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LA VIRGEN MARIA

AL MARGEN DE UN LIBRO RECIENTE

La colección Patmos, dirigida por D. Raimundo Paniker, nos


ha dado, traducido al castellano, el libro de [ean Guitton, La
Virgen María (1).
La obra tiene páginas muy bellas, comentarios acertados, con-
sideraciones sugestivas, y supone en su autor una lectura consi-
derable. Al lado de eso, se resiente mucho de imprecisiones teo-
lógicas y ambigüedades peligrosas, nada de extrañar en quien,
a pesar de su excelente voluntad, no es teólogo de profesión,
sino catedrático de Filosofía en una Universidad de Francia. La
excusa sería fácil, y nada tendríamos que añadir sobre el caso.
Pero resulta que el libro de Guitton se nos ofrece en el pró-
logo como un libro del todo singular. Cuandb todas las obras ma-
riológicas, narrativas o sistemáticas, o son una especie de evan-
gelios apócrifos, o constituyen interesantes narraciones arqueo-
lógicas e históricas, o se pierden en valiosas consideraciones per-
sonales, predominantemente subjetivas, o caen. en una abstracta
especulación mariolóqíca, el libro de Guitton "ha sabido eludir
todos estos peligros". Al fin y al cabo, "francés tenía que ser
su autor ... " (p, 18 ).. Es decir, que se trata de la obra sobre la
Virgen, que estábamos necesitando en España, la que precisaba
sobre todo para nuestros intelectuales (el libro se dirige a los se-
glares), con la que se absuelve a Patmos de un defecto grave y
a su director de una falta imperdonable (p. 7).
Como introducido así el libro, no sólo cobran nuevo colorido
sus indudables bellezas literarias, sino que se acentúan sus des-
viaciones y se da mayor ocasión a que se infiltren en los incautos
sus errores, creemos que se impone un ligero comentario, aunque
se nos tenga por una de esas "almas temerosas de la ortodoxia",
que "juegan el papel de polo contrario, necesario para que pueda
existir la tensión suficiente en la vida de la Iglesia" (p. 15).

(1) Jean Guitton: La Viroen. Morio; Prólogo de Raimundo Paniker. Colección Pat-
mos, núm. 14. Madrid (Ediciones Rialp), 1952,
I

In
LA VIRGEN MARÍA
J. A. DI! ALOAMA, S. l.
cia de María como de una niña humanamente excepcional, ..con
V/1I1I1I" 11 1'1I1pCZarpor ahí. Se nos cuenta en el prólogo que la primera experiencia de la soledad y de esa incomprensión q\IC
111" 11 JI/I uklo cuidadosamente examinado por el Santo Oficio. será su destino incomparable" (p. 78 s.);- de "una niña muy
111 "1' cscumotee la verdad cuando se añade: "El libro de precoz, que sondeó muy pronto la existencia Y que había cono-
(~lIltllll\ 110 superado este examen. Algunas pocas líneas en la cido los aspectos de la vida" (p. 81) antes de los quince años.
11'/11111('1.'1611 española, como en la italiana, difieren de la primera Ella no conocía el origen virginal que había de tener el Mesias.
tildón francesa, según expreso deseo del autor (p. 16). La ni el texto de Isaías se 10 había enseñado (p. 83); "no conocía
vcrdnd escueta es más compleja. El 25~26 de mayo de 1951 pu- esa tradición" (p. 100). Para ella la virginidad era la mejor señal
bllc!lba el Osservatore Romano un artículo sobre el libro. El ar- de una consagración total "a Dios Creador y a su espíritu", que
tlculo iba firmado por Mons. Parente, consultor prestigioso del le asemejaba más" a este Unico Solitario" (p. 85); pero su atrae-
Santo Oficio, yeso ya dice bastante a quien conoce los procedí- tivo se le acrecentaba por la experiencia de propia diferencia con
mientos de aquella Sagrada Congregación. Mons. Parente po- los demás; por eso, "cuando se díó cuenta de que era una mujer",
nía graves reparos al libro. Cierta desvalorización del evangelic hizo su voto de virginidad al Señor (p. 85). Ella, en su canto, no
de la infancia, una mala y peligrosa traducción de un texto del profetizaba ni necesitaba de "ese conocimiento bastante ambiguo
Concilio Calcedonense, tendencia a minimizar o negar verdades del porvenir" (p. 110). y si canta en su M agnificat el cum pli-
ya adquiridas en la mariología católica, afirmaciones temerarias miento interminable de las misericordias anunciadas a los Pa-
o inexactas sobre diversos dogmas de fe, el método mismo de la dres, "María no sabe aún que ella es la fuente de donde mana
obra, su punto de partida, la preocupación irenista hacia los pro~ verdaderamente ese manantial" (p. 111). La Anunciación no le
testantes. Cualquiera comprende que el cambio de algunas pocas sirvió para conocer que había de ser la Madre de Dios, aunque
líneas ha tenido que ser por fuerza insuficiente para que el libro comprendió que había de ser la Madre del Meslas- El proceso
satisfaga a las justas exigencias de Roma. Y en efecto, el exa- por el que "se hizo en la conciencia de María la unión de la
men del libro nos lleva a esa misma conclusión. imagen humana que tenía de Jesús y la idea divina a la que
Nos dice el autor que ha intentado pensar por sí mismo, no tuvo acceso" (p. 153), íué un proceso lento (p. 140 s.): aunque
decir más que lo que ha juzgado seguro y verdadero y que co- no tanto como en los Apóstoles (p. 145). Desde luego no llegó
rresponde a su sentimiento. Y con eso espera que se excusen sus a esa síntesis ni en la: infancia de Jesús (p. 120) ni, a 10 que
silencios (p. 49). Pero, la verdad, si esos silencios son de lo que parece, en 10 restante de su vida mortal, sino después de Pente-
no se ha juzgado "seguro y verdadero", contienen una condena-
costés (p. 156).
ción seria ,y un reproche gravísimo; y si esos silencios responden
a lo que no se adapta al "sentimiento" del autor, resulta extraña En la segunda parte trata el autor de seguir la historia del
semejante manera de escribir teología. La exactitud y la honra- pensamiento referente a la Virgen en la Iglesia, historia más
dez científicas en Mariología, como en toda ciencia, deben 'siem- bien del dogma mari ano, prescindiendo de la especulación teo~
pre exigirse. Pero ese miedo, esa especie de complejo de infe- lógica; quiere describir la evolución de la creencia en María.
rioridad ante los intelectuales de nuestro tiempo y ante los pro- mostrando. con la ayuda de la Escritura y de la Tradición. los
testantes y ortodoxos, no será nunca buen clima para la exposi- progresos del conocimiento que de ella adquiere la Iglesia en el
ción o la investigación teológica. El Papa ha denunciado ese error curso de la historia. Un poco extraña ese prescindir aquí de la
metcidológico en la encíclica "Humani generis". teología. como si ella no hubiera tenido nada que ver en la eVO~
[ucíón que se intenta estudiar. Pero aparte de esto. vemos que
La primera parte de la obra intenta descubrir lo que fué la continúan también aquí los minimismos Y las ambigüedades de
existencia temporal de María) buscándolo en su historia íntima.
siempre.
Hay en esta evolución una primera fase neotestamentaria. El
Pero esa historia íntima se recorta y minimiza sin tener en
cuenta el incesante y especialísimo 'laboreo del Espíritu Santo en autor empieza por San Marcos. a quien considera como "la ex-
el -alma privilegiada y pura de la Madre de Dios. Así, por ejem- presión más antigua Y mejor garantizada de la predicación on~
plo, prescinde el autor conscientemente (no sabemos si porque no cíal del Evangelio (p. 162). En esa predicación no se exaltabn
la juzga segura o porque no se acomoda a su gusto) de toda a María. al contrario" (p. 163). La prueba la encuentra el autor
ciencia infusa en la Virgen, e intenta, sin ella, "estudiar los pro- en la escena de Me. 3. 21. 31~35. escena "tan sombría. de to.•
gresos de la conciencia de María tal como la sugieren los textos nalid-ades tan crudas y acentuadas. que se la creería obro ti
que a ella se refieren y las analogías que presenta nuestra na- alguno de nuestros modernos, de un Mauriac o de un Be.rnnnol:l"
turaleza" (p. 77). Y de ello resulta la descripción de una ínfan-
I
J, !I, mI lII,I1/\Ml\. a. 1,
1,/\ VI1WHN MMI/\ lb
(p, j) 2), POI' eso "los textos primitIvos nos extrañan ahora y
hubiera escrito si no hubiera silenciado tanto la rubor de 1011 :')rIJI
Ill'll~llltIIn uno explicación" (p. 163). "Este primer estado muestra
t'/II/'lIlll('ote que la conciencia cristiana primitiva no ofrecía un tos Padres. Porque admira no poco el que ni en esta época nl en
la siguiente, con las que se llena toda la edad patrístíca, no tr'()
MUC/O propicio para la glorificación de la Madre de Dios" (pá-
pecemos con ningún otro texto ni mención ninguna de aquello:
~fno 163). Esa glorificación empieza "algunas decenas de años
grandes Doctores, si no es para recoger las conocidas dtficultadc
después ... , por una especie de necesidad orgánica". El mecanis~
que levantaron Tertuliano, Orígenes y San Crisóstomo contra
mo es muy "humano". Como en la predicación primitiva no se
la absoluta santidad de María (p. 187). Es decir, que de la labo«
decía nada sobre los orígenes de Jesús, la fe cristiana reclamó
positiva de los Santos Padres para la evolución de un conocl .•
más amplias noticias, y a ese deseo obedece la aparición de los
miento de Nuestra Señora no se retiene nada. Es otro sílencl
evangelios de San Lucas y San Mateo. En elIos se habla de la
que no podemos excusar.
concepción virginal de Jesús, noticia que se remonta sin duda
La creencia en la maternidad divina culmina en el período si .•
a la misma María. San Juan con los episodios de Caná y el Cal-
guiente. Para el autor, en el Concilio de Calcedonia (451). N
vario añade unos rasgos, que contienen toda la mariología en
sabemos por qué razón se omite aquí toda mención del Con cilla
potencia (p. 171). Y esto es todo 10 que nos dice el autor sobre
este primer período. de Efeso (431 ), concilio eminentemente mariano y verdadera con .•
sagración en la Iglesia del término Theotoko, Pero aparte d
El siguiente abarca hasta Nícea. Van a empezar a aparecer
esto, resulta decididamente pintoresca la siguiente luminosa ex .•
los Santos Padres. Pero bien escasamente. Un texto de San Ig-
plicacíón de la definición dogmática de Calcedonia: "Se llegaba
nacio, otro de San Justino y un par de San Ireneo. Eso sí, la
a la idea de que había en Cristo, conforme a la imagen que In
duqosa actitud de Orígenes y de Tertuliano frente a la virgini_
tradición y la Escritura conservaban, dos elementos desconocí .•
dad no deja de consignarse (p. 181 s.). Precisamente esa actitud
dos, dos x, como si dijéramos, que no tenían entre sí posíbílídacl
sirve al autor para deducir que una virginidad que fuera más
alguna de mezcla: el no sé qué que lo hacía realmente Dios, y
allá de la concepción virginal era entonces una cuestión libre;
el no sé qué que lo hacía realmente hombre. Pero esas dos x con"
y que si poco a poco se fué imponiendo la creencia en la virgi-
currían para constituir una sola y, y esta y era el único Cristo,
nidad perpetua, fué porque cuando se trata de sustraerle algo
Hijo de Dios, Señor; la x se expresaba por naturaleza; la y, por
a ésta, "una negación venida de 10 más profundo se 10 impide
persona o hipóstasis. María era Madre de y (p.190). Explicación
a los cristianos" (p. 182). Nótese que los cristianos, que aquí,
pintoresca e inadmisible en buena ortodoxia católica. Porque las
como en otros pasajes, imponen el ritmo y el sentido a la evo-
lución dogmática, son los fieles solos; al menos nunca habla de dos naturalezas en Cristo no concurren "para constituir una 801n
persona". Después de esta definición dogmática, nos dice el autor
la labor directiva de los Pastores, cuyo magisterio en ese punto
es esencial en- la Iglesia, como 10 ha hecho notar el Papa en la que hasta 1854 no hay más progreso oficial, salvo el de la devo .•
ción, el culto y las controversias (p. 190). Así, de un plumazo.
bula dogmática de la Asunción. y es claro que semejante influjo
quedan fuera la interesante mención de María en relación con el
del pueblo, que, si no en lamente del autor, al menos en la in-
pecado original en la sesión V de Trento, y la definición de su
teligencia obvia del lector ordinario de su libro, está al margen
absoluta inmunidad de pecado venial, en la sesión VI, por no cítnr
del magist.erio, no puede dejar de ser muy sospechosa. y toda-
sino concilios.
vía 10 es más, cuando no se ve inconveniente en que haya influído
En la Edad Media, se nos dice, el pensamiento mariano "!'C'
en esa actitud del pueblo cristiano, por 10 que se refiere al dogma
vistió una forma nueva, no ya intelectual, sino afectiva y en el
de la virginidad, "la necesidad que tenían los pueblos reciente-
orden del amor" (P. 193). Entonces se fijó en Occidente" el sen-
mente convertidos de encontrar en la esfera divina un principio
timiento del pueblo cristiano para con la Virgen. para con la $('''
femenino capaz de compensar el principio masculino" (p. 183).
ñore" (p. 195). ¿Cómo se originó ese fenómeno? El autor no nOI
Por cierto que el autor no ha titubeado en escribir esta frase in-
aduce otra causa, sino un nuevo sentimiento hacia la mujer. qu
felicísima: "Puede entrar dentro de las diSPOSiciones divinas el
empezó cuando la civilización volvió a comenzar en los pueblo:
querer que los dos polos de la díada sexual queden asumidos en
nuevos (p. 193); aquella civilización "en que la mujer OCUPól un
la divinidad, sin identificarse sin embargo con elIa: la natura-
leza humana de Jesús, la persona humana de María" (p. 183)- punto culminante de jerarquía, separada de sus iguales por gJ't1"
das 'y pisos, como en una corte bizantina" (p. 195); cuando 111
¡Extraña asunción de una persona humana en la divinidad! Fi-
descentralización del poder multiplicó las reinas, y con ellas 1111
nalmente la maternidad divina no aparece aún en esta época
"sin culto y casi sin imagen de María" (pp. 175- 178). Otra cosa cortes y los cortesanos, y creó condiciones favorables al emor
cortés ... Es "el culto medieval de la mujer, concebida como ,ini .•
"n
r A VIlWI!N MJ\ltfJ\ H
«loru en lo L'cIJgJón" (p. 195). IPc:rc:gt'lna manera de progresar
.J dogma de Marlal de la edición francesa, la doctrina asuncíontsta no mecccla m
De la Edad Media salta el autor al siglo XVI! francés. En él Pero la edición española es de 1952, y se nos dice que en ella Ii
"10 noción de la Virgen cambia de clima" (p. 202) por obra }> han introducido modificaciones. ¿Por qué no introducir también
gracia de Berulle, que es "el primer teólogo de la Virgen en Oc- ésta? En resumen, una notable manera de escribir historia de los
cidente" (p. 203), quien modificó la corriente de la Edad Media. dogmas, hablando de la maternidad divina sin nombrar él San
"que corría el peligro de no ver a María sino en función de nos- Cinlo ni a Efeso; de la virginidad perpetua, sin apenas citar a
otros ... Berulle ve a María en el seno del Padre" (p. 202). El au- San Jerónimo; de la Inmaculada Concepción, sin aludir a Es-
tor está convencido de que los jansenistas honraban a María, , coto: deIa Asunción, sin recordar a Pío XII ...
hasta insinúa una prueba de ello (p. 204). Es curioso que no tenga
nada que decirnos de la proposición condenada por Alejan- Con la tercera parte quiere situarse el autor en plena especu-
dro VIII, ni de la condenación del Sínodo de Pistoya. ni de la lación teológica, que considera a la Virgen "fuera del tiempo.
obra de Winde1feldt, ni de otros puntos semejantes. Exactamente como un principio eterno, actualmente presente" (p. 72); o, de
como no tiene nada que decirnos de la mariología no francesa otro modo, "la Idea de la Virgen en sí misma. en su eterna ac-
desde el siglo XVI al XIX. tualidad" (p. 235). Los temas de esta teología, después de una
Con 1854 estamos ante la definición dogmática de la Inmacu .. introducción sobre la identidad entre la Virgen del tiempo y la
lada. i Cómo se ha lleqado hasta ahí? "La reflexión sobre el prin- Virgen de la eternidad, son los siguientes: la Virgen y el "yo" de
cipio virginal enseñado en la .Escritura fué, de hecho, la que incitó Cristo, María y la obra de Cristo, la Virgen y la glorificación, la
al espíritu cristiano a referirse a este primer estado del ser tem- Virgen y la Trinidad, la Virgen y el pensamiento protestante.
poral de María para discernir en él otro privilegio." (p. 207.) Unas palabras sobre algunos de ellos. La "Virgen de la eterni-
¿Qué "principio virginal" es ése? Y ¿dónde queda la considera- dad" se nos describe como ese ser celeste que presentan la piedad
ción de la maternidad divina? Continúa el autor: "La idea de un y el dogma, a quien se le concibe. entre otras cosas, "con los
pecacio de origen es una idea sabia: no corresponde en la menta- atributos de eternidad y de divinidad" (p. 237). ¿Qué divinización
lidad popular a un sentimiento profundo, mientras que el senti- es esa de María? En cambío.vla "Virgen del tiempo" "no conoce
miento de que hay una mancha en la concepción y en el alum- el porvenir, está sometida a las mentalidades de su raza y de su
bramiento viene de 10 más profundo de los tiempos ..... (p. 207 s). pueblo, emerge de una inmensa realidad que ignora y que la
Pero, ¿a qué viene aquí la mentalidad popular? ¿Es que ese pue- ignora ... Incluso si se le suponen privilegios, teniendo en cuenta
blo cristiano no está oyendo cada día la predicación de sus Pas- los momentos por los que se iguala al Todo, incluso si se concibe
tores, y no profesa, enseñada por ellos, una fe cierta en el dogma que en un estrato muy profundo de su ser haya poseído una razón
del pecado original? ¿Qué "sentimiento" es ese, que va resultando más lúcida que la nuestra, esto no impide que haya que aceptar la
la clave última de toda la evolución dogmática sobre María? Véa- realidad histórica, tal como se nos ha dado, en la que se ve a la
se Con qué exactitud se escribe: "Los seglares cristianos han que- Virgen con sus perplejidades, angustias, ignorancias" (p. 237 s.).
rido la Inmaculada Concepción sin comprender claramente 10 Quiere el autor explicar la identidad entre la Virgen del tiempo
que era; ayudados por el Papado, el argumento de la santificación y la de la eternidad, y para ello se vale del problema paralelo de
de San Juan Bautista triunfó de inteligencias profundas que com- Cristo. El Nuevo Testamento, nos dice, contiene dos tipos dife-
prendían claramente de qué se trataba y 10 rechazaban por ra- rentes de conocimiento de Jesús. De un lado, los sinóptícos, que
zones claras" (p. 208). Es decir, de un lado. los seglares con el desde el nacimiento al sepulcro "no nos cuentan sino episodios de
Papa; de otro lado, los teólogos que se oponían a la Inmaculada. una existencia humana" (p. 241). De otro lado, San Pablo, que.
¿y los Prelados dispersos por el mundo, y los demás teólogos, aceptando toda la historia de' Jesús, "se inclina preferentemente
que eran sin duda mayoría, y los predicadores? Es curioso que al ser eterno, que era antes de existir, y que continúa siendo des-
tampoco aquí aparecen más nombres que los de San Bernardo, pués de haber existido" (p. 241). Y, naturalmente, San Juan
San Buenaventura y Santo Tomás, para decir de ellos que se ayuda a hacer la síntesis de ambos conocimientos. Sabido es qu
opusieron a la Inmaculada. j Con eso ya conocemos la labor. ma-í este subrayar tales oposiciones no ha tenido origen muy limpio
riológica de los doctores y escritores de la Edad Media! . para un católico; pero, además, los sinóptico s bastan para qu
Una grave laguna se nos presenta aquí. El autor no nos ha- conozcamos la divinidad de Jesucristo, como lo vienen probando
bla del dogma de la Asunción; lo deja para la parte que dedica a con especial cuidado los teólogos desde la aparición del Moder-
la especulación teológica. Sin duda, para el autor, en 1949, fecha nismo. Se admira el autor de que esas dos imágenes de Jesús,
la "temporal e histórica" y la "supra-ternporal y metahístórlc "
M • A. 1m AJ.llAMA, s. l.
I.A Vl1H:HN M!l.l~r!l. X!J
110 hnynn encontrado diRcultad para unirse en la fe de los fleles; Podríamos hacer aún otras muchas acotacíones a lo 1urU'
y esta fe le resulta "paradójica". Pero ni hay por qué admirarse. del libro. Por ejemplo, podríamos notar que cada ciencia tiene su
ni tal fe tiene nada de paradoja. La verdad sencilla y fácil no es terminología propia, que no se puede impunemente ignorar. La
más que una: que la primera predicación apostólica contenía lo "presencia real" tiene 'en lenguaje católico un sentido que dista
mismo la vida externa de Jesús que la fe cierta en su divinidad. mucho de significar la divinidad de Jesucristo; del cual. por cier-
y así, sin empeñarse en oposiciones ficticias, todo queda claro. to, no se debe decir que está en Él Dios, sino que Él es Dios; el
Alrededor de este mismo problema establece el autor una di- "Protoevanqelío" designa un pasaje de la Escritura. no los Evan-
ferencia entre nuestra predestinación y la de María. La idea gelios de San Marcos y San Lucas; y así en casos parecidos. Aho-
eterna que Dios tiene de Nuestra Señora coincide perfectamente ra sólo queremos referimos a la introducción, que hasta aquí he-
Con la realización de su vida: fué "tal como había sido prevista" mos dejado de intento sin comentario.
(p. 249). Pero en .nosotros, dice el autor, no es así. Evidentemen~ La introducción toca un tema muy interesante: "la fe y la
te. aquí late un equívoco. Es claro que también a nosotros nos devoción", El autor subraya la "desproporción entre el lugar que
ha previsto Dios como habíamos de ser. y en este sentido, tarn- ocupa la Virgen en el sentimiento, y que prácticamente es tan
poco en relación con nosotros existen esas dos perspectivas diví- grande. y el que ocupa en el dogma e incluso en la liturgia. que
es tan limitado" (p. 55). Pero esa observación es exagerada. En
nas, que se niegan en relación con Nuestra Señora. Ni vale acudir
el dogma, María ocupa el lugar propio de una Madre de Dios.
a la idea abstracta de un tipo ideal de hombre, que de hecho no
Inmaculada en su concepción, Virgen perpetua en su maternidad.
se da en Dios. Y si para acercarse a la "idea pura" que Dios te-
llena de gracia y sin pecado alguno en su vida, Asunta en cuer-
n-ía de nosotros precisaba la mediación de Cristo Redentor, eso
po y alma a la gloria del cielo, y tan ligada con la persona y la
vale igualmente de María. Y. finalmente, cualquier teólogo sabe obra del Redentor, que es imposible pensar en Él prescindiendo
las muchas distinciones que hay que hacer antes de poder escribir de Ella. Esa, y no otra. es la base del "sentimiento" cristiano con
con exactitud: "la Virgen es el único de los seres creados que relación a María. Y en la liturgia. el nombre de María florece
ha sido tal Como Dios ha querido" (p. 249). . en las páginas de nuestros mísales y de nuestros breviarios con
La mediación de María es para el autor una mediación oficial. una abundancia de primavera. ¿Dónde está esa pretendida des-
pero "no entre nosotros y Dios. sino entre nosotros y Cristo" proporción?
(p. 273). La verdad es que ambas fórmulas se encuentran en la . Denuncia el autor las "ideas confusas" existentes acerca de
tradición y en los documentos del magisterio eclesiástico. Más los límites de la devoción y de la fe; y establece "una distinció.i
adelante pregunta el autor: "¿Puede decirse que la Virgen es dís- radical entre el cantón de la fe, que contiene las verdades esen-
tribuidora de todas las gracias. Como Cristo?" y responde: "No ciales para la salvación. y el terreno más vago de la devoción,
tenemos para afirmarlo ningún texto de la Escritura, ninguna au- que es accidental y libre. diverso, según los usos y costumbres"
toridad patrística o eclesiástica" (p. 274). Y a continuación se (p. 56). Hubiéramos deseado una explicación menos confusa de
hace cargo. para desvirtuarlo, de un célebre texto de San Ber- lo que entiende el autor por" devoción". No es lo mismo "devo-
ción" que "devociones". Por eso tampoco se puede afirmar sin
nardo. Nos encontramos aquí otra vez con el mínimismn de siem-
más que el culto de Nuestra Señora es facultativo y libre (p. 55.
pre. Autoridades eclesiásticas las hubiera encontrado el autor con
299), y que "no es necesario ser devoto de María para ser ama-
facilidad y en abundancia leyendo las encíclicas de León XIII
do de Dios" (p. 341 ). Que se le debe venerar y darle culto. es
(por ejemplo. "Octobri rnense", "Iucunda semper", "Adiutricem
cosa que pertenece a la fe. Y ni siquiera se pueden llamar libres.
populí", "Diuturni temporís"}, del B. Pío X ("Ad diem illum").
en rigor. ciertas devociones particulares a la Señora. para quien
de Benedicto XV ("Fausto appetente die"), de Pío XI ("Ingra~ es hijo obediente de la Iglesia v sigue las orientaciones pontíflcías.
vescentibus malis"}, de Pío XII (" Mediator Dei")' y otros docu- \
El culto a Nuestra Señora está sobradamente atestiguado en la
mentos pontificios que siguen la línea de los teólogos y de los antigüedad cristiana para que no sea preciso "condenar a los seis
Padres. condensada en un famoso texto de San Bernardino de primeros siglos" por no haberlo tenido (p. 342); y no es precisa-
Sena. Le parece al autor "quizá excesiva" la expresión de corre- mente" evidente". ni mucho menos. el que exista. en lo que a la
:lentora (p. 282). Sin embargo, no le pareció excesiva ni al Virgen se. refiere. "una diferencia radical entre la piedad de los
B. Pío X, ni a Pío XI; ni en términos equivalentes, a León XIII y .cínco primeros siglos y la de los tiempos medievales y moder-
n Benedicto XV, por no citar la multitud de teólogos que vienen nos" (p. 56). La devoción no pertenece a las "formas inferiores
usando esa fórmula desde el siglo XVI hasta nuestros días. del conocimiento religioso" (p. 57); ni se puede admitir que "lo
IIIJ J. A. DE ALDAMA, S. l.
LA VIRGEN MARÍA lit

In devoción serán siempre ambiguos, como todo lo que


rl~lcn vital" (p. 57). Y si se sacan las cosas de quicio, ce- güedades, de tan notables confusionísmos, de mínimísmo tun
d!fondo, Rlll duda, a nuestra época, que "no tiene ninguna simpa- marcado, de tan escaso método teológico, de tendencias tan tur .•
r lo devoción", cuando se escribe: "Si desapareciera nuestra bias, por más que sean inconscientes e ignoradas. Y si el libro
icíón y un día eruditos sin creencias hicieran excavaciones tiene el atractivo de un modo de pensar moderno y ofrece p~gi •.
." los terrenos donde se encuentran iglesias, llegarían a conclu- nas verdaderamente sugerentes para ese gusto de hoy, peor.
íones equivocadas al exhumar las estatuas de la Virgen y de Una palabra nos queda que decir sobre el prólogo de la edí-
]05 Santos, pues pensarían que este culto ocupaba casi toda la ción española. Ya hemos aludido al severo veredicto que fulmin
religión" (p. 56s.). Ello debe ser, sin duda, porque prevalece "la el prologuista contra los libros narrativos o los tratados científi-
devoción sobre la fe, especialmente en los países meridionales" cos sobre la Santísima Virgen. Y aunque nos añada que esto 110
(p. 56). Por ese camino no extraña que se llegue a preguntar: quiere decir que no haya "muchos y muy buenos libros sobre la
"¿ Quién podrá decir si la venta de rosarios prueba el progreso Madre de los cristianos", siempre queda en pie que "todos esos
de la creencia o de la superstición?" (p. 57). escritos son valiosos, a pesar de haber encallado en algu;nos de
Pero es que el autor aboga por una maríoloqía que, saliendo los arrecifes mencionados" (p. 18). y los arrecifes mencionados
de los monasterios, de los claustros, de los centros de contem- no son cualquier cosa: "una especie de evangelios apócrifos so-
plación, se beneficie "de un género de pensamiento más, libre, bre la Virgen, muy devotos y muy poéticos, que hacen decir a
propio de la sociedad contemporánea, y de la que frecuentemente María lo que no dijo y sentir lo que el autor personalmente
es órgano la Universidad" (p. 68). Es el "ideal seglar" de la re- siente", o bien "interesantes narraciones arqueológicas e históri-
forma de la mariología y, en general, creemos, de la teología. cas, más o menos adecuadas, que se ciernen en espiral sobre la
Dentro de ese ideal habrá que sustituir "la retórica por el pen- Virgen, pero que no saben decirnos lo que buscamos", o bien
samiento, la leyenda por la narración, el precio sismo por un tono "valiosas consideraciones personales, predominantemente subje-
claro y sencillo, el amaneramiento por la virilidad, la abundan- tivas y contingentes al fin y al cabo", o bien "una abstracta es-
cia por la discreción, y, en general, la exageración, propia del peculación mariológica" (p. 17s.). ¿De verdad que S011 así todos
sentimiento, por la exactitud, que es fruto de la reflexión, y que los libros escritos sobre la Virgen?
exige un esfuerzo continuo" (p. 68). [Como si esos rasgos peyo- Según el mismo prologuista, Guitton "se siente con el dere-
rativos constituyesen algo más que una triste caricatura de los cho, y aun la obligación, 'de hacer sentir su voz en la Iglesia, no
tratados mariológicos! La teología que se quiere se caracteriza para ejercer una función de magisterio, sino de orientación y de
por estas sabias normas metodológicas: "Llevar al estudio de la luz" (p. 12). No creíamos que eran precisamente los seglares los
revelación el estado de espíritu de la ciencia, que ante todo esta- que tenían la misión de orientar y de iluminar en la Iglesia. Pero
blece. un dato, prescindiendo de toda interpretación y aumento; esto va muy bien con el "ideal seglar" que nos ha trazado más
procurar definir, incluso en una historia sagrada, aquello que es arriba el propio Guitton, de lo que debiera ser la teología. No
más humano, positivo y verosímil (ya que la gracia no suprime tienen los seglares en la Iglesia de Dios la misión de ser faros
la obra de la naturaleza); preferir a lo maravilloso lo províden- que iluminen las costas y los arrecifes, mientras "el timonel con-
cial, pensando que tanto más se honra el milagro cuanto más se duce la nave" ... Es claro que la teología no es patrimonio exclu-
le restringe al campo donde parece haberse producido, sin exten- sivo de los clérigos, ni está reservada sólo para los teólogos.
derlo a un terreno dudoso; tomar como regla la razón y la divina Pero no lo es menos que, para escribir teología, no basta profe-
medida; reprimir lo que en' nosotros haya de curioso, excesivo o sar una fe, ni siquiera tener una razón iluminada por ella. La teo-
poco serio; usar del silencio para honrar a lo infinito" (p. 69). Por logía es una ciencia, con todas las exigencias de la ciencia. Y una
dicha nuestra, todo lo que hay de aceptable en esas líneas (que de ellas es conocer lo que ya está investigado y adquirido por
no es todo), hace tiempo está incorporado a la teología católica, trabajo plurisecular de tantos doctores, quotum laus in Eccle •.
aunque algunos seglares no se hayan percatado todavía suílcíen- sia esto
temente de ello. No vamos a seguir al prologuista en las altas filosofías de su
prólogo. Nos llevaría demasiado lejos, porque también él ha en .•
Este es el libro de Guítton sobre la Virgen María. Sincera- trado en demasiados problemas. Mas sencillamente vamos a notar
mente, bien flaco servicio hace al conocimiento sólido de la doc- unos puntos que creemos merecen ser notados. Denuncia el
trina católica entre nuestros intelectuales y entre nuestros uní- ñor Paniker "un pernicioso egoísmo espiritual y una egolátrfcn
versítaríos el que pone en sus manos una obra de tantas anibí- avaricia seudocrtstiana", difusamente extendidos en ambícnt
piadosos. Es el "egocentrismo de almas que comulgan pOI'
J. A. DE ALDAMA, S. l.

· de personas que rezan para tener suerte. de cristianos que


buenos para que les vayan bien las cosas". Todo eso "es.
el fondo, pura egolatría" (p. 35). No parece que se puedan
poner en pie de igualdad todos esos ejemplos. Pero. desde luego.
por lo que se refiere a la comunión es preciso enfrentarse con la
mejor ascética cristiana para tachar de egoísmo y de egolatría
semejante manera de obrar. Y con los documentos pontíficíos. Y
hasta con el Concilio Trídentíno, según el cual quiso el Señor
que se recibiese este divino manjar "como antídoto que nos li-
brase de los pecados veniales y nos preservase de los mortales"
(s, XIII. cp. 2). Cierto que nos ha dicho el Señor que no nos
preocupemos excesivamente de nosotros mismos. Pero. sín duda.
es el mismo Señor que nos ha enseñado: "Pedid y recibiréis."
Santo Tomás enseña que lícitamente pedimos a Dios los bienes
temporales; y en ello no hace sino seguir la tradición de los San-
tos y el ejemplo de la Iglesia en su liturgia. ¡Cuánto más los bie-
nes espirituales y entre ellos la perseverancia que se concede a
los que la piden! Pretende el señor Paniker que" el fin de nuestra
vida no es darle gloria a Dios". aunque sea la gloria de Dios.
Pero esta gloria de Dios ("Su gloria. pero no la que le puedo dar
yo"), si ha de ser formal y no sólo objetiva. como corresponde
a la naturaleza racional. no puede ser sino la que yo le dé con mi
conocimiento y mi amor. Y se sabe muy bien lo que es esa gloria:
la bondad divina comunicada en el hombre y manifestada por él
en el grado y en el modo correspondiente a su propio ser. Por
fin. es preciso no empeñarse en un amor tan puro de Dios. y tan
desinteresado. que acabe con la esperanza. virtud cristiana. y nos
lleve a las desviaciones que la Iglesia condenó en Fenelón y en
otros autores.
Al señor Paniker no le gusta la denominación de "vida inte-
rior". que le parece equívoca. Pero él sabe muy bien lo que esa
fórmula significa en toda la ascética tradicional, y que no hay
por qué rechazarla. Ni aun bajo el pretexto de una "auténtica
vida de Cristo en nuestro ser". El ideal de una vida "plenaria".
que conjugue la contemplación con la acción. es demasiado ele-
vado para creer que con esa receta. tan buscada y tan dificil-
mente encontrada en las personas que se han dado a la vida es-
piritual. se vaya *a acabar. como por ensalmo. "un cierto comple-
jo de inferioridad" en el que se dice haber vivido largo tiempo
los seglares. Y las palabras de Eckhardt son demasiado elocuen-
tes para pensar otra cosa. Lo mismo que el modelo augusto
de las virtudes de María.

J. A. DE ALDAMA, S. 1.

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