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LA JUSTICIA ES CIEGA… PERO NO PENDEJA por Carlos Fernández

La Justicia es representada por una dama con los ojos vendados sosteniendo una balanza en las
manos. Esa balanza representa el equilibrio, la compensación, el balance de sus postulados, sus
decisiones y acciones.

Y la venda en los ojos significa que no tiene miramientos, que se aplica en beneficio de todas las
partes, sin preferencia por ninguna, buscando igualar a los ciudadanos y sus instituciones en sus
derechos y mutuas obligaciones sociales y civiles. Por principio inclinará siempre la balanza a favor
del afectado, el débil, el perjudicado por la acción del otro, sea quien fuere, para compensarlo por
los daños o perjuicios que le fueron ocasionados.

Aunque las leyes contemplan multas, penas y sanciones, el fin de la justicia no es el castigo en sí.
Este difícilmente compensa los daños. 30 años de cárcel, o incluso la pena de muerte, no le
devolverán la vida a la víctima de un homicidio, por ejemplo. El castigo se aplica no como acto de
venganza ni retaliación. Se trata de aleccionar sobre las consecuencias de nuestras acciones, para
inhibir la proliferación de las violaciones a las normas establecidas para alcanzar el bien común.

Las leyes punitivas buscan regular la convivencia de los ciudadanos apegando sus actos a reglas
que garanticen el beneficio de todos, o al menos de las mayorías. La sanción que conlleva la
sentencia es un reflejo de las consecuencias derivadas de las acciones del infractor, proporcional al
daño ocasionado.

Las leyes son básicamente herramientas creadas para aplicar, impartir y administrar Justicia. Están
subordinadas al espíritu de ésta y nunca pueden contravenirla o estar por encima de ella. Cuando
la norma es insuficiente para el ejercicio de la Justicia se apela a la Jurisprudencia, que contempla
consideraciones complementarias basadas en los principios fundamentales y las circunstancias
especiales de una situación excepcional. Y también existe la Jurisdicción, que determina a quien
corresponde aplicar cada ley, según sus atribuciones y competencia en cada materia, penal,
mercantil o civil.

En lo que se refiere a las sociedades humanas, la convivencia armoniosa, pacífica y evolutiva está
sujeta a principios y postulados contemplados en la Declaración Universal de los derechos
humanos, a la que se supedita la Constitución de todo país del mundo, por un acuerdo tácito
aceptado que compromete en su cumplimiento a todos los miembros de las distintas
organizaciones internacionales de las que forman parte las naciones. Sea la OEA, la ONU, la
COMUNIDAD EUROPEA, los PAISES NO ALINEADOS, y cualquier otra de las muchísimas existentes.
Y la universalidad de estos principios está por encima de la soberanía constitucional de todos los
países. Para eso existen los tribunales internacionales, instancia suprema para la defensa de los
derechos humanos de toda persona, sin distingo de su ubicación geográfica, edad, género,
condición o preferencia política.

Es bueno aclarar que las leyes están al servicio de la sociedad, no del estado. Porque el propio
estado, al menos en una sociedad democrática, es una estructura creada para administrar,
canalizar los recursos y potestades que se le confieren a fin de satisfacer las necesidades de la
ciudadanía, garantizando la paz y el bienestar de todos sus ciudadanos, sin preferencias ni
discriminación de ninguna índole.

El propósito del Estado es el de representar a su ciudadanía. Para actuar en su nombre y bajo su


mando, específicamente del consenso de las mayorías. Para regular y no para controlar, para
servir a los fines de la sociedad. En ningún caso para poner al ciudadano a su servicio.

Mucho menos para imponerle una ideología en particular. Sino para responder a la suma de todos
los pensamientos en su justo balance y armonía, respetando el valor de cada uno de ellos. Porque
el respeto permite la tolerancia. La tolerancia hace posible la convivencia. Y la convivencia
garantiza la paz.

Toda exclusión es injusta, y por derivación es ilegal. Y todo Estado que burla el espíritu de la
justicia, creando o interpretando las leyes según su conveniencia, es un Estado forajido, auto-
despojado de legitimidad, sujeto a penas y sanciones proporcionales a la magnitud de los daños
ocasionados.

Así como sus acciones son irreversibles, también lo son las consecuencias de las mismas. La justicia
es ciega, pero no pendeja. Y por encima de toda jurisprudencia o jurisdicción existe una instancia
superior. La de la justicia divina.

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