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Buenas tardes,

Estoy muy agradecida a Amelia Valcárcel y a toda la organización


por estas jornadas, tan relevantes e imprescindibles en los tiempos
que corren. Creo que todas las feministas, seamos de la corriente
que seamos, tenemos que pararnos un momento y empezar a
confrontar ideas, dejar atrás los vetos y los intentos de veto y
empezar a practicar la libertad de expresión. Es inaceptable que
muchas mujeres tengamos o hayamos tenido miedo de hablar o de
decir una simple frase como “la raíz de la opresión de las mujeres es
haber nacido con vulva, motivo por el cual se nos impone un sistema
de opresión llamado género o roles sexuales basado en el sexo”.

Decir una frase tan básica de la teoría feminista radical, ya


desarrollada desde El Segundo Sexo (y no EL SEGUNDO GÉNERO)
de Beauvoir, es hoy en día firmar tu muerte civil, laboral y política (y
no me refiero aquí solamente a la política institucional, en la que no
estoy ni he querido estar involucrada, me refiero a la política de los
movimientos sociales como el feminismo o la llamada izquierda en
general). Es una frase tan básica que Shulamith Firestone la usó
como primera frase de su Dialéctica del sexo: “La división estanca
derivada del sexo es tan profunda que resulta imperceptible”. Y sí,
resulta tan imperceptible que es la única opresión que actualmente
es definida como performática por los “feminismos” posmodernos con
gran aceptación hasta ahora, siendo impensable que pase esto con
el resto de opresiones (la clase y la raza/etnia).
Si hoy hago una búsqueda en Google con mi nombre y apellido, los
primeros resultados que salen van acompañados también de los
apellidos tránsfoba y TERF.

Amy Dyess, lesbiana estadounidense, escribió un artículo titulado


“TERF es discurso de odio y es tiempo de condenarlo”, donde
explicaba que TERF se usaba inicialmente como un acrónimo que
significaba Feminista Radical Trans Excusionista, pero el término
siempre se ha usado para impedir que las mujeres hablemos y
debatamos sobre nuestros derechos. Durante el último año y medio,
dice en el artículo, TERF se ha utilizado ampliamente como discurso
de lesbo-odio dirigido a todas las lesbianas.

También nos apodan con TERF por defender los espacios solo de
mujeres. Por decir que no vamos a permitir que nos llamen “mujer
cis”, por haber puesto en duda y analizado desde una perspectiva
feminista radical la teoría queer y sus teorías derivadas, que asolan
hoy el movimiento feminista malestream, copado por “activistas
institucionales” de Unidas Podemos, Barcelona en Comú o cualquier
mutación de siglas de Podemos.

La situación es esta: las mujeres feministas radicales que hacemos


un análisis radical del género como sistema de opresión y no como
identidad estamos siendo agredidas. Primero verbalmente, y
actualmente se ha pasado del campo de batalla patriarcal online al
campo de batalla real, con agresiones físicas. Probablemente lo que
diga hoy va a ser usado en mi contra durante años, y vaya a volver a
ser crucificada, pero, sinceramente, en el poco tiempo que llevo
dedicada al activismo, al periodismo, a la lectura, a la traducción de
textos, me han dicho tantas cosas, han dicho tantas mentiras sobre
mí, he sufrido tantos ataques, que he llegado al punto en que no me
importa, y el hecho de que no me importe demasiado, me da la
libertad para decir lo que pienso y que muchas no se atreven a decir.

Pero voy a ir por orden. ¿Dónde empieza todo este “conflicto” que ha
terminado con agresiones físicas a chicas feministas radicales o
hasta a feministas radicales históricas como Julie Bindel? ¿Dónde
empieza todo este conflicto que ha provocado que las radicales en
Reino Unido tengan que mantener en secreto hasta el último
momento la hora y el lugar de las conferencias y eventos sobre la
opresión en base al sexo, porque si no sufren boicot y hasta
amenazas de bomba para que el acto no se celebre?

La segunda ola del feminismo, la ola buena, termina con lo que se


llaman las Guerras feministas por el Sexo, las Sex Wars, que se
dieron desde finales de los 70 hasta mediados los 80 en relación a
las políticas sexuales. El debate sobre las políticas sexuales polarizó
profundamente el movimiento feminista y continúa aún polarizando
el movimiento feminista a día de hoy.

Los bandos se caracterizaron por grupos feministas anti-porno y


feministas pro-porno con desacuerdos sobre la sexualidad, que
incluían la pornografía, el erotismo, la prostitución, las prácticas
sexuales lésbicas, el papel de las mujeres transexuales en la
comunidad lésbica y el sadomasoquismo.

Uno de los choques más memorables entre las feministas pro-porno


y anti-porno ocurrió en la Conferencia Barnard sobre Sexualidad en
1982. Las feministas contra la pornografía fueron excluidas del
comité de planificación de los eventos, por lo que organizaron mítines
fuera de la conferencia para mostrar su desdén. Es el momento que
se conoce y se marca como el comienzo de las Guerras Sexuales
Feministas. Las miembros de WAP (Women Against Pornography)
hicieron piquetes en la conferencia y entregaron folletos y
propaganda, vistiendo camisetas con las palabras "Por una
Sexualidad Feminista" en la parte de delante y "Contra el
sadomasoquismo" en la parte de detrás.

El movimiento anti-pornografía tenía una base que venía tomada del


planteamiento ideológico que desarrollaron las lesbianas feministas
durante toda la década de los 70 y los 80. Además de hacer campaña
contra el porno, también se opusieron al BDSM, al considerarlo una
violencia ritualizada contra las mujeres, y criticando la práctica dentro
de la comunidad lésbica.

Sin embargo, en 1978 se formó una organización de mujeres que


practicaban BDSM llamada SAMOIS, que consideraba que el BDSM
era compatible con el feminismo. Audre Lorde o Alice Walker, entre
muchas otras mujeres racializadas, escribieron y teorizaron contra el
sadomasoquismo, por considerarlo una práctica racista, insensible a
la experiencia de las mujeres negras.

La prostitución también fue debatida durante ese periodo de las Sex


Wars, cuyas detractoras, las más reconocibles Andrea Dworkin o
Catharine MacKinnon, afirmaban que se les imponía a las mujeres
que no tenían otras alternativas. Sin embargo, el otro bando decía
que esta posición ignoraba la auto-agencia de las mujeres que
elegían el trabajo sexual, más o menos el mismo enfrentamiento que
existe hoy en día en todo el mundo.

Los escritos feministas de la tercera ola promovían y promueven


puntos de vista personales e individualizados sobre temas
relacionados con el género centrados en las guerras sexuales
feministas, como la prostitución, la pornografía y el sadomasoquismo.
Pongo como ejemplo la Teoría King Kong de Virginie Despentes, que
debería venderse como una autobiografía, pero nunca como un texto
feminista, más bien al contrario.

Como explica Ochy Curiel, lesbiana feminista racializada, en uno de


sus artículos, en la Conferencia anual del Barnard College de 1982,
Gayle Rubin, lesbiana feminista norteamericana, planteaba desde un
análisis neoliberal de la sexualidad que el problema radicaba en la
jerarquización de las sexualidades y que en ese sentido la
heterosexualidad reproductiva y monógama estaba en la cúspide,
mientras otras sexualidades eran discriminadas y condenadas.
Entonces, mediante esta posición, se hacía urgente una alianza entre
lo que ella llamó minorías sexuales que, según ella, de una manera
u otra subvertían la heterosexualidad. Esto reducía el lesbianismo a
una sexualidad diferente, restando importancia al lesbianismo-
feminista, que contenía una propuesta política de transformación en
muchos órdenes. Es entonces cuando muchas lesbianas entran a
grupos mixtos perdiendo la autonomía que habían tenido en el
movimiento feminista lésbico y separatista de los 70, hasta hoy, lo
que se conoce como movimiento LGTB, un movimiento liderado por
hombres homosexuales, mayormente misóginos como se espera
que sean al haber nacido en una sociedad patriarcal, despolitizando
las acciones políticas (como las marchas del orgullo). Como explica
Curiel, esta diversidad sexual ha pasado a ser la política mayoritaria
de los últimos años, y muchas lesbianas han entrado bajo lógicas de
identidad sexual y del reconocimiento sexual pidiendo tolerancia. En
esta lógica, sigue Curiel, se sigue asumiendo el paradigma
heterosexual como el válido y legítimo, y que este es el que nos tiene
que tolerar a las y los que somos “diferentes”. Este paradigma no
cuestiona las bases fundamentales en las que se sustenta el
patriarcado, siendo las mujeres heterosexuales y lesbianas las
mayores subordinadas en el plano económico, social, cultural, y
simbólico. Por tanto, unirnos a todas y a todos en un movimiento de
“sexualidades diversas” le es funcional al sistema, una sociedad
puede ser tolerante, y debido a ello no se plantea acabar con las
desigualdades de raíz. Es funcional al sistema que una sociedad sea
tolerante con unas cuantas “diversas”, desviadas, mientras no se
planteen acabar con esa sociedad heterosexista de raíz.

Entre estas autoras que popularizan estas ideas en la tercera ola


encontramos a Judith Butler, a partir de su libro “El género en disputa”
de 1990, donde ya cuestiona el concepto de mujer, y el sujeto del
feminismo, siendo la base teórica principal de la misógina y lesbófoba
teoría queer. Butler es responsable, al menos, de tergiversar gran
parte de la teoría feminista radical para hacerla encajar con una
teoría de las identidades y performática del género. Rápidamente, la
teoría queer entra dentro de las universidades y dentro de los
estudios de la mujer y estudios de género, donde actualmente tiene
la práctica totalidad de la hegemonía.
El problema con la teoría queer es que parte de un supuesto territorio
neutral que no es tal. Parte de un lugar donde no existe ni el
patriarcado, ni el racismo ni las condiciones materiales previas. Parte
de la base de que la imposición del género le afecta de igual manera
a mujeres que a hombres, que es el mismo en mujeres racializadas
que en mujeres blancas, etc. cuando no es así. Parte de una
concepción de género totalmente a despolitizada y totalmente des-
radicalizada. Lo único que comparte lo queer con el feminismo radical
es el cuestionamiento del sistema de género (la teoría queer para
multiplicarlo, hasta casi hacer un género para cada persona, el
feminismo radical para abolir el género), por lo que las soluciones
propuestas y sus planteamientos son diametralmente opuestos.

En los últimos años, lo que antes se llamaban “estudios de la mujer”


hoy viene siendo llamado “estudios de género”. Lo que antes se
llamaba “violencia contra las mujeres” o “violencia machista” hoy se
llama “violencia de género”. El término “género”, como han explicado
las feministas radicales de la segunda ola que aún viven en la
actualidad, como Denise Thompson, surgió en contraposición al de
sexo, y es la gran aportación que hace el feminismo radical, decir que
los comportamientos asociados con las mujeres no tienen un origen
biológico, sino social. El género, por tanto, correspondería a lo que
las feministas radicales de la segunda ola llaman roles sexuales.

Actualmente, la feminista y lesbiana materialista Monique Wittig, a la


que FALSAMENTE se la apoda como la precursora de la teoría
queer, así como muchas otras feministas como Simone de Beauvoir
o incluso Kate Millett y Andrea Dworkin son apropiadas por el
movimiento liberal y de las identidades para ser reinterpretadas y
leídas como si sus textos pertenecieran a este contexto actual, y no
a los años 70 y 80. Son reinterpretadas con el propósito de borrarle
todo radicalismo y todo significado revolucionario, desde una óptica
masculinista y de las identidades LGTBQ+. En estas nuevas
interpretaciones, desaparecen los análisis radicales sobre la
opresión de las mujeres en general y de las lesbianas en particular.

Como he dicho antes, el libro que dio el pistoletazo de salida a este


tipo de interpretaciones fue El género en disputa, de Butler, publicado
a principios de 1990. En la página 57 de su libro, aparece ya
manipulada la frase de Simone de Beauvoir. Judith Butler intenta
demostrar “que el sexo siempre ha sido género” partiendo de una
frase cortada de Simone de Beauvoir. Dice así: “Simone de Beauvoir
afirma en El segundo sexo que «no se nace mujer: llega una a
serlo»”. Un par de frases más adelante, continúa: “En su estudio no
hay nada que asegure que la «persona» que se convierte en mujer
sea obligatoriamente del sexo femenino”. Más adelante, afirma: “La
teoría de Beauvoir tenía consecuencias aparentemente radicales que
ella misma no contempló. Por ejemplo, si el sexo y el género son
radicalmente diferentes, entonces no se desprende que ser de un
sexo concreto equivalga a llegar a ser de un género concreto; dicho
de otra forma, «mujer» no necesariamente es la construcción cultural
del cuerpo femenino, y «hombre» tampoco representa
obligatoriamente a un cuerpo masculino. Esta afirmación radical de
la división entre sexo/género revela que los cuerpos sexuados
pueden ser muchos géneros diferentes y, además, que el género en
sí no se limita necesariamente a los dos géneros habituales”. Aquí es
cuando Butler consigue tergiversar completamente y despolitizar la
teoría radical que se desprende del hecho de que vivimos en una
sociedad patriarcal y que, aunque género y sexo no sean lo mismo,
no pueden analizarse por separado, ya que el género femenino se
impone sobre el sexo hembra.

La frase de Beauvoir, sin embargo, era la siguiente: “No se nace


mujer: llega una a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico
define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra
humana; la civilización en conjunto es quien elabora ese producto
intermedio entre el macho y el castrado al que se califica como
femenino.” Si solo cogemos la primera parte de la frase, como hizo
Butler, se la desprovee de todo análisis radical del patriarcado y
mujer = feminidad, cualquier persona de sexo masculino que asuma
la feminidad desde su privilegio de casta sexual no solo puede ser
mujer, sino que para Butler también es hembra, porque “el género
siempre ha sido sexo” para ella, dando un paso más allá aquí que
Wittig y afirmando algo que ella jamás dijo. Y ahora voy a Wittig para
intentar desenredar todo este embrollo.

Monique Wittig, en su ensayo El pensamiento heterosexual, diría una


frase que revolucionaría todo el panorama feminista de la época.
Afirmó que “las lesbianas no somos mujeres”, porque para ella el
sexo era una construcción de la dominación patriarcal, proyectada en
la dicotomía hombre/mujer y cuyo régimen es la heterosexualidad
obligatoria. Las lesbianas serían unas fugitivas de su propia clase o
grupo al no contribuir a servir a los varones emocional y sexualmente,
además de contribuir a destruir simbólicamente las categorías de
“hombres” y “mujeres”.
́ s de sexo
Según Ochy Curiel, Wittig propuso abolir las categoria
como realidades sociológicas, lo cual se logra a través de la lucha
polit́ ica tanto en el plano material como en el de los conceptos. El
segundo punto, que precisamente viene dado por el primero, se
condensa en su frase provocadora y polémica “las lesbianas no son
mujeres”. Hay formas de salir individualmente de la clase de las
mujeres. Pero la cosa no es tan simple como salir individualmente de
la clase de las mujeres, ya que existe la apropiación colectiva, lo que
implica que las lesbianas, monjas, prostitutas o mujeres no casadas,
no se libran tampoco del régimen de la heterosexualidad. Basándose
en Guillaumin, y desde una perspectiva claramente materialista y
colectiva (que se opone al individualismo y al idealismo de muchas y
muchos analistas queer), Wittig insistió́ mucho en que también hay
que librarse de la apropiación colectiva, por tanto, es imprescindible
una lucha colectiva para destruir de raíz la ideología heterosexual y
las relaciones sociales de sexo patriarcales basadas en la
heterosexualidad.

Esto decía Wittig: “Somos prófugas de nuestra clase, de la misma


manera que las y los esclavos “marrones” norteamericanos lo eran
cuando se escapaban de la esclavitud y se volvían mujeres y
hombres libres. Es decir que es para nosotras una absoluta
necesidad, así́ como para ellas y ellos. Nuestra sobrevivencia nos
exige contribuir con todas nuestras fuerzas a la destrucción de la
clase — la de las mujeres— en la cual los hombres se apropian de
las mujeres. Y esto solo se puede lograr a través de la destrucción
de la heterosexualidad como sistema social, basado en la opresión y
apropiación de las mujeres por los hombres, la cual produce un
cuerpo de doctrinas sobre la diferencia entre los sexos para justificar
esta opresión”.

Aún así, es común ver la malinterpretación de Monique Wittig y ver


los siguientes carteles en los actos, manifestaciones y propaganda
feminista:
Y aquí viene otro error político y conceptual que tocaría ir
subsanando, y que la propia Louise Turcotte, compañera de Wittig
que escribe el prólogo del ensayo, nos explica: “no se trata de
reemplazar «mujer» por «lesbiana», sino de utilizar nuestra posición
estratégica para destruir el sistema heterosexual”.

Esto ya lo llevan explicando las feministas radicales de la diferencia


latinoamericanas como la chilena Andrea Franulic, que explica «Las
lesbianas, si bien abandonamos a los hombres, no abandonamos
necesariamente el amor romántico como “el opio de las mujeres”.
Este es el resultado de negar el sexo como fuente de significados».
Es decir, las lesbianas no abandonan ni el amor romántico ni la
socialización femenina ni están exentas de haber sido educadas en
la heterosexualidad. De hecho, las lesbianas en muchos aspectos
siguen perpetuando el modelo heterosexual dentro de la pareja, así
como dentro de las demandas del colectivo LGTBIQ+. Debemos
conceptualizar, como diría Margarita Pisano, desde el AFUERA,
aprovechándonos de haber sido excluidas de la historia, pero
también aprovechándonos de la posición estratégica lesbiana y
separatista del AFUERA.

Para Franulic, Wittig nos saca de una identidad, la de las mujeres,


para envasarnos en otra, la de las lesbianas, pues nos separa a las
lesbianas de las mujeres. A la cultura patriarcal le son funcionales las
identidades, porque le permiten someter las diferencias a un proceso
de uniformización y, de esta manera, administrarlas. Franulic
argumenta que, si Wittig reconoce la historia lesbiana, su genealogía,
en la materialidad plena de romper con la heterosexualidad instituida,
pero al mismo tiempo niega la diferencia sexual femenina, nos deja
con una memoria truncada.

El continuum lesbiano y la existencia lesbiana de la que habla


Adrienne Rich, implican el reconocimiento de la rebeldía y la
resistencia, un continuo a lo largo de la historia de las mujeres al
rechazar el régimen heterosexual, al negarse a casarse y al romper
con el servicio material, emocional y sexual hacia los hombres. Para
que el lesbianismo tenga un sentido político (porque “lo personal es
político”), se debería implicar la identificación en la resistencia, que
transciende los vínculos y la sensualidad eróticos. Si dejamos que los
hombres definan el lesbianismo, que no podría ser explicado e
igualado a la homosexualidad masculina, seguiremos enclaustradas
en la visión masculina patriarcal de la realidad. Porque la objetividad
es lo que conocemos como la subjetividad masculina, como dijo
Adrienne Rich. El lesbianismo necesita recuperar la genealogía
lésbica radical para ahondar en las raíces. No puede ni debería
explicarse el lesbianismo sin el contexto patriarcal y de
heterosexualidad obligatoria, el lesbianismo debería definirse desde
el feminismo, porque de otra forma caemos en el discurso dentro del
orden simbólico masculino y medicalista, o peor, en el lesbianismo
de las identidades, donde cualquier persona de sexo masculino
puede ser lesbiana.

Tenemos entonces este panorama donde se ha des-radicalizado


todo significado de mujer y de lesbiana, y tenemos un panorama
donde el colectivo LGTBIQ+ de las diversidades han absorbido el
movimiento de liberación de las mujeres, que las radicales han
criticado y analizado llegando a la conclusión de que esas
diversidades son igualmente patriarcado.

Las mujeres siempre hemos sido lo OTRO, antes definidas por los
hombres como la feminidad. Las mujeres éramos la feminidad,
creada por y para complacer y servir a los hombres junto con la
institución de la heterosexualidad y todo esto era producto de la
naturaleza y la biología. Nuestra existencia no tenía sentido sin los
hombres. Ahora, volvemos a tener el enemigo en casa, pero en
nuestra casa de la liberación. Ahora nos dicen que no podemos
volver a definirnos por nosotras mismas, y que ya no somos mujeres,
que somos CIS mujeres, o mujeres CIS. Porque ahora hay dos tipos
de mujeres, las que nacimos con vagina y no nos identificamos como
hombres y las que nacieron con pene y se identifican con la
feminidad. Todo por lo que han luchado nuestras antepasadas
feministas se vuelve a derrumbar. Años diciendo que las mujeres NO
SOMOS nuestra opresión, NO SOMOS la feminidad, para que ahora
nos digan que si somos lesbianas y no nos gusta el pene “femenino”
somos tránsfobas. Esto es cultura de la violación, esto es patriarcado.
Nos acusan de “cotton ceiling” o techo de algodón en el sentido de
que supuestamente las mujeres, especialmente las lesbianas,
oprimimos a las personas transgénero por no incluirlas en nuestras
relaciones sexuales. Es la cultura de la violación que se promueve
desde ciertos ámbitos del trans-extremismo, porque nadie quiere ser
tildada de “tránsfoba”.

A este punto hemos llegado. Nos vuelven a definir en base a otra


cosa, antes respecto a los hombres, ahora respecto a lo trans. Tanto
querían derrumbar el binarismo, que volvieron a caer en otro
binarismo, o eres trans o eres cis. Y señoras y señores, no es lo
mismo adoptar la feminidad desde el privilegio, que haber sufrido la
opresión por nacer mujeres. Yo no le voy a decir a nadie cómo debe
sentirse, ni identificarse, ni mucho menos. Apoyo a las personas
transexuales, porque sufren disforia por haber nacido y vivido en una
sociedad con un género en el que no se sienten cómodas y tienen
derecho a vivir en sus propios términos y a que no sean discriminadas
por ello, pero lo que no voy a apoyar es el transgenerismo o transcult
(culto trans), que nada tiene que ver con la lucha de las personas
transexuales (he dicho transexual, sí, no sé si saben que ahora es la
nueva palabra prohibida, ahora quieren que digamos transgénero) no
voy a apoyar una cruzada quasi-religiosa que perjudica no solo a las
personas transexuales, sino también a las mujeres, y nos vuelve
invisibles, nos borra, se ríe de toda la lucha radical por la abolición
del género, toda la lucha de las radicales para que entendiéramos
que el género es un constructo social, que las mujeres no somos la
feminidad, que la feminidad debería abolirse y no celebrarse ni seguir
perpetuándose.

No voy a apoyar una ideología que dice que dice a las lesbianas: si
no te sientes atraída por personas del sexo opuesto que se identifican
como mujeres, eres tránsfoba; ni voy a apoyar una ideología tan
misógina que dice a las lesbianas coñofílicas, que reduce a las
lesbianas a una filia, que quiere aprobar leyes donde baste la
autodeterminación en el registro, sin ningún otro trámite, para que
cambie el sexo en tu DNI. ¿Alguien se ha parado a pensar en las
consecuencias para las mujeres que cualquier persona que se
identifique como mujer, y aquí no me refiero a transexuales, pueda
acabar en cárceles de mujeres, o en vestuarios femeninos, en baños
femeninos? Se trata de ponérselo más difícil a los varones, no más
fácil. Y no solo eso, ya hay abogados publicando artículos explicando
cómo librarse de la ley integral de violencia de género en el momento
en que se apruebe esta ley. Porque sí, esta ley también acabaría con
la LIVG. El maltratador solo tendría que decir que es mujer y pasaría
a ser considerado violencia entre personas del mismo sexo, sin
agravante por violencia machista.

Las feministas siempre se han preguntado qué éramos las mujeres,


porque costaba discernir entre los comportamientos y deseos que
eran “naturales” o “biológicos” y los que eran aprendidos,
construidos. A día de hoy deberíamos seguir teniendo ese debate,
pero lamentablemente, a día de hoy no hay debate. Y no hay debate
de ningún tipo. En las academias, en las asambleas, en todos los
lugares, se ha aceptado sin ningún tipo de cuestionamiento todo el
planteamiento queer y cualquiera que no lo acepte es “tránsfoba”, no
es “inclusiva”, y tiene que “deconstruirse y revisarse”. No importa
cuánto hayas leído, revísate esa transfobia si no aceptas el dogma.

¿Y cuál es el dogma? Haber cogido los textos interpretados por


Butler y otros autores y autoras sobre Wittig y decir que el sexo es
género, que “socializas” individualmente. Esto ha generado un
enfrentamiento entre las feministas radicales, que defendemos que
la raíz de nuestra opresión tiene una base material, la apropiación de
nuestra capacidad reproductiva, y entre los transactivistas (no todos,
hay muchas personas transexuales que nos apoyan, no puedo no
mencionar a Miranda Yardley, que es la más conocida, de Reino
Unido, pero también personas transexuales anónimas, que me han
escrito por privado, que nos defienden también en público, y son
insultados, les llaman truscum, que literalmente significa escoria
trans).

Ahora bien, voy a romper ahora una lanza en su favor, y diré que
desde el feminismo radical hace una crítica al transgenerismo, pero
no podemos llegar al odio para reivindicar aquello en lo que creemos,
y creo que muchas veces se llega a ese odio debido a la misoginia
que se destila desde el otro bando, no hay razón para ser como ellos.
También lo digo porque hablar única y exclusivamente de este tema
les da una hegemonía que no tienen, porque la hegemonía la tienen
dentro de la academia y dentro de algunos sectores del movimiento
feminista o sectores relacionadas con el arte, pero no en la sociedad
civil. Y hablar de ellos continuamente les otorga una hegemonía y
una importancia que no tienen, sobredimensionando su impacto.
Pienso que deberíamos medir bien en qué gastamos nuestra
energía, nuestra limitada energía y nuestra creatividad, dedicarla a lo
que realmente va dar sus frutos, dejar de poner el foco en los varones
y ponerlo en las mujeres.

Volviendo a cómo está la situación actualmente, y por qué estamos


hablando de esto en estas jornadas, pues voy a poner un poco de
contexto. Probablemente muchas conozcáis estos hechos.

En Argentina, Buenos Aires, en la asamblea de Ni Una Menos para


el 8-M, unas feministas radicales que NO se inscribieron para pedir
el turno de palabra como radicales, sino como ABOLICIONISTAS,
fueron presentadas por la moderadora del debate como radicales, ya
que las había reconocido. El contenido que iba a leerse era de
carácter abolicionista, ni siquiera radical, ni siquiera se tocaba el tema
género, pero antes de que empezaran a hablar, hubo ya abucheos y
la portavoz, Ana Marcocavallo, dijo “libertad de expresión,
compañeras, libertad de expresión”. Acto seguido, una persona auto-
identificada mujer se lanzó a por ella y la agredió físicamente
cogiéndola del cuello mientras el resto intentaban apartarla. Después
de ese episodio, se culpó no a la persona agresora, sino al colectivo
radical. Desde el colectivo Ni Una Menos, conocido por NUM, se sacó
un comunicado que decía lo siguiente:
Este es el discurso que ellas iban a leer:
¿Dónde está el discurso de odio? ¿Dónde está el fascismo? Esto que
he leído fue lo que no se dejó decir a las abolicionistas y radicales,
agredidas verbal y físicamente. ¿Dónde están las voces
transodiantes? ¿No será que quienes acusaron de trans-odio a estas
feministas tenían un objetivo concreto, es decir, impedir que se
defendiera un discurso abolicionista de la prostitución en esa
asamblea, mayoritariamente regulacionista? Ahí lo dejo.

En Reino Unido la situación tampoco es esperanzadora y nos obliga


a reaccionar a TODAS antes de que sea demasiado tarde. Hay un
vídeo que me impactó muchísimo que lo descubrí gracias a la página
web abolitionofreality.com, un sitio web que explica la situación en la
que nos encontramos, el vídeo lo grabó en abril de 2018 Julie Bindel,
feminista y lesbiana radical histórica, para atestiguar que se le estaba
impidiendo la entrada a un local en Bristol. Diversas feministas y
transexuales iban a hablar sobre el Gender Recognition Act, la Ley
de Reconocimiento de Género de Reino Unido, y sobre su impacto
en los derechos de las mujeres y los niños en este lugar comunitario
tan querido en Bristol. En el vídeo en cuestión, varones jóvenes con
pasamontañas –acompañados de alguna mujer– impedían
activamente la entrada a Julie Bindel y Heather Brunskell-Evans (una
de las ponentes) al local.

Las feministas radicales y críticas del género de Reino Unido han


explicado situaciones como que tienen que mantener en secreto
hasta el último momento los lugares en los que se reúnen, para
evitar, por ejemplo, piquetes o incluso amenazas de bomba. Las
feministas de Hastings cuentan que la policía está investigando una
amenaza de bomba en uno de los encuentros de feministas
radicales. El Ayuntamiento de Leeds, por ejemplo, canceló a última
hora un permiso concedido para una reunión de feministas en un
edificio municipal, por considerar que dicho grupo tenía un “discurso
de odio”. También ha habido agresiones físicas, tanto a Julie Bindel
hace unas semanas por parte de un transactivista, como en 2018, a
una feminista radical que filmaba a un grupo de transactivistas que
celebraban el haber conseguido que se cancelara una ponencia de
Miranda Yardley. Fue agredida primero para intentar que soltara la
cámara, y luego físicamente. También hubo agresiones verbales
contra las feministas radicales que se manifestaron en el Orgullo de
Londres de 2018, para poner sobre la palestra el conflicto que estaba
habiendo, que las habían echado de sus propios colectivos LGTBIQ+
por negarse a mantener relaciones sexuales con transgéneros auto-
identificados “lesbianas”. Todos los medios de comunicación
arremetieron contra este pequeño grupo de lesbianas, por llevar
pancartas de “Lesbianas, no queers”, o “lesbiana = hembra humana
homosexual”.

Hace apenas un mes, en Perú, la Colectiva Fugitivas, formada por


feministas radicales, organizó un bloque no mixto de lesbianas y
bisexuales para la marcha del Orgullo, un bloque de “lesbianas o
bisexuales que se relacionen sexo-afectivamente con mujeres y que
no mantengan una relación heterosexual”. Es decir, un bloque
separatista de lesbianas feministas.
Las mujeres lesbianas llevan desde los 70 diciendo que se las ha
empezado a invisibilizar dentro del movimiento gay. Hay vídeos que
atestiguan esto.

VÍDEO

Hoy en día, como se puede observar, las mujeres del colectivo


LGTBIQ+, lesbianas y/o separatistas, no solo son invisibilizadas, sino
que son tachadas de trans-odio y de bi-fobia por reclamar sus propios
espacios dentro del Orgullo. Lo mismo sucede también en las
marchas feministas. Al pedir un bloque no-mixto, puede entrar en ese
bloque cualquier persona que se auto-identifique mujer, haciéndose
evidente que ya no nos quedan espacios seguros no mixtos.

Recopilé hace poco todos los lugares desde donde he sido vetada
para hablar de prostitución, con la falsa excusa de ser trans-odiante.
Y los voy a decir también aquí porque es de vergüenza que, hasta
partidos políticos como Izquierda Unida, se hayan unido al coro de
acusaciones tuiteras que, como se demostró, se materializan luego
en cuatro o cinco personas con una bandera trans/comunista.

Mi primer veto fue por Dones Llibertàries en octubre de 2018. Una


mujer de ese colectivo me contactó porque estaban buscando a
feministas abolicionistas. A la charla en cuestión iban SOLAMENTE
regulacionistas, y la persona que me contactó consideraba que
también debía ir, al menos, una abolicionista. Un par de días
después, esta persona me dijo que desde su colectivo habían
decidido vetarme y desinvitarme por un “discurso de odio y acoso a
mujeres trans”. Finalmente, si no me equivoco, se acabó celebrando
ese “debate” a una única voz de regulacionistas. También recibí un
acoso enorme a través de RRSS por haber sido invitada a otra charla
sobre prostitución en el PSC, donde no iba tampoco a hablarse del
tema género. Pero sin duda no se comparó con el acoso que
recibimos todas las ponentes a un acto sobre violencia machista,
prostitución y vientres de alquiler en el PC de Carabanchel, llegando
a sacar el PCE de Madrid un comunicado donde se decía lo
siguiente:
El acto acabó por realizarse, por lo que desde una página donde se
publican artículos trans-feministas y se venden chokers (ya solo el
nombre me remite a la cultura violenta del porno, ya que choke en
inglés es ahogamiento) y no solo eso, estos collares fomentan la
violencia simbólica hacia las mujeres, hacia las feministas radicales,
en uno de ellos ponen “NERF TERFS”, NERF significa debilitar en la
jerga de juegos de ordenador y TERF pues todas las que no
comulguemos con el trans-feminismo. Debilitarnos más de lo que ya
estamos, rompernos más de lo que ya nos rompieron, violencia
simbólica de manual. Esta página web, entonces, sacó un
comunicado donde se anunciaba una manifestación delante del local
del PCE Carabanchel contra nosotras, pero particularmente contra
mí, sacando de contexto tuits concretos y reduciendo todo mi
activismo a esos tuits concretos.

En la manifestación fueron 5 o 6, aunque dijeron a la policía que iban


a ser 50 como mínimo, y la policía dijo que como no habían pedido
correctamente el permiso, tenían que irse o se les multaría, así que
se fueron a un parque y retransmitieron en directo su “manifestación”.
Hace poco consiguieron vetarme y expulsaron a la persona que me
había invitado, del colectivo Hiparquía y Melíades de Elche, que
forman parte de la Coordinadora Abolicionista de Elche, que forma
parte del Front Abolicionista del País Valencià. El cartel para el acto
estaba ya realizado, incluso, cuando en el último momento deciden
vetarme, otra vez usando como excusa el insulto misógino y
lesbófobo “TERF”.

Las asambleas feministas tampoco son ya un espacio solo de


mujeres. Una anécdota de una asamblea en la que estuve presente,
fue el de un señor (su sexo era evidente) pero entró con una camiseta
rosa, creo recordar, y que se presentó con un nombre femenino y
como puta feminista, defendiendo tesis regulacionistas. Semanas
después, estuve en otra asamblea, esta vez mixta, donde también
estaba el susodicho. Aquí, en esta asamblea, sí se presentó con su
nombre masculino. Curioso, ¿no? Él sí puede desprenderse de su
auto-identificación de mujer para una asamblea mixta, pero también
puede tomarlo si quiere entrar en una asamblea no mixta. Nosotras
somos mujeres 24 horas al día 7 días a la semana, no es algo de
quita y pon. Ahora me llamo Juanita porque como varón me interesa
defender el regulacionismo en una asamblea no mixta, y al día
siguiente me vuelvo a llamar Juan en una asamblea de
anarcomachos.

Es solo una anécdota, pero me lleva al tema de por qué no se puede


regular, como se ha hecho en Reino Unido o Argentina, en base a un
criterio subjetivo como es la auto-identificación. Tenemos en España
a Podemos, Izquierda Unida y al PSOE defendiendo una “ley trans”
como se conoce popularmente, que elimine los trámites
médicos/psicológicos que actualmente se precisan para poder
obtener hormonas y, si fuera el caso, lo que se conoce como
“operación de reasignación sexual”. ¿Reasignación sexual como si
existiera una asignación previa a esa reasignación, cuando el sexo
es una clasificación biológica objetiva de todas las especies de
mamíferos de este planeta? ¿Como si nosotras y nuestro cuerpo
fuéramos dos cosas distintas? ¿Como si pudieras nacer en el cuerpo
equivocado?

Esto también nos lleva a otra de las patitas de este gran macrófago
patriarcal que se apropia de las experiencias de las mujeres y nos
borra, y es el caso del transgenerismo de mujeres lesbianas. Casi la
totalidad de mujeres que toman testosterona para desarrollar
caracteres sexuales secundarios masculinas son lesbianas. Desde el
año 2000, un total de 853 mujeres transexuales y solo 12 hombres
transexuales se sometieron a una cirugía financiada por el estado
para cambiar de sexo en Reino Unido. Es decir, el 98,6% de
personas que se operan para cambiar de sexo en Reino Unido son
nacidos hombres, mientras que solo el 1,3% son nacidas mujeres.
Según datos que Sheila Jeffreys extrae de estudios realizados en
Reino Unido, en su libro Gender Hurts, “Históricamente, ha habido
una brecha considerable en las cifras, que aún se refleja en las
personas que reciben actualmente certificados de reconocimiento de
género en el Reino Unido, tres de cada cuatro personas transgénero
son hombres (Ministerio de Justicia, 2012). Según los datos, la
mayoría de los varones que transicionan son heterosexuales y en
relaciones con mujeres en ese momento, y solo una minoría son
varones que tienen relaciones con varones (Lawrence, 2004). En el
caso de las mujeres transgénero, la gran mayoría se relaciona
sexualmente con mujeres y la mayoría se identifica como lesbianas
y ha sido miembro de la comunidad lésbica un largo tiempo antes de
la transición (Devor, 1999).”

Jeffreys explica que “Como resultado de la remarcable carencia de


estudios de seguimiento a largo plazo, hay poca información sobre
los efectos del tratamiento hormonal en transexuales (Schlatterer et
al., 1998). Sin embargo, un estudio de seguimiento a corto plazo
advierte de que “el tratamiento de reemplazo hormonal puede tener
sustanciales efectos secundarios médicos” (Futterweit, 1998: 209).
Halló que los principales efectos secundarios de la terapia con
andrógeno en transgénero de mujer a hombre fueron: retención de
agua y sodio y “accidentes cerebrovasculares” ocasionales; aumento
de la eritropoyesis, es decir, desarrollo excesivo de glóbulos rojos,
que podría requerir sangrías; disminución de la tolerancia a los
carbohidratos; disminución del colesterol de lipoproteínas de alta
densidad sérica, que es un indicador de unas arterias dañadas;
encimas del hígado anormales, que podrían indicar riesgo de cáncer;
obesidad; problemas emocionales o psiquiátricos incluyendo
“incremento muy frecuente de la agresividad, humor fluctuante”;
hipersexualidad; “síntomas afectivos y/o psicóticos”; y depresión
(Futterweit, 1998: 215). El estudio advierte contra el uso prolongado
del tratamiento hormonal previo a la cirugía debido al riesgo de
cáncer de endometrio. Un estudio de dos casos de exposición a largo
plazo a los andrógenos que provocaron cáncer epitelial de ovario
concluye que el uso de andrógenos es un factor de riesgo para esta
forma de cáncer y recomienda la extirpación de los ovarios en
personas transgénero de mujer a hombre (Hage, 2000).

Además de estos efectos secundarios a corto plazo, porque a largo


no se saben, “La primera práctica dañina que una persona de cuerpo
femenino que quiere transicionar probablemente adopte, sin
supervisión médica, es la de vendarse los senos (breast binding).
Esta no es una nueva práctica, sino que fue adoptada por lesbianas
butch en los años 50 en EEUU y Reino Unido como forma de parecer
más masculinas o aliviar la disforia de amar a otras mujeres en
cuerpos de hembra, en una época donde socialmente era tabú”.
(Jeffreys, 1989). “Si bien el advenimiento del feminismo lesbiano en
la década de los 70 permitió a las lesbianas sentirse orgullosas de
amar a las mujeres sin tener que imitar a los hombres ni negar sus
características femeninas, el renacimiento de los juegos de rol de
butch y femme, y ahora el transgenerismo, ha significado que en las
últimas dos décadas el vendaje de los senos haya regresado a la
comunidad lésbica”.

“La página web The Transguys ofrece consejos sobre lo que se


denomina “vendaje de pecho” (chest binding), que es quizás un
término más atractivo para las mujeres que niegan tener partes del
cuerpo de hembra (Transguys, 2010). Advierten contra el vendaje en
formas que restringen la respiración y crean una falta de oxígeno y
advierten que las vendas son incómodas y calientes, causando sudor
e irritación de la piel y llagas que se asemejan a heridas abiertas. A
pesar de los daños, explica Transguys, el “vendaje de pecho” puede
ser “muy liberador para los hombres transgénero”, ya que puede
“frenar la disforia”. Un sitio web de salud para estudiantes de la
Universidad de Stanford ofrece consejos útiles en relación con el
vendaje del “pecho”, explicando que el uso de “vendas Ace, film
transparente o cinta adhesiva” pueden pelar la piel y dañar
permanentemente las costillas (Stanford University, n.d.). El
desplazamiento de costillas debido a la práctica, que puede llevar a
un daño físico permanente, es un motivo de preocupación común en
los sitios web de “salud” trans-género (Ira, 2010)”.

En cuanto a la cirugía para las mujeres con disforia puede incluir


mastectomía, histerectomía y faloplastia. La mastectomía puede
llevar a una cicatrización severa y este tipo de cirugía de amputación
puede llevar a pérdidas graves, como la pérdida permanente de
sensibilidad en los pezones. Para las que optan por la faloplastia, un
estudio francés halló que “solo el (9%) tenían una sensibilidad
erógena obvia al tocar su faloplastia”.
Por tanto, un error que ya nos apunta Jeffreys es el de intentar
analizar el transgenerismo de mujeres como si fuera una práctica
análoga a la de los hombres. Y que la mayoría de mujeres que
transicionen sean lesbianas masculinas, nos debería dar pistas de
que promover esta práctica como subversiva entre la comunidad
lésbica no hace más que borrar aún más a las lesbianas, es decir,
heterosexualizarlas en un mundo donde es más fácil ser una pareja
heterosexual que ser dos mujeres que se aman.

Ochy Curiel dice que es “necesario retomar los fundamentos del


lesbianismo feminista, como un proyecto político que nos permita
entender cómo se manifiesta el sistema-mundo heterosexista
patriarcal, racista y neoliberal en nuestros cuerpos y nuestras vidas.
El lesbianismo feminista para muchas de nosotras no es ni una
identidad, ni una orientación, ni una opción sexual; sino una posición
política, posición que implica entender la heterosexualidad como un
sistema y un régimen político, implica aspirar y construir la libertad y
autonomía de las mujeres en todos los planos. Es una propuesta
transformadora que supone no depender ni sexual, ni emocional, ni
económica, ni culturalmente de los hombres. Significa entender que
la sexualidad es mucho más allá que coito, supone crear lazos y
solidaridades entre mujeres, sin jerarquías ni relaciones de poder.
Significa entender como el patriarcado afecta los cuerpos de las
mujeres, cuerpos históricos a los que les toca de cerca la
mundialización y transnacionalización del capital, el racismo, la
pobreza, la guerra, pero también, cuerpos que han construido la
resistencia y la oposición a la desigualdad que produce el
patriarcado, cuerpos que han imaginado y creado otras relaciones
sociales, otros paradigmas, otros mundos”.
Debemos coger las riendas y no dejar que, de nuevo, las mujeres, y
en particular, las lesbianas, seamos definidas desde el patriarcado.
Hace poco escuché a la feminista maya Lolita Chávez, que está
refugiada en Euskadi por su lucha contra las multinacionales en
Guatemala, y dijo que, para acabar con el patriarcado, o los
patriarcados, teníamos que empezar por cambiar el hecho de que
nuestros cuerpos siempre habían sido territorios de conquista, y
ahora mismo las experiencias que tenemos por haber nacido en la
casta sexual femenina, subordinada, dentro del sistema de castas
llamado patriarcado, difieren diametralmente de los nacidos en la
casta sexual privilegiada. Tenemos una historia donde nuestros
cuerpos han sido territorios de conquista, una historia de opresión.
Las mujeres compartimos esta historia colectiva y estas vivencias,
así como una historia de resistencia a esta opresión, que fue lo que
Adrienne Rich llamó la existencia lesbiana y el contínuum lesbiano.
Las mujeres no sabemos quiénes somos aún, y solo recuperando
esta historia de resistencias al heteropatriarcado, nos diría Rich,
podemos empezar a saber quiénes somos, definirnos en nuestros
propios términos.

Quiero acabar con las palabras de una compañera lesbofeminista


mejicana, Nad Rosso que hace poco manifestaba su preocupación
porque, en un intento por contrarrestar el relativismo posmoderno y
de las identidades, el feminismo radical estaba virando de nuevo
hacia determinismos biológicos. Es cierto que el género no se elige
y que está basado en la lectura de nuestra realidad material
(genitales y órganos sexuales), es cierto que el feminismo
posmoderno pretende eliminar nuestra materialidad como mujeres y
pretende relativizarnos y destruirnos así como sujetas políticas, pero,
dice ella, no podemos en reacción volver a los determinismos
biológicos. No hay solo dos opciones de ver y entender el mundo,
tendríamos que poder sintetizar todas las aportaciones que mujeres
de todo el mundo han hecho en la reflexión de nuestra condición en
el mundo. Esto implica entender la complejidad tanto de la realidad
de nuestro ser-mujeres, como de la embestida antimujeres de los
movimientos posmodernos hijos del patriarcado tardío y el
capitalismo posmoderno. Así pues: el género está basado en la
lectura del sexo, que es material, tangible e indisociable de nuestro
cuerpo. Pero también el sexo es una lectura patriarcal de nuestro
cuerpo que se convierte en determinación de nuestro ser. Ésta de
traduce en opresiones y violencias materiales que no se pueden
borrar por dejar de "identificarnos", porque el género no es individual
sino imposición social. Aún así, no somos mujeres por nuestros
cromosomas (casi ninguna los conocemos realmente) ni por nuestro
útero per se, sino por lo que ese cuerpo le significa al patriarcado:
por la presunta capacidad de parir que ese cuerpo implica y la
necesidad de controlar esa capacidad de parir. Es, entonces, lo social
donde está fincado el patriarcado y no lo biológico, aunque lo
biológico se erigió como categoría dogmática e intocable que
justificaría dicho orden social. También tendríamos que tener cuidado
con el sesgo patriarcal de la biología. Por tanto, la biología no nos
determina a las mujeres, aunque se usa para predeterminar nuestras
opresiones que son reales y materiales. Pero esto es una buena
noticia porque si no estamos predeterminadas ontológicamente por
la biología, hay muchos campos de fuga del patriarcado. Las mujeres
hemos demostrado históricamente que podemos fugarnos con éxito
de muchas de esas determinaciones e incluso de algunas
opresiones. No diciendo que no somos mujeres ni tomando
testosterona, sino modificando a conciencia comportamientos
asignados que no son esenciales. Si ser mujeres fuera determinado
por la biología per se, el feminismo no tendría sentido. Porque no
habría forma de revertir o modificar algo que es esencial y
determinado por algo que está fuera de lo social y dentro de algo
inamovible como la biología. Pero, a la vez, si ser mujeres fuera una
elección identitaria movible al antojo, el feminismo no tendría sentido
porque a) las mujeres (su sujeto) no existirían en realidad, y b) si la
categoría oprimida es elegible, eliminar la opresión es tan fácil como
no identificarse con ella. Lo cual sería a nivel individual, y el
feminismo es lucha colectiva.
Finalmente, el concepto de materialidad y de socialización, continúa,
son mucho más poderosos que hablar de cromosomas. Nos hace
mujeres la socialización desde nacer en un cuerpo sexuado. Y la
violencia irá directamente a ese cuerpo, Pero somos mujeres porque
compartimos historia colectiva, vivencias, opresiones y resistencias.
Somos historia y colectividad derivada de ese cuerpo sexuado.

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