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Airma Cabanellas lo siguiente: «[…] el informe de Ashley, referido a las condiciones laborales de mujeres
y niños en las minas de carbón, señalaba como puntos más importantes los siguientes: 1º las mujeres y los
niños trabajan en el fondo de los pozos y de 12 a 16 horas por día; 2º los niños bajan a los pozos desde
los 6 años, edad en que están encargados de abrir y cerrar las puertas de las galerías, 3º de los 12 a los 15
años manejan los caballos que arrastran las vagonetas de mineral; 4º de los 15 a los 18 años, juntamente
con las mujeres, arrastran los sacos de carbón a lo largo de las galerías; en Escocia se les obliga a subir esos
sacos a la supericie, por escaleras excavadas en la roca; 5º estas condiciones de trabajo producen efectos
de fatiga en la salud física y moral de hombres, mujeres y niños» (Cabanellas, 1987, p. 234).
Capítulo 1. La formación del Estado social 25
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Lepp indica que en ese mismo año en el norte de Francia, sobre 224 000 trabajadores, dos tercios
estaban inscritos en instituciones de beneicencia y que en 1828 los socorridos por la Asistencia Pública
de París llegaron a ser 160 000.
26 La cláusula de Estado social en la Constitución
Sobre los efectos de esta ley, comenta Ojeda Avilés lo siguiente: «Aunque Le Chapelier
pensaba en toda clase de asociaciones profesionales, de obreros o de empresarios, se
maniiesta una tolerancia de hecho hacia las uniones patronales a partir del Consula-
do, mientras se acentúa la represión de los grupos obreros» (p. 101). En efecto, para
hacer efectivas las prohibiciones contenidas en esta ley, el Código Penal francés, adop-
tado en 1810, en sus artículos 414 a 416, prohibió y condenó la coalición y la huelga
y, asimismo, la asociación profesional de más de veinte miembros que no funcionara
bajo la vigilancia del Estado.
Proceso similar se vivió en Gran Bretaña, país en el cual una ley de 1799, reforma-
da en 1800, (Combination Act), prohibió las coaliciones y asociaciones profesionales.
Este fenómeno se extendió, prácticamente, hacia toda Europa y los Estados Unidos,
como consecuencia de la mentalidad imperante que veía en la exigencia de las unio-
nes de trabajadores de reglamentar unilateralmente los salarios y obligar a los emplea-
dores a contratar la mano de obra conforme a tarifas preestablecidas, una violación del
principio de «libre contratación» y el retorno a las viejas prácticas corporativas (Ojeda
Avilés, 1995, p. 101).
En Prusia, una disposición legal de 1794 estableció prohibiciones en materia de
asociación para los oiciales artesanos al establecer que estos no podían constituir
«comunas ni sociedades privilegiadas», las cuales se aplicaron posteriormente a los
obreros fabriles. En 1845, el Reglamento Industrial General de Prusia prohibió la
asociación a los obreros de la industria y penalizó la huelga, con reclusión hasta por
un año (Däubler, 1994, p. 104).
Capítulo 1. La formación del Estado social 27
Durante esta etapa o fase «de prohibición» (Alonso García, 1981, p. 162; Ojeda
Avilés, 1995, p. 100), el movimiento sindical no dejó sin embargo de crecer y expan-
dirse. Como consecuencia de ello, la legislación represiva hubo de ser derogada, tal
como ocurrió en Francia en 1864 con las normas del código penal que sancionaban
la coalición y la huelga, aunque subsistieron las relativas a las asociaciones profesio-
nales. También en Inglaterra, las leyes represivas de 1799-1800 fueron abrogadas el
21 de junio de 1824, lo que contribuyó a la rápida expansión de las «sociedades de
resistencia a la baja de salarios», ya existentes en otros países y que se desarrollaron
fuertemente en Francia y Bélgica entre 1830 y 1848. Hacia 1843 ya se constituyen
en Inglaterra las Trade Unions, que defendían los intereses de sus ailiados ante los
patrones y negociaban con estos convenios colectivos (Lepp, 1968, p. 98)3.
Superada la fase de prohibición con la abolición de la legislación represiva, so-
brevendrá el progresivo reconocimiento de la licitud de la asociación profesional y la
huelga, e incluso, su regulación como derechos reconocidos por el Estado. La Trade
Union Act, de 1871, reconoció en Inglaterra las uniones obreras, contribuyendo a su
consolidación deinitiva y, en Francia, la Ley Waldeck-Rousseau, del 21 de marzo de
1884, reconoció, especíicamente, la legalidad de las asociaciones profesionales y ga-
rantizó su autonomía ante el Estado. Alemania abolió las prohibiciones a la asociación
en el Reglamento Industrial del Reich del 29 de mayo de 1869 (Hueck & Nipperdey,
1963, p. 272)4. Pero el derecho de asociación profesional recién fue reconocido en el
artículo 159º de la Constitución de Weimar (Däubler, 1994, p. 112)5.
En otros países que no regularon especíicamente la asociación profesional, los
sindicatos, no obstante, pudieron desarrollarse en condiciones de legalidad al amparo
de las normas que reconocieron de forma general el derecho de asociación, como es
el caso de la Constitución de Bélgica de 1831 —la primera constitución liberal en re-
conocer este derecho— (Gómez Montoro, 2004, p. 50), la ordenanza alemana del 21
de mayo de 1869 y la Constitución española de 1876, así como la ley de asociaciones
dictada en este mismo país en 1887.
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Lepp señala que estas «Son las primeras organizaciones poderosas y verdaderamente obreras de los
tiempos modernos. Porque aunque más tarde se hayan unido en una acción común con los movimientos
socialistas de otros países, su nacimiento se debió a la iniciativa obrera exclusivamente, sin participación
de doctrina socialista alguna».
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Däubler (1994) anota que, no obstante, continuaron subsistiendo un gran número de normas pro-
hibitivas y penales que diicultaron el accionar de las organizaciones de trabajadores, entre ellas la que
establecía la obligación de los trabajadores que declarasen la huelga de denunciar sus contratos de trabajo
como requisito para la validez legal de aquella, conigurando una libertad, pero no un derecho, de huelga
(p. 110).
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Hueck y Nipperdey (1963) apuntan que antes de esta Constitución —promulgada el 11 de agosto
de 1919, al producirse la caída del Imperio—, el Consejo de delegados del pueblo en su Declaración
del 12 de noviembre de 1918 adoptó una disposición con fuerza legislativa señalando que «El derecho
de asociación o de reunión no tiene límite alguno, incluso para los funcionarios y los trabajadores del
Estado» (p. 273).
28 La cláusula de Estado social en la Constitución
conforme al cual solo sufragaban los propietarios que iguraban en el «censo», que era
una especie de registro de los contribuyentes del impuesto sobre la tierra. Otra varia-
ble de esta forma de voto podría estar constituida por el nivel de renta de las personas.
El efecto reduccionista, en el cuerpo electoral, de esta restricción del sufragio, lo ilus-
tra un dato que aporta Hauriou conforme al cual en Francia en 1815 solo existían 90
000 electores y en 1846, 248 000 (Hauriou, 1971, p. 285)6.
Marginados económica, social y políticamente, los obreros unieron sus fuerzas,
en febrero de 1848, a la mediana y pequeña burguesía para exigir la universalidad del
sufragio, a favor de todos los varones mayores de edad, sin importar la condición de
propietario, rentista o cualquier otra relacionada al poder económico de la persona.
La revolución francesa de febrero de 1848 tuvo un contenido social, no separable
de su contenido político, pues la conquista del sufragio universal se concebía como
una forma de acceder y participar en el proceso político para corregir y eliminar la si-
tuación de injusticia social que entonces prevalecía. Los objetivos de este movimiento
revolucionario no ocultaron su carácter de reivindicación social, a tal punto que su
aspiración especíica fue la de establecer una «república social y democrática»7. En el
programa de esta revolución lo democrático y lo social no fueron términos que pu-
dieran disociarse fácilmente, pues el objetivo democrático, expresado en la exigencia
del sufragio universal, constituía una condición esencial para la transformación del
estado monárquico-liberal en una república social. De allí que se considere que esta
revolución es el verdadero inicio del socialismo democrático8.
Si bien la revolución de 1848 fracasó en su objetivo de instaurar una «república
social» debido a la contrarrevolución de junio del mismo año, que permitió a las clases
dominantes recuperar el poder, sin embargo conquistó el derecho al sufragio universal
y la instauración del régimen republicano.
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Señala este autor que para ser elector se exigía pagar 300 francos-oro de impuestos y mil para ser elegible.
En 1846, la cifra se había reducido a 200 francos para ser elector y a 500 para ser elegible.
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Reiriéndose a los objetivos de esta revolución, Rubio Lara señala lo siguiente: «Así, el programa apuntaba
a una nueva concepción del Estado que difería del modelo liberal. Junto al concepto de libertad, aparece
el de igualdad, sin el cual no es factible el primero. Se apela al Estado para que inicie las reformas y para
que intervenga en la vida socio-económica organizando el trabajo, garantizando el derecho al mismo y
proporcionando protección a los que no pueden trabajar. Además, y ello posee una gran importancia,
esta transformación del Estado pensaba conseguirse a través de la intensiicación de la democracia. La
concepción social y democrática del Estado aparecen intrínsecamente unidas; de hecho, la República que
se proclamó fue la “República social y democrática”» (Rubio Lara, 1991, p. 57).
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Para Rubio Lara «[…] la Revolución de 1848 en Francia supuso la formulación y el intento de llevar
a la práctica una serie de reformas que no llegaron a consolidarse hasta muchos años después y que abri-
rían el camino al concepto del Estado social. Por otra parte, si se considera el procedimiento a través del
cual se trataba de introducir estas reformas, este se aleja de lo que posteriormente se consolidaría como
socialismo revolucionario. La República que se proclama como social y democrática aspira a armonizar
la democracia con una dimensión social, de ahí que la Revolución de 1848 haya sido interpretada como
el nacimiento del socialismo democrático» (1991, p. 63).
30 La cláusula de Estado social en la Constitución
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Duverger contrapone los «partidos de masas» a los «partidos de cuadros», los cuales tratan «[…] de
reunir notables, para preparar las elecciones, conducirlos y mantener el contacto con los candidatos.
Notables inluyentes, en primer lugar, cuyo nombre, prestigio o brillo servirán de iador al candidato y
le cosecharán votos; […]. Aquí, la cualidad que importa sobre todo: gran prestigio, habilidad técnica,
importancia de la fortuna. Lo que los partidos de masas obtienen por el número, los partidos de cuadros
lo obtienen por la selección» (1957, p. 94).
Capítulo 1. La formación del Estado social 31
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Al respecto, Hernández Bravo (1997) airma «Esta Ley es un ejemplo evidente de la posición absoluta-
mente contraria a los partidos políticos de todo el primer liberalismo político. Muestra una inconfundible
raíz rousseauniana y es muy representativa de una importante corriente de pensamiento que incluye, entre
otros, a Montesquieu, Madison, Hamilton y Hume […]» (p. 17).
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Este partido, fundado en 1900 sobre la base de las Trade Unions, y que adopta su denominación actual
en 1906, llega al poder por primera vez en 1929, aunque cuando no obtuvo la mayoría absoluta en la
Cámara de los Comunes debió formar un gobierno de coalición.
32 La cláusula de Estado social en la Constitución
Francia reguló el trabajo de los niños en 1841, tras conocerse el informe Villermé,
y prohibió el trabajo de los niños menores de ocho años, estableció la jornada de ocho
horas para los de ocho a doce, pero admitió, sin embargo, una jornada máxima de
doce horas para los mayores de dieciséis años. En 1848, la ley del 9 de septiembre
ijó la jornada de doce horas en las manufacturas y fábricas y en 1868 derogó el artí-
culo 1781 del Código Civil, conforme al cual no podía dudarse de la airmación del
patrono de haber pagado los salarios. En 1906, Francia creó el Ministerio de Trabajo
y entre 1910 y 1927 aprobó, sucesivamente, cuatros libros del Código del Trabajo
(Cabanellas, 1987, pp. 149-150)12. De esta manera, al lado del Código Civil de 1804
—paradigma de la codiicación del derecho civil—, en Francia surgió, algo más de
un siglo después, el Código del Trabajo, como expresión de los profundos cambios
sociales producidos en ese período.
El fenómeno de la codiicación del derecho laboral, así como la expansión de este,
va a tener lugar no solo en Europa sino en otros continentes —entre ellos en Amé-
rica— después de la primera guerra, bajo el impulso que provendrá del Tratado de
Versalles y de la creación de la Organización Internacional del Trabajo.
Es preciso destacar que el hecho de que el Estado dictara una legislación sobre el
trabajo para corregir las injusticias y proteger al trabajador, signiicó la intervención
de aquel en el «mercado de trabajo» con la inalidad de regularlo, trasgrediendo, por
decirlo así, uno de los dogmas del Estado Liberal, según el cual al Estado le estaba
vedada toda forma de intervención en la economía, sujeta únicamente a la ley de la
oferta y la demanda. Esta intervención se tradujo en la drástica limitación de la liber-
tad de contratación en materia laboral, en particular respecto de la capacidad de los
contratantes para establecer libremente el contenido del contrato.
A tal punto la legislación laboral y, desde luego, las normas que nacen de la au-
tonomía colectiva, han limitado esa capacidad, que se ha llegado a sostener que el
contrato de trabajo es un «contrato normado»13.
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Respecto a la aprobación del Código de Trabajo, Cabanellas señala que el Libro I se aprobó el 28 de
diciembre de 1910, siendo relativo al contrato de trabajo y salarios; el Libro II, referido a la reglamentación
del trabajo, fue promulgado el 26 de noviembre de 1912; el Libro III reguló los sindicatos y cooperativas
y fue promulgado el 25 de febrero de 1924; inalmente, el 21 de junio de 1927 se sancionó el Libro IV,
que se reiere a la jurisdicción del trabajo (1987, p. 151).
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Al respecto, se airma que «[…] el contrato se inserta hoy en un cuadro regulado extensa e intensamente
por la normativa laboral de origen estatal y de origen convencional. Tales normas —muchas de ellas de
carácter imperativo— se reieren prácticamente a todos los aspectos de la relación de trabajo (contenido
de la prestación del trabajador, tiempos de trabajo, retribuciones, descansos, condiciones de seguridad
e higiene, vicisitudes de la relación a través del tiempo, suspensiones, causas de extinción de la relación,
etcétera), de tal forma que celebrado el contrato mediante el acuerdo entre las partes, automáticamente
le resultan aplicables aquellas normas, sin que los contratantes tengan que hacer ninguna declaración
expresa en tal sentido; es más, sin que en buena parte de aquel conjunto normativo puedan impedirlo. De
ahí la denominación del trabajo como «contrato normado», género del que existen otros supuestos en el
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ámbito de la contratación privada, aunque quizás sea el de trabajo una de las expresiones más acabadas,
si no la que más» (Valverde, Rodríguez Sañudo & García Murcia, 2003, p. 474).
Capítulo 1. La formación del Estado social 35
c) El constitucionalismo social
Un paso decisivo en la coniguración del Estado social es el que representó el adve-
nimiento de lo que se ha dado en llamar el «constitucionalismo social». Con esta
denominación se designa al fenómeno jurídico-constitucional por el cual las consti-
tuciones de los estados incorporan en la enumeración de los derechos fundamentales
un nuevo grupo de derechos de contenido social, de los que resultan titulares los
miembros de determinados sectores sociales hasta entonces postergados.
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En 1874 los dos sectores en que entonces se dividía el socialismo alemán totalizaron 340 mil votos en las
elecciones al Reichstag y obtuvieron nueve escaños; en 1877, ya uniicados en un solo partido, superaron
el medio millón de votos y conquistaron doce escaños. Ya bajo las leyes «antisocialistas» que restringieron
su actividad, continuaron creciendo y en 1884 obtuvieron 549 mil votos y en 1887 alcanzaron 763 mil.
En 1890 superaron el millón de votos y se convirtieron en el partido más numeroso de Alemania, lo que
obligó al régimen a abandonar las leyes antisocialistas (cfr. Mackenzie, 1973, pp. 111-114).
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Por ello mismo, sostiene Ritter que «Las investigaciones de las últimas décadas en concreto ha desta-
cado el papel de las élites políticas nacionales y han interpretado la introducción de los seguros sociales
en Alemania, pero también en otros países antes de 1914, básicamente en el sentido de una «política
defensiva de integración y estabilización» […] para la paciicación de los obreros y la conservación del
orden político, económico y social existente» (Ritter, 1991, pp. 86-87).
36 La cláusula de Estado social en la Constitución
y el campesino lleven una vida digna. La idea es asegurar esos mínimos jurídicos
para que basados en ellos, estos grupos sociales logren nuevas y abundantes con-
quistas. La esencia de los derechos sociales son las necesidades apremiantes de estos
grandes núcleos de la sociedad (1986, p. 161).
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Señala Villarán que el Consejo Económico del Reich existió desde 1920 y estuvo conformado por
326 miembros, integrantes de diez grupos profesionales. Considera que en sus diez primeros años de
vida su labor fue activa y provechosa, estudiando medidas económicas y sociales antes de ser sometidas
al Reichstag (Parlamento), presentando iniciativas a este y asesorando a los poderes públicos en materia
monetaria, laboral y sobre tarifas. El 23 de marzo de 1934, bajo la dictadura hitleriana, fue suprimido
(Villarán, 1936, pp. 54-55).
Capítulo 1. La formación del Estado social 39
vida económica, en abierta oposición al credo liberal que repugnaba toda forma de
intervención del Estado en la vida económico-social17.
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El origen de esta expresión se encuentra en Alemania, donde según el autor español Lojendio e Irure,
fue el Dr. Beckerath quien la usó por primera vez, en el homenaje a Werner Sombart, señalando que
la Constitución económica era «la ordenación de la propiedad, del contrato y del trabajo, de la forma
y extensión de la intervención del Estado, así como la organización y la técnica de la producción y la
distribución» (Boyer Merino, 1994, p. 75).
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Respecto a la trascendencia de esta constitución, Díaz Revorio airma que «Ciertamente, algunos de
estos principios no eran novedosos en el constitucionalismo mundial, pues textos anteriores recogen los
principios del Estado social (México 1917, Alemania 1919) o la jurisdicción constitucional concentrada
(Austria y Checoslovaquia en 1920). Pero el texto de la Segunda República Española desarrolla estos
elementos, constituyendo el engarce necesario entre el constitucionalismo de entreguerras y los nuevos
textos que se aprobarían recién acabada la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, su inluencia en la
Constitución italiana es notable en algunos aspectos» (Díaz Revorio, 2004, p. 191).
40 La cláusula de Estado social en la Constitución
y con ello se dio inicio a la vida de esta importante institución internacional, la cual
en su ya dilatada existencia ha producido una importante cantidad de normas in-
ternacionales que han contribuido, de modo decisivo, al desarrollo de la legislación
laboral de los Estados que la integran así como a la investigación y estudio de la pro-
blemática laboral del mundo.
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El objetivo de este proyecto «[…] fue la creación de una infraestructura que sirviese a la economía
privada. Su labor se centró en el planteamiento y inanciación de programas. De esta forma, se nos revela
que la intervención del Estado a través de la planiicación, lejos de suponer la aniquilación de la iniciativa
privada, se instrumentalizó como un medio de apoyarla y cubrir sus lagunas» (Rubio Lara, 1991, p. 116).
42 La cláusula de Estado social en la Constitución
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Sobre los efectos de este cambio de criterio, Rubio Lara airma: «De esta forma, el texto constitucional
de 1787, que había servido de soporte al Estado liberal, se adaptó, salvando los avatares por los que le hizo
pasar el Tribunal entre 1935 y 1936, a la nueva coniguración del Estado. Y ello se produce sin alterar la
norma escrita. Lo que no excluye que el cambio en la Constitución se produjese por mutación. De hecho
parte de la doctrina mantiene que el New Deal supuso una importante reforma constitucional, que afectó
particularmente a la organización territorial del Estado. La intervención del Estado en la vida económica
y social redundó en el aumento de los poderes de la Federación, en detrimento de los Estados miembros»
(1991, p. 138).
Capítulo 1. La formación del Estado social 43
Board, con la facultad de resolver los conlictos laborales y controlar las prácticas
laborales injustas.
Evaluando el signiicado histórico del New Deal, Rubio Lara considera que esta
política
[…] supuso una transformación en el orden establecido en la medida en que el
orden liberal trató de adaptarse a las nuevas circunstancias. Desde el respeto a la
libertad de la iniciativa privada como uno de los principios básicos del sistema
económico, se pretendió establecer un nuevo equilibrio entre esta y la intervención
del Estado (1991, p. 125).
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Agrega este autor: «Así, frente a la idea de que “la oferta crea su propia demanda”, Keynes plantea que
es la demanda la que “tira” de la producción, y por lo tanto, en presencia de trabajadores desempleados y
fábricas trabajando por debajo de su capacidad, su propuesta es generar aumentos en la demanda efectiva
que incentiven el aumento de la producción y empleo […]» (Muñoz de Bustillo, 2000a, p. 37).
Capítulo 1. La formación del Estado social 45
como «economía social de mercado» por uno de los integrantes de esa escuela, Müller
Armack. Este airma:
Si pensamos en una economía social de mercado, es decir en una economía que
discurra según las reglas de la economía de mercado, pero provistas de complemen-
tos y seguridades sociales, lo hacemos con la convicción de que ningún otro orden
social puede aunar el mismo grado de productividad material y progreso técnico
con la posibilidad de libertad personal y medidas sociales» […] «Se trata de dar
actualmente a la economía de mercado una nueva coniguración, en la que no se
falsiique su principio, pero en la que se le señale, en atención a la actual preocupa-
ción social, un nuevo camino» (Rubio Lara, 1991, pp. 226-227).
Para esta escuela los límites son claros, pues la política social y la intervención del
Estado No pueden llegar a tal punto que impidan o restrinjan la libertad del mercado:
[…] pues se admite la desviación político-social de los ingresos siempre y cuando
no afecte a los estímulos del mercado. Erhard, al igual que Armack, admite que
la política económica debe completarse con medidas político-sociales, pero, «La
política social no debe perjudicar indirectamente a la productividad económica
nacional ni oponerse a los principios básicos del orden económico del mercado li-
bre». En este sentido, puede considerarse que la economía social de mercado es «un
medio de adaptar el liberalismo a las circunstancias (Rubio Lara, 1991, p. 227).
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En ese sentido, como lo anota Rubio Lara, el Plan Beveridge pretendía que la seguridad social «[…]
abarcase a todos los ciudadanos y no solo a quienes trabajasen en una empresa, si bien estos seguros no
se aplicarían en la misma forma para todas las personas» (Rubio Lara, 1991, p. 242).