDER A CAMINAR SOBRE ARENAS MOVEDIZAS

Los sabios de la antigua Grecia inventaron el concepto de paidea para que la idea de «educación a lo largo de
toda la vida» pasara de ser un oxímoron (un contrasentido) a convertirse en un pleonasmo (como «mantequilla
mantecosa» o «hierro metálico»). Tan extraordinaria transformación no se produjo hasta fecha reciente, en las
últimas décadas, y por efecto del ritmo radicalmente acelerado del cambio en el contexto social en el que los
principales agentes de la educación —tanto los profesores como sus alumnos— tenían que actuar.
Podríamos afirmar que los misiles inteligentes siguen una estrategia de «racionalidad instrumental», aunque
en una versión licuada y fluida (por así decirlo) de la misma, lo que significa que se renuncia al supuesto de
que el fin viene ya dado y permanece fijo e inmóvil todo el tiempo y de que, por tanto, lo único que hay que
calcular y manejar son los medios.
. Lo que nunca debe olvidar el «cerebro» de los proyectiles inteligentes es que el conocimiento que adquieren
es sumamente desechable, válido sólo hasta nuevo aviso y útil sólo de forma temporal, y que para tener
garantías de éxito no se puede pasar por alto el momento en el que el conocimiento adquirido deja de ser útil
y tiene que ser descartado, olvidado y reemplazado.
Los filósofos de la educación de la era moderna sólida concebían a los maestros como lanzadores de
proyectiles balísticos y les instruían sobre cómo asegurarse de que sus productos se mantuvieran
estrictamente dentro de la trayectoria prediseñada, determinada por el impulso original.
No ha sido hasta el reciente advenimiento de la era moderna líquida cuando esa antigua sabiduría ha perdido
su anterior valor pragmático y las personas que se ocupan del aprendizaje y de la promoción del aprendizaje
conocido con el nombre de «educación» se han visto obligadas a desplazar su atención de los proyectiles
balísticos a los inteligentes.
Más concretamente, en el contexto moderno líquido, para ser de alguna utilidad, la educación y el aprendizaje
deben ser continuos e, incluso, extenderse toda la vida. No es concebible ninguna otra forma de educación
y/o aprendizaje; es impensable que se puedan «formar» personas o personalidades de otro modo que no sea
por medio de una reformación continuada y eternamente inacabada .Leszek Kolakowski explica de modo
nítido y conciso que la libertad que transforma cada paso en una elección (potencialmente fatídica) «nos viene
dada por nuestra propia humanidad y es el fundamento de dicha humanidad; dota de singularidad a nuestra
existencia»
¿En qué lugar deja rodo lo anterior las perspectivas y las tareas de la educación? Jacek Wojciechowski,
director de una publicación periódica polaca dedicada a la profesión académica, señala que «hubo un tiempo
en que un título universitario servía de salvoconducto para la práctica de una profesión hasta la jubilación,
pero eso ya es historia. Hoy en día, uno ha de renovar constantemente sus conocimientos e, incluso, cambiar
su profesión si no quiere ver reducidos a la nada sus esfuerzos para ganarse la vida»
En Estados Unidos, por ejemplo, sólo el 19% de la población con bajos ingresos que necesita formación
profesional tiende a finalizar los cursos que empieza, mientras que ese porcentaje asciende hasta el 76% de
probabilidades en los grupos de mayor renta. En un país relativamente pequeño como Finlandia, se ha
descubierto recientemente que alrededor de medio millón de personas adultas empleadas necesitan
formación pero no se la pueden permitir.
A los autores del documento les preocupa el hecho de que la llegada de la «sociedad del conocimiento»
presagie enormes riesgos además de beneficios potenciales; esta «amenaza con provocar mayores
desigualdades y aumentar la exclusión social», porque sólo el 60,3% de la población de la UE con edades
comprendidas entre los 25 y los 64 años ha completado un nivel de estudios equivalente al menos a la
educación secundaria, mientras que 150 millones de habitantes de la Unión no alcanzan ese nivel educativo
básico y «se ven confrontados a un riesgo importante de marginalización». Raili Moilanen reveló, tras analizar
el contenido de las ponencias remitidas a la III Conferencia Internacional sobre Investigación en Trabajo y
Aprendizaje (representativa del punto de vista de los empleadores), que «aprendizaje y desarrollo parecen ser
importantes para las organizaciones fundamentalmente por motivos de eficacia y competitividad», y que «el
punto de vista del ser humano como tal no parece tener importancia»
Ese es, probablemente, el motivo por el que los programas de «educación permanente» suelen acabar siendo
reformulados —de manera imperceptible y sin explicación explícita alguna— como exhortaciones al
«aprendizaje a lo largo de toda la vida», con lo que podríamos decir que se «subsidiariza» en las víctimas de
los sumamente fluidos y volubles «mercados laborales» la responsabilidad tanto de la selección y adquisición
de habilidades como de las consecuencias de una elección equivocada.
Estado estaría encantado de apartar del ámbito de la política y, por consiguiente, de sus responsabilidades.
Déjenme que añada, también, que el cambio de énfasis de la «educación» al «aprendizaje» está en plena
sintonía con otra tendencia, habitual entre los gestores contemporáneos: la inclinación a «subsidiarizar» su
propia responsabilidad en los hombros de sus empleados a todos los efectos (sobre todo, los negativos); en
especial, la responsabilidad por «no estar a la altura del desafío planteado».
El «empoderamiento» exige la construcción y la reconstrucción de los vínculos interhumanos, así como la
voluntad y la capacidad de implicarse con las demás personas en un esfuerzo continuo por convertir la
convivencia humana en un entorno hospitalario y acogedor, propicio para la cooperación mutuamente
enriquecedora entre hombres y/o mujeres que luchan por adquirir mayor autoestima, por desarrollar su
potencial y por hacer un uso adecuado de sus capacidades. En definitiva, una de las cuestiones más
decisivas que está en juego con la educación permanente orientada al «empoderamiento» es la de la
reconstrucción de un espacio público (cada vez más desierto en la actualidad) en el que los hombres y las
mujeres puedan participar en unatraslación continua entre lo individual y lo colectivo, entre los intereses, los
derechos y los deberes de índole privada y los de índole comunal.
Así es, en realidad, cómo debería ser la educación para que los hombres y las mujeres del mundo moderno
líquido puedan perseguir sus metas vitales con un mínimo de recursos y confianza en sí mismos, y puedan
tener esperanzas de alcanzarlas. Pero existe otra razón, mencionada menos a menudo, aunque más
poderosa que la anterior: no se trata de adaptar las aptitudes humanas al ritmo acelerado de los cambios del
mundo, sino de hacer que ese mundo tan rápidamente cambiante resulte más acogedor para la humanidad.
La mayoría de personas estarían hoy prestas a admitir que necesitan refrescar sus conocimientos
profesionales y absorber nueva información técnica para no «quedarse atrás» y no ser arrojadas por la borda
del acelerado navío del «progreso tecnológico». Pero se echa en falta esa misma sensación de urgencia
cuando se plantea la necesidadde ponerse al día de la precipitada corriente de acontecimientos políticos y de
las reglas rápidamente cambiantes del juego político.
La ignorancia provoca la parálisis de la voluntad. La persona desconoce lo que le espera y no tiene modo
alguno de calcular los riesgos. Para las autoridades, impacientes por librarse de las constricciones que una
democracia más próspera y fuerte impuso en su momento sobre sus dirigentes, esa impotencia del electorado
producida por la ignorancia, la incredulidad generalizada en la eficacia del disenso frente al poder y la escasa
disposición a implicarse políticamente, son fuentes de capital político muy necesitadas y bien recibidas: la
dominación a través de una ignorancia y una incertidumbre deliberadamente cultivadas resulta más fiable y
barata que un gobierno fundamentado sobre un debate exhaustivo de los hechos y un esfuerzo prolongado de
acuerdo sobre la verdad y sobre las formas menos arriesgadas de proceder.

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