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RECURSOS FORESTALES

DE AMÉRICA LATINA

Según la FAO,44 en 1980 la


región contaba con 9.38 millones
de km2 de bosques incluyendo
bosques abiertos y cerrados,
coníferas (4%) y latifoliadas
(96%), lo que en esa fecha
equivalía a 21.7% del total de
bosques del planeta, en particular
América en esa fecha poseía 68%
de todos los bosques cerrados y
productivos de la totalidad de
áreas tropicales del mundo, es
decir, la mitad de la biomasa de bosques tropicales planetarios se encuentran en
América Latina.45 Sólo Brasil en su territorio tiene 30% de los bosques tropicales
del mundo, y más que el resto de la región en su conjunto. A su vez, los bosques
secundarios y los de arbustos
(tanto primarios como
secundarios) cubren una
superficie de 3.13 millones de
km2.

Se calcula que en los últimos 30


años se han talado en América
Latina cerca de 2 millones de
kilómetros cuadrados de bosques,
es decir, una superficie superior a
la del territorio mexicano, al ser
superior a los 50 000 km2 por año la tasa actual de deforestación.46

La deforestación tropical es uno de los problemas ambientales más publicitados y


también uno de los que más afectan a América Latina, no sólo por la pérdida del
bosque propiamente tal, sino además por los efectos de deterioro de los suelos, la
recarga de acuíferos y la regulación del ciclo del agua, la biodiversidad, el cambio
climático, etcétera.

Pareciera que el proceso de deforestación del trópico ha aumentado a lo largo de


la década de los ochenta. Según los últimos informes de la FAO,47 la tasa anual de
deforestación en 76 países tropicales que concentran 97% de los bosques tropicales
mundiales fue, en 1980, de 0.9% promedio anual, en circunstancias que en el
segundo quinquenio de la década anterior fue de 0.6% promedio anual. La tasa de
deforestación en América Latina coincide con el promedio mundial, está por
debajo de la de Asia que es de 1.2% promedio anual, pero por encima de la de
África que es de 0.8% promedio anual. Dentro de la región las mayores pérdidas
se dan en América Central y México, donde la tasa es de 1.8% promedio anual. El
aumento de la tasa de deforestación es mayor de 50% en el Caribe, mientras que
en el resto de América Latina el aumento se acerca a 50%.

Para el caso de América del Sur, la FAO señala que las áreas deforestadas
anualmente, han pasado de un promedio de 4.6 millones de hectáreas al año entre
1981 y 1985, a 6.8 millones de hectáreas anuales promedio en el periodo 1981-
1990. Obviamente la atención se ha centrado en Brasil, en particular en la
Amazonia brasileña. Brasil considera las cifras de FAO excesivamente elevadas y
ha presentado un estudio realizado con ayuda de satélites, que señala una reducción
de 23% promedio anual en las tasas de deforestación entre 1988 y 1990, es decir,
de un total deforestado de 1.8 millones de hectáreas en 1988 y 1989 a 1.4 millones
de hectáreas en 1989-1990. El estudio cubre un área de 5 millones de kilómetros
cuadrados, seis estados y territorios, y partes de otros tres. En todo caso parece ser
que hay consenso en el hecho de que después de alcanzar su máxima tasa de
deforestación en 1987, la Amazonia brasileña, ha disminuido constantemente en
los últimos años.

Aun cuando la atención mundial se dirige fundamentalmente a la deforestación del


bosque tropical húmedo, el mundo enfrenta también un fuerte proceso de
destrucción de sus bosques de clima templado en los países del norte de Europa,
en Estados Unidos, Canadá, Argentina y sobre todo, en Chile. Cifras sobre esta
deforestación masiva con fines económicos son difíciles de obtener, debido a que
se efectúa en el marco de programas económicos de gran envergadura aprobados
por los gobiernos y con fuertes inversiones extranjeras como los proyectos
«astillas» con capitales japoneses en el sur de Chile. Chile se ha embarcado en un
programa económico que asigna un papel preponderante a la exportación de
productos forestales. En la implantación de esta estrategia se ha eliminado el
bosque autóctono, en particular bosques milenarios de alerces --que según los
expertos contienen algunos de los más antiguos organismos conocidos sobre el
planeta--, para convertirlos en monocultivos de pino.

La superficie de bosques productivos chilenos se estimaba, a fines de la década


pasada, en 8.9 millones de hectáreas, de las cuales 7.6 millones eran todavía bosque
nativo. La conversión del bosque nativo está incentivada por la propia legislación
vigente, que regulariza este tipo de actividad al establecer que las áreas ocupadas
por formaciones arbustivas o arbóreas nativas «no tienen uso actual».

Actualmente en Chile
existen 1.3 millones de
hectáreas de plantaciones, de
las cuales 87% están
plantadas exclusivamente
con pino de Monterrey o
pino insigne (Pinus radiata).
Aun cuando el valor de las
exportaciones de productos
forestales se ha más que
duplicado desde 1983,
generando importantes ingresos de divisas, y representa más de 10% de las
exportaciones totales del país, surgen dudas acerca del impacto ambiental de esta
conversión masiva,48 además del aumento considerable de vulnerabilidad, típica
de todo monocultivo, a los imprevistos de plagas, enfermedades o alteraciones
climáticas inesperadas y/o bruscas. Las plantaciones chilenas son relativamente
jóvenes, se estima que cerca de 80% aún no están en explotación y no está claro si
la capacidad de procesamiento interna será capaz de absorber esta futura
producción.

La explotación forestal chilena se efectúa con base en concesiones temporales, lo


que da origen a una forma de explotación predatoria del medio, ya que no incentiva
ninguna práctica de conservación o de repoblación, sino que más bien, estimula la
concepción minera de la explotación (mining the resource). La explotación forestal
chilena se caracteriza, además, por una acentuada concentración en dos grupos que
controlan 50% de todas las plantaciones de Pinus radiata del país: el grupo
Angelini Carter Holt y el grupo Matte. A su vez, tres grupos controlan 70% de las
exportaciones forestales del país.

Argentina está iniciando una política forestal sobre el modelo chileno pero no
alcanza aún las dimensiones de Chile. Sin embargo, tiene también graves
problemas de deforestación prácticamente ignorados en el debate internacional,
por las características del tipo de bosque afectado. Se calcula que el país ha perdido
desde 1914, cuando se calculó una masa forestal de 106 millones de hectáreas, casi
dos tercios de su patrimonio forestal nativo, ya que la superficie actual se calcula
en menos de 44 millones de hectáreas.

En Argentina, la deforestación junto con otros problemas, afecta a la Selva


Misionera, es decir, una selva lluviosa subtropical, debido a la extracción selectiva
de maderas nobles, desmonte por roza-tumba-quema y reemplazo del bosque
nativo por plantaciones de pinos y eucaliptos. Más recientemente la construcción
de grandes presas hidráulicas como las de Uruguay y Yaciretá han afectado
también a la Selva Misionera.

Por otra parte, enfrenta también la sobreexplotación del bosque chaqueño, un


bosque espinoso subtropical cercano a la sabana y que ocupa un cuarto del
territorio continental argentino. En este caso, las causas fundamentales son la
extracción para producir leña y carbón, el sobrepastoreo y la consiguiente pérdida
de potencial forrajero, erosión, pérdida de nutrientes, inundaciones e incendios.

Otro país latinoamericano que ha aumentado apreciablemente sus plantaciones con


fines de exportación es Brasil. Las plantaciones se han hecho con maderas duras y
de crecimiento rápido, principalmente eucaliptos. El uso de maderas duras en la
producción de pulpa confiere a Brasil importantes ventajas competitivas en los
mercados internacionales, pues se calcula, que sus costos de producción son cuatro
veces inferiores a los de Suecia y la mitad de los del sudeste de Estados Unidos.49

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