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Debemos alegrarnos siempre en el Señor; nuestra vida debe ser plena, con sentido, vivir
una vida con alegría, no ser conformistas. Jesús les dijo ayer a sus discípulos y, les repite
hoy, a los que nos consideramos como tales: “vayan a anunciar la alegría del Evangelio”.
La vida se da, dándola nosotros, porque nos necesitamos unos a otros y tenemos la
responsabilidad de ayudar al mundo; porque la fuente de nuestra alegría nace de ese
deseo inagotable de brindar fruto de haber disfrutado la infinita misericordia del Padre.
Jesucristo dice: “anuncien a todos, a toda esa vida como es en la realidad, anuncien sin
miedo, sin prejuicios, sin superioridad, sin purismos, vayan y anuncien a todo aquel que
ha perdido la alegría de vivir, vayan a anunciar el abrazo misericordioso del Padre”
Vayan a anunciar que el error, las soluciones engañosas, las equivocaciones no tienen
la última palabra en la vida de una persona, vayan con el óleo que calma las heridas y
restaura el corazón.
La Iglesia: el pueblo santo de Dios sabe transitar los caminos polvorientos de la historia,
atravesados tantas veces por conflictos, injusticia y violencia, para encontrar a sus hijos,
a sus hermanos.
El santo pueblo de Dios no teme al error, teme al encierro, teme aferrarse a la pauta
segura; sabe que el encierro es la causa de tanta resignación; por eso, salgamos,
salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo. El pueblo de Dios sabe involucrarse
porque es discípulo de aquel que se puso de rodillas ante los suyos para lavarles
los pies.