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DARÍO

SZTAJNSZRAJBER: EL
FILÓSOFO QUE NO
CREE EN EL AMOR
ROMÁNTICO.
Por Jorge Paredes Laos.
Lleva el cabello largo, amarrado hacia atrás. Viste polo, jean y
zapatillas. Más que un filósofo parece un rockero en gira de
promoción y algo de eso hay en Darío Sztajnszrajber: escucharlo
es como asistir a un concierto, a una performance, a una especie
de stand up de la filosofía, a la que uno ingresa con ciertas
certezas y sale lleno de incertidumbres, de dudas, de
inquietudes; es decir, sale ávido de saber. Si lo duda, puede
escucharlo por YouTube en una de sus clases de la Facultad
Libre, un proyecto colaborativo que reúne a filósofos,
antropólogos, historiadores, sociólogos, escritores, artistas, para
difundir el pensamiento crítico entre un público masivo en
teatros y auditorios.

En estos escenarios, él empieza a deconstruir —su palabra


favorita— esas estructuras mentales que creemos incólumes: el
amor, la verdad, Dios, la democracia, temas que va
desarticulando amparado en su ingeniosa e implacable retórica,
en su sentido del humor y, por supuesto, en las ideas de
filósofos clásicos y contemporáneos, como Aristóteles, Platón,
Descartes, Marx, Nietzsche, Foucault y su favorito, Derrida.

¿Qué llevó a este profesor de colegio a sacar la filosofía


de las aulas y llevarla a la calle, la televisión, la radio y
las redes sociales?
Pide conversar por audios de WhatsApp. Se siente cómodo
grabando su voz en el celular. En tres semanas estará en Lima
para participar en la FIL, donde presentará Filosofía en 11 frases
(Paidós, 2019), un libro en el que construye (¿o deconstruye?)
una historia valiéndose de citas de filósofos (hoy podríamos
decir tuits), desde el “Nadie puede bañarse dos veces en el
mismo río”, de Heráclito, hasta el “Dios ha muerto”, de
Nietzsche; pasando por el célebre “Solo sé que no sé nada”, de
Sócrates; o el conocido aforismo de Marx: “Todo lo sólido se
desvanece en el aire”; o la frase de Foucault: “Donde hay poder
hay resistencia”.

Escucho el audio dejado por Sztajnszrajber en el teléfono: “Aquí


estoy viajando en un tren. Yo llego a la filosofía en realidad
tras haberme formado en educación religiosa. O sea, hice mi
primaria en un colegio religioso y la insistencia de la temática
religiosa fue como provocándome una serie de preguntas que
obviamente no pudieron ser respondidas por mis maestros,
quienes estaban más pendientes del dogma o del cumplimiento
normativo; y me hicieron dudar de lo que se me planteaba,
sobre todo de los relatos bíblicos que eran bien interesantes y
planteaban grandes cuestiones existenciales que, de algún
modo, despertaron mi curiosidad. Yo creo que en ese punto, en
cuestiones narrativas, la religión y la filosofía tienen un
vínculo familiar, como si fuesen primas. Comienzan a partir de
una misma indagación; pero, obviamente, terminan en
lugares muy distintos. La religión cierra y la filosofía abre.
Creo que la filosofía no resuelve problemas, sino que los crea.
La filosofía problematiza una realidad que se presenta ya con
certezas dadas y, por eso, no es un lugar donde uno va a
buscar tranquilidad sino al revés: es un lugar donde uno va a
perturbarse a sí mismo. Es una manera de refutar esas
respuestas establecidas en las que uno está sumergido y que es
el sentido común. Pero hay algo bello y liberador en la
posibilidad de abrir y ejercer el poder de la pregunta”.

Y por los libros que lleva vendidos, las visitas en YouTube, o sus
más de 280.000 seguidores en Twitter, uno se da cuenta de que
cada vez más gente está dispuesta a aceptar el desafío. “Hay
una frase de Oscar Wilde —prosigue su voz— que dice que el
arte es una actividad completamente inútil, yo creo que la
filosofía es un arte en ese sentido. Y, de algún modo, posee la
misma característica. Ahora su inutilidad no la hace una
actividad sin sentido, sino que nos hace repensar el sentido
utilitario de la existencia. O sea, es una forma de
reconciliarnos con un aspecto de nuestra existencia también
inútil”.

En otro de sus libros, Filosofía a martillazos, se recogen algunas de


sus clases en la Facultad Libre. El segundo capítulo trata sobre el
‘postamor’, algo que encaja perfectamente en este tiempo inestable en
que vivimos. Como él escribe: “el post alude a un presente que nunca
se estabiliza porque remite a un pasado que, de algún modo, persiste.
El tema es cómo persiste…”.

Otro mensaje de voz: “Sigo creyendo que el post es una buena


nomenclatura para problematizar nuestro tiempo, nuestra
particularidad. Esa tensión que se da entre categorías que ya no
explican el mundo en el que vivimos, pero que, sin embargo, todavía
están presentes en nuestro andamiaje explicativo porque las
instituciones epistemológicas no se han reinventado en función del
frenesí, del impacto tecnológico. Usamos categorías viejas para
explicar lo nuevo. Se producen entonces sensaciones fantasmagóricas
al usar conceptos que, de algún modo, no terminan de explicar lo que
está sucediendo; pero que, al mismo tiempo, son los únicos que
tenemos a mano. Estamos usando categorías muertas por default […].
El post viene a explicar esa sensación de desfase que, para mí,
arranca en los años ochenta cuando se le utiliza para hablar de
posmodernidad y hoy parece que está bueno, que es un buen concepto
para comprender muchos de los fenómenos de descentramiento en los
que vivimos”.

Y en ese descentramiento entra también el amor. Por eso


Sztajnszrajber prefiere hablar de postamor, a partir de la
deconstrucción de ese amor romántico y tradicional que —en su
opinión— resultó muy nocivo para establecer vínculos. Por eso dice:
“Creo que la filosofía de género y, sobre todo, el feminismo, con su
postulación de que lo personal es político, vinieron a evidenciar
justamente que el lugar de mayor ejercicio de poder se ha dado en
aquellos ámbitos en los que se nos había hecho creer que no existían
relaciones de poder: en lo personal, lo amoroso, lo afectivo, lo
familiar. En ese sentido, lo que plantea el postamor es una
deconstrucción del amor en pos de su politización. Politizar el amor
no es quitarle carga ni intensidad; al revés, es humanizarlo. Es darle
un punto para vivenciarlo desde un lugar más humano. Solo
desidealizando el amor podremos, finalmente, enamorarnos; pero un
enamoramiento que se hace cargo de las contradicciones que provoca
el otro, de las diferencias que hay en toda relación vincular, y no en
esa idealización que construye una imagen del amor por fuera, no
mundana, una imagen que termina generando una frustración
generalizada, porque, si uno cree realmente en el amor ideal, ninguna
persona de carne y hueso va a poder satisfacer ese anhelo”.

Sztajnszrajber es, ante todo, un divulgador. A sus


miles de seguidores en Twitter o Instagram, se suman
también los que consigue en sus presentaciones en
teatros. Como lo ha contado en varias ocasiones, el
origen de todo está en su vocación de maestro, cuando
decidió salir a la televisión —al desaparecido Canal
Encuentro de Argentina— e hizo, según sus palabras,
que la gente se erotizara con la filosofía y se
enamorara de su poder de deslumbramiento. Y eso es
lo que él ha hecho hasta ahora: librar múltiples
batallas contra el sentido común.

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