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VÍCTOR MANUEL FERNÁNDEZ

colección CRECER 4

Para que
vivas mejor
la misa

SAN PABLO
colección CRECER 4

E sta obra fue pensada para los que no se


sienten cómodos en la celebración de la
misa, pero también para los que asisten con
gusto y quisieran crecer en una mejor partici-
pación.
En la primera parte, se busca comprender me-
jor qué es la misa y para qué la celebramos. En
la segunda parte, el autor se detiene en cada
uno de los signos que se nos presentan, para
encontrarles un sentido profundo. En la ter-
cera parte, se recuerdan los gestos, posturas y
movimientos que realizamos en la misa, para
que podamos darles el valor que tienen y los
vivamos mejor. En la última parte, se recorre
paso por paso la misa, para que podamos
aprovechar al máximo cada momento de la
celebración.
En síntesis, es un libro que explica el sentido
teológico y espiritual de cada una de las partes
y gestos de la misa, pero sobre todo ofrece
sugerencias muy prácticas para poder vivir
bien y gustosamente cada momento de la
celebración.

SAN PABLO 9 78 9 5 08 6 178 5 9


PARA QUE VIVAS MEJOR LA MISA
Colección Crecer

Para mejorar tu relación con María


Para mejorar tus confesiones
Para mejorar tu comunicación con los demás
Para mejorar tu relación con los que han muerto
Para que vivas mejor la misa
Para mejorar tu lectura de la Biblia
Para mejorar tu amistad con Jesús

Víctor Manuel Fernández nació en Gigena (provincia


de Córdoba). Estudió Filosofía y Teología en el Semina-
rio de Córdoba y en la Facultad de Teología de la UCA
(Bs. As.). Realizó la licenciatura con especialización
bíblica en Roma y el doctorado en Teología en la UCA.
Fue párroco, director de catequesis, asesor de movimien-
tos laicales y fundador del Instituto de Formación laical
en Río Cuarto. Es vicedecano de la Facultad de Teología
de Buenos Aires y formador del Seminario de Río Cuar-
to. Enseña Teología Moral, Teología Espiritual, Nuevo
Testamento y Hermenéutica.
Víctor Manuel Fernández

Para que vivas


mejor la misa
Dejar de aburrirte
y de mirar la hora

SAN PABLO
Distribución San Pablo:
Argentina
Riobamba 230, CI025ABF BUENOS AIRES, Argentina.
Teléfono (011) 5555-2416/17. Fax (01 I) 5555-2425.
www.san-pablo.com.ar - E-mail: verntas@san-
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Perú
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E-mail: dsanpablo@terra.com.pe

Fernández. Víctor Manuel


Para que vivas mejor la misa. Dejar de aburrirte y de mirar la
hora - 1a ed. 1a reimp. - Buenos Aires: San Pablo. 2007.
228 p.: 17x11 cm.-(Crecer 5)
ISBN: 978-950-861-785-9
I. Liturgia cristiana. I.Título
CDD 264

Con las debidas licencias / Queda hecho el depósito que


ordena la ley 11.723 / © SAN PABLO, Riobamba 230,
C I 0 2 5 A B F BUENOS AIRES, Argentina. E-mail:
directoreditorial@san-pablo.com.ar / Impreso en la Argen-
tina en el mes de mayo de 2007 / Industria argentina.

ISBN: 978-950-861-785-9
Presentación

En este libro haremos cuatro caminos di-


ferentes para ayudarte a vivir con más gusto y
profundidad la misa. Por eso el libro tiene
cuatro partes. Eso permitirá que durante un
tiempo te dediques a una de esas partes, otro
tiempo te dediques a otra, y así, de diversas
maneras, puedas encontrarle más sentido a
cada detalle de la misa.
En la primera parte, trataremos de enten-
der mejor qué es la misa y para qué la cele-
bramos.
En la segunda parte, nos detendremos en
cada uno de los signos que se nos presentan
cuando estamos en misa, para encontrarles
un sentido profundo.
En la tercera parte, recordaremos los ges-
tos, posturas y movimientos que realizamos
en la misa, para que podamos darles el valor
que tienen y los vivamos mejor.
En la última parte, iremos recorriendo la
misa paso por paso, para que podamos pene-
trar con todo nuestro ser y aprovechar al máxi-
mo cada momento de la celebración.
6 Para que vivas mejor la misa

La Iglesia pide insistentemente "que los


cristianos no asistan a este misterio de fe como
extraños y mudos espectadores, sino que,
comprendiéndolo bien a través de los ritos y
oraciones, participen consciente, piadosa y
activamente en la acción sagrada" (SC 48). Esa
es la finalidad de este libro.
Primera parte:
Darle sentido a la
Eucaristía

Hablaremos en primer lugar sobre el sen-


tido de la presencia de Jesús en la Eucaristía,
para concentrarnos luego en lo más impor-
tante, que es la "celebración de la Eucaristía",
es decir, en el sentido de la misa. Porque no
podremos comprender los detalles prácticos
de la misa si primero no entendemos bien el
sentido de la misa misma.

1. La Eucaristía como presencia de


Jesús
Jesús dijo: "Yo estaré con ustedes todos
los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).
Y él cumple su promesa. Pero él no está con
nosotros sólo en una presencia invisible, por-
que nosotros somos cuerpo y alma. Por eso,
nos dejó un signo maravilloso, para que no
podamos olvidarlo: la Eucaristía.
Jesús no nos dejó una foto o un objeto
para que lo recordemos. Se quedó él presente
8 Para que vivas mejor la misa

en la Eucaristía. La Eucaristía no es sólo su


cuerpo y su sangre, sino Jesús entero: allí está
su cuerpo, sus pensamientos, sus sentimien-
tos, su sangre, su poder divino, su ternura
humana, todo su ser.
Y Jesús está vivo en la Eucaristía, porque
ha resucitado. La Eucaristía es el cuerpo de
Cristo resucitado que está presente entre no-
sotros de una manera visible; pero está en la
apariencia del pan. ¿Por qué? Porque todavía
tenemos que seguir caminando en esta tierra,
y si lo viéramos con toda claridad, estaríamos
ya en el cielo, nos deslumhraría por completo.
Ya que él está vivo en la Eucaristía, puedo
dialogar con él, buscar su ayuda, contarle mis
cosas, compartir con él mis preocupaciones
más íntimas y mis alegrías.
Para poder comprender bien lo que sig-
nifica esta presencia, decimos que es real, sus-
tancial y sacramental; y que está sobre todo
para que lo comamos, pero también para que
lo contemplemos y lo adoremos. Veamos.

Presencia "real"

El Hijo de Dios, cuando buscó una forma


de quedarse entre nosotros con su humani-
dad, ¿qué podía elegir sino lo más simple, lo
Víctor Manuel Fernández 9

más cotidiano, lo más sencillo? ¿Qué podía


elegir sino un pedazo de pan?
Allí, en la apariencia del pan, me mira con
sus ojos humanos, me ama con su corazón
de hombre, comprende y comparte mis pre-
ocupaciones, se alegra conmigo, se conmue-
ve con mis actos de amor.
Ese Jesús que está en la Eucaristía, en la
sencillez de la apariencia del pan, es realmente
el que caminó por Galilea, que enseñaba jun-
to al lago, que conversaba con María sentada
a sus pies, que se entretenía con los niños,
que tocaba los oídos del sordo con su propia
saliva, que se dejaba lavar los pies con las lá-
grimas de la pecadora, que lloraba por su ciu-
dad amada, que dejó clavar todo su amor en
una cruz. No es otro; es el mismo. La diferen-
cia es que ahora está resucitado, transfigura-
do, y por eso puede hacerse presente al mis-
mo tiempo en todos los templos del mun-
do.
No es sólo la presencia que Jesús tiene
como Dios. Porque Jesús como Dios está en
todas partes, no sólo en la Eucaristía. Lo es-
pecial de la Eucaristía es que allí también está
la humanidad resucitada de Jesús.
No es lo mismo cuando se produce algu-
na "aparición" de Jesús, porque en esos casos
10 Para que vivas mejor la misa

Jesús simplemente se hace visible a través de


una imagen pasajera. En la Eucaristía, en cam-
bio, está realmente él con toda su humani-
dad resucitada.
Es cierto que las otras presencias de Jesús
son también reales. Es real su presencia en
cada hermano, es real su presencia en la co-
munidad, es real su presencia en la Palabra,
es real su presencia en medio de las cosas que
nos suceden. Pero cuando decimos que está
realmente presente en la Eucaristía es para que
no pensemos que está sólo "simbólicamen-
te". La Eucaristía no simboliza a Jesús, sino
que es Jesús realmente presente tras la apa-
riencia del pan.

Presencia "sustancial"

Lo que nos permite distinguir esta pre-


sencia de Jesús por encima de cualquier otra
presencia es decir que es una presencia "sus-
tancial". ¿Qué significa esto?
Hay que recordar que en la Eucaristía Je-
sús no está sólo por su poder, como creador;
ni siquiera basta decir que está como
santificador, porque así está en todos los sa-
cramentos. En el Bautismo el agua sigue sien-
do agua, y Cristo está presente allí espiritual-
Victor Manuel Fernández 11

mente, ejerciendo su poder Pero en la Euca-


ristía el pan deja de ser pan, y comienza a ser
Cristo.1 Hay un verdadero cambio en la "sus-
tancia" de las cosas, porque el pan ya no es
pan y lo que era vino ya no es vino, aunque
quede la apariencia del pan y del vino. La sus-
tancia del pan y del vino se transforma en Je-
sús. A ese cambio, la Iglesia le llama "transus-
tanciación".
Es cierto que hay una presencia interior
de Jesús en mi corazón en todo momento.
Pero cuando Jesús está presente dentro de mí
él no se identifica conmigo, yo sigo siendo
yo; además, mi unión espiritual con él es im-
perfecta, debe ir creciendo cada vez más. En
cambio en la Eucaristía el pan dejó de ser pan
y la Eucaristía es Jesús. En la Eucaristía no de-
cimos simplemente que Jesús está en el pan.
No. El pan ya no está. La Eucaristía es Jesús;
es él, él en plenitud. No puede estar más pre-
sente que allí en esta tierra, porque ése que
parece pan es él, totalmente él. Es él. Un cru-
cifijo es sólo un signo que me recuerda a Je-
sús, pero la Eucaristía es él. Cuando expresa-
mos nuestro amor a un crucifijo o a una ima-
1
Recordemos que cuando decimos "cuerpo" de Cristo
entendemos el Cristo total que se comunica, no
solamente sus órganos físicos.
12 Para que vivas mejor la misa

gen religiosa, nuestro amor no se dirige a ese


objeto, sino al Señor que está representado
en esa imagen. En cambio, cuando adoramos
la Eucaristía, estamos adorando directamen-
te a Cristo, porque la Eucaristía es él mismo.
Eso significa que es una presencia "sustancial"
de Jesús. Entonces merece toda adoración y
siempre nos quedamos cortos.
Por eso en la consagración Jesús dice "esto
es mi cuerpo", y no "aquí está mi cuerpo" En
los demás sacramentos Jesús está presente por
su poder, haciendo una obra, y allí puede de-
cir "aquí estoy yo, perdonando tus pecados";
pero en la Eucaristía me dice "Este soy yo"
Sólo quedan las apariencias de pan. ¿Para
qué? Para que podamos verlo y sentirlo en
nuestra boca. Las apariencias del pan quedan
para decirnos silenciosamente que Cristo nos
invita a comerlo.

Presencia "sacramental"

Para evitar confusiones, decimos también


que la presencia de Jesús es "sacramental". No
debemos decir que al morder la hostia esta-
mos mordiendo a Jesús, como podríamos
mordernos entre nosotros, porque ahora el
cuerpo de Jesús está resucitado y completa-
Víctor Manuel Fernández 13

mente transfigurado. Es el mismo Jesús, pero


ya no tiene un cuerpo que pueda ser lastima-
do, partido o afectado por nuestros dientes.
Eso sería un canibalismo. El que está en la
Eucaristía es el Resucitado, y está transfigura-
do, transformado. Su cuerpo ha perdido los
límites que tenemos en la tierra, y entonces
puede estar presente en todos los templos al
mismo tiempo. Por eso mismo, para que po-
damos verlo, es necesario que permanezcan
las apariencias del pan. Nosotros no podemos
ver los ojos del resucitado ni escuchar su voz;
pero él está bajo las apariencias del pan y del
vino, y así podemos reconocerlo. Si él nos
transformara para que pudiéramos verlo re-
sucitado, nos deslumhraría de tal manera que
estaríamos obligados a aceptarlo; pero él pre-
fiere que lo aceptemos por la fe, y nos deja la
posibilidad de rechazarlo. ¿Por qué lo hace?
Porque le gusta que desde nuestra debilidad
tengamos un crecimiento, que vayamos pa-
sando de la incredulidad a la fe, y vayamos
pasando de una fe débil a una fe cada vez más
fuerte. Por eso prefiere que no lo veamos re-
sucitado y que lo veamos en la apariencia sen-
cilla de un pedazo de pan.
Su presencia en la Eucaristía se llama
"sacramental" porque está bajo esas aparien-
14 Para que vivas mejor la misa

cias del pan y del vino. Sin la fe, pensaríamos


que allí hay solamente un pedazo de pan, pero
gracias a la fe reconocemos que él realmente
está allí para ser nuestro alimento.

Para ser comido

No basta adorarlo en el Sagrario y experi-


mentar su presencia espiritual en nuestros
corazones, porque a él no le interesa sólo
transmitir desde allí una fuerza espiritual. Él
en la Eucaristía es alimento que espera ser co-
mido:
En la Eucaristía Jesús lo da todo... Dios desea
estar completamente unido a nosotros para que
todo su ser y el nuestro puedan fundirse en un
amor eterno. Toda la larga historia de la relación
de Dios con los seres humanos es una historia de
comunión cada vez más profunda... una historia
en la que Dios busca modos siempre nuevos de
unirse en íntima comunión con nosotros.2
Su presencia en la Eucaristía no es un fin
en sí misma. Su presencia bajo las aparien-
cias del pan es pasajera, no existirá en el cie-
lo; es sólo una presencia necesaria para los
caminantes, para los peregrinos en esta tie-
2
H. Nouwen, Con el corazón en ascuas, Santander 1996,
72-73.
Víctor Manuel Fernández 15

rra. Esa presencia en la Eucaristía tiene como


objetivo que lo comamos para que él pueda
estar cada vez más presente en nuestros corazo-
nes. Cuando alguien comulga con fe, Jesús
transforma un poco más su corazón y puede
estar más presente en él.
Es cierto que esa presencia de Jesús en el
corazón es imperfecta, y que nunca se iguala-
rá a su presencia en la Eucaristía, porque el
pan se convierte totalmente en Cristo pero yo
sigo siendo yo. Pero también es cierto que él
está en la Eucaristía para ser alimento del cora-
zón humano, porque desea ser comido y así
hacerse más presente en nuestra intimidad,
allí donde puede amar y ser amado. La pre-
sencia en la Eucaristía está al servicio de la
comida en la comunión. La consagración está
al servicio de la comunión.
Entonces no estamos llamados a quedar-
nos en el templo, sino a lograr un encuentro
tan personal con él que podamos encontrar-
lo en cualquier parte, llenándolo todo, dándo-
le sentido a la vida cotidiana. En cualquier
lugar, y no sólo en la misa, el Señor debe ser
el sentido, la luz y la profundidad de lo que
vivimos.3
3
Orígenes decía: "¿De qué me sirve si Cristo nació de
la Virgen santa, pero no nace en mi intimidad?" (In
16 Para que vivas mejor la misa

Nuestra relación con él no debería redu-


cirse a esos momentos en que podemos ir a
un lugar sagrado y estar ante un sagrario. Por-
que el Señor quiere iluminar todos los mo-
mentos de la vida, él espera que yo aprenda a
reconocerlo siempre conmigo.
Por eso la Eucaristía está para ser comida.
Si vamos a buscar a Jesús en la Eucaristía es
para alimentar nuestro interior, de manera
que podamos encontrarnos con él en cual-
quier circunstancia, sobre todo cuando más
lo necesitamos. Hemos insistido tanto en la
presencia real de Cristo en la Eucaristía y he-
mos acentuado tanto que la Eucaristía es el
centro, que a veces no queda claro que tam-
bién es real la presencia de Jesús cuando esta-
mos trabajando o compartiendo con nuestros
seres queridos, aunque no estemos en un tem-
plo. A veces parece que Cristo solamente es el
centro de nuestra vida si estamos delante de
un sagrario, y no tanto cuando lo adoramos
en medio de la vida cotidiana, en medio de
nuestros cansancios y alegrías.

Jer. hom. 9, 1). El mismo H. De Lubac reflexiona sobre


esta frase de Orígenes diciendo: "La existencia cristiana
es un engaño si no reproduce, a partir de su ritmo
interior aquel Misterio de Cristo... * (Histoire et Ésprit,
Paris 1950, 181).
Víctor Manuel Fernández 17

Lo importante es mi permanente amis-


tad con él, también cuando no puedo comul-
gar y cuando no puedo ir a una iglesia, tam-
bién cuando no estoy leyendo la Biblia. Su
presencia en la Eucaristía está al servicio de
esa amistad permanente.
Pero para alimentar esa amistad perma-
nente no me queda más que reconocer que
tengo que buscar a Jesús allí donde él ha que-
rido hacerse accesible como alimento interior:
en la Eucaristía. No somos ángeles, y necesi-
tamos de cosas que podamos ver o tocar para
encontrarnos con el Señor. También nuestro
cuerpo, nuestros ojos, nuestros oídos, nues-
tra boca, participan de la relación con Dios.
Por eso, necesitamos recibir la Eucaristía.
En esta comida en realidad sucede lo con-
trario de lo que ocurre con las demás comi-
das. Porque Cristo no es asimilado por noso-
tros, su carne no se convierte en la nuestra.
Nosotros, al comerlo, somos asimilados por él,
somos incorporados, elevados a él, transfor-
mados en él, sin dejar de ser nosotros mis-
mos: "No me transformarás en ti, haciéndo-
me manjar de tu carne, sino que tú te trans-
formarás en mí".4

4
S. Agustín, Confesiones, 7, 10, 16.
18 Para que vivas mejor la misa

Para estar con nosotros y ser adorado

Dijimos que la presencia de Jesús en la


Eucaristía es "sustancial", que el pan deja de
ser pan. Entonces no decimos que Jesús está
en la Eucaristía sólo durante la celebración
de la misa y que después se va. Por eso, ya en
el año 150, nos cuenta san Justino que des-
pués de la celebración se llevaba la comunión
a los ausentes. Eso significa que su presencia
sigue siendo real también después de la misa.
Para poder llevarla a los enfermos, la Igle-
sia comenzó a hacer sagrarios donde se guar-
daban las hostias consagradas. Por eso, de
manera espontánea, las personas comenzaban
a detenerse ante los sagrarios y fue surgiendo
la adoración a Jesús presente en la Eucaristía.
¿Acaso podría ignorarse esa presencia del Se-
ñor? ¿Sería comprensible que los cristianos
se detuvieran ante la cruz o ante las imágenes
de los santos e ignoraran esa presencia sus-
tancial de Jesús?
Por eso, la Iglesia enseña que Jesús está
en la Eucaristía sobre todo para ser comido,
pero que también estamos llamados a ado-
rarlo en los templos, fuera de la celebración
de la misa.
Víctor Manuel Fernández 19

Cuando nos quedamos un rato ante un


sagrario conversando con Jesús, y logramos
abandonar nuestras resistencias, podemos
decir como dijo Pedro en la transfiguración:
"Señor, qué bueno es estar aquí" (Mt 17, 4).
Entonces nos damos cuenta que ése es un
lugar maravilloso, donde el Maestro nos en-
seña todo lo que necesitamos saber: "Señor,
a quién vamos a ir, si tú tienes palabras de
vida eterna" (Jn 6, 68).
Jesús allí presente es compañía, consue-
lo, orientación, fuerza, paz, cariño, gozo, com-
prensión, alivio, esperanza. Cada vez que nos
acercamos a la Eucaristía y le abrimos a Jesús
nuestro corazón sincero, Jesús nos repite la
misma pregunta, con su infinita ternura: "¿qué
quieres que haga por ti?" (Me 10, 51). Por eso
podemos expresarle a Jesús todas nuestras
preocupaciones, deseos y necesidades, hasta
que el corazón se quede en paz, sabiendo que
todo está en sus manos.
Cuando nos quedamos un rato ante el
sagrario nos damos cuenta que no estamos
solos, no somos huérfanos, no estamos des-
amparados. Él no discrimina jamás, todos
somos sagrados e importantes para él siem-
pre, en cualquier situación en que nos encon-
tremos.
20 Para que vivas mejor la misa

Él es el pastor, el maestro, el hermano, el


amigo, el médico, el Señor infinito y todopo-
deroso, la fuente de vida divina. Allí, en el
sagrario, nos dice: "Vengan a mí todos los que
están fatigados y agobiados, y yo les daré des-
canso" (Mt 11, 28).
Allí podemos pedirle que nos perdone y
nos purifique, que nos ayude en nuestras di-
ficultades; podemos contarle todo eso que a
nadie más le diríamos. También es justo que
le demos gracias por tantas cosas.
Pero, sobre todo, él merece nuestra ado-
ración. La adoración son actos de fe, esperan-
za y de amor.
Sin embargo, eso no significa que no de-
bamos pedirle lo que necesitamos. También
manifestamos nuestra adoración compartien-
do con él nuestras preocupaciones y suplicán-
dole, porque así expresamos nuestra confian-
za en su amor y en su poder.
Pero todo esto, si realmente es un encuen-
tro con él y no un monólogo, no hace más
que encender el deseo de recibirlo en la co-
munión, de participar de la misa, donde él se
entrega como alimento. Por eso, pasemos a
hablar de la celebración de la misa.
Víctor Manuel Fernández 21

2. La misa como banquete


La misa es un verdadero banquete. Jesús
mismo prepara la mesa y nos invita a reunir-
nos para compartir el pan que nos ofrece. Así
se cumple lo que él propone a cada discípulo
en la Palabra de Dios: "Cenaré con él y él con-
migo" (Apoc 3, 20). Pero no comemos solos
los dos, porque es un banquete de la comu-
nidad, con Jesús en medio. Es una comida co-
munitaria. En el Nuevo Testamento se llama-
ba "cena del Señor" o "fracción del pan".
Cuando vayamos a misa, recordemos
siempre que vamos porque Jesús nos ha con-
vocado a esta cena de hermanos, y vayamos
con la misma alegría que tenían los primeros
cristianos cuando se reunían para partir el pan
(Hech 2, 42.46).
La Iglesia nos enseña: No hay duda de que
el aspecto más evidente de la Eucaristía es el de
banquete. La Eucaristía nació la noche del Jueves
santo en el contexto de la cena pascual. Por tanto,
conlleva en su estructura el aspecto del banque-
te... Este aspecto expresa muy bien la relación de
comunión que Dios quiere establecer con nosotros
y que debemos desarrollar recíprocamente entre
nosotros (MND 15).5
5
Los documentos de la Iglesia se citan entre paréntesis
con una sigla. Las siglas se indican al final.
22 Para que vivas mejor la misa

Pero esto debe ser entendido de tal mane-


ra que exprese también su contenido profun-
do. No es cualquier comida lo que se compar-
te, porque Jesús mismo se ofrece en sacrificio.
Es cierto que Jesús está presente resucitado,
pero "muestra las señales de su pasión, de la
cual cada misa es su memoriar (MND 15).
Esto supone que Jesús se hace realmente
presente, y se ofrece a nosotros como se ofre-
ció en la cruz. Pero ahora se ofrece para ser co-
mido. Como dijimos, cuando decimos que es
una "presencia real" no es porque no sean rea-
les las demás presencias, sino porque está "sus-
tancialmente presente en la realidad de su cuer-
po y de su sangre" (MND 16). Por eso la Euca-
ristía es la presencia de Jesús por excelencia.
Si la misa es un banquete, de ahí la im-
portancia particular de la comunión dentro
de ella, porque de otro modo no sería una
comida. Jesús insistió en esto cuando dijo: "Yo
soy el pan vivo bajado del cielo" (Jn 6, 51), y
"mi carne es verdadera comida y mi sangre es
verdadera bebida" (Jn 6, 55).
No debería llamarnos la atención que Je-
sús nos haya dejado la Eucaristía, si tenemos
en cuenta dos cosas: a Jesús le gustaba com-
partir comidas con la gente, y el Reino de Dios
que vendrá será también un banquete.
Víctor Manuel Fernández 23

1) Jesús comía y bebía con la gente.


El evangelio cuenta que Jesús era famoso
por ir a comer con pecadores (ver Mc 2, 15-
17). Es más, era tan común esta costumbre
de andar por ahí compartiendo la mesa, que
lo acusaban de "comilón y borracho" (Mt 11,
19). En ese mismo texto Jesús reconoce que
él no es austero o solitario como Juan el Bau-
tista (11, 18), sino que "come y bebe" (11,19).
Esto en aquella época tenía más fuerza que
ahora, porque los que se sentaban a la mesa
comían todos de un mismo plato; la comida
tenía siempre un profundo sentido de amis-
tad y comunión fraterna. Por eso, en la últi-
ma cena Jesús dice: "el que ha mojado con-
migo su pan en el plato, ése me entregará"
(Mt 26, 3). Pero además, Jesús quiso sentarse
a la mesa con sus discípulos también después
de su resurrección. Por eso ellos decían: "no-
sotros comimos y bebimos con él después que
resucitó de entre los muertos" (Hech 10, 41).
Es reazonable, entonces, que nos haya deja-
do la comida de la misa.
2) El Reino de Dios será un banquete.
Dice el profeta Isaías que Dios prepara
para todos los pueblos "un banquete de vi-
nos añejados, manjares sabrosos, vinos gene-
rosos" (Is 25, 6). Y Jesús decía que "el Reino
24 Para que vivas mejor la misa

de los cielos es semejante a un rey que cele-


bró el banquete de bodas con su hijo" (Mt
22, 2), y que habrá un banquete "en el Reino
de los cielos" (Mt 8, 11; ver también Lc 14,
15; Mt 26, 29).
Por todo esto, es comprensible que Jesús
nos dejara el banquete de la Eucaristía, para
compartir la mesa con nosotros. Él mismo no
se hizo esperar y celebró la Eucaristía con los
discípulos de Emaús después de su resurrec-
ción, y ellos lo reconocieron cuando partió el
pan (Lc 24, 35). Esa fue la primera misa des-
pués de la cena del Jueves santo.

3. La misa como memorial


del sacrificio de Jesús
La misa no es un sacrificio nuestro, como
si el sacrificio fuera tener que estar una hora
en el templo, o aceptar el aburrimiento que
nos provoca. No. La misa es una fiesta y un
banquete para nosotros, es un regalo y un
gozo. El sacrificio es el de Jesús, que se ofreció
en la cruz y se hace presente en la misa. Por-
que "lo mismo que se ofrece ahora por el
ministerio de los sacerdotes, se ofreció allá en
la cruz; sólo es distinto el modo de hacer el
ofrecimiento".6 En la cruz Jesús sufría, era des-
Víctor Manuel Fernández 25

trozado, derramaba su sangre con dolor, pero


eso no se repite en la misa. El sacrificio de Jesús
se hace presente en la misa de un modo in-
cruento. Por eso en la misa no tenemos que
llorar con Jesús como si él estuviera sufrien-
do.
El sacrificio de Jesús es uno solo, "de una
vez para siempre" (Heb 7, 27; 9, 12), y enton-
ces la misa no es una repetición de ese sacrifi-
cio. Lo que sucede en la misa es que allí se
hace presente esa misma ofrenda total de Jesús
en la cruz. En cada misa él ofrece su vida al
Padre por nosotros, pero de otra manera, por-
que ahora está resucitado, "siempre vivo para
interceder" por nosotros (Heb 7, 25). Y Cris-
to, "una vez resucitado, ya no muere más"
(Rom 6, 9). Entonces no hay lugar para la tris-
teza o la amargura en la misa; la misa no es
un velatorio, es una fiesta.
Sin embargo, que esté resucitado, no quie-
re decir que su entrega en la cruz sea algo del
pasado. Cuando decimos que la misa es un
"Memorial" de la Pascua, no queremos decir
que es un simple recuerdo, porque en la tra-
dición judía y cristiana un memorial es una
celebración donde lo que se celebra se hace
realmente presente; o podemos decir que no-
6
Concilio de Trento, sesión XXIII, 2.
26 Para que vivas mejor la misa

sotros nos hacemos misteriosamente presen-


tes en ese acontecimiento que recordamos. En
cada misa los fieles toman "contacto vital con
el sacrificio de la cruz, y así los méritos que
de él se derivan, les son transmitidos y aplica-
dos" (MD 50).
La entrega de Jesús se hace verdaderamen-
te presente en la misa. Quiere decir que aquel
único sacrificio de Jesús en la cruz se prolonga
y entra en cada celebración de la misa, hasta el
fin del mundo. Por eso, cada misa es la gran
ofrenda de Cristo al Padre que la Iglesia cele-
bra.
En cada misa, nuestro amor puede decir
como Pablo: "Estoy crucificado con Cristo"
(Gal 2, 20). La misa no es fabricar algo; es
dejarse tomar por Jesús y recibir la vida que
brota de su cruz, como si nosotros estuviéra-
mos presentes, con María y Juan, en el mo-
mento mismo de su pasión y su muerte. De-
cimos "como si estuviéramos" porque, aun-
que ese misterio se hace realmente presente
en la misa, no se realiza como en la cruz, de
modo cruento y doloroso, sino de otra forma.
Este sacrificio de Jesús en la cruz que se
hace presente en la misa debe entenderse jun-
to con toda la vida de Jesús, entregada por
nosotros. En realidad la muerte de Jesús es la
Víctor Manuel Fernández 27

consecuencia de su entrega total. Lo mataron


porque no soportaban su mensaje y porque
su testimonio contradecía a los poderosos. Por
eso, al celebrar su sacrificio celebramos su
permanente entrega de amor. Entonces vale
la pena recordar que lo que más interesa en
este sacrificio no es el sufrimiento, sino el ofre-
cimiento de su vida por amor hasta el fin: "Él,
que había amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1).
Es cierto que Jesús sufrió, pero también
es cierto que él aceptaba dar la vida, él desea-
ba esa entrega más que cualquier mártir; él
vivió apasionadamente esa entrega total sa-
biendo que no era una fatalidad inútil, sino
que era para nuestra salvación. Leamos de-
tenidamente estos textos: "He venido a traer
fuego a la tierra, y ¡cuánto desearía que ya es-
tuviera ardiendo!" (Lc 12, 49). "¡He deseado
intensamente comer esta Pascua con ustedes
antes de padecer!" (Lc 22, 14). "Entonces dije:
¡Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad!"
(Heb 10, 7.9). "Yo doy mi vida para recobrar-
la de nuevo. Nadie me la quita, yo la doy li-
bremente" (Jn 10, 17-18). "Ha llegado la
hora... Y ¿qué voy a decir: Padre líbrame de
esta hora? ¡Pero si para esto he venido!" (Jn
12, 23.27). "Padre, ha llegado la hora, glorifi-
ca a tu Hijo" (Jn 17, 1). En la misa no celebra-
28 Para que vivas mejor la misa

mos una fatalidad, sino una entrega libre de


amor, hasta el extremo. Esa entrega nos ha
salvado, y esa salvación se derrama en cada
misa.

4. La misa como Memorial de la


Pascua
En la celebración de la Eucaristía no se
hace presente sólo el misterio de Cristo cruci-
ficado, sino el misterio total de su Pascua, in-
cluyendo la Resurrección.
Prestemos atención a esta palabra "mis-
terio". No significa algo raro, difícil de enten-
der, complicado, oscuro. No. Significa que es
algo maravilloso, inmensamente bello, tan
precioso que nos desborda por todas partes;
por eso no podemos compararlo con otras
cosas de la vida, como si fueran iguales. La
misa es un banquete, pero no cualquier ban-
quete; es mucho más que cualquier otro ban-
quete. Allí se hace presente algo que este mun-
do no puede contener.
Y en cada misa se hace realmente presen-
te el misterio de la cruz que se actualiza de un
modo misterioso. Sin embargo, no es sólo una
participación en su muerte, ya que "si Cristo
no resucitó vana es la fe de ustedes, están to-
Víctor Manuel Fernández 29

davía en sus pecados" (1 Cor 15, 17). El Jesús


que se hace presente en la Eucaristía es él Re-
sucitado. El que ora con nosotros es el Resuci-
tado. El que recibimos en la comunión es el
Resucitado, está vivo, feliz y glorioso. Porque
él "está siempre vivo para interceder" por no-
sotros (Heb 7, 25).
Por eso el vino, como en cualquier ban-
quete, simboliza también la alegría, la fiesta,
el gozo y la plenitud vital del Señor resucita-
do que nos comunica su vida feliz. Y esto se
acentúa más todavía en la celebración domi-
nical, en el día en que Cristo venció a la muer-
te y comparte con su Iglesia amada el gozo de
su triunfo. Entonces, nada de dolorismo en
la misa.
Pero no actúan la muerte y la resurrec-
ción separadamente. En la celebración de la
Eucaristía actúan simultáneamente los dos
misterios. Porque en cada Eucaristía se hace
presente y se actualiza el "paso" de la muerte
a la vida, o la muerte que da paso a la vida y
comunica nueva vida.
En el evangelio de Juan, el Cristo que
muere en la cruz es el que derrama el Espíritu
Santo, y al derramarlo sacia su propia sed de
dar la vida (Jn 7, 39; 19, 28-30). Para este Evan-
gelio Cristo reina en la cruz; allí está glorioso
30 Para que vivas mejor la misa

y potente comunicando vida. Y así el evange-


lio de Juan complementa la visión de los evan-
gelios sinópticos, que destacan más la humi-
llación de Jesús.
La unidad de los dos misterios, muerte y
resurrección, es algo que a nosotros nos cues-
ta percibir, pero eso es lo que se actualiza en
la celebración de la Eucaristía. De hecho, el
Cristo resucitado conserva las marcas de sus
clavos, las señales de su entrega hasta el fin
(Jn 20, 27; Apoc 1, 7; 5, 6-9). Además, san
Pablo presenta la experiencia cristiana como
una participación en la pasión de Cristo: "Es-
toy crucificado con Cristo... que me amó has-
ta entregarse a sí mismo por mí" (Gal 2, 19-
20; 6, 14.17; Corl 1, 24). Y si la presencia del
resucitado en la vida del creyente es también
una unión con Cristo crucificado, con mayor
razón en la eucaristía se hace presente el mis-
terio de la Pasión. De hecho san Pablo ense-
ña que en la eucaristía "proclamamos la muer-
te del Señor" (1 Cor 11, 26).
Podemos acercarnos "confiadamente al
trono de la gracia para alcanzar misericordia",
porque "no tenemos un sumo sacerdote que
no pueda compadecerse de nuestras debili-
dades, ya que ha sido probado en todo como
nosotros, menos en el pecado" (Heb 4, 15-
16). Si recordamos que el Resucitado es el que
Víctor Manuel Fernández 31

soportó la Pasión, podemos pensar que es ca-


paz de comprender nuestros dolores y angus-
tias y compadecerse de nosotros cuando su-
frimos. Además, también el cáliz habla de la
Pasión del Señor. Recordemos que cuando
Jesús se entregaba a la Pasión, oraba al Padre
diciendo: "Padre, todo es posible para ti, apar-
ta de mí este cáliz" (Mc 14, 36; 10, 38).
Pensemos que el Cristo resucitado está
siempre presente en la Iglesia, pero nosotros
no hemos alcanzado plenamente en nuestras
vidas ese misterio de su vida nueva, no he-
mos pasado del todo de la muerte a la vida. Y
la eucaristía existe "para nosotros". Por eso,
cuando participamos de la eucaristía, lo que
nos sucede es que pasamos un poco más, con
Cristo, de la muerte a la vida. En esa presencia
única y suprema del misterio de la Pascua se
derrama en nosotros esa vida de la gracia que
llena el corazón rebosante del Resucitado. Así
podemos alcanzar algo más de la vida divina
que reina en el Resucitado y abandonar un poco
más la muerte que nos domina todavía.
Pero, por otra parte, si nuestra vida en la
tierra es también, inevitablemente, una suce-
sión de muertes (renuncias, finales, entregas,
pérdidas, etapas que culminan), la eucaristía
nos permite asociarnos de un modo especia-
32 Para que vivas mejor la misa

lísimo al misterio del Cristo entregado, limi-


tado, hecho sacrificio y ofrenda de amor en
la cruz. Así, uniendo mis heridas a las suyas, y
recordando que ése que recibo vivo en la eu-
caristía es el que "me amó hasta entregarse a
sí mismo por mí" (Gál 2, 20), le doy un sen-
tido místico y ardiente a mis propias muer-
tes. Por eso, de esas mismas muertes pueda bro-
tar vida nueva.

5. La misa como celebración de la


nueva Alianza
Así como la fiesta de la Pascua celebraba
la Alianza de Dios con su pueblo elegido, los
cristianos celebramos en cada misa la Alian-
za que Jesús selló con su Iglesia en la cruz.
Dios quiso elegir un Pueblo pobre y peque-
ño, por puro y gratuito amor, y llegó a expre-
sarle ese amor de un modo insólito: hacien-
do alianza con él. Esa alianza implicaba para
el Pueblo pertenecerle sólo a él, dejarse amar
por ese Dios, y simplemente depositar en él
su confianza: "Ustedes serán mi propiedad per-
sonal entre todos los pueblos" (Ex 19, 5).
Los profetas explicaron esta alianza como
una verdadera unión matrimonial, que exi-
gía al Pueblo confiar plenamente en el amor
Víctor Manuel Fernández 33

de Dios y no en otros ídolos o poderes terre-


nos. Y la clave de la fidelidad del Pueblo esta-
ba simplemente en su capacidad para dejarse
amar, para dejarse poseer, renunciando a la
desconfianza enfermiza y al deseo de auto-
nomía.
En el libro del profeta Oseas, Dios se pre-
senta como un esposo locamente enamora-
do, y el Pueblo como una prostituta que a cada
rato se extravía detrás de otros amores. Pero
la respuesta del esposo enamorado no es la
venganza, sino intentar seducirla por todos
los medios posibles, hasta llevarla al desierto
para hablarle al corazón (Os 2, 15-16). Y a
pesar de todos los desprecios, él promete sa-
nar su infidelidad, amarla gratuitamente (Os
2, 21) y ser como un rocío para ella (14, 5-6).
También el libro de Ezequiel presenta la
relación de Dios con su Pueblo como una
dolorosa historia de amor engañado, traicio-
nado, despreciado, donde Dios tuvo la ini-
ciativa: "Hice alianza contigo, y tú fuiste mía"
(Ez 16, 7-8). A pesar de las infidelidades, Dios
ofrece renovar la alianza y establecer una
alianza nueva y eterna: Yo me acordaré de mi
alianza contigo en los días de tu juventud y esta-
bleceré en tu favor una alianza eterna" (Ez 16,
60-62).
34 Para que vivas mejor la misa

El profeta Jeremías presenta a un Dios


amante que añora los primeros tiempos del
amor, cuando ella lo seguía llena de confian-
za, aceptando ser suya: "De ti recuerdo tu cari-
ño juvenil, el amor de tu noviazgo, cuando tú me
seguías por el desierto" (Jer 2, 2).
Sin embargo, Dios no se quedó en la nos-
talgia o en la queja. Él es fiel a su amor y vuel-
ve a tomar la iniciativa, por encima y más allá
de todos los desprecios y olvidos, pero esta
vez encargándose él mismo de trabajar en su
corazón para purificarla y para transformar su
indiferencia en fidelidad amorosa: "Con amor
eterno te he amado, por eso he reservado gracia
para ti" (Jer 31, 3). "Sobre sus corazones escribiré
mi Ley. Yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo
(Jer 31, 33). "Les daré un corazón nuevo, infun-
diré en ustedes un espíritu nuevo" (Ez 36, 26).
Esa obra sublime de la nueva Alianza es
la que realizó Jesús en la cruz, sellando con
su propia sangre el pacto eterno. Y esa nueva
Alianza se hace presente plenamente en la cele-
bración de la eucaristía, el sacramento de la
nueva Alianza. Allí se actualiza la acción re-
dentora de Cristo y él entra en el corazón de
su Pueblo para renovarlo y hacerlo capaz de
una amorosa fidelidad. Por eso Jesús en la
última Cena dijo: "Esta copa es la nueva Alian-
Víctor Manuel Fernández 35

za en mi sangre, que es derramada por ustedes"


(Lc 22, 20).
Recordemos que, cada vez que vamos a
la misa, renovamos, junto con los hermanos,
nuestra propia alianza con el Señor.

6. La misa como anticipo del


Banquete de la Pascua eterna
La eucaristía es el mejor anticipo del ban-
quete eterno del Reino celestial. Jesús mismo
relacionó la eucaristía con el Reino de los cie-
los (ver Mt 26, 28-29). Además, Jesús conec-
tó muy claramente la eucaristía con la vida
eterna cuando dijo: "El que come mi carne y
bebe mi sangre tiene la vida eterna, y yo lo re-
sucitaré en el último día" (Jn 6, 54). "El que
me coma vivirá por mí" (Jn 6, 57).
La eucaristía siembra en nosotros un ger-
men celestial, porque derrama en nosotros la
vida de Jesús y así nos prepara para la eterni-
dad feliz. Moriremos, sí, pero pasaremos a la
felicidad que nunca se acaba. Por eso la euca-
ristía nos da esperanza, nos fortalece y nos
alienta para seguir caminando, nos da pacien-
cia y perseverancia en medio de las dificulta-
des de la vida. También derrama en nosotros
un gusto por las cosas del cielo, porque nos
36 Para que vivas mejor la misa

hace probar interiormente un anticipo de las


maravillas que recibiremos en la eternidad.
De esa manera, nos ayuda para que no abso-
luticemos las cosas de esta tierra y no nos ob-
sesionemos tanto por las cosas que se acaban.
Pero al mismo tiempo nos da fuerzas para
mejorar este mundo, porque así colaboramos
en la preparación del Reino celestial. Como
la eucaristía nos proyecta al final de la histo-
ria, esto "da al sacramento eucarístico un di-
namismo" hacia el futuro, un sentido de es-
peranza (MND 15).
Este sentido de esperanza (que se llama
"escatológico") aparece a lo largo de toda la
misa. Veamos algunos ejemplos.
Al final del acto penitencial el sacerdote
dice:".. .y nos lleve a la vida eterna". En la acla-
mación después de la consagración los fieles
dicen: "Ven Señor Jesús", o "hasta que vuel-
vas". En la oración después del Padrenuestro
el sacerdote dice: "mientras esperamos la ve-
nida gloriosa de nuestro Salvador, Jesucristo".
Cuando el sacerdote muestra la hostia consa-
grada dice: "felices los invitados al banquete
celestial". En la plegaria eucarística le pedimos
al Señor que nos reciba también a nosotros
en su Reino junto con María y los santos. En
las oraciones variables que dice el sacerdote
Víctor Manuel Fernández 37

frecuentemente se pide a Dios que podamos


alcanzar la vida eterna, etcétera
Vemos entonces que toda la misa está
atravesada por este insistencia en nuestro des-
tino eterno, para que recordemos que no se
acaba todo en esta vida y que hay algo más
que este mundo limitado y pasajero. La euca-
ristía es alimento para la vida eterna y es el
anticipo más perfecto del cielo:
"La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene
en su Eucaristía y que está ahí, en medio de noso-
tros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por
eso celebramos la Eucaristía mientras esperamos
la gloriosa venida de nuestro salvador Jesucristo...
De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y
tierra nueva, no tenemos prenda más segura, sig-
no más manifiesto que la Eucaristía" (CCE 1404-
1405).

7. La misa como sacramento de la


comunión fraterna
La misa es también el gran sacramento
(signo eficaz) de la unión entre los hermanos:
"Siendo muchos, un solo pan y un solo cuer-
po somos, porque todos participamos de un
solo pan" (1 Cor 10, 17). Por eso, usamos la
palabra "comunión" para hablar de la euca-
38 Para qué vivas mejor la misa

ristía, pero también la usamos para hablar del


amor fraterno, de la unidad entre nosotros.
Jesús expresó su profundo deseo de que sea-
mos "perfectamente uno" (ver Jn 17, 20-23),
y para eso nos dejó el banquete comunitario
de la eucaristía, que expresa, celebra y alimen-
ta nuestra comunión fraterna: "La unidad de
los fieles, que forman un solo cuerpo en Cris-
to, está representada y se realiza por el sacra-
mento del pan eucarístico" (LG 3).
Por eso, una de las súplicas que decimos
en la misa es ésta: "Te pedimos humildemen-
te que el Espíritu Santo congregue en la unidad
a cuantos participamos del cuerpo y la sangre
de Cristo" (Plegaria Eucarística II).
El Papa Pablo VI decía que está muy bien
que le demos a Jesús en la eucaristía toda
nuestra adoración, pero que no podemos
quedarnos allí. Jesús siempre nos lleva a vivir
como hermanos. Por eso, cualquier celebra-
ción de la eucaristía quedaría incompleta y
desaprovechada si no sacáramos fuerzas para
unirnos más a los demás. Veamos cómo Pa-
blo VI nos explica para qué Jesús se quedó en
la eucaristía:
"Es conveniente que al sacramento de la
Presencia del Señor se le deba toda conside-
ración, toda reverencia exterior e interior. Pero
Víctor Manuel Fernández 39

nuestra formación religiosa sería incompleta


y dejaríamos nuestra conciencia social sin su
mejor recurso, si olvidáramos que la eucaris-
tía está destinada a nuestro trato humano, ade-
más de nuestra santificación cristiana. Ha sido
instituida para que seamos hermanos. El sacer-
dote la celebra como ministro de la comuni-
dad cristiana, para que de extraños, dispersos e
indiferentes unos a otros, nos hagamos uno, igua-
les y amigos. Se nos ha dado para que, en lugar
de una masa apática, egoísta, hecha de perso-
nas divididas y hostiles, nos convirtamos en un
pueblo, creyente y amante, con un solo cora-
zón y una sola alma..."?
Pero la eucaristía nos llama a estar uni-
dos no sólo con las personas bellas, podero-
sas y agradables, que pueden beneficiarnos,
sino especialmente con los pobres y
sufrientes. Recordemos lo que nos pedía Je-
sús con tanta claridad: "Cuando des un ban-
quete, invita a los pobres, a los lisiados, a los
cojos y a los ciegos" (Lc 14, 13).
Porque así como en la eucaristía Cristo se
presenta como anonadado, oculto en la po-
breza de los signos, así también Cristo se iden-
tifica con el pobre y humillado: "Lo que le
hicieron a uno de estos hermanos míos más
7
Pablo VI, Alocución de Corpus Christi, 17/06/1965.
40 Para que vivas mejor la misa

pequeños a mí me lo hicieron" (Mt. 25, 40).


Por eso decía con tanta fuerza san Juan
Crisóstomo:
"¿ Quieren en verdad honrar el cuerpo de Cris-
to? No consientan que esté desnudo. No lo hon-
ren en el templo con manteles de seda mientras
afuera lo dejan pasar frío y desnudez'.6
De hecho, según san Justino, ya en el co-
mienzo del Cristianismo se acostumbraba
hacer una colecta para los pobres en la mis-
ma celebración eucarística.
Hay una íntima unidad entre la eucaris-
tía y el amor al pobre. Recordemos que en los
profetas hay una dura crítica del culto a Dios
sin misericordia con el pobre (Is 1, 11-17; Am
5, 21-24). Eso nos permite decir que "la cele-
bración de una liturgia espléndida, separada
de la sensibilidad para con el prójimo necesi-
tado e indefenso, constituye para Dios una
abominación y una blasfemia".9
Tanto la falta de generosidad como las
divisiones que pueden verse muchas veces en
las comunidades cristianas, muestran que la
comunión no produce sus efectos automáti-
camente en el cristiano, sino "según la medi-
8
S. Juan Crisóstomo, Homilía 50 sobre Mateo.
9
Comisión Episcopal de Fe y Cultura, Eucaristía:
evangelizarían y misión, Buenos Aires 1993, 22.
Víctor Manuel Fernández 41

da de su devoción".10 Hay que cooperar con el


propio empeño para que la eucaristía pueda
producir todos sus frutos de unidad y frater-
nidad. La eucaristía es el sacramento de la
unidad, pero también debe llegar a ser eso
concretamente en nuestras vidas. En la misa se
nos da el impulso y la gracia para lograrlo,
pero nosotros podemos resistirnos y desapro-
vechar esa gracia, porque seguimos optando
por el individualismo y la comodidad egoís-
ta. De ese modo, la eucaristía deja de perder
sentido para nosotros, ya que de ella se de-
ben derivar todas las exigencias de construc-
ción del mundo, de crecimiento en la frater-
nidad y la solidaridad. Por eso san Pablo ex-
hortaba con fuerza a los que iban a la Cena
del Señor pero estaban divididos y desprecia-
ban a los pobres, y les decía que "eso ya no es
comer la Cena del Señor" (1 Cor 11, 20).

8. Los distintos nombres


Los primeros cristianos llamaban a la eu-
caristía "Cena del Señor" (1 Cor 11, 20). Este
nombre destaca al Señor como centro: él con-
grega, él sirve, él se da como alimento. Así le
llaman hoy los hermanos protestantes.
10
S. Tomás de Aquino, STIII, 76, 5.
42 Para que vivas mejor la misa

Los primeros cristianos también le llama-


ban "fracción del pan" (Hech 2, 42. 46; 20,
7.11), y esto destaca la comunión entre her-
manos que comparten la eucaristía.
De todos modos, los dos nombres expre-
san que es una comida fraterna y que no se
trata de cualquier comida. Por eso los prime-
ros cristianos usaban estos nombres especia-
les, que no eran los que se utilizaban para
hablar de cualquier comida comunitaria.
Nosotros le llamamos "eucaristía". ¿De
dónde viene ese nombre? Vemos que en el
año 150 san Justino ya le daba ese nombre.
La palabra significa "agradecimiento". En rea-
lidad en los escritos del Nuevo Testamento
no se le da ese nombre, pero en los relatos de
la última Cena se usa el verbo agradecer
(eujaristein), porque Jesús, al tomar el pan y
el vino "agradeció". Esto tiene un sentido pro-
fundo, hasta cósmico:
"La eucaristía es un sacrificio de agradeci-
miento al Padre, una bendición por la cual la Igle-
sia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus
beneficios, por todo lo que ha realizado mediante
la creación, la redención y la santificación... Yes
también un sacrificio de alabanza por medio del
cual la Iglesia canta la gloria de Dios en nombre
de toda la creación" (CCE 1360-1361).
Víctor Manuel Fernández 43

Porque en esta acción de gracias se une


todo el universo, que "nacido de las manos
de Dios creador, retorna a él redimido por
Cristo" (EdE 8). En este sentido, la misa se
celebra "sobre el altar del mundo. Une el cie-
lo y la tierra" (ibid) en la misma alabanza.
Pero advirtamos que en la época del Nue-
vo Testamento la palabra eucaristía no signi-
ficaba sólo agradecimiento, porque se trata-
ba de una bendición, que santificaba al ali-
mento y convertía esa comida en un acto sa-
grado. Era la bendición con que se daba co-
mienzo al banquete. Por eso, en realidad el
nombre "eucaristía" significaba algo más que
agradecimiento; quería decir que esa celebra-
ción era un banquete "sagrado". De esa ma-
nera se distinguía del "ágape" que era sim-
plemente una comida fraterna, que solía ha-
cerse junto con la eucaristía.
Finalmente, a la celebración de la euca-
ristía le llamamos "misa". En realidad es el
nombre que menos contenido tiene. Cuando
la misa se celebraba en latín, el saludo de des-
pedida del sacerdote era: "ite, missa est". Sig-
nifica: "vayan, ya fue mandada". Era como
decir: "vayan, que la ofrenda ya fue elevada a
Dios". Los fieles no entendían mucho, pero
se quedaban en paz porque el sacerdote ya
44 Para que vivas mejor la misa

había enviado la oración a Dios. De ahí que-


dó la palabra misa como nombre de la cele-
bración. Pero podemos rescatar algo valioso
de este nombre: que la celebración de la misa
es una ofrenda que elevamos al Padre, es Cris-
to mismo que la asamblea ofrece al Padre jun-
to con el sacerdote.

9. Alabanza a la Trinidad
La misa entera es una alabanza al Padre,
al Hijo Jesús y al Espíritu Santo.
Toda la misa se dirige al Padre, porque es
la ofrenda de Jesús al Padre. Por otra parte,
celebramos toda la misa en unión con el Hijo
Jesús, y esa unión culmina en la comunión.
A veces parece que el Espíritu Santo no
está tan destacado, pero al Espíritu Santo lo
tenemos presente en toda la misa, desde la
señal de la cruz hasta la bendición final. Cada
una de las oraciones que dirige el sacerdote,
terminan recordando al Espíritu Santo: "en la
unidad del Espíritu santo, por los siglos de
los siglos".
En realidad, toda la misa es obra del Es-
píritu Santo. Sin él no podríamos ni siquiera
invocar al Padre. El Espíritu Santo convierte
el pan en el cuerpo de Cristo; es el que realiza
Víctor Manuel Fernández 45

la unidad de la comunidad y el que hace que


la eucaristía nos transforme a nosotros en Je-
sús.
La humanidad de Jesús está repleta del
Espíritu Santo. Por eso del corazón santo de
Jesús, realmente presente en la eucaristía, bro-
ta para nosotros ese desborde luminoso de la
presencia del Espíritu. Cuando comulgamos,
de ese corazón humano de Jesús, realmente
presente, se derrama, como agua pura y vivi-
ficante, el manantial del Espíritu que riega
nuestra aridez y sacia nuestra sed interior.
Vemos así que cuando comulgamos se
realiza en nosotros este admirable misterio:
la fiesta donde el Padre recibe la alabanza per-
fecta y donde se derrama el amor, el poder, el
fuego del Espíritu Santo. Y el Espíritu Santo
nos transforma, haciéndonos semejantes a
Jesús, de manera que el Padre puede ver en
nosotros el rostro amable de su Hijo.

10. Toda la riqueza de la misa


Todos estos aspectos de la misa están en-
trelazados, y no se comprende uno sin los
otros. Por eso hay que evitar las "reducciones"
(EdE 10).
46 Para que vivas mejor la misa

Es verdad que a alguien le puede atraer


más algún aspecto que otro; pero todos tene-
mos que dejarnos desinstalar para descubrir
mejor eso que no nos atrae tanto, para com-
prender mejor eso que no nos dice nada. Te-
nemos que pensar que la causa de nuestra
incomprensión está también en nosotros mis-
mos, porque nuestra mente es reducida, nues-
tra experiencia de la vida es parcial, nuestros
gustos son limitados. Que nosotros no vea-
mos algo no significa que eso no sea valioso.
Dice Juan Pablo II que "el hombre está siem-
pre tentado a reducir a su propia medida la
eucaristía, mientras que en realidad es él quien
debe abrirse a las dimensiones del misterio"
(MND 14).
Pero hay que recordar siempre que los
sacramentos son para nosotros, los seres hu-
manos, y no tienen sentido sin nosotros. La
eucaristía es la forma que ha elegido él para
entrar en nosotros, para entregarse a nuestras
vidas, para alimentarnos. Por eso, no olvide-
mos, la eucaristía lleva el nombre popular de
"comunión". Es nuestra comunión con Jesús en
un banquete de hermanos. Desde ese centro hay
que ubicar todos los demás aspectos de la
misa.
Víctor Manuel Fernández 47

11. El origen de la misa


Jesús en la última cena lo había pedido
expresamente: "Hagan esto en memoria mía"
(Lc 22, 19). Y después de la resurrección, los
discípulos compartían la mesa con el resuci-
tado (Hech 10,40-41).
De esta manera el mismo Señor resucita-
do, que se hacía presente para partir el pan
con sus discípulos, los fue acostumbrando a
celebrar la eucaristía dominical, que era una
tremenda novedad que los desbordaba.
Los tres evangelios sinópticos nos cuen-
tan cómo Jesús nos dejó la eucaristía (Mc 14,
17-21; Mt 26, 20-29; Lc 22, 14-23).
Por otra parte, san Pablo explica claramen-
te que la costumbre de celebrar la eucaristía
se debe a un mandato recibido del Señor, que
había pedido que se hiciera en memoria de él:
"Porque yo recibí del Señor lo que les he trans-
mitido; que el Señor la noche en que fue entrega-
do tomó pan, y después de dar gracias lo partió y
dijo: 'Este es mi cuerpo que se entrega por ustedes.
Hagan esto en memoria mía'. Y después de cenar
tomó también la copa diciendo: 'Esta copa es la
nueva Alianza en mi sangre. Todas las veces que
la beban háganlo en memoria mía. Porque cada
vez que comen este pan y beben esta copa, anun-
48 Para que vivas mejor la misa

dan la muerte del Señor hasta que él vuelva"


(1 Cor 11, 23-25).
Pero además san Pablo muestra que se
trataba de una verdadera presencia de Cristo.
Por eso advierte que no se puede recibir el
cuerpo de Cristo de cualquier manera, y que
hay que examinarse a sí mismo antes de reci-
birlo (11, 27-29), teniendo cuidado de no re-
cibirlo indignamente. Esto muestra claramen-
te que existía la convicción de que no se reci-
bía simplemente un pedazo de pan, o un sím-
bolo sin contenido, sino al mismo Cristo. Era
un banquete, pero donde el alimento era Cris-
to. De ahí que san Pablo indique que no es
una comida como la que uno hace en su casa;
hay que distinguir bien: "¿No tienen sus ca-
sas para comer y beber?" (1 Cor 11, 22).
Por todo esto, sabemos que la eucaristía
se celebra desde los comienzos del Cristianis-
mo. De hecho, es interesante advertir que la
eucaristía, tal como la celebramos ahora, exis-
tía ya en el año 150. En esa época, san Justino
escribió contándonos cómo era la celebración.
Veamos su narración:
"El día del sol (el domingo) todos los que
habitan en las ciudades o en el campo se reúnen
en un mismo lugar.
Víctor Manuel Fernández 49

Se leen allí los relatos de los Apóstoles o los


escritos de los Profetas, tanto como el tiempo lo
permita.
Cuando él lector ha terminado, toma la pala-
bra el que preside y exhorta a vivir esas hermosas
enseñanzas.
Inmediatamente después nos levantamos to-
dos juntos y elevamos nuestras preces. A continua-
ción, una vez terminada la oración, se trae pan,
vino y agua.
El que preside recita oraciones y acciones de
gracias. Y todo el Pueblo responde con la aclama-
ción ¡Amén!
Entonces se distribuyen y se reparten las
eucaristías a cada uno.
Y se envía a los diáconos para que se las lle-
ven a los que están ausentes".11
Esto se escribió sólo cincuenta años des-
pués que se terminó de escribir el Nuevo Tes-
tamento. Vemos aquí que la estructura de la
misa actual es básicamente la misma que en
aquella época.
Para destacar que no era una comida cual-
quiera, en la época de san Justino ya no se
hacían otras comidas en esta reunión; sólo se
llevaba pan, vino y agua. Y como sabían que
11
S. Justino, Apología I, 6.
50 Para que vivas mejor la misa

después de esa celebración ya no era un pan


común, se acostumbraba llevar la eucaristía a
los ausentes.
En otros Padres de la Iglesia de los prime-
ros siglos vemos la misma actitud de sumo
respeto y delicadeza ante la eucaristía, por-
que estaban convencidos de que no era un
pedazo de pan, sino Cristo mismo. La Didajé
(siglo I) pedía que no se recibiera la eucaris-
tía en pecado (cap. 14). Tertuliano (siglo II)
cuenta que se ponía mucho cuidado para evi-
tar que algo del cáliz o del pan cayera al sue-
lo.12 Enseñaba también que por no tratarse
de un alimento común la comunión no rom-
pía el ayuno.13 San Cipriano (siglo III) pedía
que no se admitiera rápidamente a comulgar
a los que habían abandonado la fe, porque
de ese modo podían "pecar contra el Señor
con la mano y con la boca".14
Y porque era un banquete sagrado, san
Justino nos cuenta que se acostumbraba pre-
parar esta comida de la eucaristía con la lec-
tura de las Sagradas Escrituras y con la oración.
Seguramente incluía también una predicación.
En Hech 20, 7 se cuenta: "El primer día de la
12
Tertuliano, De corona militum 3.
13
Tertuliano, De oratione 19.
14
S. Cipriano, De lapsis 16.
Víctor Manuel Fernández 51

semana estábamos todos reunidos para la


fracción del pan", y allí Pablo enseñaba.
Entonces, no nos quedan dudas de que
Jesús quiere que celebremos la misa. Él mis-
mo lo pidió: "Hagan esto" (Le 22, 19). Es la
mejor oración de los cristianos. Por lo tanto,
aunque a veces no tengamos ganas, o aunque
nos guste más hacer otro tipo de oración, Je-
sús nos llama a la misa y quiere bendecirnos
especialmente en la misa.
Tengamos en cuenta que los cristianos de
los primeros siglos eran perseguidos precisa-
mente porque se reunían a celebrar la euca-
ristía, y muchos murieron mártires porque no
querían dejar de reunirse para la misa. En una
carta del año 112, que envió Plinio el joven al
emperador de Roma, cuenta que algunos cris-
tianos habían abandonado la fe y que reco-
nocían que "su mayor culpa o error" era ha-
berse reunido con los demás para el culto. Las
actas de los mártires de Abitinia, asesinados el
año 304, cuentan que se les quitó la vida por-
que se reunían a celebrar los misterios del Se-
ñor, y ellos decían: "sin la celebración del Se-
ñor no podemos estar", y "el cristiano no pue-
de dejar de celebrar el día del Señor".
Los cristianos de hoy no podemos llevar
una fe individualista y orar solos en nuestras
52 Para que vivas mejor la misa

casas. La misma Biblia nos exhorta a "no aban-


donar la asamblea" (Heb 10, 25).

12. Las dos mesas de la misa


Aunque la misa entera se llama "eucaris-
tía", sin embargo hay toda una parte dedica-
da a la Palabra. Sólo la segunda parte se dedi-
ca más directamente a la eucaristía. Por eso es
importante recordar que la misa también es
el banquete de la Palabra. Así fue desde el
principio. Con la Palabra, el Señor nos ilumi-
na, antes de alimentarnos con la eucaristía:
"La eucaristía es luz, ante todo, porque en cada
misa la Liturgia de la Palabra de Dios precede
a la liturgia eucarística, en la unidad de las
dos mesas, la de la Palabra y la del Pan" (MND
12).
La Palabra nos va preparando para poder
reconocer después a Jesús en la eucaristía: "Es
significativo que los dos discípulos de Emaús,
oportunamente preparados por las palabras
del Señor, lo reconocieron mientras estaban
a la mesa en el gesto sencillo de Infracción del
pan. Una vez que las mentes están ilumina-
das y los corazones enfervorizados, los gestos
hablan. La eucaristía se desarrolla por entero
en el contexto dinámico de signos que llevan
Víctor Manuel Fernández 53

consigo un mensaje denso y luminoso. A tra-


vés de los signos, el misterio se abre de algu-
na manera a los ojos del creyente" (MND 14).
En realidad, es la misma Palabra que es
proclamada y escuchada en la Liturgia de la
Palabra, la que luego se encarna y es comida
en la Liturgia de la eucaristía. No hay que se-
parar demasiado las dos cosas. Es el mismo
Jesucristo, el Verbo de Dios encarnado, quien
nos habla en la Palabra y después se nos en-
trega como alimento en la eucaristía. Se co-
munica con nosotros habiéndonos e
iluminándonos en las lecturas, y luego nos
alimenta en la comunión para que podamos
vivir esa Palabra. En las lecturas hablan las
palabras, pero en la comunión habla el signo
del pan que dice: "Yo soy el pan de vida", "yo
estoy con ustedes", "vengan a mí". Siempre
está Jesús allí comunicándose con nosotros.
Él es la Palabra que el Padre nos dirige a lo
largo de toda la misa.
Por todo esto las dos mesas forman una
sola eucaristía, y están "tan estrechamente
unidas entre sí que forman un solo acto de
culto" (IGMR 8). Como vimos antes, así ha
sido desde el comienzo de la Iglesia y duran-
te los dos mil años del cristianismo.
54 Para que vivas mejor la misa

13. Los efectos de la eucaristía


La eucaristía es manantial de vida sobre-
natural: "Si no comen la carne del Hijo del
hombre y no beben su sangre, no tendrán vida
en ustedes" (Jn 6, 53). La eucaristía es el ali-
mento que hace crecer esa vida en nosotros,
nos va santificando constantemente.
Pero como esa vida sobrenatural es la vida
de Jesús resucitado, gracias a la eucaristía com-
partimos la misma vida de Jesús y nos uni-
mos más a él: "El que come mi sangre y bebe
mi sangre vive en mí y yo en él" (Jn 6, 56).
Por la eucaristía crecemos cada vez más en esa
íntima comunión con Jesús. De este modo,
también somos fortalecidos y protegidos para
que no caigamos en pecados graves (CCE
1395). Asimismo, nos purifica y nos libera de
los pecados veniales (CCE 1394), de manera
que después de cada comunión de algún
modo comenzamos de nuevo.
Al mismo tiempo, la eucaristía sostiene y
alimenta la comunión fraterna: "Siendo mu-
chos, un solo pan y un solo cuerpo somos,
porque todos participamos de un solo pan"
(1 Cor 10, 17). Jesús expresó su profundo de-
seo de que seamos "perfectamente uno" (ver
Jn 17, 20-23), y en la eucaristía él alimenta y
Víctor Manuel Fernández 55

hace crecer esa unidad. La Iglesia enseña que


la unidad de los fieles "se realiza por el sacra-
mento del pan eucarístico" (LG 3). Especial-
mente, nos ayuda a reconocer a Jesús en los
pobres y a crecer en la unión con ellos (CCE
1397).
Pero este crecimiento no se produce má-
gicamente, sino según las disposiciones de cada
uno. Podemos estar más o menos abiertos y
dispuestos cuando recibimos la eucaristía, y
de eso dependen sus efectos. Es cierto que el
regalo de la gracia de Dios es siempre gratui-
to e inmerecido, pero la intensidad de sus efec-
tos varía de acuerdo a nuestra preparación.
La eucaristía es germen de transformación
de toda la sociedad, pero para que pueda pro-
ducir todos sus efectos de unidad fraterna, de
justicia y de cambio de la sociedad, es necesa-
rio que nosotros intentemos dominar la apa-
tía, la indiferencia, la comodidad, la insensi-
bilidad, las discriminaciones, todo eso que
nos hace sentir extraños unos a otros, y que
nos lleva a escapar de los hermanos.
La eucaristía es fuente de vida nueva para
todo el universo, pero para que el mundo
pueda beneficiarse con esa vida, es necesario
que nosotros seamos sus instrumentos. Por
eso, frente a la multitud hambrienta, Jesús
56 Para que vivas mejor la misa

dice a sus discípulos: "Denles ustedes mismos


de comer" (Mc 6, 37), y espera que ellos le
ofrezcan todo lo que tienen: sus cinco panes.
Luego reparte los panes a través de sus discípu-
los.15 Esto nos recuerda que Dios normalmente
actúa a través de los seres humanos, que de-
ben ser instrumentos de justicia y de servicio.
La injusticia, el hambre, la pobreza, sólo se
explican por el pecado, por el egoísmo o la
comodidad de muchos que no cumplen con
su misión de distribuir, de compartir, de ser-
vir al hermano. Jesús en la eucaristía tiene la
fuerza para cambiar el mundo, pero quiere
hacerlo a través de los creyentes que lo reci-
ben en la comunión. Por eso, en cada comu-
nión, deberíamos escuchar interiormente la
pregunta de Jesús: ¿Dónde está tu ofrenda;
dónde están tus bienes, tus actitudes, tu en-
trega generosa? Si escucháramos esa pregun-
ta, la eucaristía podría producir efectos mara-
villosos en este mundo.

15
Para el comentario a este texto y para profundizar
este tema, puede ser muy útil leer el documento de la
Conferencia Episcopal Argentina, "Denles ustedes de
comer", texto para la preparación pastoral del décimo
Congreso Eucarístico Nacional de 2004, editado en
Buenos Aires (2003).
Segunda parte:
Vivir los signos

Los cristianos de hoy tenemos un gran


desafío: lograr unir nuestros profundos deseos
espirituales con lo que hacemos en la misa. Es
importante crecer para llegar a expresar en los
signos, gestos y momentos de la misa eso que
llevamos dentro.
Para ello, hay que descubrir que en reali-
dad una verdadera espiritualidad sólo puede
vivirse en contacto con las cosas externas, y
nunca puede encerrarse en la intimidad y en
la soledad.
De hecho, enseña la Palabra de Dios que
"el que no ama al hermano que ve no puede
amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4, 20). Dios
eligió un camino "encarnatorio" para llegar
al hombre -camino que llegó a su plenitud
en la encarnación de su Hijo-. Eso implica
también que Dios habitualmente llega a cada
uno de nosotros a través de signos externos y
sensibles.
Hay muchas cosas en el mundo exterior
que nos hablan de Dios y que son un llama-
58 Para que vivas mejor la misa

do suyo. En este sentido, san Buenaventura


enseñaba que el ideal no es pasar de lo exte-
rior a lo interior para descubrir la acción de
Dios en el alma, sino lograr encontrar tam-
bién a Dios en las criaturas exteriores: "El hom-
bre perfecto no es el que sólo encuentra a Dios en
la intimidad, sino el que también puede encon-
trarlo en el mundo exterior (II Sent., 23, 2, 3).
San Francisco era un buen modelo, porque
"degustaba en los seres creados, como si fue-
ran ríos, la misma Bondad de la fuente que
los produce" (Legenda Maior 9, 1).
Recordemos que Jesús se detenía ante las
personas y las cosas con toda su atención. No
era sólo una atención intelectual, sino una
mirada de amor:
Jesús fijó en él su mirada y le amó (Mc 10, 21).
Vio a una mujer que ponía dos pequeñas
monedas de cobre (Lc 21, 2).
Además, Jesús invitaba a sus discípulos a
prestar atención, a contemplar las cosas y la
vida, a percibir el mensaje de la naturaleza:
Fíjense en los pájaros... Miren los lirios (Lc
12,24.27).
Alcen los ojos y miren los campos (Jn 4, 35).
Dios llega a nosotros a través de signos
externos que nos hablan de él. Por eso la es-
Víctor Manuel Fernández 59

piritualidad no consiste en un recogimiento


dentro de nosotros mismos, escapando de
todo lo externo. Hay personas que desprecian
las imágenes, las velas, y todo lo sensible,
porque creen que tienen una espiritualidad
superior. Pero tarde o temprano se quedan sin
espiritualidad y terminan arrastrados por las
cosas del mundo. El monje Anselm Grün ha
explicado el valor de los "rituales" persona-
les. Estos ritos son una necesaria expresión
exterior, porque reflejan el amor a Dios y ayu-
dan a recuperar el sentido profundo y gozoso
de la actividad cotidiana;
Reacciono alérgicamente cuando alguien sue-
ña con amar mucho a Dios, pero en su vida con-
creta no se hace visible nada de ese amor a Dios...
Si nuestra relación con Jesucristo es auténtica, se
ve por la organización que se hace del día, y para
ello las primeras horas de la mañana son decisi-
vas. Los rituales matutinos deciden ... si lo que
nos mueve son los plazos fijados para nuestras ta-
reas o si ponemos todo cuanto hacemos bajo la
bendición de Dios... Un ritual matutino que mo-
tive para el día de hoy despierta las energías que
se encierran en cada uno de nosotros.16

16
A. Grün, El gozo de vivir. Rituales que Sanan, Estella
1998,56-57.
60 Para que vivas mejor la misa

La fe no puede sostenerse mucho tiempo


en el aire, sólo con los pensamientos y los
sentimientos. Necesita esos signos. De otra
manera, terminan arrastrándonos los signos
de la televisión y de la sociedad consumista y
erotizada. Pero lo más importante es que po-
damos valorar y vivir los signos de la oración
comunitaria, y sobre todo de la misa, que es la
fuente, el centro y el culmen de toda la vida
cristiana.
¿Por qué no descubrir a Dios en el tem-
plo, en el altar, en las flores, en los vestidos
litúrgicos, en el incienso, en los gestos de la
misa, en las ofrendas, en la lectura de la Pala-
bra, en los hermanos que forman la asamblea,
y sobre todo en la presencia eucarística? Ese es
el gran desafío.
Por eso es mejor no engañarme creyendo
que yo sé donde encontrar a Dios o que yo sé
cómo vivir la espiritualidad. Es mejor creerle
al Señor que me habla del valor inmenso que
tiene la oración comunitaria, y aceptar los sig-
nos que la Iglesia me ofrece. La oración más
excelente es la misa, porque allí le ofrecemos
al Padre Dios, como asamblea, lo más inmen-
so: su propio Hijo hecho hombre, presente
sobre el altar.
Víctor Manuel Fernández 61

Hay que descubrir y gozar el sentido de


la asamblea reunida, de la entrada, de las
ofrendas, de los gestos (parado, sentado, arro-
dillado), de los colores; tratar de encontrar el
mensaje del Señor en las lecturas, tratar de
comprender lo que se dice en las oraciones
que lee el sacerdote y hacerlo mío, etc. Allí
está toda la riqueza del lenguaje de la misa.17
A continuación veremos cuáles son los
principales signos de la misa, y en el capítulo
siguiente cuáles son los gestos y las acciones
que se realizan en la celebración. Este recorri-
do nos ayudará a encontrar el sentido pro-
fundo de todo esto, para que podamos
gozarlo y vivirlo en cada misa.

1. El templo y sus imágenes


El templo es como un monte santo y una
casa de oración donde el Padre Dios quiere
alegrarnos: "Yo los traeré a mi monte santo y
los alegraré en mi casa de oración... Porque
mi casa será llamada casa de oración para to-
dos los pueblos" (Is 56, 7).
Los templos cristianos están llenos de sig-
nos que nos ayudan a entrar en oración: la
17
Ver J. Aldazábal, Gestos y símbolos, Barcelona 1989,
9-16.
62 Para aue vivas meior la misa

cruz, la imagen de la Virgen o de los santos,


los vitrales, las pinturas. Durante la misa no
conviene quedarse en los detalles ni distraer-
se de lo más importante, que es la celebra-
ción de la eucaristía. Pero a veces, levantar los
ojos por un instante y mirar la cúpula del tem-
plo, ayuda a despertar un sentido de Dios que
permite vivir mejor la misa.
También puede ayudarnos mirar la cruz,
y así recordar el amor de Jesús, y llenarnos de
deseos de recibirlo en la comunión. O mirar
la imagen de un santo que nos motiva a la
oración y a la entrega, etc.
La Iglesia dice que cuando se colocan imá-
genes en las iglesias "debe hacerse en núme-
ro moderado" (CIC 1188), para que no dis-
traigan a los fieles de lo esencial. El Concilio
Vaticano II enseña que además debe haber un
"debido orden" (SC 125), para que no nos
entretengamos demasiado con un santo olvi-
dando a Cristo, sobre todo en misa. Dice tam-
bién que esas imágenes deben llevarnos a Cris-
to (LG 50). Porque cuando recordamos a un
santo, debemos recordar que ese santo entre-
gó su vida a Cristo, y eso nos estimula a amar
más al Señor.
En Adviento y Navidad, las imágenes tí-
picas nos llevan especialmente al Señor Jesús,
Víctor Manuel Fernández 63

tanto el Pesebre como el árbol de Navidad,


que simboliza a Jesucristo. Pero hay que afi-
nar la sensibilidad para no entretenerse tanto
en los aspectos llamativos o coloridos sin ele-
var el corazón a Jesucristo. Esto vale sobre todo
para la celebración de la misa, donde el cen-
tro lo debe ocupar completamente Jesucris-
to, a quien celebramos.
Es cierto que los primeros cristianos no
le daban tanta importancia al lugar de la cele-
bración. Decían que "el Altísimo no habita
en casas hechas por manos de hombre" (Hech
7, 48), y que el verdadero templo es Jesucristo
resucitado que nos contiene (Col 2, 9). Tam-
bién la comunidad, congregada por Cristo, es
un templo vivo, más importante que las pare-
des de material (Ef 2, 19-22; 1 Ped 2, 4-5).
Sin embargo, a Jesús le preocupaba que
el templo fuera una casa de oración, y se mo-
lestó cuando lo usaban para otros fines (Mt
21, 12-13). Jesús mismo cuidaba celosamen-
te (Jn 2, 17; Sal 69, 10) el templo de Jerusa-
lén, para que fuera verdaderamente lugar de
alabanza y no de comercio: "No hagan de la
casa de mi Padre una casa de mercado" (Jn 2,
16). Porque él dejó sin efecto los sacrificios
que se realizaban en el templo, pero no re-
chazaba al templo como casa de oración.
64 Para que vivas mejor la misa

Le dijo a la samaritana que era lo mismo


un lugar que otro, el templo de Jerusalén o el
templo de Samaría (Jn 4, 20-21), pero eso no
significaba un desprecio de los templos como
lugares de oración. También para nosotros, al
fin de cuentas, vale lo mismo un templo de
Jerusalén que de Roma o de Bolivia, porque
lo más importante es la presencia de Jesús en
ellos y sobre todo la celebración de la misa,
que tiene el mismo valor infinito en cualquier
templo del mundo.
Cuando Jesús dijo que hay que adorar "en
Espíritu y en verdad" (Jn 4, 23-24) quiso de-
cir que de nada sirve entrar en un templo si
no nos dejamos impulsar a la oración por el
Espíritu Santo, y si no conocemos al verdade-
ro Dios que él nos ha revelado. Pero eso tam-
poco es un desprecio de los templos.
Tengamos en cuenta que, cuando la eu-
caristía se celebraba en casas, se reservaba un
lugar especial, que se preparaba también de
una manera especial. Así lo vemos en Hech
20, 7-8, que dice que se reservaba "el piso su-
perior, con abundantes lámparas".
Más que un monumento a Dios, el tem-
plo es una casa de la comunidad, para alabar
a Dios y celebrar la fraternidad. Por eso, lo
mejor que podemos ofrecerle al Padre Dios
Victor Manuel Fernández 65

es a su Hijo Jesús en la eucaristía, junto con


nuestras alabanzas y nuestro deseo de vivir
como hermanos. Pero si no tenemos un lu-
gar digno para celebrar la eucaristía, eso pue-
de indicar una falta de amor de la comuni-
dad a la eucaristía que se celebra. La Iglesia
también expresa su amor al Señor cuidando
los templos, y es cierto que a veces los deta-
lles del templo nos estimulan a orar.

2. El altar
El altar representa a Jesucristo
Jesucristo es el sacerdote (Heb 4, 14), el
único sacerdote (Heb 7, 24) que celebra, a tra-
vés del cura. Él es también la única víctima
que se ofrece (Heb 9, 14) y que recibimos en
la comunión. Pero además él es el verdadero
altar. Por eso el altar es el centro del templo, y
dentro de la celebración de la misa es el lugar
más importante.
¿No es más importante el sagrario? En rea-
lidad, el sagrario no debería ocupar nuestra
atención durante la misa, porque lo más im-
portante es la celebración comunitaria, don-
de Jesús se hará presente para ser comido. Por
eso es lamentable que algunas personas, du-
rante la misa, se coloquen cerca del sagrario y
66 Para que vivas mejor la misa

se dediquen a hacer su oración personal, ig-


norando lo que sucede en la celebración.
Si el altar representa a Jesucristo, eso ex-
plica por qué a veces el sacerdote o los demás
ministros lo saludan con una reverencia cuan-
do pasan al frente. Eso explica también por
qué el sacerdote lo besa al comienzo y al fi-
nal de la misa.

3. La asamblea
La asamblea es el conjunto de los cristia-
nos que se reúnen para celebrar al Señor. Es
toda esa comunidad reunida la que celebra,
no sólo el sacerdote. Por eso no conviene de-
cir que el sacerdote que preside es "el cele-
brante" como si él fuera el único que celebra.
En todo caso, habría que llamarle "el sacer-
dote celebrante", y si los sacerdotes son va-
rios, "el sacerdote que preside".
Porque la asamblea no es espectadora, no
es un público para que el cura se luzca. La
asamblea celebra la misa: "El pueblo de Dios
se reúne para celebrar y Cristo está presente
en la asamblea" (IGMR 7). Son todos los fie-
les reunidos los que hacen la Liturgia, y por
eso se llaman "asamblea litúrgica" (CCE 1097
y 1144).
Víctor Manuel Fernández 67

Es cierto que sin el sacerdote no hay misa,


porque sólo él tiene el orden sagrado que lo
capacita para que pueda pronunciar las pala-
bras de la consagración. Sin él no hay eucaris-
tía. Pero también es cierto que los fieles lo
acompañan y actúan también como celebran-
tes, ya que por el Bautismo tienen una forma
distinta de sacerdocio que los capacita para
eso: el sacerdocio común de los fieles. Ellos
no realizan la consagración, pero sí pueden
ofrecerle al Padre Dios ese Cristo que se hace
presente por las manos del sacerdote: "Los
fieles forman un sacerdocio real para ofrecer
la víctima inmaculada", y también, junto con
Cristo, se ofrecen a sí mismos (IGMR 62).
Por eso la misa no es una reunión de per-
sonas que se sienten cómodas juntas: "Esta
reunión desborda las afinidades humanas,
raciales, culturales y sociales" (CCE 1097).
Entonces no conviene que haya Misas para
jóvenes, para viejos, para pobres, para ricos,
para negros o para blancos, como si nos uniera
la edad, la condición social o el color de la
piel. De esa manera podemos llegar a alimen-
tar los desprecios y divisiones que ya existen
en esta sociedad, donde se trata de ignorar a
los débiles, a los viejos y a los pobres. Lo que
nos une es el Espíritu Santo "que reúne a los
hijos de Dios en el único cuerpo de Cristo"
68 Para que vivas mejor la misa

(CCE 1097). Nos une una fuerza sobrenatu-


ral y unas razones espirituales, no la atracción
afectiva o razones meramente humanas.
Y creemos que en esa asamblea está ver-
daderamente presente Jesús en medio de no-
sotros, porque él lo prometió: "Donde dos o
tres se reúnan en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos" (Mt 18, 20).
La asamblea nos recuerda que en la Igle-
sia no estamos solos, porque "es la asamblea
festiva la que nos hace caer en la cuenta de
que somos y debemos ser Iglesia".18
En la misa también nos unimos al papa,
a los obispos, y a todos los hermanos de la
tierra. Más aún, participamos de la Liturgia
del cielo, ya que en la misa nos unimos con
los hermanos que están celebrando al Señor
en esa fiesta sin fin del Reino celestial. Por
eso, a lo largo de la misa recordamos a los
santos, nos unimos con el coro de los ángeles
para cantar el "Santo, Santo, Santo", tenemos
presentes también a los difuntos y oramos por
ellos. La misa es profundamente comunitaria.
Por ello no tiene sentido ir a ensimismarse,
tratando de ignorar a los demás o buscando
sólo un "Jesús para mí".

18
Pablo VI, Alocución del Ángelus, 04/08/1974.
Víctor Manuel Fernández 69

Así reunidos, como asamblea litúrgica, ce-


lebramos la misa. Y lo hacemos con una serie
de gestos comunes a todos: respondiendo,
cantando, escuchando, deseándonos la paz,
caminando juntos a recibir la comunión, etc.
Hay algo importante que puede ayudar-
nos a tomar consciencia de que no estamos
orando solos, sino que somos parte de una
asamblea: que todas las oraciones se dicen en
plural: "Escúchanos, ten piedad de nosotros, lí-
branos...".
Los textos de 1 Cor 11, 20-23 y Mt 5, 23-
25 nos muestran algunas dificultades para
formar asambleas verdaderamente fraternas:
las discriminaciones y los conflictos. Estas in-
coherencias deberían dar lugar a la apertura,
a la cercanía y al perdón, o quizás a la repara-
ción del mal que hemos hecho. Así podremos
favorecer una unidad más auténtica donde el
Señor pueda estar presente con toda su glo-
ria.

4. Las flores
Las flores son signo de alegría y de vida,
porque la misa no es una celebración de muer-
tos. Se celebra el misterio de la Pascua, que es
también resurrección. También en la misa de
70 Para que vivas mejor la misa

difuntos celebramos la Resurrección del Se-


ñor.
Las flores nos recuerdan que estamos ce-
lebrando al Dios de la vida, que nos quiere y
ama nuestra felicidad.
Además, las flores son un gesto de delica-
deza y cariño que tenemos con el Señor. Si en
cualquier mesa importante se colocan unas
flores, con más razón en la mesa más impor-
tante de todas, que es el altar donde se hace
presente el Señor.

5. Las velas
Las velas tienen el simbolismo de la luz.
Ante todo nos recuerdan que Dios mismo es
la luz que ilumina nuestras vidas:
"Tú eres Yahvé mi lámpara, mi Dios que
alumbra mi oscuridad" (Sal 18, 29).
"Dios es luz y en él no hay oscuridad alguna"
(1 Jn 1,5)
"Dios mío, que grande eres. Te vistes de gran-
deza y hermosura, te cubres con el manto de la
luz" (Sal 104, 2).
Especialmente su Palabra es luz para nues-
tros pasos:
"Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz
en mi sendero" (Sal 119, 105)
Víctor Manuel Fernández 71

Pero ante todo la luz es Cristo mismo, el


verdadero sol, o el lucero brillante de la ma-
ñana. "Luz para iluminar a las naciones" (Lc
2, 32). Él mismo dijo: "Yo soy la luz del mun-
do" (Jn 8, 12). El cirio pascual tiene un valor
especial como símbolo de Cristo resucitado
que ilumina nuestras vidas.
Por otra parte, nosotros estamos llama-
dos a dejarnos tomar por esa luz para ilumi-
nar a los demás; porque somos "hijos de la
luz" (Ef 5, 8). Jesús nos dijo: "Ustedes son la
luz del mundo" (Mt 5, 14). Estamos llama-
dos a ser como la vela que se va consumien-
do para iluminar.
Pero no se trata de creer que uno es un
iluminado y despreciar a los demás, porque
para descubrir si estamos en esa luz, lo pri-
mero que hay que tener en cuenta es el amor
al hermano, ya que "el que ama al hermano
permanece en la luz" (1 Jn 2, 10).
* Además de la luz, en las velas está el
simbolismo del fuego. En la Biblia, el fuego se
utiliza para indicar que Dios se ha hecho pre-
sente de una manera especial: "Todo el mon-
te Sinaí humeaba, porque Yahvé había des-
cendido sobre él en forma de fuego" (Éx 19,
18). Dios es "un fuego devorador" (Heb 12,
29) que nos purifica.
72 Para que vivas mejor la misa

Pero en el Nuevo Testamento, el fuego,


su color y su calor, simbolizan al Espíritu San-
to (Lc 3, 16; Hech 2, 3) que nos purifica con
su presencia, nos da el calor del amor y nos
llena de fuerza y de vida. El Espíritu Santo ac-
túa durante toda la misa.

6. El sacerdote
El sacerdote es un signo muy importante,
no sólo porque es quien tiene la potestad para
consagrar el pan y el vino, sino porque lo te-
nemos permanentemente presente ante los
ojos. Por lo tanto, si tenemos prejuicios con-
tra el sacerdote, la misa nos provocará una
molestia permanente.
El sacerdote hace las veces de Cristo
(IGMR 60). Ciertamente no es Cristo, pero lo
representa. Es un signo de Cristo sacerdote
(CCE 1142), que en realidad es el único Sa-
cerdote, representado por los ministros que
llamamos "sacerdotes". Por eso, al cura no hay
que darle más importancia de la que tiene,
no hay que idealizarlo, o pensar que él es Je-
sucristo. No vale la pena pretender que tenga
el rostro, la voz, la ternura o la sabiduría del
Señor. Es sólo un humilde signo que Jesús re-
sucitado utiliza para hacerse presente. Por lo
Víctor Manuel Fernández 73

tanto, no cabe mirar si es parecido a Jesús (por


la barba, o por la mirada, etc.). Como en todo
signo hay que usar siempre la "analogía": me
refleja a Jesús porque es un ser humano, pero
no es igual a Jesús; Jesús es mucho más, mucho
más bello, mucho más sabio; sólo él es el Se-
ñor de mi vida, no el sacerdote. Aquí hay que
distinguir el signo "instrumental" del sacer-
dote del signo "principal" que es la eucaris-
tía. No podemos dar al sacerdote la misma
importancia que a Cristo o a su presencia eu-
carística, porque en ese caso estaríamos ca-
yendo en una idolatría que termina desenga-
ñando y perjudicando la fe de los cristianos.
Jesús es quien preside la eucaristía, pero
no lo vemos; es el sacerdote quien lo hace vi-
sible. Esto sucede sobre todo cuando el sacer-
dote se dirige a la asamblea diciendo: "Tomad
y comed todos de él, porque esto es mi cuer-
po". En ese momento, como decía san Juan
Crisóstomo, el sacerdote "presta a Cristo su
lengua, le ofrece su mano".19 Pero hay que tra-
tar de reconocer a Jesús mismo diciendo esas
palabras, a través de la voz del sacerdote.
Hay también otras oraciones donde el
sacerdote representa a Cristo que se dirige al
19
San Juan Crisóstomo, Homilías sobre san Juan, 86,
4.
74 Para que vivas mejor la misa

Padre e invita a la asamblea a unirse a su ora-


ción. Y representa a Jesús que nos habla del
Padre cada vez que nos dice: "El Señor (es
decir, el Padre) esté con ustedes". También
representa a Jesús cuando dice: "La paz esté
con ustedes", como en Jn 20, 19-20.
Pero en otras partes de la misa el sacerdo-
te no representa a Cristo, sino que es uh sig-
no de la unidad de la Iglesia. Esto sucede cuan-
do él ora en plural junto con la asamblea,
como un fiel más. O cuando dice, por ejem-
plo: "Señor, ten piedad", o "Señor, yo no soy
digno de que entres en mi casa".
La función del sacerdote en la misa, aun-
que es indispensable, no debe ser vista como
una superioridad sobre la asamblea, ya que
está al servicio de la asamblea que celebra.

7. Los vestidos
Los vestidos que usa el sacerdote ayudan
a mantener un sentido del misterio, recuer-
dan que la misa no es una reunión más. Tam-
bién dan a la misa un tono festivo. Así suce-
día en el Antiguo Testamento: "Cuando se
ponía la vestidura de gala y se colocaba sus
elegantes ornamentos, cuando subía hacia el
altar sagrado, llenaba de gloria el santuario"
Víctor Manuel Fernández 75

(Eclo 50, 11). La Iglesia prefiere que las vesti-


duras para la misa sean más sencillas y dis-
cretas, pero de todos modos quiere que se
note la diferencia con la ropa común.
En los primeros siglos de la Iglesia, cada
una de estas vestiduras no tenía un simbolis-
mo especial, sólo servían para lo que dijimos:
dar un tono de fiesta. No indican un poder
especial o una superioridad del sacerdote.
Sólo tienen una función al servicio de la par-
ticipación de los fieles.
Recibamos entonces ese mensaje, y al ver
los vestidos del sacerdote, recordemos que
estamos en una fiesta de la fe, una fiesta espe-
cial, que hemos salido de lo común.
Que al menos el sacerdote use unas vesti-
duras distintas a las que usa cuando anda por
la calle, nos ayuda a descubrir que la misa es
una celebración, pero que nos introduce en
otro ámbito más profundo, que hay un mis-
terio que se celebra y que nos supera, que no
coincide completamente con lo rutinario de
nuestra vida. Hay algo diferente y nunca po-
dremos nivelarlo con el resto de los momen-
tos de la vida.
Es cierto que debería haber sencillez y
naturalidad en la misa, y no gestos artificio-
sos. Pero también es necesario que haya algu-
76 Para que vivas mejor la misa

nas cosas que nos recuerden que hay algo di-


ferente a la rutina de la vida en el mundo.
Esto no debería llamar demasiado la aten-
ción, porque en realidad, en cualquier fiesta
importante se usan vestidos espedales, dife-
rentes, que uno no utilizaría para hacer las
compras o para trabajar.
En Cirta, norte de África, los guardias ro-
manos tomaron una casa que se usaba para
el culto. Era el año 303. Allí encontraron 98
túnicas que se utilizaban en las celebraciones,
porque en esa época todos se vestían de una
manera especial en la Liturgia.
Cabe que los laicos para la misa de do-
mingo usen lo mejor que tengan, para mani-
festar que la misa es realmente una fiesta para
ellos, más que cualquier otra celebración; un
descuido o dejadez puede ser un signo nega-
tivo de la escasa importancia que se le otorga
a la celebración comunitaria.

8. Los colores
Podríamos hablar simplemente de los
colores de las flores, que ayudan a recordar
que estamos en una celebración festiva.
Pero hablemos particularmente de los
colores de las vestiduras del sacerdote. Esos
Víctor Manuel Fernández 77

colores permiten descubrir el sentido de lo


que se celebra (IGMR 307):
* El blanco, que destaca la luz, es un color de
fiesta y de triunfo. El Cristo transfigurado
y glorioso, está vestido de una blancura
deslumbrante (Mt 7, 12). El joven vestido
de blanco anuncia la Resurreción (Mc 16,
5). Los fieles que han triunfado aparecen
en el Apocalipsis vestidos de blanco (Apoc
7, 9; 19, 14). El jinete del caballo blanco
"salió como vencedor y para seguir ven-
ciendo" (Apoc 6, 2).
A veces, en lugar del blanco, se usan otros
colores con significado parecido, como el
dorado o el plateado (IGMR 309). También
el amarillo puede servir para destacar un
sentido de fiesta y de alegría.
* El rojo recuerda la sangre o el fuego.
Como recuerdo de la sangre, se usa para
celebrar a los mártires y a Jesucristo que se
entregó por nosotros (el Domingo de Ra-
mos, el Viernes santo, la fiesta de la exal-
tación de la Cruz).
Como recuerdo del fuego, se usa en Pente-
costés y en las Misas del Espíritu Santo. Re-
cordemos que en Pentecostés el Espíritu
Santo se manifestó "como lenguas de fue-
go"(Hech 2, 3).
78 Para que vivas mejor la misa

* El morado es el color que se utiliza en Cua-


resma y en Adviento, porque es un color
discreto que invita al recogimiento y a la
vez tiene un sentido de penitencia que in-
vita a la conversión. También por su dis-
creción se utiliza en las misas de difuntos,
para no utilizar el negro, que suele tener
un sentido de fatalidad.
* El verde es un color que nos dice que no
estamos celebrando nada en especial, sino
simplemente al Señor, tratando de profun-
dizar lo que la Palabra de Dios nos ofrezca
en cada celebración. Se usa en las treinta y
cuatro semanas del tiempo ordinario, don-
de se va recorriendo la historia de la salva-
ción y la vida pública de Jesús, con sus en-
señanzas y obras. Por ser el color más uti-
lizado, tiene la ventaja de ser un color de
serenidad que reposa la vista. Suele tener
un sentido de esperanza y de vida.

El Año Litúrgico

Además de estos significados, la variedad


de colores que se va utilizando a lo largo del
año tiene otro sentido pedagógico: ayuda a
recordar que el año litúrgico cristiano es un
camino con varias etapas que debemos reco-
rrer juntos (IGMR 307). Eso se ve muy claro
Víctor Manuel Fernández 79

especialmente cuando se pasa del verde al


morado, y así se recuerda que iniciamos un
camino de preparación (el Adviento o la Cua-
resma). Lo mismo luego cuando se pasa del
morado al blanco, se destaca que ha termina-
do ese camino de preparación y ha comenza-
do una festividad especial (el tiempo de Pas-
cua o de Navidad).

9. El incienso
El incienso hoy se utiliza poco, porque a
muchos fieles les molesta, les parece algo muy
extraño y lejano a la sencillez del evangelio, o
les da una idea de demasiada solemnidad. Sin
embargo, ese humo perfumado tiene un sim-
bolismo interesante. El humo que se eleva al
cielo simboliza la oración y la ofrenda que
sube hasta Dios, y también sirve para indicar
que algo está consagrado a Dios. Así aparece
en la Biblia:
"Suba mi oración como incienso en tu
presencia" (Sal 140).
El Apocalipsis habla de las oraciones de
los santos como perfumes que suben hasta
Dios(Apoc 5, 8; 8, 3-4).
Pero el verdadero perfume que sube has-
ta Dios somos nosotros mismos cuando nos
80 Para que vivas mejor la misa

ofrendamos a él unidos a Jesús: "Nosotros


somos para Dios el buen olor de Cristo" (2
Cor 2, 15). Porque Cristo es la ofrenda y vícti-
ma de suave aroma" (Ef 5, 2). Nosotros lo
somos cuando nos unimos a él y damos fru-
tos de generosidad. Como decía san Pablo,
nuestras limosnas son "suave aroma, sacrifi-
cio que Dios acepta con agrado" (Flp 4, 18).
Por eso el incienso nos recuerda que en
la misa tenemos que ofrecer nuestras vidas
junto con Cristo, procurando tener un cora-
zón generoso como el suyo. Cuando se
inciensan las ofrendas, allí también entrega-
mos a Dios los actos de generosidad y de ser-
vicio fraterno que pudimos hacer, y pedimos
la gracia de amar más. Cuando nos inciensan
a nosotros, procuramos ofrecernos nosotros
mismos a Dios (Rom 12, 1), pidiéndole que
podamos darle gloria con toda nuestra vida.
El perfume del incienso tiene también el
valor de incorporar también el olfato en nues-
tro culto a Dios, para que todos los sentidos
se integren en la adoración. La virgen Egeria,
aproximadamente en el año 350, contaba con
gusto que los domingos en Jerusalén entra-
ban con incienso en la gruta de la Resurrec-
ción para que "toda la basílica se llene de per-
fumes" (Itinerario de Egeria 24, 10).
Víctor Manuel Fernández 81

Es verdad que una iglesia con un suave


perfume a incienso invita particularmente a
la oración.

10. La campanilla
No es un invento cristiano. Ya en el Anti-
guo Testamento se utilizaban campanillas en
el culto del Templo (Éx 28, 33-35). Así se lla-
maba la atención al pueblo para que se con-
centrara cuando llegaba un momento impor-
tante de la celebración, para que recordara lo
que se estaba haciendo: "como memorial y
recordatorio para los hijos del pueblo" (Eclo
45, 9).
En la misa se utiliza sólo en el momento
de la consagración, para que los fieles tomen
consciencia de la presencia de Cristo en el san-
tísimo Sacramento.
En realidad, debería tomarse como una
invitación a la alabanza. La campanilla repre-
senta también a toda la creación que de algu-
na manera se une en la adoración a Jesucristo
presente en el altar

11. El pan
El pan es alimento, y un pedazo de pan
es simplemente el símbolo de la comida. Por
82 Para que vivas mejor la misa

eso muchas veces, cuando decimos "pan",


sólo queremos decir la comida. Por ejemplo,
nos preocupa que a algunos "les falte el pan",
o decimos que trabajamos "para ganarnos el
pan", etc.
El pan siempre se usó para simbolizar el
alimento espiritual que Dios nos da. En el
Antiguo Testamento la Sabiduría invitaba:
"Vengan a comer mi pan, beban del vino que
he preparado" (Pr 9, 5).
Pero en Jn 6, 35 Jesús dice: "Yo soy el pan
de vida". En el pan de la eucaristía no se sim-
boliza a Jesús, porque la eucaristía es Jesús
mismo.
Hasta el versículo 51 de ese capítulo 6 de
san Juan, el pan es la Palabra de Jesús que re-
cibimos por la fe. Pero a partir del versículo
51 el pan no es su Palabra, sino su carne, y la
respuesta del hombre ya no es simplemente
creer, sino comer. Los judíos, de hecho, reac-
cionaron inmediatamente contra esto (6, 52),
porque les resultaba inconcebible tener que
comer a Jesús. Esto no hace más que recor-
damos que la presencia de Jesús en la euca-
ristía no es "física", sino "sacramental". Tras
las apariencias del pan, su blancura y su deli-
cadeza que a nadie impresiona mal, recibi-
mos verdaderamente al mismo Cristo. No
Víctor Manuel Fernández 83

obstante, la insistencia que hay en este dis-


curso en "comer la carne" indica que realmen-
te, al recibir la eucaristía, entra en nuestra vida
Cristo entero: Dios y hombre, espíritu y cuer-
po resucitado. De hecho, carne y sangre en la
Biblia indican la totalidad del hombre.
Por otra parte, para la Iglesia el pan siem-
pre simbolizó también la unidad de los her-
manos.
''Como este pan estaba disperso por los mon-
tes y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Igle-
sia de los confines de la tierra".10
"Así como el pan está formado por muchos
granos que intercambian su contenido y se
compenetran unos con otros, así muchos fieles
unidos por el afecto y comulgando con Cristo,
forman místicamente el único cuerpo de Cris-
to... Y por eso este sacramento nos lleva a reali-
zar la comunión de todos nuestros bienes... Por-
que Cristo une a todos con él, también los une
entre ellos, porque si varias cosas están unidas a
una tercera, entonces también están unidas en-
tre sí".21
Esta convicción en realidad parte de una
enseñanza de san Pablo, cuando dice que "aún
20
Didajé, 9.
21
S. Alberto Magno, In Jo 6, 64; De Eccl. Ierarch. 3, 2;
IV Sent. 8, 11; De Euch. 3, 2; 2, 7.
84 Para que vivas mejor la misa

siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo


somos, porque todos participamos de un solo
pan" (1 Cor 10, 17). Por eso reprocha a los
cristianos las divisiones entre ricos y pobres
que hay en la comunidad (1 Cor 11, 17-22),
ya que eso deja sin sentido la celebración de
la eucaristía: "Eso ya no es comer la cena del
Señor" (1 Cor 11, 20).
Por ser el resultado de muchos granos de
trigo que se parten, el pan nos habla de una
unidad conquistada con muchas entregas,22
muchas renuncias, como fruto de muchos
corazones que han aceptado romper sus pa-
redes para unirse unos con otros. El pan ma-
nifiesta que esas rupturas, esas donaciones,
esas oblaciones, terminan produciendo belle-
za, salud, perfección. En cambio, aquellos que
prefieren permanecer intocables, encerrados
en sí mismos, terminan enfermándose y des-
truyéndose a sí mismos, como granos secos.

La hostia redonda

Que ese pan tenga la forma de una hostia


redonda también tiene su significado. A ve-
ces desearíamos que la eucaristía se celebrara
22
S. Agustín, In Jo 6, 56; S. Tomás de Aquino, ST III,
79, 1.
Víctor Manuel Fernández 85

con trozos de pan como los que usó Jesús en


la última cena, y nos da la impresión de que
la hostia no se parece mucho a un pedazo de
pan de nuestras mesas. Pero esa forma de la
hostia también tiene un significado. Por una
parte, puede ayudarnos a descubrir que lo que
vamos a recibir no es una comida cualquiera,
y que no vamos a recibir simplemente un pan
para alimentar el cuerpo.
Por otra parte, la hostia simboliza muy
bien que la eucaristía representa el sueño de
unidad que está en la marcha misteriosa del
mundo hacia su plenitud; representa la uto-
pía de la unidad, que nos ayuda a creer toda-
vía que es posible un mundo unido.
Ese círculo intacto, limpio y blanco, con
un fondo infinito, representa la unidad sin
fisuras. La eucaristía es el símbolo perfecto y
la fuente viva de este misterio de unidad a la
que está llamado todo el universo. En ella se
sintetiza todo el universo, en unidad y armo-
nía; en ella ya se ha realizado la unidad a la
que tiende toda la creación. Pero en ella está
también el poder que puede acelerar esa mar-
cha deslumbrante y oculta, para que nos va-
yamos llenando "hasta la total plenitud de
Dios" (Ef 3, 19), hasta alcanzar "la madurez
de la plenitud de Cristo" (Ef 4, 14), porque
86 Para aue vivas mejor la misa

de él todo "recibe trabazón y unión por me-


dio de toda clase de junturas que llevan la nu-
trición según la actividad de cada una de las
partes, realizando así el crecimiento del cuer-
po que se construye en el amor" (Ef 4, 16).
Hay que evitar una confusión: es cierto que
el pan tiene estos simbolismos, pero después
de la consagración, lo que vemos no es sólo
un símbolo, es Jesús mismo que se ha hecho
presente. No está allí simbólicamente; está real-
mente presente. Las apariencias del pan sirven
sobre todo para indicarnos que allí está Jesús.

12. El vino
Igual que con la hostia, en el vino hay que
distinguir dos momentos, antes y después de
la consagración. Porque después de la consa-
gración sólo quedan las apariencias del vino,
y lo que hay en el cáliz es Jesús. Ya no es sim-
ple vino, sino Jesucristo mismo.
En la Biblia, el vino recuerda la sangre,
por su color rojo, y por eso se le llamaba "la
roja sangre de la uva" (Dt 32, 14).
Pero recordemos que lo que hay en el cá-
liz no es sólo su sangre, porque en una sola
gotita del cáliz consagrado esta Jesucristo en-
tero. Por eso, si no recibiéramos la hostia y
Víctor Manuel Fernández 87

recibiéramos únicamente una gotita del cá-


liz, igualmente recibiríamos a Jesús entero, no
sólo su sangre. Pero el hecho de consagrar por
separado el pan y el vino, que siguen separa-
dos después de la consagración, es un simbo-
lismo que nos está diciendo algo.
Podemos preguntarnos por qué, además
de invitamos a recibirlo cuando nos llama a
"comer su carne", Jesús nos habla también de
"beber su sangre", si todo está contenido en
la misma eucaristía. De hecho, la expresión
"carne" para los judíos, solía usarse para in-
dicar la persona entera. ¿Entonces qué nos
agrega hablar también de "beber su sangre"?
La presentación de carne y sangre como
dos cosas separadas recuerda la muerte. Así su-
cedía en la muerte de los animales que se ofre-
cían en sacrificio a Yahvé por los pecados (Lev
1,5.15). Por eso, el cuerpo y la sangre separa-
dos, aunque Jesús está resucitado, recuerdan
el sacrificio de Cristo que nos salvó con su
muerte: "Así como los hijos participan de la
misma sangre y de la misma carne, así tam-
bién participó él de ellas para aniquilar me-
diante la muerte al señor de la muerte" (Heb
2, 14).
Es cierto que en cada gota del vino consa-
grado está Jesús entero y vivo, así como en
88 Para que vivas mejor la misa

cada trozo de la hostia consagrada está Jesús


entero, resucitado con nosotros. Pero al ver el
cuerpo y la sangre separados, recordamos la
muerte de Jesús que se ofreció en la cruz.
Los judíos tenían la idea de que "sin de-
rramamiento de sangre no hay salvación"
(Heb 9, 22). Pero también para nosotros es
así, ya que la sangre derramada de Cristo nos
consiguió la salvación.
Penetró en el santuario de una vez para
siempre, no con sangre de cabrones ni de no-
villos, sino con su propia sangre, consiguien-
do una redención eterna (Heb 9, 12).
Por todo esto, podemos decir que la san-
gre nos recuerda lo que le costó a Cristo nues-
tra salvación. De su costado herido brotó la
sangre (Jn 19, 34); y el vino que en la eucaris-
tía se convierte en su sangre (Mc 14, 23-25)
nos recuerda que recibimos a alguien que se
entregó por nosotros hasta la muerte, hasta el
último sacrificio: "Me amó y se entregó a sí
mismo por mí" (Gál 2, 20). Por eso, dice san
Pablo que en la eucaristía "anunciamos la
muerte del Señor" (1 Cor 11, 26).
La sangre también nos recuerda que la
eucaristía es el sacramento de la nueva Alian-
za, porque los judíos rubricaban las alianzas
con sangre de animales, y así se había sellado
Víctor Manuel Fernández 89

la antigua alianza en el Sinaí (ver Éx 24). En


cada eucaristía Jesús renueva la Alianza con
su Iglesia. Y eso es una alegría. El vino tam-
bién representa la vida, la alegría y la pleni-
tud. Tomamos una copa juntos para festejar
un momento importante y feliz en la vida.
Pero el vino nos habla especialmente de la
plenitud que nos trae el Mesías. Ese es el sig-
nificado de la abundancia de vino en las bo-
das de Caná (Jn 2).
El color rojo del vino simboliza al mis-
mo tiempo la vida y la muerte, la alegría y el
sacrificio. Ambas cosas se unen en el profun-
do sentido de "intensidad" que tiene el vino.
La misa debe ser una experiencia fuerte, vigo-
rosa, ardiente como el calor de la sangre y el
color del vino. Este doble significado, de sa-
crificio y de fiesta puede estar unido, porque
en la misa celebramos al mismo tiempo la
muerte de Cristo y su resurrección.

El cáliz
A veces nos gustaría que en la misa se usa-
ra una copa como las que usamos nosotros
en nuestras mesas. Pero el cáliz no es lo mis-
mo que una simple copa, y por eso mismo
para la misa no se usa una copa exactamente
igual a las de uso común.
90 Para que vivas mejor la misa

Un cáliz era una copa que se utilizaba en


el culto para recoger la sangre de los sacrifi-
cios. Así nos recuerda que, después de la con-
sagración, lo que hay dentro de él no es sim-
ple vino, sino la sangre que Jesús derramó en
la cruz. Por eso Jesús, anunciando su muerte,
preguntaba: ¿Ustedes podrán beber el cáliz
que yo voy a beber" (Mt 20, 22), y en su pa-
sión decía: "Padre, si quieres, aparta de mí este
cáliz" (Lc 22, 42).
Tercera parte:
Acciones, gestos
y actitudes

Para las acciones y gestos que hacemos


en la misa vale también lo que decíamos an-
tes: la clave está en lograr unir nuestros pro-
fundos deseos espirituales con lo que hace-
mos en la misa. Es importante crecer para lle-
gar a expresar en los signos, gestos y momen-
tos de la misa lo que llevamos dentro.
Hoy muchas personas insisten en lo dis-
tintivo, en lo que los destaca de los demás.
Necesitan ser "diferentes"; por eso les moles-
ta que en la misa tengamos que hacer tantas
cosas juntos y todos lo mismo. Cuando to-
dos están de pie ellos se arrodillan, o cuando
todos cantan, ellos cierran los ojos y no mue-
ven la boca. Olvidan que la misa es una ora-
ción de toda la asamblea, y que "la postura
uniforme, seguida por todos los que forman
parte en la celebración, es un signo de comu-
nidad y unidad en la asamblea, ya que expre-
sa al mismo tiempo la unanimidad de todos
los participantes" (IGMR 20).
92 Para que vivas mejor la misa

Algunos presos de los campos de concen-


tración nazis contaron que a veces tratar de
mantener una postura erguida y caminar de-
rechos sin arrastrar los pies, era precisamente
lo único que les ayudaba a no abandonarse
por completo y perder su dignidad. También
muchas terapias hoy en día insisten en la im-
portancia de ayudarse con ciertas posturas del
cuerpo. Por consiguiente, no se puede decir
que las posturas no tienen importancia. Sin
duda, una persona que en la misa no quiere
estar en la misma postura que los demás, pa-
rece expresar que se siente más que los otros,
o que no le interesa demasiado unirse a ellos.
Una persona que se sienta cruzando las rodi-
llas y mirando para cualquier lado, suele ex-
presar que no le da demasiada importancia a
lo que se está celebrando.
Si intentáramos gozar con los gestos que
realizamos juntos en la misa, eso podría ayu-
darnos a que no caigamos demasiado en el
individualismo.
Hay algo llamativo: algunos cristianos
suelen disfrutar mucho cuando ven por tele-
visión los rituales budistas o de otras religio-
nes, donde los monjes realizan todos unáni-
memente los mismos gestos y hacen los mis-
mos sonidos. Pero luego les molesta que en
Víctor Manuel Fernández 93

la misa tengamos que hacer todos lo mismo.


Es una incapacidad de reconocer el sentido y
el valor de los gestos comunitarios cristianos.
Por eso nos detendremos un poco en esos
gestos y acciones que realizamos en la misa.

1. Ubicarse. Estar ahí


Antes que cualquier gesto o acción, para
poder celebrar bien la misa tengo que dispo-
nerme a estar un tiempo en ese lugar, dejan-
do de lado todos los demás proyectos. Vivi-
mos en un mundo agitado, pero no debería-
mos ceder a esa incapacidad de estar un rato
tranquilos en un mismo lugar. Es difícil estar
mucho tiempo quietos mirando un paisaje.
Hay una ansiedad que nos domina y no nos
permite disfrutar con profundidad. Somos
esclavos de una prisa interior que a veces pro-
duce cosquillas en el cuerpo.
Hoy nada se disfruta a fondo ni se pro-
fundiza. Estamos en un tiempo de demasia-
da velocidad, necesitamos todo rápido, no
soportamos esperar algo. Todo tiene que ser
inmediato, y pasamos de una cosa a otra en
una permanente aceleración.
Por eso se nos hace tan difícil estar una
hora en la misa serenos, aceptando que va-
94 Para que vivas mejor la misa

yan llegando los distintos momentos, y que


todo suceda a su tiempo. El problema no es
la misa, el problema somos nosotros.
La clave para superar esta enfermedad está
en aprender a vivir el presente, entregarse a
cada cosa como si fuera lo único en el mun-
do, aceptar vivir todo a su tiempo. Si ahora
toca esto, se vive esto y nada más.
Pero también hay que aprender a reco-
nocer esa ansiedad precisamente cuando nos
está acosando, para no permitir que nos do-
mine. Cuando sentimos la tentación de decir
las oraciones a toda prisa, como para termi-
nar rápido, tenemos que darnos cuenta y de-
tenernos un poco, tratando de vivir esas ora-
ciones. Seamos señores de nosotros mismos
y no nos dejemos esclavizar por el descontrol
desenfrenado del mundo.
Por otra parte, la sociedad consumista de
hoy nos invita siempre a buscar cosas que
agraden a los sentidos; pero en la misa eso no
es posible, porque nunca tendremos tantas co-
sas atractivas como en un supermercado o en
un shopping. Tenemos que aceptar que la
misa es otra cosa, y que en ella sí podemos
encontrar un placer, pero de otro nivel.
No hay que pretender que estar en la misa
sea placentero y relajante como estar tirado
Víctor Manuel Fernández 95

en un sofá en mi casa, mirando televisión con


unas papas fritas mientras me hacen masajes
en los pies. La misa nunca podrá brindarme
eso, porque es otra cosa, mucho más necesa-
ria para mi realización y mi felicidad, aunque
no me brinde ese tipo de placeres. Si yo espe-
ro tener esas sensaciones, la misa siempre me
parecerá poco gratificante y estaré siempre es-
perando algo más, cuando en realidad en la
misa me dan lo más grande: Jesucristo que
viene a mi vida.
Además, si a veces no sentimos agrado en
la celebración, recordemos también que la
misa es un misterio purificador y liberador.
Más allá de la consciencia que tengamos, más
allá de lo que sintamos, el Espíritu Santo hace
su obra secretamente en nosotros (ver Rm 8,
26). Por eso no deberíamos prestar mucha
atención a nuestros estados de ánimo. La misa
tiene un valor infinito más allá de todo eso; y
aunque yo no me sienta cómodo, el Espíritu
Santo me purifica, me limpia por dentro, me
libera de muchas cosas, me sana, me prepara
para vivir mejor, me fortalece.
La misa debería ser también una forma de
descansar en la presencia de Dios, sobre todo
el domingo. Porque la misa no es algo que hay
que fabricar; es un don que celebramos.
96 Para que vivas mejor la misa

Como en el monte Sinaí, al entrar al tem-


plo para celebrar la misa, Dios me dice: "Quí-
tate las sandalias, porque estás en un lugar
santo" (Éx 3). No se trata de descalzarme, sino
de tomar consciencia del misterio sagrado que
voy a celebrar, y no entrar como si entrara a
un supemercado o a un salón de té. Es nece-
sario un profundo respeto y veneración, por-
que lo que va a suceder tiene un valor infini-
to. Hay que afinar el sentido religioso.
Por todo esto, el primer gesto, la primera
acción que yo realizo cuando voy a misa, es
tratar de entraren la presencia de Dios. Él me ha
llamado, él me ha invitado (Apoc 3, 20). Es
importante tomar consciencia de que estoy
allí porque el Señor me ha convocado, y en-
tonces le digo "aquí estoy". A veces no estoy
de buen ánimo, pero mi cuerpo que se hace
presente en el templo también expresa mi in-
tención, y es como si mi cuerpo allí presente
dijera: "aquí estoy". Dios me ha invitado y me
ha tocado interiormente para que yo partici-
pe de la misa. Por eso, estoy aquí respondien-
do a su llamado de amor.
Y estoy dispuesto a "perder el tiempo", a
dedicar una hora sólo para Dios, sin esperar
nada más. ¡Fuera la ansiedad que no me sirve
de nada! Ya que tengo que estar aquí una hora,
pues bien, aquí estoy.
Víctor Manuel Fernández 97

Si yo hago de entrada esa ofrenda de mi


tiempo, no necesitaré estar mirando el reloj o
pensando en las otras cosas que podría hacer
si no hubiera venido al templo.
Como la misa es un regalo, no es algo que
yo pueda construir a mi gusto. Por eso a veces
me cuesta descubrir la grandeza de lo que
sucede en la misa detrás de los ritos. Pero que
yo no lo pueda experimentar del todo no sig-
nifica que no sea verdad. Es verdad que la misa
es la oración más perfecta, que Jesús realmente
se hace presente con toda su gloria, que allí el
cielo se une con la tierra. Todo eso es verdad.
Si yo no lo siento sigue siendo verdad, eso real-
mente sucede y yo estoy siendo parte. Tampoco
tengo consciencia del universo infinito, pero
aunque yo no lo pueda percibir ahora, es cier-
to que existe ese universo infinito. Yo me ol-
vido del aire que respiro, pero el aire sigue
siendo real y sin él me moriría. Por eso, si a
veces yo no siento nada, no tengo que con-
cluir que la misa no sirve y comenzar a diva-
gar con la mente. Al contrario, trato de estar
solamente ahí y de realizar todo con atención,
porque aunque yo no sienta nada, eso es lo
más importante que puedo hacer, y segura-
mente dará sus frutos más allá de lo que yo
pueda percibir.
98 Para que vivas mejor la misa

Hay un gesto valioso que yo puedo hacer


una vez que me siento en el banco: es cerrar
un instante los ojos, sentir mi cuerpo, respi-
rar profundo, relajarme, y decirle al Señor:
"Aquí estoy para ti Señor, este tiempo es tuyo".
Si hay algo que me preocupa o me dis-
trae mucho, lo ideal es hacer un instante de
súplica: Primero invocar la ayuda del Espíritu
Santo, y luego decirle al Señor qué es lo que
me preocupa, pedirle ayuda, dejarlo en sus
manos. Finalmente, ofrecerle por esa inten-
ción la misa que se va a celebrar. Entonces
podré estar realmente allí con todo mi ser, y
no solamente con mi cuerpo.

2. Estar con los demás


En realidad, lo primero que hacemos para
poder celebrar la misa es reunimos, juntar-
nos, formar una asamblea. Porque es la co-
munidad la que celebra. La eucaristía es un
banquete y una fiesta, que celebra a Jesús que
triunfa sobre el mal y nos regala su vida. Pero
para celebrar una fiesta hay que reunirse.
Recordemos que las oraciones de la misa
están en plural, porque la misa es una cele-
bración comunitaria. No es fácil pasar del "yo"
al "nosotros" Cada uno va a la misa con sus
Víctor Manuel Fernández 99

preocupaciones, sus recuerdos, sus súplicas,


y no le resulta fácil pensar en los demás y orar
en plural. Pero la misa no es una suma de ora-
ciones privadas, sino una oración comunita-
ria; por lo tanto, no es el momento para des-
entenderse de los demás. Hay que ir creando
una consciencia afectiva de la comunidad que
celebra, hasta sentirse parte de ella, de mane-
ra que uno pueda usar el plural "sin mentir".23
Recordemos que Jesús ama la oración co-
munitaria, porque él nos dijo: "Donde dos o
tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos" (Mt 18, 20). Porque Dios
habita en mí, pero también "habita en la ala-
banza de su pueblo" (Sal 22, 4). ¡Qué mara-
villa! ¡Dios habita en la alabanza de su pue-
blo!
Hay personas que van a misa, pero van a
hacer "su" misa. Si los demás están o no es-
tán no les importa; "que ellos hagan su ora-
ción que yo hago la mía". Van a misa pero la
viven en un total aislamiento. Hasta les mo-
lesta el saludo de la paz, o tener que rozarse
con los otros cuando van a comulgar. Lo que
más les gusta de la misa son los momentos
de silencio, para poder estar a solas con Jesús.
23
Centre De Pastoral Litúrgica, Vademecum. Actitudes
espirituales para la celebración, Barcelona 2001, 27.
100 Para que vivas mejor la misa

Pero eso no es la misa, porque la misa es una


fiesta, un banquete comunitario. Entonces no
se trata sólo de vivir en profundidad los si-
lencios, sino más bien de unirme a los demás
para celebrar con cada uno de los gestos y ora-
ciones que realizamos todos juntos.

Ejercicio
Es muy recomendable, antes de comen-
zar la misa, mirar un poco alrededor. Pero
se trata de mirar con fe, para reconocer
a esas personas como mis hermanos,
aunque no los conozca o aunque sea-
mos muy distintos. Es mirarlos para des-
cubrir con los ojos del corazón la pre-
sencia de Jesús entre nosotros. Esa es la
asamblea a la cual me uno para formar
un solo cuerpo y celebrar al Señor que
nos ama. Esas personas que forman la
asamblea son un signo para mí, porque
me permiten descubrir que la misa no
es una cuestión individual, no es un acto
piadoso personal, sino la fiesta de la
Iglesia reunida que celebra al Señor. Por
eso, la presencia de los demás me invi-
ta a abrir el corazón, a crear otra dispo-
sición interior para unirme a ellos con
cariño y profundidad. También puede
Victor Manuel Fernández 101

ayudar mucho saludar brevemente al


menos a dos o tres personas en el atrio.
Si es en el templo, antes de sentarme,
puedo hacer un gesto, sonreír o dar la
mano en silencio. Ese saludo distiende,
rompe barreras, nos saca de nuestro en-
simismamiento, nos ayuda a reconocer
a los demás para poder celebrar la misa
realmente con ellos.

3. Estar de pie
Las distintas posturas durante la misa tie-
nen también un sentido, pero es necesario
comprenderlo e intentar vivirlo así, para que
no se convierta en algo mecánico. Sin embar-
go, no se trata tampoco de pensar que lo úni-
co que interesa es la actitud interior y que cada
uno se coloque como le guste, porque las
posturas del cuerpo influyen en la oración.
Somos cuerpo y alma, y por eso es necesario
que el cuerpo exprese lo mismo que vivimos
en nuestro interior, para que esa actitud tome
todo nuestro ser. No podemos negar que el
hecho de ponernos de rodillas en la consa-
gración nos ayuda a recordar la importancia
de ese momento. Por otra parte, al tener to-
dos, como asamblea unida, la misma postu-
102 Para que vivas mejor la misa

ra, eso nos ayuda a recordar que somos un


solo cuerpo, y que la misa es de la comuni-
dad y no de un montón de individuos que se
resignan a juntarse en un lugar.
Veamos en primer lugar la postura más
frecuente: estar de pie.
La gente se pone de pie para recibir a al-
guien importante, también para brindar, y en
general para momentos especiales. Estar de
pie muestra que uno quiere participar, quiere
formar parte de lo que se está haciendo, le da
importancia, lo valora.
Comenzamos la misa de pie, no tanto por
respeto al sacerdote, sino para expresar: "aquí
estoy, dispuesto a participar, estoy disponible".
Es la postura litúrgica fundamental.
Además, si escuchamos las lecturas sen-
tados, cuando llega el evangelio nos ponemos
de pie, como para recibir algo que tiene una
importancia especial.
Durante la plegaria eucarística, salvo en
el momento de la consagración, todos esta-
mos de pie, para expresar que no es una lec-
tura que hace el sacerdote, sino una oración de
toda la asamblea que participa, celebrando al
Señor resucitado. Esta plegaria es de todos; por
eso se reza en plural y todos la confirmamos
con el amén que se dice al final. Por eso mis-
Víctor Manuel Fernández 103

mo no está de pie sólo el sacerdote, sino la


asamblea entera.
Después de la comunión, luego de un
instante de silencio, todos nos ponemos de
pie. Allí expresamos que estamos dispuestos
a completar la celebración para salir a cum-
plir nuestra misión. La cena de la Pascua del
Antiguo Testamento, se había hecho de pie,
porque había que partir, emprender un cami-
no hacia la libertad. Los que comemos la cena
del Señor somos una comunidad que está en
camino, y debe seguir caminando.
En la Biblia aparece frecuentemente esta
postura de pie para la oración comunitaria y
el encuentro con Dios (ver 1 Rey 8; Neh 8, 4-
5; 9, 9, 2; Ez 2, l; Apoc 7, 9).
En realidad esta postura es la más impor-
tante para expresar que somos una asamblea
litúrgica, sobre todo el domingo, que es el día
del Señor resucitado. Es la postura de los
resucitados.
Pero no deberíamos estar de pie porque
no hay más remedio, sino con consciencia,
con firmeza y dignidad, para que nuestro cuer-
po verdaderamente exprese lo que significa
esta postura.
104 Para que vivas mejor la misa

4. Mirar
Es bueno detenerse a mirar. Porque así
evitamos divagar con la mente por otras par-
tes. Si detenemos la mirada donde debe es-
tar, podemos tomar mayor consciencia del
lugar en donde estamos y volver a descubrir
qué estamos haciendo.
Podemos mirar el templo, las imágenes,
la cruz, la luz de las velas, las flores, el altar,
los ornamentos litúrgicos y sus colores. La
misa no es para estar recluidos en nosotros
mismos, como si estuviéramos encerrados
solos en una habitación. Dios nos habla a tra-
vés de las cosas exteriores. Pero no es mirar
para distraernos un poco, sino para descubrir
el sentido de los signos y dejar que nos ele-
ven de nuevo hacia Dios.
También es importante mirar los gestos
del sacerdote cuando ora. Veamos algunos
ejemplos: Los brazos abiertos y elevados son sig-
no de adoración, de invocación y de ofrenda:
"Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos
invocándote" (Sal 62, 5). "Suban mis manos
alzadas como ofrenda de la tarde" (Sal 140,
2).
Las manos juntas son signo de recogimien-
to, de serenidad, de piedad concentrada.
Víctor Manuel Fernández 105

Cuando el sacerdote impone las manos


con las palmas hacia abajo, es para invocar al
Espíritu Santo, para que convierta las ofren-
das en el cuerpo y la sangre de Jesús.
Las manos hacia adelante, cuando saluda,
son un gesto de cercanía que nos recuerda que
formamos una sola asamblea.
Cuando las manos trazan el signo de la cruz
son instrumento de bendición divina.
Quizás llamen la atención algunas incli-
naciones que hacen el sacerdote o los otros
ministros, cada vez que pasan delante del al-
tar. Parecen gestos un poco antiguos o dema-
siado formales. Pero en lugar de despreciar-
los, podríamos aprovechar su significado.
Cada vez que se haga una inclinación ante el
altar recordemos que el altar representa a Cris-
to, y por lo tanto es una inclinación delante
del Señor, que es el centro de la celebración.
Por ejemplo, se hace una inclinación antes de
proclamar el evangelio. Después de la consa-
gración, en cambio, se hace una genuflexión,
porque el Señor se ha hecho presente de una
manera especial sobre el altar.
El Viernes santo, al comenzar la celebra-
ción, el sacerdote se postra un momento, como
signo de humildad y de profunda adoración.
Sobre este gesto podemos leer Apoc 4, 10.
106 Para que vivas mejor la misa

Al analizar las distintas partes de la misa


veremos el sentido de varios gestos más.
Pero no se trata de mirar como si la cele-
bración fuera un espectáculo, como si no tu-
viera nada que ver conmigo. Es mirar para
poder introducirme mejor en la celebración,
para dejarme motivar por esas cosas que veo.
Para ello, evidentemente, no sirve de mucho
mirar cómo está vestida la gente o controlar
quién entra y quién sale del templo, o enter-
necerse mirando los rostros de los niños y
olvidándose de la celebración.

5. Reconocer al que me mira


Además de mirar, es muy importante de-
jarse mirar por Dios, descubrir que nuestras
palabras no son vacías porque él de verdad
está atento a nosotros y escucha nuestras ple-
garias. Toda la misa transcurre bajo la mirada
amorosa de Dios. En una de las oraciones de
la misa le decimos: "Dirige tu mirada sobre la
ofrenda de tu Iglesia".
Podemos recorrer el evangelio y descubrir
las miradas de Jesús: a Natanael, que era con-
templado por el Señor mientras estaba deba-
jo de la higuera (Jn 1, 48); o aquella mirada
de amor al joven rico, a quien Jesús invitaba a
Víctor Manuel Fernández 107

una entrega mayor (Mc 10, 21); o la mirada


de Jesús a la viuda pobre, dejándose admirar
por su generosidad (Lc 21, 2-4); o la mirada
de compasión y perdón a la mujer adúltera
(Jn 8, 10-11).
Es hermoso dejarse mirar por el Señor
durante la misa, perderle el miedo a su mira-
da, y estar en calma y con confianza ante él.
Porque la suya es siempre una mirada de
amor, de comprensión y de ternura.

6. Levantar las manos


El sacerdote suele tener las manos levan-
tadas, o las palmas abiertas, elevadas hacia el
cielo. También los fieles podrían hacerlo en
algunos momentos de la misa, como en el
Padrenuestro. Así lo hacía el pueblo judío en
las asambleas: "Y todo el pueblo, alzando las
manos, respondió: Amén, amén" (Neh 8, 6).
La Biblia exhorta a que "los hombres oren en
todo lugar, elevando hacia el cielo unas ma-
nos piadosas" (1 Tim 2, 8). Así lo hacían los
primeros cristianos en las celebraciones.
Pero conviene adaptarse a las costumbres
de cada lugar para no distraer a los demás con
nuestros gestos; porque estamos en una cele-
bración litúrgica comunitaria, donde la uni-
108 Para que vivas mejor la misa

dad en los gestos nos recuerda que somos una


sola asamblea. Por otra parte, los gestos
ampulosos pueden ser algo artificiales o me-
ramente externos. Puede llegar a suceder que
una persona no lleve una vida cristiana co-
herente y luego pretenda declamar su fe con
gestos llamativos. Vale la pena recordar aque-
lla queja bíblica: "Cuando ustedes levantan
sus palmas, me tapo los ojos para no verlos...
Lávense, limpíense, quiten sus maldades de
delante de mi vista" (Is 1, 15-16).

7. Hablar
La misa no es una oración del sacerdote,
sino de todos los bautizados que estamos pre-
sentes. Por eso hay varios momentos en que
se produce un diálogo entre el sacerdote y los
fieles, y hay varias partes de la misa que de-
ben recitar los fieles.
Si realmente hemos ido a alabar a Dios y
a celebrar a Jesús resucitado, nuestras voces
deberían escucharse con fuerza, con firmeza, con
convicción.
Hay que evitar a toda costa la pasividad
que se expresa en esas respuestas débiles y sin
firmeza. Todos somos responsables de la
asamblea, y podemos contagiar abulia y apa-
Víctor Manuel Fernández 109

tía, o podemos contagiar entusiasmo y fervor.


Nuestra respuesta firme debería estimular a
los demás a introducirse mejor en la celebra-
ción.
Estamos en la misa para orar con todo lo
que somos, con el corazón y con todo el cuer-
po. Pero es sumamente importante nuestra
voz. Si una persona está un poco apática, tie-
ne que responder con ganas para sacudirse ese
desinterés; porque si responde desganado o
apenas mueve los labios, más triste y aburri-
da será la celebración. Si uno va a la misa ador-
mecido y casi no responde, más sueño ten-
drá. Usar nuestra voz con toda su potencia y
firmeza, nos ayuda a descubrir que realmen-
te somos parte activa en la celebración. Si va-
mos a misa distraídos y sin fervor, intentemos
responder con ganas, con todas nuestras fuer-
zas, y veremos cómo cambian las cosas.
Esta es una colaboración clave de nuestra
parte, y también es una ofrenda a Dios.

8. Cantar
El canto es una hermosa oración, que tam-
bién requiere la participación de todos. Re-
cordemos que la misa no es un espectáculo,
sino una celebración hecha por toda la asam-
110 Para que vivas mejor la misa

blea. Por eso no sirve que haya un grupo que


cante; lo importante es que cantemos todos,
que el canto nos ayude a todos a participar
activamente.
Tampoco interesa si hay instrumentos o
no, porque lo que más le agrada a Dios son
las voces de sus hijos. La guitarra o el órgano
son cosas muertas, y sólo valen en la misa si
sirven para estimular las voces de los hijos de
Dios.
Pero no se trata de cantar sólo para gustar
de los sonidos, sino para expresar la oración;
por eso la Palabra de Dios nos invita a cantar
a Dios "en los corazones" (Ef 5, 9).
El canto de la asamblea, más que del coro,
debe ser capaz de convertir a una persona que
pase por allí y escuche los cantos de la misa,
como le sucedía a san Agustín cuando no era
cristiano y escuchaba los cantos de los fieles
en los templos de Milán.
No hay que pretender que los cantos de
la misa sean algo tan entretenido y adaptado,
como si fuera cualquier fiesta. Además, es im-
posible encontrar cantos que gusten a todos
por igual y que agraden a todas las sensibili-
dades. Por eso, más allá de que los cantos me
gusten o no, siempre me sirven para unirme
a los demás y alabar a Dios junto con ellos.
Víctor Manuel Fernández 111

9. Sentarse
Es la postura del que se dispone a escu-
char con atención, y se pone cómodo para
prestar atención al que habla. Cuenta el evan-
gelio que la multitud escuchaba a Jesús "sen-
tada en torno a él" (Mc 3, 32). Esta postura
expresa la actitud de María, que se sentó a los
pies de Jesús para escucharlo (Lc 10, 39).
Cuando en la misa nos sentamos para escu-
char la Palabra, esa debería ser nuestra acti-
tud.
Pero no se trata de ponerse cómodo como
cuando uno llega a su casa después del traba-
jo y se arroja en un sillón. En la celebración
de la misa no hay que perder una actitud de
delicado respeto.
Por eso no es lo más adecuado cruzar las
piernas o estirarse. Si estuviéramos delante del
Papa, escuchándolo, no cruzaríamos las pier-
nas; por lo tanto tampoco corresponde ha-
cerlo cuando Dios nos está dirigiendo la Pa-
labra en la celebración litúrgica. Aun sin mala
intención, los descuidos en este sentido pue-
den llevarnos a quitarle importancia a lo que
estamos celebrando, porque las posturas no
son inocentes, como bien podría explicarnos
cualquier psicólogo.
112 Para que vivas mejor la misa

10. Callar. Hacer silencio


La Iglesia nos pide: "Guárdese a su debi-
do tiempo un silencio sagrado" (SC 30).
Los momentos de silencio alimentan el
recogimiento y la consciencia de lo que se eptá
haciendo. No son para evadirse un momen-
to, sino todo lo contrario, para tratar de pe-
netrar mejor en la celebración.
Un espacio de silencio me da la posibili-
dad de hacer mío lo que está pasando, y de
introducirme un poco más en la celebración.
Puede ser bueno preguntarme: ¿Qué estoy
haciendo? ¿Para qué estoy aquí? Entonces,
puedo volver a elevar el corazón al Señor, re-
conocer que no estoy solo, que es la fiesta del
Señor, que él quiere transformar mi vida y que
a él lo estamos adorando. Porque la misa es
comunitaria, pero eso no significa que no sea
también personal Es cierto que casi todo lo
que hacemos es uniforme, y eso destaca el
sentido comunitario; pero los momentos de
silencio, donde cada uno entra un poco más
en su intimidad, ayudan a que la misa no sea
un acto meramente masivo, sin nada perso-
nal, donde hacemos las cosas mecánicamen-
te. Si Dios nos ha regalado la intimidad del
corazón y la posibilidad de encontrarlo en el
silencio, eso también tiene un lugar en la misa.
Víctor Manuel Fernández 113

El verdadero silencio interior provoca un


efecto de apertura, porque al que sabe hacer
silencio todo le habla, todo le enseña algo,
todo lo motiva y nada le molesta, nada le pa-
rece inútil, superficial o vacío. Sólo en el si-
lencio puede resonar la palabra. En ese senti-
do, la verdadera participación en la misa es
una adecuada combinación de expresiones
comunitarias (que hacemos todos juntos) y
espacios de intimidad.24
Pero lo importante no es que haya mu-
chos momentos de silencio, porque la misa
no está para eso. No sería correcto que sólo
valoremos los momentos de silencio de la
misa y nos moleste todo lo demás. Lo impor-
tante es procurar que todo lo que hagamos y
digamos en la misa brote de un silencio inte-
rior, nos salga de adentro, sea bien personal Si
los silencios de la misa no nos bastan para
lograrlo, será necesario que nos preparemos
mejor "antes" de la misa. No podemos olvi-
dar que los efectos de la gracia también de-
penden de nuestra disposición, y para prepa-
rarnos mejor suele ser necesario un momen-
to de soledad con el Señor antes de la celebra-

24
No es un intimismo antisacramental, pero tampoco
es un ritualismo sacramental sin experiencia ni
profundidad personal.
114 Para que vivas mejor la misa

ción, al menos mientras vamos caminando


hacia el templo.

11. Escuchar
Lo más importante en el silencio es escu-
char. Por eso, en el silencio podemos decirle
al Señor: "habla Señor, que tu siervo escucha"
(1 Sam 3,10), o como Isaías: "Señor, despier-
ta mi oído para escuchar como un discípulo"
(Is 50,4).
Pero sería un error pensar que sólo escu-
chamos a Dios en los momentos de silencio.
Ni siquiera deberíamos pensar que Dios ha-
bla sólo en las lecturas. Durante toda la misa
Dios está hablándonos, y por eso durante toda
la misa deberíamos tener una actitud recepti-
va, la actitud del que quiere escuchar a Dios.
Otro error sería pensar que cada uno tie-
ne que estar atento a lo que Dios le dice en su
interior al margen de lo que está sucediendo
en la misa. Porque en la misa Dios nos habla
principalmente a través de la celebración mis-
ma, en los signos, los gestos, las acciones que
se realizan. Es necesario afinar nuestra sensi-
bilidad espiritual para reconocer y escuchar
interiormente el mensaje de Dios a lo largo
de cada misa.
Víctor Manuel Fernández 115

12. Arrodillarse
La oración de rodillas suele tener tres sen-
tidos:
a) Penitencia y arrepentimiento, reconociéndo-
se muy pequeños, limitados y débiles ante
la grandeza del Santo (ver Éx 34, 8)
b) Adoración (ver Mt 14, 33; 28, 9; Ef 3, 14).
Este es el sentido de ponerse de rodillas en
la misa en el momento de la consagración.
c) Expresar nuestra súplica en una situación muy
difícil, cuando necesitamos una especial
ayuda de Dios. En realidad es este tercer
sentido el que más aparece en la Biblia (ver
Lc 22, 41; Hech 9, 40; 20, 26).

13. Caminar
En la misa no se camina mucho, pero el
sacerdote y los demás ministros suelen hacer
una procesión de entrada, que todos pode-
mos acompañar con una actitud interior de
"éxodo": salimos de la comodidad de nues-
tra casa y de nuestros planes y trabajos, para
ir al encuentro del Señor y de los hermanos
en la misa.
Cuando vamos a comulgar hacemos to-
dos una especie de peregrinación para recibir
116 Para que vivas mejor la misa

al Señor. Sería importante que tomemos ese


momento como una verdadera peregrinación.
Así no nos molestará tener que trasladarnos
hasta que nos toque el turno de recibir la co-
munión. Hay que recordar que estamos en
una comida comunitaria, y debe ser impor-
tante para mí que los demás también comul-
guen. Caminamos juntos, así como caminamos
juntos por la vida, hacia el encuentro pleno
con el Señor.
Pero también es importante que, en ese
corto tiempo en que voy caminando para re-
cibir la comunión, vaya abriendo mi corazón
a Jesús, vaya despertando mi deseo de recibir-
lo, vaya invocando al Espíritu Santo para que
prepare mi interior, y sobre todo vaya cantan-
do con fuerza y con ganas, porque el canto
nos une a todos en una misma oración, en
una misma peregrinación.
A lo largo del año, se agregan otras pere-
grinaciones dentro de la Liturgia: el Viernes
Santo, cuando vamos a besar la cruz; o la pro-
cesión con ramos de olivo del Domingo de
Ramos; o la procesión con las velas en la Pre-
sentación del señor (2 de febrero).
Víctor Manuel Fernández 117

14. Tocar
En realidad, en la misa no hay muchas
oportunidades de tocar, pero este es un gesto
necesario, porque nos permite tomar contac-
to con la realidad y nos ayuda a "estar aquí"
sin divagar con la mente por otras partes.
Hay un primer contacto que sería muy
sano si nos habituáramos a hacerlo: dar la
mano a las personas que estén más cerca cuan-
do nos sentamos en el templo para la misa.
Este saludo nos ayuda a salir de nuestro ensi-
mismamiento. Tocar a los demás ayuda a no
ser indiferente ante ellos, a no convertir la
misa en "mi" oración. Tocarlos me ayuda a
unirme a ellos de corazón.
Este contacto se repetirá en el momento
del saludo de la paz, muy importante antes
de recibir la comunión; porque la eucaristía
es el sacramento de la unidad, y si la recibi-
mos con el corazón abierto a los demás, pro-
ducirá mayores frutos en nuestra vida.
En algunas celebraciones se nos permite
también acercarnos a tocar una imagen. El
Viernes santo, por ejemplo, nos acercamos a
besar la cruz.
Pero hay un contacto de particular impor-
tancia, cuando nos acercamos a recibir la co-
118 Para que vivas mejor la misa

munión. Ya que este contacto es una comida,


nos detenemos en esto a continuación.

15. Comer
Este es el gesto que completa el banquete
de la eucaristía. Esto es tan grande que es ver-
daderamente secundario si la comunión se
recibe con la mano o en la boca. Es más, se
corre el riesgo de darle excesiva importancia
al gesto de recibir la comunión en la mano,
olvidando que lo que interesa no es tomar la
hostia consagrada, sino "comer" a Jesucristo.
La costumbre de recibir la comunión en
la mano es muy antigua. San Cirilo de Jerusa-
lén, en el siglo IV, decía a los fieles que no
había que acercarse con las manos extendi-
das, sino haciendo un hueco en la mano iz-
quierda para que sea como un trono que reci-
be a Jesús.
Pero no habría que poner el acento en la
dignidad del fiel, como si por recibir a Jesús
con su mano fuera más digno. Lo que mani-
fiesta su dignidad es el amor de Jesucristo que
se le ofrece como comida. Recibirlo en la
mano no vale más que esa inmensa posibili-
dad de comerlo.
Víctor Manuel Fernández 119

Por otra parte, recibirlo en la mano debe


ser más bien un gesto de humilde acogida, de
agradecida receptividad; como si fuera la sú-
plica del pobre, que no se siente dueño ni
merecedor de la eucaristía. Esa actitud recep-
tiva se expresa muy bien al recibirlo en la boca;
pero si lo hacemos con las manos, tendría-
mos que alimentar esa misma actitud. Ir a co-
mulgar no es "atrapar" la comunión, sino re-
cibirla.
Recordamos la importancia que tiene co-
mer, en el evangelio. En Jn 6, entre el versícu-
lo 51 y el versículo 58 aparece 6 veces la pala-
bra "carne" y siete veces la palabra "comer".
Esto nos permite decir que en la eucaris-
tía se produce la unión con Cristo más plena
que puede haber en esta vida, porque es ver-
daderamente comerlo a él para que se quede
con nosotros: "El que come mi carne y bebe
mi sangre permanece en mí y yo en él" (6,
56). Aquí se nos pide algo más que escuchar
a Jesús y hablarle. Se nos pide que hagamos
el gesto de comerlo. Ese gesto sensible indica
que entra en nuestra vida Cristo entero, y que
se realiza así la unión más íntima que poda-
mos esperar.
Con él, lo más profundo de nuestra vida
queda saciado; no el hambre del cuerpo, sino
120 Para que vivas mejor la misa

la necesidad de amor, de seguridad, de paz,


de fortaleza, de esperanza, de verdad.
Pero no hay olvidar que la misa es un
banquete, es decir, una comida comunitaria.
No soy yo individualmente quien voy a co-
mer, sino que estamos comiendo juntos: Jesús
se entrega a la comunidad. Por eso, aunque
es bueno que haya momentos de especial re-
cogimiento, nunca deben convertirse en un
aislamiento. Para que la misa tenga su verda-
dero sentido, siempre es necesario alimentar
el sentido comunitario, el espíritu de comu-
nidad que celebra, la alegría de los hermanos
que comen juntos. Las siguientes palabras
pueden ayudarnos a descubrir este sentido
fraterno de la comunión eucarística:
"Jesús Eucaristía, con su sola existencia, pue-
de decirnos así hasta donde tiene que llegar nues-
tro amor, abriéndonos a la fraternidad universal...
¿Qué significa amar? Quiere decir hacerse uno
con todos. Hacerse uno en todo lo que los otros
desean, aun en las cosas más pequeñas e insignifi-
cantes, en las que uno tal vez ni pone atención,
pero que para los otros son importantes. Jesús
ejemplificó este modo de actuar precisamente ins-
tituyendo la eucaristía... ¡Hacerse uno hasta el
punto de dejarse comer! Eso es el amor. Hacerse
uno de manera que los demás se sientan nutridos
Víctor Manuel Fernández 121

por nuestro amor, confortados, aliviados, compren-


didos".25
Cuando comemos a Jesús, él no se com-
porta pasivamente. Es algo mutuo. Al comer
a Jesús él de algún modo nos come a noso-
tros. Por eso, en cada comunión tenemos que
dejar que Jesús nos transforme en él. Así, nos
brota el deseo de actuar como él y de alimen-
tar a los demás con nuestra vida.

25
Ch. Lubich, La Eucaristía hace la Iglesia, en ¿Qué
significa la Eucaristía para nuestro tiempo?, Buenos Aires
1984, 17ss.
Cuarta parte:
Vivir los momentos
de la misa

La misa tiene dos grandes partes, en tor-


no a dos mesas: La Liturgia de la Palabra, en
torno al ambón donde se nos ofrece la Pala-
bra del Señor, y la Liturgia de la eucaristía, en
torno al altar donde se nos ofrece la Comu-
nión. Pero estas dos grandes partes tienen una
introducción (los ritos iniciales) y una con-
clusión al final de la misa.
Seguiremos paso a paso todos los mo-
mentos de la celebración para comprender su
significado y poder participar más conscien-
temente.

1. RITOS INICIALES

Los ritos del comienzo nos ayudan a ir


entrando en la celebración, a descubrir que
salimos de lo ordinario y entramos en algo
diferente. Van creando un clima distinto. Tam-
bién, si sabemos aprovecharlos, nos serenan,
ayudan a reducir el estrés, para que nuestros
124 Para que vivas mejor la misa

nerviosismos y ansiedades no perjudiquen


nuestra atención cuando escuchemos la Pala-
bra.
Por otra parte, estos ritos nos ayudan a
unirnos en la oración, para que comencemos
a sentirnos una sola comunidad de oración
(IGMR 24).
Pero no hay que tomarlos simplemente
como una preparación, porque ya son parte
de la misa, igual que la entrada de una casa o
el comienzo de un concierto. No son algo que
hay que pasar rápido, como quien despacha
un trámite innecesario, sino algo que hay que
vivir con todo el corazón para poder seguir el
ritmo profundo de la celebración.26

El canto de entrada
Dentro de estos ritos está el canto de en-
trada. No es una introducción, sino que ya es
parte de la celebración, la abre y fomenta la
unión de los que se han reunido (IGMR 25).
Porque no es lo mismo estar ocupando un
mismo lugar en el mismo templo, que estar
realmente unidos. El canto tiene un poder es-
pecial para producir ese sentimiento de uni-
26
Ver L. Maldonado, Cómo animar y revisar las Eucaristías
dominicales, Madrid 1980, 15-16.
Víctor Manuel Fernández 125

dad. Yo ofrezco mi voz y la uno a los demás,


los escucho, disfruto de la comunión que se
produce entre las voces y así siento que esta-
mos unidos en una misma celebración. Cuan-
do compartimos un canto con los demás, nos
da gusto estar con ellos, experimentamos que
estamos en lo mismo. Por eso es importante
hacer el esfuerzo de cantar, aunque no lo ha-
gamos bien, aunque nos cueste, aunque ten-
gamos poca voz.
También, si está bien elegido, el canto ya
nos ayuda a descubrir lo que se celebra en cada
misa. Debería notarse la diferencia si es un
canto de Adviento, de Navidad, de Cuaresma
o de Pascua. Pero sobre todo, los domingos,
debe expresar la alegría de estar juntos para
celebrar al Señor resucitado entre nosotros.
Si con el canto hay una procesión de en-
trada, aunque sólo sean algunos los que ca-
minen hacia el altar, eso nos recuerda que so-
mos una Iglesia que peregrina en este mundo
hacia el encuentro definitivo con el Señor.

El beso del sacerdote al altar


Cuando el sacerdote llega al altar lo besa,
porque la Iglesia siempre consideró que ese
altar es un signo de Jesucristo. En la antigüe-
126 Para que vivas mejor la misa

dad los altares eran un pedazo de roca, y lo


ideal es que siempre sean de piedra, porque
"la roca es Cristo" (1 Cor 10, 4).
Esta es una práctica muy antigua en todo
el mundo. Es hermoso descubrir cómo al co-
mienzo de la misa hay un beso, que no se diri-
ge tanto al altar, sino al mismo Cristo simbo-
lizado por el altar. Este beso debería transmi-
tirnos desde el principio la ternura hacia Cris-
to, a quien celebramos en la misa.

La señal de la Cruz
Una vez que el sacerdote se ha ubicado,
todos hacemos junto con él la señal de la Cruz,
porque todos somos celebrantes en la misa.
Por nuestro Bautismo estamos consagrados a
Dios y capacitados para celebrar el culto; y la
señal de la Cruz nos recuerda esa dignidad
que tenemos. Pero al mismo tiempo nos re-
cuerda que el gran protagonista en la misa es
Jesucristo. Al hacer la señal de la Cruz sobre
el propio cuerpo, tenemos que dejar que Cris-
to nos abrace, nos tome con su amor, nos una
a él mismo, porque toda la misa se celebra y
se ofrece en unión con Jesús.
Mientras trazamos la señal de la Cruz,
decimos: "En el nombre del Padre, y del Hijo,
Víctor Manuel Fernández 127

y del Espíritu Santo". Eso significa que la misa


es una alabanza a la Trinidad y que ya desde
el comienzo tenemos presentes a las tres Per-
sonas para alabarlas.
Al final de la señal de la Cruz se dice
"amén". En diversos momentos de la misa
decimos amén, y esa repetición puede hacer
que se nos vuelva una costumbre mecánica,
que lo digamos sin darnos cuenta. Pero si lo
pronunciamos con firmeza y potencia, el
amén puede ser más consciente. Recordemos
que la palabra "amén" significa "así sea" o "así
es". Es como decir que realmente estamos de
acuerdo con eso, que estamos convencidos.
Por eso, al decirlo, si hemos estado distraí-
dos, podemos despertar y tomar consciencia
de lo que estamos haciendo. Después de ha-
cer la señal de la Cruz nombrando a la Trini-
dad, el amén quiere decir que es verdad, que
realmente queremos dedicar ese tiempo uni-
dos a Jesús y que lo ofrecemos a la Trinidad.

El saludo del sacerdote al pueblo


El sacerdote dice: "El Señor esté con uste-
des". Los fieles responden: "Y con tu espíri-
tu". La misa tiene varios momentos de diálo-
go entre el sacerdote y los fieles. Este es el pri-
mero.
128 Para que vivas mejor la misa

Las palabras del sacerdote expresan un


deseo (que el Señor "esté"), pero sobre todo
recuerdan que el Señor resucitado realmente
está allí, porque donde dos o tres se reúnen
en su nombre, él se hace presente (Mt 18, 20).
En realidad, el deseo que expresa el sacerdote
es que nosotros nos abramos a esa presencia
de Jesús para que él pueda habitar en noso-
tros cada vez con más intensidad.
No hay que tomar este saludo nada más
que como una bienvenida del sacerdote a los
fieles, porque en realidad la casa de Dios es
de todos. Es un saludo espiritual, que nos re-
cuerda la presencia de Dios que nos convoca.
De hecho, cuando nosotros respondemos al
sacerdote decimos "y con tu espíritu", que no
son palabras que usamos para saludarnos por
la calle. Con esa respuesta le deseamos al sa-
cerdote que el Señor habite en su interior para
que pueda celebrar la misa con fervor espiri-
tual.
De hecho, la comunidad puede optar
también por otras respuestas que tienen pro-
fundo sentido religioso; por ejemplo, por ésta:
"Bendito seas por siempre Señor".
A lo largo de la misa, se dirige cuatro ve-
ces este saludo a los fieles, que debería ayu-
darles a volver a tomar consciencia de la pre-
Víctor Manuel Fernández 129

sencia del Señor Jesús, que realmente está con


ellos en ese momento.

El acto penitencial
Dice el evangelio: "Si en el momento de
presentar tu ofrenda recuerdas que tu herma-
no tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda
ante el altar y vete primero a reconciliarte con
tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofren-
da" (Mt 5, 23-24). Por eso, es bueno que ya al
comienzo de la misa nos reconozcamos pe-
cadores y pidamos perdón.
Pero no hay que convertirlo en un pro-
fundo examen de conciencia privado. No ten-
go que esperar que haya un largo silencio, o
que me dé tiempo para revisar toda mi vida.
En todo caso eso debería hacerlo cada uno
antes de la misa.
Tampoco hay que confundirlo con el sa-
cramento de la Confesión, porque este rito
no está para el perdón de los pecados graves.
Es cierto que si uno tiene pecados graves, en
este momento puede hacer un acto de pro-
fundo arrepentimiento, dolido por sus peca-
dos, y por esa "contricción perfecta" Dios per-
dona sus pecados graves. Pero de todos mo-
dos no podrá recibir la comunión porque le
130 Para que vivas mejor la misa

falta el sacramento de la reconciliación, que


lo reconcilia también con la Iglesia a la que
ha dañado con sus pecados.
El acto penitencial de la misa es sólo una
manifestación comunitaria de que todos so-
mos pequeños, necesitados, pecadores, y de
que necesitamos convertirnos, para que así
podamos abrir mejor el corazón a Dios. Pero
para que este acto realmente nos libere de la
autosuficiencia y nos purifique, debe ser sin-
cero.
Por eso normalmente en este acto peni-
tencial hay un momento de silencio, para que
cada uno pueda reconocer brevemente sus
propios pecados, para que pida perdón con-
cretamente por sus propias faltas. Ya san Pa-
blo pedía que cada uno se examinara antes
de recibir el cuerpo de Jesús (1 Cor 11, 27-
30). Porque es cierto que la misa es una ora-
ción comunitaria y que este es un acto peni-
tencial comunitario; pero eso no quita que
también sea algo profundamente personal,
donde cada uno lleve su persona concreta y
su propia historia. No podemos ser comuni-
tarios si dejamos de ser nosotros mismos. El
momento de silencio que suele hacerse aquí,
ayuda a esta personalización.
Víctor Manuel Fernández 131

Normalmente, cuando expresamos este


espíritu penitencial, decimos: "Señor ten pie-
dad", que es lo mismo que decir: "ten miseri-
cordia". Es una expresión muy breve pero que
tiene una gran profundidad. Más allá de la gra-
vedad que tengan los pecados que cometimos,
con esas palabras reconocemos que necesita-
mos a Jesús, que solos no podemos, que so-
mos frágiles, que sólo él es el Salvador y que
nosotros buscamos su ayuda para poder salir
adelante. Por eso, es también una confesión
de la misericordia de Dios, de su amor cerca-
no y siempre dispuesto a auxiliarnos.
En los Salmos aparece mucho esa expre-
sión: "Ten piedad, Señor, que desfallezco" (Sal
6, 3). "Señor, ten piedad, sáname porque he
pecado contra ti" (Sal 40, 5). "Ten piedad de
mí, Dios, por tu bondad" (Sal 51, 3). "Ten
piedad, Señor, ten piedad, que estamos can-
sados de desprecios" (Sal 122, 3). En los evan-
gelios es la súplica de los enfermos y necesi-
tados, que confían en el auxilio de Jesús (Mc
10, 47; Mt 15, 22; 17, 15; 20, 30; Lc 17, 30).
Al final del acto penitencial, el sacerdote
dice: "Dios todopoderoso tenga misericordia
de nosotros, perdone nuestros pecados y nos
lleve a la vida eterna". Y los fieles cierran el
acto penitencial asintiendo con su "amén".
132 Para que vivas mejor la misa

La oración de la asamblea
(oración colecta)
Luego, "el sacerdote invita al pueblo a
orar. Y todos, a una con el sacerdote, perma-
necen un rato en silencio para hacerse cons-
cientes de estar en la presencia de Dios y for-
mular insistentemente sus súplicas" (IGMR
32).
Comienza con una invitación a orar ("ore-
mos"), luego hay un silencio en el cual los
fieles oran íntimamente, y finalmente una bre-
ve oración del sacerdote que así "recoge" (de
allí el nombre "colecta") las oraciones de los
fieles y la presenta a Dios. Por eso se dice en
plural, y por eso mismo se llama oración "de
la asamblea".
El contenido de esta oración es muy ge-
neral, para que pueda abarcar a todos los fie-
les con sus necesidades. Se pide, por ejemplo,
que Dios escuche a su pueblo, o que lo auxi-
lie, o que nos ayude a cumplir su voluntad, o
que podamos alcanzar sus promesas, o que
perseveremos en el amor, o que podamos ca-
minar sin tropiezos, etc.
Al final, la oración siempre se dirige a la
Trinidad. Generalmente se dirige al Padre en
nombre de Jesucristo, porque Jesucristo está
Víctor Manuel Fernández 133

unido a la asamblea de los fieles formando


un solo cuerpo con ellos, y presidiendo su
oración al Padre. Pero siempre termina dicien-
do: "en la unidad del Espíritu Santo, por los
siglos de los siglos".
Esta expresión "por los siglos de los si-
glos" se repite a lo largo de toda la misa des-
pués de nombrar a la Trinidad. Así se quiere
expresar que Dios es siempre digno de nues-
tra alabanza, no sólo en este momento, sino
siempre. Él es glorioso, infinito y santo siem-
pre; lo era antes de nuestra existencia y lo será
eternamente, porque él es Dios. Así recorda-
mos que Dios es un misterio mucho más gran-
de que nuestra pequeña vida, que nuestras
palabras y que nuestros sentimientos.
Los fieles se unen a la oración que hizo el
sacerdote diciendo "amén", que es como de-
cir que realmente están de acuerdo con la ora-
ción que acaba de decir el sacerdote, que la
hacen propia.
Para poder orar con gusto en la misa, yo
tengo que asumir esas palabras que la Iglesia
me propone, aunque a veces no las compren-
da del todo. En mi oración individual yo pue-
do usar las palabras que quiera, pero la misa
es una oración bien comunitaria, donde se
usan palabras y gestos comunes. No vale la
134 Para que vivas mejor la misa

pena querer cambiar lo que dicen las oracio-


nes de la misa o buscar palabras que me pare-
cen más espirituales o más claras. Estas pala-
bras que ha elegido la Iglesia me unen con
los cristianos de todo el mundo. Más que que-
jarme porque no me convencen esas oracio-
nes, lo mejor es salir de mí mismo, liberarme
de mis esquemas mentales o espirituales, y
hacer mío lo que la Iglesia me propone. No
sirve de nada creerme más sabio y pensar que
yo podría inventar una misa mejor. Tengo que
recordar que muchas veces, estando muy con-
vencido de algunas cosas, me equivoqué, y
que hay cosas que en otras épocas no enten-
día y ahora entiendo. En las cosas de Dios hay
mucho más de lo que mi sensibilidad puede
valorar o de lo que mi mente puede enten-
der. Lo que se celebra en la misa es un "miste-
rio" que nunca llegaremos a comprender del
todo. Si todo en la misa fuera sumamente cla-
ro y sencillo, quizás creeríamos que nosotros
entendemos y abarcamos el misterio de Dios.
Pero en la misa sucede algo tan grande que
nosotros nunca lo podremos abarcar con
nuestras palabras, ni con nuestra mente, ni
con nuestros sentimientos.
Víctor Manuel Fernández 135

El Gloria
Hemos recordado que el Señor resucita-
do está con nosotros, y hemos dejado todo
en sus manos recordando su misericordia. Por
eso podemos dar curso a nuestra alegría di-
ciendo: "Gloria a Dios en el cielo..."
Es un himno muy antiguo (alrededor del
año 300) que tiene sobre todo un sentido de
alabanza. Algunas personas no son capaces
de descubrir que la misa está llena de alaban-
zas, o se reúnen antes o después de la misa
"para alabar a Dios". Pero ese deseo de ala-
banza debería expresarse dentro de la misa,
donde hay una permanente alabanza a Dios.
En este himno, por ejemplo, decimos estas
palabras: "Gloria a Dios... Por tu inmensa
gloria te alabamos, te bendecimos, te adora-
mos, te glorificamos, te damos gracias". Si esto
no es alabanza ¿qué es? El problema es que
no siempre descubrimos el sentido profundo
de las palabras y no las decimos desde el co-
razón.
Dirigimos la alabanza al Padre: "Señor
Dios, Rey celestial", y luego nos concentramos
en el Hijo, de varias maneras: "Señor, Hijo
único Jesucristo, Señor Dios, Cordero de Dios,
Hijo del Padre" Y le decimos: "Porque sólo
136 Para que vivas mejor la misa

tú eres Santo, sólo tú Señor, sólo tú altísimo


Jesucristo". ¿Queremos más alabanza?
Debería ser recitado o cantado con ale-
gría, elevando el corazón. Vale la pena alabar,
porque así nos centramos en Dios por un ins-
tante y sacamos un poco la mente de nues-
tras preocupaciones y pensamientos de siem-
pre. Dios merece nuestra alabanza; merece
que por un momento dejemos de pensar en
nosotros y proclamemos su gloria.
El comienzo de esta oración retoma el
canto de los ángeles cuando nació Jesús (Le
2, 14). Allí mucha gente se confunde y dice:
"y en la tierra paz a los hombres que aman al
Señor". En realidad dice: "paz a los hombres
que ama el Señor". Lo que estamos recordando
es que Dios nos ama, y por eso nos ha entre-
gado a su Hijo Jesús. Es un canto de reconoci-
miento por el amor inmenso que Dios tiene
por cada uno de nosotros.
Se dice los domingos y las solemnidades
y fiestas. Pero no se usa en Adviento y Cua-
resma, para destacar que son tiempos de pre-
paración y purificación. De esa manera, cuan-
do llegan la Navidad o la Pascua, el canto del
Gloria nos ayuda a descubrir la alegría y la
grandeza de lo que se celebra en esas festivi-
dades.
Víctor Manuel Fernández 137

2. LITURGIA DE LA PALABRA

Aquí se produce un movimiento importan-


te. Todos nos sentamos y nos concentramos
en el ambón, donde está el libro de la Pala-
bra de Dios. Y un lector se dirige al ambón.
Estos movimientos nos indican que comien-
za una de las grandes partes de la misa: la Li-
turgia de la Palabra. Se nos va a servir la mesa
del pan de la Palabra.
Es la Palabra más importante que pode-
mos escuchar, la que no miente, la que no
engaña, la que ciertamente ilumina nuestros
pasos como una lámpara. Es alimento que
necesitamos, porque "no sólo de pan vive el
hombre, sino de toda palabra que sale de la
boca de Dios" (Dt 8, 3; Mt 4, 4).
En este momento de la misa Dios está
diciéndonos: "¡Escucha Israel!" (Dt 6, 4), y
nosotros le respondemos: "Habla Señor, que
tu siervo escucha" (1 Sam 3, 10).
Aunque sentimos la tentación de dejar-
nos convencer por otros mensajes, volvemos
siempre a escuchar al Señor y le decimos: "¿A
dónde vamos a ir? Tú tienes palabras de vida
eterna" (Jn 6, 68).
138 Para que vivas mejor la misa

Las lecturas

La Iglesia nos recuerda que "las lecturas


de la Palabra de Dios deben ser escuchadas
por todos con veneración", porque "Dios mis-
mo habla a su pueblo, y Cristo, presente en su
Palabra, anuncia el evangelio" (IGMR 9). Eso
es lo que sucede en cada misa. A través de las
lecturas Dios mismo viene "a conversar" con
nosotros (DV 21). Y nosotros nos colocamos
a los pies del Señor para escucharlo, como
María de Betania (Lc 10, 38-42).
Porque el Dios verdadero no es como los
ídolos mudos (1 Cor 12, 2). Él le dirigió la
palabra a su Pueblo y sigue hablando. La Igle-
sia, que es "comunidad de creyentes, comu-
nidad de esperanza vivida y comunicada, co-
munidad de amor fraterno, tiene necesidad de
escuchar sin cesar lo que debe creer" (EN 15).
Los domingos, antes del evangelio, nor-
malmente se hace una lectura tomada del
Antiguo Testamento y otra del Nuevo Testa-
mento, porque "en muchas ocasiones y de
diversas maneras habló Dios en el tiempo
pasado a nuestros padres por los profetas.
Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por
el Hijo" (Heb 1, 15).
Víctor Manuel Fernández 139

Puede ser edificante recordar cómo escu-


chaba la Ley de Dios el pueblo judío en Jeru-
salén, cuando pudo reunirse por primera vez
a celebrar a Dios después del exilio. Cuenta
la Biblia que "los oídos del pueblo estaban
atentos al libro de la Ley" (Neh 8, 3), y que
todo el pueblo lloraba al oír las palabras de
la Ley" (Neh 8, 9). Ojalá todos los fieles escu-
cháramos de esa manera la Palabra de Dios
en la misa.
Hace falta una apertura del corazón que
favorezca la contemplación y la meditación,
sabiendo que Dios tiene un mensaje perso-
nalísimo para cada uno. Que la misa sea una
celebración comunitaria no significa que sea
una masificación, donde no hay nada perso-
nal y distintivo de cada uno. También en la
misa se realiza una unidad en la diversidad, y
la Palabra de Dios debe llegar a las situacio-
nes concretas e internas de cada uno de los
fieles.
Escuchar la Palabra no es ser un especta-
dor. Es estar activo con la mente y el corazón,
tratando de hacer propio lo que se está leyen-
do. Para que la Palabra pueda ser escuchada y
meditada en la misa, es necesario un silencio
sagrado (SC 30). Es un silencio exterior que
expresa que hemos hecho silencio en el cora-
140 Para que vivas mejor la misa

zón, que nos hemos vaciado de tantas pala-


bras inútiles y estamos verdaderamente abier-
tos, atentos y deseosos de recibir lo que el
Señor quiera decirnos. Pero si estamos distraí-
dos o indiferentes, puede ayudar que durante
las lecturas nos preguntemos: "¿Qué quiere
decirme el Señor en estas lecturas? ¿Qué quiere
tocar de mi vida? ¿A qué me está invitando?".
Ojalá podamos decir como los discípu-
los de Emaús que "nos ardía el corazón cuan-
do nos hablaba" (Lc 24, 32).

Celebrar la Palabra

En la misa hay un culto a la Palabra de


Dios, una veneración mucho más importan-
te que la que puede realizar una persona soli-
taria. Porque en la misa no se trata simple-
mente de leer y de escuchar, sino de celebrar
la Palabra. Por eso después de cada lectura res-
pondemos con una alabanza, que deberíamos
decir con el corazón. El lector dice "Palabra
de Dios", pero no porque nosotros no lo se-
pamos, sino para que elevemos nuestra ala-
banza. Por eso nosotros respondemos "te ala-
bamos Señor". Ojalá esa alabanza esté real-
mente dirigida a Dios que nos ha hablado, y
no sean palabras dichas por costumbre. La
Víctor Manuel Fernández 141

Liturgia es un diálogo entre el Señor y su pue-


blo. El Señor ha hablado y su pueblo le res-
ponde alabándolo. Si en la misa no escuchá-
ramos la Palabra de Dios, el culto "no sería
un encuentro vivo y eficaz entre Dios y su
pueblo, sino un monólogo".27
En Lc 4, 21 se cuenta que Jesús, después
de leer la Palabra de Dios dijo: "Esta Escritura
que acaban de escuchar se ha cumplido hoy".
Esto sucede cada vez que abrimos el corazón
a la Palabra de Dios, que es siempre actual y
siempre tiene algo para decirle a nuestras vi-
das. Pero esto sucede sobre todo en la cele-
bración de la misa, porque en la misa la Pala-
bra de Dios tiene una eficacia especial, ya que
estamos reunidos en el nombre de Jesús, y la
Iglesia está elevando la oración más excelen-
te. La lectura de la Palabra en la misa es un
verdadero acontecimiento de salvación.

El pan de la Palabra que nos prepara


para el pan de la Eucaristía

Orígenes decía que así como no se des-


cuida la hostia, tampoco hay que descuidar
la Palabra. ¿Sería menos culpable cualquier
27
J. J. Von Allmen, El culto cristiano, Salamanca, 1968,
134.
142 Para que vivas mejor la misa

descuido en guardar su Palabra que en guar-


dar su Cuerpo?".28
Por eso la Iglesia "ha venerado siempre
las Sagradas Escrituras tanto como el Cuerpo
mismo del Señor" (DV 21). En la misa Jesús
nos alimenta en las dos mesas: el ambón y el
altar. Son las dos maneras que tiene Jesús de
alimentarnos. Cuando Jesús nos dice que él
es el pan de vida, se refiere tanto a la Palabra
como a la eucaristía. El discurso del pan de
vida, que leemos en Jn 6, se refiere a la Pala-
bra hasta el versículo 51, y a partir del versícu-
lo 51 se refiere a la eucaristía.
Ya en el Antiguo Testamento se presenta-
ba la Palabra de Dios como alimento que nos
sostiene:
"Es tu Palabra la que mantiene a los que creen
en ti" (Sab l6, 26).
"Yo mandaré hambre a la tierra. No hambre
de pan ni sed de agua, sino de escuchar la Palabra
de Yahvé" (Am 8, 11).
A veces tenemos la tentación de pensar
que la presencia de Jesús en la eucaristía es
tan grande, que la Palabra del Señor no pue-
de valer tanto. Pero recordemos que en la eu-
caristía está la misma Palabra que alcanza su
Orígenes, Homil. s. el Éxodo 13, 3.
Víctor Manuel Fernández 143

máxima eficacia, porque es la Palabra de Je-


sús ("Esto es mi cuerpo") la que convierte el
pan en su Cuerpo. La Palabra de Dios es viva
y eficaz (Heb 4, 12), pero alcanza su máxima
eficacia cuando se pronuncian las palabras del
Señor en la consagración y así las ofrendas se
convierten en Jesús.
En las lecturas Jesús es la Palabra que se
hace escuchar, y en la eucaristía Jesús es la Pa-
labra que se hace visible, que podemos tocar
y podemos comer. Jesús deja de hablarnos a
los oídos, pero se comunica con nosotros a
través de la vista y del tacto. Es la misma Pala-
bra con distinto lenguaje.
Entonces, no hay que pensar que las lec-
turas tienen menos importancia que la comu-
nión. Son dos modos diferentes que tiene Je-
sús de alimentarnos, y los dos son necesarios.
Si abriéramos más el corazón a la Palabra, eso
nos prepararía para que la comunión pueda
producir mejores frutos en nuestra vida, ya
que "la mesa de la Palabra lleva naturalmen-
te a la mesa del Pan eucarístico" (DD 42).
Porque la eucaristía es el sacramento de nues-
tra fe, pero la fe necesita de la Palabra de Dios:
"¿Cómo creerán si nadie les anuncia?" (Rom
10, 14).
144 Para que vivas mejor la misa

El Salmo
Después de la primera lectura se canta o
se proclama un Salmo, repitiendo un estribi-
llo entre las estrofas.
Sabemos que desde los comienzos los
cristianos usaban los Salmos en la oración
litúrgica, como una herencia del pueblo ju-
dío. En el siglo IV san Agustín predicaba mu-
chas veces sobre los Salmos o sobre el estribi-
llo que se cantaba en la misa entre las estrofas
del Salmo. Una vez san Juan Crisóstomo se
detuvo a predicar sobre ese estribillo. Dijo
algo muy interesante:
"No cantemos la respuesta con rutina; mejor
tomémosla como bastón de viaje... Recuérdala con
interés y entonces será para ti de gran consuelo.
Yo los exhorto a no salir de aquí con las manos
vacías, sino a recoger esas respuestas como perlas,
para que las guarden siempre, las mediten, y las
canten a sus amigos".29
Es importante recordar que el Salmo no
es cualquier poesía, sino que es Palabra de
Dios, con el mismo valor de las demás lectu-
ras bíblicas. El estribillo que repiten los fieles

29
S. Juán Crisóstomo, Comentario al salmo 41: PG 55,
156-166.
Víctor Manuel Fernández 145

es como una respuesta a la Palabra de Dios, y


así se establece un diálogo entre Dios y su
pueblo en oración.

El Aleluya
"Aleluya" es una palabra hebrea que sig-
nifica: " ¡Alaben a Yahvé!". Es una aclamación
para alabar a Dios con gozo porque Jesús nos
va a dirigir la Palabra. Por ser una alabanza,
nos ayuda a tomar consciencia de que cele-
bramos el evangelio y no simplemente lo lee-
mos y lo escuchamos. En Apoc 19, 1-4 vemos
que el Aleluya es una alabanza celestial.
Se omite durante la Cuaresma.

La proclamación del Evangelio


Es importante advertir que al evangelio
se le da mayor importancia que a las demás
lecturas, porque Dios nos ha hablado sobre
todo a través de su Hijo Jesús (Heb 1, 15), y
en el evangelio está lo que Jesús hizo y ense-
ñó.
Por eso, antes de leer el evangelio hay un
rito especial: nos ponemos de pie, cantamos
el Aleluya, se hace un saludo, la señal de la
cruz, y algunas veces se le echa incienso. Lo
146 Para que vivas mejor la misa

proclama el sacerdote o el diácono pidiendo


la bendición antes de dirigirse al ambón.
Al terminar la proclamación del evange-
lio se dice: "Palabra del Señor", y todos res-
pondemos con una hermosa alabanza dirigi-
da a Jesús: "Gloria a ti Señor Jesús". Quiere
decir que tenemos consciencia de que es Je-
sús el que nos ha dirigido la Palabra, y por
eso lo alabamos.

El beso al Evangelio
Cuando se termina de leer el evangelio,
se le da un beso. Es un gesto de cariño hacia
Jesús, que nos ha dirigido la Palabra. Tenga-
mos en cuenta que no es una simple formali-
dad. Tiene el mismo sentido de afecto que el
beso que le damos a un amigo del alma o a
cualquier ser querido. Es un beso a Jesús que
nos ha regalado su Palabra.

La homilía
Dice san Pablo que "la fe viene de la pre-
dicación, y la predicación por la Palabra de
Cristo" (Rom 10, 17).
Es cierto que la homilía no es lo más im-
portante. El centro de esta parte de la misa
Víctor Manuel Fernández 147

son las lecturas, y sobre todo la proclamación


del evangelio. La homilía está el servicio de
esa Palabra de Dios, para ayudarnos a actuali-
zar su mensaje y aplicarlo a nuestras vidas.
Es cierto que hay sacerdotes con más ca-
risma y capacidad para predicar. Pero también
es cierto que los efectos de la homilía depen-
den en parte de nuestra disposición. Si escu-
chamos con prejuicios contra el sacerdote, esa
homilía sólo será un mal momento y no sa-
caremos nada bueno para nuestras vidas.
No olvidemos que la homilía no es una
charla espiritual, sino una parte de la celebra-
ción litúrgica. Por eso también es un miste-
rio, como toda la Liturgia. Más allá de lo que
entendamos, más allá de nuestros gustos, más
allá de nuestra sensibilidad, más allá de las
ideas que podamos compartir o no, el Espíri-
tu Santo quiere tocar nuestros corazones en
medio de la homilía. Por eso a veces sucede
que el sacerdote dice algo que a él mismo le
parece secundario, pero eso puede llegar a
cambiarnos la vida.
Hay que vivir con fe este momento de la
celebración, e intentar abrir el corazón. Dios
obra más allá de la inteligencia, la capacidad,
la profundidad, la habilidad o la simpatía del
sacerdote que predica.
148 Para que vivas mejor la misa

El Credo
No se dice todos los días, sino los domin-
gos y las solemnidades. Es la confesión pú-
blica de la fe, que hacemos como cristianos.
Son las grandes verdades de nuestra fe. Por-
que la fe cristiana también contiene otras ver-
dades secundarias, pero el corazón de lo que
creemos está en el Credo.
Es una confesión solemne, pública, comu-
nitaria. Deberíamos hacerla con el gozo de sen-
tir que no estamos solos en nuestra fe, que los
demás hermanos presentes comparten las mis-
mas convicciones profundas. Eso que procla-
mamos es parte de nuestra identidad, es la ver-
dad que hemos aceptado. Si otros no compar-
ten nuestra fe los respetamos, pero nosotros
estamos felices y orgullosos de tener esta fe.
Proclamar el Credo no es dar una lección
para mostrar que recordamos las verdades de
fe; no es un ejercicio intelectual para recordar
la doctrina. Al decirlo dentro de la misa, el
Credo es también una celebración de nuestra
fe. No es decir que aceptamos esas verdades,
sino disfrutarlas, apoyamos en ellas. Por ejem-
plo, cuando decimos que creemos en el Espí-
ritu Santo estamos expresando que confiamos
en él, que esperamos su ayuda, que él nos da
Víctor Manuel Fernández 149

seguridad, paz y gozo. Cuando decimos que


creemos en la vida eterna nos alegramos por
ese destino feliz que nos espera.
Por otra parte, esta confesión pública ex-
presa la fe que la Palabra de Dios ha desper-
tado (Rm 10, 17). Es una respuesta a la Pala-
bra de Dios. Todo eso que creemos está en la
Palabra de Dios. No todo está en las lecturas
que acabamos de hacer en la misa, pero al
decir el Credo expresamos también que acep-
tamos todo lo que esa Palabra contiene.

Las preces
La "oración de los fieles" es una expre-
sión que puede confundir, como si dijéramos:
"hasta ahora habló el cura, ahora nos toca a
nosotros. Sería muy breve la oración de los
fieles si se redujera a eso. Porque toda la misa
es también "oración de los fieles".
En realidad las preces son una reacción
de los fieles luego de alimentarse con la Pala-
bra, sintiendo que es necesario tener presen-
tes también a los hermanos que necesitan de
nuestra oración. Abrimos el corazón para te-
ner en cuenta a la Iglesia entera.
El contenido de estas preces, más que in-
tenciones son personas, grupos de personas.
150 Para que vivas mejor la misa

Entonces el "para" es más importante que el


"por".
Pedimos por personas que no están en la
celebración, y también por los que no son cris-
tianos. Las preces unen a la comunidad que
celebra con toda la humanidad; por eso tam-
bién se llaman "oración universal".
No significa que la comunidad no pueda
pedir por ella misma, pero lo más importan-
te es la intercesión, que hace que la asamblea
se abra a los demás: a la sociedad, a las otras
comunidades, a la Iglesia universal. En la ora-
ción de los fieles se une la Iglesia local con la
Iglesia universal. Alguien dijo algo muy her-
moso sobre este punto: "En esta Iglesia parti-
cular, aunque esté reducida a algunos fieles,
descansa el porvenir de la Iglesia, la suerte de
la humanidad entera. Ella intercede ante Dios
por millones de seres humanos. Dios coloca
entre él y las naciones a esta comunidad cris-
tiana. Entre él y el mundo, Dios ha colocado
la intercesión de esta comunidad local".30
En las normas del libro de la misa se su-
giere que el orden de las intenciones sea el
siguiente: Por las necesidades de la Iglesia (el

30
L. Deiss, La celebración de la Palabra, Madrid 1992,
122.
Víctor Manuel Fernández 151

Papa, las misiones, los obispos, las vocacio-


nes, etc.), por los gobernantes y la salvación de
todo el mundo (la justicia, los problemas so-
ciales, los países que estén pasando por difi-
cultades especiales, las autoridades del pro-
pio país, las organizaciones que trabajan por
el bien común, etc.), por los oprimidos por cual-
quier necesidad (los pobres, los enfermos, los
moribundos, los presos, etc.), y finalmente por
la comunidad local (por los proyectos, las ne-
cesidades, las dificultades de la comunidad
cristiana y del lugar donde está inserta).
Debe ser siempre una oración "universal".
Eso no significa que no se pueda pedir por
algunas personas de la comunidad que están
celebrando algo o que están pasando por di-
ficultades. Pero lo ideal es hacerlo de tal ma-
nera que la oración no pierda su apertura
universal. Por ejemplo, si se pide por un pro-
blema de la familia Pérez, conviene agregar
"y por todas las familias que están pasando
por dificultades". Si se pide por la salud del
párroco, se agrega "y por todos los enfermos".
Así respondemos a este pedido de la Pa-
labra de Dios: "Recomiendo que se hagan ple-
garias, oraciones, súplicas y acciones de gra-
cias por todos los hombres, por los reyes y
por los gobernantes..." (1 Tim 2, 1-2).
152 Para que vivas mejor la misa

De este modo, en lugar de encerrarnos en


nuestras propias necesidades, asumimos
nuestra responsabilidad en la construcción del
mundo y de la Iglesia. Cuando por amor nos
olvidamos de nuestras propias necesidades
para pedir por los demás, Dios nos bendice
también a nosotros y a nuestras familias, por-
que Dios bendice a los que aceptan ser sus
instrumentos de bendición.
En estas preces, como en toda la misa, los
fieles ejercen su sacerdocio. Más que en cual-
quier oración que hagan fuera de la misa,
porque en la misa se convierten en una ora-
ción litúrgica, una oración de toda la Iglesia
junto con Jesucristo. Este sacerdocio de los
fieles no es el sacerdocio del ministro orde-
nado, que preside la eucaristía; pero es un sa-
cerdocio real recibido en el bautismo. Por ese
sacerdocio nosotros somos instrumentos de
bendición para los demás, le presentamos nues-
tra ofrenda a Dios y rogamos por los herma-
nos. De hecho en la antigüedad no se permi-
tía que participaran de esta oración los que
todavía no estaban bautizados, y en este mo-
mento de la misa tenían que retirarse. Era la
oración de los consagrados en el bautismo.
Las preces son una oración de intercesión,
porque pedimos más por los demás que por
Víctor Manuel Fernández 153

nosotros mismos. Por eso tienen un gran va-


lor. Son un acto de fe, porque expresamos la
confianza en Dios, que puede hacer algo por
el mundo. Pero al mismo tiempo son un acto
de amor al prójimo. Para que de verdad sea
así, tendríamos que tratar de abrir el corazón
a los demás y dejar que se despierte el cariño
y la compasión por las necesidades ajenas.
Al terminar las preces, los fieles cierran la
Liturgia de la Palabra con un "amén".

3. LITURGIA DE LA EUCARISTÍA

Aquí se produce otro movimiento impor-


tante. La atención ya no se concentra en el
ambón sino en el altar. El sacerdote se dirige
al altar y se acercan las ofrendas. Todo este
movimiento indica que comenzamos la Li-
turgia de la eucaristía, la segunda de las dos
grandes partes de la misa.

La presentación de las ofrendas


La presentación del pan y del vino no es
la gran ofrenda de la misa. La gran ofrenda de
la misa es Jesús que se ofrece al Padre, y noso-
tros junto con él, a partir de la consagración.
Pero esta presentación del pan y del vino nos
154 Para que vivas mejor la misa

sirve como símbolo de la ofrenda a Dios y


nos estimula a prepararnos para ofrecernos
junto con Cristo cuando él se haga presente
en el altar. En esta presentación, al entregar el
pan y el vino le damos a Dios algo nuestro,
algo que es don suyo pero también es fruto
de nuestro trabajo. Porque Dios, cuando toma
la iniciativa de llamarnos, espera que respon-
damos ofreciéndole algo, aportando algo,
como el niño que ofreció cinco panes para
alimentar a la multitud (Jn 6, 9).
Ya en esta presentación de las ofrendas
los fieles le dicen a Dios que están dispuestos
a ofrecer todo de su parte para crear un mun-
do mejor, para ayudar a los pobres, para cons-
truir una sociedad más justa. Esta ofrenda de
nosotros mismos ya es una primera coopera-
ción para que la eucaristía pueda cambiar el
mundo a través de nosotros. Por eso el pue-
blo se ofrece a sí mismo (ver Rom 6, 13; 12, 1)
junto con el pan y el vino para ser convertido
en instrumento de unidad y de servicio:
"El pan y el vino se convierten en cierto senti-
do en símbolo de todo lo que la asamblea encarís-
tica presenta por sí misma como ofrenda a Dios"
(EM II, 9b) .
Conviene recordar que la gran ofrenda
será a partir de la consagración, cuando Jesús
Víctor Manuel Fernández 155

mismo, presente en el altar, se ofrecerá al Pa-


dre. Pero no conviene aislar esta ofrenda de
la vida de los fieles, porque en el sacramento
todo es para los fieles y no tiene sentido sin
ellos, sin su vida. Entonces, el sacerdote pre-
senta los dones del pan y el vino, con ellos
presenta también el amor, los trabajos, las es-
peranzas, los cansancios, los sueños y alegrías,
la vida de la gente. Y luego, a partir de la con-
sagración, esa vida con toda su riqueza se lle-
nará de la presencia de Cristo que la ilumina-
rá y la hará fecunda. Entonces la eucaristía no
sólo será el culmen, sino también la fuente de
donde brota nuestra vida cristiana.
Pero en esta presentación lo más impor-
tante es que se prepara la mesa del banquete.
El altar se prepara colocando sobre el mantel
el corporal (un trozo de tela donde luego se
colocarán las ofrendas). Al lado se coloca el
purificador (un paño blanco más pequeño
que se utiliza para limpiar los vasos sagrados).
Adelante se coloca el misal (donde están las
oraciones de la misa), y al costado el cáliz, la
bandejita de la hostia (patena) y las jarras con
el vino y el agua. También suele haber otro
copón con las hostias pequeñas para los fie-
les. A veces las hostias, el vino y el agua se
acercan en procesión, para significar que tam-
156 Para que vivas mejor la misa

bien los fieles entregan las ofrendas al Señor


a través del sacerdote que las recibe.
Cuando no hay un canto, el sacerdote
presenta las ofrendas diciendo una oración
de gratitud a Dios por el pan y por el vino:
"Bendito seas, Señor, Dios del universo...". El
canto también debería expresar esta gratitud a
Dios porque él mismo nos ha regalado esos
dones que estamos presentando, que son fru-
to precioso de la tierra. También se expresa la
gratitud por el trabajo del hombre, que co-
operó para producir esos dones.
Aunque el sacerdote presenta las ofren-
das a Dios sobre el altar, los fieles participan
de una manera muy directa cuando el sacer-
dote los invita a orar para que el sacrificio sea
agradable a Dios. Les dice: "oren hermanos,
para que este sacrificio mío y de ustedes sea
agradable a Dios...". Así queda claro que los
fieles realmente se unen al sacrificio de Cris-
to que se va a celebrar. Esta invitación tam-
bién puede decir: "Oren hermanos, para que
llevando al altar los gozos y las fatigas de cada
día, nos dispongamos a ofrecer el sacrificio agra-
dable a Dios, Padre todopoderoso". En estas
palabras queda claro que los fieles llevan su
vida al altar, pero que la gran ofrenda será
después.
Víctor Manuel Fernández 157

Allí todos los fieles responden: "El Señor


reciba de tus manos este sacrificio, para ala-
banza y gloria de su nombre, para nuestro
bien y el de toda su santa Iglesia". Con estas
palabras nosotros hacemos nuestras las ora-
ciones que el sacerdote pronuncia, y lo hace-
mos con una alabanza ("para alabanza y glo-
ria de su nombre"), pidiendo que la misa nos
aproveche a nosotros ("para nuestro bien") e
intercediendo por los demás ("y el de toda su
santa Iglesia"). ¡Cuánto decimos en unas po-
cas palabras! Por eso, el problema no es que
las oraciones de la misa no digan cosas im-
portantes, sino que a veces no estamos aten-
tos o no las descubrimos.
Finalmente, el sacerdote lee una breve
oración, que varía en cada misa, donde se pide
a Dios, por ejemplo, que reciba esa ofrenda
como homenaje nuestro, o que la santifique,
o que a través de ella nos purifique, o que nos
fortalezca, o que nos haga más santos, etc. Los
fieles responden "amén".

La gotita de agua en el cáliz

En la época de Jesús el vino siempre se


mezclaba con un poco de agua, porque ese
vino era muy fuerte. Los fabricantes no acos-
158 Para que vivas mejor la misa

tumbraban echarle agua, y si lo hacían eran


despreciados por la gente.
San Justino, ya en el siglo II, habla de "una
copa de agua y vino mezclado". Y san Cipriano
explicaba así el significado de este gesto: "El
agua representa al pueblo y el vino a la sangre
de Cristo. Cuando en el cáliz se mezcla el agua
con el vino, el pueblo se junta a Cristo" (Car-
ta 63, 13).
La oración que hace el sacerdote en se-
creto contiene un significado parecido: que
así como el agua se une al vino, nuestra hu-
manidad se una a la Divinidad de Jesús, ya
que él se unió a nuestra humanidad.
También simboliza la pasión de Cristo,
cuando de su costado brotó sangre y agua (Jn
19, 34).
Pero es mejor mantener el sentido comu-
nitario que le daba Cipriano y decir que to-
dos juntos, como pueblo, nos unimos a Jesús
en su pasión. Después, en la consagración y
en la comunión, esta unión se hará realidad
más perfectamente.

La colecta
Ya en los comienzos, san Justino cuenta
que, en la misa, cada uno daba la cantidad de
Víctor Manuel Fernández 159

dinero que le parecía, "y lo recogido se entre-


ga al presidente, y él con eso socorre a huérfa-
nos y viudas...".
Esta colecta se integra en el culto a Dios,
porque expresa concretamente un signo de
que queremos compartir lo que tenemos, y
que estamos dispuestos a entregar lo nuestro
para construir un mundo más justo:
"Junto con él pan y él vino para la eucaristía,
los cristianos presentan también sus dones para
compartirlos con los que tienen necesidad. Esta
costumbre de la colecta, siempre actual se inspira
en el ejemplo de Cristo que se hizo pobre para en-
riquecernos" (CCE 1351).
A veces la fraternidad no es más que un
deseo fugaz, porque después de la misa, cuan-
do se presenta alguien pidiéndonos ayuda, es
posible que nos resistamos y defendamos
nuestra comodidad y nuestros bienes. La ge-
nerosidad nos dura poco. Pero si ni siquiera
dentro de la misa somos capaces de entregar
algo de lo que tenemos, menos podremos
esperar que eso suceda fuera de la misa.
Es muy bueno leer detenidamente algu-
nos textos bíblicos donde Pablo presenta mu-
chos argumentos y motivaciones para lograr
que los cristianos sean generosos en las colec-
tas (2 Cor 8, 1-24; 9, 1-15).
160 Para que vivas mejor la misa

El dinero que se entrega en la colecta ex-


presa el gesto de compartir, con el deseo de
parecerse un poco a la primera comunidad
cristiana, donde "no había pobres entre ellos"
(Hech 4, 34).

Lavado de las manos


Es un gesto muy antiguo, que ya existía
en Oriente en el siglo IV.
No se trata de una mera cuestión prácti-
ca, para asegurar la higiene de las manos an-
tes de la consagración. Tiene sobre todo un
sentido simbólico.
En las normas para la misa se explica que
"el sacerdote se lava las manos y con este rito
se expresa el deseo de purificación interior"
(IGMR 52).
Él no preside la eucaristía porque sea una
persona perfecta, sino porque es un ministro
consagrado para eso; pero está sometido a la
misma debilidad que todos los fieles.
Con este gesto de humildad, él manifies-
ta que necesita de purificación como todos, y
que nunca pone su confianza en su propia
pureza.
Mientras se lava las manos, el sacerdote
dice en secreto un versículo del Salmo 50: "Lá-
Víctor Manuel Fernández 161

vame totalmente de mi culpa, limpia mi pe-


cado".
Es importante tener en cuenta que el sa-
cerdote lo dice en secreto. Así evita que sea
un gesto ampuloso o muy llamativo, porque
es muy fácil lavarse los dedos, pero no es tan
fácil reconocer un pecado concreto.
Así, con este secreto, evitamos prestar de-
masiada atención a la persona del sacerdote,
que no tiene por qué captar el interés de la
asamblea. Está por comenzar la gran plegaria
eucarística y es Jesús el que debe ocupar el cen-
tro.
Pero ni siquiera en este momento debe-
ríamos estar completamente pasivos. Pode-
mos, por ejemplo, orar interiormente por el
sacerdote, para que el Señor lo purifique. ¿Por
qué no?
De todos modos, tenemos que recordar
que la misa tiene valor igualmente, aunque el
sacerdote que la preside esté en pecado grave,
porque Jesús va más allá de la santidad de su
ministro.
Algo semejante a este gesto del sacerdote
es lo que hacen los fieles cuando entran al
templo y se hacen la señal de la cruz en la
frente con agua bendita.
162 Para que vivas mejor la misa

La plegaria cucarística
Es la gran oración de bendición (también
se llama "anáfora"). Es el centro de toda la
celebración. Hay distintas plegarias eucarísti-
cas, y el sacerdote no siempre usa la misma;
por eso podemos encontrar algunas diferen-
cias entre una misa y otra. Una de estas plega-
rias es del siglo III, hecha por san Hipólito.
Otras fueron hechas hace pocos años. Pero
todas estas plegarias están formadas por seis
partes:
a) El prefacio, que es una acción de gracias y
alabanza que comienza con el saludo del
sacerdote ("el Señor esté con ustedes") y
termina con el "Santo, Santo, Santo".
b) La epíclesis, que es la invocación del Espíri-
tu Santo sobre el pan y el vino.
c) El relato de la institución de la eucaristía, don-
de se consagran el pan y el vino.
d) La anamnesis (memoria), donde se recuer-
da la Pascua de Jesús.
e) Las oraciones de intercesión: por el papa,
los obispos, los difuntos.
f) La alabanza final y el gran amén de la asam-
blea.
Víctor Manuel Fernández 163

Casi toda esta plegaria -menos el momen-


to de la consagración- se hace de pie, ya que
esa es la postura más importante de las cele-
braciones litúrgicas. Expresa que la oración
que se está haciendo no es sólo del sacerdote,
sino de todos. Si el sacerdote la leyera de pie
y todos los demás estuvieran sentados, pare-
cería que sólo el cura está haciendo la ora-
ción y los demás somos espectadores. Esta-
mos todos de pie porque es nuestra plegaria,
para celebrar al Señor resucitado.
Puede suceder que esta plegaria se me
haga un poco larga, o que me distraiga un
poco. Pero es importante que intente escu-
charla y hacerla mía, tratando de captar el sen-
tido de las palabras y de valorar lo que dice.
Ya que tengo que estar una hora en el templo,
hasta que acabe la misa, lo mejor será que no
pierda esa hora inútilmente, sino que trate de
introducirme profundamente en la misa para
unirme a los demás en la súplica, alabar a
Dios, y recibir las bendiciones que el Señor
quiere derramar en mi vida.
Dentro de las grandes partes de la plega-
ria eucarística hay diversas oraciones, que ve-
remos a continuación. El orden entre esas ora-
ciones tiene pequeñas variantes entre las dis-
tintas plegarias eucarísticas, pero básicamen-
te es el que presentamos a continuación.
164 Para que vivas mejor la misa

El diálogo entre el sacerdote


y el pueblo
Al comienzo de esta gran plegaria hay un
diálogo entre el sacerdote y los fieles, que re-
presenta el diálogo de Jesús con su Iglesia.
Empieza con el saludo: "El Señor esté con
ustedes". Luego hay dos invitaciones, a levan-
tar el corazón y a dar gracias a Dios. Allí es
muy importante que las respuestas de los fie-
les sean sentidas y sinceras, y no una repeti-
ción mecánica, porque ese diálogo tiene la fi-
nalidad de que nos preparemos y le demos
una especial importancia a la plegaria que co-
mienza. Cuando se nos invita a levantar el
corazón y respondemos que "lo tenemos le-
vantado hacia el Señor", al menos debería-
mos intentar que eso sea cierto, tratar de salir
de nuestras distracciones, de nuestros recuer-
dos y pensamientos, para elevar nuestro co-
razón al Señor. Y cuando se nos invita a dar
gracias al Señor respondemos que "es justo y
necesario"; pero para decir eso tenemos que
estar convencidos de que vale la pena dar gra-
cias al Señor, de que eso realmente es justo,
de que Dios merece que nos detengamos un
momento a darle gracias porque todo lo que
somos y tenemos es un regalo de su amor.
Víctor Manuel Fernández 165

Ya que en todas las Misas se repite este


diálogo, es bueno que intentemos descubrir
su sentido y dejemos de repetirlo como los
loros.

El prefacio
Inmediatamente el sacerdote dice una
oración que termina con el "Santo". En esta
oración, al comienzo se insiste que es justo y
necesario alabar y dar gracias a Dios Padre
"siempre y en todo lugar". De este modo se
nos da a entender que esta acción de gracias
de la misa debe continuar en toda nuestra
vida. Dios merece que le demos gracias cons-
tantemente, y no sólo en el templo. Porque,
en realidad, a alguien que no está habituada
a darle gracias a Dios permanentemente, le
costará ser espontáneo y sincero cuando se
da gracias a Dios en la misa.
Luego de estas palabras, hay un párrafo
que nos recuerda alguna verdad de nuestra fe
o algo que estamos celebrando. Veamos al-
gunos ejemplos:
"El cual (Jesús) después de subir al cielo, don-
de está sentado a tu derecha, derramó en tus hijos
adoptivos el Espíritu Santo prometido" (prefacio
del Espíritu Santo).
166 Para que vivas mejor la misa

"Por medio de tu Hijo muy amado creaste al


hombre, y también por él, con inmensa bondad,
lo redimiste" (prefacio común III).
"Él es la salvación del mundo, la Vida de los
hombres y la Resurrección de los muertos" (prefa-
cio de difuntos III).
Esto varía de acuerdo a la misa que se ce-
lebra, si es en Cuaresma, o si es en Navidad, o
si hay una fiesta especial, etc. Además, este
prefacio es algo variable, y el sacerdote puede
usar en cada misa uno diferente.
Finalmente hay una introducción al "San-
to", que nos invita a adorar a Dios junto con
los ángeles del cielo.

El Santo
El himno celestial, que cantan eternamen-
te los ángeles y los santos en la felicidad y la
luz de la gloria de Dios, es el mismo himno
que cantamos juntos en la misa. Nos unimos
al mismo canto celestial de los ángeles, que
es como "el ruido de una muchedumbre in-
mensa y como el ruido de grandes aguas y
como el fragor de fuertes truenos" (Apoc 19,
6). Más allá de nuestro estado de ánimo o de
la perfección del canto, aunque no haya una
guitarra ni un órgano, verdaderamente nos
Víctor Manuel Fernández 167

unimos al canto del cielo, entramos en otro


nivel. Realmente se abre para nosotros el cie-
lo, porque se hará presente el mismo Jesús
sobre el altar y habrá "ángeles de Dios subien-
do y bajando sobre el Hijo del Hombre" (Jn
1,51).
En el altar se une la tierra con el cielo, y
nosotros estamos allí. La comunidad es como
la esposa que canta, abriendo el corazón al
esposo que llega al altar con toda su gloria.
Aunque lo que ven nuestros ojos es muy sim-
ple y discreto, verdaderamente sucede algo
sobrenatural.
Pero más que pensar en los ángeles tene-
mos que adorar profundamente a Dios, por-
que sólo él es el "Santo, Santo, Santo". Y "el
que viene en el nombre del Señor" es Jesús
que está por hacerse presente en el altar.
La primera parte del "Santo" está tomada
de Is 6, 3. La segunda parte está tomada de
Mt 21,9.

Epíclesis
El Espíritu Santo está presente durante
toda la misa. Las oraciones de la misa nor-
malmente terminan diciendo: "en la unidad
del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos".
168 Para que vivas mejor la misa

Pero hay un momento de la misa donde se


destaca la acción del Espíritu Santo. Es en la
consagración, donde la acción del Espíritu
Santo transforma el pan y el vino en el Cuer-
po y la Sangre de Jesús. Por eso, antes de la
consagración hay una oración donde se invo-
ca al Espíritu Santo, para que venga a realizar
su obra. Esa oración se llama "epíclesis". Más
allá de las explicaciones que se puedan dar
de esta acción del Espíritu Santo, la Iglesia
siempre creyó, y así lo expresa en la Liturgia,
que la consagración es especialmente obra del
Espíritu Santo.
Vemos entonces que no son sólo las pa-
labras de la consagración las que realizan la
transformación del pan en Jesús. Allí se reali-
za la transformación porque la Iglesia le ha
pedido al Espíritu Santo que la realice. Él da a
las palabras de Jesús toda su eficacia.
Nadie más que el Espíritu Santo puede
hacer la obra sublime que se va a realizar:
transformar los dones terrenos en la presen-
cia del mismo Jesús resucitado.
En esta parte de la celebración nos pone-
mos de rodillas como gesto de adoración y
de humildad.
Víctor Manuel Fernández 169

Los gestos del relato de la


institución
Hay gestos que Jesús realiza a través del
sacerdote y que hay que seguir con mucha
atención: toma el pan, lo bendice, lo parte, lo
entrega invitando a comerlo. Luego toma la
copa, la bendice, y la pasa a sus discípulos in-
vitando a bebería.
En las palabras de la consagración el sa-
cerdote es tomado por Cristo de un modo
especial. Si en otras partes de la misa el sacer-
dote representa a la comunidad ante Dios,
ahora representa muy especialmente a Jesús
ante la comunidad, de manera que Jesús mis-
mo se ofrece a sus fieles: "Tomad y comed
todos de él, porque esto es mi cuerpo".
Este es el centro de la eucaristía. Noso-
tros nos integraremos luego con el gesto de
acercamos a recibir la comunión que Jesús nos
ha ofrecido. Nos acercaremos porque él nos
ha invitado: "Tomen y coman".

Aclamación después de
la consagración
Apenas termina la consagración, el sacer-
dote dice: "Este es el misterio de nuestra fe".
170 Para que vivas mejor la misa

Todos respondemos: "Anunciamos tu muer-


te, proclamamos tu resurrección. Ven Señor
Jesús".
Así reconocemos el misterio que se hace
presente: la muerte y resurrección del Señor;
pero al mismo tiempo nos abrimos al futuro
de la esperanza pidiendo a Jesús que venga a
traer plenamente su Reino, porque reconoce-
mos que este mundo es imperfecto, lleno de
miseria, y necesita ser plenamente restaura-
do. De hecho, en el relato de la institución de
la eucaristía que nos presenta Lucas, Jesús dice
que volverá a beber el vino "cuando venga el
Reino de Dios" (Lc 22, 18).
La eucaristía no debe perder esa tensión
hacia el futuro que se nos ha prometido. Lo
que hizo Jesús en la Pascua todavía no ha
transformado el universo, pero su presencia
en la eucaristía nos trae la fuerza para que
construyamos un mundo mejor y preparemos
el Reino que debe venir. Solos no podemos
cambiar este mundo; por eso le decimos:
"¡Ven Señor Jesús!", como clamaban los pri-
meros cristianos (Apoc 22, 17-20; 1 Cor 16,
22). Es como si dijéramos: "Ven, que te nece-
sitamos, que sin ti este mundo se desarma,
que sin ti todo es débil y vacío en esta tierra"
Por eso, inevitablemente, esta invocación se
Víctor Manuel Fernández 171

convierte en un deseo de recibir la comunión,


como diciéndole a ese Jesús que está sobre el
altar: "¡Ven Señor Jesús!". Luego iremos ca-
minando a recibirlo, pero en realidad es él
quien viene a nosotros respondiendo a nues-
tra súplica. Lo hará en cada misa hasta que
regrese glorioso al fin del mundo.
Esta oración también puede decirse con
otras palabras semejantes; por ejemplo: "Cada
vez que comemos de este pan y bebemos de
este cáliz, anunciamos tu muerte Señor, has-
ta que vuelvas". Vemos que también en esas
palabras hablamos de la muerte y del retor-
no de Jesús al mismo tiempo.

Anamnesis y ofrenda
Después que el pueblo realiza esta acla-
mación, el sacerdote también hace una breve
oración que se llama "memoria" (anamnesis),
que recuerda lo que el Señor ha hecho por
nosotros. Como las grandes bendiciones ju-
días de la comida, además de la alabanza a
Dios y la súplica, en la plegaria eucarística se
incluye necesariamente una memoria de las
maravillas del Señor.
Aquí se recuerda la muerte y la resurrec-
ción de Jesús y se le ofrece al Padre el cuerpo
172 Para que vivas mejor la misa

y la sangre del Señor. De este modo se recuer-


da nuevamente que en la misa se hace pre-
sente ese misterio de la Pascua.
Esta insistencia debe invitarnos a tomar
consciencia de lo que estamos celebrando,
para que no sean palabras vacías y descubra-
mos la inmensidad del momento que esta-
mos viviendo. Realmente nos estamos unien-
do a la muerte y a la resurrección de Jesús,
estamos pasando con él de la muerte a la vida.
No estamos recordando hechos del pasado,
sino que, de una manera que nosotros no
podemos entender, Jesús nos hace participar
de su muerte y su resurrección. Por eso todos,
junto con el sacerdote, ofrecemos al Padre a
Jesús que se entrega en la muerte y que resu-
cita glorioso. Esa es la mejor ofrenda que po-
demos entregar al Padre Dios. Es una ofrenda
de valor infinito, porque estamos entregan-
do al mismo Hijo de Dios muerto y resucita-
do. Por eso la misa es el acto de culto más
perfecto, y la adoración más valiosa que po-
demos dirigir a Dios.
En realidad, esta oración de ofrenda es
mucho más importante que el pan y el vino
que se presentan antes de la consagración,
porque ahora está Cristo realmente presente
sobre el altar, y nosotros ofrecemos al Padre
Dios algo más que pan y vivo; le ofrecemos a
Víctor Manuel Fernández 173

su propio Hijo hecho hombre y resucitado, y


nosotros nos ofrecemos con él, íntimamente
unidos (ver Rom 6, 13; 12, 1).
Es cierto que en el momento de la consa-
gración sólo el sacerdote representa a Cristo;
pero después de la consagración no es sólo el
sacerdote quien ofrece a Jesús al Padre, sino
que todos junto con él realizamos este culto
maravilloso. El Papa Pío XII explicaba que los
fieles "ofrecen el sacrificio no sólo por las
manos del sacerdote, sino también juntamen-
te con él, y con esta participación también esta
ofrenda hecha por el pueblo cae dentro del
culto litúrgico" (MD II, 2, a).

Invocación del Espíritu Santo


sobre la asamblea
Si antes de la consagración suele haber
una invocación del Espíritu Santo para que
convierta el pan y el vino en Jesús, después
de la consagración se lo vuelve a invocar, pero
para que realice otra obra muy importante: la
unidad de los hermanos. Porque la eucaristía es
el sacramento de la unidad.
Esta segunda epíclesis se realiza con dis-
tintas palabras en las diversas plegarias. Por
ejemplo:
174 Para que vivas mejor la misa

"Te rogamos humildemente que el Espíritu


Santo congregue en la unidad a cuantos partici-
pamos del Cuerpo y Sangre de Cristo" (plegaria
ii).
"...llenos de su Espíritu lleguemos a ser en
Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu" (plegaria
ni).
".. .que congregados en un solo cuerpo por el
Espíritu Santo..." (plegaria IV).
Esta invocación al Espíritu completa la
epíclesis que se realizó antes de la consagra-
ción, porque "la transformación de los dones
se ordena a la transformación de la asam-
blea".31
Es muy comprensible que exista esta in-
vocación, porque así se destaca que el efecto
principal de la eucaristía es la comunión
fraterna, y esta oración expresa el deseo de la
Iglesia de que realmente la eucaristía pueda
producir ese efecto de unidad.

Oraciones de intercesión
Nos unimos a toda la Iglesia, universal y
local, pidiendo por el Papa, por el Obispo

31
M. Expósito, Conocer y celebrar la Eucaristía, Barcelona
2001, 304.
Víctor Manuel Fernández 175

local y sus sacerdotes. Luego nos unimos a


todos los hermanos que ya murieron y pedi-
mos por los difuntos. Al pedir por los difun-
tos rogamos que también nosotros, algún día,
podamos alcanzar la vida eterna. Pero hay que
descubrir que esta súplica también tiene un
sentido comunitario: pedimos "compartir la
vida eterna" con María, los apóstoles y todos
los santos, porque el cielo también es una fies-
ta comunitaria.
Todas estas súplicas deben ser una expre-
sión de amor fraterno y de comunión; por eso
deberíamos escucharlas tratando de desper-
tar sentimientos de afecto hacia el Papa y la
Iglesia en toda la tierra, y también hacia la
propia diócesis, representada en el Obispo
local. Este sentido universal y local al mismo
tiempo debe caracterizar a todo cristiano.
Porque todo creyente tiene el corazón abier-
to al mundo entero, pero sin ser un resentido
con su propia tierra.

Alabanza final
Una vez terminadas las oraciones de in-
tercesión, el sacerdote toma el Cuerpo y la
Sangre de Jesús y los eleva para completar esta
ofrenda de Jesús para alabanza del Padre. Esta
es la máxima elevación que se realiza en la
176 Para que vivas mejor la misa

misa. Por lo tanto, no corresponde mirar al


piso, sino contemplar lo que estamos ofre-
ciendo: el mismo Jesús que se entrega.
En esta elevación, el sacerdote dice: "Por
él, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipoten-
te, todo honor y toda gloria por los siglos de
los siglos".
Es importante reconocer que el sacerdote
dice "con él", y así expresa que todos nos ofre-
cemos al Padre Dios junto con Cristo. Al ofre-
cernos con él, le ofrecemos al Padre toda nues-
tra vida. Esto nos ayuda a descubrir que la
eucaristía es el culmen de la vida cristiana,
como si fuera la cima de la montaña donde
vamos a llevar toda nuestra existencia para
ofrecerla a Dios.

El gran amén
Aquí los fieles dicen un "amén" que es
muy importante, porque cierra la plegaria eu-
carística. Debería ser como un trueno que re-
suena, un acto de fe concentrado. San Jeróni-
mo decía que este amén retumbaba como un
trueno en los templos.32
Y con este amén el pueblo completa la
ofrenda que se está haciendo al Padre Dios.
32
S. Jerónimo, In Gal 1, 2,
Víctor Manuel Fernández 177

Decíamos atrás que todo el pueblo, junto con


el sacerdote, ofrece al Padre a su Hijo presen-
te en el altar. Y al ofrecer a Cristo, el pueblo
también se ofrece a sí mismo. Decía san
Agustín que "en la ofrenda que presenta a Dios,
la Iglesia se ofrece a sí misma".33
De hecho, el sacerdote acaba de decir "por
Cristo, con él y en él". Esa ofrenda culmina
aquí, con este amén rotundo, firme, conscien-
te, como diciendo: "Sí Padre Dios, nosotros
te ofrecemos a tu Hijo Jesús, y junto con él
nos ofrecemos a ti".
El otro amén muy importante será el que
cada uno dirá en el momento de la comunión.
Pero aunque después yo no comulgue, mi
participación en este primer amén justifica mi
participación en la misa.
Decía san Agustín: "El amén es la firma
de ustedes, el consentimiento y el compro-
miso que asumen".34 Con este amén termina
la plegaria eucarística.

Preparación para la comunión


En la antigüedad, una vez terminada esta
plegaria, la gente iba directamente a comul-
33
S. Agustín, La ciudad de Dios X, 6.
34
S. Agustín, Contra Pelag, 3.
178 Para que vivas mejor la misa

gar. Ahora hay varios ritos preparatorios que


nos ayudan a recibir la comunión mejor dis-
puestos. Pero si se hacen mecánicamente, es-
tos ritos no sirven demasiado como prepara-
ción. Por eso nos detendremos en ellos a con-
tinuación, para comprender mejor cuál es su
función y vivirlos más profundamente.
Rezar juntos el Padrenuestro, darnos el
saludo de la paz, y contemplar el pan que se
parte para todos, son tres gestos que ayudan
a abrir el corazón a los hermanos, a sentirse
comunidad, a recordar que Dios no nos hizo
para estar solos y separados. De esta manera
la Iglesia nos ayuda a reconocer que no pode-
mos recibir la eucaristía con el corazón cerra-
do a los hermanos, si queremos que realmente
produzca frutos en nuestra vida. Si el gran
mandamiento del Señor es el amor fraterno,
entonces la mejor manera de prepararse para
recibirlo a él, es abrirse a los hermanos.
Cuando la Palabra de Dios dice que si uno
no ama al prójimo que ve, no puede amar a
Dios, a quien no ve (cf. Juan 4, 20) establece
una ley fundamental del camino cristiano. En
el hermano está la permanente prolongación
de la Encarnación para nosotros: "Lo que hi-
cieron a uno de estos hermanos míos más
pequeños, me lo hicieron a mí" (Mt 25, 40).
Víctor Manuel Fernández 179

Recordemos que en Mt 25, 31-46 el único cri-


terio que se presenta para saber si uno está o
no en el camino de la salvación son las acti-
tudes concretas ante el hermano necesitado;
es esto lo que decide si somos "benditos" o
"malditos" del Padre. En la Biblia resuenan
también estas preguntas y respuestas: ¿quién
es el que está en la luz?: "el que ama a su her-
mano"; ¿quién no tropieza?: "el que ama a su
hermano"(l Jn 2, 10); ¿quién ha pasado de la
muerte a la vida?: "el que ama a su hermano"
(1 Jn 3,14). Es evidente que cuando los auto-
res del Nuevo Testamento quieren reducir a
una última síntesis, a lo más esencial, lo que
Dios nos pide, nos presentan la ley del amor
al prójimo: "Quien ama al prójimo ya ha cum-
plido la ley... De modo que amar es cumplir
la ley entera (Rom 13, 8-10). "Toda la ley al-
canza su plenitud en este solo precepto: ama-
rás a tu prójimo como a ti mismo" (Gál 5, 14).
Podemos considerar todavía otros textos que
no siempre son tomados en serio: "Con la
misma medida con la que traten a los otros
los tratará Dios" (Mt 7, 2). "Sean compasi-
vos como el Padre de ustedes es compasivo.
No juzguen y no serán juzgados; no conde-
nen y no serán condenados; perdonen y se-
rán perdonados; den y se les dará; recibirán
una medida buena... desbordante. Con la
180 Para que vivas mejor la misa

misma medida que usen para los demás los


medirá Dios" (Le 6, 36-38). "Felices los mise-
ricordiosos, porque obtendrán misericordia"
(Mt 5, 7).
La misericordia con los hermanos sale
triunfante en el juicio divino: "Hablen y ac-
túen como corresponde a quienes serán juz-
gados por la ley de libertad. Porque tendrá
un juicio sin misericordia el que no tuvo mi-
sericordia; pero la misericordia triunfa en el
juicio" (Sant 2,12-13). "Tengan ardiente cari-
dad unos por otros, porque la caridad cubrirá
la multitud de los pecados" (1 Pe 4, 8).
El Catecismo recoge esta convicción dicien-
do que "toda la ley evangélica está contenida
en el mandamiento nuevo de Jesús (Jn 15,
34): amarnos los unos a los otros como él nos
ha amado" (CCE 1970b).
Por eso, la mejor preparación para recibir
la comunión es intentar abrir el corazón a los
hermanos. A eso nos ayuda especialmente re-
zar juntos el Padrenuestro (la oración de los
hermanos) y darnos el saludo de la paz.

El Padrenuestro
Cuando decimos Padre "nuestro" nos ve-
mos obligados a reconocer a los hermanos.
Víctor Manuel Fernández 181

Somos los hijos del mismo Padre que reza-


mos juntos, y el Padre ama ver a sus hijos
unidos. Pero además le pedimos que nos per-
done así como nosotros perdonamos a los demás,
y de esta manera nos sentimos comprometi-
dos a buscar el perdón.
Además de este sentido fraterno, el Padre-
nuestro tiene un profundo sentido religioso,
porque expresamos nuestra fe común llena
de amor y de confianza en el mismo Padre
Dios. Le pedimos que su Nombre sea santifica-
do, es decir, que el mundo se abra a su amor,
que lo respeten, que lo alaben, porque ese es
nuestro deseo. También le pedimos que venga
su Reino, porque queremos que este mundo
sea completamente transformado en la segun-
da venida de Jesús; pero esperamos que ese
Reino se vaya anticipando cada día entre no-
sotros. Luego le pedimos que en esta tierra se
cumpla su voluntad así como sucede en el cie-
lo, donde nadie hace nada que desagrade al
Padre. Después le pedimos el pan "de cada día".
No le pedimos aquí la abundancia, ni preten-
demos muchas cosas; sólo el pan de cada día,
necesario para sobrevivir. Después le decimos
que esperamos que nos perdone así como no-
sotros perdonamos a los demás, para que se
despierte el deseo de perdonar a todos. Ade-
más le rogamos que nos auxilie para no caer
182 Para que vivas mejor la misa

en la tentación, porque reconocemos humil-


demente que solos no podemos vencerla. Fi-
nalmente, le decimos que nos libre del mal, y
aquí la Iglesia interpreta que nos referimos a
todo tipo de males. Así se expresa en la ora-
ción que hace el sacerdote a continuación.

Líbranos Señor
Apenas termina el Padrenuestro, el sacer-
dote dice la siguiente oración:
"Líbranos de todos los males Señor, y concé-
denos la paz en nuestros días, para que, ayudados
por tu misericordia, vivamos siempre libres de pe-
cado y protegidos de toda perturbación, mientras
esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador
Jesucristo".
Esta oración retoma el final del Padre-
nuestro: "líbranos del mal".
Hacemos esta súplica porque somos dé-
biles, inseguros, temerosos, y muchas veces
perdemos la paz por tantas preocupaciones.
Una de las cosas que nos quitan la felicidad
es el temor a lo que nos pueda suceder a no-
sotros o a nuestros seres queridos. Pero en esta
oración comunitaria pedimos por todos los
presentes. Le rogamos que nos libre a todos
los presentes de todo tipo de males.
Víctor Manuel Fernández 183

La asamblea, confiada en la protección de


Dios, responde con una alabanza: "Tuyo es el
Reino, tuyo el poder y la gloria por siempre
Señor".

El saludo de la paz
Este saludo se repite en cada misa, y eso
no es mera rutina, ya que permanentemente
tenemos que recordar el llamado a la frater-
nidad, especialmente antes de comulgar. Por-
que la preparación para la comunión no con-
siste sólo en pensamientos o reflexiones ínti-
mas, sino también en gestos fraternos. Dice
la Palabra de Dios que "quien no ama a su
hermano, a quien ve, no puede amar a Dios,
a quien no ve""(l Jn 4, 20). Por eso, si el her-
mano que está a mi lado me resulta indife-
rente, y prefiero que no me moleste, tengo que
preguntarme si mi corazón está realmente
abierto a Dios. ¿No será que mis oraciones
no son más que un modo de contemplarme
a mí mismo? ¿No estoy cayendo en un retrai-
miento hosco y antisocial? En esta época, don-
de las personas cuidan demasiado su
privacidad, y no quieren que los demás mo-
lesten o perturben su descanso, es posible que
tomemos la misa como un "momento de
184 Para que vivas mejor la misa

paz", y nos moleste tener que salir de nuestra


comodidad para saludar a otros.
Ya en el siglo II existía este saludo en la
misa, y siempre existió de una o de otra ma-
nera. Pero desde el siglo XI en adelante se fue
reduciendo a los sacerdotes, que se saluda-
ban entre ellos, o sólo se hacía en algunas fies-
tas más importantes. Gracias a Dios, la Iglesia
ha recuperado este gesto. En la antigüedad se
llamaba "el beso de la paz", respondiendo al
pedido de san Pablo: "Salúdense los unos a
los otros con el beso santo" (Rom 16, 16; 1
Cor 16, 20; 2 Cor 13, 12). También lo pide
otro texto: "Salúdense unos a otros con el beso
de amor" (1 Pe 5, 14). San Justino, cuando
explica la misa en el año 150, dice que este
no era un saludo cualquiera, sino un beso:
"Nos damos mutuamente el beso de la paz".
Es cierto que puede ser sólo un apretón
de manos, pero el beso es mejor signo de cer-
canía, de afecto fraterno, y puede expresar esa
capacidad de superar las barreras de la indife-
rencia para ser un solo cuerpo. Quizás nos
cueste dar un beso por timidez, pero también
puede ser porque creemos que los demás no
son dignos de nuestro afecto y de nuestro ca-
riño, porque en el fondo no aceptamos el
ideal fraterno que nos propone Jesús. Puede
Víctor Manuel Fernández 185

ser una forma de individualismo y desprecio


de los demás, como diciendo: ¿quiénes son
ellos para que yo tenga que sonreírles o dar-
les afecto?
En el mundo consumista de hoy es fácil
que sólo nos guste besar a las personas bellas
y atractivas, y es común el desprecio a los vie-
jos y a los feos. Pero todos somos hermanos y
nadie es indigno de mi saludo; todo ser hu-
mano tiene una inmensa nobleza que yo pue-
do reconocer con un beso. Valdría la pena, al-
gunas veces, recordar el beso que dio san Fran-
cisco de Asís al leproso.
Este saludo tiene mucho sentido allí don-
de se hace, después del Padrenuestro, ya que
después de dirigirnos al Padre común nos re-
conocemos hermanos.
¿Por qué se le llama saludo "de la paz"?
Esta paz implica perdón y reconciliación.
Pero también nos recuerda aquellas palabras
de Jesús: "Mi paz les dejo, mi paz les doy" (Jn
14, 27). De hecho, antes de darnos el saludo
de la paz, el sacerdote dice una oración que
une esas palabras de Jesús con este saludo de
paz y de unidad:
"Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles:
la paz les dejo, mi paz les doy, no tengas en cuen-
ta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia, y
186 Para que vivas mejor la misa

conforme a tu palabra, concédele la paz y la uni-


dad".
Esa paz no es entonces un estado interior
de calma, sino la paz entre nosotros, la co-
munión fraterna. Pero es una paz que no po-
demos lograr sin Jesús. Ese Jesús que está so-
bre el altar es la fuente de la paz. Por eso él
dijo: "Mi paz les dejo, mi paz les doy".
Si antes de comulgar descubrimos la ne-
cesidad de reconciliarnos con alguien, para
poder comulgar deberíamos tener al menos
algún propósito de reconciliación. Así inten-
taremos ser fieles al pedido de Jesús en el evan-
gelio, de reconciliarnos antes de acercarnos
al altar (Mt 5, 23-24). También escucharemos
la advertencia de san Pablo de no recibir in-
dignamente el cuerpo del Señor por no for-
mar un solo cuerpo con los demás (ver 1 Cor
11, 18.27-29). No podemos comulgar con el
Señor si al menos no deseamos comulgar con
todos los hermanos.
Pues bien, en el saludo de la paz yo ex-
preso ese deseo sincero de buscar la reconci-
liación. Esa persona que está a mi lado repre-
senta a todos los hermanos con los que tengo
que reconciliarme, y al darle el beso de la paz
es como si se lo diera a esos hermanos.
Víctor Manuel Fernández 187

Sin embargo, esa persona que está a mi


lado no es sólo eso, no es una excusa para
que yo arregle mis asuntos. Esa persona que
está a mi lado es muy importante, y merece
que yo le desee lo mejor. Es más, si yo no soy
capaz de salir de mí mismo para prestarle
atención a esa persona concreta, tampoco po-
dré cumplir mis buenos propósitos de frater-
nidad.
Por eso es importante recordar que el sa-
ludo de la paz, en la época de Jesús, era como
una bendición, era desearle al otro todo lo
que necesita. La palabra paz (shalóm) incluía
todo lo que a una persona le hace falta para
pasarla bien. Por eso, este saludo era como
decirle: "Que todo te vaya muy bien". Eso tam-
bién debo pensar y sentir yo cuando le digo
al hermano: "La paz esté contigo".

Partir el pan
Sabemos que los primeros cristianos le
llamaban "fracción del pan" o "partición del
pan" a la eucaristía. Los creyentes se reunían
para "partir el pan" (Hech 2, 42. 46; 20, 7.11).
El sacerdote parte la hostia grande antes de
comulgar, y así repite el gesto de Jesús que
partió el pan para repartirlo a sus discípulos.
188 Para que vivas mejor la misa

Este signo también tiene un profundo


sentido fraterno. Nos recuerda el sentido co-
munitario de la eucaristía: todos compartimos
el mismo pan. Así lo explican de hecho las nor-
mas para la misa: "Por la fracción de un solo
pan se manifiesta la unidad de los fieles"
(IGMR 48), porque se parte el pan y todos
comeremos de ese mismo pan (ver 1 Cor 10,
17). Es "el signo de unidad de todos en un
solo pan y de la caridad, por el hecho de que
un solo pan se distribuye entre hermanos"
IGMR 283).
La misa está impregnada por este sentido
de unidad fraterna. Sin embargo, es muy co-
mún que cada uno vaya a "hacer su misa",
olvidándose de los hermanos. Por eso siem-
pre se dio mucha importancia a este peque-
ño rito, y al verlo, deberíamos recordar una
vez más el sentido comunitario del banquete
que estamos celebrando.

El trozo de pan que se coloca en el cáliz

Este gesto de colocar un trocito de pan en


el cáliz simboliza nuestra unión con las de-
más comunidades que hacen lo mismo. Es
como si en el cáliz nos uniéramos todos. Nos
recuerda que con esta celebración nos unimos
Víctor Manuel Fernández 189

a todos los hermanos de la tierra que cele-


bran la misma misa. Por eso, este gesto está
unido a la fracción del pan, recibiendo de ella
ese significado de comunión: no nos unimos sólo
entre nosotros, que estamos aquí presentes,
sino también con las demás comunidades de
toda la Iglesia.
Este gesto tiene también otro significado:
Nos recuerda que Jesús es uno sólo. Por un
lado vemos su cuerpo y por otro su sangre; y
eso nos recuerda su sacrificio, su sangre de-
rramada por nosotros. Pero al unir un peda-
zo de la hostia con la sangre del cáliz recorda-
mos que Jesús está entero y vivo.

Cordero de Dios
Mientras se parte la hostia, todos mira-
mos hacia el altar y le decimos a Jesús: "Cor-
dero de Dios, que quitas el pecado del mun-
do, ten piedad de nosotros..."
Así lo había presentado Juan el Bautista a
Jesús: "Este es el Cordero de Dios" (Jn 1, 29.
36). Y así lo contempla el Apocalipsis (Apoc
5,6.8.12).
Esta oración también nos recuerda el sen-
tido de sacrificio de la misa, para que descu-
bramos que vamos a comer al mismo que se
190 Para que vivas mejor la misa

entregó por nosotros en la cruz: "Me amó y


se entregó por mí" (Gal 2, ¿0). Pero esto debe
ser una fiesta, porque nosotros somos "los
invitados al banquete de las bodas del Cor-
dero" (Apoc 19, 9).

Exposición de la hostia y oración


humilde
Después de un instante para orar en si-
lencio, Jesús es elevado, es mostrado a los fie-
les. Si al final de la plegaria eucarística fue ele-
vado para ofrecerlo al Padre, ahora es elevado
para ofrecerlo a los fieles, de manera que pon-
gan los ojos sólo en él. Ese es realmente Je-
sús, no un pedazo de pan.
El sacerdote dice al final: "dichosos los
invitados a la cena del Señor". Verdaderamente
deberíamos sentirnos dichosos porque vamos
a recibir la fuente misma de la felicidad.
Al decir "la cena del Señor" nos lleva a
desear la vida eterna, el banquete del cielo,
pero al mismo tiempo nos invita a recordar
que el cielo se anticipa en la misa que esta-
mos celebrando y en la comunión que vamos
a recibir. Esta invitación debería despertar el
gozo, la dicha, la alegría interior por lo que
vamos a recibir.
Víctor Manuel Fernández 191

Cuando el sacerdote presenta a Jesús, al


contemplarlo se despierta todavía más el de-
seo de recibirlo.
Los fíeles, contemplándolo, reconocen
que ellos no han comprado el derecho de re-
cibirlo, que es un regalo demasiado grande
como para sentirse dignos. Por eso todos, des-
de el Papa hasta el más simple cristiano, di-
cen: "Señor, yo no soy digno de que entres en
mi casa". Si nos creyéramos dignos es porque
todavía no somos capaces de reconocer el va-
lor infinito de lo que vamos a recibir.
Advirtamos que esta oración se hace en
singular: "yo no soy digno", mientras en el res-
to de la misa siempre oramos en plural: "no-
sotros". Esto nos invita a descubrir que el
momento de la comunión, que completa el
banquete, es profundamente personal. La
misa es esencialmente comunitaria, pero eso
no significa que no debamos tener un encuen-
tro personalísimo con el Señor en la comu-
nión.

Comunión
Finalmente llega el momento de la comu-
nión, donde se completa el banquete euca-
rístico.
192 Para que vivas mejor la misa

Jesús va a entrar en mí y así yo voy a en-


trar en él. El verdadero santuario donde yo
quiero entrar, más que el templo, es Jesús
mismo (Jn 2, 21), es su corazón amante real-
mente presente en la eucaristía. Voy a recibir
a alguien que me ama, y frente a mí está ese
horno ardiente rebosante de amor infinito,
que me atrae y me invita a más, me invita a
entrar, a quemarme dulcemente en su fuego
que da vida.
Por eso, la adoración a Jesús en la euca-
ristía no puede ser un fin en sí misma. Si esa
adoración es auténtica debe llevarme al de-
seo irresistible de la comunión, al anhelo de
la unión plena que sólo puede producirse en
la comunión, para asociarme a Cristo con
todo lo que soy y pasar con él de la muerte a
la vida.
De hecho la Iglesia enseña esto con una
tremenda claridad cuando explica que Jesús
instituyó la eucaristía "para que se tomara
como alimento espiritual".35 Y con esa misma
claridad enseña que "la celebración de la eu-
caristía en el sacrificio de la misa es sin duda
el origen y el fin del culto que se le rinde fuera
de la misa" (EM 3e). Por eso pide "que los
fieles, cuando veneren a Cristo presente en el
35
Concilio de Trento, Sesión 13, cap. 2.
Víctor Manuel Fernández 193

sacramento, recuerden que esa presencia de-


riva del sacrificio y tiende hacia la comunión"
(EM50).
Decía Santa Teresita que "Jesús baja to-
dos los días del cielo, no para permanecer en
un copón de oro, sino para encontrar otro cie-
lo que él ama infinitamente más: el cielo de
nuestra alma, hecha a imagen suya, templo
de la adorable Trinidad".36
En la misa todos participamos del sacrifi-
cio que se celebra. Todos, no sólo el sacerdo-
te. Por eso todos los que estamos bien dis-
puestos nos acercamos a comer la víctima viva
y santa que se ofrece.
Cuando hacemos la comunión en la misa,
nos unimos íntimamente con Jesús, en la
unión más profunda y más hermosa que pue-
de existir. Jesús nos amó hasta el fin no sólo
cuando se entregó en la cruz. Nos amó hasta
el fin cuando llegó a ese extremo de hacerse
comer por nosotros. Una locura que sólo a él
se le podría ocurrir.
En la eucaristía nos unimos con Jesús en-
tero, con su fuerza, con su cariño, con su be-
lleza divina, con su corazón humano y con
su gloria infinita.

S. Teresa del Niño Jesús, Manuscrito A, V, 9.


194 Para que vivas mejor la misa

A medida que lo recibimos en la eucaris-


tía con el corazón abierto, nos vamos trans-
formando en Jesús y nuestra unión se va ha-
ciendo más intensa y más profunda. Así, lle-
gará un momento en que no me sentiré más
solo, porque viviré siempre en esa íntima uni-
dad con Jesús. Podré sentir que Jesús camina
conmigo, respira conmigo, vive conmigo.
Cada misa es la alianza con Jesús que se re-
nueva.
Ojalá cuando digamos nuestro "Amén"
en la próxima comunión podamos vivir esto:
Amén significa "así sea". Al decirlo, estamos
expresando algo de esto:
"Sí Jesús, estás aquí, te creo, y quiero unir-
me un poco más a tu persona. Acepto que me
trasformes en ti, para que mi vida sea tuya, para
que tu vida sea mía, para que estemos más uni-
dos y nada nos separe. Amén, Señor".
Advirtamos que este amén antes de la
comunión es sumamente personal; por eso
lo dice cada uno, y no todos juntos, como las
demás veces que se dice en la misa. En reali-
dad, las veces que lo decimos todos juntos
también es muy personal, porque la oración
comunitaria no deja de ser algo personal. Pero
también es necesario que cada uno diga su
"amén" por separado, cuando recibe la comu-
Víctor Manuel Fernández 195

nión, para recordar que Dios nos llama a cada


uno por nuestro nombre, conoce íntimamen-
te a cada uno, y se dirige directamente a cada
uno. De ese modo, sin dejar de ser nosotros
mismos, nos unimos para formar comunidad.
Es importante recibir a Jesús de otro que
nos da la comunión, sea en la boca o en la
mano, porque así queda claro que la eucaris-
tía no es nuestra, no es algo que nosotros fa-
bricamos, sino que es un don que se nos en-
trega gratuitamente. Eso no debe hacernos
sentir menos; al contrario, debe hacernos sen-
tir amados, tenidos en cuenta, valorados. El
mismo Dios viene a nosotros y se deja comer.
Pero el amor infinito de Dios no se compra,
no se merece, sino que se recibe como un re-
galo gratuito, con humildad, alegría y grati-
tud.
Recordemos siempre que esta es una co-
mida comunitaria, es comer con los otros. Y
además en la misa comemos exactamente lo
mismo: a Jesús que nos une. Por eso es im-
portante tratar de percibir que no sólo somos
tomados por Jesús en la comunión, sino que
somos unidos más profundamente a los de-
más. Si no existe ese gusto interior de unirse a
los otros, difícilmente existirá el deseo de unir-
se a ellos fuera de la misa.
196 Para que vivas mejor la misa

Por eso, deberíamos sentirnos felices de


caminar junto con los demás a recibir la co-
munión. Hay personas que desearían que la
misa fuera sólo para ellos, y no tener que ha-
cer esta cola para comulgar. Olvidan que esa
"cola" es una marcha comunitaria en un ban-
quete de hermanos.

La comunión espiritual
Los bautizados que por distintas razones
no puedan acercarse a recibir la comunión,
participan también del sacrificio y del ban-
quete. Por eso es importante que en el mo-
mento de la comunión se unan espiritualmen-
te a los hermanos que comulgan. ¿Cómo?.
Haciendo un acto de amor a Jesús y recibién-
dolo interiormente. Es lo que se llama "co-
munión espiritual" Allí, frente a él, deseán-
dolo, aunque no podamos comerlo, él ya co-
mienza a manifestar su poder redentor:
"Este sacramento tiene poder para conferir la
gracia... Y es tal la eficacia de su poder, que sólo
deseándolo ya recibimos la gracia que nos vivifica
espiritualmente".37
Por eso, los que no reciben la comunión,
con su deseo sincero pueden recibir los mis-
37
S. Tomás de Aquino, ST, III, 79, 1, ad 1.
Víctor Manuel Fernández 197

mos efectos que los hermanos que comulgan.


Decía Santa Teresa de Ávila que esta comu-
nión espiritual "es de grandísimo provecho".38

Después de la comunión
Después de comulgar debería haber un
profundo silencio sagrado, para que cada uno
pueda dar gracias a Jesús, reconocer su pre-
sencia, descubrir su amor tan cercano, pedir-
le fuerzas para vivir mejor. Este es un momen-
to personalísimo en medio de tantos signos
comunitarios que tiene la misa. No significa
olvidar a los demás o escapar de ellos. Esta-
mos cómodos juntos, compartiendo ese silen-
cio sagrado; pero dejando que el Señor se en-
cuentre muy personalmente con cada uno.
Porque lo comunitario no destruye esa iden-
tidad personal única de cada uno, esa intimi-
dad que el Señor ha creado y donde sólo él
puede llegar.
Tratemos de gustarlo en el silencio. Es
demasiado grande lo que recibimos como
para dejar que pase desapercibido.
Es bueno estar en su presencia, es dulce,
es precioso descansar con él, y dejar que se

S. Teresa de Ávila, Camino de Perfección, 35, 1.


198 Para que vivas mejor la misa

aplaquen nuestros nerviosismos, dejar que él


pase su mano resucitada y llena de luz y nos
devuelva la calma, y serene nuestros miedos,
y nos llene de vida.
Es la mejor ocasión para tener con Jesús
un trato de amigos y para reclinar la cabeza
sobre su pecho. Si no estamos muy despier-
tos ni muy fervorosos, recordemos lo que de-
cía Santa Teresita sobre este momento:
"En vez de alegrarme de mi sequedad debería
atribuirla a mi falta de fervor y de fidelidad, de-
bería causarme pena el dormirme desde hace siete
años durante la oración y la acción de gracias. Y
sin embargo, nada de eso me da pena. Pienso que
los niños pequeños agradan lo mismo a sus padres
dormidos que despiertos. Y pienso que los médi-
cos, para hacer sus operaciones, duermen a los en-
fermos".39
No hay que distraerse con la purificación
de los vasos sagrados, que no tiene ningún
significado especial, ni con los movimientos
de los que están junto al altar. Es mejor cerrar
los ojos.
Suele haber un canto; pero en este mo-
mento tan personal puedo cantarlo si lo co-
nozco y si realmente me sirve para este en-
cuentro con el Señor. El canto en la misa tie-
39
S. Teresa del Niño Jesús, Manuscrito A, VIII, 1-2.
Víctor Manuel Fernández 199

ne una gran fuerza comunitaria, pero en este


momento cada uno tiene derecho a un breve
diálogo personal con el Señor.
Algunos acostumbran decir en este mo-
mento la famosa oración de san Ignacio de
Loyola:
"Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cris-
to, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua
del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo,
confórtame. ¡Oh buen Jesús, óyeme! Dentro de
tus llagas escóndeme. No permitas que me separe
de ti. Del maligno enemigo defiéndeme. En la hora
de mi muerte llámame, y mándame ir a ti para
que con tus santos te alabe, por los siglos de los
siglos. Amén".
Después del momento de silencio, el sa-
cerdote dice "oremos". Allí todos nos pone-
mos de pie y oramos en silencio; y el sacerdo-
te concluye con una oración donde general-
mente se le pide a Dios que eso que acaba-
mos de celebrar nos haga crecer y produzca
muchos frutos en nuestra vida. Por ejemplo:
"Señor, colmados con tan grandes dones, te
pedimos que obtengamos de ellos frutos de salva-
ción" (domingo XVI).
"Señor, después de recibir los dones del santo
sacramento, te pedimos humildemente que acre-
ciente nuestra caridad" (domingo XXXIII).
200 Para que vivas mejor la misa

"Señor, la comunión que hemos recibido acre-


ciente nuestra fortaleza, para que podamos salir
con nuestras buenas obras al encuentro de nuestro
Salvador" (22/12).
"Señor, que este sagrado alimento nos ayude
a vivir más santamente y nos alcance el amparo
de tu misericordia" (Martes II de Cuaresma).
Así, esta oración nos orienta ya a salir a la
calle para llevar a Jesús a los demás y dar fru-
tos de conversión.
Todos los fieles responden "amén", y así
cierran la Liturgia de la eucaristía.

4. CONCLUSIÓN

La bendición final
Al final de la misa el sacerdote bendice a
los fieles. Algunos se preguntan: ¿Otra bendi-
ción más? ¿No es suficiente bendición lo que
hemos recibido en la misa?
Pero esta bendición tiene sentido porque
al final de la misa hay un envío. Somos envia-
dos a llevar a Jesús a los demás, a transformar
el mundo, a dar testimonio en la sociedad. A
eso se dirige la bendición.
Víctor Manuel Fernández 201

Antes de la bendición, el sacerdote tam-


bién expresa a los fieles el deseo de que el
Señor esté con ellos ("El Señor esté con uste-
des"). Es igual al saludo del comienzo de la
misa, pero aquí tiene otro sentido: es desear-
les que Jesús esté con ellos fuera de la misa, en
la vida cotidiana, en su hogar, en su trabajo,
en su compromiso social.
Si hemos participado de la eucaristía,
nuestra vida afuera no puede seguir igual. La
eucaristía nos exige encontrar a Jesús en cada
cosa y hacerlo presente en todo lo que haga-
mos. Nos exige otra manera de vivir, con en-
trega, alegría, generosidad y gratitud.
Estamos llamados a prolongar ese sacri-
ficio de Jesús en la vida cotidiana y en el mun-
do donde nos movemos. Los que comulga-
mos tenemos que llevar los efectos de la co-
munión a todas partes. Jesús necesita tus ma-
nos, tus gestos, tus palabras, tu creatividad, tu
trabajo; te necesita para construir un mundo
mejor.
En ese sentido, yo "completo en mi carne
lo que falta a la pasión de Cristo en bien de
su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). Es
cierto que el sacrificio de Cristo es completo
y no hay nada que agregarle, pero sus efectos
deben llegar a todas partes, y cada uno de
202 Para que vivas mejor la misa

nosotros es un instrumento de Jesús eucaris-


tía para que eso suceda.

El diálogo final
Para terminar la misa, el sacerdote invita
a los fieles a irse en paz. ¿De qué paz se trata?
No es la serenidad psicológica de los que no
tienen problemas y compromisos, ni la cal-
ma de los que están adormecidos. Es otra cosa.
Por eso Jesús dijo que él nos da la paz, pero
no como la da el mundo (Jn 14, 27). Esta es
la paz que brota de la seguridad de ser ama-
dos por él, de tenerlo a él con nosotros, y por
eso es una paz que puede vivirse en medio
del trabajo, de la lucha, del compromiso co-
tidiano.
Esta despedida que nos invita a irnos, es
un envío misionero, como cuando Jesús dice:
"Vayan, y hagan discípulos a todos los hom-
bres" (Mt 28, 19).
Cuando el sacerdote los invita a irse en
paz, los fieles responden: "Demos gracias a
Dios". Pero no significa dar gracias a Dios
porque terminó la misa, como diciendo "por
fin terminó".
Es dar gracias porque Dios nos ha llena-
do de sus dones y podemos continuar nues-
Víctor Manuel Fernández 203

tra vida mejor preparados, más protegidos,


más pacificados, profundamente alimentados
y fortalecidos.
Además, damos gracias a Dios para expre-
sar que la misa no es algo que hemos fabrica-
do nosotros, ni una obra del sacerdote, sino
un regalo de Dios en su infinito amor.
Para expresar mejor este reconocimiento
a Dios, podría ayudarnos levantar los ojos al
cielo o alzar una mano mientras decimos es-
tas palabras.
Toda la misa es una acción de gracias; por
eso es bueno concluirla dando gracias.

El beso al altar
Antes de retirarse, el sacerdote da un beso
al altar. Este es también su modo de dar gra-
cias a Dios por lo que hemos celebrado. Por
eso, este beso no es como el beso del comien-
zo de la misa. Ahora es un beso de gratitud a
Jesús, que nos ha permitido compartir el ban-
quete sagrado.
204 Para que vivas mejor la misa

Siglas
CCE Catecismo de la Iglesia Católica
CIC Código de Derecho Canónico
DD Dies Domini
DV Dei Verbum
EdE Ecclesia de Eucharistia
EM Eucharisticum Mysterium
IGMR Institución General del Misal Romano
LG Lumen Gentium
MD Mediator Dei
MND Mane Nobiscum Domine
SC Sacrosanctum Concilium
Víctor Manuel Fernández 205

Índice
Presentación 5
Primera parte:
Darle sentido a la Eucaristía 7
1. La Eucaristía como Presencia de Jesús 7
Presencia real 8
Presencia sustancial 10
Presencia sacramental 12
Para ser comido 14
Para estar con nosotros y ser adorado 18
2. La misa como banquete 21
3. La misa como Memorial del sacrificio
de Jesús 24
4. La misa como Memorial de la Pascua 28
5. La misa como Celebración de la nueva
Alianza 32
6. La misa como anticipo del Banquete
de la Pascua eterna 35
7. La misa como sacramento de la comunión
fraterna 37
8. Los distintos nombres 41
9. Alabanza a la Trinidad 44
10. Toda la riqueza de la misa 45
11. El origen de la misa 47
12. Las dos mesas de la misa 52
13. Los efectos de la Eucaristía 54
Segunda parte:
Vivir los signos 57
1. El templo y sus imágenes 61
206 Para que vivas mejor la misa

2. El altar 65
3. La asamblea 66
4. Las flores 69
5. Las velas 70
6. El sacerdote 72
7. Los vestidos 74
8. Los colores 76
9. El incienso 79
10. La campanilla 81
11. El pan 81
12. El vino 86
Tercera parte:
Acciones, gestos y actitudes 91
1. Ubicarse. Estar ahí 93
2. Estar con los demás 98
3. Estarce pie 101
4. Mirar 104
5. Reconocer al que me mira 106
6. Levantar las manos 107
7. Hablar 108
8. Cantar 109
9. Sentarse 111
10. Callar. Hacer silencio 112
11. Escuchar 114
12. Arrodillarse 115
13. Caminar 115
14. Tocar 117
15. Comer 118
Cuarta parte:
Vivir los momentos de la misa 123
Víctor Manuel Fernández 207

1. RITOS INICIALES 123


El canto de entrada 124
El beso del sacerdote al altar 125
La señal de la Cruz 126
El saludo del sacerdote al pueblo 127
El acto penitencial 129
La oración de la asamblea (oración
colecta) 132
El Gloria 135
2. LITURGIA DE LA PALABRA 137
Las lecturas 138
Celebrar la Palabra 140
El pan de la Palabra que nos prepara para
el pan de la Eucaristía 141
El Salmo 144
El Aleluya 145
La proclamación del Evangelio 145
El beso al Evangelio 146
La homilía 146
El Credo 148
Las preces 149
3. LITURGIA DE LA EUCARISTÍA 153
La presentación de las ofrendas 153
La gotita de agua en el cáliz 157
La colecta 158
Lavado de las manos 160
La plegaria eucarística 162
El diálogo entre el sacerdote y el pueblo... 164
El prefacio 165
El Santo 166
Epíclesis 167
208 Para que vivas mejor la misa

Los gestos del relato de la institución 169


Aclamación después de la consagración 169
Anamnesis y ofrenda 171
Invocación del Espíritu Santo sobre la asam-
blea 173
Oraciones de intercesión 174
Alabanza final 175
El gran amén 176
Preparación para la comunión 177
El Padrenuestro 180
Líbranos Señor 182
El saludo de la paz 183
Partir el pan 187
El trozo de pan que se coloca en el cáliz .... 188
Cordero de Dios 189
Exposición de la hostia y oración humilde 190
Comunión 191
La comunión espiritual 196
Después de la comunión 197
4. CONCLUSIÓN 201
La bendición final 201
El diálogo final 202
El beso al altar 204
Siglas 205

Este libro se terminó de imprimir en D'Aversa,


Vicente López 318 (1879) Buenos Aires, República Argentina.

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