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Pero recapitulemos un poco porque vamos a darnos un paseo por los orígenes profundos
de la Primera Guerra Mundial.
En 1868 España no tenía rey. La reina Isabel II había abandonado el país con lo puesto y
el hombre fuerte del régimen postborbónico, el general catalán Juan Prim, había logrado
convencer a tirios y troyanos para que el país adoptase nuevamente un sistema monárquico
constitucional. Sólo había una condición: el nuevo rey no podía ser un Borbón. Ni en broma.
Así que Prim, ni corto ni perezoso, se dedicó a ofrecer la corona a ramas menores de
algunas familias reales europeas. Y uno de sus candidatos, aceptado por las Cortes, resultó
ser el joven Leopoldo Hohenzollern, pariente del rey de Prusia Guillermo I.
Leopoldo primero dijo que no aceptaba pero, tras pensárselo mejor y recibir una persuasiva
visita del todopoderoso canciller prusiano Otto von Bismarck, cedió y dijo que sí, que vale,
que contasen con él para ser rey de España.
Pero esto no cayó muy bien en el país que afirmaba ser la potencia hegemónica en la
Europa continental. ¿De qué país podemos estar hablando? Efectivamente, hablamos de
Francia.
En 1870 Francia era ni más ni menos que un Imperio. Concretamente el Segundo Imperio.
Y su emperador era un pintoresco individuo llamado Napoleón III (sobrino de Napoleón
Bonaparte y casado con la granadina Eugenia de Montijo). Pues bien, a este señor y a
su gobierno no la hacía mucha gracia que su bonito país se encontrase, otra vez, rodeado
por dos reinos gobernados por una dinastía de origen germánico. ¿Qué era eso de que
España y Prusia tuviesen reyes Hohenzollern? ¡Intolerable!
A eso se unía además que Bismarck, el canciller prusiano, había logrado que Prusia se
convirtiese en el reino dominante dentro del puzzle de Estados denominado
“Confederación de Alemania del Norte”. Y no quedaba ahí la cosa, sino que, además, tenía
la intención de anexionar los estados independientes del sur de “Alemania” con los que ya
tenían firmados unos acuerdos secretos tras haber derrotado en una guerra en 1866 a la
otra potencia “germánica”: Austria-Hungría.
En definitiva, a Napoleón III no le gustaba la idea del general Juan Prim y no dudó en hacerle
saber al rey Guillermo I de Prusia que si Leopoldo Hohenzollern se convertía en rey de
España habría problemas con Francia. El prusiano decidió recular pero al final, entre unas
cosas y otras, el asunto terminó bastante mal por una jugada muy perra llevada a cabo por
el canciller Bismarck y que ha pasado a la Historia como “el asunto del Telegrama de Ems”.
Guillermo I se encontraba tomando sus baños en el balneario de Ems. Un día le fue a visitar
el embajador francés para recordarle que Leopoldo Hohenzollern no debía aceptar ser roi
d’Espagne. El rey prusiano le dijo que sí, que se acordaba, que era un pesado, pero que
vale. Asunto concluido. Y le envió un telegrama a su canciller, que estaba en Berlín, para
contarle su encuentro con el embajador. Bismarck, tuvo entonces una idea brillante y muy
retorcida. Re-escribió parte del telegrama haciendo quedar muy mal al embajador francés
y le envió copias a la prensa amiga para que se hiciera eco y provocase la ira de los
mandamases de París. Porque, querido lector, Bismarck quería una guerra para debilitar
a Francia y lograr su gran ambición política: unificar a todos los estados alemanes y
proclamar el Imperio Alemán dirigido por Guillermo I. Pero el Canciller de Hierro no era tonto
y sabía que era necesario que Prusia no apareciese como la potencia agresora para evitar
que otros países pudiesen acudir en ayuda de Francia. Por lo tanto, tenía que conseguir
que fuese París el que declarase la guerra y no a la inversa. Así que tendió una trampa
atacando algo que entonces, en pleno siglo XIX, aún significaba algo: el honor.
Desarrollo de la Primera Guerra Mundial
Las fases del conflicto se vertebran en función del tipo de estrategia bélica dominante y de
la evolución propia del conflicto. Atendiendo a estas características, podemos establecer
cuatros fases según Martínez Carreras: 1) 1914: guerra de movimientos y fronteras; 2) 1915
– 1916: guerra de posiciones y desgaste; 3º) 1917: el año crítico; 4º) 1918: el año decisivo.
Los frentes de la Gran Guerra fueron seis, siendo los dos primeros los más determinantes:
1º) frente occidental: Alemania contra Francia; 2º) frente oriental: Alemania frente a Austria
y Rusia; 3º) frente báltico ubicado en Serbia y Grecia; 4º) frente mediterráneo sobre Italia;
5º) frente norteafricano-árabe, en Egipto y Siria contra Turquía; 6º) frentes coloniales, en
especial el frente subsahariano.
Alemania invadió Bélgica y se lanzó a tomar Francia. El plan alemán de guerra rápida, de
no más de seis meses de duración, fracasó en Marne gracias a la contraofensiva francesa
que evitó la conquista alemana del norte Francia y de Flandes. El frente occidental quedó
estabilizado y los países beligerantes se prepararon para afrontar una guerra que se
alargaría en el tiempo.
Mientras tanto, en el frente oriental, los alemanes vencieron a los rusos en Prusia Oriental;
por el contrario, su aliado, Austria, debió retirarse de Serbia por la ofensiva conjunta de
serbios y rusos. En esta etapa Turquía se integró en la Triple Alianza cerrando los Estrechos
y atacando a Rusia.
La nueva estrategia militar tenía como objetivo defender y estabilizar los frentes. Para
lograrlo recurrieron a las trincheras, un método de guerra que requería un gran gasto militar,
tanto personal como armamentístico, que definió un estilo bélico conocido por la
historiografía como guerra de posiciones y estrategia de desgaste.
En 1915, en el frente occidental se originan dos ofensivas que fracasaron, la de Artois y la
de Aisne. Italia, neutral hasta el momento, entró en guerra con la Entente y se enfrentó a
Austria.
Los frentes permanecían sin apenas cambios desde 1915. La Entente decidió agilizar el
conflicto con distintas ofensivas en febrero de 1917, mientras tanto, los Imperios Centrales
lo intentaron utilizando la fuerza submarina. Pero estos cambios estratégicos no propiciaron
el cambio. Fueron la Revolución Rusa y la entrada de EE.UU en la guerra los dos
acontecimientos históricos que cambiaron el devenir de la Primera Guerra Mundial.
La nueva Rusia firmó la paz con Alemania y Austro-Hungria. El triunfo del bolchevismo
priorizó la revolución frente a la guerra, firmando el 15 de diciembre de 1915 el armisticio
de Brest-Litovsk entre Rusia y los Imperios Centrales. Rusia abandonó Polonia, Países
Bálticos y Finlandia. La decisión de Rusia, junto a la capitulación de Rumania, borró
prácticamente la tensión bélica en el frente oriental.
En 1917 las masas sociales estaban agotadas y ansiosas de paz. Desde el emperador
Carlos I hasta el Papa Benedicto XV, pasando por socialistas alemanes o huelguistas,
intentaron poner fin a tantos años de terror.
Los aliados, con el apoyo de EE.UU, se vieron reforzados moralmente, todo lo contrario
que alemanes y austriacos que observaban muy lejos la victoria bélica. Wilson realizó una
propuesta esencial para acabar con el conflicto: la Declaración de los Catorce
Puntos, catorce nuevos objetivos bélicos de la Entente encaminados a buscar la
negociación de paz con los Imperios Centrales y poner fin a la Primera Guerra
Mundial.
En esta etapa se pueden establecer dos fases: 1º) de enero a julio de 1918: ofensivas
alemanas que oscilaron desde los bombardeos de París hasta los ataques de Soissons-
Marne; 2º) julio hasta octubre: ofensiva aliada. Se produjo una nueva y decisiva batalla en
Marme. Se multiplicaron los puntos de batalla: en el frente occidental: NE de Francia y
Bélgica; en Grecia, Bulgaria fue derrotada ante el ataque franco-serbio; en Oriente Próximo,
enfrentamientos en Siria; Italia venció a Austria.