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TÍTULO EN INGLES »
HEIDI
I \k V TRADUCCION DE
» FRANCES V . D E C H A V E 2
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ILUSTRACIONES DE
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ESPECIALMENTE ARREGLADO v COMPENDIADO
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En casa de la abuela de Pedro 2:2 f
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Regresa la t í a Dele 28
Heidi en la ciudad i
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La abuela de Klara , 37 '
Heidi siente nostalgia *
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Un fantasma * 4o
lleidi regresa al Aim 51
De nuevo en casa 50
El Tío del Aim va a la iglesia
lleidi recibe una visita
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Un invierno en la aldea 70 /
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Llegan m á s visitantes 75
El lio cuida de Klara
El milagro de la montañ a
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Sorpresas 90 . 4
La despedida 97
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Oerechos de propiedad literaria y art ística reservados por Organización Editorial Novato , S A., Galle 5. W 1. .
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. ..muilpan de Juá rez lulo, de M éxico D. H. © 1901 1970, por arreglo exclusivo con Golden Press, lnc\ y Wei
.
, , n Publishing Company , Inc,, de los Estados Unidos de Norteam érica Prohibida la reproducción total u par
.
, ;;. l en cuati iiiier forma. Esta segunda edición de 25.00 Ü ejemplares .se terminó de imprimir el d ía 15 de abr í i
. . .
de 1970 , en los talleres de Organización Editorial Novara, S A , Calle 5 N <* 12 , del Fraccionamiento Industria
.
Naucatpau de Juá rez, Edo de México .
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El T í o del Ahu
Una hermosa ma ñ ana tie junio ,
una joven alta y robusta sub í a por
el sendero que conduce de la aldea
de Maienteld a los Alpes . Lleva -
—— Espera un
momento , Dete
una mujer desde la última
ajil ó
casa . Te acompa ñ ar é si vas hacía
at riba por el sene!ero de la monta ñ a.
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ba de la ruano a una peque ñ a que
a ú n no cumpl í a cinco anos . La nina
iba cubierta con dos o tres vestidos ,
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puestos uno sobre el otro, y al cue - fi
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llo llevaba atada una eran chalina
de tela roja . El sol hacia que su ; -- : TE
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rostro se encendiera mas a medida <
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quena Aldea . All í , las mujeres sa - htX A
ludaban a la joven desde sus caba - y
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Barbel; pero me han ofrecido un
buen trabajo en Francfort y no la
puedo llevar conmigo tan lejos.
- — Pues me alegro de no estar en
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su lugar -dijo Barbel . Nadie sabe
lo que sucede con el anciano all á
arriba: se niega a tratar con sus se -
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\ mejantes. Hace a ñ os que no pony
un pie en la iglesia . Si una ve / al
S3 r / ano baja de la monta ñ a con su grue -
t so bastón , todos se apartan de el y le
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temen . Con aquellas espesas ceja - *
grises y aquella enorme barba , pa
rece un hereje, un salvaje , la gente
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con él. Pero en realidad dijo Bar -
bel mirando con curiosidad a su
—
La joven se detuvo. Inmediata- amiga pues hac ía poco tiempo que
—
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aspecto bondadoso.
—— ¿Ad ú nde llevas a la ni ñ a Dete?
pregunt ó cuando subían juntas,
mientras Heidi las segu í a muy de
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; verdad ? ¿ Es la huerfanita ?
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es tiempo de que se haga cargo de
rila . Yo la he cuidado hasta ahora ,
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k quince a ñ os más tarde con su hijo,
S9 O r -*^ que entonces era casi un joven . La
gente lo miraba con recelo; se de-
i bras, pero no encontr ó a Heidi por cí a que había desertado del ejército
. y que había matado a un hombre
ninguna parte
——All í est á. ..
exclam ó Bar
bel . Va subiendo por aquellos pe
— -- .
en una riñ a M á s tarde, el mucha
cho Tobí as aprendió el oficio de
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ñ ascos con Pedro, el peque ñ o pas
tor . y con sus cabras. El ni ñ o la cui
-- carpintero y se casó con mi herma
na Adelheid. Pues bien , eran muy
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dará. Anda , cu éntame . . . felices; pero un d í a . mientras To-
—
,
Así lo haré asintió Dete ,—
pero no se lo vayas a decir a nadie.
— b ías constru ía una casa nueva le
cayó una viga encima y lo mat ó,
Tras una breve pausa , comenzó Adelheid enfermó de pena y murió
la explicación: dos semanas más tarde. Todos dije-
— Todos le llamamos Tío, porque ,
es pariente de casi todos los habi -
ron que era un castigo del cielo al
Tí o por todas sus maldades; se lo
tantes de Dórfli. En un tiempo fue decían en su misma cara. A partir
dueño de la mejor granja de la co- de aquel d í a, se volvió más hosco
marca , pero perdió todas sus pro
piedades en el juego. Luego des
-- y m ás irascible y ya no hablaba con
nadie. Luego nos enteramos de que
apareció. Nadie supo ad ú nde se había subido al Alrn , y ah í vive des -
marchó. Cuentan que fue soldado de entonces, solitario, apartado dd
en un ejército extranjero. Regresó Dios y de los hombres .
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f cabras que trepaban por la monta -
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ña. Dete se había retrasado un poco fl
tendió la mano.
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— — ¿Cómo est á usted , abuelo?
dijo. como su abuelo, que ten ía una lar -
—
Pero ¿qu é significa esto? pre
guntó con brusquedad el abuelo,
— - ga barba y pobladas cejas grises.
Dete se acercó en aquel mo -
tocando apenas la mano de la ni ña mento.
y mir á ndola con fijeza .
Heidi lo miró también sin par -
—— —
Buenos d í as temía usted abue-
lo dijo ; le he tra ído a la hija de
padear. Nunca había visto a nadie Tobías y de Adelheid Apenas si la
conocerá , porque no la ha visto des -
de que ten í a un a ñ o de edad .
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¿ Y qué har á la niñ a aqu í con
migo? pregunt ó secamente el an -
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ciano . ¡Eh , t ú! gritó a Pedro .
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alguna desgracia. No querrá que le
carguen otra culpa a su cuenta . . .
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y El Tío se puso de píe, y le dirigió
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' una mirada tan iracunda , que Dete
retrocedió varios pasos. Luego ex-
2 tendió el brazo y le dijo con tono
4 severo:
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Regrese usted all á abajo, y no
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Pedro obedeció al instante. . )
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Se quedará con usted. Tío ex-
—
plicó Dete . Estoy convencida de
que he cumplido con mi deber du -
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rante estos cuatro a ños y ahora le tiempo.
vuelva por aquí en mucho
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toca a usted .
——
¿ De veras? replicó el ancia
no . ¿Y si la niña se pone a llori
— -- Dete no esperó a que se lo dijera
dos veces .
-—
quear y a buscarla a usted? Adiós, entonces. Adiós, Heidi
—
Eso será cuestión suya res-
pondió Dete . Yo he de mirar por
m í misma, y usted es el pariente
— — dijo rá pidamente, y corrió mon
ta ñ a abajo en direcci ón a Dorfli.
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bes ayudar; pero, ¿en d ónde vas a
sentarte?
El abuelo se habí a sentado en la
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ú nica silla que había . Heidi corrió
a la chimenea, llevó el banquito de
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en él ; pero era demasiado baju . El
1 Bajaron del pajar, y el abuelo abuelo se puso en pie y colocó la
atizó el fuego Luego puso un tro . - silla frente a Heidi, para que le sir -
zo de queso en el extremo de un viese de mesa , y luego llen ó un ta -
largo trinche de hierro y lo hizo zón con leche, colocó sobre la silla
girar sobre el fuego, hasta que ad - una gruesa rebanada de pan con
hirió un hermoso tono dorado, queso y dijo:
dr Heidi lo observaba. De repente,
tó le ocurrió algo ; se puso de pie y
—
Ahora s í puedes comer.
El anciano se sentó en un extre -
su prrió al armario Cuando el abuelo . mo de la mesa y comenzó a cenar;
-4vó el queso tostadohaba laía mesa, en- Ileidi tomó el tazón y se bebió la
colocado leche de un solo trago.
nas ptró que la niña
fueili>re ella una hogaza de pan, dos
tos *v dos cuchillos . —
¿Te gustó la leche? pregunt ó
el abuelo.
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había conocido en la ma ñana.
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i Cuando los animales llegaron a
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la caba ña permanecieron inm óvi
les; dos de las esbeltas y hermosas
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la otra, se acercaron al abuelo y le
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lamieron las manos, en las que tenía bras seguían al abuelo, que se din»
un poco de sal para ellas. Pedro si- gí a hacia el corral.
guió su camino cuesta habajo, con-
duciendo el rebaño.
El viento soplaba con tanta fuer
za , que casi derribó a Heidi de su
-
Heidi admiraba mientras tanto a banca . Se apresur ó a terminar la
las dos cabras. Acariciaba primero cena; luego entró en la caba ñ a,
a la blanca, luego a la caf é, charlan- se puso la camisa de dormir que le
do sin cesar. había comprado Dete, y subió a su
— ¿Son nueras
? Abuelo, ¿son cama , qued á ndose dormida inme -
nuestras las dos? ¿ Duermen en el diatamente.
corral? ¿ Permanecer á n siempre con Por la noche, el viento soplaba
nosotros? ¿Cómo se llaman ? con tanta fuerza que hací a crujir
la cabañ a . El anciano se levantó.
“ Quizá tenga miedo Heidi” , se
dijo.
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Subió por la escalerilla. Heidi
estaba perfectamente tranquila y
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* dorm í a en paz. Su rostro ten ía una
•i expresión de felicidad . El abuelo
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contempló largo rato a la niñ a, que
dorm í a apaciblemente, y luego re-
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todo está preparado. '
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da, el anciano colocó en él un gran
trozo de pan y una gruesa porción r
de queso. Pedro abrió mucho los
ojos admirado al ver que cada pe-
dazo era casi el doble de lo que él
tra ía para su almuerzo.
— Ahora guardaremos su tazón
Debes orde ñar dos tazones a 5ch
wálin y cuidarás mucho a Heidi
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\ do pe ñasco, donde la hierba crecía
en abundancia . Heidi vio que a un
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lado de la monta ñ a hab í a profun
dos abismos y comprendió por qu é
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el abuelo habí a advertido a Pedro
el suelo se hallaba cubierto de llo- que la cuidara.
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res. Habí a verdaderos ejé rcitos de
rosas silvestres; m ás all á las gencia-
nas azules cubr í an el césped y las
doradas flores de las cist í neas cre-
vaba
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Pedro se quitó el morral que lle
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ido a la espalda , y Heidi
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se sentó a su lado. El valle estaba deseaba otea cosa que poder per
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muy bajo. Frente a ella, Heidi vio manecer allí para siempre.
una gran planicie cubierta de nie - En ese momento oyó encima
de su cabeza agudos graznidos, y
ve. Esta planicie blanca se extendía
hasta tocar el horizonte; el cielo era cuando mir ó hacia arriba, el ave
de un azul obscuro. A su izquierda, m ás grande que había visto en su
i» había una enorme mole de roca, a vida revoloteaba en tofno del lu-
cada lado de la cual se elevaban gar en que se encontraban, con las
agudos picachos. Dondequiera se grandes alas extendidas.
—
¡ Pedro! ¡Pedro! ¡Despierta!
notaba una profunda quietud ; sólo
se sent ía un suave vientecilio que
rozaba con suavidad las campá nu-
las y las rosas silvestres.
— Pedi o se puso en pie sobresalta
do y contempló el ave que volaba
—
grit ó Heidi . ¡Mira , es el halcón!
-
Pedro se había quedado dormi- cada vez m ás alto, hasta que des -
do; las cabras trepaban entre los apareció por fin, tras de las obscu -
arbustos, y Heidi estaba quieta
como un ratoncillo , disfrutando del
sol luminoso, del aire fresco y de la
ras rocas.
—
¿ Adonde se ha ido? preguntó
Heidi. —
delicada fragancia de las flores. No ——
A casa, a su nido.
--
¿Tan lejos queda su casa ? Su
bamos a ver en d ó nde está propu
so la niña. —
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cho cuidado, y no te dejara caer
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La niñ a puso algunos pedazos
de pan en la leche, y lo que le so-
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Puedes comerte eso. Yo ya es
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Pedro miró sorprendido a Heidi,
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pues é l en toda su vida no había
podido decir eso. Cuando vio que
lo decí a en serio, le dio las gracias y
comió el almuerzo m ás completo
verde pendiente. Heidi se puso en que había hecho en su vida de
pie y correteó jugando entre ellas .
Se divertía viendo cómo los anima-
lillos saltaban , dá ndose topetadas
unas a otras. % /
—
¡Deja de corretear, Heidi, que
es hora de comer! gritó Pedro. — r
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das, señ alá ndolas una por una. // x X; X ’ _ ::
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— Ven , ven, Disteífinck, debes
ser sensata . Mira , te podr ías caer y
te romperías los huesos; eso duele
Cuando Pedro vio que la cabra
estaba a salvo, levantó su bastón
para castigarla . Pero Heidi lo con -
horriblemente. tuvo.
La cabra volvió la cabeza y art - —
No, Pedro, no. ¡Mira qu é. asus-
tada está! grit ó. —
si ' ^ . t olfateó las hierbas que Heidi
Ir tend ía . Mientras tanto, Pedro ba -
h í a logrado ponerse en pip y había
tomado la cuerda que sujetaba un
—
Se lo merece replicó Pedro
airado, y estaba a puntó de golpear
a la cabrita que temblaba y trataba
,
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de esquivar el bast ón .
No lo harás. La lastimar
al pastor de un brazo.
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jala en paz gritó Heidi, tomando
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cencerro al cuello de Disteífinck.
Heidi tom ó tambi én la soga poi %
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Te daré todo el queso. Mañ ana
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con naturalidad
un incendio.
— ¿Qu é es entonces? — preguntó
—. Pero eso no es
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abuelo, bebiendo su tazón de leche,
le preguntó de nuevo, entre sorbo
y sorbo:
—
cón?
¿Por qu é graznaba así el hal -
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otros se vuelven malos. Con esos
graznidos, que a li tanto te han im-
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/ solos a alguna cima escarpada ,
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como hago yo.”
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tal furia, que Heidi record ó la vio-
PW lencia de los graznidos del halcón .
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tambié n le aseguró Pedro. I
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—
¿Abuelo, por qu é graznaba tan
fuerte el halcó n ?
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—
Te lo diré después de la cena
—
— respondió el anciano . Ve ahora
a lavarte, pues tienes muy sucios
los pies. Yo iré mientras al corral
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por la leche.
Más tarde, cuando Heidi estaba
sentada en su banco alto al lado del %I
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he cayó una fuerte nevada. Por tal
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alto, hasta que ella y el abuelo que-
daron encerrados por la nieve e en- í i r,
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Al cha siguiente , que era domin -
go, cesó la tormenta y el abuelo sa - ¥
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li ó con su pala y limpió la nieve i
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que tapaba las puertas y las ven -
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tanas. X
Por la tarde, Pedro les hizo una %l
visita . El abuelo lo invit ó a que 9
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¿Cómo está usted , abuela 15 ¿ Le
parece que tardé mucho en venir ?
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— dijo.
La abuela levant ó la cabeza y
buscó la mano que la niña le tend ía, i
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pensativa . i r
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¿Eres la niñ a que vive con el
Tío del Aim ? ¿ Eres Heidi ? le pre — -
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gunt ó.
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—
Sí respondi ó la ni ñ a ; acabo
de venir con mi abuelo en el trineo.
— C: '
A
—
¿ De veras? Si el abuelo mismo
trajo a la niñ a, Brigitte, debe ser y sus cabellos rizados, como los de
verdad lo que Pedro nos contó acer- Tobías.
ca de él . Yo pensé que no podr ía Mientras tanto. Heidi miraba en
vivir ni tres semanas allá arriba. torno suyo, observá ndolo todo con
¿Cómo es la niña? mucha atención.
La mamá de Pedro observó a
Heidi.
—
Mire, abuela. Hay un postigo
que se mueve con el viento. Mi
—
Tiene la tez delicada como
Adelheid , pero sus ojos son negros
abuelo lo clavaria para que uo gol
pease. Va a romper un cristal.
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¡Oh, buena niñ a! dijo la abue-
la . No puedo verlo, pero lo oigo, y
— —¡Oh!, ¡hija m ía! No puedo ver
nada en absoluto, ni el postigo ni
oigo muchas cosas m á s aparte de
ese postigo. Todo est á desclavado,
ninguna otra cosa dijo la abuela
con acento triste.
—
y muchas veces por la noche, cuan-
do sopla el viento, temo ,que la
—
Pero si salgo y abro la ventana
de par en par para que entre bien
casa entera se nos venga abajo. No la luz, entonces lo ver á todo.
hay aquí un hombre que pueda re- No , no. Ni aun así. Nadie pue-
—
parar la casa. de ya darme luz alguna .
—
¿ Por qué no puede ver cómo
se mueve el postigo, abuela ? pre- — —
Pero si sale usted fuera , la nie-
ve , que es blanca y brillante le dará
guntó Heidi, se ñ alá ndolo con el luz. Venga conmigo, abuela.
dedo. Heidi tomó a la abuela de la
mano.
>
—
Dé jame aqu í, niñ a querida .
Para m í, aunque hubiese mucha
ía a obscuras. Yo nun-
Ll
*
Al
luz, todo estar
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£ \ vr .1Wf ca podré ver ni el sol ni la nieve.
Heidi se echó a llorar con gran-
r - y
——
Entonces Heidi se enjugó las l á- ¡Corre tras ella , Brigitte, correl
grimas y dijo en tono consolador :
— Espere usted, abuela , yo le
contar é todo a mi abuelo. Él hará
grit ó, preocupada , la abuela . No
trae bufanda y tendr á mucho fr ío.
Llé vale mi chal. ¡Corre! ¡Pronto!
—
que salga de nuevo la luz para us- Brigitte obedeci ó. Pero había
ted , y arreglará su casa para que dado sólo unos pasos , cuando vio
no se derrumbe. Él todo lo puede que el abuelo llegaba en busca de
arreglar.
Como la abuela no respondiera,
Heidi y que en un momento la al
canzó.
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Desde aquel d í a , Heidi iba con bas veces el T ío había respondido
frecuencia a visitar a !a abuela . con una negativa.
Esas visitas eran consoladoras En marzo, el pá rroco de la igle -
para la anciana , que siempre se sia les hi /o una visita.
quedaba contenta .
—iQu é corta ha parecido la tar - r**
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todavía pasó el alegre verano; otro ¡y
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invierno iba a terminar . Heidi ba -
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Dete a ñadió que el ama de llaves
buscaba como compa ñera para esa
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niñ a una chiquilla buena y obedien -
te , no como la mayor í a. Dete había
pensado al punto en Heidi , y su pa -
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Ir
trona le dio permiso para ir a bus-
'A I carla.
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Pues no daré mi consentimien -
to dijo bruscamente el Tío.
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H I Entonces Dete se puso furiosa .
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—
Pues si eso es lo que piensa ,
Tío, le diré lo que pienso yo y -
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pronunciai una sola palabra. Era
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—
Un pariente muy rico de mi
patrona tiene una sola hija , hu é r -
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fana de madre explicó . Esa ni ñ a
se ve obligada a pasar el dia en una
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muchos sucesos que se han olvi- -
dado.
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¡Silencio! gritó el Tío, y sus
ojos relampaguearon como el fue-
—
go— . Ll évatela y larg úense. Nunca
la traigas d ^ nuevo. No qmero verla
con plumas en la cabeza y palabras
en la boca como las que acabas de ——
No iré dijo Heidi.
¿Qué estás diciendo? le gritó
—
—
pronunciar. Dete, que parecía muy disgustada .
Diciendo esto, el T ío salió furioso Luego cambió el tono de voz, y
de la casa. le dijo:
— —
Has hecho enojar a mi abuelo
dijo Heidi, cuyos negros ojos re -
—
Anda , vamos. ¡ No le imaginas
cuá nto te vas a divertir!
lampagueaban tambi é n.
—
Ya se le pasará. Ven ahora
¿Dónde está tu ropa?
.
Se dirigió al armario y sacó la
ropa de Heidi.
— Bueno, decídete ya
— — dijo ;
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— No ir é contigo
Heidi .
respondió
— lo permiti ó . Si rio le gustaba Franc-
fort , dijo Heidi podría regresar y ,
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Heidi en la Ciudad
Frá ulein Bottenmeier era el ama. meier la reñía por sus modales,
de llaves que se había hecho car- Pero la pequeñ a enferma, Klara,
go de 3a casa de Herr Sesemann
desde la muerte de su esposa . A
estaba encantada con. Heidi y espe
raba ansiosa que llegara la ma ñ ana
-
Fr á ulein Rotten meier no le resu lt ó siguiente. Pensaba que se divert í ,
simpá tica Heidi . La ni ñ a era dema- r í an mucho v as í I rte , no só lo a! otro
siado peque ñ a. No sab í a Jeer , ni sa-
b í a hacer ninguna clase de labor.
— —
¡ l 'in mi vida he visto una ni ñ a
semejante! exclam ó eJ ama de
llaves cuando terminaron la. cena. £
Heidi había guardado su pan en r
)
e bolsillo, hab ía charlado con las n
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mas que le arrancaba la nostalgia.
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-Debo marcharme - decía .
Mariana mismo regresar é all á,
-- No, no -replicaba Klara . De;- —
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C que cada d ía que permaneciese po-
dr ía agregar dos panes m á s para la
din . sino tocios los que .s iguieron .
Lira Heidi quien hacia parecer abuela , porque todos los d í as, por
m á s f 'o í las las horas de estudio. la ma ñ ana y al mediod í a, encontra -
ba junto a su plato un hermoso pa
Cuando el preceptor ; Herr Kaudi -
dat , explicaba el alfabeto y compa - i
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ave, em divertid » * escuchar a Heidi .
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¡E.s nn halcón!"
Por las tardes , Heidi se sentaba
cerca de Klara y le contaba có mo 7/ -
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m ía la siesta y ella ten ía que perma
necer dos largas horas sola en su
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habitaci ó n .
Entonces pensaba en el Aim , en
el verde césped que empezaba, a
brotar , en las flores amarillas que
brillaban al sol , en la luminosidad
del. valle . Con frecuencia sent í a que '
no podr í a vivir m ás si. no regresa- A
ba . Adem á s , su t í a le hab í a dicho -
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wc asustada, Heidi .
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- ¿ Cómo ? U \ r ; ! ni casa ? ¿ Es
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caparte de aqu í? ¡ No sé qu é liaría
Un d í a , mientras Klara descan -
saba , Heidi envolvi ó Jos panecillos
Herr Sesemann sí supiese eso! ¿ Al
guna vez has tenido en tu casa
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en su chalina roja , se puso el som
brero de paja y sali ó. En la puerta
- muebles una mesa , los sirvientes
,
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largamente, con hondo descon -
suelo.
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— Ahora no tendré pan que lle
varle a la abuela. Eran para la alme
-
-
ja . ¡ Ahora los han lirado y no tendré
r nada que llevarle!
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He hecho un descubrimiento
frescos y blandos, porque éstos es-
—
terrible, Adelheid exclam ó Frau -
kin Rottenmeier — . En tu armario, tarían muy duros.
en un armario hecho especialmente Pero era tan grande la congoja
para guardar ropa , Adelheid . cQué de Heidi, que tardó mucho tiempo
cr ees que he encontrado? ¡Un mon- en lograr contener los sollozos.
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Pero a ñ adió contará usted
con un gran apoyo, pues mi madre
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V vendrá a pasar una larga tempora -
JL da en mi casa y ella es comprensi -
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va , aunque su car á cter es muy di
f ícil. Usted lo sabe bien, Fráuleia
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Rottenmeier .
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Klara, por el contrario, estaba
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encantada . Habló tanto de ella , que . -
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abuela . ¿Así hablan en los Al
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pes - Api endisc c- ' cr - -. de tu
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Permanece sentada en su habi
tació n , donde podría ocuparse de
-
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—
No, allá nadie dice eso res
pondió Heidi con toda seriedad. — -
algo úíü si tuviese deseos de hacer
lo Pero me gustaría que Frau Se
,
-
—
Aqu í tampoco hay nadie con
ese nombre dijo la abuela riendo —
G $
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llamar. J
I
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se sintió llena de confianza . La
abuela ten ía hermosos cabellos
blancos y llevaba un tocado de fino \ rr
--
Hl
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—
aseguro repuso Frau Sesemann .
Tenga la bondad de traer a Heidi —
í
- / a mi cuarto; quiero regalarle unos
hermosos libros que traje.
5
I —— Eso es lo malo precisamente
exclam ó Fraulein Rottenmeier,
i
7
— *
*< con acento pesimista ¿ De qu é le
servirían los libros ? Si ni siquiera
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! - * •*
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s ha aprendido el alfabeto.
* .
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— —
lis extra ño , pues no parece ser
—
-
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tonta replicó Frau Sesemann ,
Trá igala usted de todos modos;
encaje . Heidi comprendi ó que ser ía
una buena amiga suya.
—
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- a nit , de modo que re pueda con -
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tempiar . ¿Ves ? As í es mejor . Abora
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d r s ( oí i sol a d a m er11e.
La abuela mir ó el grabado. Ke
presentaba una lierrno.su ptstáers
- PZ /
n
/
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males.
— Ven , niñ a, ven -dijo la abuela b esem a n n ¿e s i ás esta i d ¡a ndo
bien ? ¿ Has aprendido algo ?
-
V
— ——
No respondi ó Heidi con un
suspiro , y s é que es imposible
aprender . Pedro me lo dijo , y el lo
• if
•• l*
•
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R. sabe bien . El lo lia intentado mu-
/ ; chas veces , fiero no puede aprender
. a leer. Es demasiado dif í cil .
—
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Pues Pedro es un ni ñ o extra ño.
•*
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r No debes creer siempre lo que te
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cuenta Pedro , Debes pensar por ti
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misma .
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que conozcas toda su historia . Sa -
--No lo creas . . Y ahora voy a bias lo que hace con sus borregos
clecii if una cosa
abuela cor » su tono á lable . No
—prosigui ó la
—
y con sus cabras l óelas las cosas no -
tables que le suceden . ¿ No te agra -
has aprendido a leer porque crees
lo que .Pedro te dijo . Pero altara Je .
i n o!
——
dar í a. esto. Heidi ?
¡O í d ¡Si pudiera leer ahora mis-
replicó lieid í . con la cara.
resplandeciente de esperanza .
—
Va te he dicho que aprenderás
pronto, ¡Y < ¡ lo dudes estoy sesera
de ello.
Uria semana m ás tarde , Harr
rá, /{' . :ir Kandidut el preceptor, quiso ha
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que puedes aprender a leer eu poco ,
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tiempo. Esto es verdad . Adem á s te
diré lo que sucederá cuando sepas y
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leer . Ya viste el pastor en la her ¡
mos; i pradera verde . En cuanto se
pas leer , te regalaré el libro para- Y
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—gritó la ni ñ a.
Klara trat ó de explicar a Heidi
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que no era la abuela del Aim la que
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friar efe ello, porque creerían que por temor a que alguien la oyera .
cfti ingrata . Ya no tenía apetito
Tma Así pasó mucho tiempo : llegó el
y se volvió tan pálida y delgada, oto ñ o, y luego el invierno. Heidi
que Sebastián se entristecí a al ver oasí no sabia qu é estaci ó n era - por -
cómo dejaba los platos má s sabro- que las paredes y las ventanas, que
sos sin probarlos siquiera . eran lo ú nico que se veía desde la
Por las noches pasaba con tro - casa del se ñ or Sesemunn , estaban
siempre igual; y sólo -.alian de casa .
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Un Fantasma
Durante alg ú n tiempo habían las de Herí: Sesemann y se las pres-
sucedido cosas c \ Lnvnus en ¡Pranc- to a Sebastian .
I Oi L I odas las ma ñ anas cuando los
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Por fin , Sebasti á n v otro de los *
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órdenes de Frá ulein Hottenmeier ,
a pasar la noche en la habitaci ó n
próxima al gran vest í bulo, para ver
qué era lo que suced ía . Frauiem
Piottenmeier sacó dos de las pisto-
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a vi i cómo est á todo No debes
ner miedo; sí gueme.
te - — ¿Qué es lo que sucede? ¿Qué
—
viste? preguntó Sebastiá n , que
sentía escalofríos en la espalda.
/'. br ío la puerta de
la habitación
y salió al vest í bulo. Una ráfaga
viento apagó la vela que llevaba
la mano. Regresó corriendo; casi
de
en — —La puerta estaba abierta de par
en par dijo Johann , y había un
fantasma blapco allí, Sebastiá n . Su
— -
bió por la escalera, y no lo vi más.
derribó a Sebastiá n que ven ía tras Cuando le contaron a Fráulein
él. Cerró la puerta y, con mucho
miedo, dio vuelta a la llave. Luego > y yl
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momento más sola, que su papá
tenía que regresar a casa, que Frá u-
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ella, y que Heidi tampoco debía / !
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ña ñ a les ense ñar é a usted y al va -
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liente Johann cómo son los fantas
mas de d í a . Ahora vaya usted a casa
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de mi buen amigo el doctor Re -
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l boux, sal ú delo muy atentamente de
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mi parte y d í gale que le suplico que
venga sin falta esta noche.
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versar. El reloj dio la una y ellos
segu ían charlando. L)e pronto, el vW -
doctor levant ó un dedo.
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blanca e inm óvil en el quicio de la
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¿ Qui én est á ah í ? pregunt ó el
doctor con voz. de trueno, mientras
—
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1 I se dirig í an hacia la figura blanca .
Esta se volvi ó y grit ó . All í estaba
Heidi descalza , en su camisón blan -
v*
* co, confundida por las luces y las
pistolas y tiritando de lr í o.
dura y que la puerta giraba sobre Los se ñ ores se miraron sorpren -
sus goznes. Herr Sesemann buscó didos.
el rev ólver . Con un candelabro en —
Niñ a , ¿qu é significa esto? pre - —
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la mano, como lo harí a un padre Y.'. ,
acost ó en su cama . a
Cuando estuvo m ás tranquila, el Y
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medico dijo en tono conciliadoi : & >
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* en el sill ó n y dijo :
——
Ya , ya , todo esta bien . Dime
adonde querías ir ,
Yo no quer í a ir a ninguna par- S
—
Sesemann , Heidi es son á mbu -
— —
te dijo Heidi . Yo no fui allá aba -
jo . Cuando me di cuenta , ya estaba
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allá .
— En efecto. ¿ No soñaste nada en
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la noche ?
— S í , todas las noches sue ñ o v
siempre la misma cosa . Creo que
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la Se está debilitando mucho par la
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la ni ñ a a su casa .
Herr Sesemann se puso en pie y
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— ¡Son á mbula! ¡Por la nostalgia!
nadie observó nada ni se imagi - i
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roda seriedad éste no es un caso
que se cure con medicinas o con
—
V pastillas. Si no la mandas ahora a
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su casa, no podr á s ya mandarla
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nunca .
Herr Sesemann mir ó incr édulo
d doctor . Luego guard ó silencio
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—
salud .
Sesemann — dijo el doctor con — asegur ó el doctor . Ver á s qué
pronto se recupera totalmente.
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ro -. Mi abuelo vendr á a recoger
rni maleta .
Luego se abri ó paso entre la mul - - X
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ning ú n motivo deb ía de perderlo.
Heidi se tatigaba mucho al subir,
y de cuando en cuando ten ía que
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detenerse a descansar , especial-
/ / mente a medida que el sendero era
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exclam ó la abuela.
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momento en la choza.
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¡Aqu í estoy, abuela! jAqu í es-
toy de verdad ! exclamó Heidi.
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Corri ó hacia el rinc ó n v, sentá n-
dose sobre el regazo de la abuela , *
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Heidi lo había colocado . Fontelo,
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Heidi siguió su camino por la
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monta ñ a . A cada momento se dete -
- nía a contemplar lo que la rodea -
ba. El sol del crep ú sculo iluipinaba
el Aim , la nevada llanura brillaba
bajo sus reflejos; rosadas nubes cu -
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ron y tuvo que enjugar sus lá gri -
mas. Luego, reteniendo suavemen -
que no tardó en divisar las copas te el brazo de Heidi que le rodeaba
de los pinos sobre el techo y luego el cuello, la sent ó sobre sus rodillas
la cabañ a misma , y en la banca de y la mir ó fijamente.
—
Así que has vuelto a casa , Heidi
madera al abuelo, que fumaba su
pipa como siempre. Por encima de
sus cabezas el viento rugía entre los
á rboles. Heidi corri ó a ú n m ás apri-
—le dijo.
El anciano estaba profundamen-
te emocionado. No podí a creerlo.
sa y , antes de que el Tío del Aim
pudiese ver quié n se acercaba, la
niñ a se abalanzó a él, y dejando
caer la cesta, abrazó al anciano. Es- m.
taba tan emocionada de verlo nue -
vamente , que no podía dejar de re -
petir:
—
¡Abuelo! ¡Abuelo! ¡Abuelo!
Tampoco el abuelo pronunció
palabra alguna. Por primera vez en
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— —
¿Qué sucedió '' continu ó el
abuelo ¿ Acaso te obligaron a que
regresaras ?
,
— —
Eso te pertenece dijo, colo-
cando el paquete en la banca .
—
Luego, ley ó la carta y , sin pro-
—
¡Oh, no , abuelo! respondió
Heidi inmediatamente . No debe ——
nunciar palabra alguna , se la guar -
d ó en el bolsillo.
pensar eso . Fueron todos tan bue-
nos . . . Klara , la abuela y Herr Se-
—
Torna el paquete dijo el abue- —
semann , Pero, ¿sabe, abuelo? no ,
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una ingrata. Una ma ñ ana muy tem - ri ó / ' i i
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lo después de algunos minutos de
reflexión, al levantarse para entrar —afe - V * ti
—
en la cabañ a ; es dinero, puedes -
comprar una cama y ropa para ( res ®niV
o cuatro a ñ os .
—Yo no lo necesito, abuelo res- —
pondi ó Heidi . Ya tengo cama .
Adem á s , Klara me regal ó lautos
vestidos, que en mucho tiempo no
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necesitar é comprar m á s.
—Entonces , gu á rdalo en el arma-
rio; alg ú n d í a podr á hacerte taita .
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Cuando vio a Heidi , permaneció
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labra . Heidi lo llam ó.
—
Buenas noches, Pedro
corrió entre las cabras . Schwanlí,
Bar í i, ¿ me reconocen todavía ?
y
— —
dicó a recorrer todos los rincones de
la caba ñ a para ver si no hab í a cam-
biado nada , y subió por la escaleri-
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lla hasta la habitación de la peque- V .
ñ a ventana redonda .
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Ahora ven a tornar tu leche . V
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oyó que le decí a el abuelo desde
abajo.
Entonces, Heidi bajó y tomó
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asiento en su banco alto, en su vi < h\
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antiguo sitio, y levant ó su tazón , be- ¿vk4 im% '
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por la tarde;
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ta tras de sí, para que Pedro pudie
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. se llevarse el reba ño.
& Cuando la niña regresó a la ca
ba ñ a , encontró su cama preparada;
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era suave y fragante, y esa noche
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durmió mejor que en todo el a ño
anterior. Pero su abuelo subió mu-
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chas veces al pajar , para cerciorarse
si estaba tranquila y dorm ía bien.
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¿Vendr ás conmigo otra vez ma-
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El T í o del Aim va a la Iglesia
El siguiente domingo por la ma- ban en el coro, de tal manera que
ñana los habitantes de Dó rfli esta - a duras penas pudieron terminar el
salmo.
ban ya en la iglesia y comenzaban
a cantar los salmos , cuando sucedió Cuando el pastor comenzó el ser -
algo inesperado: el Tío del Alrn , m ón , todos estuvieron muy atentos,
vistiendo una chaqueta con botones pues sus palabras estaban llenas de
de plata , y Heidi , con su vestido de tanta ternura y gratitud que se sin-
los domingos, entraron y se insta- tieron conmovidos. .
laron en la ú ltima banca .
El hombre que se encontraba
junto a ellos dio un codazo a su ve- * .
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cino y le dijo: ii
¿Te das cuenta de lo que su- J
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Mientras tanto, el Tío del Aim
tocaba a la puerta de la casa del
pastor. É ste abrió y ios recibió como
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sí ios hubiese estado esperando.
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Tom ó al anciano de ía mano y lo
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- saludó efusivamente: e í Tío del Aim
no pudo decir nada durante algu-
nos minutos pues no esperaba que
,
ha í ua bajado a la iglesia !
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Tai vez el T í o del Alrn no sea
—
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cí an unos a olios ; ya vimos con
cuanto cariño torno a la peque ña
—
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de i a man oa
--He venido a pedirle una discul -
pa . se ñ or pastor , por mi testaruda
-m w 4n
i fe .
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*
negativa de seguir sus buenos con -
sejos . ILted ten í a razó n y yo estaba
equivocado ; pero abora le liare
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sincera .
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muy delicada dijo con expresi ó n
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y tomá ndola de la mano, mientras
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acompañ aba al abuelo hasta la
puerta.
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' 5> T í o del Aim como sí fuese su mejor
' amigo y le pesara alejarse mucho
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acento cordial y emocionado, le ’
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asegur ó :
No se arrepentir á usted de ha-
ber venido a vivir otra vez entre
nosotros. Siempre ser á usted bien ,
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recibido c-m mi casa , como un buen
amigo \ vecino muy estimado y ,
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general A juzgar por las manifesta - recogido en la oficina de Correos,
ciones de j úbilo sincero, cualquiera Todos se sentaron muy atentos
hubiese pensado que el Tí o del Aim en torno de la mesa ; Heidi abri ó su
era la persona m á s estimada de toda carta y la leyó en voz alta sin equi -
la aldea. vocarse. La carta era de Klara Sese-
Así regresaron Heidi y su abuelo mann . En ella le decía a Heidi que
a la montaña. Cuando llegaron a la desde que se había marchado ha-
caba ña de Pedro, el cabrero, el an
ciano abrió la puerta y entró.
- bí a estado tan triste la casa que ya
no pod í a soportarla y que le había
suplicado mucho a su padre que le
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permitiese hacer un viaje; que fi -
A J nalmente había prometido ir a Ra -
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abuela ir ía con ellos , porque ella
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a su abuelo en el Aim.
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esto! Ahora puedo agradecerle todo 7;4
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recorría la caba ñ a , colocando cada
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cuidadosamente en el armario. Lue- t'
go tomaba un trapo, y, subiéndose
a su banco, limpiaba la mesa hasta
me quedaba reluciente.
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zar, Heidi comenzó a arreglar la - ¿Cómo está usted, doc
doy las gracias mil veces — e
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——
fuerza de sus pulmones. la? preguntó.
—
¡Abuelo! ¡Abuelo! ¡Ya vienen! Y
el doctor viene adelante de los
Mira, tengo algo que decirte,
que te entristecerá , como me entris-
demás,
Heidi salió corriendo a saludar a
teció a m í dijo el doctor . He ve-
nido solo, Heidi. Klara ha estado
— —
su viejo amigo, apretando la mano
que le tend ía .
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ra , cuando los d ías sean tibios y
largos, seguramente vendrá n .
Heidi permaneció inmóvil. No
podía creer que lo que había espe -
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rarlo tanto tiempo ahora resultaba
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El Tío del Aim recibió muy cor -
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Mientras tanto, el sol indica -
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picachos. Desde la pradera llega - las raí ces de los á rboles y en to-
ban los balidos del reba ño que , das las delicadas plantas y modes-
anunciaban paz y tranquilidad . El tas florecidas que crecí an en las
sol brillaba en la campi ñ a nevada , cimas del Alna .
en los valles le í anos v en la roca El doctor no sentía pasar el tiem-
gris que levantaba sus torres hasta po y con frecuencia , al despedirse
el cíelo azul . Contemplaban tam - del abuelo por la noche, le agrade-
bién el gran halcón , que volaba di - cí a sus enseñanzas.
bujando amplios cí rculos —
M í buen amigo nunca me des- v
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Un invierno en la Aldea
En torno del Aim la nieve era sido una mansi ó n . Hacía mucho
tan alta que parecía que las venta - que estaba desocupada porque no ,
nas estaban al mismo nivel que el pod í a habitarla alguien que no su-
suelo. Si el Tío del Aim hubiese piese reparar y cubrir los grandes
estado allí, habr ía saltado por la huecos y las anchas grietas de las
ventana para barrer y quitar la nie- paredes.
ve con una pala . Pero el Tío sabía hacerlo; en
Pero el Tío no estaba en el Aim cuanto se decidi ó a pasar el invier-
ese invierno. Había cumplido su no en Dórfli, alquiló la vieja casa
promesa; en cuanto cayó la prime- y con frecuencia durante el oto ño
ra nevada, cerró la choza y el corral bajaba a trabajar en ella. A media-
V bajó a Dó rfli con Heidi y las dos de octubre llevó a Heidi a vivir
cabras. allá.
Cerca de la iglesia había un gran En un derruido salón del fondo
edificio que en otros tiempos había de la casa , el Tío construyó un tabi-
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i conocía todos los rincones tan bien, Heidi encuentra a su amigo Pedro,
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trándole todo .
- ——Ya la tenemos.
¿Tenemos qu é ?
——
Por las mañanas y por las tardes La capa dura de nieve.
Pleidi iba a la escuela . Casi nunca ¡Oh! ¡Que bueno! ¡Ahora podré
veía en ella a Pedro, porque » !
pastorcillo faltaba mucho a sus c ía
*
subir a ver a la abuela! exclamó
Heidi, feliz, porque le había dicho
—
su abuelo que tení a que esperar
hasta que la nieve endureciese.
* Corrió al armario, sacó la capa
que Klara le habí a regalado y se
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i dirigió con Pedro hacia el Aim , Sus
pies no se hund í an en la nieve. Ni
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siquiera cuando brincaban y en-
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terraban los tacones, pues apenas si
romp í an un poquito de hielo. Toda
la monta ñ a brillaba de arriba a aba-
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jo con el hielo, tan duro como la
roca . Ahora no había peligro de que
los aludes los cubriesen.
Pleidi se sorprendió de no encon-
ses. Esto no se deb í a a la nieve, trar a la abuela en su sitio acostum -
I pues por la tarde , cuando regresaba brado, al lado de la rueca . La an-
la niña de la escuela, Pedro iba a ciana estaba acostada en su cama
visitarla .
Una vez , cuando volvía a su casa ,
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Enseñ ar a leer a Pedro í ue una días la abuela y ella emprenderían
labor lenta v dif í cil . Pero entre las el camino hacía la monta ñ a .
s úplicas y reoomunciones de la ni - Heidi se sinti ó tan contenta que ,
monta ñ a . Ella corr ía de allá para a dar tales gritos , que <d abuelo sa -
acá . sin poder decidir cu á l era el lió de su talh- r .
sitio m ás hermoso . Heidi no cabía en s í de gusto .
Un día , Pedro llev ó una carta de
Klara, diciendo que todo estaba
—
¡Venga , venga ! [ Mire quién
viene ah í 1 — gritaba ,
, ,
preparado y que de allí a dos o tres Una extra ñ a procesi ó n subí a por
75
i el Aim , Primero ven ían dos hom - ca me lo habría imaginado. Abuela,
bres con una silla de manos, en la me gustaría quedarme aqu í toda la
que iba sentada una niñ a. Lue- vida ,
go, sobre un caballo, una señ ora Mientras tanto, el abuelo había
anciana . Despu és, ven ía una silla
de ruedas vacía , empujada por
acomodado la silla de ruedas, ha
b í a sacado algunos chales de la ca
--
un joven . Finalmente caminaba u n nasta y los había arreglado sóbrela
mozo, que llevaba una cesta en la silla . Luego se dirigió hacia la silla
espalda., llena de frazadas, chales y de manos ,
pieles.
Cuando terminaron de abrazarse
—
Si colocamos a la nena en su
silla se sentir á mejor dijo. —
y saludarse, la abuela exclamó en
tusiasmada:
- Sin esperar a que nadie le ayuda
se , levant ó a la peque ñ a invá lida
-
— ¡ Qu é vista tan hermosa tienen
ustedes, estimado Tío! ¡Qui én lo
con sus fuertes brazos y la colocó
cuidadosamente sobre el suave
hubiera creído! Muchos reyes la en- asiento . Despu és ech ó las frazadas
vidiarían. ¿Qué dices, Kl á rchen ? sobre las rodillas ele la peque ñ a y le
¿Qué dices ? colocó los pies sobre una almohada
Klara contemplaba todo lo que la. con tanto cuidado como si en su.
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rodeaba, encantada . vida no hubiese hecho otra cosa
——¡Oh! ¡Qu é hermoso es todo
aquí! exclam ó varias veces . Nun-
—
que atender a personas invá lidas
La abuela estaba asombrada .
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Klara y Heidi aceptaron gusto -
sas, y el rostro de la abuela se ilu -
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minó con una sonrisa .
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Querido Tío, ¡es usted un gran
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hombre! exclam ó . ¿Cómo supo
que era precisamente lo que pensa
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A la ma ñ ana siguiente, en cuanto para contarle cuanto sucediese,
las ni ñas se instalaron afuera de la
caba ñ a , el Tío del Aim trajo dos
Heidi trajo l á piz y papel , y la ma
ñana transcurrió r á pidamente para
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tazones de leche espumosa . Klara ellas, que estuvieron bajo los pinos ,
nunca hab í a probado la leche de A la hora de la comida, el abuelo
cabra ; primero la tom ó con descon-
fianza , para ver a qué sabí a . Pero
cuando vio con cu á nto gusto se la iA
tomaba Heidi , sin detenerse ni una H
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vez, comenzó a beber y no paró
hasta que se hubo terminado la que
había en el tazón.
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Klara mientras conversaban acerca
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recuerdo que he comido só lo por-
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£/ Milagro de la Montaña
Era la tercera semana que pasa
ba Klara en la monta ña. En varias
- sent ía deseos de ir allá; pero no ha -
b í a dejado sola a Klara ni una hora.
ocasiones, cuando el abuelo la saca- Una tarde, mientras se lo describ í a
ba por la ma ñ ana para colocarla en a Klara, sinti ó tanta nostalgia , que
- corrió al corral en busca del abuelo.
la silla , le había pedido que inten
tase ponerse en pie sola .
— ¿ No quieres tratar sólo una vez —
Abuelo, ¿ nos llevará usted al
pastizal ma ñ ana ? ¡ Est á lodo tan
— —
de ponerte en pie sola por un mo-
mento? 1c preguntaba. —
Klara lo intentaba , pero acababa —
hermoso ahora . . . ! suplicó.
Iré con una condició n respon -
—
siempre por exclamar: Jí
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chos a ñ os. Heidi, que sabia cómo <
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anciano : que Klara trate
una vez m ás de mantenerse en pie
Heidi regresó gozosa , y Klara
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prano, Pedro subió por la montaña
con sus cabras y al lado de la ca
ba ñ a encontr ó la silla de ruedas
-
prometió intentar mantenerse en preparada para el paseo por el pas-
pie tantas veces como lo deseara el tizal . Al verla , la furia de Pedro se
abuelo, pues le alegraba la perspec - acentu ó. Adivin ó cómo suceder í a
tiva de subir a la pradera.
— ¡Pedro, Pedro! grit ó aquella
noche Heidi, en cuanto vio que el
pastorcillo se acercaba . Ma ñ ana
—
—
todo all á arriba : Heidi se dedicaría
a cuidar de la extra ña todo el tiem -
po. Mir ó en torno suyo; no había
nadie. Corri ó hacia la silla, la tomó
iremos contigo a la pradera a pasar y la arrojó por el sendero con tanta
todo el d ía allá. fuerza , que la silla siguió rodando
Pero el pastorcillo estaba disgus - y en un momento había desapare
cido.
-
tado, porque desde que Klara llegó
le había quitado la compa ñía de Pedro corrió por el Aim como si
Heidi. No respondió más que con tuviese alas . Protegido por un ar-
un gru ñ ido que parec ía el de un busto de zarzas observó a su ene-
oso disgustado, y golpeó furioso a miga., la silla, que rodaba por un
la inocente Disteiiinck, que cami
naba cerca de él.
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A la siguiente mañ ana, muy tem - I
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dría que marcharse, pues , sin la silla
no podr í a permanecer en el Alrn . — —
En ese caso, se ha hecho a ñ icos
afirm ó el abuelo . Pero es extra - —
M á s tarde , Heidi sali ó de la caba - ñ o que haya sucedido eso , porque
ña , seguida de su abuelo, que lle
vaba a Klara en brazos.
- la silla ten ía que dar la s uelta a la
esquina de la cabaña antes de caer .
—— ¿Te llevaste la silla, Heidi?
pregunt ó el anciano. fa
— —
¡Oh ! se lament ó Klara . Abo-
tendr é que marcharme ¡Qué —.
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Pero Heidi mir ó confiada a su
abuelo.
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Subiremos al pastizal. Después
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veremos. . . replicó él. —
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Regresó a la cabaña , trajo unas
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ellas . 1 negó les dio a las ni ñas leche
y sacó a Schwanli y a Bárli del
corral.
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Cuando las ni ñas terminaron de
beber, el abuelo tom ó a Klara en
ftftggjtm: sus brazos e inició la marcha.
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— dijo el abuelo
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—. ¿Por qué no lo
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¿Qué?
El Tío no dijo nada m á s. Ex -
n tendió las frazadas sobre el tierno
césped y colocó a Klara sobre ellas.
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decer , pues quer ía averiguar qu é
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había sido de la silla .
Heidi y Klara estaban muy con-
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colina estaba cubierta con floreci
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más tar de regresó.
—— Verdaderamente debes venir
grit ó entusiasmada, antes de Ile-
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Toma a Klara por el brazo or
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denó Heidi ; ahora, Klara, pasa tu
brazo alrededor de uti cuello . . .
— - empujarte en una silla , porque ya
estarás sana.
No quedaba muy lejos el sitio
así. Tomarás el brazo de Pedro para donde crec í an la ?, llores. \ lh Klara
apoyarte, sin soltarlo por ning ú n se sent ó en él Mielo seco y Heidi se
motivo, y entonces podremos ca - sentó a su lado.
minar. Apoya bien tus pies en el A la hora de comer el abuelo ,
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y lleidi estaba fuera de si de satis - 7 V,
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Ahora podremos venir al pasti -
zal todos los ilias > podremos ir a
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donde nos plazca en la monta ñ a , y
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tu vida; nunca m ás tendrá n que
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Sorpresas
Los días que siguieron fueron los y finalmente, el mozo con las fra -
má s felices que Klara había pasado zadas.
en el Aim. Todas las mañanas, al Se aproximaron cada vez más .
despertar, recordaba estas palabras Nadie se adelantó a recibir a los
mágicas: ‘Estoy bien. Estoy bien . invitados . Luego llegaron a la cima
Ya no necesito estar sentada en y la abuela mir ó a las niñas desde
una silla de ruedas; puedo caminar su caballo.
como todo el mundo.” — ¿Qué seo. Klarehen? ¿No es-
Luego terminó la semana, y ama- t á s en tu sillar ¿ Es posible eso? — ex-
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—— Y a la buena leche de Schwanli
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P añadió Klara , Abuela deber ía
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llorando de emoción.
De pronto, se fijó en el abuelo, • i
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¡Mi querido Tío!¡Mi querid í si-
mo Tío! ¡'t enemos tanto que agra -
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decerle! Esto es obra de usted. Sr A / 7
debe a sus cuidados y a sus aleji-
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Además se debe al sol y al aire .
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Luego se acercó la abuela , pues
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’h no pod í a esperar más tiempo sin
ver la expresión de su hijo.
semann había tomado el tren de
Ragatz.
— La sorpresa que t ú nos has
dado fue muy hermosa le dijo ; — —
Llegó unas horas después que su pero la nuestra fue in ás hermosa
inadre había partido, y al saber que a ú n , ¿ Tí O es asi ? Ahora , querido, ven
ese mismo du» se había dirigido a conmigo a ver a nuestro benefactor,
la montaña , fue hasta Dorfli en co - el Tío del Aim .
che y siguió el resto del camino a
pie.
—
Ciertamente, y a nuestra pe
queñ a Heidi ; debo saludarla tam
--
Cuando se acercaba a la cima,
Herr Sesemann se divert ía pensan -
—
bié n dijo Herr Sesemann, d ándole
la mano a Heidi.
do en la sorpresa de su hija , cuando
vio algo que le hizo contener el
—— —
Me da mucho gusto verte, hiji-
ta dijo , me da verdaderamente
aliento. Dos personas se acercaban mucho gusto.
a él desde la caba ña: una ni ñ a alta
de rubios cabellos y mejillas sonro -
sadas que se apoyaba en la peque-
ñ a Heidi, cuyos ojos negros brilla -
ban de gusto. Herr Sesemann se r
detuvo. Las l á grimas le saltaron a
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los ojos . m
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Papá , ¿ ya no me reconoces
le pregunt ó Klara . ¿ He cambia — -
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L<? Despedida
M ás tarde, cuando el grupo que ampliamente. Se lo agradezco mu
se reun ía frente a la caba ñ a del cho, pero no hay nada que necesite.
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Aim terminó su alegre comida y Mientras viva , tendré lo necesario
conversaba animadamente, ílerr para la niñ a y para mí. Pero sí hay
Sesemann se dirigió al Tío del Aim, algo que debo pedirle . . .
que estaba al lado de la abuela
—
Querido amigo, debo decirle
algunas palabras. Usted curó a mi
. ——
D í galo, mi querido amigo.
Yo va soy viejo; cuando me
vaya de este mundo, no podré de-
bija le devolx ¡ó la salud , y a m í me jarle nada a la ni ñ a , y no tiene m ás
dio nueva vida también. Dí game, iamilia que aquella t ía suya que
se lo ruego ¿cómo podré mostrarle sólo busca su propio provecho. Si
mi gratitud? Nunca podré pagarle Ilerr Sesemann desea, puede pro-
lo que lia hecho por nosotros, meterme que Heidi nunca tendrá
pero lo que esté en mi poder lo
pongo todo a su disposició n . D í ga -
que vivir entre extra ños para ga
narse el pan . . .
-
me . amigo m ío, ¿qué puedo hacer
por usted ? —
Mi querido amigo, no es nece
—
sario decir eso interrumpió Herr
-
El Tío escuchó con una sonrisa
bondadosa al agradecido padre Sa
cudi ó la cabeza.
. - —
Sesemann ; la ni ñ a es parte de
nuestra familia. Preg ú nteles a mi
—
Her í Sesemann , créame que
mi laboi ha sido ya recompensada
madre o a mi bija si no es así. Heicli
nunca tendrá que buscar la ayuda
.
de extra ños Pero si eso lo tranqui -
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Pues bien , querida Heidi res-
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— Ojal á sea as í a ñadió la abuela
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con fervor De pronto rodeó el cue-
— pondi ó la abuela , mandaremos
inmediatamente un telegrama a
Francfort. Fráulein Rottenmeier
llo de Heidi con sus manos y la
—
abrazó . Tambi é n a ti , querida
Heidi , debernos hacerte una pre-
empacar á la cama hoy misino y en
dos d í as estará aqu í. Si Dios quie-
gunta . Vamos, dime, si se te ha de re, la abuela dormir á bien en ella.
cumplir un deseo ¿cuá l te gustar í a Poco tiempo despu és , la abuela
que fuese ? dijo adi ós al Aim y , subiendo a su
—— Pues s í tengo un deseo . .
Bueno, dinos qu é es dijo la —
. caballo, bajó por la monta ña , acom -
pa ñ ada de su hijo. Herr Sesemann
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El Final de la Historia
La cama llegó, y la abuela de un buen corral para Schwanli y
Pedro duerme en ella lan bien que Barl ú
esta más saludable que antes. El T ío del Aim y el doctor son
La bondadosa abuela de Klara cada vez mejores amigos. Les inte
no olvidó el duro invierno en la resan las mismas cosas, pero cuando
monta ña. Hizo que llevasen un pasean por la casa viendo los ade-
gran bulto a casa de Pedro. Dentro lantos en las reparaciones piensan,
de at nel bulto había muchas í raza - principalmente , en Heidi ; porque
das de lana para que la abuela no para ambos ella es la alegría de su
pasara nunca más L í o , vejez .
Heidi cuenta los d ías, ansiosa, de
/ que pronto llegue el verano y la
í
/ peque ñ a Klara vuelva a la monta -
ñ a . Las dos ir á n a cortar llprecillas
doradas en la colina. -- V?
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do al mismo tiempo sus ilustraciones a todo color. Sus argumentos son
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ORGANIZACION , EDITORIAL N O V A R O, S A
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