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Hacia mediados de siglo, las ciencias sociales vinieron a constatar que un tipo de
barrio -llamados "cantegriles" en el caso uruguayo, pero "poblaciones",
"callampas", "villas" o "favelas" en el resto de América Latina-, se consolidaban
como un fenómeno social característico del subcontinente. Los procesos de
urbanización crecientes a partir de la posguerra y la aparición de barrios
considerados periféricos o marginales, conjuntamente a lo que en la época se
consideraban "altas tasas de desocupación estructural", otorgaron los motivos
para el desarrollo de una de las principales preocupaciones de la sociología
latinoamericana de la época. A partir de los años 50, y fundamentalmente a partir
de los informes de la CEPAL, el discurso sociológico comenzó a considerar la
noción de marginalidad en un intento por explicar estos "enclaves de la pobreza"
que se consolidaban como tales en lugar de desaparecer.
La reflexión sociológica de la época señalaba la fractura entre los trabajadores
mejor integrados al mercado de trabajo y alcanzados en mayor medida por las
protecciones del Estado de bienestar, y los "marginales", cuya expresión más
evidente eran las villas.La noción tuvo origen en la comparación de la situación
latinoamericana respecto de la de las naciones desarrolladas, en la presunción de
que en el marco del subdesarrollo o la dependencia se presentaba un "dualismo
social" al cual todos convenían en caracterizar por la presencia de "sectores
marginales". Una presentación resumida puede hacerse considerando que
polarmente se presentaron dos paradigmas(2): el primero,de inspiración
culturalista, se interesa en la caracterización de los patrones culturales que
pueden dar cuenta de los comportamientos llamados marginales; la segunda, de
inspiración marxista, explicaba a la marginalidad como un fenómeno estructural
típico del capitalismo dependiente.
Uno de los precursores del tema y representante del primer paradigma surgido
hacia los años 50, fue Gino Germani; para quien "puede definirse como
marginalidad la falta de participación de individuos y grupos en aquellas esferas
en las que de acuerdo con determinados criterios (normativos) les correspondería
participar" (3). Este enfoque, que podemos llamar culturalista estaba guiado por
una imágen "desarrollista" de la sociedad, y consideraba que los cambios
acelerados dados en América Latina determinaban la coexistencia de un sector
social tradicional y uno moderno. La sociedad era definida por una "asincronía
generalizada" entre dinámicas y grupos centrales y dinámicas y grupos
marginales.
Pese al profuso desarrollo que la polémica alcanzó durante las décadas de los 60
y de los 70, pronto se abandonó prácticamente la utilización del término. La
consideración de la problemática comenzó a realizarse de acuerdo a nuevos
conceptos como los de pobreza en los 80 y de exclusiónhacia los años 90,
realizando un breve pasaje por el de informalidad (11).
Hacia fines de los 70 la noción de marginalidad fue seguida por el uso del
concepto de "informalidad". La idea de un sector informal de la economía se
basaba, como la marginalidad, en la ausencia de articulación con la economía
oficial, y agrupaba a quienes antes se calificaba de marginales: trabajadores por
cuenta propia, pequeños comerciantes, empleados domésticos, etc. Se esperaba
que la oposición de la economía informal a la economía oficial se comportara
como una transición que integraría la primera al mercado (12). De algún modo
puede decirse que el punto de vista se invertía desde el miserabilismo con el que
los teóricos de la marginalidad habían visto al sector, hacia un populismo que
confiaba excesivamente en la capacidad creadora del sector popular, como una
alternativa al capitalismo de mercado. Sin embargo la dureza de las políticas de
ajuste desarmó rápidamente esta esperanza: actualmente la economía informal se
parece más a un estado en la supervivencia que a una etapa hacia la integración.
La noción de pobreza (13) de los años 80 ya no se refiere a los fenómenos
asociados al proceso de migración campo-ciudad o a la especificidad que le daría
al caso latinoamericano la coexistencia de los sectores formal e informal. La
pauperización pasó a considerarse como la resultante de la aplicación de las
políticas neoliberales y las transformaciones del antiguo aparato productivo. Para
el caso argentino, por ejemplo, los avances realizados en los estudios sobre el
tema a partir del censo de población y vivienda de 1980 (INDEC), han brindado
sin duda una precisión estadística sin precedentes (14). Nociones como las de
Necesidades Básicas Insatisfechas o Línea de Pobreza permiten acceder a un tipo
de información extremadamente útil para caracterizar la crisis del Estado de
bienestar o el retroceso de los más postergados en la participación del ingreso.
También permiten captar con precisión la dimensión procesal de la
pauperización, y brindan una base estadística sobre la cual fundar los estudios
sobre el tema. Probablemente la mayor fuerza de los trabajos sobre la pobreza sea
la de describir detalladamente la situación económica que condiciona la
producción de los actores. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría con la
noción de marginalidad, esta noción nos deja fuera de un marco histórico
relacional y no alcanza a aprehender las dimensiones culturales del problema.
La idea de pobreza nos dice poco respecto a cuáles son los cambios en las
relaciones sociales que producen la pauperización; simplemente porque la
pobreza es el enunciado de un estado de hecho que deja sin juzgar los
mecanismos que la producen (15). En efecto, en esta perspectiva se reconoce que
las "causas de la pobreza" siempre están "más allá" del fenómeno en sí mismo, en
otro lugar. Sin embargo, los estudios sobre pobreza poco alcanzan a decir sobre
la relación precisa del fenómeno con ese otro lugar (las transformaciones en el
aparato productivo o en la estructura del empleo, por ejemplo), dejándonos
siempre en el terreno de la cuantificación de los pobres. Por otra parte, la pobreza
como fenómeno carece de historicidad, utilizándose en forma indiscriminada
para calificar a situación económica de una parte de la población en distintos
períodos históricos. Así el término pierde precisión y se vuelve vago(16).
Finalmente, los estudios sobre pobreza no han alcanzado a elaborar un enfoque
culturalista en el nuevo contexto de fin de siglo(17). En efecto, es muy dificil
vincular estudios monográficos sobre las producciones culturales de los pobres
con una visión contextual que sólo nos dice dónde se encuentra su nivel de
ingresos o a qué servicios urbanos se accede. En cambio, esas mismas
monografias adquieren especial relevancia si se interpretan las producciones
culturales de los actores como una forma de vivir y de participar en la producción
de una coyuntura relacional.
A tal propósito Castel se sirve de una propuesta teórica propia que abre una
perspectiva interesante frente a la simpleza de los razonamientos del tipo
integración/exclusión, pobres/no-pobres, nueva/vieja pobreza. Para este autor la
pobreza es un estado al que se llega como consecuencia de un proceso conflictivo
y complejo que se sitúa en el plano de la integración social. Éste es el rasgo
característico de la situación actual, y puede ser pensado a partir de un esquema
que Castel propone para pensar la cuestión social. El esquema se construye a
partir del trazado de dos ejes con los que puede pensarse la integración de los
individuos y a la vez sus problemas de desafiliación.
Así Castel afirma que "quien no está fijado a su tarea generalmente circula, se
desplaza, erra en busca de una oportunidad. O se fija de una manera más o menos
provisoria a los espacios urbanos más degradados". La condición del marginal
"difiere de aquella del pobre que vive en el lugar, en su lugar, la mediocridad de
su estado. Marginalidad no es pobreza. En la mayor parte de los casos, el pobre
está integrado, su existencia no plantea problemas, él es parte del orden del
mundo. En cambio el marginal es un extraño extranjero" (24). En este sentido,
una de las características principales que caracterizan la producción de la
marginalidades que ella estigmatiza a las capas más vulnerables de la población
que no pueden encontrar un lugar de reconocimiento en la organización social.
Referencias