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Serie: Convivencias ( XVIII)

Frente a las ideas de pobreza y exclusión


Marginalidad

La noción de underclass en el mundo anglosajón y la de exclusion en el


francofónico han sido frecuentemente utilizadas para conceptualizar a los
sectores más pobres de la sociedad. Latinoamérica en cambio hizo su aporte a las
ciencias sociales forjando, hacia los años 60, la noción de marginalidad.
Actualmente, el uso laxo de las tres nociones ha sufrido fuertes críticas en sus
respectivos medios académicos; pero sin embargo su revisión muestra que las
direcciones y puntos de vista avanzados en la época están lejos de agotarse.

Para el caso latinoaméricano, la noción de marginalidad (1) ha caído


prácticamente en desuso, pasándose a utilizar en su lugar el concepto de pobreza.
Sin embargo el pasaje de una teorización a otra no parece seguir el camino de
una evolución conceptual, donde las enseñanzas de una época abonen el
desarrollo de la siguiente.

No pretendemos aquí hacer un balance completo de la prolífera producción en


torno a estos conceptos, solamente intentamos una presentación del concepto de
la marginalidad, señalando algunos de los puntos fuertes y críticas que han
recibido. Finalmente resumimos brevemente la reciente propuesta de uso del
concepto hecha por el sociólogo francés Robert Castel, contrastando sus aportes
con los usos de las nociones de pobreza y exclusión.

La noción de marginalidad en su versión latinoamericana.

Hacia mediados de siglo, las ciencias sociales vinieron a constatar que un tipo de
barrio -llamados "cantegriles" en el caso uruguayo, pero "poblaciones",
"callampas", "villas" o "favelas" en el resto de América Latina-, se consolidaban
como un fenómeno social característico del subcontinente. Los procesos de
urbanización crecientes a partir de la posguerra y la aparición de barrios
considerados periféricos o marginales, conjuntamente a lo que en la época se
consideraban "altas tasas de desocupación estructural", otorgaron los motivos
para el desarrollo de una de las principales preocupaciones de la sociología
latinoamericana de la época. A partir de los años 50, y fundamentalmente a partir
de los informes de la CEPAL, el discurso sociológico comenzó a considerar la
noción de marginalidad en un intento por explicar estos "enclaves de la pobreza"
que se consolidaban como tales en lugar de desaparecer.
La reflexión sociológica de la época señalaba la fractura entre los trabajadores
mejor integrados al mercado de trabajo y alcanzados en mayor medida por las
protecciones del Estado de bienestar, y los "marginales", cuya expresión más
evidente eran las villas.La noción tuvo origen en la comparación de la situación
latinoamericana respecto de la de las naciones desarrolladas, en la presunción de
que en el marco del subdesarrollo o la dependencia se presentaba un "dualismo
social" al cual todos convenían en caracterizar por la presencia de "sectores
marginales". Una presentación resumida puede hacerse considerando que
polarmente se presentaron dos paradigmas(2): el primero,de inspiración
culturalista, se interesa en la caracterización de los patrones culturales que
pueden dar cuenta de los comportamientos llamados marginales; la segunda, de
inspiración marxista, explicaba a la marginalidad como un fenómeno estructural
típico del capitalismo dependiente.

Uno de los precursores del tema y representante del primer paradigma surgido
hacia los años 50, fue Gino Germani; para quien "puede definirse como
marginalidad la falta de participación de individuos y grupos en aquellas esferas
en las que de acuerdo con determinados criterios (normativos) les correspondería
participar" (3). Este enfoque, que podemos llamar culturalista estaba guiado por
una imágen "desarrollista" de la sociedad, y consideraba que los cambios
acelerados dados en América Latina determinaban la coexistencia de un sector
social tradicional y uno moderno. La sociedad era definida por una "asincronía
generalizada" entre dinámicas y grupos centrales y dinámicas y grupos
marginales.

Culminada la etapa de transición los individuos irían abandonando las prácticas


tradicionales e incorporándose al mundo moderno, integrándose al sistema de
valores y las instituciones políticas (4). Esta perspectiva aparece también con
claridad en Margulis; para quien la migración del campo a la ciudad implica
cambios que otorgan "problemas de adaptación al nuevo medio, cuya intensidad
depende de la distancia cultural que separa la sociedad de origen de la sociedad
de destino"(5). La marginalidad era así pensada como un fenómeno transitorio
que tendería a desaparecer en tanto la población se asimilara a la ciudad,
internalizando los valores propios de la urbanidad, en la medida en que fuera
siendo alcanzada por los procesos del desarrollo.

Este enfoque se inspiraba en los trabajos de la Escuela de Chicago, cuyas


investigaciones de los años 20 y 30 sobre los barrios pobres de las ciudades
norteaméricanas -generalmente definidos por sus características étnicas-, ponían
énfasis en los rasgos psicosociales y culturales de sus habitantes. Sin duda, entre
los trabajos más importantes de la época herederos de esa Escuela y
emparentados con la noción de marginalidad, también se encuentran los aportes
que Oscar Lewis hizo a partir de sus observaciones de las clases populares
mexicanas y puertorriqueñas. Allí se establecía una pintura típica de la familia
pobre latinoamericana a partir de la noción de "cultura de la pobreza" :
alcoholismo, iniciación precoz a la vida sexual, castigo corporal a los niños,
tendencia a organizar la vida en torno al presente, sentimiento de resignación
fatalista, dificultad de proyectar hacia el mañana(6). El esfuerzo no consistía en
explicar la pobreza por la cultura, sino que ésta era considerada como uno de los
factores que permitían comprender la lógica de los comportamientos en los
medios populares.

El otro paradigma -representado, entre otros, por el grupo de la Revista


Latinoamericana de Sociología- encontró uno de sus exponentes más influyentes
en José Nun. Para este modelo, la centralidad explicativa se encontraba en las
relaciones de producción. Nun presenta una fórmula según la cual "es a partir de
la idea de un ejército de reserva 'excesivo' como función de un mercado de
trabajo dependiente que nos parece posible fundar el concepto de marginalidad a
nivel de las relaciones económicas. (Se trataría de) un conjunto llamado masa de
trabajadores marginales que incluiría un subconjunto denominado ejército de
reserva"(7). En contraste con el ejército industrial de reserva de Marx, la masa
marginal no es funcional al sistema ya que se encuentra totalmente
"fragmentada" de la sociedad(8). Desde este punto de vista, la marginalidad era
explicada como una consecuencia de las condiciones económicas estructurales de
la sociedad y no un fenómeno coyuntural o tendiente a desaparecer. Esta visión
sugida hacia fines de los años 60 era presentada como una crítica a la perspectiva
desarrollista y era la consecuencia de la constatación de que la población villera,
lejos de integrarse a la "modernidad urbana" se consolidaba como una porción
supernumeraria escindida del todo social.

En la explicación del fenómeno, que privilegiaba los aspectos estructurales, se


desdeñaban todas las dimensiones de tipo ecológico. Por otra parte, por esa vía,
el modelo intentaba dar cuenta también del bajo nivel de "conciencia de clase"
que este sector marginal debería tener como parte de la clase obrera. Este punto
de vista puede ser criticado, entre otros aspectos, por la subestimación de las
diversas actividades económicas que las poblaciones llamadas marginales
producen en algunas regiones de América Latina, y por la importancia que éstas
pueden tener en relación al contexto capitalista en que se encuentran. Por otra
parte, desde el punto de vista empírico, la categoría unifica situaciones tan
diferentes que se ha intentado intruducir una diferenciación entre "pequeña
burguesía marginal" (comerciantes y artesanos) y "proletariado marginal"
(trabajadores no calificados) (9). Otra de las observaciones que puede hacerse es
que el modelo de capitalismo al cual hace referencia este enfoque (con un
proletariado industrial fuerte, con seguridad de empleo y protecciones sociales),
ha tenido una presencia mucho más débil en el caso de la realidad
latinoamericana que en el de los países centrales de los cuales era tomado.

Un punto de acuerdo de las investigaciones y eje articulador del debate en la


época, es que el concepto de marginalidad designaba a los sectores más pobres de
la sociedad, marcados por la exclusión de distintas áreas -empleo, consumos,
educación, hábitat, etc-. El fenómeno era consecuencia de la crisis de las
economías rurales, que produjo un proceso migratorio masivo del campo a la
ciudad, dando orígen a ese tipo de barrio que sirvió de imagen evidente a la
marginalidad. Y probablemente parte de la fuerza del concepto provino de la
visibilidad del fenómeno que se expresaba de dos formas: el desarrollo de barrios
periféricos con baja calidad de servicios, y la invasión del centro de las ciudades
por las "villas", "favelas" o "cantegriles". Por otra parte, como señala Fassin, la
diversidad contenida en el enfoque de la marginalidad permite ver, por una parte,
que sus aportes no eran mecesariamente contradictorios. Y por otra, que el
discurso sobre la marginalidad no se contentaba con describir la pobreza urbana:
sino que participaba en su denunciación. Tanto en la visión marxista como en la
culturalista, "la marginalidad es el signo de un fracaso del proyecto modernista"
(10).

Las nociones de pobreza y exclusión frente a la nueva propuesta de la


marginalidad.

Pese al profuso desarrollo que la polémica alcanzó durante las décadas de los 60
y de los 70, pronto se abandonó prácticamente la utilización del término. La
consideración de la problemática comenzó a realizarse de acuerdo a nuevos
conceptos como los de pobreza en los 80 y de exclusiónhacia los años 90,
realizando un breve pasaje por el de informalidad (11).

Hacia fines de los 70 la noción de marginalidad fue seguida por el uso del
concepto de "informalidad". La idea de un sector informal de la economía se
basaba, como la marginalidad, en la ausencia de articulación con la economía
oficial, y agrupaba a quienes antes se calificaba de marginales: trabajadores por
cuenta propia, pequeños comerciantes, empleados domésticos, etc. Se esperaba
que la oposición de la economía informal a la economía oficial se comportara
como una transición que integraría la primera al mercado (12). De algún modo
puede decirse que el punto de vista se invertía desde el miserabilismo con el que
los teóricos de la marginalidad habían visto al sector, hacia un populismo que
confiaba excesivamente en la capacidad creadora del sector popular, como una
alternativa al capitalismo de mercado. Sin embargo la dureza de las políticas de
ajuste desarmó rápidamente esta esperanza: actualmente la economía informal se
parece más a un estado en la supervivencia que a una etapa hacia la integración.
La noción de pobreza (13) de los años 80 ya no se refiere a los fenómenos
asociados al proceso de migración campo-ciudad o a la especificidad que le daría
al caso latinoamericano la coexistencia de los sectores formal e informal. La
pauperización pasó a considerarse como la resultante de la aplicación de las
políticas neoliberales y las transformaciones del antiguo aparato productivo. Para
el caso argentino, por ejemplo, los avances realizados en los estudios sobre el
tema a partir del censo de población y vivienda de 1980 (INDEC), han brindado
sin duda una precisión estadística sin precedentes (14). Nociones como las de
Necesidades Básicas Insatisfechas o Línea de Pobreza permiten acceder a un tipo
de información extremadamente útil para caracterizar la crisis del Estado de
bienestar o el retroceso de los más postergados en la participación del ingreso.
También permiten captar con precisión la dimensión procesal de la
pauperización, y brindan una base estadística sobre la cual fundar los estudios
sobre el tema. Probablemente la mayor fuerza de los trabajos sobre la pobreza sea
la de describir detalladamente la situación económica que condiciona la
producción de los actores. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría con la
noción de marginalidad, esta noción nos deja fuera de un marco histórico
relacional y no alcanza a aprehender las dimensiones culturales del problema.

La idea de pobreza nos dice poco respecto a cuáles son los cambios en las
relaciones sociales que producen la pauperización; simplemente porque la
pobreza es el enunciado de un estado de hecho que deja sin juzgar los
mecanismos que la producen (15). En efecto, en esta perspectiva se reconoce que
las "causas de la pobreza" siempre están "más allá" del fenómeno en sí mismo, en
otro lugar. Sin embargo, los estudios sobre pobreza poco alcanzan a decir sobre
la relación precisa del fenómeno con ese otro lugar (las transformaciones en el
aparato productivo o en la estructura del empleo, por ejemplo), dejándonos
siempre en el terreno de la cuantificación de los pobres. Por otra parte, la pobreza
como fenómeno carece de historicidad, utilizándose en forma indiscriminada
para calificar a situación económica de una parte de la población en distintos
períodos históricos. Así el término pierde precisión y se vuelve vago(16).
Finalmente, los estudios sobre pobreza no han alcanzado a elaborar un enfoque
culturalista en el nuevo contexto de fin de siglo(17). En efecto, es muy dificil
vincular estudios monográficos sobre las producciones culturales de los pobres
con una visión contextual que sólo nos dice dónde se encuentra su nivel de
ingresos o a qué servicios urbanos se accede. En cambio, esas mismas
monografias adquieren especial relevancia si se interpretan las producciones
culturales de los actores como una forma de vivir y de participar en la producción
de una coyuntura relacional.

En este sentido, las contribuciones que la sociología francesa, de la mano de


Robert Castel han hecho sobre el tema de la cuestión social, adquieren gran
importancia. Nos detendremos un momento en este autor que es frecuentemente
citado en varios países de América Latina y que recientemente ha propuesto una
recuperación de la noción de marginalidad, ciertamente de una manera novedosa
(18). En primer lugar, el trabajo de Castel de 1995 en el que observa la cuestión
social sugiere un camino importante aún inexplorado para el caso
latinoamericano. A lo largo de sus casi 500 páginas, en "Les métamorphoses de
la question sociale" se nos muestran las transformaciones sufridas por el tema
que condujeron en Francia a la dificil construcción de la relación salarial y a su
crisis actual. El balance histórico de la cuestión permite ver con precisión dónde
estamos, a partir de comparar la situación actual con el camino histórico que se
ha transitado; lo que incluye evaluar las representaciones construidas en torno al
tema y los conflictos producidos en el proceso histórico de construcción de una
relación social(19).

A tal propósito Castel se sirve de una propuesta teórica propia que abre una
perspectiva interesante frente a la simpleza de los razonamientos del tipo
integración/exclusión, pobres/no-pobres, nueva/vieja pobreza. Para este autor la
pobreza es un estado al que se llega como consecuencia de un proceso conflictivo
y complejo que se sitúa en el plano de la integración social. Éste es el rasgo
característico de la situación actual, y puede ser pensado a partir de un esquema
que Castel propone para pensar la cuestión social. El esquema se construye a
partir del trazado de dos ejes con los que puede pensarse la integración de los
individuos y a la vez sus problemas de desafiliación.

El primer eje es el de la integración social y comprende básicamente todos los


elementos ligados a la integración por el empleo. El segundo eje es el de la
inserción relacional y comprende todos los procesos vinculados a la sociabilidad
primaria, los vínculos familiares, de vecinazgo, etc. De la intersección de estos
dos ejes surgen tres zonas de mayor a menor fragilidad social: zona de
integración, de vulnerabilidad y de desafiliación; de forma que se encuentran en
esta última zona quienes carecen de integración laboral y de soportes de
proximidad (20). "Existe, en efecto, una correlación fuerte entre el lugar ocupado
en la división social del trabajo y la participación en las redes de sociabilidad y
en los sistemas de protección que ‘cubren’ al individuo frente a los aleas de la
existencia. De allí la posibilidad de lo que llamaré metafóricamente las zonas de
cohesión social. Así, la asociación trabajo estable-inserción relacional sólida
caracteriza una ‘zona’ de integración. A la inversa, la ausencia de toda
participación en una actividad productiva y el aislamiento relacional conjugan
sus efectos negativos para producir la exclusión, o mejor, (...) la desafiliación. La
vulnerabilidad social es una zona intermedia, inestable que conjuga la
precariedad del trabajo y la fragilidad de los soportes de proximidad" (21).
El esquema permite pensar situaciones múltiples y complejas, y sobre todo las
zonas de turbulencia donde los individuos corren el riesgo de ver fragilizados sus
soportes sociales. Lo que abre la puerta a la idea de un proceso, en el que la
integración y la inserción no aparecen como estados fijos. Así se pueden ver los
procesos de desafiliación, cuya cara más visible es el desempleo, pero que
también se alimentan de las otras formas de precariedad y fragilización de la
relación laboral -que son múltiples y deben ser estudiadas en cada caso-. Lo
mismo ocurre con las redes de protección de proximidad, donde las situaciones
pueden variar muchísimo en función de los patrones culturales, las capacidades
de organizar una acción colectiva y la relación con el medio urbano. Lo que nos
ayuda muchísimo a la hora de pensar las diferencias entre barrios marginales
(como villas o cantegriles), asentamientos y otros barrios populares en el caso
latinoamericano. Allí, la débil integración al mercado de trabajo muchas veces es
suplida por la construcción de redes barriales que funcionan como un atenuante
de sus consecuencias. Evidentemente el tipo de protecciones sociales que pueden
construirse a partir de la solidaridad y la acción colectiva en un medio como un
asentamiento, no pueden constituir nunca un caso de integración plena: la
solidaridad barrial no alcanza nunca a construir un lazo social que vincule a los
individuos con la sociedad global. Por el contrario, puede tender al aislamiento o
a la guetización.

Lo que nos interesa destacar es que, precisamente, la existencia de esas zonas de


vulnerabilidad compartidas por amplias capas populares es lo que brinda el
terreno fértil de la marginalidad (en la versión de Castel). La diferencia
importante entre esta propuesta y las otras nociones de pobreza, exclusión y
marginalidad, es que se inscribe en una conceptualización de la integración
social.

En efecto, uno de los problemas que se ha atribuido al viejo enfoque


latinoamericano de la marginalidad ha sido el de pensar a estas categorías
sociales como localizadas por fuera de la institucionalidad social (el término
aludía a un sector social que se encontraría al margen del progreso, el bienestar e
incluso la sociedad). Así, las estimaciones del desarrollo de una cultura
autónoma, conducían frecuentemente al riesgo de imaginar a la sociedad como
compuesta por sectores totalmente desarticulados entre sí, que se producirían y
reproducirían en virtud de caracteres propios. Es por ello que Castel señala que
una teoría de la marginalidad requiere de una teoría explícita o implícita de la
integración social, según la cual, en pocas palabras: "están ‘integrados’ los
individuos y grupos inscritos en las redes de producción de la riqueza y el
reconocimiento sociales. Estarían ‘excluidos’ aquellos que no participasen de
ninguna manera en esos intercambios reglados. Pero entre esos dos tipos de
situaciones existe una gama de posiciones intermedias más o menos estables.
Caracterizar la marginalidad implica situarla en el seno de este espacio social,
alejado del hogar de los valores dominantes, pero sin embargo ligada a ellos,
dado que el marginal porta el signo invertido de la norma que no realiza" (22). La
distinción se vuelve clave en momentos en que el uso de la noción de exclusión
se ha vuelto indiscriminado y el de pobreza carece de un marco teórico
relacional. De tal forma que Castel reserva el término de exclusión para aquellas
situaciones provocadas por la resolución de una instancia oficial, apoyándose
sobre reglamentos y movilizando cuerpos instituidos. Así la exclusión ha
adquirido formas muy diversas a lo largo de la historia, como la erradicación
total por la muerte, la expulsión de la comunidad o el encierro, marcas en el
cuerpo y atribución de un estatus especial que impide ejercer ciertas funciones
sociales. La exclusión puede ser temporaria o definitiva, "pero supone una
separación que se apoya sobre reglamentos y se cumple a través de rituales(...) La
marginalidad no es la exclusión, aún cuando los marginales pueden llegar a
convertirse en excluidos, y que excluidos o ex excluidos se encuentren en el seno
de las poblaciones marginales" (23). Marginalidad es "el nombre que se le puede
dar a las formas más frágiles de la vulnerabilidad popular". La observación es
importante ya que la idea del excluido remite a un estado donde no hay proceso,
perdiéndose la posibilidad de pensar los procesos que se recorren hasta llegar allí.
En ese transcurso, que se sitúa en las zonas de vulnerabilidad social, es necesario
actuar sobre los procesos de precarización social que vuelven inestable la
integración de los más débiles (por ejemplo las políticas que vuelven precaria la
relación laboral).

Así Castel afirma que "quien no está fijado a su tarea generalmente circula, se
desplaza, erra en busca de una oportunidad. O se fija de una manera más o menos
provisoria a los espacios urbanos más degradados". La condición del marginal
"difiere de aquella del pobre que vive en el lugar, en su lugar, la mediocridad de
su estado. Marginalidad no es pobreza. En la mayor parte de los casos, el pobre
está integrado, su existencia no plantea problemas, él es parte del orden del
mundo. En cambio el marginal es un extraño extranjero" (24). En este sentido,
una de las características principales que caracterizan la producción de la
marginalidades que ella estigmatiza a las capas más vulnerables de la población
que no pueden encontrar un lugar de reconocimiento en la organización social.

Lo que caracteriza a un marginal es una forma particular de vincularse a la


sociedad, cuya clave se encuentra en la forma que adquiere el conjunto de las
relaciones sociales en que participa. De tal forma que la marginalidad se
caracteriza por un doble proceso: por un lado, la actualización de la inestabilidad
a través del desempleo masivo y la precarización de las condiciones de trabajo de
grupos que habían estado más o menos integrados. Por otro, la dificultad
creciente de participar en las formas más estables del trabajo y poder beneficiarse
de las formas de socialización asociadas a él. "Un poco de solidaridad familiar,
un poco de ayuda social, un poco de trabajo precario o en negro, y a veces un
poco de tráfico o de delincuencia" (25), constituyen necesidades de
sobrevivencia.

Castel ha ilustrado metafóricamente la marginalidad en la figura del Lazarillo de


Tormes, héroe de la primera novela de la picaresca española. Como se sabe, el
Lazarillo es un joven de baja extracción que se ve obligado a dejar su familia
disociada y sin recursos. Así vaga de pueblo en pueblo en la España de Carlos V
en búsqueda de un empleo e inventa cada día un ardid para vencer el hambre. "El
drama del Lazarillo es que no hay lugar para el perfil sociológico que él encarna
en el país que él habita (...) Entonces él juega en los márgenes, porque el margen
es el único espacio donde puede desplegar sus talentos". Sin cometer delitos
graves y sin hacerse condenar, el Lazarillo aprende a utilizar toda su inteligencia
en la búsqueda del instersticio que le permita vivir. Finalmente termina por
integrarse, demostrando que la marginalidad no es irreversible; aunque por
supuesto se integra en el lugar que le ofrece esa sociedad: se convierte en criado
de un arcipreste y se casa con su antigua sirvienta que es siempre su amante. Más
allá de las distancias históricas, sobre las que el propio Castel advierte, el
ejemplo del Lazarillo representa la figura histórica de quien habita en los
márgenes y cuya acción se caracteriza por el manejo de los instersticios que
aparecen en la vida institucional de la época.

El viejo concepto de marginalidad acuñado por los teóricos latinoaméricanos


tenía la virtud de llamar la atención sobre las raíces "estructurales" de la cuestión.
El problema surge cuando se absolutiza la idea de marginalidad como opuesta a
la idea de integración, pensando cualquier situación de pobreza como si fuera un
caso de exclusión. Pero, así como respecto a la totalidad urbana podemos
considerar a un barrio como marginal sin que se encuentre fuera de la ciudad,
podemos pensar un sector social que se inserta marginalmente a partir de la
precariedad de su integración y de su inserción sin que, por supuesto, esté por
fuera de la sociedad. Donde su situación específica consiste en aprender a vivir
en los márgenes, aprovechando las posibilidades que el medio le ofrece para
insertarse en redes que le impidan resbalar hacia la exclusión.

Referencias

1) Para un balance del uso de la noción de underclass Cf. Loïc


WACQUANT: "L’underclass urbaine dans l’imaginaire social et scientifique
américain" in Serge PAUGAM: L’exclusion, l’état des savoirs, Paris, La
découverte, 1996.
2) Un interesante análisis de la literatura de la época puede encontrarse en
Ernesto TIRONI: "Autoritarismo, modernización y marginalidad", 1991.
3) Gino GERMANI: "El concepto de marginalidad" Bs As. Ed.Nueva Visión
1980. pp. 66.
4) Gino GERMANI: "Política y sociedad en una época de transición". Bs.As.
Paidos. 1962. Gino GERMANI: "Inquiri into de social effects of urbanization in
a working-class sector of greater Buenos Aires" in G. GERMANI: Urbanization
in Latin America. New York, Columbia University Press, 1961
5) Mario MARGULIS: "Migración y marginalidad en la sociedad
argentina". Bs. As., Paidós, 1968. Pág. 177
6) Oscar LEWIS: "Les enfants de Sanchez. Autobiographie d’une familie
mexicaine", Paris, Gallimard, 1963. Del mismo autor: "Antropología de la
pobreza. Cinco familias", México, FCE, 1961.
7) José NUN, Miguel MURMIS y Juan Carlos MARIN: "La marginalidad en
América Latina" B. As. Inst. Torcuato Di Tella. 1968. Páginas 28-29.
8) José NUN: "Sobre población relativa, ejército industrial de reserva y masa
marginal". Buenos Aires, Revista Latinoamericana de Sociología Nro.2 1969.
9) Aníbal QUIJANO: "Polo marginal de la economía y mano de obra
marginada", Lima, Universidad Católica, 1971.
10) Didier FASSIN: "Marginalidad et marginados. La construction de la
pauvreté urbaine en Amérique Latine", in Serge PAUGAM: L’exclusion, l’état
des savoirs, Paris, La Découverte, 1996. p. 268
11) Cf. Alberto MINUJIN: "Desigualdad y exclusión", Buenos Aires,
UNICEF/Losada, 1993.
12) H. de Soto: "El otro sendero. La revolución informal", Lima, Ed. Oveja
Negra, 1986.
13) Horacio GONZALEZ presenta una interesante reflexión sobre el concepto de
pobreza en "El sujeto de la pobreza: un problema de la teoría social" en A.
MINUJIN (comp.): "Cuesta abajo. Los nuevos pobres: efectos de la crisis en la
sociedad argentina", Bs. As., UNICEF/Losada, 1992.
14) Cf. los diversos trabajos sobre el tema, entre los cuales el "Mapa de la
pobreza en la Argentina", INDEC; o A. MINUJIN y P. VINOCOUR: "¿Quienes
son los pobres?, Bs. As., Dto. De Trabajo del INDEC Nro. 10, 1989.
15) FASSIN, op. cit. p. 264.
16) El término ha tenido un uso preciso fundamentalmente en la descripción del
"pauperismo" característico de la clase obrera en los comienzos de la
industrialización.
17) En una perspectiva completamente distinta y más cercana a la Escuela de
Chicago se sitúan los trabajos de Oscar LEWIS. Cf. supra, nota 6.
18) Robert CASTEL: "Les marginaux dans l’histoire" in Serge
PAUGAM: L’exclusion, l’état des savoirs, Paris, La Découverte, 1996.
19) Robert CASTEL: "Les métamorphoses de la question sociale. Une chronique
du salariat", Paris, Fayard, 1995.
20) Robert CASTEL: "De l’indigence à l’exclusion, la désaffiliation. Précarité
du travail et vulnérabilité relationnelle" in Jacques DONZELOT: Face à
l’exclusion. Le modèle français. Paris, Esprit, 1991.
21) R. CASTEL: "Les métamorphoses..." p.13.
22) R. CASTEL: "Les marginaux..." p. 32.
23) Ibidem, p. 36.
24) Ibidem, p. 34.
25) Ibidem, p. 39.

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