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“Los hombres no lloran” fue la frase que más escuché en mi niñez. Para mí, era común oír
esta expresión u otras que denotaran lo mismo varias veces a la semana; como niño no tenía
permitido expresar mis sentimientos ni mis debilidades. Desde el inicio de mi existencia, tener
un pene me ha obligado a demostrar unas características específicas —fuerza, insensibilidad,
valentía— que son necesarias para ser aceptado por la sociedad. Esta idea creaba un
contraste con lo que vivía a diario: en mi hogar yo era el único hombre, rodeado por cinco
mujeres de distintas generaciones. Mi realidad estaba cargada de una gran energía femenina y
eso dificultó que pudiera ser el “macho” que mi entorno me pedía.
A medida que crecía, tener que seguir las reglas sociales se fue complicando más. El
descubrimiento de mi identidad sexual, mi amor por RBD y Shakira, y mi dificultad para
conectar con otros niños fueron algunas de la causas del aumento de mi inseguridad. Nunca
iba a lograr encajar en el molde que mi entorno me exigía y terminé negando quien era para
ajustarme a él. Empecé a buscar una forma de demostrar que era el “macho” heterosexual
agresivo desconectado de su interior que debía ser y fallé exponencialmente. Lo único que
logré fue alejarme de otras personas y de mí mismo. Dejé que la masculinidad tóxica me
ganara.
Video: https://www.youtube.com/watch?v=jk8YmtEJvDc
Con el tiempo, comencé a cuestionarme si ser ese tipo de hombre era el mejor camino. Gracias
a mis dudas, me permití conocer la teoría de género para entender si nuestra identidad tiene
que estar, obligatoriamente, conectada con la biología. Durante este proceso, logré aceptar mi
orientación sexual y simplemente surgieron más preguntas sobre mi masculinidad: ¿debo
cumplir con las ideas de la sociedad sobre lo que es ser realmente masculino?, ¿ciertas
características de mi personalidad me hacen menos hombre?, ¿cómo acepto mi lado
femenino?.
La teoría del género no reduce la identidad a la biología. Judith Butler profundizó más sobre el
tema en El género en disputa: El feminismo y subversión de la identidad. Expresó, igual que
Lomas, que el género no puede ser separado de su contexto cultural y político puesto que es el
escenario donde continuamente se produce y se mantiene.También expone que no se puede
restringir la identidad de género a un sistema binario porque esto, además de significar que
género, sexo y deseo están obligatoriamente conectados entre sí, reduce la identidad a una
básica heterosexualidad estable. Si se piensa sobre este tema a través de una dualidad
simplista, se niega una gama de identidades que existen en nuestro entorno.
Al entender que el género es un espectro, pude alejarme del pensamiento de que tengo que
encerrarme en una jaula para ser alguien. Adentrarme en este mundo de teóricos me ayudó
a eliminar la creencia de que debía seguir atrapado. No necesito encajar en un sistema
binario que no me contempla por el hecho de ser homosexual. Me permití alejarme de esas
nociones dañinas que están asociadas a “ser un hombre” y acepté el equilibrio entre mis rasgos
masculinos y femeninos. Anhelaba salir de la trampa de la masculinidad tóxica.
El mundo exterior todavía no era sencillo. Había salido del clóset frente a mis amigos; sin
embargo, no me sentía cómodo mostrando mi lado femenino. “Menos mal no eres histérico
como él” y “Tú eres gay, pero eres serio” son frases que conocidos me decían y que
entorpecían mi travesía. Aún no me sentía tranquilo bailando porque movía mucho las caderas,
no me gustaba usar ciertas palabras para no sonar como una niña, ni siquiera me sentía bien
con la manera en que me paraba.
The Man They Wanted Me to Be
Counterpoint
Poco a poco, gracias a mi salida del clóset, pude hacer amistades más sólidas con otros
varones. Al conocerlos mejor llegué a entender que yo no era el único que tenía
problemas con ser femenino. Ellos también se sentían inseguros sobre ciertos ademanes y
comportamientos, pues continuaban atados a esas reglas del colectivo que yo trataba de soltar.
Nadie estaba exonerado de sentirse inconforme con su hombría.
Sexton menciona que la ilusión que la masculinidad tóxica ofrece a los hombres los
convence de que merecen privilegio y autoridad sobre los otros seres humanos que no se
conforman con estas ideas. Los varones se siguen aferrando a esto por necesidad de mantener
el status quo. Carlos Lomas explica que la lentitud de la transformación de la masculinidad
hegemónica no tiene nada que ver con la esencia natural de lo masculino, sino con el vínculo
cultural entre masculinidad y poder.
Ser estrafalario, histriónico o peculiar seguía siendo confuso en un momento. Mover las manos
al hablar, hacer alguna pose extravagante o demostrarle cariño a otras personas se me hacía
cuesta arriba. Me sentía más a gusto con mi torpeza, mis movimientos bruscos y mi
insensibilidad, pero tenía que asimilar que tanto unos rasgos como otros son esenciales. Negar
tanto mi virilidad como mi extravagancia era rechazarme completamente. Afrontar que no
debía disimular mi sensibilidad era complicado cuando la información que los medios envían
califica lo femenino como algo débil y trivial.
Compenetrarme con mis rasgos femeninos no ha sido sencillo. Eliminar las ideas que la
sociedad me ha enseñado desde la infancia ha tomado tiempo y práctica. Aceptar que no me
debo cohibir de hacer o decir ciertas cosas sigue siendo una lucha constante. Cada día
entiendo mejor que convertir el mundo en una pasarela para imaginar que estoy en America’s
Next Top Model no elimina mi conocimiento básico de las reglas del fútbol americano y saber
que Madonna detesta las hortensias no hace que mi habilidad para cambiar un caucho
desaparezca.
Yo sé que mi viaje de aceptación es un proceso que sigue en marcha. Día a día continúo
buscando mi lugar en el espectro de los géneros, sigo encontrando orgullo en mi
homosexualidad, en mis pelos en el pecho y en mis emociones, y sigo aprendiendo cómo no
juzgar a los demás ni a mí mismo. Ya no dejo que la masculinidad tóxica gane, porque mi
feminidad y mi masculinidad me hacen, cada día, un mejor hombre. Un verdadero
hombre.