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El sedentarismo es el estilo de vida más cotidiano. Incluye poco ejercicio, suele aumentar
el régimen de problemas de salud, especialmente aumento de peso (obesidad)
y padecimientos cardiovasculares. Es un estilo de vida frecuente en las ciudades modernas,
altamente tecnificadas, donde todo está pensado para evitar grandes esfuerzos físicos. En las
clases altas y en los círculos en donde las personas se dedican más a actividades intelectuales,
aumenta la probabilidad de que se presente este hábito
Pobreza
Criminalidad
Obesidad
Cansancio
Estrés
Problemas de sueño
Debilitamiento óseo
Trastornos digestivos
Enfermedades cardiovasculares
Atrofia muscular
Osteoporosis
Hipertensión arterial
Diabetes
Envejecimiento
Este mal hábito cada vez es más habitual en la población, que reduce su ejercicio físico en el
tiempo de ocio y aumenta el uso de los medios de transporte como el coche o el autobús para
los desplazamientos. Tanto es así que, según señala la OMS, al menos un 60% de la
población “no realiza la actividad física necesaria para obtener beneficios para la salud”.
Sin embargo, el hecho de que el sedentarismo sea una cuestión común a gran parte de la
población, no significa que sea positivo. Nuestro organismo necesita movimiento y el hecho de
no proporcionárselo puede acarrear importantes riesgos para la salud. Señalamos algunos de
estos peligros, destacados por la Organización Mundial de la Salud:
La falta de actividad física fomenta un incremento del riesgo de padecer sobrepeso u obesidad.
Este estado físico conlleva, a su vez, numerosos peligros para el organismo y problemas de
salud. La actividad física, en cambio, nos ayuda a mantener un estado físico saludable.
Las personas sedentarias tienen entre un 20 -30% más de posibilidades de morir de forma
prematura.
Las mujeres sedentarias se ven más afectadas por los efectos de la menopausia.
La actividad física ayuda también psicológicamente. Tanto es así, que las personas que
practican ejercicio físico de manera regular tienen menos posibilidades de padecer depresión.
La actividad física debe ser regular y metódica, y debe adaptarse al estilo de vida y las
condiciones de cada quien. Lo importante es poner todos los órganos en funcionamiento,
fortalecer los músculos y huesos, y mejorar el sistema circulatorio.
Los niveles de inactividad física son elevados en prácticamente todos los países desarrollados y
en desarrollo. Se ha observado que el sedentarismo es el cuarto factor de riesgo en lo que
respecta a la mortalidad mundial (6% de las muertes registradas en todo el mundo). En la
actualidad varios estudios desarrollados a nivel nacional e internacional, muestran una
prevalecía del 75 al 80% de sedentarismo entre la población general, observándose un
marcado incremento en etapas tempranas de la vida. El 34% de las mujeres a nivel mundial
son sedentarias, superando en un 6% al género masculino.
Las mujeres tienen mayores tasas de actividad física baja comparadas con los varones (58,5%
vs. 50,8%). El 49,4% de los que realizaban actividad física lo hacían para mejorar su condición.
Se observó una diferencia en la motivación para ejecutarlas al visualizar que los varones
practicaban actividad física por gusto/diversión (55,3%) y en segundo lugar por razones de
salud (29,4%), mientras que en las mujeres el orden era inverso (por razones de salud 45,8% y
por gusto/diversión 30,3%).
Las mujeres generalmente son más sedentarias que los varones por falta de tiempo libre. Esta
conclusión no es de extrañar si se tiene en cuenta que la mujer hoy cumple con doble jornada:
la del trabajo y la de casa dejando de lado al ejercicio físico. La vida sedentaria genera más
inactividad física propiciando adaptaciones negativas a la inmovilización, entrando en un
círculo vicioso que genera más inactividad de la que cada vez es más difícil de salir.
La obesidad es la consecuencia visible del sedentarismo físico conjuntamente con la reducción
del tamaño y la fuerza muscular (sarcolema), la mayor resistencia a la insulina, la menor
respuesta cardiovascular, las alteraciones en niveles sanguíneos de lípidos y la aceleración de
la pérdida de masa ósea (osteoporosis).
Se estima que el 70% de los trastornos que sufre el género femenino guardan relación directa
o indirecta con la falta de actividad física. Esto porque ella a temprana edad pierde tejido
muscular y gana tejido adiposo, producto de hábitos sedentarios de vida. Se ha demostrado
que las mujeres más activas así como aquellas con entrenamiento físico desarrollan menos
enfermedad coronaria que las sedentarias.
Está ampliamente comprobado que estilos de vida sedentarios son una importante causa de
mortalidad, morbilidad y discapacidad. Se estima que la inactividad física es aproximadamente
la causa del 30% de las cardiopatías isquémicas, del 21%-25% de los cánceres de mama y de
colon1, del 27% de los casos de diabetes.
Además las mujeres sedentarias están más propensas a la depresión, notan más los efectos de
la menopausia, presentan problemas para dormir, son menos productivas y tienen mayor
deterioro cognitivo.
La mujer sedentaria tiene que tomar conciencia que debe moverse y que pasar largas horas
sentada no es la actividad que el organismo requiere. La solución es la ejecución de ejercicio
físico diario, mover la masa muscular lo suficiente como para compensar la que no ha movido
durante horas.
La eficacia del ejercicio físico, depende de la dosis y la regularidad del mismo, sus efectos se
producen solo mientras se efectúa su práctica regular y los efectos favorables del mismo se
pierden rápidamente cuando se produce el abandono.
Sólo hace bien el ejercicio actual y no el histórico, no existe límite de edad para gozar de sus
beneficios, tampoco importa cuán largo ha sido el tiempo de sedentarismo, nunca es tarde
para indicar e iniciar el cambio.
Los médicos debemos prescribir el tratamiento del sedentarismo por medio del ejercicio físico,
con el mismo compromiso que indicamos cualquier tratamiento con medicación y/o quirúrgico
buscando un beneficio integral para nuestras pacientes.
La participación de la mujer en el deporte es muy reciente, fue en el siglo pasado cuando por
primera vez intervino en los juegos olímpicos de 1928. Sólo a partir de los años setenta
empezó a entrenar y a competir en actividades atléticas asociadas con ejercicio físico intenso,
que habían sido permitidas sólo a los hombres.
Las respuestas y adaptaciones del organismo de las mujeres frente al ejercicio son similares a
las del hombre, pero no iguales, por lo que debemos tener en cuenta los procesos fisiológicos
que los diferencian a la hora de enfrentarse al ejercicio.
Las diferencias entre géneros en las respuestas cardiovasculares al ejercicio son debidas al
menor tamaño del corazón y por consiguiente del ventrículo izquierdo, que determina un
volumen sistólico y un gasto cardiaco menor en la mujer.