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El despertar del café en la Colombia petrolera

El año pasado cerró con una cosecha de 14,2 millones de sacos, una cifra
que no se alcanzaba desde hace 23 años. Solo representa el 0,8% del PIB

Finca El Ocaso, en Quindío, en junio pasado. SAMUEL SÁNCHEZ

La Federación Nacional de Cafeteros colombianos recogió una cosecha de 14,2


millones de sacos de café al cierre de 2015. Una cifra que le ha costada 23 años
de trabajo al más de medio millón de familias recolectoras que vieron cómo hace
una década el Gobierno decidió convertir “la nación cafetera” en “un país
petrolero”. “Es una buena noticia para un sector importante en la generación de
empleo”, explica Luis Mejía, subdirector de la Dirección Nacional de Planeación
(DNP), organismo encargado de las políticas de desarrollo económico, social y
medioambiental en el país. “Pero el café no es un componente esencial ni de la
canasta exportadora ni del PIB. Colombia ha cambiado”.

El café representa el 6% de las exportaciones totales y un 0,8% en el PIB, según


datos de la DNP. Lejos quedan los años veinte en los que el grano copaba el 80%
de las exportaciones y Colombia representaba el 10% de la producción mundial.
Los porcentajes fueron aumentando con las décadas y el gremio se convirtió en
el Dorado del país. “Hace 40 años construíamos carreteras, escuelas, acueductos
o proyectos de electrificación rural”, recuerda Roberto Vélez Vallejo, gerente
general de la Federación Nacional de Cafeteros. “Ahora nuestro objetivo es
devolver la rentabilidad a la caficultura”.

Durante los últimos 10 años los ingresos de los cafeteros se han visto muy
afectados por la revaluación del peso. “El negocio dejó de ser atractivo”, explica
Vélez Vallejo, “mantenemos la incertidumbre de cómo evolucionará el tipo de
cambio”. La Federación decidió llegar a un acuerdo en 2010 con el Gobierno para
renovar el sector en cinco años. A través del Centro Nacional de Investigaciones
de Café (Cenicafé) se produjeron nuevas semillas resistentes a las plagas.
“Además, entre 80.000 y 90.000 hectáreas han cambiado café viejo por nuevo
para conseguir una caficultura de una edad promedia que ha pasado de 11 a siete
años. Cuanto más joven sea la mata, más cantidad produce”, dice el representante
de los cafeteros.

EL CAFÉ Y LA PAZ
En el último congreso cafetero el sector ofreció al Gobierno de Juan Manuel Santos su ayuda
como “ejecutores de recursos” para el posconflicto consciente de que al sobreponer el mapa
de la violencia con el cafetero “se identifican áreas muy afectadas”. Las propuestas pasan
por:

 Crear áreas de reinserción de guerrilleros. “Las familias cafeteras están listas para
trabajar con excombatientes, aunque puede que nos cueste otros 50 años aprender
a perdonar”.
 Plantación de café en nuevas regiones para “crear economías sostenibles en áreas
donde lleguen desmovilizados”.

Estos futuros planes se unen a los que ya implementa la Federación desde 2012 con
el programa Huellas de Paz, con ayuda de la cooperación española, que beneficia a más de
4.000 familias de zonas cafeteras en 22 municipios de cuatro departamentos de Colombia.

Estas medidas han mitigado los efectos de la crisis financiera internacional de


2009 que tumbó las exportaciones, las consecuencias de las inundaciones de la
Niña que durante dos años ahogaron el café, y pretenden ser un paliativo para la
sequía del Niño que durante el primer trimestre de 2016, según las previsiones
del Gobierno, seguirá afectando a Colombia. Aunque por el momento se
desconoce el posible impacto de la falta de agua. “Estamos monitoreándolo”,
apunta a decir Mejía.

Al mismo tiempo, el pacto ha reorientado la filosofía del país de Juan Valdez. Con
tres ministros y un director de planeación –con la misma categoría- sentados en
la Federación Cafetera el consenso sobre hacia dónde debe dirigirse el sector
pasa por el aumento de la productividad. “La política del gremio se ha basado en
explotar la reputación del café, se concentraron en ese prestigio, mientras que el
resto de países se movieron a cafés de menor calidad y una producción mayor”,
relata el subdirector de la DNP. “La visión del Gobierno es económica, podemos
tener distintas categorías y venderlas en el mercado de acuerdo a su calidad y
con transparencia. Nos hemos retrasado en la producción y la nueva política
quiere incentivar, por ejemplo, la variedad pasilla”. Es decir, un café elaborado a
partir de granos de menor calidad por ser defectuosos, según la descripción de
Cenicafé.

Esa demora en la producción que identifica el Gobierno provocó, entre otras


razones, que Colombia desapareciera de las mezclas, en palabras de Vélez
Vallejo. “Ya hemos recuperado esa posición a costa de precios competitivos”.
Ambas partes aseguran que la marca sigue siendo apreciada en el mercado
internacional y que la apuesta por los cafés especiales continuará para reforzar
la calidad. “El volumen de la producción de Brasil, estará compensado por los
aumentos en Vietnam, Colombia e Indonesia y otros países”, según
la Organización Internacional del Café.

En 2015 venció el acuerdo entre las partes y desde la Federación aseguran que
continuarán mejorando la rentabilidad de la tierra por su cuenta, además de
plantear un plan de industrialización de parte de un sector que ha sufrido el
desplazamiento de la mano de obra del campo a la ciudad por la falta de
competitividad de los salarios. “El Gobierno, desde el punto de vista fiscal, tiene
menos espacio que hace cinco años por la caída del precio del petróleo”, apunta
el representante en referencia a las malas previsiones económicas en Colombia
para 2016. “Ahora es nuestra plata, hay mucha continuidad en nuestras políticas
no están al vaivén de las legislaturas”. Aunque Vélez reconoce que con el boom
del crudo “el café empezó a perder un poco o un mucho de protagonismo”, para
después justificar que “son las reglas del desarrollo, la economía cambia
dependiendo de las circunstancias”.

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