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LASICOS DE ORO ILUSTRADOS

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ESTA OBRA

Hace muchos a ños que los ni ños de todo el


mundo disfrutan de la conmovedora historia
de Heidi , escrita por Johanna Spyri. El lector
conoce por primera ve / a Heidi cuando la
,

t ía Dete la lleva a vivir con su abuelo, en n


una caba ñ a que se alza en lo alto de la mon -
ta ñ a del Aim . Por el camino, Heidi conoce
a Pedro, el ni ño pastor, y juntos pasean pol-
la verde pradera, en donde las hermosas flo-
res crecen silvestres y un gran halcón vuela
sobre sus cabezas. En el Aim todos sienten
cari ñ o por Heidi, y cuando se traslada a una
ciudad distante para visitar a Klara, la ni ñ a
lili
inválida , se gana el afecto de la familia de
ésta Los ni ñ os de hoy , como innumerables
ni ñ os antes que ellos, gustar á n de Heidi , por -
que su historia parece tan natural y atrayente
como lo fue en 1880. Ahora presentamos este
famoso cuento infantil con ilustraciones en
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.

colores, compendiado cuidadosamente para


ofrecer a los lectores modernos el estilo y la
belleza de la obra original .


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TÍTULO EN INGLES »
HEIDI

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ILUSTRACIONES DE
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ESPECIALMENTE ARREGLADO v COMPENDIADO
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El Tí o clel Aim
En la caba ñ a de] abuelo
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lleidi va con Pedro al pastizal /
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En casa de la abuela de Pedro 2:2 f
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Regresa la t í a Dele 28
Heidi en la ciudad i
, 3' - /
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La abuela de Klara , 37 '
Heidi siente nostalgia *
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Un fantasma * 4o
lleidi regresa al Aim 51
De nuevo en casa 50
El Tío del Aim va a la iglesia
lleidi recibe una visita
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Un invierno en la aldea 70 /
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Llegan m á s visitantes 75
El lio cuida de Klara
El milagro de la montañ a
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Sorpresas 90 . 4
La despedida 97
El Final de la historia 90 I J
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Oerechos de propiedad literaria y art ística reservados por Organización Editorial Novato , S A., Galle 5. W 1. .
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. .
. ..muilpan de Juá rez lulo, de M éxico D. H. © 1901 1970, por arreglo exclusivo con Golden Press, lnc\ y Wei
.
, , n Publishing Company , Inc,, de los Estados Unidos de Norteam érica Prohibida la reproducción total u par
.
, ;;. l en cuati iiiier forma. Esta segunda edición de 25.00 Ü ejemplares .se terminó de imprimir el d ía 15 de abr í i

. . .
de 1970 , en los talleres de Organización Editorial Novara, S A , Calle 5 N <* 12 , del Fraccionamiento Industria
.
Naucatpau de Juá rez, Edo de México .
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El T í o del Ahu
Una hermosa ma ñ ana tie junio ,
una joven alta y robusta sub í a por
el sendero que conduce de la aldea
de Maienteld a los Alpes . Lleva -
—— Espera un
momento , Dete
una mujer desde la última
ajil ó
casa . Te acompa ñ ar é si vas hacía
at riba por el sene!ero de la monta ñ a.

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ba de la ruano a una peque ñ a que
a ú n no cumpl í a cinco anos . La nina
iba cubierta con dos o tres vestidos ,
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puestos uno sobre el otro, y al cue - fi
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llo llevaba atada una eran chalina
de tela roja . El sol hacia que su ; -- : TE
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rostro se encendiera mas a medida <

que avanzaba por la cuesta .


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A la mitad del camino llenaron ti :
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al caserí o llamado Dorlli o Pe • J

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quena Aldea . All í , las mujeres sa - htX A
ludaban a la joven desde sus caba - y
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ñas. r>

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Barbel; pero me han ofrecido un
buen trabajo en Francfort y no la
puedo llevar conmigo tan lejos.
- — Pues me alegro de no estar en
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su lugar -dijo Barbel . Nadie sabe
lo que sucede con el anciano all á
arriba: se niega a tratar con sus se -

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\ mejantes. Hace a ñ os que no pony
un pie en la iglesia . Si una ve / al
S3 r / ano baja de la monta ñ a con su grue -
t so bastón , todos se apartan de el y le
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temen . Con aquellas espesas ceja - *
grises y aquella enorme barba , pa
rece un hereje, un salvaje , la gente
' A ¡/I se alegra de no encontrarse a solas
con él. Pero en realidad dijo Bar -
bel mirando con curiosidad a su

La joven se detuvo. Inmediata- amiga pues hac ía poco tiempo que

,

mente. la niñ a solt ó su mano y se viv í a en Dórfli , me gustaría saber


sent ó en el suelo. por qué es tan hosco y por qu é vive
— ¿Est ás cansada, Heidi? le pre-
gunt ó su compa ñera.
— solo en el Aim. Tú seguramente co
noces su historia.
-

— No, pero tengo calor.
Va casi hemos llegado; en me
nos de una hora estaremos allá .
De la caba ñ a salió una mujer de
-
Dete volvió la cabeza para ver si
la niña podr ía escuchar sus pala -

aspecto bondadoso.
—— ¿Ad ú nde llevas a la ni ñ a Dete?
pregunt ó cuando subían juntas,
mientras Heidi las segu í a muy de
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cerca . Es la hijita de tu hermana , í


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; verdad ? ¿ Es la huerfanita ?
— .—
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Sí repuso Dete ; la llevo t \ *


a casa de su abuelo Tendrá que
quedarse all á. i
— ¿Cómo? ¿La llevas a vivir con
el Tío del Aim ? jCreo que lias per-
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dido el juicio!

Es su abuelo dijo Dete ; ya
es tiempo de que se haga cargo de
rila . Yo la he cuidado hasta ahora ,

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k quince a ñ os más tarde con su hijo,
S9 O r -*^ que entonces era casi un joven . La
gente lo miraba con recelo; se de-
i bras, pero no encontr ó a Heidi por cí a que había desertado del ejército
. y que había matado a un hombre
ninguna parte
——All í est á. ..
exclam ó Bar
bel . Va subiendo por aquellos pe
— -- .
en una riñ a M á s tarde, el mucha
cho Tobí as aprendió el oficio de
-
ñ ascos con Pedro, el peque ñ o pas
tor . y con sus cabras. El ni ñ o la cui
-- carpintero y se casó con mi herma
na Adelheid. Pues bien , eran muy
-
dará. Anda , cu éntame . . . felices; pero un d í a . mientras To-

,
Así lo haré asintió Dete ,—
pero no se lo vayas a decir a nadie.
— b ías constru ía una casa nueva le
cayó una viga encima y lo mat ó,
Tras una breve pausa , comenzó Adelheid enfermó de pena y murió
la explicación: dos semanas más tarde. Todos dije-
— Todos le llamamos Tío, porque ,
es pariente de casi todos los habi -
ron que era un castigo del cielo al
Tí o por todas sus maldades; se lo
tantes de Dórfli. En un tiempo fue decían en su misma cara. A partir
dueño de la mejor granja de la co- de aquel d í a, se volvió más hosco
marca , pero perdió todas sus pro
piedades en el juego. Luego des
-- y m ás irascible y ya no hablaba con
nadie. Luego nos enteramos de que
apareció. Nadie supo ad ú nde se había subido al Alrn , y ah í vive des -
marchó. Cuentan que fue soldado de entonces, solitario, apartado dd
en un ejército extranjero. Regresó Dios y de los hombres .
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Llegaron así a nna miserable Barbel se detuvo frente a la


i hoza corno incrustada en una hon - pequeña choza.
donada de la montaña, a unos
cuantos pasos del sendero. En ella

Aqu í me quedaré . Necesito ha
blar con “ la mujer del cabrero” ,
-
viv í a el peque ñ o Pedro, un cabrero
de once años que cada ma ñ ana ba-
jaba a Dorfli a buscar las cabras J
para llevarlas al Aim , donde pas-
1

taban hasta el anochecer, comiendo \\

la suculenta hierba de la monta- i


ñ a . Al ponerse el Sol, Pedro bajaba
presuroso con sus ligeros animales
y lanzaba un agudo silbido al lle-
gar a Dorfli; todos los dueños de
*
*

los animales acud ían y cada cual


se llevaba las cabras que le perte -
necían.
Con Pedro viv ía su madre, Bri - que me ha hilado algunas madejas.
gitte, que era viuda . La llamaban Adiós, Dete, y buena suerte.
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la mujer del cabrero” , porque su Tres cuartos de hora m á s tarde
esposo había sido cabrero. Tambié n llegaron al final del sendero Dete
v ivía con ellos la abuelita de Pedro, y Heidi, seguidas por Pedro, que
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llevaba la ropa que Heidi se había A

quitado al no soportar mas el calor.


All í , sobre una roca expuesta a to-


dos los vientos, se alzaba la caba ña
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del anciano Tío, el cual estaba en


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aquel momento sentado a la puer - fr
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ta en una banca y fumando su pipa . V •* «

Ten í a las manos cruzadas sobre las . V •7


rodillas y contemplaba con mirada 7
apacible a los ni ñ os, a Dete y a las
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f cabras que trepaban por la monta -
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ña. Dete se había retrasado un poco fl

< y Heidi fue la primera que llegó. y- rs.

I I* La niña se dirigió al anciano y le .


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tendió la mano.
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— — ¿Cómo est á usted , abuelo?
dijo. como su abuelo, que ten ía una lar -

Pero ¿qu é significa esto? pre
guntó con brusquedad el abuelo,
— - ga barba y pobladas cejas grises.
Dete se acercó en aquel mo -
tocando apenas la mano de la ni ña mento.
y mir á ndola con fijeza .
Heidi lo miró también sin par -
—— —
Buenos d í as temía usted abue-
lo dijo ; le he tra ído a la hija de
padear. Nunca había visto a nadie Tobías y de Adelheid Apenas si la
conocerá , porque no la ha visto des -
de que ten í a un a ñ o de edad .
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— —
¿ Y qué har á la niñ a aqu í con
migo? pregunt ó secamente el an -
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ciano . ¡Eh , t ú! gritó a Pedro .
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alguna desgracia. No querrá que le
carguen otra culpa a su cuenta . . .
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y El Tío se puso de píe, y le dirigió
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' una mirada tan iracunda , que Dete
retrocedió varios pasos. Luego ex-
2 tendió el brazo y le dijo con tono
4 severo:

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Regrese usted all á abajo, y no

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¿Qué esperas? Vete ya y llévate mis \


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Pedro obedeció al instante. . )

Se quedará con usted. Tío ex-

plicó Dete . Estoy convencida de
que he cumplido con mi deber du -

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rante estos cuatro a ños y ahora le tiempo.
vuelva por aquí en mucho

toca a usted .
——
¿ De veras? replicó el ancia
no . ¿Y si la niña se pone a llori
— -- Dete no esperó a que se lo dijera
dos veces .

-—
quear y a buscarla a usted? Adiós, entonces. Adiós, Heidi

Eso será cuestión suya res-
pondió Dete . Yo he de mirar por
m í misma, y usted es el pariente
— — dijo rá pidamente, y corrió mon
ta ñ a abajo en direcci ón a Dorfli.
-

más cercano de la niñ a . Si no puede ••

cuidarla, haga lo que quiera, pero


será usted responsable sí le sucede A \

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En la Cabañ a del Abuelo


Luego que Dete se hubo mar- preguntó el anciano, pairándola.
chado, el abuelo se sent ó de nuevo —
Quiero ver qu é hay dentro de
en la banca de madera y siguió fu- la caba ña .
mando su pipa , sin apartar la mi - —
Ven conmigo, y trae tu ropa .
rada del suelo y sin pronunciar una Heidi acompañó al abuelo al in-
sola palabra . Mientras tanto, Heidi terior de la caba ñ a , que sólo tenía
se content ó con mirar en torno
suyo.
- una habitació n, en la que por todo
moblaje habí a una silla y una mesa,
Observó el corral de las cabras, la cama del abuelo en un rincón y
que estaba vací o; despu és contem- en otro la chimenea. El abuelo
pló los tres pinos enormes y a ñ osos abrió una puerta muy grande de
que crecían detr á s de la caba ñ a . El madera : era el armario. Allí guar-
viento soplaba con fuerza , silbaba daba su ropa ; los platos, las tazas
y rugí a a trav és de las ramas y en y los vasos estaban en una repisa y
.las copas de los á rboles. Heidi mi- en otra había una hogaza de pan,
traba y escuchaba, at ónita . Despu és queso y un poco de carne seca.
suse colocó silenciosa frente . al abue
lo, juntando las manos detrás de la
- Heidi guardó su ropa en el ar
mario, y luego, paseando la mirada
-
*? f espalda. por la habitación, preguntó:
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• — ¿Qué quieres hacer ahora? le — —
¿En dónde dormiré yo, abuelo?
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Esto es precioso. Pero, por favor,


d éme una sá bana, pues las camas
siempre deben tener sábanas.
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Est á bien dijo el abuelo,
mientras hurgaba en el armario.

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Sacó de entre sus camisas un pe
dazo de tosca tela . Luego buscó
-
una burda bolsa de lino que quitó
331 H de su propia cama , para que sirvie -

En donde quieras le respon
dió el anciano .
Heidi examin ó todos los sitios , se
— -
se de frazada a Heidi. Entre los dos
arreglaron la cama de paja en que
habr í a de dormir Heidi , y cuando
terminaron, a la ni ñ a le pareció
meti ó en todos los rincones, buscan - muy cómoda . Habían amontonado
do el lugar rn á s apropiado para dor
mir. En un rincón, junto al lecho
- la paja mas alta en un extremo, para
formar la almohada, y la habían
de! abuelo , hab í a una peque ñ a es
culera que conduc í a al pajar. Heidi
- colocado de tal manera que, al es -
tar acostada , Heidi podría mirar
subi ó por ella. Encontró un mon
tó n de paja fresca y fragante, y una
- por la ventanita redonda , contem
plando el cielo y el valle.
-
peque ña ventana redonda por don
de se ve ía todo el valle que se ex
-
- — Quisiera que ya fuera de noche
para poder acostarme en esta cama

— — -
tend í a al pie de la monta ñ a. dijo Heidi, mirá ndola con admi
- - V ; m dormiré grit ó Heidi . — raci ó n.

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Yo creo que debemos comer
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algo antes de dormir dijo el abue- — <3


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lo , ¿ No te parece?
Ileidi estaba tan ilusionada coi . I t
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su nueVa cama, que había olvidado 1

la cena; pero entonces sintió mucha


hambre v acept ó gustosa . l m A

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Muy bien dijo . Veo que sa-


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bes ayudar; pero, ¿en d ónde vas a
sentarte?
El abuelo se habí a sentado en la
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ú nica silla que había . Heidi corrió
a la chimenea, llevó el banquito de
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..
A U' * tres patas hacia la mesa y se sentó
en él ; pero era demasiado baju . El
1 Bajaron del pajar, y el abuelo abuelo se puso en pie y colocó la
atizó el fuego Luego puso un tro . - silla frente a Heidi, para que le sir -
zo de queso en el extremo de un viese de mesa , y luego llen ó un ta -
largo trinche de hierro y lo hizo zón con leche, colocó sobre la silla
girar sobre el fuego, hasta que ad - una gruesa rebanada de pan con
hirió un hermoso tono dorado, queso y dijo:
dr Heidi lo observaba. De repente,
tó le ocurrió algo ; se puso de pie y

Ahora s í puedes comer.
El anciano se sentó en un extre -
su prrió al armario Cuando el abuelo . mo de la mesa y comenzó a cenar;
-4vó el queso tostadohaba laía mesa, en- Ileidi tomó el tazón y se bebió la
colocado leche de un solo trago.
nas ptró que la niña
fueili>re ella una hogaza de pan, dos
tos *v dos cuchillos . —
¿Te gustó la leche? pregunt ó
el abuelo.

11
-

—— —Jamás he probado leche mejor


respondió Heidi.
Entonces debes tomar más.
Y llenó de nuevo el tazón de la
niña.
Cuando terminaron de comer, el
anciano fue al corral a ponerlo en
orden. Luego se dirigió a su peque- M

ño taller, cortó cuatro palos redon


dos, y lijó cuidadosamente un ta-
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bló n, al que hizo cuatro agujeros i

en los que introdujo los palos re- I


dondos, y así quedó terminado un \
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1 i lo, y corrió hacia el reba ño para
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- saludar a sus nuevas amigas que
había conocido en la ma ñana.
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i Cuando los animales llegaron a

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fu,
la caba ña permanecieron inm óvi
les; dos de las esbeltas y hermosas
-
% SL it cabras , blanca una y de color caf é
la otra, se acercaron al abuelo y le
— se > *

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banco parecido al otro, pero más MV'

alto. Era para Heidi. 2*.


Al atardecer comenzó a soplar un
viento muy fuerte. Silbaba y gem ía
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en las copas de los viejos pinos y «

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su música era tan hermosa que Hei-


di se sintió feliz.
De pronto, oyeron un agudo sil-
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/ J 1

bido y Heidi cesó de jugar. En ese ir


I * •»

momento llegaban las cabras, sal-


tando una tras otra ; Pedro las con- ^-
r-
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ducía. Heidi lanzó un grito de júbi - ViV . ve,

12 i
lamieron las manos, en las que tenía bras seguían al abuelo, que se din»
un poco de sal para ellas. Pedro si- gí a hacia el corral.
guió su camino cuesta habajo, con-
duciendo el rebaño.
El viento soplaba con tanta fuer
za , que casi derribó a Heidi de su
-
Heidi admiraba mientras tanto a banca . Se apresur ó a terminar la
las dos cabras. Acariciaba primero cena; luego entró en la caba ñ a,
a la blanca, luego a la caf é, charlan- se puso la camisa de dormir que le
do sin cesar. había comprado Dete, y subió a su
— ¿Son nueras
? Abuelo, ¿son cama , qued á ndose dormida inme -
nuestras las dos? ¿ Duermen en el diatamente.
corral? ¿ Permanecer á n siempre con Por la noche, el viento soplaba
nosotros? ¿Cómo se llaman ? con tanta fuerza que hací a crujir
la cabañ a . El anciano se levantó.
“ Quizá tenga miedo Heidi” , se
dijo.
SS V,
Subió por la escalerilla. Heidi
estaba perfectamente tranquila y
:*
* dorm í a en paz. Su rostro ten ía una
•i expresión de felicidad . El abuelo
im
contempló largo rato a la niñ a, que
dorm í a apaciblemente, y luego re-
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t> -7 r'i y - ,
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gresó a su cama.
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La blanca se llama Schwá nli ,a r

(Pequeñ o Cisne) y la de color caf é


se llama Bá rli ( Peque ñ o Oso) res- — k
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pondió el abuelo . Ahora ve a traer
el pan y tu tazó n le orden ó des-—
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pu és de algunos minutos ; debes


cenar y acostarte a dormir.
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Cuando el anciano termin ó de or - ft® -
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tó en la banca de madera a comer


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su pan y a beber la lech é de cabra .


— Buenas noches, Schwá nli , bue -
nas noches, Bá rli grit ó lo m ás
fuerte que pudo, mientras las ca-
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Hc/V// va con Pedro al Pastizal


Heidi despert ó muy temprano al corrió basta ella y se frot ó hasta que
oír el silbido de Pedro. Abrió los qued ó reluciente, salpicando mu -
ojos y miró en torno suyo, asombra
da . Luego escuch ó la voz profunda
- cha agua . Mientras tanto, el abuelo
entr ó en la caba ñ a y llamó a Pedro .
de su abuelo, y record ó d ónde se
encontraba . Salt ó de la cama , se vis-

Ven aqu í, general de las ca
bras, y trae tu morral.
-
tió y bajó por la escalera . All í en- Cuando Pedro abrió el pequeño
contró a Pedro con su reba ñ o, v al
abuelo que acababa de sacar las
saco donde llevaba, su parca comi -
cabras del corral.
——
¿ Te gustar í a ir con él al pas-
tizal? pregunt ó el abuelo , En-
tonces lávate bien ; debes ser lim -
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piá , porque de lo contrario el sol V . \
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brillante se va a reí r de ti. Mira , Y
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todo está preparado. '

Se ñaló una gran tinaja llena de


' -A agua que se encontraba al sol. Heidí
14

í k 1
da, el anciano colocó en él un gran
trozo de pan y una gruesa porción r
de queso. Pedro abrió mucho los
ojos admirado al ver que cada pe-
dazo era casi el doble de lo que él
tra ía para su almuerzo.
— Ahora guardaremos su tazón
Debes orde ñar dos tazones a 5ch
wálin y cuidarás mucho a Heidi
.
-
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para que no se vaya a lastimar . ¿ Me


oyes? dijo el abuelo a Pedro.
— I?

Los niñ os se despidieron del an -


ciano y subieron alegres por el Aim. caerte entre las rocas. El Tío me
Heidi saltaba y gritaba gozosa, pues encargó que te cuidara.
— —¿ Dó nde est á n esas rocas de que
hablas? pregunt ó Heidi.
'
í.

— All á arriba . Muy arriba. Ven


ya . En la cima de los peñ ascos vive
un halcón que grazna siempre.
OJ

l Al escuchar esto, Heidi se levan -


r
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V' tó del suelo, donde se había senta
do, y corri ó con Pedro, que condujo
-
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sus cabras hasta el pie de un eleva
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\ do pe ñasco, donde la hierba crecía
en abundancia . Heidi vio que a un
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9
lado de la monta ñ a hab í a profun
dos abismos y comprendió por qu é
-
el abuelo habí a advertido a Pedro
el suelo se hallaba cubierto de llo- que la cuidara.
-
res. Habí a verdaderos ejé rcitos de
rosas silvestres; m ás all á las gencia-
nas azules cubr í an el césped y las
doradas flores de las cist í neas cre-
vaba
_
Pedro se quitó el morral que lle

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ido a la espalda , y Heidi
A

cí an por doquier. Se olvid ó de las i V\l &*


* V

cabras v hasta de Pedro. Adelan-


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tá ndose a ellos, corr ía en todas di - i

recciones , cortando las hermosas


flores y pronto llen ó de ellas su de - .t
r
lantal. C
4 — ¿ Dó nde estás, Heidi? la lla
maba continuamente Pedro . Ven.
—— - r0& w V^ >
acá. No debes correr tanto; puedes

A 13
se sentó a su lado. El valle estaba deseaba otea cosa que poder per
--
'*

muy bajo. Frente a ella, Heidi vio manecer allí para siempre.
una gran planicie cubierta de nie - En ese momento oyó encima
de su cabeza agudos graznidos, y
ve. Esta planicie blanca se extendía
hasta tocar el horizonte; el cielo era cuando mir ó hacia arriba, el ave
de un azul obscuro. A su izquierda, m ás grande que había visto en su
i» había una enorme mole de roca, a vida revoloteaba en tofno del lu-
cada lado de la cual se elevaban gar en que se encontraban, con las
agudos picachos. Dondequiera se grandes alas extendidas.

¡ Pedro! ¡Pedro! ¡Despierta!
notaba una profunda quietud ; sólo
se sent ía un suave vientecilio que
rozaba con suavidad las campá nu-
las y las rosas silvestres.
— Pedi o se puso en pie sobresalta
do y contempló el ave que volaba

grit ó Heidi . ¡Mira , es el halcón!
-
Pedro se había quedado dormi- cada vez m ás alto, hasta que des -
do; las cabras trepaban entre los apareció por fin, tras de las obscu -
arbustos, y Heidi estaba quieta
como un ratoncillo , disfrutando del
sol luminoso, del aire fresco y de la
ras rocas.

¿ Adonde se ha ido? preguntó
Heidi. —
delicada fragancia de las flores. No ——
A casa, a su nido.
--
¿Tan lejos queda su casa ? Su
bamos a ver en d ó nde está propu
so la niña. —
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No replicó Pedro Ninguna
cabra puede subir hasta allá , y el
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Tío me recomendó que tuviera mu -
cho cuidado, y no te dejara caer
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entre los peñ ascos. y
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De repente , el niñ o comenzó a
silbar y gritar con tanta fuerza , que m
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Heicli no acertaba a comprender lo «

que estaba sucediendo . Pero las ca -


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bras sí lo comprendieron . Pecho las
estaba llamando. Una tras otra se

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acercaron presurosas hasta que to-


das se encontraron reunidas en la i* «*3k o

\ go, ordeñó a Schwánli y colocó el


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tazón en el centro .
' Heidi bebió primero la leche.
'
Luego, Pedro llenó de nuevo el
tazón.
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La niñ a puso algunos pedazos
de pan en la leche, y lo que le so-
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7 v bró, que era un trozo más grande
t que el de Pedro, se lo pasó con su
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<4 rebanada de queso.
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Puedes comerte eso. Yo ya es
toy satisfecha .
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Pedro miró sorprendido a Heidi,
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pues é l en toda su vida no había
podido decir eso. Cuando vio que
lo decí a en serio, le dio las gracias y
comió el almuerzo m ás completo
verde pendiente. Heidi se puso en que había hecho en su vida de
pie y correteó jugando entre ellas .
Se divertía viendo cómo los anima-
lillos saltaban , dá ndose topetadas
unas a otras. % /


¡Deja de corretear, Heidi, que
es hora de comer! gritó Pedro. — r
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Había sacado la comida del V
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morral y colocó en el suelo el pan r


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y el queso, dejando las porciones


más grandes al lado de Heidi. Lúe -
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pastor. Mientras tanto, Heidi vigi-


laba las cabras. 1

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¿Cómo se llaman las cabras?


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le preguntó; r, f ~
El niño le dijo el nombre de to-
das, señ alá ndolas una por una. // x X; X ’ _ ::
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—Las más bonitas son Schwanli


y Bárli.
——
Claro que lo son respondi ó el
ni ño ; porque el abuelo las cepilla

y las lava , les da sal y tiene el mejor
corral de los alrededores. nía las patas delanteras sobre el
De pronto, el pastorcillo saltó y precipicio cuando Pedro se arrojó
atravesó casi volando entre el re - al suelo y alcanzó a atrapar una de
ba ño.
.
las patas traseras La cabra balaba
Heidi corrió tras él : adivin ó que furiosamente y se esforzaba , testa-
algo malo había sucedido. Pedro ruda . por avanzar.
corrió hacia el extremo de la colina, —
¡ Heidi , ayúdame! gritó Pedro, —
- pues no podía ponerse en pie y casi
,

donde las rocas formaban un decli


ve muy pronunciado y escabroso, y le arrancaba la pata a la cabrita.
donde f ácilmente podr ía caer una Heidi comprendió al instante.
cabra que se descuidase. Había vis- Con toda prisa arrancó unas hier -
to a Distelfinck una pequeñ a y bas fragantes y. colocá ndolas cerca
del hocico de Distelfinck, le habló
)

atrevida cabrita , que brincaba ha-


cia esa dirección . Distelfinck ya
te - con dulzura.

13

r
t •
— Ven , ven, Disteífinck, debes
ser sensata . Mira , te podr ías caer y
te romperías los huesos; eso duele
Cuando Pedro vio que la cabra
estaba a salvo, levantó su bastón
para castigarla . Pero Heidi lo con -
horriblemente. tuvo.
La cabra volvió la cabeza y art - —
No, Pedro, no. ¡Mira qu é. asus-
tada está! grit ó. —
si ' ^ . t olfateó las hierbas que Heidi
Ir tend ía . Mientras tanto, Pedro ba -
h í a logrado ponerse en pip y había
tomado la cuerda que sujetaba un

Se lo merece replicó Pedro
airado, y estaba a puntó de golpear
a la cabrita que temblaba y trataba
,

» •*

de esquivar el bast ón .
No lo harás. La lastimar
al pastor de un brazo.

ías Dé-
jala en paz gritó Heidi, tomando

Pedro miró sorprendido a la bra -


va Heidi , cuyos ojos negros relam -
pagueaban . Bajó el bastón .
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cencerro al cuello de Disteífinck.
Heidi tom ó tambi én la soga poi %
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el otro lado y entre los dos condu -
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jeron a la prófuga hasta donde el r
resto del reba ñ o pacía tranquila -
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mente.
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No le pegaré, si prometes dar
me un poco de tu queso ma ñ ana
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——dijo al fin.
Te daré todo el queso. Mañ ana
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Adem ás, te daré parte de mi pan.



y todos los d í as acept ó Heidi . — \
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. ,Á S

Pero no le pegarás nunca a Disiel


finck ni a ninguna otra cabra.

Me da igual -dijo Pedro.
Luego dejó que se fuera la cul -
pable, y Distelfinck, gozosa, volvi ó
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al reba ñ o.
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con naturalidad
un incendio.
— ¿Qu é es entonces? — preguntó
—. Pero eso no es

El d ía había pasado sin sentirse, Heidi que corría excitada, de un


, ,
y ya el Sol estaba a punto de ocul - lado a otro, pues quería verlo todo
tarse tras las monta ñ as. En silen - bien, desde varios lugares.
cio, Heidi miró las campánulas y
del Sol.

Se pone así sólo por la luz
las otras flores que brillaban a la
luz del crepúsculo. El césped esta
ba te ñ ido de dorado y los peñ ascos
- —
¡Oh! ¡Mira all á! dijo Heidi,
entusiasmada . ¡La nieve sonrosa — — -
relucían. da!|Y las rocas! ¡Oh , se est á n vol -

Pedro, Pedro, ¡se ha incendiado
— —
todo! exclam ó . ¡Todas las mon -
viendo grises! ¡Oh ! ¡Oh ! ¡ Ahora se
ha ido, todo se ha ido, Pedro!
ta ñ as est á n ardiendo, la gran llanu
ra de nieve est á cubierta de fuego
- —— Será igual mañana de nuevo

dijo Pedro . Anda , debemos mar -
y también el cielo! ¡ Mira , mira! El charnos ya.
fuego llega hasta las rocas del hal - El pastor silbó para reunir el re -
cón. ¡Mira! ¡Las rocas arden! ¡Mira ba ño . ,
los pinos! Todo, todo est á ardiendo.
— —
¿Será así todos los í d as que


Siempre es así dijo Pedro, vengamos al pastizal? preguntó

20

i
abuelo, bebiendo su tazón de leche,
le preguntó de nuevo, entre sorbo
y sorbo:

cón?
¿Por qu é graznaba así el hal -

\
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///
I /

— Porque el halcó n se burla de


ese modo de la gente del valle; a
causa de que viven amontonados
en los pueblos y aldeas y unos a

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otros se vuelven malos. Con esos
graznidos, que a li tanto te han im-
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presionado, les dice: Ser í a mucho
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; V mejor para vosotros todos que os


separarais unos de otros, y subierais
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/ solos a alguna cima escarpada ,
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como hago yo.”
.V T 1' El almelo dijo estas palabras con
tal furia, que Heidi record ó la vio-
PW lencia de los graznidos del halcón .
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Heidi, ansiosa y esperanzada, mien -


tras se dirigían a casa.
——
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Casi siempre.
.
¿Mañana también?
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-
— —
S í , sí. Seguramente ma ñ ana
tambié n le aseguró Pedro. I
— A ;

Heidi calló. No dijo m á s hasta


47
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que llegaron a la caba ñ a y vio a su


abuelo, que estaba sentado bajo los — '
-

pinos. Luego corri ó hacia él, pre- y.


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guntá ndole a gritos: ¡
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¿Abuelo, por qu é graznaba tan
fuerte el halcó n ?
y

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Te lo diré después de la cena

— respondió el anciano . Ve ahora
a lavarte, pues tienes muy sucios
los pies. Yo iré mientras al corral
.•

por la leche.
Más tarde, cuando Heidi estaba
sentada en su banco alto al lado del %I
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íi¿ fié la Abuela de Pedro


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A partir de entonces, Heidi motivo, Pedro, el cabrero, ya n.o
acompañó a Pedro al campo todos subi ó con .su rebaño. Heidi se as ó-
los dí as . Se puso morena, por el so!, maba sorprendida por la ventana,
luerle y saludable, y era alegre pues comenzaba a nevar de nuevo.
como un pajarillo. Luego, cuando Los grandes copos caí an espesos y
vino el otoño y comenzaron a soplar tupidos , hasta que la nieve llegaba
los vientos Incites, el abuelo ya no a la ventana, y luego todaví a m á s
permitía que l í eidi fuese al campo.
— Una r á faga de viento podr í a .

arrastrar hasta el valle a una nina 7


tan pequeña como tu -- le dijo.
*

Así pues, Heidi se quedó en casa;


observaba al abuHo mientras ést8 A /

hací a sus trabajos de carpinterí a y ,


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lo ayudaba cuando hacia los redon -
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dos quesos de leche de cabra.
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Luego llegaron los fríos y una no -
he cayó una fuerte nevada. Por tal
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alto, hasta que ella y el abuelo que-
daron encerrados por la nieve e en- í i r,
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tro de la choza. o. -
Al cha siguiente , que era domin -
go, cesó la tormenta y el abuelo sa - ¥
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li ó con su pala y limpió la nieve i
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que tapaba las puertas y las ven -
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tanas. X
Por la tarde, Pedro les hizo una %l
visita . El abuelo lo invit ó a que 9

merendase con ellos v el niñ o abri ó 0

mucho los ojos al ver el gran trozo \


de carne seca que el anciano puso
sobre su rebanada de pan . Hacía
mucho tiempo que Pedro no pro-
baba algo tan. sabroso. Cuando ter- lo primero que hizo í ue pedir per -
minaron la rica merienda , comen - miso al abuelo para hacer esa visita .
zaba a obscurecer ; Pedro regresó a —
Abuelo, realmente debo ir a
casa de la abuela de Pedro; ella me
su casa . En el umbral de la puerta,
volvi ó la cabeza y dijo . ha invitado dijo . —
—El pr óximo domingo vendré de
-
nuevo. Y t ú , Heidi , debes visitar a
Hay demasiada nieve -replicó

el abuelo, tratando de disuadirla.
mi abuela alguna vez . Ella me dijo Pero fue in ú til . Despu és de eso,
que te invitara . no pasaba un d í a en que Heidi no
Era algo nuevo para Heidi eso , dijese cinco o seis veces lo mismo.
de ir a visitar a alguien ; le agradó
la idea . A la ma ñ ana siguiente . —
Abuelo, debo ir. la abuela me
espera .

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Al cuarto día, despu és de la co- v\ \

mida, el Tío bajó el saco de lino ^


que servía de frazada a Heidi y la
llam ó: tró tras de sí . subiendo por el sen -
—Ven; vamos a ver a la abuela.
Salieron a la reluciente nieve. El
dero de la monta ña.
Heidi entró en una pequeña co-
anciano sacó el trineo de su taller, cina . Allí vio que había otra puer-
se sentó en él, envolvió a Heidi en ta. La abrió y se encontró frente a
la manta , y la sentó sobre sus pier - una mesa. Una señora remendaba
la ropa de Pedro. En un rincón, una
nas, sosteniéndola con el brazo.
Apoy ó ambos pies en el trineo para anciana hilaba. Heidi adivinó al
tomar- impulso, y se deslizó por la instante qui é n era, y se dirigi ó ha -
pendiente de la monta ñ a, tan apri- cia ella .
sa , que Heidi pensó que volaba , y
reía, contenta.
De repente, el trineo se detuvo s S/
t

/
frente a la choza de Pedro el cabre-
i

ro. El abuelo desenvolvió a la ni ñ a /T-


y la ayud ó a bajar del trineo, pero
se negó a entrar en la casa.

.
Ve tú, y cuando comience a
obscurecer sal de nuevo y dir ígete
hacia nuestra caba ña le dijo. — Y
'/ J re
Dio vuelta a su trineo y lo arras- V

24

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-

¿Cómo está usted , abuela 15 ¿ Le
parece que tardé mucho en venir ?
1 *

— dijo.
La abuela levant ó la cabeza y
buscó la mano que la niña le tend ía, i
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cuando la encontr ó, la tocó un rato, V


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pensativa . i r

¿Eres la niñ a que vive con el
Tío del Aim ? ¿ Eres Heidi ? le pre — -
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gunt ó.

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Sí respondi ó la ni ñ a ; acabo
de venir con mi abuelo en el trineo.
— C: '
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¿ De veras? Si el abuelo mismo
trajo a la niñ a, Brigitte, debe ser y sus cabellos rizados, como los de
verdad lo que Pedro nos contó acer- Tobías.
ca de él . Yo pensé que no podr ía Mientras tanto. Heidi miraba en
vivir ni tres semanas allá arriba. torno suyo, observá ndolo todo con
¿Cómo es la niña? mucha atención.
La mamá de Pedro observó a
Heidi.

Mire, abuela. Hay un postigo
que se mueve con el viento. Mi

Tiene la tez delicada como
Adelheid , pero sus ojos son negros
abuelo lo clavaria para que uo gol
pease. Va a romper un cristal.
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¡Oh, buena niñ a! dijo la abue-
la . No puedo verlo, pero lo oigo, y
— —¡Oh!, ¡hija m ía! No puedo ver
nada en absoluto, ni el postigo ni
oigo muchas cosas m á s aparte de
ese postigo. Todo est á desclavado,
ninguna otra cosa dijo la abuela
con acento triste.

y muchas veces por la noche, cuan-
do sopla el viento, temo ,que la

Pero si salgo y abro la ventana
de par en par para que entre bien
casa entera se nos venga abajo. No la luz, entonces lo ver á todo.
hay aquí un hombre que pueda re- No , no. Ni aun así. Nadie pue-

parar la casa. de ya darme luz alguna .

¿ Por qué no puede ver cómo
se mueve el postigo, abuela ? pre- — —
Pero si sale usted fuera , la nie-
ve , que es blanca y brillante le dará
guntó Heidi, se ñ alá ndolo con el luz. Venga conmigo, abuela.
dedo. Heidi tomó a la abuela de la
mano.

>

Dé jame aqu í, niñ a querida .
Para m í, aunque hubiese mucha
ía a obscuras. Yo nun-
Ll
*
Al
luz, todo estar
i /
'
£ \ vr .1Wf ca podré ver ni el sol ni la nieve.
Heidi se echó a llorar con gran-
r - y

2 asa des sollozos. Casi nunca lloraba,


pero cuando comenzaba a hacerlo
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\ . era dif ícil contenerla.
éi <
' » .

¿Quién podría hacer que haya
luz para usted 0 sollozaba , ¿No — —
¿6
f lo puede hacer alguien ? ¿ No hay
nadie en el mundo que pueda ha
cerlo?
- Heidi procedió a contarle su vida
en el Aim , los d ías que pasaba en el
—— Ven, Heidi querida, ven acá
dijo la abuela . Quiero decirte —
campo y todas las cosas hermosas
que su abuelo había hecho de ma-
una cosa. Cuando una persona es
ciega, le agrada mucho una palabra
dera . Én esto estaban, cuando Pe
dro regresó de la escuela, y comen
-
-
amable, por eso me gusta escuchar zó a caer la noche.
tu voz. Ven; sié ntate cerca de m í , y Heidi se puso de pie de un salto.
dime lo que haces allá arriba y lo
que hace tu abuelo . Yo lo conozco

Buenas noches, abuela , debo
marcharme ya dijo, y salió tan—
muy bien, y hubo un tiempo en que aprisa que Pedro con trabajo pudo
éramos buenos amigos. seguirla .

——
Entonces Heidi se enjugó las l á- ¡Corre tras ella , Brigitte, correl
grimas y dijo en tono consolador :
— Espere usted, abuela , yo le
contar é todo a mi abuelo. Él hará
grit ó, preocupada , la abuela . No
trae bufanda y tendr á mucho fr ío.
Llé vale mi chal. ¡Corre! ¡Pronto!

que salga de nuevo la luz para us- Brigitte obedeci ó. Pero había
ted , y arreglará su casa para que dado sólo unos pasos , cuando vio
no se derrumbe. Él todo lo puede que el abuelo llegaba en busca de
arreglar.
Como la abuela no respondiera,
Heidi y que en un momento la al
canzó.
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Desde aquel d í a , Heidi iba con bas veces el T ío había respondido
frecuencia a visitar a !a abuela . con una negativa.
Esas visitas eran consoladoras En marzo, el pá rroco de la igle -
para la anciana , que siempre se sia les hi /o una visita.
quedaba contenta .
—iQu é corta ha parecido la tar - r**

de! /. Verdad , Brigitte ? --dec í a .


El abuelo fue varias veces a ha -
V m

cer composturas a la casa , pero ni 1i teu-


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entraba ni aceptaba las palabras de


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gratitud de las mujeres .
As í pasó el invierno y m ás aprisa
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todavía pasó el alegre verano; otro ¡y
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aSii:
invierno iba a terminar . Heidi ba -
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ti
h í a cumplido ya siete anos . Duran - ts. mi ti V i /2

te el invierno , Fed. ro hab í a llevado


dos veces un mensaje de! maestro mm
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J
de escuela de Dó rfli . diciendo que
1 le idi deb í a asistir a la escuela. . Am -
.3
£r'
—— — La ni ñ a debió haber ido a Ja
escuela desde el verano pasado
dijo . ¿Qu é piensa usted hacer ?
quier juez, pero nadie podrá obli=
garme a llevarla,
— — Tiene usted mucha razó n , ami -
— No pienso mandarla a la es-
cuela .

go m ío dijo el pá rroco ; no ser ía
posible mandar a la niñ a desde aqu í
— Pero , ¿qué va a ser de ella , en -
tonces ?
a la escuela. Deber á usted bajar a
Dó rfli para que viva una vez más
— entre seres humanos.
Nada . Crece v es beliz entre las
cabras y los pá jaros . Est á contenta
con ellos y no le ense ñ an nada malo.
— — No dijo el Tí o del Aim . Yo
no podr ía bajar de nuevo al valle
— .
— c'

Pero esa ni ñ a no es ni una ca -


bra ni un pá jaro; es un ser humano.
La gente me odia y yo los despre-
cio , asi que ser á mejor que no vi -
El pr ó ximo invierno deber á ir a la vamos juntos , Las intenciones de
escuela todos los d ías. usted son buenas , pero no es posi-
— ¿ Acaso piensa usted , señ or
pá rroco , que yo mandar ía a una
ble hacer lo que rne pide; se lo digo
terminantemente . No mandar é a la
niñ a tan delicada de salud todas las ni ñ a , ni tampoco bajar é yo,
ma ñ anas a través de la monta ñ a he- — Entonces , que Dios los acom -
lada , por un camino que tardar ía
dos lloras en recorrer, para que re-

pa ñ e dijo con tristeza el pá rroco,
saliendo de la choza y dirigié ndose
gresara de la misma manera por la monta ña abajo ,
noche ? Yo me presentaré ante cual- El Tío del Aim se puso ele mal

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A la ma ñ ana siguiente, antes que i
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terminaran de desayunarse, llegó


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otra \ isitante a la cabaña. Llevaba
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un fino sombrero con una pluma


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y un elegante vestido largo.


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El Tío la miró de arriba abajo sin


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Dete a ñadió que el ama de llaves
buscaba como compa ñera para esa
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niñ a una chiquilla buena y obedien -
te , no como la mayor í a. Dete había
pensado al punto en Heidi , y su pa -
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trona le dio permiso para ir a bus-
'A I carla.
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——
Pues no daré mi consentimien -
to dijo bruscamente el Tío.
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H I Entonces Dete se puso furiosa .
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Pues si eso es lo que piensa ,
Tío, le diré lo que pienso yo y -
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pronunciai una sola palabra. Era
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Dete, que inmediatamente empezó


a elogiarlo, diciendo que Heidi te- *
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nía muy buen aspecto. Luego, le *


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comunicó el motivo de su visita.

V


Un pariente muy rico de mi
patrona tiene una sola hija , hu é r -
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III
8


fana de madre explicó . Esa ni ñ a
se ve obligada a pasar el dia en una
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silla de ruedas, porque es inv á li- t


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da; tiene que estudiar sola con su
preceptor, y esto le resulta muy
aburrido. Le gustaría tener una
compañera con quien poder jugar.
30
así lo hizo, soltándole un largo dis-
curso. 0
Para terminar, le amenazó:

Tenga mucho cuidado, Tío. de
que no le lleven ante el juez. Hay
?
Y -

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cosas que podr ían descubrirse all í ,

que quizá no le agradase escuchar ,


pues cuando los hombres compare-
cen ante un juez, salen a relucir
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:
muchos sucesos que se han olvi- -
dado.

¡Silencio! gritó el Tío, y sus
ojos relampaguearon como el fue-

go— . Ll évatela y larg úense. Nunca
la traigas d ^ nuevo. No qmero verla
con plumas en la cabeza y palabras
en la boca como las que acabas de ——
No iré dijo Heidi.
¿Qué estás diciendo? le gritó


pronunciar. Dete, que parecía muy disgustada .
Diciendo esto, el T ío salió furioso Luego cambió el tono de voz, y
de la casa. le dijo:

— —
Has hecho enojar a mi abuelo
dijo Heidi, cuyos negros ojos re -

Anda , vamos. ¡ No le imaginas
cuá nto te vas a divertir!
lampagueaban tambi é n.

Ya se le pasará. Ven ahora
¿Dónde está tu ropa?
.
Se dirigió al armario y sacó la
ropa de Heidi.
— Bueno, decídete ya
— — dijo ;

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ponte tu sómbrente y date prisa . darse do la abuela, pero Dete no se
— No ir é contigo
Heidi .
respondió
— lo permiti ó . Si rio le gustaba Franc-
fort , dijo Heidi podría regresar y ,

entonces' le traer í a a la abuela alg ú n


— No seas terca como las cabras. regato . Este provecto entusiasm ó
Esc ú chame ; tu abuelo est á Iu ñ oso.
pinto a Heidi que apresur ó el paso
Acabas de o í r que dijo quo rio quie -
re volvernos a ver jam á s . Quiere sin hacer m á s objeciones .
que te vacas conmigo . Ademas si
no le gusta Fruncí or í puedes re-
,
——
- ¿ Qu é puedo traerle a la abue-
la? pregunt ó a Dele , después de
gresa r aqu í .

— z Puedo regresar hoy mismo
Te digo que puedes- regresar
cuu. rif. lo t ú quieras .
1 "
un rato de marcha.

Algo bueno dijo su t í a --; por
ejemplo , unos panecillos blancos y
esponjosos . Eso le gustara porque

I ia Dete tom ó a Heidi de la
'
apenas puede masticar el pan ne -
mano y bajaron juntas por la mon - gro y duro .
Al escuchar estas palabras. Heidi
tana .
.
\ Cuando pasaron por la casa de
' corri ó poi el sendero tan aprisa que
Pedro. Heidi quiso entrar a des pe- Dete apenas pod í a alcanzarla .

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Heidi en la Ciudad
Frá ulein Bottenmeier era el ama. meier la reñía por sus modales,
de llaves que se había hecho car- Pero la pequeñ a enferma, Klara,
go de 3a casa de Herr Sesemann
desde la muerte de su esposa . A
estaba encantada con. Heidi y espe
raba ansiosa que llegara la ma ñ ana
-
Fr á ulein Rotten meier no le resu lt ó siguiente. Pensaba que se divert í ,
simpá tica Heidi . La ni ñ a era dema- r í an mucho v as í I rte , no só lo a! otro
siado peque ñ a. No sab í a Jeer , ni sa-
b í a hacer ninguna clase de labor.
— —
¡ l 'in mi vida he visto una ni ñ a
semejante! exclam ó eJ ama de
llaves cuando terminaron la. cena. £
Heidi había guardado su pan en r
)
e bolsillo, hab ía charlado con las n

sirvientas:, había dicho a Sebastián,


el mayordomo, que era jgualito a
Pedro, el pasturado. Adem ás , ce-
diendo al cansancio, se había que- A
/
dado dormida con la cabeza sobre
la mesa mientras Fráulein Rotten - .

35
1
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mas que le arrancaba la nostalgia.
-
-Debo marcharme - decía .
Mariana mismo regresar é all á,
-- No, no -replicaba Klara . De;- —
— *

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lies esperar hasta que regrese papá


' I .
‘ > despu és ya veremos.
V 1
Un pensamiento consolaba a
Heidi en medio de su triste /.a , y era ,

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C que cada d ía que permaneciese po-
dr ía agregar dos panes m á s para la
din . sino tocios los que .s iguieron .
Lira Heidi quien hacia parecer abuela , porque todos los d í as, por
m á s f 'o í las las horas de estudio. la ma ñ ana y al mediod í a, encontra -
ba junto a su plato un hermoso pa
Cuando el preceptor ; Herr Kaudi -
dat , explicaba el alfabeto y compa - i
7 -

raba una letra con los cuernos de r


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un animal y otra con el pico de un ,

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ave, em divertid » * escuchar a Heidi .
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y

exclamar : ‘¡ Es una cabra! ; o bien :


¡Suá?
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¡E.s nn halcón!"
Por las tardes , Heidi se sentaba
cerca de Klara y le contaba có mo 7/ -
v

era la vida en el A Ira , Klara nunca


habí a visto los Alpes. ' todo lo que
,
neeillo blanco inmediatamente , que
Heidi le refer í a le parecí a encanta - se guardaba en el bolsillo .
dor : pero mientras hablaba de ello ,
.
Despu é s de la comida Heidi se
Heidi no pod í a reprimir las lagri - sent í a m ás triste porque Klara dor - ,

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m ía la siesta y ella ten ía que perma
necer dos largas horas sola en su
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habitaci ó n .
Entonces pensaba en el Aim , en
el verde césped que empezaba, a
brotar , en las flores amarillas que
brillaban al sol , en la luminosidad
del. valle . Con frecuencia sent í a que '
no podr í a vivir m ás si. no regresa- A
ba . Adem á s , su t í a le hab í a dicho -

que podría volver cuando quisiese » \


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— No iba a vagabundear; sólo
Quiéra volver a mi casa rtr«fflOBiáíé# -

wc asustada, Heidi .
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- ¿ Cómo ? U \ r ; ! ni casa ? ¿ Es
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-
caparte de aqu í? ¡ No sé qu é liaría
Un d í a , mientras Klara descan -
saba , Heidi envolvi ó Jos panecillos
Herr Sesemann sí supiese eso! ¿ Al
guna vez has tenido en tu casa
-
en su chalina roja , se puso el som
brero de paja y sali ó. En la puerta
- muebles una mesa , los sirvientes
,

que tienes aquí? ¡ Resp ó ndeme!


se encontr ó a Fr á ulein Rotten -
meier , que regresaba de dar uu pa-
seo po r las calles . El ama de llaves
—— —N 11 eo n t es tó H e í d.i.
No careces de nada . Eres la
,

niñ a m á s ingrata que jamás haya


se detuvo y examin ó a Heidi de la visto. No sabes lo bien que estas
cabeza a los pies. aqu í .

¿ Que significa esto, AáeHreicl?
( pues Er á ulein Ro í tenineier se ne-
.Entonces, Heidi protestó U ñá-
meme .
gaba a llamarla Heidi ) — pregunt ó — Pues si , solveré a. casa , Place

disgustada , ¿ No te he prohibido
que saigas sola de la casar ¿ Qu é
tanto que sal í que Sehwaiiií y B-á rlr
me estar á n buscando, v sí no le doy
clase de excursion es ésta? Pareces
una vaga hunda.
queso a Pedro le pegar á a Diste!
f üick; adem ás, aquí nunca se ve el
-
S3
sol cuando se despide de las mon - ton de panecillos! Muchos paneci-
tañ as y si el halc ón volara sobre llos; ¿me oyes, Klara ? ¡Tinette!
Francfort gritar ía m ás fuerte toda-
vía, porque aqu í todos ustedes vi-
— llamó a la doncella - . Llévese
todo el pan viejo que est á guardado
ven juntos y se vuelven desventu - en el armario de Adelheid .
rados y malos. — —
¡ No, no! grit ó Adelheid Los
panecillos son para la abuela.

— ¡Vá lgame Dios! ¡La nina se

ha vuelto loca! exclam ó Fr á ulein Estaba a punto de salir corrien-
Rottemneier, y subi ó alarmada las do detr ás de Tinette , pero la con-
escaleras, llamando al mayordo- tuvo por la fuerza Frá ulein Rotten -
meier . Entonces, la ni ñ a se arrojó

mo : Sebasti á n , haz que suba in-
mediatamente esa pobre criatura . en la silla de Klara, sollozando
A Heidi todav í a le relampaguea-
ban los ojos, pero cuando Sebasti á n
le habló con dulzura , la niñ a obe-
deció.
r“ ay

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ám
— Debemos subir le dijo, y la
niñ a march ó tras él.
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largamente, con hondo descon -
suelo.
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— Ahora no tendré pan que lle
varle a la abuela. Eran para la alme
-
-
ja . ¡ Ahora los han lirado y no tendré
r nada que llevarle!
:>

— — Heidi, Heidi , no llores más


suplicaba Klara . Escúchame: te—
A la tarde siguiente hubo otro prometo que te daré tantos pane-
penoso incidente. cillos para la abuela, y hasta más,
cuando te marches a casa y estar án

,

He hecho un descubrimiento
frescos y blandos, porque éstos es-

terrible, Adelheid exclam ó Frau -
kin Rottenmeier — . En tu armario, tarían muy duros.
en un armario hecho especialmente Pero era tan grande la congoja
para guardar ropa , Adelheid . cQué de Heidi, que tardó mucho tiempo
cr ees que he encontrado? ¡Un mon- en lograr contener los sollozos.

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L<z Abuela de Klara


Herr Sesemann llegó al fin , lle- Heidi a su casa , Klarc-hen , ¿ no te
vando a la casa regalos y sentido has cansado de ellar1
com ú n . Escuch ó el informe pesi- — No. no , papá ; no hagas eso — su
,
-
mista que le hizo Frá ulein Rotten -
meier acerca de la ni ñ a suiza ; pero
plicó Klara . Desde que llegó Hei-
di todos los dias sucede algo diver-

despu és de hablar con Klara se con - tido y el tiempo pasa aprisa , no
venció de que no había nada de como cuando ella no estaba . Heidi
exacto en las palabras del ama me cuenta muchas cosas.
de llaves.
— As í que no quieres que vuelva
Al oí r esto, Herr Sesemann infor
m ó a Fr á ulein Rottenmeier que de
--
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V. V
ber í a hacer todo lo posible porque
la peque ñ a se sintiese contenta y
« A '
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que la persuadiese para que se que
dara. Desgraciadamente, él tendría
-
. y ' >
\ r. pronto que marcharse de nuevo.
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I.
R
r

— —
Pero a ñ adió contará usted
con un gran apoyo, pues mi madre

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h
V vendrá a pasar una larga tempora -
JL da en mi casa y ella es comprensi -
1

-A .
va , aunque su car á cter es muy di
f ícil. Usted lo sabe bien, Fráuleia
-
Rottenmeier .
37
m •

se dirigió a su habitación porque la ,

/ abuela seguramente deseaba estar


. r 4 1 /•
a solas con Klara al principio, pero
>
despu és de unos cuantos minutos
la llamaron ,
* \
ssn
as
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¡Oh ! ¡ Aqu í está la ni ñ a ! dijo
alguien que ten í a una agradable

r
ver bien .

voz . Ven acá para que te pueda

Frá ulein Rottenrneier lo sabí a [Ií'EJ


bien . Tem í a las visitas de la se ñ ora , :
o
y al llegar una carta suya diciendo v/' vV
l ,
que la esperaran de allí a pocos
d ías, Frá ulein Rottenrneier estuvo
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más desagradable que de costum - m i
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bre ,
Klara, por el contrario, estaba
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encantada . Habló tanto de ella , que . -
-
¡

Heidi pronto la llam ó también la


abuela” . Esto no agradó a Frá ulein
Rottenrneier. Heid í camin ó hasta donde se en -
—— Nunca debes llamarla “ abuela"
le dijo a Heídí esa noche , cuando
contraba la se ñ ora .

¿ C ó mo est á usted , distinguida

estuvieron a solas , Debes llamar-
"

se ñora ? dijo en voz muy alta y
pronunciando con cuidado cada pa -
la “ distinguida señ ora ,
La noche siguiente , el carruaje labra .
esperado llegó a la puerta y Heidí —
Pues est á bueno eso — rió la

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abuelo ?
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abuela . ¿Así hablan en los Al
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pes - Api endisc c- ' cr - -. de tu
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- —
Permanece sentada en su habi
tació n , donde podría ocuparse de
-
-

No, allá nadie dice eso res
pondió Heidi con toda seriedad. — -
algo úíü si tuviese deseos de hacer
lo Pero me gustaría que Frau Se
,
-

Aqu í tampoco hay nadie con
ese nombre dijo la abuela riendo —
G $
-

todavía, mientras acariciaba afec- -.


•J
V ‘¿i

tuosamente la mejilla de Heidi .


Yo soy la abuela, y así me debes
— A\
.
-

llamar. J

Heidi vio que en sus ojos había


una expresió n de tanta bondad , que /

I
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se sintió llena de confianza . La
abuela ten ía hermosos cabellos
blancos y llevaba un tocado de fino \ rr

v .r semann supiera qu é cosas extrañas


piensa esta niñ a.

9

--
Hl

Pues a m í me sucedería lo mís v


rno si estuviese obligada a perma
necer all í sola , como Heidi, se lo

-
'

aseguro repuso Frau Sesemann .
Tenga la bondad de traer a Heidi —
í
- / a mi cuarto; quiero regalarle unos
hermosos libros que traje.

5
I —— Eso es lo malo precisamente
exclam ó Fraulein Rottenmeier,
i

7
— *
*< con acento pesimista ¿ De qu é le
servirían los libros ? Si ni siquiera
— ,

! - * •*

4
s ha aprendido el alfabeto.
* .
4
^
— —
lis extra ño , pues no parece ser

-
£
Ki
tonta replicó Frau Sesemann ,
Trá igala usted de todos modos;
encaje . Heidi comprendi ó que ser ía
una buena amiga suya.

-
w

¿ Qu é hace la ni ñ a suiza a esta •


*
» » VU
iSSCH

bora ? preguntó la abuela a Frau -
lein Rottenmeier cuando Klara fue
*•«

»
*

a dormir la siesta , seg ú n solía hacer -


lo todos los d ías. r - -
**
a

tomando a Heidi de la mano ^ No


llores má s . El grabado te record o
r
Will /
\ algo: pero mira, es un henfioso
. j 7 cuento que te leeré má s tarde y
aqu í hay machos cuentos más . Sé-
«
V /)
.
\
cate esas lá grimas y ven acá, frente
V

w . I
- a nit , de modo que re pueda con -
'
tempiar . ¿Ves ? As í es mejor . Abora
1

estamos contentas de nuevo.


/

Pero pasó algú n tiempo antes de


que Heidi recobrase su habitual ex-
( V

‘' p* . r f' 1

presi ó n tranquila y sonriente.



Ahora , cu éntame -dijo Frau - i

qubu lo guste mirar los grabados. - í)

¡Re ídi « nlr ó en la hab í Laci ó n de


h\ abuela . La niñ a contempl ó acin ú- ,
Ai
SM -
yac; a lo. hermosos grabados de los
libros, boro inesperadamente co - ül
;
4
-V
r

menzó a llorar, Se llenaron sus ojos *x 2«


.

í l < l á grimas , y empezó a sollozar o


H
-

d r s ( oí i sol a d a m er11e.
La abuela mir ó el grabado. Ke
presentaba una lierrno.su ptstáers
- PZ /

n
/

Rs

verde . en donde muchos animales


-
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1 1
m
pascaban. £ n el centro de la prade - -
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A
ra había un pastor , apoyado en su «
*
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bast ón y contemplando a los an í-
.

males.
— Ven , niñ a, ven -dijo la abuela b esem a n n ¿e s i ás esta i d ¡a ndo
bien ? ¿ Has aprendido algo ?
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— ——
No respondi ó Heidi con un
suspiro , y s é que es imposible
aprender . Pedro me lo dijo , y el lo
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R. sabe bien . El lo lia intentado mu-
/ ; chas veces , fiero no puede aprender
. a leer. Es demasiado dif í cil .

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Pues Pedro es un ni ñ o extra ño.
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r No debes creer siempre lo que te
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cuenta Pedro , Debes pensar por ti
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misma .
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que conozcas toda su historia . Sa -
--No lo creas . . Y ahora voy a bias lo que hace con sus borregos
clecii if una cosa
abuela cor » su tono á lable . No
—prosigui ó la

y con sus cabras l óelas las cosas no -
tables que le suceden . ¿ No te agra -
has aprendido a leer porque crees
lo que .Pedro te dijo . Pero altara Je .
i n o!
——
dar í a. esto. Heidi ?
¡O í d ¡Si pudiera leer ahora mis-
replicó lieid í . con la cara.
resplandeciente de esperanza .

Va te he dicho que aprenderás
pronto, ¡Y < ¡ lo dudes estoy sesera
de ello.
Uria semana m ás tarde , Harr
rá, /{' . :ir Kandidut el preceptor, quiso ha
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bes cieenne a mi. y vo te aseguro


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que puedes aprender a leer eu poco ,
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tiempo. Esto es verdad . Adem á s te
diré lo que sucederá cuando sepas y
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leer . Ya viste el pastor en la her ¡
mos; i pradera verde . En cuanto se
pas leer , te regalaré el libro para- Y

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Esa noche, al sentarse a la mesa


para cenar , Heidi encontró junto a
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su plato el libro de cuentos con
hermosos grabados. Frau Sesemann
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as» le dijo, al observar su mirada in -
i térrogante:

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Si, si , ahora te pertenece.


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algo importante. Había sucedido L
aquello que é l había creído impo-
sible. De la noche a la ma ñana , -O - Tt
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Ht ídi había aprendido a leer, y lo


bacía de corrido y con seguridad,
dando a cada frase su sentido e in
t .- nción. Herr Kandidat confesaba
- — ¿Para siempre? ¿Aunque me

vaya a mi casa? preguntó Heidi
que nunca hasta entonces había te- ruborosa.
. ——Ciertamente, para siempre .
nido una discípula como aqu élla
— Muchas cosas notables suceden
en el curso de una vida dijo Frau —
Pero no te marchará s in
terrumpi ó klaru -. Pasarás muchos
— -
Sesemann, riendo satisfecha, y se a ñ os aqu í , Heidi. Si la abuela se
dir igió a la biblioteca, para cercio- va , t ú te quedarás conmigo.
rarse de que era verdad lo que le La pobre Heidi no sabía qué de-
habí a dicho el preceptor. All í esta - cir. . . En su tierno corazoncito lu-
ba Heidi, ley éndole un cuento a chaban , desgarrándoselo, muchas
Klara. emociones contradictorias .
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Heidi Sie?ite Nostalgia


Cuando llegó el d í a de la partida describía el cuento, pero Heidi no
de la abuela , Klara y Heidi estaban se pudo tranquilizar . Tenía miedo
muy tristes. La easa parecí a tan de c ue la abuela de Pedro muriese
vac ía y quieta como si todo hubiese venaderamente, y . también su
acabado. Las niñ as se sent ían aban - abuelo , y de que jam ás volviera a
donadas. ver a aquellas personas tan que-
Al d í a siguiente, cuando terminó ridas.
la lecció n y era hora de que las ni- La invadió una enorme nostalgia
ñ as se entretuvieran juntas como tie su casa , pero no se atrev ía a ha-
era su costumbre, Heidi entró con
el libro bajo el brazo y comenzó a i
leer en voz alta a Klara . Pronto sus- v
pendió la lectura, porque el cuento
hablaba de una abuelita que mor í a . y

— jOh ! ¡Ahora la otra abuela ha -


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muerto yo uo podré
; ir a visitarla ,
y nunca le llevé sus panecillos!
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—gritó la ni ñ a.
Klara trat ó de explicar a Heidi
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que no era la abuela del Aim la que

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friar efe ello, porque creerían que por temor a que alguien la oyera .
cfti ingrata . Ya no tenía apetito
Tma Así pasó mucho tiempo : llegó el
y se volvió tan pálida y delgada, oto ñ o, y luego el invierno. Heidi
que Sebastián se entristecí a al ver oasí no sabia qu é estaci ó n era - por -
cómo dejaba los platos má s sabro- que las paredes y las ventanas, que
sos sin probarlos siquiera . eran lo ú nico que se veía desde la
Por las noches pasaba con tro - casa del se ñ or Sesemunn , estaban
siempre igual; y sólo -.alian de casa .

cuando Klara se sent í a muy bien


y las llevaban a pasear en el carrua -

V

X v je de Hferr Sesemann. Rara vez


iban m á s all á de las calles ele la
3
ciudad . Por eso Heidi no veía mas
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que casas y personas.
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cuencia varias boras sin poder dor -


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mir; porque en cuanto estaba sola


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todo se volvía muy real en su «
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imaginación ; el Aim, la luz del sol V.
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y las flores. Por las ma ñ anas, des- •?>; ' SA


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pertaba y llena ele gusto se dis-
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pon ía a salir ele la caba ña , pero


descubría que todavía estaba en su
enorme cama , en Francfort . Enton -
ces Heidi oc ü liaba ia cabeza en la Un d í a , Heidi vio que la pared
almohada y lloraba quedamente. blanca de en l í ente de la casa bri-
llaba al sol . Supo entonces que ya
A * se acercaba la é poca en que Pedro
V í levaba las cabras a -pastar al Aim .
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Un Fantasma
Durante alg ú n tiempo habían las de Herí: Sesemann y se las pres-
sucedido cosas c \ Lnvnus en ¡Pranc- to a Sebastian .
I Oi L I odas las ma ñ anas cuando los
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criados bajaban , la puerta de la


, La noche transcurri ó lentamen
te . A la una , Johann , que había es
-
-
casa estaba abierta jam á s fallaba , tado clonin lando, se levant ó, '

nada ; nadie hab í a hurtado un solo


objeto de la casa . Pusieron una —
Ahora Sebastián --dijo, mos
trando gran valor--, debemos salir
-
tranca de madera a la puerta , h ue
in ú til , porque por la ma ñ ana la

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- *

puerta estaba abierta de par en par .


Aunque los sirvientes bajasen al 1)
amanecer , la puerta de la uasa es-
taba abierta .
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Por fin , Sebasti á n v otro de los *
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mozos , Johann se atrevieron . poi < r



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órdenes de Frá ulein Hottenmeier ,
a pasar la noche en la habitaci ó n
próxima al gran vest í bulo, para ver
qué era lo que suced ía . Frauiem
Piottenmeier sacó dos de las pisto-

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a vi i cómo est á todo No debes
ner miedo; sí gueme.
te - — ¿Qué es lo que sucede? ¿Qué

viste? preguntó Sebastiá n , que
sentía escalofríos en la espalda.
/'. br ío la puerta de
la habitación
y salió al vest í bulo. Una ráfaga
viento apagó la vela que llevaba
la mano. Regresó corriendo; casi
de
en — —La puerta estaba abierta de par
en par dijo Johann , y había un
fantasma blapco allí, Sebastiá n . Su
— -
bió por la escalera, y no lo vi más.
derribó a Sebastiá n que ven ía tras Cuando le contaron a Fráulein
él. Cerró la puerta y, con mucho
miedo, dio vuelta a la llave. Luego > y yl
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sacó sus f ósforos v prendió de nue


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vo la vela. Sebastiá n pudo ver que y ft I


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estaba muy pálido y que temblaba 1

como una hoja al viento. 'i


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Rottenmeier las aventuras de la no -


che, decidió que no pasar ían más
días sin que se resolviera el miste -
rio. Se dirigió a la biblioteca , en
V donde estaban las dos niñas, y les
contó que un fantasma aparecía allí
todas las noches. Klara inmediata -
mente declaró que no pasar ía un

*
momento más sola, que su papá
tenía que regresar a casa, que Frá u-
iein Rottenmeier debía dormir con % ¿i
é
ella, y que Heidi tampoco debía / !

estar sola, porque quizá el fantas- ! r *.

ma entrar ía en su habitación . Pero .


y

Heidi dijo que ella prefería dormir


sola, que nunca había oído hablar
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de fantasmas y que no ten ía miedo. o .


Frá ulein Rottenmeier corrió a su i
-
y

escritorio. Mandó una carta al papá


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ña ñ a les ense ñar é a usted y al va -
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liente Johann cómo son los fantas
mas de d í a . Ahora vaya usted a casa
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de mi buen amigo el doctor Re -
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l boux, sal ú delo muy atentamente de
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mi parte y d í gale que le suplico que
venga sin falta esta noche.

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r A las nueve en punto, cuando las


niñ as ya estaban dormidas y Fráu -
-- lein Rottenmeier se había retirado
de Klara , cont á ndole que suced ían
a sus habitaciones, llegó el doctor
Herr Sesemann le explicó lo que
.
muchas cosas extra ñ as todas las sucedía en la casa . Luego condujo
noches en su casa y que habían al doctor a la misma habitación en
impresionado tanto a Klara que po- la que Johann y Sebastiá n habían
drí a empeorar la salud de la peque- pasado la noche.
ñ a. Dos d ías m ás tarde, Herr Se-
semann estaba en casa.
Lo primero que hizo fue interro-
gar a los sirvientes.
— Dígame honradamente, Sebas- J
tiá n, ¿ no estar ía usted haciendo el
papel de fantasma para jugar una
broma a Frá ulein Rottenmeier ?
— Le doy mi palabra que no, se-
ñor. Yo mismo he estado bastante
r

.1
*

preocupado por el asunto replicó


Sebastiá n .

— Pues bien, si ese es el caso, ma-
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La puerta estaba entreabierta, la otra mano, acompa ñó al doctor,


de manera que no se filtrara dema - que también iba armado .
siada luz al vestí bulo y espantara al Por la puerta abierta , la pálida
intruso. Sobre la mesa estaban dos luz de la luna iluminaba una figura
pistolas y dos candelabros . Los se-
ñ ores se instalaron có modamente
en sus sillones y empezaron a con -
íl

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-- ty/A ,
versar. El reloj dio la una y ellos
segu ían charlando. L)e pronto, el vW -
doctor levant ó un dedo.
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¡Sh !, Sesemann , ¿Oyes algo? . a ,

Al escuchar atentamente , oyeron


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que la llave daba vuelta en la cerra - ’ i /

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blanca e inm óvil en el quicio de la
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fe puerta.
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¿ Qui én est á ah í ? pregunt ó el
doctor con voz. de trueno, mientras

í
1 I se dirig í an hacia la figura blanca .
Esta se volvi ó y grit ó . All í estaba
Heidi descalza , en su camisón blan -
v*
* co, confundida por las luces y las
pistolas y tiritando de lr í o.
dura y que la puerta giraba sobre Los se ñ ores se miraron sorpren -
sus goznes. Herr Sesemann buscó didos.
el rev ólver . Con un candelabro en —
Niñ a , ¿qu é significa esto? pre - —
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guntó Herr Sesemann


viniste acá ?
— , ¿Por qué mucho en el cielo” , y corro a abrir
la puerta da ja cabana : todo es muy
Picidi estaba pálida de terror. hermoso, Pero cuando despierto
Respondió con voz apenas percep- siempre c - í tov en IGTIUC íüíí.
tible: No pudo decir má s. El recuerdo

No lo s é.
El doctor colocó su pistola en el
de ñ U sueno y I ¿i excita OIGO por .lo
que acababa ele pasar fueron da -
suelo. mas!ado para el Le y prorrumpió en
— —
Sesemann -dijo , el caso es de
mi competencia . Espé rame en la
sala un rato. Llevare a ja runa a su /

cama .
Condujo a la temblorosa niña de I m t .

m
'
*
la mano, como lo harí a un padre Y.'. ,

fue con ella a su habitaci ón , y la m b

acost ó en su cama . a
Cuando estuvo m ás tranquila, el Y
Y
medico dijo en tono conciliadoi : & >

.
..

uí llanto. Ll doctor se puso en pie.


— —
Va esta dijo . Llora un poco;.
eso no te puede hacer daño , y ma-

i- . £ ñ ana estar ás bien .
Regresó abajo , donde lo aguar-
> r daba Herr Sesemann impaciente.
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I *í •
Ll doctor se instalo cornudamente
• •i .

* en el sill ó n y dijo :

——
Ya , ya , todo esta bien . Dime
adonde querías ir ,
Yo no quer í a ir a ninguna par- S

Sesemann , Heidi es son á mbu -
— —
te dijo Heidi . Yo no fui allá aba -
jo . Cuando me di cuenta , ya estaba
ñ:1,T; r
allá .
— En efecto. ¿ No soñaste nada en
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la noche ?
— S í , todas las noches sue ñ o v
siempre la misma cosa . Creo que
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estov con rni abuelo en el Aim : oigo


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el rumor del viento en los pinos y
pienso : Ahora las estrellas brillan
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la Se está debilitando mucho par la
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nostalgia . Es casi un esqueleto y si ,

sigue asi, morirá pronto. Manda a •v

la ni ñ a a su casa .
Herr Sesemann se puso en pie y
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camino por la habitación muy in- a


Quieto ,
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Y
— ¡Son á mbula! ¡Por la nostalgia!
nadie observó nada ni se imagi - i
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roda seriedad éste no es un caso
que se cure con medicinas o con

V pastillas. Si no la mandas ahora a
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su casa, no podr á s ya mandarla
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nunca .
Herr Sesemann mir ó incr édulo
d doctor . Luego guard ó silencio

durante largo rato.


no nada — se detuvo y volvió la —
Si ése es tu consejo, sólo hay
cabeza hacia el doctor Segura -
mente no supondr ás que voy a man- — . un camino: se debe llevar a cabo
inmediatamente . Heidi regresar á al
dar a la niñ a a su casa en ese es- Aim .
tado. Deber á recuperar primero la —
Será en beneficio de la ni ñ a


salud .
Sesemann — dijo el doctor con — asegur ó el doctor . Ver á s qué
pronto se recupera totalmente.

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H ñdi Regresa ai Aim


Dos d í as despu és una peque ñ a
cairela tirada por un caballo se di -
,

¿Acaso te trataron mal y por
eso regresaste de tari lejos ? le pre- —
rig í a de Maienfeld a Dó rlli . Mu el gunt ó a Heidi mientras conduc í a la
asiento contiguo al cochero iba carreta .
Heidi , con su vestido m á s elegante.
Sujetaba con ambas manos una mejor
— Notrato
contrario ; nadie recibió
al ,

que yoen Francfort.


cesta que llevaba sobre las piernas. Pero prefiero mil veces vivir en el
Sebastiá n la hab í a acompa ñado has-
ta Maienfeld y hab í a areglado que
Aim con mi abuelo respondió
Heidi .

un hombre que iba a Dorllí en su
carreta llevase a la ni ñ a . 4«
Aquel hombre era el panadero A z m
de Dcirfli, que llevaba a casa unos
costales de trigo . Nunca habí a visto
a Heidi , pero corno todos los habi -
r
V
¿
,'V>
L
í.üi ,
tantes de Dorll í . hab í a o í do hablar i .. m
mucho de la ni ñ a que hab í a ido a
vivir con el Tí o del Aim , y que des-
pu és se hab í a ido a Francfort . *2
“ ¿ Por qu é regresar í a tan pronto? ” ,
pensó . V»

fi
I
miin no regresaría a la guarida de
, ,r s '
' '
' r, ' * ese dragón .
* He íd í siguió por el sendero de la
•V : monta ña lo m ás aprisa que pudo,
i i— W
,
.¿‘V- rr S-
'
- /*

"

pues la cesta le pesaba , porque ade-



.

£ < ‘ t1

m á s de los panecillos que Klara le


I hab ía regalado , llevaba un precio-
t
ó?
sit
¿ / so libro de la abuela , una carta y
un paquete que le hab í a dado Herr
r C i: V b Sesemarm . Sebasti á n debí a haber
t l A r ftU r.l
f

^
n '
*
WWsSfe. 111
>
entregado personalmente aquel
>
' J
bulto al abuelo, pero en lugar de
il I ello se ln < lio a He í d í . dicié ndole
que i ni para el abuelo y que por
.

Ei reloj del pueblo daba las cin


co cuando llegaron a Dórfli. Kl pa -
)
nadero ayud ó a Heidi a bajar de la
carreta \ un grupo de personas cu - .
riosas los rodeó inmediatamente. *


- (. Sacias --dijo Heidi al panade -
ro -. Mi abuelo vendr á a recoger
rni maleta .
Luego se abri ó paso entre la mul - - X
V,
-
-

r
titud , con tal expresi ó n , que unos
V

n V- t

a otros se dijeron que seguramente :•


i

tendr í a miedo.
,. •

«I
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*• f

--•*
Mira qu é asustada est á . Y con >9
rt

razó n . Si la ni ñ a tuviese sentido co-

-
- /1
ning ú n motivo deb ía de perderlo.
Heidi se tatigaba mucho al subir,
y de cuando en cuando ten ía que
V

v
•*
detenerse a descansar , especial-
/ / mente a medida que el sendero era
I 1

m á s empinado, conforme avanzaba .


i

Al pasar por la caba ñ a del cabrero


comenzó a correr , y cuando lle
gó , apenas si podía abrir la puerta,
-
pues temblaba de emoción. Entró
corriendo en la pequeña habitación

4
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y se detuvo sin alientos y sin poder


pronunciar palabra.
No llore usted , abuela dijo
entonces Heidi Vendré todos los — —

¡Cielos! dijo una voz desde —
el rincón , pues Heidi sol í a entrar
d í as a visitarla y va no me marcha -
r é lejos. Adem á s, en muchos d ías
w r

corriendo así . no tendr á que comer pan duro, por -


que le traje estos panecillos.

i
i Heidi tomó un panecillo y otro
>\
m ás, hasta que los doce estuvieron
sobre el delantal de la abuela .

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Á
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* 35 *
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'Vt

¡ Ni ñ a querida ! ¡Ou é buen rega
lo me has tra ído! ¡Pero el regalo
-
m vt<
á
• i ñ as grande es tu persona, hija mía!

- "J

« *
Mi
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rr*T
77

exclam ó la abuela.
La mam á de Pedro entr ó en ese
momento en la choza.

+ >


¡Aqu í estoy, abuela! jAqu í es-
toy de verdad ! exclamó Heidi.
— V
>
Corri ó hacia el rinc ó n v, sentá n-
dose sobre el regazo de la abuela , *

se acurrucó allí y no dijo más.


——
¡Sí, sí, es su cabello! ¡ Y es su
voz! repet ía una y otra vez la J.

K
abuela . Dos gruesas l ágrimas roda - •r.
«a -
ron por sus mejillas y cayeron sobre
las manos de Heidi. 53
——
¡De seguro es Heidi! excla
m . ¿Cómo es posible. . .?
ó
Mientras Heidi la saludaba, Bri
— -
- i
v* -

UL\
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gitte observó la hermosa ropa de


la niñ a y no cesaba de admirarse.

¿Tambié n es tuyo el sombren-
to adornado con plumas? pregun — - m
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vu a

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tó. tomándolo de la mesa , en la que *


*
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Heidi lo había colocado . Fontelo,
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4ñ/ dré de nuevo. Buenas noches, abue
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Heidi siguió su camino por la
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monta ñ a . A cada momento se dete -
- nía a contemplar lo que la rodea -
ba. El sol del crep ú sculo iluipinaba
el Aim , la nevada llanura brillaba
bajo sus reflejos; rosadas nubes cu -
.
lili

querida, para ver cómo te queda brían el horizonte. Allá abajo, el



No, no me lo pondr é replicó
Heidi con acento decidido . Puede
—— valle estaba inundado de luz dora
da . Cuando comenzó a obscurecer,
-
usted quedarse con él, porque ya Heidi corrió tanto por la montaña,
no lo usaré.
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Heidi no había olvidado que *

cuando se marchó con Dete el


abuelo dijo que jamás quería verla
con un sombrero adornado con plu- < .
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mas . **
Después, tomó Heidi la mano de
la abuelita. s-
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— — —
Debo irme ahora a ver a mi
abuelo dijo , pero mañana ven-

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- muchos años sus ojos se humedecie-
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ron y tuvo que enjugar sus lá gri -
mas. Luego, reteniendo suavemen -
que no tardó en divisar las copas te el brazo de Heidi que le rodeaba
de los pinos sobre el techo y luego el cuello, la sent ó sobre sus rodillas
la cabañ a misma , y en la banca de y la mir ó fijamente.

Así que has vuelto a casa , Heidi
madera al abuelo, que fumaba su
pipa como siempre. Por encima de
sus cabezas el viento rugía entre los
á rboles. Heidi corri ó a ú n m ás apri-
—le dijo.
El anciano estaba profundamen-
te emocionado. No podí a creerlo.
sa y , antes de que el Tío del Aim
pudiese ver quié n se acercaba, la
niñ a se abalanzó a él, y dejando
caer la cesta, abrazó al anciano. Es- m.
taba tan emocionada de verlo nue -
vamente , que no podía dejar de re -
petir:

¡Abuelo! ¡Abuelo! ¡Abuelo!
Tampoco el abuelo pronunció
palabra alguna. Por primera vez en
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DCí Nuevo en Catu

— —
¿Qué sucedió '' continu ó el
abuelo ¿ Acaso te obligaron a que
regresaras ?
,
— —
Eso te pertenece dijo, colo-
cando el paquete en la banca .

Luego, ley ó la carta y , sin pro-

¡Oh, no , abuelo! respondió
Heidi inmediatamente . No debe ——
nunciar palabra alguna , se la guar -
d ó en el bolsillo.
pensar eso . Fueron todos tan bue-
nos . . . Klara , la abuela y Herr Se-

Torna el paquete dijo el abue- —
semann , Pero, ¿sabe, abuelo? no ,

pude dejar pasar más tiempo sin


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verlo a ustec . No les decía nada a
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ellos para que no pensaran que era J


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una ingrata. Una ma ñ ana muy tem - ri ó / ' i i

prano, Herr Sesernann me llamó, Mó f *


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creo que fue por consejo del doc-
tor. Pero tal vez se lo explique en • r,T
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la carta .
Diciendo esto, Heidi se puso en • V',

pie, sacó del cesto la carta y el bul


lo v se los dio al abuelo.
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56
lo después de algunos minutos de
reflexión, al levantarse para entrar —afe - V * ti


en la cabañ a ; es dinero, puedes -
comprar una cama y ropa para ( res ®niV
o cuatro a ñ os .
—Yo no lo necesito, abuelo res- —
pondi ó Heidi . Ya tengo cama .
Adem á s , Klara me regal ó lautos
vestidos, que en mucho tiempo no
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necesitar é comprar m á s.
—Entonces , gu á rdalo en el arma-
rio; alg ú n d í a podr á hacerte taita .
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Heidi obedeci ó. Despu és se de- En cuanto hubo terminado, dejó


el tazón, y al escuchar un agudo sil
bido afuera , sali ó corriendo por la
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GSSsIm puerta como un rayo. All í estaba el
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reba ñ o de cabras , corriendo, brin-

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cando y saltando desde las peñas


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del camino y Pedro entre ellas.

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Cuando vio a Heidi , permaneció
inm óvil y la miró sin pronunciar pa••
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labra . Heidi lo llam ó.

Buenas noches, Pedro
corrió entre las cabras . Schwanlí,
Bar í i, ¿ me reconocen todavía ?
y
— —
dicó a recorrer todos los rincones de
la caba ñ a para ver si no hab í a cam-
biado nada , y subió por la escaleri-
VL
b
lla hasta la habitación de la peque- V .

ñ a ventana redonda .

——
2
Ahora ven a tornar tu leche . V

V
oyó que le decí a el abuelo desde
abajo.
Entonces, Heidi bajó y tomó
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*

i .
asiento en su banco alto, en su vi < h\
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antiguo sitio, y levant ó su tazón , be- ¿vk4 im% '

biendo ansiosamente, como si ja-


m á s hubiese probado nada tan ex- i,
quisito. \
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Las cabras debieron reconocer bajo conducir su rebaño. Cuando


$u voz, porque frotaban sus cabezas finalmente lograba, con muchas di-
contra ias piernas de ia niña y ba- ficultades, reunir a todas las cabras,
laban, mientras que Heidi las lla- éstas daban media vuelta de común
maba a todas por su nombre, una acuerdo y corrían hacia Heidi. La
despu és de otra, y todas corr ían y niñ a tuvo que entrar en el corral
la rodeaban. La pequeña Distel
f ínck , impaciente, saltó por encima
- con sus dos cabras y cerrar la puer-
de los lomos de otras dos cabras
para acercarse a la niñ a.

Ven acá , Pedro; sal ú dame lo
llamó Heidi.

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¿ Est ás realmente de vuelta /
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aqu í ? pudo decir por fin el pas-
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toreó lo .
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Despu és, tom ó la mano de Heidi .
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y le preguntó, como siempre lo ha -


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cía cuando regresaban a la cabaña
por la tarde;
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ta tras de sí, para que Pedro pudie
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. se llevarse el reba ño.
& Cuando la niña regresó a la ca
ba ñ a , encontró su cama preparada;
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era suave y fragante, y esa noche
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durmió mejor que en todo el a ño
anterior. Pero su abuelo subió mu-
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chas veces al pajar , para cerciorarse
si estaba tranquila y dorm ía bien.

——
ñana ?
¿Vendr ás conmigo otra vez ma-

Ma ñana no, pero quizá pasado


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ma ñana; porque mañana debo ir a *


casa de la abuela . rz
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Pedro rió con enorme satisfac '

ción. Luego regresó a la aldea , pero 7


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nunca le había costado tanto tra -


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El T í o del Aim va a la Iglesia
El siguiente domingo por la ma- ban en el coro, de tal manera que
ñana los habitantes de Dó rfli esta - a duras penas pudieron terminar el
salmo.
ban ya en la iglesia y comenzaban
a cantar los salmos , cuando sucedió Cuando el pastor comenzó el ser -
algo inesperado: el Tío del Alrn , m ón , todos estuvieron muy atentos,
vistiendo una chaqueta con botones pues sus palabras estaban llenas de
de plata , y Heidi , con su vestido de tanta ternura y gratitud que se sin-
los domingos, entraron y se insta- tieron conmovidos. .
laron en la ú ltima banca .
El hombre que se encontraba
junto a ellos dio un codazo a su ve- * .


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cino y le dijo: ii
¿Te das cuenta de lo que su- J
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cede? El Tío del Aim ha venido a H


la iglesia . i
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Así corrió la voz, y al poco rato


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se repet ía en todos los rincones : “ el


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Tío del Aim” , “ es el Tío del Aim ” . V -

Las mujeres volvían la cabeza


para mirarlo, y algunas se retrasa - Vi

59
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Mientras tanto, el Tío del Aim
tocaba a la puerta de la casa del
pastor. É ste abrió y ios recibió como
5s
sí ios hubiese estado esperando.
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Tom ó al anciano de ía mano y lo

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- saludó efusivamente: e í Tío del Aim
no pudo decir nada durante algu-
nos minutos pues no esperaba que
,

lo recibiesen con tanta amabilidad »


- xZ1^ T* Luego domino su emoción »
Después del serm ón, el Tí o de '

Alrn torno a. la nina de \<x enano y se


dirigi ó a la casa del pasió n iodos ' # '
los que salieron con él, asi corno A
f
otros ¡ iie permanecieron en la
(
M . vs
puerta . lo miraron asombrados, y á'é\t 4
la mayor í a lo acompa ñó hasta la *>
casa del ministro,
he í oruiaroii peque ñ os grupos de i i •»

fcldeanos que discut í an el aconieci-


i ñ i e i i o ii i u s i 1 a < lo: ¡ e 1 1 í o del A L n
i
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ha í ua bajado a la iglesia !


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Tai vez el T í o del Alrn no sea


V

tari malvado como cuentan se de- -


ó'* A . <

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¿
cí an unos a olios ; ya vimos con
cuanto cariño torno a la peque ña

* .~
de i a man oa
--He venido a pedirle una discul -
pa . se ñ or pastor , por mi testaruda

-m w 4n
i fe .

>
*
negativa de seguir sus buenos con -
sejos . ILted ten í a razó n y yo estaba
equivocado ; pero abora le liare
-
i.
* ri V

caso, y el pr ó ximo invierno alqui -


y« A lar é una casita en Doilli , pues el
. ¡ s -
V¿
r
.
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I r í o de la monta ñ a no es bueno para
I la peque ñ a , cuya salud es todav í a
v.
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• ••

sincera .

muy delicada dijo con expresi ó n

/ Luego , tras una breve pausa ,


continu ó :

Aunque la gente del valle me
mire con recelo v desconfi é de mí,
60
r
;!
El pá rroco
dijo esto poniendo
una mano sobre los rizos de la niña

A f" y
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y tomá ndola de la mano, mientras
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*
acompañ aba al abuelo hasta la
puerta.
Todos los que los rodeaban vie -
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- /.i ron cómo el pastor se desped í a del
r ¿ ;. 7Y .
- r fflN '
' 5> T í o del Aim como sí fuese su mejor
' amigo y le pesara alejarse mucho
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•tn. A VartcnU^
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m,
m 11
v,

seguramente cl se ñ or pastor no pen -


sar á lo mismo . . . V
y*
Los ojos del pá rroco brillaban de A
alesna. Tom ó de nuevo las manos
t:
del anciano entre las suyas , y con A - • -rrr
'

>
acento cordial y emocionado, le ’
' ¿ %
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1

asegur ó :
No se arrepentir á usted de ha-
ber venido a vivir otra vez entre
nosotros. Siempre ser á usted bien ,
*

'
recibido c-m mi casa , como un buen
amigo \ vecino muy estimado y ,

tambi é n encontraremos para Heid í ‘ -i


unas buenas aniiguitas con quienes
juegue y se entretenga .
tiempo de él. Apenas se cerr ó la
puerta , todos rodearon a! T ío del
' Aim . Tantas eran las manos que se
le tend í an , que no sab í a cual tomar
. primero.
1 — —Me alegro, Tí o, de que regrese
usted le dijo un aldeano.
- l inee mucho tiempo que desea -
>
ba hablar de nuevo con usted dija
otro.
Por tocios lados escucho frases

semejantes y cuando fes contest ó
1 que pensaba vivir de nuevo en Dó r -
fli, hubo una explosión de regocijo
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general A juzgar por las manifesta - recogido en la oficina de Correos,
ciones de j úbilo sincero, cualquiera Todos se sentaron muy atentos
hubiese pensado que el Tí o del Aim en torno de la mesa ; Heidi abri ó su
era la persona m á s estimada de toda carta y la leyó en voz alta sin equi -
la aldea. vocarse. La carta era de Klara Sese-
Así regresaron Heidi y su abuelo mann . En ella le decía a Heidi que
a la montaña. Cuando llegaron a la desde que se había marchado ha-
caba ña de Pedro, el cabrero, el an
ciano abrió la puerta y entró.
- bí a estado tan triste la casa que ya
no pod í a soportarla y que le había
suplicado mucho a su padre que le
v ^
permitiese hacer un viaje; que fi -
A J nalmente había prometido ir a Ra -
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gatz en el otoñ o siguiente, y la
abuela ir ía con ellos , porque ella
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tambié n quería visitar a Heidi y a
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a su abuelo en el Aim.

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— Buenos días, abuela le dijo ;


creo que debemos hacer algunas
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reparaciones antes de que comien - \t


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cen los vientos otoñ ales. S3
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— —
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¡Vá lgame Dios, es el Tío! ex -
clam ó la abuela , sorprendida y sa - V


tisfecha . ¡ Pensar que viv í para ver
esto! Ahora puedo agradecerle todo 7;4
lo que ha hecho por nosotros, Tío. v i t.
»
Que Dios se lo pague. /

La anciana le tendió la mano y el t r* w •


'

Tío del Aim la apretó con cari ñ o.


En aquel momento entró Pedro Había mucho que decir, muchas
corriendo. Sin alientos para hablar , preguntas a qu é responder y esta-
les entregó una carta que estaba ban todos entusiasmados con los
dirigida a Heidi y que Pedro había proyectos de los d í as siguientes. Fi-
nalmente, el abuelo se despidió.
La abuela dijo:
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— Lo mejor de todo es que un vie-
jo amigo venga a saludarnos, como
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lo hacía en aquellos felices días . , ,
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Heidi Recibe una Visita


Cuando llegó el oloñ o, Heidi ya • Cuando entraba el abuelo mira-
no quiso acompa ñ ar a Pedro al pas - ba en torno suyo.
tizal, aunque él se lo suplicó mu
chas veces.
- —
Ahora siempre parece que es
domingo ; Heidi aprendió muchas
—Pueden llegar en cualquier mo- cosas en su viaje — dec ía satisfecho.
mento de Francfort , y yo debo
estar en casa para recibirlos.
Una ma ñana, después de almor -
En esos d í as Heidi siempre esta
ba muy ocupada , pues desde su re-
-
greso hací a muchas cosas que antes
no se le habrían ocurrido . Todas las
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H tk
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ma ñanas tendía su cama . Luego y
*
recorría la caba ñ a , colocando cada
silla en su lugar , y si encontraba -
algo fuera de su sitio, lo guardaba
'
e
cuidadosamente en el armario. Lue- t'
go tomaba un trapo, y, subiéndose
a su banco, limpiaba la mesa hasta
me quedaba reluciente.
te
*
zar, Heidi comenzó a arreglar la - ¿Cómo está usted, doc
doy las gracias mil veces — e

casa, pero parecía que no termina »

ría jam ás. A cada momento la in


terrumpía algo: el sol brillante era
- . me— das
Buenos d ías, Heidi. ¿Ptí
las gracias?
como si la llamase y ella tuvo que
salir a verlo. Luego recordó que la
— a usted debo el haber
Porque
regresado a casa de mi abuelo — ex-
mesa estaba sucia. Regresó a la ca - plicó Heidi.
ba ña . Después fue el viento que so - El rostro del doctor se iluminó
de satisfacción . No esperaba que lo
plaba entre los pinos lo que hizo
que saliera a bailar entre ellos. recibiesen así en los Alpes; creía
El abuelo sal í a de su taller de vez que casi lo habr ían olvidado.
en cuando y miraba sonriente a Entonces Heidi mir ó hacia el
Heidi, que corr ía y saltaba . De sendero de la monta ñ a.
pronto, la niña gritó con toda la —
¿ Dónde est á n Klara y la abue-

——
fuerza de sus pulmones. la? preguntó.

¡Abuelo! ¡Abuelo! ¡Ya vienen! Y
el doctor viene adelante de los
Mira, tengo algo que decirte,
que te entristecerá , como me entris-
demás,
Heidi salió corriendo a saludar a
teció a m í dijo el doctor . He ve-
nido solo, Heidi. Klara ha estado
— —
su viejo amigo, apretando la mano
que le tend ía .

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y no pudo hacer el
íferma
por tal motivo la abuela
y íóco vino. Pero en la primave - . -
ra , cuando los d ías sean tibios y
largos, seguramente vendrá n .
Heidi permaneció inmóvil. No
podía creer que lo que había espe -
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rarlo tanto tiempo ahora resultaba
imposible . Pero cuando vio al doc
tor. comprendió que estaba triste y
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ella trat ó de dominar su decepci ón . y m


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Heidi no sabia que hacía poco tiem
po había muerto la liijita del doc
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y.

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tor . ( uey ó que estaba triste porque

Klara y la abuela no habían podido
?

acompa ñarlo.
Bueno, pronto será primavera
V entonces de seguro vendr á n.
El Tío del Aim recibió muy cor -
r-
í

dialmenle a su invitado; se sentaron


a la banca de madera dejando un
lugareño para Heidi entre ellos.
har í a mucho bien. Estaba hospeda
do en Ragatz.
-
Herr Sesemann , dijo el doctor, ha
b í a insistido en que hiciese este via
je y él mismo habí a sentido que le
-
- — —
No dijo el abuelo , eso no
est á bien ; vivir á usted demasiado
lejos de nosotros. Yo lamento no po-

der recibirlo aqu í, pero en Dorfli
hay una . posada , y aunque es mo-
desta está bien cuidada. Tome una
#í fs
\
habitación ah í. Asi podrá venir to
das las miañanas al Aim .
-
9 .
Esto agrad ó al doctor,
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-
V 7/
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—— Haré lo que usted me aconseja
le promedió.
Mientras tanto, el sol indica -
¡
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:y ba que ya J?ra mediod ía . Hacía rato
lr. que el vie/nto había dejado de so-
ldar y los pinos estaban quietos; el
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dijo : e‘J caballero tendrá que

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conformarse ron lo que leñemos, TTi /.o que Mcidi lo acompañara;


porque s í bien nuestra comida es la ni ñ a se asombro mucho al abrir
sencilla , nuestro comedor es muy el bullo. Primero encontró un grue -
hermoso. so abrigo para ella : luego un « bal
Heidi entraba y sal í a llevando de lana y una enorme caja reple-
todo lo que encontró en el armario, ta de pastelillos y ricas confituras.
mientras el abuelo preparaba la co-
mirla . En unos cuantos minutos sa -
iió con una jarra de lpche y queso
tostado. Luego cortó rebanadas de
la deliciosa carne que habí a dejado
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secar al aire puro . En lodo el a ñ o - /
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»d doctor no habí a tomado una sola

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comida que le supiese tan deliciosa 7
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romo aquélla . AS áfi
Mientras com ían vieron a un , 1
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hombre que subía con un gran bul - * *

to sobre la espalda .

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Traje ese bulto d ° Francfort . y ? v; (


*

dijo el doctor . levant á ndole— son


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regalos que te envía Klara .


67
I Algunas veces, el Tío del Aim
% subí a con ellos, y entonces los dos
señ ores iban hasta los picos, en don-
Jfk de crecí an vetustos cedros. Debían
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estar cerca del nido del halcón,
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pues con frecuencia pasaba volan -
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do cerca de sus cabezas. El Tío del
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» r < Aim conoc í a todas las plantas de su
monta ñ a y sabía bien para qu é ser -
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5 * ví an . Descubr í a muchas cosas bue -
nas y valiosas alia arriba entre los , ,

cedros resinosos y los obscuros pi-


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ucas con sus ramas fragantes, en
3 i el musgo rugoso que brotaba entre
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I que eran para la abuela , Adem ás ,


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encontr ó un enorme salchich ó n *
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para Brigitte y Pedro. Hab í a tam -


bién una bolsita con tabaco para la II X
ñ ipa del abuelo. Por ú ltimo, ven ían
peque ñ os paquetes , bolsilas y cajas
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con sorpresas para Ileidi . i


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Despu és de aquella visita , el doc- * \

tor nunca dejó pasar un d í a sin su - *


bir al Aim , Con frecuencia iba a la -
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pradera eon Heidi ; se instalaban en


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su sitio preferido y jnirabon los ,

picachos. Desde la pradera llega - las raí ces de los á rboles y en to-
ban los balidos del reba ño que , das las delicadas plantas y modes-
anunciaban paz y tranquilidad . El tas florecidas que crecí an en las
sol brillaba en la campi ñ a nevada , cimas del Alna .
en los valles le í anos v en la roca El doctor no sentía pasar el tiem-
gris que levantaba sus torres hasta po y con frecuencia , al despedirse
el cíelo azul . Contemplaban tam - del abuelo por la noche, le agrade-
bién el gran halcón , que volaba di - cí a sus enseñanzas.
bujando amplios cí rculos —
M í buen amigo nunca me des- v
,
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pido de usted sin haber aprendido fita se desped ía de él siempre que


algo nuevo solí a decir .
Asi transcurrió el mes de sep-
— salía de casa .
La peque ñ a Heidi no pod í a con -
tiembre . Una ma ñana lleg ó el doc- tener el llanto. Ve í a, apesadumbra -
tor más triste que de costumbre. da . como la figura del doctor se ha -
Dijo que era su ú ltimo dí a en los cí a cada vez mas diminuta , hasta
Alpes v que tenia que regresar a
, perderse totalmente entre los pinos
Francfort . Esto lo entristecía les , y rocas de la monta ñ a .
explicó , porque se encontraba tan Record ó que al doctor le gustaba
contento en la monta ñ a como si seguir atentamente el vuelo dpi
fuese su propia casa . halcó n ; fijó su mirada en el cielo ,

A Heidi le costó mucho trabajo en busca del ave, y la descubrió en


contener las lá grimas. Lo acompa - la lejan í a .
ñó por e! sendero y habr í a ido m ás —
El doctor tambié n la estará mi -
lejos si el doctor se lo hubiera per
mitido . Cuando se despidieron,
- —
rando ahora se dijo la ni ñ a . Y
estov casi segura de que al verla se

permaneci ó en el mismo sitio agi - , acordar á de m í.
tando la mano una y otra vez. Heidi no se movi ó del lugar . El
El doctor por m parte , volv ía la , halcón siguió rondando por la mon -
cabeza a. cada momento para mi - ta ñ a , y la ni ñ a se quedo a observar -
.

rarla . Esta era la forma como su hi * la. hasta que obscureció,


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Un invierno en la Aldea
En torno del Aim la nieve era sido una mansi ó n . Hacía mucho
tan alta que parecía que las venta - que estaba desocupada porque no ,
nas estaban al mismo nivel que el pod í a habitarla alguien que no su-
suelo. Si el Tío del Aim hubiese piese reparar y cubrir los grandes
estado allí, habr ía saltado por la huecos y las anchas grietas de las
ventana para barrer y quitar la nie- paredes.
ve con una pala . Pero el Tío sabía hacerlo; en
Pero el Tío no estaba en el Aim cuanto se decidi ó a pasar el invier-
ese invierno. Había cumplido su no en Dórfli, alquiló la vieja casa
promesa; en cuanto cayó la prime- y con frecuencia durante el oto ño
ra nevada, cerró la choza y el corral bajaba a trabajar en ella. A media-
V bajó a Dó rfli con Heidi y las dos de octubre llevó a Heidi a vivir
cabras. allá.
Cerca de la iglesia había un gran En un derruido salón del fondo
edificio que en otros tiempos había de la casa , el Tío construyó un tabi-
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que con tablas y cubri ó el suelo con Ig]£í


paja; aquélla iba a ser la habitación
de las cabras. El abuelo y Ile ícli vi- A
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vir ían en la parte delantera de la ti .
casa . Habí a all í una habitaci ón am - i
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plia en buen estado y en un rincó n f
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se encontraba una gran estufa de


mosaico blanco , i ib
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Cuando Heidi entró, corrió has-


ta la estufa , se sent ó en la banca c
que la rodeaba y comenzó a con - r< m
templar los cuadros de castillos, de
cazadores , de perros y de caballos ,
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que estaban dibujados en azul so-


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bre los mosaicos blancos . Cuando la


hubo visto bien , algo nuevo le llamó — 1 u cama debe estar cerca de la
- estufa
la atención : entre la estufa y la pa
red , cuatro tablas formaban un re
cipiente para guardar manzanas.
No había manzanas en él, sino la
para que no tengas frío por

Ven a ver la m ía.


,
- las noches respondió el anciano .
En la siguiente habitación había
— —
cama de Heidi, exactamente como arreglado su cama. Luego seguía
aquella en la que dormí a en la ca - otra puerta que Heidi abrió, y se
encontró en una cocina enorme,
ba ñ a .
— —¡Abuelo , aquí está mi cuarto de
dormir! gritó Heidi . ¡Oh! ¡Qu é —
como no había visto otra en su vida.
La nueva casa le agradó a Lleídi,
hermoso! Pero , ¿dó nde dormir á y el d ía siguiente, cuando Pedro fue
usted ? a ver si ya estaban bien instalados,

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i conocía todos los rincones tan bien, Heidi encuentra a su amigo Pedro,
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que pudo llevarlo por ellos mos
trándole todo .
- ——Ya la tenemos.
¿Tenemos qu é ?

——
Por las mañanas y por las tardes La capa dura de nieve.
Pleidi iba a la escuela . Casi nunca ¡Oh! ¡Que bueno! ¡Ahora podré
veía en ella a Pedro, porque » !
pastorcillo faltaba mucho a sus c ía
*
subir a ver a la abuela! exclamó
Heidi, feliz, porque le había dicho

su abuelo que tení a que esperar
hasta que la nieve endureciese.
* Corrió al armario, sacó la capa
que Klara le habí a regalado y se
V
'
i dirigió con Pedro hacia el Aim , Sus
pies no se hund í an en la nieve. Ni
i


siquiera cuando brincaban y en-
V
terraban los tacones, pues apenas si
romp í an un poquito de hielo. Toda
la monta ñ a brillaba de arriba a aba-
*
I
jo con el hielo, tan duro como la
roca . Ahora no había peligro de que
los aludes los cubriesen.
Pleidi se sorprendió de no encon-
ses. Esto no se deb í a a la nieve, trar a la abuela en su sitio acostum -
I pues por la tarde , cuando regresaba brado, al lado de la rueca . La an-
la niña de la escuela, Pedro iba a ciana estaba acostada en su cama
visitarla .
Una vez , cuando volvía a su casa ,
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angosta , envuelta en el chal que le salir . ¿ Por qu é lo usa usted en la


envió Klara . cama, abuela?
— ¿ Est á s muy enferma , abuela? — Es que me envuelvo en el chal
—— —
pregunt ó Heidi ansiosa .
No, no, hija respondió la
abuela ; es que con el fr ío me due-

cuando estoy acostada para no con-
gelarme. Me alegro de tenerlo, por-
que mi manta es delgada .
len un poco las piernas.
Heidi la mir ó en silencio un rato.
—Pero abuela , su cabeza est á
m ás baja que sus pies, una cama
deber ía ser lo contrario.

Luego dijo:
En Francfort usan el chal para
, i
—S í, Heidi , lo sé; pero mi almo-
hada no era muy grande, y ahora
he dormido tantos años sobre ella
que está muy plana.
— —
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*

¡Oh! exclamó Heidi . Si hu -


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a biese pensado en ello, habr ía pe-


// dido a Klara cuando estuve en
Francfort que me dejase traer mi
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cama . Ten í a tres gruesos almoha-
¿m dones, uno sobre otro, de manera
que no podía dormir , y siempre res-
73
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halaba hasta donde estaba plano. «

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¿ Podr í a usted dormir así . abuela ? /


—Cla ro que podr ía , estar ía m á s
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caliente y podr í a respirar con m ás m


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facilidad si durmiese con la cabeza 4 :1


en alto. Pero no hablemos de eso. - f
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¿ Quieres leerme algo . Heidi?


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Heidi corrió a traer un libro de t4 <
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oraciones del que sol í a leerle a la 1*


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abuela . Mientras leía , la expresión r V,
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cansada de la anciana se trocaba *


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en una sonrisa serena . Y


Ya comienza a obscurecer,
abuela : debo regresar. Pero me ale-
*\
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pronto, se sentó en a cama . Hab ía


gro de que est é usted contenta de
nuevo -dijo Heidi, m ás tarde . tenido una. idea tan buena que es- ’
taba ansiosa porque ya fuese de
La abuela estrech ó entre las su
yas la mano de Heidi.
- d ía . ¡Ense ñ arí a a leer a Pedro!

Cuando escucho palabras como Era lo mejoi que pod ía hacer por
las que me acabas de leer , hija le

dijo , es como si se encendiese una — so inseparable am í gnito. La ni
casi se paso la noche en vela , pen
sando en como convencer
ña
-
luz en mi corazón . ía a Pe -
Aquella noche , cuando Heidi se dro para que aprendiera a leer.
acost ó en su tibia cama de paja , re - i * te regalar ía muchos libros,
cordó lo que había dicho la abuela. como premio a su esfuerzo!
Suspir ó a l pensar que si la nieve co-
menzaba a derretirse quizá pasar í a
una semana o hasta dos antes do
que pudiese Lorie de nuevo. J ~V /
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Enseñ ar a leer a Pedro í ue una días la abuela y ella emprenderían
labor lenta v dif í cil . Pero entre las el camino hacía la monta ñ a .
s úplicas y reoomunciones de la ni - Heidi se sinti ó tan contenta que ,

ñ a . v sus frecuentes recompensas corri ó a la caba ñ a de la abuela a


de queso y pan , Pedro aprendió a comunicarle la noticia . Pero pasa -
leer aunque no tan bien como ella.
, ron los d í as y no llegaban sus ami-
Entonces, Heidi se sintió m ás tran- gos , Era casi el final de jimio cuan- ,

quila . do una ma ñ ana llei di , que hab í a .

As í pasó el ¡n \ í erno. Era ya el terminado sus quehaceres main ti-


mes de mayo. Desde todas las col ó »
nos, salió corriendo de la caba -
ñ as los arroyuelos bajaban hasta el ñ a . Iba a ver si ya ten í a flores
valle . El Aim reverdec í a v Meidi ,
r
su arbusto preterido . Pero al llegar
y su abuelo hab í an regresado a la al extremo de la. cabana comenzó ,

monta ñ a . Ella corr ía de allá para a dar tales gritos , que <d abuelo sa -
acá . sin poder decidir cu á l era el lió de su talh- r .
sitio m ás hermoso . Heidi no cabía en s í de gusto .
Un día , Pedro llev ó una carta de
Klara, diciendo que todo estaba

¡Venga , venga ! [ Mire quién
viene ah í 1 — gritaba ,
, ,

preparado y que de allí a dos o tres Una extra ñ a procesi ó n subí a por
75
i el Aim , Primero ven ían dos hom - ca me lo habría imaginado. Abuela,
bres con una silla de manos, en la me gustaría quedarme aqu í toda la
que iba sentada una niñ a. Lue- vida ,
go, sobre un caballo, una señ ora Mientras tanto, el abuelo había
anciana . Despu és, ven ía una silla
de ruedas vacía , empujada por
acomodado la silla de ruedas, ha
b í a sacado algunos chales de la ca
--
un joven . Finalmente caminaba u n nasta y los había arreglado sóbrela
mozo, que llevaba una cesta en la silla . Luego se dirigió hacia la silla
espalda., llena de frazadas, chales y de manos ,
pieles.
Cuando terminaron de abrazarse

Si colocamos a la nena en su
silla se sentir á mejor dijo. —
y saludarse, la abuela exclamó en
tusiasmada:
- Sin esperar a que nadie le ayuda
se , levant ó a la peque ñ a invá lida
-
— ¡ Qu é vista tan hermosa tienen
ustedes, estimado Tío! ¡Qui én lo
con sus fuertes brazos y la colocó
cuidadosamente sobre el suave
hubiera creído! Muchos reyes la en- asiento . Despu és ech ó las frazadas
vidiarían. ¿Qué dices, Kl á rchen ? sobre las rodillas ele la peque ñ a y le
¿Qué dices ? colocó los pies sobre una almohada
Klara contemplaba todo lo que la. con tanto cuidado como si en su.
1V
rodeaba, encantada . vida no hubiese hecho otra cosa
——¡Oh! ¡Qu é hermoso es todo
aquí! exclam ó varias veces . Nun-

que atender a personas invá lidas
La abuela estaba asombrada .
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— supiese dó nde aprendi ó


Tío, si
usted a cuidar de los enfermos,
— —

¡Oh! ¡Heid í! dijo Klara con
nostalgia , me gustarí a ir contigo
8 ver todas estas cosas hermosas
mandar ía a todas las enfermeras
que conozco a que tomasen clases , que me lias contado . . .
aqu í — exclamó. Heid í, con mucho trabajo , . con
dujo la silla de ruedas bajo de los
-
pinos. Klara qued ó encantada y la
abuela, que las había seguido ad -
mir ó mucho los enormes á rboles.
V No sab í a qu é era m á s hermoso , las
*
i Mm copas de los antiguos á rboles , o sus
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j gruesos troncos derechos que si pu -
C dieran hablar í an de tantos y tantos
a a ñ os como hab í an permanecido all í ,
r
contemplando el valle .
- W Heid í , mientras tanto lial > ía em - ,

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pujado la silla hasta la entrada d :
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corral y habí a abierto la pu - unu
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WfcS aunque no hab í a mucho que ver .
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pues las cabras estaban en L pra -
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' dera con Pedro. Luego, Kiara vio
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las flores y empezó a admirarlas .
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Esto no es nada, Klara dijo
Heidi, cortando algunas y dá ndolas
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á Su amiga . Si pudieses venir —


pastizal con nosotros alguna vez,
al que ning ú n cocinero puede hacer .
Así continuaron la alegre comi-
entonces verdaderamente ver ías da . La abuela v el Tío del Alrn se
algo hermoso. hicieron amigos; sn conversación
Durante la visita a los pinos, el se torn ó m á s animarla. Coincidie-
abuelo no había permanecido ocio
so. La mesa y otras sillas estaban
- ron en sus opiniones acerca de los
hombres, de las cosas y riel progre-
colocadas l í ente a la banca de ma - so riel mundo, tanto como si hu -
dera.. Pronto todos se sentaron a co
mer, gustosos.
- biesen sido viejos amigos. Pasó
el tiempo sin sentirse, hasta que la
.
L a abuela admiró mucho el co- abuela miró hacia el ocaso y dijo.
medor , desde el cual se contempla
ba el valle.
- — Debemos preparamos, Klii.r-
chen; el Sol se est á poniendo, y
- En mi \ irl ;« he visto algo seme
jante . Es maravilloso. Pero , ¿qu é
- pronto regresará n los mozos con el
caballo y la silla de manos.
' eo? ¿Estás tornando otra rebana
da de queso, Klárchen . . . ?
- — Sólo una hora más, abuela le

suplicó Klara . No hemos visto la —
—¡Oh 1 Sabe muy bueno, abuela;
mejor que cualquier cosa que haya
caba ñ a, ni la cama de Heidi , ni sus
otras cosas.
en Ragatz exclam ó.
— —
Coman bien, coman bien dijo —
La abuela también ten ía deseos
de ver la cabaña, así que todos se
el Tío de! Aim, satisfecho . Este
aire puro de la monta ñ a logra lo
— pusieron en pie. La silla de ruedas
no cabía por la puerta, pero el
73

abuelo tom ó a Klara en brazos y
la llevó adentro. *
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La abuela iba y venía, mirando


todo cuidadosamente, y se divirtió
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— ZZr .
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con los sencillos muebles que esta - *


P/A-
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ban tan bien arreglados.
— Seguramente tu cama está all á
arriba, Heidi , ¿no es as í:' pregun-
t ó, subiendo por la escalerilla .
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¡Qu é bien huele! Debe ser una


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alcoba muy saludable anadió,
asom á ndose por la ventanita re
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donda.
El abuelo las siguió, llevando a si la señora tendr á la suficiente
Klara, y Heidi entró la última. To - confianza en mí para permitirme
dos rodearon la cama de Heidi, as
urando la agradable fragancia de
- llevar a cabo mi plan. Creo que si
la ni ña viviese aqu í algú n tiempo,
a paja fresca. Klara estaba encan - se restablecer í a . Usted ha tra ído
frazadas v chales, con los cuales
tada.
— ¡Oh . Heidi , qu é hermosa alcoba
tienes! Nunca he visto otra tan lin
da y agradable.
-
podr í amos hacer una blanda cama
para Klara, y no debe preocuparse
por el cuidado de la pequeña, por-
.
—El Tí o mir ó a la abuela
Tengo una idea dijo . No sé

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que de eso me encargaré yo mismo. «i
Klara y Heidi aceptaron gusto -
sas, y el rostro de la abuela se ilu -
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minó con una sonrisa .

Querido Tío, ¡es usted un gran

hombre! exclam ó . ¿Cómo supo
que era precisamente lo que pensa

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ba ? Debo darle las gracias, queri - -*/ I


/> ,
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do Tío, debo darle las gracias, de i -V

todo corazón. ! > O

La abuela dio la mano al Tío una


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y otra vez, y é l hizo lo mismo.
Los mozos que traían la silla y el
caballo, llegaron en un momento n ía de su amiguita y todo le parecía
hasta la choza . A los primeros se les m ás bello, el Sol m ás brillante, el
dijo que regresaran a la aldea , y la aire m ás puro.
abuela mont ó sobre el manso ca - Bromeaban y hacían planes para
ballo, tomando el Tío la brida . Aun - divertirse . Heidi le habl ó de los ce-
que ella protestaba a cada paso, el dros y los pinos, de los lagos y los
anciano se empe ñó en acompa ñ arla riachuelos , de las tormentas y de
por el sendero. las apacibles noches de luna en la
Heidi v Klara estaban felices , monta ña .
Klara se sent í a animada en compa - Sin pesta ñ ear , Klara , escuchaba
atentamente aquellos relatos sobre
la naturaleza , tan bien contados
por la peque ñ a Heidi .
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El T í o Cuida de Klara
A la ma ñ ana siguiente, en cuanto para contarle cuanto sucediese,
las ni ñas se instalaron afuera de la
caba ñ a , el Tío del Aim trajo dos
Heidi trajo l á piz y papel , y la ma
ñana transcurrió r á pidamente para
-
tazones de leche espumosa . Klara ellas, que estuvieron bajo los pinos ,
nunca hab í a probado la leche de A la hora de la comida, el abuelo
cabra ; primero la tom ó con descon-
fianza , para ver a qué sabí a . Pero
cuando vio con cu á nto gusto se la iA
tomaba Heidi , sin detenerse ni una H
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vez, comenzó a beber y no paró
hasta que se hubo terminado la que
había en el tazón.

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Ma ñana tomar á s dos tazones y*

dijo el abuelo. - ¿ÍM


Heidi y Klara ten ían muchos m
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proyectos para aquel d í a . Apenas


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sabían por d ónde comenzar . Lo
más importante era escribir una vt .
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carta a la abuela de Klara , pues le
prometieron escribir todos los días
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dijo que Klara debí a permanecer al I. x
aire libre mientras hubiese un rayo
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de luz, así que comieron afuera de u /
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la choza , como lo habían hecho e! V\ f
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día anterior.
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Es muy raro , Heidi . . . dijo
Klara mientras conversaban acerca
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de muchas cosas . Desde pequeñ a
recuerdo que he comido só lo por-
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que me obligaban a hacerlo y lodo *


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me sab ía a aceite de h ígado de ba -


calao. lie pensado miles de veces:
"
¡ Ojal á no tuviese que comer a la
fuerza!", y ahora estoy ansiosa por- mantequilla dulce, pues por la ma -
que venga el Tí o con la leche . ñana habí a ido a la choza del va -
Cuando la trajo, Klara tomó la quero a comprar mantequilla .
suva rv se la bebi ó á vidamente . Esa noche, cuando Klara contem -
— ¿Podrí a tomar un poco más? plaba las estrellas desde su cama ,
— preguntó.
El abuelo, satisfecho, tom ó tam -
no permaneció despierta como el
día anterior . Sus ojos se cerraron
bi é n el tazón de Heidi y entró de inmediatamente y cavó en un sue -
nuevo en la choza . Cuando salió, ño tan profundo y saludable , como
encima de cada tazón había una nunca basta entonces lo había co-
gran rebanada de pan cubierta de nocido.

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£/ Milagro de la Montaña
Era la tercera semana que pasa
ba Klara en la monta ña. En varias
- sent ía deseos de ir allá; pero no ha -
b í a dejado sola a Klara ni una hora.
ocasiones, cuando el abuelo la saca- Una tarde, mientras se lo describ í a
ba por la ma ñ ana para colocarla en a Klara, sinti ó tanta nostalgia , que
- corrió al corral en busca del abuelo.
la silla , le había pedido que inten
tase ponerse en pie sola .
— ¿ No quieres tratar sólo una vez —
Abuelo, ¿ nos llevará usted al
pastizal ma ñ ana ? ¡ Est á lodo tan
— —
de ponerte en pie sola por un mo-
mento? 1c preguntaba. —
Klara lo intentaba , pero acababa —
hermoso ahora . . . ! suplicó.
Iré con una condició n respon -

siempre por exclamar: Jí

¡Oh , me duele! ¡No puedo! y


se colgaba del cuello del abuelo
—. - I I % -
£ j la dejaba cada vez un segundo .
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m á sde pie. 1 Tu d í a sucedió algo ex-
traordinario, en la forma m á s in -
esperada .
Un verano tan hermoso no se ha -
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bía \ isto en el Aim desde hacía mu - i/¿ 1

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chos a ñ os. Heidi, que sabia cómo <
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florecían las plantas en el pastizal, HL

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dio el —
anciano : que Klara trate
una vez m ás de mantenerse en pie
Heidi regresó gozosa , y Klara
.
prano, Pedro subió por la montaña
con sus cabras y al lado de la ca
ba ñ a encontr ó la silla de ruedas
-
prometió intentar mantenerse en preparada para el paseo por el pas-
pie tantas veces como lo deseara el tizal . Al verla , la furia de Pedro se
abuelo, pues le alegraba la perspec - acentu ó. Adivin ó cómo suceder í a
tiva de subir a la pradera.
— ¡Pedro, Pedro! grit ó aquella
noche Heidi, en cuanto vio que el
pastorcillo se acercaba . Ma ñ ana


todo all á arriba : Heidi se dedicaría
a cuidar de la extra ña todo el tiem -
po. Mir ó en torno suyo; no había
nadie. Corri ó hacia la silla, la tomó
iremos contigo a la pradera a pasar y la arrojó por el sendero con tanta
todo el d ía allá. fuerza , que la silla siguió rodando
Pero el pastorcillo estaba disgus - y en un momento había desapare
cido.
-
tado, porque desde que Klara llegó
le había quitado la compa ñía de Pedro corrió por el Aim como si
Heidi. No respondió más que con tuviese alas . Protegido por un ar-
un gru ñ ido que parec ía el de un busto de zarzas observó a su ene-
oso disgustado, y golpeó furioso a miga., la silla, que rodaba por un
la inocente Disteiiinck, que cami
naba cerca de él.
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A la siguiente mañ ana, muy tem - I

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precipicio haci é ndose mil pedazos. L,a ni ñ a la buscó, asombrada.


Entonces, el muchacho salt ó, rio , v ? Corri ó al otro lado de la caba ñ a .

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corrió de gusto, pues cre í a que en- ¡ Abuelo , la silla debe de haber
tonces todo saldr ía bien : Klaia ten - rodado con el viento! exclam ó. —
dría que marcharse, pues , sin la silla
no podr í a permanecer en el Alrn . — —
En ese caso, se ha hecho a ñ icos
afirm ó el abuelo . Pero es extra - —
M á s tarde , Heidi sali ó de la caba - ñ o que haya sucedido eso , porque
ña , seguida de su abuelo, que lle
vaba a Klara en brazos.
- la silla ten ía que dar la s uelta a la
esquina de la cabaña antes de caer .
—— ¿Te llevaste la silla, Heidi?
pregunt ó el anciano. fa
— —
¡Oh ! se lament ó Klara . Abo-
tendr é que marcharme ¡Qué —.
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Pero Heidi mir ó confiada a su
abuelo.
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Subiremos al pastizal. Después
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veremos. . . replicó él. —
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Regresó a la cabaña , trajo unas
frazadas, y colocó a Klara sobre
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ellas . 1 negó les dio a las ni ñas leche
y sacó a Schwanli y a Bárli del
corral.
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Cuando las ni ñas terminaron de
beber, el abuelo tom ó a Klara en
ftftggjtm: sus brazos e inició la marcha.

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— dijo el abuelo
hiciste?
—. ¿Por qué no lo

—— Porque nadie estaba le cantado


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replicó Pedro.
— ¿Viste la silla de Klara ? pre
guntó el Tío.
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¿Qué?
El Tío no dijo nada m á s. Ex -
n tendió las frazadas sobre el tierno
césped y colocó a Klara sobre ellas.
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- Luego dijo que regresar ía al atar-
decer , pues quer ía averiguar qu é
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había sido de la silla .
Heidi y Klara estaban muy con-
, >*

/ 'A tentas en el verde pastizal . Pasaron


varias horas de descanso. Luego,
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Heidi dijo que le gustaría ir a un
sitio que conocía , para ver si hab ía

Las cabras pueden venir con

nosotros dijo, y agregó, hablando
tantas flores como el a ñ o anterior .
— ¿Te disgustar í as, Klara — le
- preguntó— si corriese muy aprisa

a solas : ¿ Por qu é se habrá retra
sado tanto Pedro esta ma ñana? dejase sola un momento? Pero
te
, y
v espera . . .
Cuando llegaron a la pradera,
-
estaba all í el rebaño de Pedro, pas Arrancó unos manojos de hierba
tando tranquilamente, y Pedro des- y llevó a Schwanli hasta donde es-
cansaba , tendido sobre el blando taba Klara .
lecho de hierba.

La próxima vez te castigaré
duro si no pasas por mis cabras

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— Mira ahora no estará s sola .


Klara cotnenzó a ofrecer una hoja
verde tras otra a la cabra , que se
te llevaré. ¡Te gustaran las flores!
——
¿ En qu é estás pensando? dijo
Klara . Eres tanto o más pequeña
acercó y comió las hojas lentamente que yo. ¡Oh! ¡Si pudiese cami -
de la ruano de Klara . Esto le pare - nar . . . 1
ció rnu \ divertirlo. Nunca en su Pedro hab ía estado contemplan-
vida había hecho algo por alguien do a las ni ñas desde el sitio donde
más débil que ella . Ahora , mientras descansaba .
la peque ñ a cabra la miraba tan con
liada , sintió un gran deseo de ser
- —
\ 'en acá , Pedro llam ó Heidi,
muy decidida.

ama de sí misma \ poder ayudar a El muchacho bajó lentamente
alguien , en vez de depender siem -
pre de la ayuda de otros. Un nuevo
gozo U inundó el corazón. *

Mientras tanto, Heidi hab í a lle - > rP


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gado al sitio donde estaban las l lo- \ •

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res . Sonrió satisfecha , pires toda la
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colina estaba cubierta con floreci
llas doradas. Unos cuantos minutos
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más tar de regresó.
—— Verdaderamente debes venir
grit ó entusiasmada, antes de Ile-
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gal hasta donde estaba Klara Yo — . vi

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Toma a Klara por el brazo or

denó Heidi ; ahora, Klara, pasa tu
brazo alrededor de uti cuello . . .
— - empujarte en una silla , porque ya
estarás sana.
No quedaba muy lejos el sitio
así. Tomarás el brazo de Pedro para donde crec í an la ?, llores. \ lh Klara
apoyarte, sin soltarlo por ning ú n se sent ó en él Mielo seco y Heidi se
motivo, y entonces podremos ca - sentó a su lado.
minar. Apoya bien tus pies en el A la hora de comer el abuelo ,

suelo. subi ó por el Aim en busca de las


Klara obedeció, dio un paso fir- ninas lleidi corrió a su encuentro
, .
me hacia adelante y luego otro, Con trabajo pod í a pronunciar las
pero se lastim ó. Entonces levantó
tie nuevo un pie y lo bajó con m ás
cuidado.
Lo hizo de nuevo, otra vez m ás. m

¡ Puedo caminar! ¡Si puedo, sí
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puedo! gritó entusiasmada .
A cada paso tuvo m ás coid lanza, . x I

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y lleidi estaba fuera de si de satis - 7 V,


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Ahora podremos venir al pasti -
zal todos los ilias > podremos ir a
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donde nos plazca en la monta ñ a , y
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tu vida; nunca m ás tendrá n que
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palabras para decirle lo que había


sucedido, pero el abuelo compren
dió y su rostro se ilumin ó, satisfe
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No debemos dejar que te can
ses dijo m á s tarde, y tomando a
Klara en brazos, inició el descenso
-
cho. a la caba ñ a .
—— Pues bien , ya tuviste éxito
dijo, cuando llegaron hasta Kla -
*
Había sido un gran d ía . ¡Klara
podr ía caminar! Nunca má s usaría

ra . Ahora ya has logrado un gran
triunfo.
la Silla de ruedas. Iniciaba una nue
va y prometedora vida.
-
Entonces, la levant ó del suelo. El abuelo derramó l á grimas de
Rodeó su cintura con el brazo iz- felicidad y dio un beso en lu mejilla
quierdo y el derecho le sirvió de de Klara.
apoyo para su mano. Klara caminó Klara no sabía si reír o llorar. Era
todavía con m á s seguridad que an
tes. Mientras tanto, Heidi danzaba
- rnuv• feliz, muv feliz . •
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en torno de ellos, y el abuelo pare-


cí a que hubiese recibido una gran
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Sorpresas
Los días que siguieron fueron los y finalmente, el mozo con las fra -
má s felices que Klara había pasado zadas.
en el Aim. Todas las mañanas, al Se aproximaron cada vez más .
despertar, recordaba estas palabras Nadie se adelantó a recibir a los
mágicas: ‘Estoy bien. Estoy bien . invitados . Luego llegaron a la cima
Ya no necesito estar sentada en y la abuela mir ó a las niñas desde
una silla de ruedas; puedo caminar su caballo.
como todo el mundo.” — ¿Qué seo. Klarehen? ¿No es-
Luego terminó la semana, y ama- t á s en tu sillar ¿ Es posible eso? — ex-
1

neció por fin el dí a en que iba a clamó. desmontando ápidamente, r


llegar la abuela . Pero antes de ( pie hubiese llega -
En cuanto Heidi puso la cabaña do a la banca junt ó las manos,
en orden, ella y Klara se senta - llena de gozo.
ron en la banca a esperarla, y el —
¿Eres t ú Klarehen o es otra .
abuelo las acompañó. Pero a cada niña ? Tus mejillas est án redondas y
momento lleidi tení a ( pie ponerse sonrosadas como las de una man
. .
-
en pie para ver si vislumbraba a la zana I lijita, ya no te reconozco
abuela. Por fin, vio lo que espera - 1 .a abuela iba ya a correr hasta
ba. Primero vení a el guia, luego el donde se encontraba Klara cuando
caballo en que montaba la abuela, Heidi se acercó a su amiguita, que

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puro de Dios nuestro Señor in
terrumpió el Tío, sin dejar de son-
reír.
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—— Y a la buena leche de Schwanli


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P añadió Klara , Abuela deber ía
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usted ver cómo bebo la icche de
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; ¡ aL cabra y qué buena es.
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v r- ^ -g lJor fin se sentaron tranquila
mente en torno de la mesa, afue
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ra de la cabana , y la abuela pidió
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- que le contasen desde un principio


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có mo bah ía sucedido todo. Tarda
ron mucho en terminar la historia,
-
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pues a cada momento interrumpía
la abuela para hacer exclamaciones
' y expresar sn agradecimiento. Kla
ra y Heidi se sent ían dichosas de
-
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levant ó y se apoyó en su hombro
que su sorpresa hubiese tenido tan
to éxito.
-
Las ni ñ as tranquilamente se ale-
jaron unos pasos ante el gozoso ,
Otra sorpresa se preparaba mien
tras tanto para todos ellos. Sin decir
-
asombro tie la abuela, que hab ía una palabra a su madre, Herr Se-
quedado como paralizada. Las ni
ñ as regresaron sonriendo. Entonces
-
sí corri ó la abuela hacia ellas. Abra
zó primero a Klara , luego a Heidi,
- .

luego a Klara de nuevo, riendo s m ••


l£ % a

llorando de emoción.
De pronto, se fijó en el abuelo, • i
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que las miraba desde la puerta tic


s
la caba ña. Se dirigió hacia é l y tom ó .
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sus manos. r
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¡Mi querido Tío!¡Mi querid í si-
mo Tío! ¡'t enemos tanto que agra -
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decerle! Esto es obra de usted. Sr A / 7
debe a sus cuidados y a sus aleji-
ñ
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ciones.
Además se debe al sol y al aire .

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^ to ble? ¿ Eres t ú realmente, Klarchen ?
Luego se acercó la abuela , pues
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’h no pod í a esperar más tiempo sin
ver la expresión de su hijo.
semann había tomado el tren de
Ragatz.
— La sorpresa que t ú nos has
dado fue muy hermosa le dijo ; — —
Llegó unas horas después que su pero la nuestra fue in ás hermosa
inadre había partido, y al saber que a ú n , ¿ Tí O es asi ? Ahora , querido, ven
ese mismo du» se había dirigido a conmigo a ver a nuestro benefactor,
la montaña , fue hasta Dorfli en co - el Tío del Aim .
che y siguió el resto del camino a
pie.

Ciertamente, y a nuestra pe
queñ a Heidi ; debo saludarla tam
--
Cuando se acercaba a la cima,
Herr Sesemann se divert ía pensan -

bié n dijo Herr Sesemann, d ándole
la mano a Heidi.
do en la sorpresa de su hija , cuando
vio algo que le hizo contener el
—— —
Me da mucho gusto verte, hiji-
ta dijo , me da verdaderamente
aliento. Dos personas se acercaban mucho gusto.
a él desde la caba ña: una ni ñ a alta
de rubios cabellos y mejillas sonro -
sadas que se apoyaba en la peque-
ñ a Heidi, cuyos ojos negros brilla -
ban de gusto. Herr Sesemann se r
detuvo. Las l á grimas le saltaron a
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los ojos . m
—— -es?
Papá , ¿ ya no me reconoces
le pregunt ó Klara . ¿ He cambia — -
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do tanto?

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Sí, has cambiado. ¿Será posi- AJI <

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L<? Despedida
M ás tarde, cuando el grupo que ampliamente. Se lo agradezco mu
se reun ía frente a la caba ñ a del cho, pero no hay nada que necesite.
-
Aim terminó su alegre comida y Mientras viva , tendré lo necesario
conversaba animadamente, ílerr para la niñ a y para mí. Pero sí hay
Sesemann se dirigió al Tío del Aim, algo que debo pedirle . . .
que estaba al lado de la abuela

Querido amigo, debo decirle
algunas palabras. Usted curó a mi
. ——
D í galo, mi querido amigo.
Yo va soy viejo; cuando me
vaya de este mundo, no podré de-
bija le devolx ¡ó la salud , y a m í me jarle nada a la ni ñ a , y no tiene m ás
dio nueva vida también. Dí game, iamilia que aquella t ía suya que
se lo ruego ¿cómo podré mostrarle sólo busca su propio provecho. Si
mi gratitud? Nunca podré pagarle Ilerr Sesemann desea, puede pro-
lo que lia hecho por nosotros, meterme que Heidi nunca tendrá
pero lo que esté en mi poder lo
pongo todo a su disposició n . D í ga -
que vivir entre extra ños para ga
narse el pan . . .
-
me . amigo m ío, ¿qué puedo hacer
por usted ? —
Mi querido amigo, no es nece

sario decir eso interrumpió Herr
-
El Tío escuchó con una sonrisa
bondadosa al agradecido padre Sa
cudi ó la cabeza.
. - —
Sesemann ; la ni ñ a es parte de
nuestra familia. Preg ú nteles a mi


Her í Sesemann , créame que
mi laboi ha sido ya recompensada
madre o a mi bija si no es así. Heicli
nunca tendrá que buscar la ayuda
.
de extra ños Pero si eso lo tranqui -
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ii /.i, le doy mi palabra de ho-


nor . . . La ni ñ a no puede vivir en
abuela bondadosa
ría tener ?
— ; ¿qué te gusta -
ciudades, ya lo liemos visto prosi

gui ó . Pero liene buenos amigos
— -. —
Quisiera tener mi cama de
Francfort , con las tres almohadas
Conozco uno que vive en Franc - y la gruesa colcha ; porque as í la
abuela de Pedro no dormir í a con
fort. ES mi amigo el doctor, que
vendrá este otoñ o y, por consejo los pies m á s altos que la cabeza,
de usted , se instalará en esta región, tanto que casi no puede respirar, y
pues encontró m á s grata la compa - estar í a caliente gracias a la colcha,
ñí a de usted y de la niñ a que la de sin verse obligada a ir a la cama
cualquier otra persona . Asi que ya envuelta en un chal .
ve usted : Heidi tendrá dos protec - Heidi dijo todo esto muy aprisa,
porque deseaba obtener lo que tan-
tores cerca de ella , adem ás del que,
con la avuda de Dios, vivirá mu - to anhelaba.
•*

chos a ñ os todav ía.


4


Pues bien , querida Heidi res-
— —
— Ojal á sea as í a ñadió la abuela
.
con fervor De pronto rodeó el cue-
— pondi ó la abuela , mandaremos
inmediatamente un telegrama a
Francfort. Fráulein Rottenmeier
llo de Heidi con sus manos y la

abrazó . Tambi é n a ti , querida
Heidi , debernos hacerte una pre-
empacar á la cama hoy misino y en
dos d í as estará aqu í. Si Dios quie-
gunta . Vamos, dime, si se te ha de re, la abuela dormir á bien en ella.
cumplir un deseo ¿cuá l te gustar í a Poco tiempo despu és , la abuela
que fuese ? dijo adi ós al Aim y , subiendo a su
—— Pues s í tengo un deseo . .
Bueno, dinos qu é es dijo la —
. caballo, bajó por la monta ña , acom -
pa ñ ada de su hijo. Herr Sesemann
\

iba a regresar a la ma ñ ana siguien


te con el caballo para ¡vlara pues
- será tan hernioso como siempre.
Entonces podr ás caminar sin fati -
ella ya no necesitaba una silla de garte, podremos ir al pastizal con
ruedas. las cabras todos los d í as, cortaremos
Cuando llegó la hora de partir, flores, y estaremos muy conten í as .
Klara estaba muy triste . No quería Klara enjugó sus lá grimas.
separarse d ¡ I idi ni del T ío del
>

Dejaré un saludo para Pedro y
para cada una de las cabras, espe-
,

cialmente para Schwanli ¡Có mo


me gustar í a dejar un regalo pura
.
Schwanli! ¡ Ella contribuyó tanto a
que yo sanara . . . !


m
y
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.
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Puedes hacer eso muv f á cil -

mente dijo Heidi . M á ndale un
poco de suI Va sabes con cu á nto —
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-
gusto come la sal de la mano del
f Áv abuelo.
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Esto , hizo sonre ír a Klara .
— —
Se la mandar é a Schwanli pro
metió ; le mandar é cien kilos de — -
Alin, y Heidi tuvo que decirle todas sal desde Francfort.
las cosas amables que se le ocurrie
ron .
- — —
Schwanli se pondrá contenta,
Klara replicó Heidi.
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— Pronto será verano de nuevo, y
entonces regresarás, Klara, y todo
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El Final de la Historia
La cama llegó, y la abuela de un buen corral para Schwanli y
Pedro duerme en ella lan bien que Barl ú
esta más saludable que antes. El T ío del Aim y el doctor son
La bondadosa abuela de Klara cada vez mejores amigos. Les inte
no olvidó el duro invierno en la resan las mismas cosas, pero cuando
monta ña. Hizo que llevasen un pasean por la casa viendo los ade-
gran bulto a casa de Pedro. Dentro lantos en las reparaciones piensan,
de at nel bulto había muchas í raza - principalmente , en Heidi ; porque
das de lana para que la abuela no para ambos ella es la alegría de su
pasara nunca más L í o , vejez .
Heidi cuenta los d ías, ansiosa, de
/ que pronto llegue el verano y la
í
/ peque ñ a Klara vuelva a la monta -
ñ a . Las dos ir á n a cortar llprecillas
doradas en la colina. -- V?

El doctor vive otra vez en la po- *» 5s L .^


0/
sada . No vivir á all í mucho tiempo, w ; ir
porque compró la casa en ruinas V

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donde vivía el Tío con Heidi du- A I


y
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rante el invierno y la está recons - Hl


truyendo. La parte de la casa en
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donde está la estufa será su habita I
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ción , del otro lado se acondicionará 1

la vivienda que ocupen en invier - hit]

no Heidi y el Tío. Y detrás se hará s ;

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V

LA AUTORA

Johanna Heusser Spyri nació el 12 de julio


de 1827, en Hirzel, Suiza. Como Ileidi, pronto
tuvo un diminutivo, pues su familia la llama-
ba Hanni. Durante su infancia vivió feliz con
dos hermanas y dos hermanos en una pe-
queña aldea suiza, de donde salió a los ca-
torce a ños para ir a un colegio en Zurich.
Allí conoció a una compa ñera cuya familia
vivía en los Alpes Suizos. Cuando fue a visi-
tarlos, admir ó la vida sencilla de los monta-
ñeses. Más tarde se casó con Bernhard Spyri
y cuando nació su primer hijo le contaba
cuentos que ella misma inventaba . Tales
cuentos gustaban tanto al ni ño, que Hanni
comenzó a escribir algunos y pronto fueron
publicados, con mucho éxito. Cuando mu-
rieron su esposo y su hijo, la se ñora Spyri
llevó a una sobrina a vivir con ella. Escribió
muchos cuentos además de Heidi, y hasta
su muerte, acaecida en 1901, dedicó su vida
a los jóvenes y a obras de caridad .

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Clasicos de Oro Ilustrados
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Cada uno de estos excelentes libros de la colección Clásicos de Oro Ilus-


trados, son publicados por la Organización Editorial Novaro, S.A., quien
tiene la concesión para editar estas obras en idioma castellana; constan de
96 pá ginas y está n tan pictóricamente ilustrados,que los vocablos descrip-
tivos utilizados en sus argumentos, se tornan brillantemente reales para los
jóvenes lectores. Artistas de superior categoría han contribuido a la elabo-
ración de m á s de 150 ilustraciones en colores para cada libro. Impresos
en una letra grande y legible y encuadernados en pasL de cartulina sufi-
cientemente gruesa para darles mayor resistencia , estos ingeniosos libros
llevan a los jóvenes lectores buena literatura a un costo excepcionalmente
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bajo. t
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Los niños gozará n particularmente de la lectura de estos libros, saborean
do al mismo tiempo sus ilustraciones a todo color. Sus argumentos son
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adaptaciones condensadas en las que se ha puesto un cuidado esmerado


para asegurar la continuidad del interés del lector en todos sus capí tulos,
reteniendo el estilo y el lenguaje de la escritura original.
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h PRIMEROS LIBROS
J. LA ISLA DEL TFSOLO 7. BELLEZA NEGRA
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2. BEN- HUR 8. MUJERCITAS
3. Los TRES MOSQUETEROS 9. HEIDI »
4. TOM SAWYER 10. EL CONDE DE MONTECRISTO
5. ROBIN HOOD 11 . Los PATINES DE PLATA
6. LA VUELTA AL MUNDO EN 80 12. SHERLOCK HOLMES ‘

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LIBROS PERMANENTES PARA SU , BIBLIOTECA

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ORGANIZACION , EDITORIAL N O V A R O, S A

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