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Blanchot es un pensador que corre como una fuente subterránea y silenciosa que atraviesa
el pensamiento contemporáneo. Continuamente, al enfrentarnos a ciertas problemáticas
planteadas por autores del siglo XX y XXI, sentimos la presencia de Blanchot. Y su
presencia opera con esa característica del pensamiento que respeta la alteridad: dejando
pasar al otro. En una época de narcisismos exacerbados, de atribuciones de originalidades,
de conteos de lo propio, de exhibición desenfadada de la mercancía intelectual en el mundo
de la pequeñez académica, el pensar blanchotiano patentiza que el pensamiento no se
genera desde la vociferación de lo propio (la propia autoría, la propia firma), sino en otra
instancia, más silenciosa, que permite seguir pensando la cuestión del otro, de todos los
otros, humanos y no humanos. En una época que sigue valorando la autoposición del ipse
que se cree dueño y soberano, ipse que lucha por ser reconocido por sus supuestas virtudes
como pensador, hacedor, escritor, crítico, propietario, el gesto blanchotiano resulta siempre
intempestivo, extemporáneo: es el gesto del dejar ir, que es al mismo tiempo un “librarse”
de la carga pesada de creerse superior al resto de todo lo que es. Ese gesto es el
pensamiento de Blanchot, un pensamiento conformado por tonalidades anímicas más que
por premisas, por pequeñas instancias (interrumpidas) más que por grandes verdades. Ese
gesto es, también, una opción política. Me referiré a la cuestión de una poética política
desde esas gestualidades blanchotianas, poética política que es, al mismo tiempo, política
poética que permite pensar la cuestión del otro.
En el capítulo “De los poetas” de la segunda parte de Así habló Zarathustra Nietzsche
realiza una parodia del coro místico del final del Fausto de Goethe (1980, Za, KSA 4, pp.
163-166 ). En efecto, allí el coro señala: “Todo lo perecedero no es más que un símbolo.
Aquí lo Inaccesible se convierte en hecho, aquí se realiza lo Inefable. Lo Eterno-femenino
nos atrae a lo alto” (Goethe 1994, p. 432).
Frente a esto, Zarathustra señala que, desde que conoce el cuerpo, todo lo imperecedero no
es más que un símbolo. Ante la denuncia de la fugacidad que realiza el coro místico, que
sólo puede considerar lo que acontece como manifestación de “otra” verdad, Zarathustra
insiste en que no hay ninguna verdad última. Por eso señala que “los poetas mienten
demasiado”, porque creen que auscultan a la naturaleza y expresan su voz verdadera. Por
ello para Zarathustra el cielo está habitado por maniquíes de colores, que han colocado los
poetas, y el accionar de éstos consiste en ensuciar las aguas para que parezcan profundas, y
en exhibirse como pavos reales para recibir aplausos. El poeta quiere, ante todo, público
que lo aplauda, para satisfacer la vanidad de creer que expresa, en su voz, la voz de lo
Imperecedero.
Esta idea de la poesía que critica Zarathustra es, en parte, el paradigma del poeta romántico,
que considera que accede a la verdad del ser. Por ello Zarathustra dice que lo que puede ser
símbolo es lo imperecedero, no lo perecedero como señala el coro místico, coro que apunta
a la necesidad de alcanzar lo que está más alto (lo eterno femenino). Esa es también la sed
que ataca a Fausto, sed por querer conocer (y entonces, apropiarse) del fondo último de
todo lo que es, que es un modo, asimismo, de considerarse superior al resto de los mortales.
Frente a esta idea del poeta auscultador y apropiador del ser, la poesía en Blanchot es un
juego insensato que, según mi parecer, es paralelo al gesto ético de “dejar ir” al otro. Señalé
antes la posibilidad de leer en Blanchot una poética política que es, a la vez, una política
poética. Esta posibilidad intentaré mostrarla desde un doble dictum: el “Noli me legere” y
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el “Noli me tangere”, que podrían ser considerados los “imperativos éticos” tanto de la
escritura como de la ética y la política. Relacionaré este doble dictum con un doble gesto
insensato: el de escribir (con su prohibición “Noli me legere”) y del dejar ir al otro (con su
advertencia “Noli me tangere”).
En Après Coup (2011), el postfacio que escribiera para Le ressassemet éternel, renegando
de la idea de escribir prefacios, (“Querido, un verdadero libro no requiere presentación,
procede por flechazo, como la mujer con el amante, y sin la ayuda de un tercero, ese
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marido…”) (p. 85), y recordando a Mallármé, Blanchot indica su “Noli me legere”. Y
recuerda también que esa prohibición implica que antes de la obra no hay autor, y después,
tampoco, ya que el texto subsiste en la retirada del ser a su supuesto autor. Como en
Nietzsche, la producción produce al productor, pero en el mismo acto de esa producción, la
obra da cuenta de la disolución o de la muerte de su presunto autor. Es en la desaparición
del autor, en su rehusamiento al existir, que el texto subsiste, haciendo de la existencia del
autor una cuestión del orden dubitativo: “del todavía no al ya no” (Blanchot, 2011, p. 86).
El escritor “es” en esa interrupción y en ese tiempo suspendido. Y “lo escrito, siempre
impersonal, altera, desaloja, abole al escritor en cuanto tal” (Ibidem, p. 88). Mientras que la
idea tradicional de autor supone un enriquecimiento (el autor “vale más” en la medida de
sus obras y de su producción), esta noción de desaparición coloca a la obra en el lugar del
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agente destructivo, casi del inductor al suicidio.
Blanchot se pregunta por el valor, entonces de ese “Noli me legere”: ¿es del orden de lo
estético, de lo ético, de lo ontológico? “Es una llamada cortés” (Ibidem, p. 89), señala. Un
llamada, no una prohibición, entonces. Como Eurídice, la obra solicita de modo humilde
que no exista el gesto de darse vuelta para verla, para leerla. Como Eurídice también, sabe
que este gesto signa su desaparición. La poesía, entonces, es imposible, nos acompaña
como fantasma, no puede ser capturada, nace negándose, no tiene nada para decir, es del
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Que no nos asuste la expresión “imperativo ético”: despojados de las totalidades, podemos plantear la
ficción (en el sentido nietzscheano) de una “forma de vida” preferible. Una vez muerto Dios, que no nos
asusten las palabras: es necesario abandonar ese fetichismo del lenguaje que nos sigue atando a la gramática
divina.
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Para un detalle de los textos de Blanchot dedicados a Mallarmé, véase Hewson (2011, pp. 37- 65).
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Idem: “es hasta tal punto destructiva que compromete al operador en el equivalente de un suicidio”.
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Quisiera vincular ese juego insensato de la escritura con la insensata delicadeza que deja ir
al otro (modo en que Daniel Dobbels caracteriza el vínculo con el otro en Thomas el
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Oscuro, en el film de Hugo Santiago) , y pensar un doble dictum de la poética política, el
de los sintagmas (¿imperativos?) Noli me legere/Noli me tangere.
Jean-Luc Nancy ha escrito un bello texto sobre la cuestión del “no tocar”: Noli me tangere
(2006). La expresión que Jesús dirige a María Magdalena frente a su tumba al resucitar, es
la traducción latina del griego “Mè mou haptou”: haptou, del verbo haptein, significa no
sólo tocar sino también retener, detener. El “no me toques” es entonces un pedido de no
retención, de no apropiación, de permiso para la partida: “dejar ir” al otro. Como señala
Nancy:
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Para este tema de la expresión de Daniel Dobbels remito a Cragnolini (2013) . Dobbels señala en “Maurice
Blanchot”, el film de Hugo Santiago, que la energía de la que trata Thomas el oscuro no es la que retiene al
otro, sino la que “deja ir”.
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No tienes nada, no puedes tener ni retener nada, y he aquí lo que necesitas amar y
saber. He aquí lo que corresponde a un saber de amor. Ama lo que se te escapa,
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ama a aquel que se va. Ama que se vaya (Ibidem, p. 73).
Jesús y María Magdalena, “los amantes místicos” para muchos intérpretes, “gozan del otro
separándose”. Lo que esta pareja de amantes patentiza es que la muerte permite
comprender el por qué lo que hay que compartir es la partida. Ese cuerpo glorioso de Jesús
en la resurrección se desvanece, para Nancy, hasta confundirse con el de un jardinero. La
revelación, entonces, patentiza que no hay nada que mostrar: ni epifanía ni teofanía. Solo
ese cuerpo que parte, que manifiesta con su gesto el pedido de la renuncia a la seguridad y a
la familiaridad, el pedido de la fidelidad a la partida. En Thomas el oscuro, ante la muerte
de Anne, Thomas señala cómo se produce el proceso de apropiación y familiarización del
muerto por parte de los más cercanos, e indica:
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No me detengo aquí en la cuestión de todos los puntos discutibles en torno al modo de entender la relación
vida-muerte-resurrección (esto último por la importancia de Lázaro, el “Lázaro veni foras”” que cita
Blanchot). Nancy (2006, pp. 135-153) ha trabajado esta problemática en relación a la interpretación
derridiana.
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contemporáneo que se puede considerar que hace Blanchot desde esta interpretación de
una “poética política” en su obra: el respeto del otro sin remisión mística, es decir, roto el
lazo de la trascendencia que le daba un sentido “más allá” de su singularidad. Sí, en
cambio, mística como mysterium termendus et fascinans: el secreto del otro, pero no por la
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hiperesencialidad que deriva en fundamentalismos, sino por el ser “otro”.
Con esto, se hace patente que la poética, la ética y la política no son en Blanchot ámbitos
separados: el dictum del “Noli me legere” se cruza con el del “Noli me tangere”. Porque la
poesía nace retrayéndose y evita la captura en su petición de no ser leída, en tanto el otro,
secreto, nos obliga a ese gesto del dejar ir, de la no retención y la no apropiación. Se trata,
entonces, del respeto al otro en tanto secreto, pero no secreto como voz de lo absoluto,
como la que pretenden captar los poetas que critica Zarathustra, sino en tanto secreto que
no tiene sentido, insignificante. Es lo que señala Thomas de su vínculo con Anne;
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Es la idea de Derrida cuando señala que el otro es secreto porque es otro.
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de la “comunidad de los amantes” (1983, pp. 51-93) llama el fracaso de toda unión. Porque
los amantes están unidos (separados) por “el aún no” y el “ya no”(ibidem, p. 71) Frente a la
visión romántica de los amantes que conforman una unidad indisoluble de dos partes desde
su amor, Blanchot (reconociendo el sesgo romántico de la expresión) señala que, en la
exposición de la común soledad, los dos amantes hacen evidente “la comunidad negativa, la
comunidad de los que no tienen comunidad” (1983, p. 83). En las noches que los amantes
pasan juntos, lo que se manifiesta es la inaccesibilidad y la fragilidad de la comunidad (que
son) (ibídem, p. 89).
De este modo, Jesús y María Magdalena, sin tocarse; Thomas y Anne, que plantean
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disminuir la distancia desde el alejamiento, y los amantes de Blanchot, tocándose pero sin
tocarse, patentizan la noción del amor como no posesión. En un caso, el de Jesús y María
Magdalena, los cuerpos sólo se rozan (y así lo han representado los diversos artistas que
“recrean” la escena neotestamentaria); en el otro, los cuerpos de los amantes se penetran
pero sin embargo, en ambos casos, lo que se evidencia es la inapropiabilidad del otro, y la
idea de la comunidad-que-somos, como comunidad negativa, no amparada en un rasgo
atributivo, sino, precisamente, en la falta de rasgos apropiables. Las tres parejas de amantes
comparten la partida, la muerte.
Desde esta idea de comunidad negativa podemos plantear la política poética del no-poder:
política en la línea de la imposible política derridiana, ya que la política, en el sentido
habitual del término, debe “poder” y “ejercer poder” sobre el otro. Y además, “empoderar”
y “empoderarse”. Esta “política poética” blanchotiana, lejos de todo empoderamiento de la
yoidad, es una política del dejar-ser y del poder despedir al otro (sin retenerlo, sin
apropiarlo).
Ginette Michaud (2006, pp. 10-11) señala que en Demeure-Maurice Blanchot, Derrida le
ofrece a Blanchot una hospitalidad que se puede calificar de poética, y que para ambos
autores la literatura es el lugar del secreto. El otro es secreto sin contenido a desvelar, por
eso, cripta, secreto que debe dejarse intacto. La hospitalidad es entonces siempre de
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Señala Anne: “La única posibilidad de yo tendría de disminuir la distancia que nos separa sería alejarme
infinitamente”, Blanchot (1950, p. 57).
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carácter poético, ya que el otro en tanto otro secreto es lo que debe ser preservado “sin
tocar”, como indiqué más arriba.
Muchas de las cuestiones que discutimos en este siglo XXI en torno a la problemática de la
alteridad, de la extranjeridad y otras, son tal vez una resonancia de aquellas conversaciones
entre dos jóvenes estudiantes (Lévinas y Blanchot) en la Universidad de Estrasburgo, esa
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amistad que Derrida destaca como “una bendición para ese tiempo” (1997, p. 20).
Si, como señala Cacciari (1992, p. 38), Ser y tiempo es una obra valiosa sobre todo en
aquello en que naufraga, es en esta obra y su naufragio en la problemática del ser para la
muerte, desde donde se arma ese diálogo entre dos pensadores que continúa en muchos
otros. El tema del ser para la muerte volvía, de algún modo, a darle “poder” al viejo sujeto
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en la apropiación de lo propio (la propia muerte, aún desde la más radical impropiedad).
Aquí “naufraga” el intento de pensar en el Dasein algo diferente de la subjetividad
moderna, y aquí nace esa nueva línea de pensadores que parten de la crítica a lo mismo, por
amor a lo otro.
En ese diálogo inconcluso e interminable, se forja un pensamiento que respeta al otro y lo
otro sin considerarlo transporte de una verdad esencial, sino en una visión más cruda de la
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inesencialidad que somos. Tal vez, lo difícil de aceptar, luego de siglos de una tradición
teológico-metafísica que busca un sentido “más allá”, es el por qué respetar a otro que es
simplemente otro, sin remisión a una entidad superior que le dé sentido y lo ubique en una
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Como señala Michaud (2006, p. 10) Derrida siempre subrayaba que “Un acto de hospitalidad no puede ser
sino poético”.
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Sobre la amistad entre ambos pensadores, véase Blanchot (1996, p. 35). Antich (2001, p. 130) señala los
puntos de encuentro y discusión entre ambos pensadores, a partir de ese intento de “salir del universo
heideggeriano”.
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Sobre este tema, véase Marion (1989), quien desarrolla las cuestiones problemáticas del ser para la muerte y
su “poder” y apropiación desde la resolución y la autenticidad. .
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Tabacco (2013) señala de qué manera la cuestión de lo neutro surge a partir de lo que Blanchot denomina
“el acontecimiento absoluto de la historia”, i. e., el Holocausto, que pone en crisis el concepto de autenticidad.
Blanchot plantea la cuestión de lo neutro desde esta doble vertiente: la obra más importante del siglo XX, Ser
y tiempo, se sostiene en una descripción del Dasein auténtico, realizada, por otra parte, por un autor que
apoyó el sistema político que puso en marcha esa máquina apocalíptica del exterminio en masa.
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REFERENCIAS
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Sobre el tema del nombre en Thomas l´obscure, remito a Bident (1998, pp. 141-143).
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“Ganado” se deriva del verbo “ganar”, de un étimo gótico ganan, codiciar y del escandinavo gana, estar
con la boca abierta. Desde el siglo XI se lo vincula con la idea de ganancia, bienes adquiridos, por oposición a
los heredados. En la noción de “ganado” se patentiza la “naturalización” de la disponibilidad de lo viviente
para el humano.
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Trabajo esta posibilidad de pensar una “comunidad de lo intocable” en Cragnolini (2016, pp. 171-178).
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Taschenbuch Verlag (se citan como KSA, seguidas del volumen y número de página, y con
la sigla de obra de la edición)
Tabacco; C. (2013) Sonno Inoperoso. En A. Sartini, C. Tabacco (a cura di), Scriturre della
creazione in dialogo con Maurice Blanchot e Jean-Luc Nancy, Pisa: Edizioni ETS, 43-57