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LA GRAN MATANZA
DE GATOS
Y OTROS EPISODIOS EN LA HISTORIA
DE LA CULTURA FRANCESA
Darnton, Robert
La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia
de la cultura francesa / Robert Darnton ; trad, de Carlos
Valdés. —México : FCE, 1987
269 p. : láms. ; 21x14 cm — (Colee. Historia)
Título original The Great Cat Massacre and O ther
Episodes in French Cultutal History
ISBN 968-16-2578-1
Título original:
The Great Cal Massacre and. Other Episodes in French Cultural History
© 1984, Basic Books, Inc., Nueva York
ISBN 0-465-02700-8
D. R. © 1987, F o n d o d e C u l t u r a E c o n ó m i c a
Carretera Picacho-Ajusco 227; 14200 México, D. F.
ISBN 968-16-2578-1
Impreso en México • Printed in Mexico
II. LA REBELIÓN DE LOS OBREROS: LA GRAN
MATANZA DE GATOS EN LA CALLE
SAINT-SÉVERIN
L a risa no term inó allí. Léveillé volvió a rep etir toda la escena en
mímica p o r lo menos 20 veces d u ran te los días siguientes cuando los
impresores querían reírse un rato. Las im itaciones paródicas de los inci
dentes de la vida en el taller, conocidas com o copias en la jerga de los
impresores, eran u n a fuente im portante de diversión p ara los hombres.
La idea era h u m illar a alguien del taller burlándose de sus defectos.
U na copia con éxito hacía ra b ia r al que era objeto de la brom a
— prendre la chèvre (se encabronaba) en el caló del taller— y luego
sus com pañeros lo perseguían con u n a “cencerrada” . H acían correr las
regletas de composición sobre las cajas de los tipos, golpeaban con sus
mazos las ram as, golpeaban los arm arios, y balaban como cabras. El
balido ( bais en caló) era el símbolo de la hum illación acum ulada sobre
la víctim a, com o se dice cuando a alguien lo convierten en “chivo
expiatorio” . C o n tat subrayaba que Léveillé producía las copias más di
vertidas que hab ía visto en su vida y que generaban los coros más
ruidosos de cencerradas. T odo el episodio, la m atanza de gatos y las
copias, sobresalía como la experiencia m ás festiva que había tenido
Jerom e en toda su carrera.
Sin em bargo, al lector m oderno esto no le parece gracioso, sino más
bien repulsivo. ¿C uál es la gracia de que u n grupo de hombres m a
duros balen com o cabras y hagan ruido con sus instrum entos de trab a
jo m ientras u n adolescente representa con m ím ica u n a m atanza ritual
de un anim al indefenso? N uestra incapacidad p a ra com prender este
chiste es un indicio de la distancia que nos separa de los trabajadores
de E uropa antes de la época industrial. L a percepción de esta distan
cia puede servir como p u n to de p artid a de u n a investigación, porque
los antropólogos han descubierto que los m ejores puntos de acceso en
un intento p o r p en etrar en u n a cu ltu ra extrañ a pueden ser aquellos
donde parece h ab er más oscuridad. C uando se advierte que no se
entiende algo (u n chiste, u n proverbio, u n a cerem onia) p articular
mente significativo p a ra los nativos, puede verse dónde abordar un
sistema de significados extraño con el objeto de estudiarlo. Si se en
tiende cuál es la gracia de u n a gran m atanza de gatos, quizá sea posible
“com prender” un ingrediente básico de la cu ltu ra artesanal del A n
tiguo Régim en.
realizaba el trab ajo : une chèvre capitale (un encabronam iento fu erte),
se donner la gratte (tener u n a p elea), prendre la barbe (ponerse una
p apalina), faire la déroute (irse de juerga a las tab ernas), prom ener
sa chape (ab an d o n ar el em pleo), faire des loups (endeudarse).7
L a violencia, la em briaguez y el abandono de em pleo se advierten en
las estadísticas de entradas y salidas que pueden recogerse en las listas
de raya de la s t n . L os impresores trab ajab an jornadas irregulares:
una sem ana el doble o m ás que en otra, las semanas variaban de cua
tro a seis días laborables, y las jornadas de trab ajo se iniciaban a las
cuatro de la m añ an a y term inaban casi en la noche. Para m antener
la irregularidad d entro de límites razonables, los patrones procuraban
contratar hom bres con dos cualidades m uy apreciadas : la constancia y
la sobriedad. Si d ab a la casualidad de que fueran tam bién experim en
tados, m ucho m ejor. U n agente de colocaciones en G inebra recomendó
a un cajista que deseaba ir a tra b a ja r a N euchátel en los términos
típicos: “Es u n buen obrero, capaz de realizar cualquier trabajo, no se
embriaga y es constante en su trabajo” .8
La s t n recurría a agentes de colocaciones, porque no tenía suficien
te m ano de obra adecuada en N euchátel, y la corriente de impresores
a veces se acababa p o r los tours de France de los tipógrafos. Los agen
tes de empleos y los patrones m antenían u n a correspondencia que
revelaba un a serie de suposiciones com unes acerca de los artesanos del
siglo xvm : eran perezosos, abandonaban el trabajo, eran disolutos y
poco confiables. Com o no podía confiarse en ellos, los agentes de co
locaciones no debían prestarles dinero p a ra gastos de viaje, y los p atro
nes podían quedarse con sus pertenencias en prenda, en caso de que
huyeran después de cobrar su salario. D e esto se deduce que podían ser
despedidos sin rem ordim iento, au nque hubieran trabajado diligente
mente, tuvieran fam ilia que m antener o se enferm aran. La s t n los
pedía “a granel” como si orden ara papel y tipos. Se quejaba de que un
agente en Lyon “nos envió u n a p areja en tan m al estado que nos
vimos obligados a rechazarla” ;9 y reprochó al agente no haber exam i
nado la m ercancía: “Dos de los individuos que nos envió llegaron tan
enfermos que pudieron h aber contagiado a los otros ; por eso no pudi
mos contratarlos. N adie en la ciudad quiso darles alojam iento. Por
consiguiente tuvieron que m archarse de nuevo y tom ar el camino de
Los folcloristas h a n fam iliarizado a los historiadores con los ciclos ce
remoniales que m arcaban el calendario de los prim eros hombres m o
dernos.14 E l m ás im portante de éstos fue el ciclo del C arnaval y la
Cuaresm a, u n periodo de diversión seguido de otro de sacrificio. D u
rante el C arnaval la gente com ún suprim ía el orden social o lo ponía
de cabeza en un desfile escandaloso. El C arnaval era la época de la
diversión p a ra los grupos jóvenes, en especial p a ra los aprendices, que
se organizaban en “cofradías” dirigidas p o r un superior o rey ficti
cio y que realizaban cencerradas o grotescos desfiles con ruidos p i
carescos p a ra hum illar a los cornudos, a los esposos que habían sido
apaleados p o r sus esposas, a los novios que se h ab ían casado con al
guien de u n a edad m uy diferente, o a quien personificara u n a infrac
ción de las norm as tradicionales. El C arnaval era u n a tem porada
propicia p a ra la risa y la sexualidad, p a ra que los jóvenes se desenfre
naran, u n a época en que la juv en tu d ponía a prueba las barreras
sociales com etiendo infracciones lim itadas, antes de ser asim ilada de
nuevo por el m undo del orden, la sumisión y la seriedad de la C uares
ma. El C arnaval term inaba en un M artes de Carnestolendas o M ardi
Gras, cuando u n m aniquí de paja, el rey del C arnaval o C aram antran,
era sometido a u n juicio y a u n a ejecución ritual. Los gatos desem pe
ñaban una p arte im po rtan te en algunas cencerradas. En Borgoña, el
pueblo incorporaba la to rtu ra de un gato a éstas. M ientras se b u rla
ban de un cornudo o de o tra víctim a, los jóvenes pasaban de m ano en
m ano un gato, tirándole los pelos p a ra que m aullara. A esto le llam a
ban faire le chat. Los alem anes denom inaban las cencerradas K a tzen
musik, un térm ino que p u d o haberse derivado de los m aullidos de los
gatos torturados.10
Los gatos tam bién figuraban en el ciclo de San Ju a n Bautista, que
encontrar y se arro jaro n sobre la com ida. Com ieron y bebieron, y pi
dieron que les sirvieran más vino. Después de beber varias rondas pan
tagruélicas, se sentaron p a ra charlar. El texto de C ontat nos permite
enterarnos de lo siguiente:
Uno de ellos dijo: “ ¿No es verdad que los impresores sabemos comer?
Estoy seguro de que si alguien nos trajera un camero asado, tan enorme
como se pueda imaginar, sólo dejaríamos los huesos.” No hablaron de
teología ni de filosofía y menos de política. Cada quien habló de su tra
bajo: uno habló de las casse, otro de las presse, otro del tímpano, otro
más de las bandas de la bala de entintar. Todos hablaban al mismo
tiempo sin importarles si los escuchaban.
hojas sueltas, u n a etap a de la vida que era fam iliar y chusca p a ra to
dos los que trab ajab an en el oficio. E ra u n a etap a de transición, que
m arcaba el paso de la infancia a la edad adu lta. U n joven tenía
que soportar todo eso p a ra poder p ag ar sus tributos (los impresores
exigían pagos reales, denom inados bienvenues o quatre heures, y ade
más m altratab an a los aprendices) cuando lograba ser un m iem bro
cabal del grupo. H asta que llegó ese m om ento, vivió en un estado flui
do o de um bral, poniendo a prueba las convenciones de los adultos con
actos provocadores. Sus superiores toleraban sus travesuras, llam adas
copies y joberies en las im prentas, porque las consideraban excesos de
juventud, que necesitaba desfogar antes de que p u d iera sentar cabeza.
Después él internalizaría las convenciones de su oficio y adquiriría u n a
nueva identidad, que a m enudo estaba sim bolizada p o r un cam bio de
nombre.21
Jerom e se convirtió en oficial pasando por el últim o rito: el com-
pagnonnage. E ra igual que las otras ceremonias, u n a celebración acom-
21 U n estudio clásico de este proceso es el de A rnold V an G ennep, Les
Rites de passage (París, 1908). Se h a am pliado gracias a otras investiga
ciones etnográficas, en especial las de V ictor T u rn e r: T h e Forest of Symbols:
Aspects of N dem bu R itual (Ith a c a, Nueva York, 1967) y T h e R itual Process
(Chicago, 1969). L a experiencia de Jerom e se ad ap ta muy bien al modelo
de V an G ennep-T urner, excepto en algunos aspectos. El aprendiz no era
considerado sagrado ni peligroso, pero la capilla podía m u ltar a los obre
ros por beber con él. Él tenía relaciones con los adultos, aunque había dejado
su hogar y vivía en la casa de su patrón. Y no le enseñaron ningún secreto
sacra, pero tuvo que aprender una jerga esotérica y asim ilar el espíritu del
gremio después de sufrir m uchas tribulaciones que term inaron con una comi
da comunal. Joseph Moxon, Thom as G ent y Benjam in F ranklin m encionan
costumbres similares en Inglaterra. En Alemania el rito de iniciación era
mucho más complejo y tenía similitudes estructurales con los ritos de las
tribus de África, Nueva G uinea y los Estados U nidos. El aprendiz usaba
un tocado inm undo adornado con cuernos de cabra, y u n a cola de zorra, lo
que indicaba que había retrocedido a un estado anim al. Como Cornut
o M ittelding, en parte hom bre y en p arte anim al, el aprendiz era sometido a
torturas rituales, incluso le lim aban las uñas de las manos. En la últim a
ceremonia, el capataz del taller le tiraba el sombrero y le d ab a u n a cache
tada. Después el aprendiz surgía como un recién nacido (a veces con un
nuevo nombre y hasta lo bautizaban) como un oficial completo. Por lo menos
ésta era la costumbre descrita en los manuales tipográficos alemanes, en
especial los de C hristian G ottlob T äubel, Praktisches H andbuch der
Buchdruckerkunst fü r A nfänger (Leipzig, 17 9 1 ); W ilhelm G ottlieb K ircher,
Anweisung in der Buchdruckerkunst so viel davon das D rucken betrifft
(Brunswick, 1793); y Johan n Christoph H ildebrand, Handbuch', fü r B uch
drucker-Lehrlinge (Eisenach, 1835). EI rito estaba relacionado con u n antiguo
dram a popular, Depositio Cornuti typographici, que im primió Jacob Redinger
en su N ew aufgesetztes Format Büchlein (F rancfort del M eno, 1679).
94 M A TAN ZA D E G A TO S EN LA CALLE SA IN T -SÉ V ER IN
ser una fantasía sádica de unos cuantos autores m edio chiflados, las
versiones literarias de la crueldad con los anim ales expresaron u n a pro
funda corriente de la cu ltu ra popular, como M ijaíl B ajtín lo mostró
en su estudio sobre Rabelais.27 T o d a clase de informes etnográficos
confirm an este p u n to de vista. E n el dim anche des brandons en Semur,
por ejemplo, los niños acostum braban a ta r gatos a palos y asarlos en
hogueras. E n el jeu du chat en la Fete-Dieu en Aix-en-Provence, aven
taban a los gatos p a ra estrellarlos contra la tierra. U saban expresio
nes como “paciente como u n gato al que le h an arrancado las garras”,
o “paciente como un gato que tiene las patas quem adas” . Los ingleses
tam bién fueron crueles. D u ran te la época de la R eform a en Londres,
una m ultitud protestante rasuró a un gato p a ra que pareciera un
sacerdote, le puso u n a vestim enta ridicula, y lo ahorcó en un patíbulo
en Cheapside.28 Sería posible ofrecer muchos otros ejemplos, pero lo
que debe destacarse es que no eran raras las m atanzas rituales de ga
tos. Al contrario, cuando Jerom e y sus cam aradas de trabajo juzgaron
y ahorcaron a todos los gatos que pudieron encontrar en la calle Saint-
Séverin, se apoyaron en u n elem ento com ún de su cultura. Pero ¿qué
significado atrib u ía a los gatos esa cultura?
P ara llegar a com prender esta pregunta, debe reflexionarse en las
recopilaciones de cuentos, supersticiones, proverbios y en la medicina
popular. Este m aterial es rico, variado y am plio, pero extrem adam ente
difícil de m anejar. A unque gran p arte de él se rem onta a la Edad
M edia, muy poco puede fecharse. Fue reunido en su m ayoría por fol-
cloristas, a fines del siglo xix y a principios del xx, cuando grandes
sectores del folclor aún se resistían a la influencia de la p alabra impre-
castran su cadáver “como a un gato” después de que el hombre cae del tejado.
U n ejemplo de una m atanza de gatos como sátira del legalismo francés, se
encuentra en el plan del H erm ano Ju an de m atar a los Gatos Forrados
en Gargantua y Pantagruel de Rabelais, libro V , cap. 15.
27 M ijaíl B ajtin, Rabelais and his World, trad. de H elene Iswolsky (Cam
bridge, Mass., 1968). L a más im portante versión literaria sobre la cultura
de los gatos que apareció en la época de C ontat fue Les Chats (Rotterdam ,
1728) por François Augustin Paradis de M oncrif. Aunque fue un tratado
ficticio destinado a un público refinado, se apoyó en un amplio conjunto de
supersticiones y proverbios populares, muchos de los cuales aparecieron en las
recopilaciones de los folcloristas un siglo y medio después.
28 C. S. L. Davies, Peace, Print and Protestantism (St. Albans, Herts,
1977). Las otras referencias provienen de la fuente citada en la nota 14.
En relación con los muchos diccionarios de proverbios y jergas, véase André-
Joseph Panckoucke, Dictionnaire des proverbes françois et des façons de
parler comiques, burlesques et familières (Paris, 1748), y G aston Esnault,
Dictionnaire historique des argots français (Paris, 1965).
M A TAN ZA D E G A TO S EN LA CALLE S A IN T -SÉ V E R IN 97
ción con la b ru jería y la dem onología. Podían im pedir que la m asa del
p a n creciera si en trab an en las panaderías en A njou. Podían echar a
p erder la pesca si se cruzaban en el cam ino de los pescadores en Bre
taña. Si en terrab an u n gato vivo en B éarn, podían librar el campo
de m ala hierba. F ig u rab an como ingredientes com unes en todos los
tipos de la m edicina p o p u lar y tam bién en los brebajes de las brujas.
P ara recuperarse de u n a caída grave, el enferm o ch u paba la sangre de
la cola de u n gato recientem ente am p u tad a. P ara curarse de neum o
nía, se bebía sangre de la o reja de u n gato en vino tinto. P ara aliviarse
del cólico, se m ezclaba vino con excrem ento de gato. Incluso podía
hacerse invisible un individuo, p o r lo menos en Bretaña, com iendo los
sesos de u n gato recién m uerto, siem pre que el cadáver aú n estuviera
tibio.
H abía u n cam po específico p a ra el ejercicio del poder de los gatos:
la casa, y en especial el dueño o la d u eñ a de la casa. Los cuentos como
“El G ato con Botas” ponen énfasis en la identificación del am o con el
gato, y tam bién las supersticiones como la costum bre de a ta r un listón
negro alrededor del cuello de un gato cuya am a h ubiera m uerto. M a
tar un gato significaba atraer' la m ala suerte sobre su dueño o la
casa. Si u n gato abandonaba u n a casa o d ejab a de brincar al lecho
de su am a o de su am o enferm o, la persona probablem ente m oría. Pero
un gato acostado en la cam a de u n m oribundo podía ser el diablo, que
esperaba p a ra llevarse su alm a al infierno. Según u n cuento del si
glo xvi, u n a m uchacha de Q u in tín le vendió su alm a al diablo a cam
bio de algunos vestidos hermosos. C uando m urió, los sepultureros no
pudieron cargar el féretro ; y cuando abrieron la tapa, saltó un gato
negro. Los gatos podían d a ñ a r u n a casa. A m enudo asfixiaban a los
bebés. Podían oír los chismes y repetirlos en la calle. Pero su poder
podía ser contenido o aprovechado si el individuo seguía los procedi
mientos correctos, como engrasarle las garras con m antequilla o cor
társelas cuando llegaba p o r p rim era vez a la casa. P ara proteger una
casa nueva, los franceses encerraban gatos vivos dentro de los muros;
un rito m uy antiguo, a juzgar por los esqueletos de gatos que se han
exhum ado de los m uros de los edificios medievales.
Finalm ente, el poder de los gatos se concentraba en el aspecto más
íntim o de la vida dom éstica: el sexo. L e chat, la chatte, le m inet sig
nifican lo mismo en la jerga francesa que pussy (vagina) en inglés,
y han servido como obscenidades d u ran te siglos.30 El folclor francés le
sucesos, y tram ó la historia de tal m anera que destacó lo que era signi
ficativo p a ra él; pero tom ó sus ideas de lo significativo de su cultura
con la natu ralid ad con que respiraba la atm ósfera que lo envolvía. Y es
cribió sobre su participación con sus com pañeros. El carácter subjetivo
de la narración no vició su m arco de referencia colectivo, aunque el
relato escrito debió resultar breve en com paración con los actos que
describe. L a form a de expresión de los obreros era u n a especie de
teatro popular. Incluía la pantom im a, los ruidos picarescos, y un “tea
tro de violencia” que se im provisaba en el trabajo, en las calles y en
los techos. Incluía u n d ram a dentro de u n dram a, porque Léveillé re
presentó toda la farsa varias veces como copies en el taller. D e hecho,
la m atanza original -incluía u n a p arodia de otras ceremonias, como los
juicios y las cencerradas. Por ello C o n tat escribió sobre u n a parodia
de una parodia, y al leerlo se deben hacer concesiones a la refracción
de las formas culturales a través de los géneros y del tiempo.
Después de hacer estas concesiones, parece evidente que los obreros
encontraban divertida la m atanza porque les ofrecía una m anera de
vengarse del burgués. Al estim ularlo con los m aullidos, lo provocaron
p ara que autorizara la m atan za; después usaron ésta p ara hacerle un
juicio simbólico p o r su m anejo injusto del taller. T am bién usaron
esto como u n a cacería de brujas, lo que les dio u n a excusa para m a
ta r al dem onio fam iliar de la p atro n a y p a ra insinuar que era bruja.
Finalm ente, transform aron esto en u n a cencerrada, que sirvió como
medio para insultar sexualm ente a la p atro n a y burlarse del patrón
por cornudo. El burgués resultó u n blanco excelente p a ra la broma.
N o sólo se convirtió en la víctim a de algo que había iniciado, sino
que no se dio cuenta de que lo habían usado. Los hombres habían rea
lizado un a agresión simbólica, del tipo más íntim o, contra la patrona,
pero él no se dio cuenta. E ra dem asiado tonto, un típico cornudo. Los
impresores se burlaron de él, con m agnifico estilo boccacciano, y sa
lieron bien librados.
L a brom a salió bien porque los obreros utilizaron m uy hábilm ente
un conjunto de ceremonias y símbolos. Los gatos sirvieron perfecta
m ente a sus fines; al rom perle la espina dorsal a Grise llam aron bruja
y prostituta a la esposa del patrón. Al mismo tiem po, pusieron al pa
trón en el papel de cornudo y tonto. Fue un insulto m etoním ico, expre
sado m ediante actos y no con palabras, y afectó a la casa porque los
gatos ocupaban u n cóm odo lugar en el estilo de vida de los burgueses.
T en er mascotas era tan ajeno a los obreros como to rtu ra r anim ales lo
era para los burgueses. A trapados entre sensibilidades incompatibles,
los gatos llevaron la peor parte.
M ATANZA D E G A TO S EN LA CALLE S A IN T -SE V E R IN 105
Los obreros tam bién jug ab an con las ceremonias. C onvirtieron una
persecución de gatos en u n a cacería de brujas, en u n festival, en u n a
cencerrada, en un juicio de burla, y en u n a brom a obscena. R efu n
dieron estos elementos en u n a pantom im a. C ad a vez que se sentían
cansados de trab ajar, transform aban el taller en u n teatro y hacían
copias; las suyas y no las de los autores. El teatro del grem io y el juego
ritual se ad ap tab an a la tradición de su oficio. A unque los obreros
hacían libros, no usaban las palabras escritas p a ra trasm itir sus signi
ficados. U saban gestos, apoyándose en la cu ltu ra de su gremio, para
hacer afirm aciones en el aire.
Esta brom a, aunque hoy día puede parecer insustancial, fue peligro
sa en el siglo xvm . El peligro era p arte de la brom a, como en m uchas
formas de hum or, que juegan con la violencia y se b u rlan de las p a
siones reprim idas. Los obreros llevaban su juego simbólico al borde
de la reificación, al p u n to en que la m atanza de gatos podía conver
tirse en u n a rebelión abierta. Ju g ab an con cosas am biguas, uisaban sím
bolos que ocultaban su significado pleno y p erm itían que bastante de
éste se m ostrara p a ra burlarse del burgués, sin darle motivo p a ra que
los despidiera. L e pellizcaron la nariz y le im pidieron protestar. R eali
zar esta hazaña requirió gran habilidad. M ostró que los trabajadores
sabían m an ejar símbolos en su idiom a, tan eficazm ente como los poetas
lo hacían por escrito.
Los límites en que debía estar contenida la brom a sugieren las lim i
taciones que tenía la m ilitancia de la clase trab ajad o ra en el A ntiguo
Régimen. Los impresores se identificaban con su gremio, pero no con
su clase. Se organizaban en capillas, hacían huelgas y a veces obtenían
aum entos de salario, pero perm anecían subordinados a la burguesía.
Los patrones co n tratab an y despedían a los obreros con la indiferencia
con que com praban papel, y los regresaban a los cam inos cuando sos
pechaban u n a insubordinación. Por ello hasta que empezó la proleta-
rización a fines del siglo xix, generalm ente sus protestas las m antenían
en un nivel simbólico. U n a copie, como u n carnaval, ayudaba a d ejar
escapar vapor; pero tam bién producía risa, ingrediente vital en la an
tigua cultura de los artesanos ^y que no se h a destacado en la historia
del m ovim iento obrero. Al observar cómo se hacía u n a brom a en las
im prentas hace dos siglos, podem os encontrar de nuevo el elem ento
perdido: la risa franca, la risa rabelesiana incontenible y desbordada,
y no la sonrisa afectada volteriana que nos es fam iliar.
106 M ATANZA D E G A T O S EN LA CALLE S A IN T -SÉ V ER IN
A P É N D IC E : E L R E L A T O D E C O N T A T D E LA M A TA N ZA
DE GATOS