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La Declaración de Salamanca del año 1994, previa aprobación de la Conferencia Mundial Sobre
Necesidades Educativas Especiales, considera que los sistemas educativos deben plantear y
fomentar la diversidad como principio de inclusión, unificando esfuerzos en una “Educación
para Todos”, factor clave para cumplir la propuesta de integrar la escolarización (UNESCO,
1994)
El Plan Nacional del Buen Vivir reconoce a la diversidad como un valor de la sociedad, y el
derecho de los grupos de atención prioritaria al acceso, permanencia y participación en la
educación. Se requiere brindar protección especial a niñas, niños, adolescentes y jóvenes, en
especial para los que se encuentran en condiciones de discapacidad, enfermedad crónica o
degenerativa, abandono y mendicidad, en convivencia con madres y padres privados de la
libertad, y adolescentes en conflicto con la ley o en rehabilitación por adicciones. Sin embargo,
se requiere para ello de docentes preparados para atender las necesidades de estas poblaciones
y sus familias, de esta manera se elimine toda forma de discriminación en todos los niveles y
modalidades educativas (Plan del Buen Vivir, 2013).
A lo largo del mencionado plan encontramos objetivos y políticas que: auspician la igualdad,
cohesión e integración social y territorial en la diversidad, que garantizan los derechos del Buen
Vivir para la superación de todas las desigualdades (en especial salud, educación, alimentación,
agua y vivienda, mejoran la calidad de la educación, con un enfoque de derechos, de género,
intercultural e inclusiva, para fortalecer la unidad en la diversidad e impulsar la permanencia
en el sistema educativo y la culminación de los estudios.
El Plan del Buen Vivir apuesta no solo por aumentar la cobertura en educación, sino, mejorar la
calidad; por ello es prioritario instrumentar a los nuevos docentes para que sean capaces de
potenciar las capacidades individuales de sus estudiantes y permitirles mejorar su calidad de
vida, aplicando un currículo flexible, abierto, ecológico y funcional, en donde los resultados del
aprendizaje sean significativos para el estudiante y su familia y que al egresar de la vida
estudiantil cuente con las capacidades y competencias necesarias para enfrentar la vida laboral.
Según Duk Homad, la formación y el desarrollo profesional de los docentes para una educación
inclusiva (Organización de Estados Iberoamericanos, 2014) requieren desarrollar
competencias básicas que les permitan: · Identificar las competencias iniciales, estilos y ritmos
de aprendizaje de los estudiantes, y detectar oportunamente las dificultades que puedan
presentar para proporcionarles el apoyo y las ayudas necesarias.
En el Ecuador eran apenas 9.326 con discapacidad en escuelas regulares, actualmente alcanza
los 15.158 estudiantes. En la capital, 42 escuelas reciben a 1 284 niños con discapacidad. A esto
se suman los 14 centros educativos especiales. La Ley Orgánica de Educación Intercultural en
el artículo 47 establece: “El Estado ecuatoriano garantizará la inclusión e integración de las
personas con discapacidad”.
Esto significa que las escuelas y colegios “están obligados a recibir a las personas con
discapacidad, a crear los apoyos y adaptaciones físicas, curriculares y de promoción adecuadas
a sus necesidades; y a procurar la capacitación del docente”. Sin embargo, esta norma todavía
no se ha podido aplicar al 100%, por la falta de infraestructura y de docentes especializados en
formación
El ministerio de Educación en su sitio web, aclara que, en el país la inclusión busca maximizar
la presencia, la participación y el éxito académico de todos los estudiantes.
El término “presencia” está relacionado con el lugar en el que son educados los niños, niñas y
adolescentes siendo conscientes de que la Inclusión Educativa se entiende muchas veces de
forma restrictiva sólo como un asunto de localización, pero también está íntimamente
relacionado con su asistencia regular y tiempo de participación con sus compañeros en el aula
de clase.
El término “participación” se refiere, por su parte, a la calidad de sus experiencias mientras se
encuentran en la institución educativa; que incorpora puntos de vista de los estudiantes, y valora
su bienestar persona y social. La participación denota el componente más dinámico de la
inclusión, donde todos se involucran activamente de la vida de la institución, y son reconocidos
y aceptados como miembros de la comunidad educativa.
El “aprendizaje” alude a los logros que pueda alcanzar el estudiante en función de sus
características, las oportunidades de participar en condiciones de igualdad y cómo la institución
educativa da respuesta a sus necesidades educativas. (Educacion, s.f.)
La inclusión precisa la identificación y la eliminación de barreras- Las barreras son aquellas que
impiden el ejercicio efectivo de los derechos, en este caso, a una Educación Inclusiva.
Genéricamente, las barreras son aquellas creencias y actitudes que los actores en el escenario
educativo tienen respecto a la inclusión (las que se reflejan en su perspectiva hacia cómo hacer
frente a la diversidad). Estas, se concretan en la cultura, las políticas y se evidencian en las
prácticas escolares generando exclusión, marginación o abandono escolar.
La inclusión pone particular énfasis en aquellos grupos de estudiantes que podrían estar en
riesgo de marginalización, exclusión, o fracaso escolar que se encuentren en mayor riesgo o en
condiciones de vulnerabilidad y por tanto es necesario que se adopten medidas para asegurar
su presencia, participación, aprendizaje y éxito académico dentro del sistema educativo.