Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
BLOQUE I: Contextualización.
1. Revolución y configuración del sistema social yugoslavo.
El régimen totalitarista de Josip Broz Tito surge en 1945 tras la Segunda Guerra Mundial. Éste se
asienta en los Balcanes –una tierra plural–, en la que se observa el legado del Imperio Otomano, el
Imperio Austrohúngaro y el Imperio Bizantino. En el siglo XX pasará de ser un Reino, a un Estado
Federativo y, finalmente, a países independientes.
Tito consigue aunar a las diferentes guerrillas yugoslavas contra el fascismo en cualquiera de sus
formas: en su forma alemana, en su forma italiana o en su forma croata (ustacha). Obtiene la victoria
apoyado por sus partisanos unificando la mayor parte de los Balcanes en un Estado Federativo al
margen de la URSS compuesto por Serbia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Eslovenia, Macedonia y
Montenegro. Se escinde del “bloque comunista” y muestra resistencia ante la bipolaridad
Capitalismo-Stalinismo, configurándose en una tercera vía: la de los No Alineados. Aunque las
fricciones entre Yugoslavia y la URSS parecen mejorarse tras la muerte de Stalin en 1953 y la subida
al poder de Nikita Jrushchov (con un periodo de paz y restableciéndose las relaciones diplomáticas y
comerciales entre ambas), no conseguirían subsanarse dado a la desconfianza mutua que había
quedado profundamente arraigada. Quince años después, en 1968, se dan cuatro movimientos
desestabilizadores que afectan a la supuesta unidad de Yugoslavia: el caso musulmán (concretamente
los del pueblo bosnio que no eran considerados ni como pueblo ni como nación); el caso estudiantil
(sus reivindicaciones –no de carácter nacionalista– se centraban en el autoritarismo, la falta de
empleos, los privilegios de la clase dirigente y las consecuencias de haber abandonado el verdadero
socialismo: una mezcla entre ideas igualitarias y liberales); el caso albano-kosovar (el hecho de ser
considerados como una minoría subordinada a Belgrado, así como el deseo de convertirse en una
Gran Albania, como fue con el dominio italiano durante la Segunda Guerra Mundial); y, el último y
más significativo, la Primavera Croata (la reivindicación nacionalista que surge ligada a los
movimientos estudiantiles e intelectuales, que en pocos meses se extendió a los comités obreros hasta
convertirse en un movimiento de masas).
En este clima –tras múltiples reformas constitucionales–, se plantea la Constitución de 1974 (una
síntesis de represiones y derechos) como el último intento para reconciliar lo irreconciliable. Será
entonces, “tras la muerte de Tito en 1980, [que] asumiría el poder del país una presidencia colectiva
de ocho miembros, [con quienes] a partir de entonces, […] los sentimientos nacionalistas entre las
gentes de las distintas repúblicas comenzarían a aflorar, azuzados estos sentimientos por las
ambiciosas elites de cada uno de estos territorios deseosos de gobernar, jugando todos ellos ante sus
pueblos la baza artificial de la diferencia “étnica” y de religión”, que acabaría por desembocar en la
Guerra de los Balcanes (1991-2001).
2.2. Los tres monoteísmos: del dogmatismo del socialismo ateo al dogmatismo religioso.
Con la llegada de Tito al poder se instaura un imperativo ideológico que responde a un laicismo y una
secularización de las Repúblicas Federativas; a saber, la separación legal de la Iglesia y el Estado.
Esto se explica por dos razones: por el ateísmo que caracterizaba a la ideología marxista y porque la
religión –que constituía uno de los ejes vertebradores de estos pueblos– estaba vinculada a
pretensiones nacionalistas. Por ello, tanto el régimen yugoslavo como el búlgaro trataron de controlar
y domesticar a las instituciones religiosas en vez de provocar su erradicación. Éstas alentaron los
movimientos nacionalistas que serían el principal móvil de la Guerra de los Balcanes. Aunque la
constitución del régimen de Tito recogía la libertad religiosa, encontramos un continuum de actitudes
represoras como son el cierre de lugares de culto o la interrupción de celebraciones en los mismos,
persecuciones y asesinatos de clérigos, cierre de centros culturales religiosos, prohibición del uso del
velo, ...etc. Al fin y al cabo, podemos concluir en que tanto el ateísmo socialista como las doctrinas
religiosas monolíticas del catolicismo, el cristianismo ortodoxo y el islam, son diferentes perros con
el mismo collar: el de un dogmatismo opresivo y restrictivo para las libertades de la pluralidad
humana. Una pluralidad que en Yugoslavia era más que patente.
Conclusión.
En conclusión, estas obras de Marina Abramović apelan (aparte de todo lo dicho) por el uso de la
performance como una discontinuidad en la mercantilización del arte; por el desnudo femenino como
un espacio de empoderamiento (debate controvertido desde el feminismo de los 70), pues como
afirma Peggy Phelan: “la representación puede ser un modo de dominio, de control; lo que es
susceptible de verse, de ser representado, es también codificable, asimilable, reapropiable”; por la
relación y el intercambio energético con el público; y, asimismo, por la performance como un
artefacto con un amplio potencial psicoterapéutico. Además me gustaría añadir, que todas estas
enunciaciones que atraviesan la obra Abramović, se ven connotadas por una apuesta fundamental –
que empezaba a tener sus primeras manifestaciones en las prácticas performáticas de aquella época–,
por poner en el centro el uso de lo biográfico y por tanto de la subjetividad: elementos que guardan
relación directa con grupos de autoconciencia del feminismo radical y que están presentes en los
haceres de Abramović, por mucho que ella nunca haya querido vincularse al feminismo.
Para finalizar, me gustaría enfatizar el carácter pionero y la repercusión de su trabajo tanto para la
historia del arte en general como para la historia de la performance en particular. En definitiva, hoy
he tratado de demostrar aquí, cómo estas obras de Abramović, enmarcadas en el titoísmo de la década
de los setenta, justificarían la concepción de Deleuze, en la que el arte puede ser un medio privilegiado
de resistencia frente al presente.