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XII Jornadas de Investigación en Filosofía

María Celina Lacunza

UNLP – DGCyEBA- Dirección de Capacitación

Equipo Técnico Regional en Filosofía

El cine como experiencia filosófica en el aula

RESUMEN AMPLIADO

El presente trabajo se inscribe en la corriente de reflexión que concibe la enseñanza de la


filosofía como una problemática filosófica (Cerletti, 2008). En esta línea, pensamos (y
proponemos) la enseñanza de la filosofía como una experiencia social de pensamiento que
–bajo ciertas condiciones- ocurre en forma privilegiada en las aulas. En consecuencia,
nuestra reflexión sobre la enseñanza de la Filosofía se enmarca en el contexto de la
educación institucionalizada, donde Filosofía es una materia con todos los componentes
curriculares que la definen - propósitos formativos, contenidos, evaluación, por mencionar
algunos relevantes.

Pensar la enseñanza de la filosofía como una experiencia social del filosofar no es una idea
original. Es una práctica presente en la historia del pensamiento filosófico y en nuestro
medio ha sido motivo de reflexión de destacadas y destacados filósofos ( Vera Waksman,
Walter Kohan, Laura Agratti, Alejandro Cerletti, Maximiliano López, Gustavo Santiago,
Laura Galazzi, Juan Nesprías, Muriel Vazquez, entre muchos otras y otros profesores)

En el presente escrito me interesa poner en discusión a) un bosquejo de los elementos que


podrían definir esta “experiencia filosófica” para luego b) centrarme en cómo podrían
ponerse en juego estos componentes en el trabajo con el cine en el aula.

En su texto de Lógica, Kant afirma: “…Él (el profesor) no debe enseñar pensamientos, sino
a pensar; no debe transportar al alumno, sino guiarlo, si se quiere que él sea apto, en el
futuro, para caminar por sí mismo. Semejante didáctica la exige la propia naturaleza de la
Filosofía.” (Kant, Logica, Ak 3ñ06, A5). Un primer punto a tener en cuenta es que quien
pretenda enseñar filosofía deberá enseñar a pensar; a pensar lo pensado, a problematizar lo
pensado, a producir pensamiento.

Asociado a lo anterior, considero que pensar interpela nuestra interioridad; requiere el acto
de posición de un yo. Kant enfatiza que esta enseñanza debería promover el desarrollo de
una aptitud “en el futuro” de un yo que podrá “caminar por sí mismo”. Esta dimensión
yoica del pensamiento filosófico es esencial hacerla presente.

La relación entre el pensar y el yo nos conduce a reparar que pensar es una acción y, en
tanto que proviene de la posición de un yo, una acción voluntaria. Me permito reflexionar
brevemente sobre esto desde una perspectiva aristotélica (Etica Nicomaquea, L III).

Aristóteles sostiene que toda acción voluntaria supone necesariamente a un ser humano
como causa. La novedad de la acción voluntaria es que surge de un proceso de pensamiento
deliberativo (silogismo práctico) que tiene en cuenta dos grandes dimensiones de sentido: el
deseo de algo que se considera valioso (la premisa mayor acerca de lo bueno) y las
circunstancias que hacen realizable ese deseo (la premisa menor acerca de los medios); la
consideración de ambos tópicos conducirá a una elección (conclusión) que en toda persona
razonable se manifestará en su comportamiento y en su vida.

Pensamos lo que nos interesa, lo que nos afecta, lo que le damos valor en tanto nos afecta.
Esta dimensión desiderativa del pensar, desde mi parecer, es un elemento originario de la
filosofía. Considerar esta íntima relación del deseo con el pensar nos lleva a un nuevo
elemento de la experiencia del filosofar: sólo podemos pensar lo que tenga un sentido para
nosotros. Todo lo pensado se constituye en primer lugar como un signo que nos desafía a
ser develado y a construir sobre él una propuesta de sentido.

En este camino analítico que hemos emprendido a partir de la cita de Kant descubrimos que
pensar contiene una dimensión que compromete quienes somos y qué vamos a hacer de
nosotros mismos. Aristóteles lo señala a propósito de las virtudes: “no investigamos para
saber qué es la virtud, sino para ser buenos, ya que en otro caso sería totalmente inútil”
(EN,II, 1103 b 26-29). El pensar tiene consecuencias en la transformación de nosotros
mismos y de nuestra situación.

Asimismo, el pensar está poblado de “alteridades pensantes” presentes u ocultas hasta en


las mismas palabras que constituyen el lenguaje con el que expresamos o clarificamos
nuestro pensamiento aunque sea interior, silencioso y reflexivo.

Tomando en cuenta estas consideraciones y situándonos en el contexto del aula secundaria


o superior, se comprende la importancia de presentar una situación problemática que
convoque el interés e invite al grupo (o a la mayoría de los integrantes) a participar de una
experiencia filosófica a partir de herramientas dialógicas (Lipman, 1996; Kohan, 2002;
Santiago, 2006). En su Introducción a la Enseñanza de la Filosofía, el profesor Guillemo
Obiols señalaba a propósito de este “momento de problematización”:

El/la profesor/a deberá seleccionar un problema que sea significativo para sí


mismo, un problema objeto de su interés y sobre el cual ha reflexionado
personalmente con mayor o menor originalidad (…) presentar el problema
como algo que involucra [a los estudiantes], advertir que el problema puede
hallarse subyacente ante la necesidad de tomar una posición, que el problema
puede hallarse presente en una nota de periódico, un film, una poesía, un
cuento, una pintura, una viñeta humorística, etc. (2002,17)

En la posición de Obiols, la vivencia del problema filosófico que atraviesa la biografía


profesional y personal de la o del docente es el supuesto que da sentido a la “presentación”
en el aula y a la invitación a conversar descubriendo y manifestando las diversas posiciones
sobre el tópico. En el marco de esta conversación se esclarecen sentidos y se busca
promover una mayor profundidad y complejidad en el análisis y en los procesos cognitivos
que se ponen en juego en el diálogo.

Me interesa aquí focalizarme sobre el cine en el aula de Filosofía (o en aulas donde la


pretensión es “pensar filosóficamente”) considernado particularmente una posición que
sostiene que el advenimiento del cine hacia fines del siglo diecinueve una vivencia inédita
de situaciones verosímiles en el plano del sentido (aunque en algunos casos imposibles
empíricamente) así como de conceptos expresados en imágenes no reductibles a su
presentación formal como ideas. Este desarrollo es iniciado por el filósofo argentino Julio
Cabrera particularmente en su obra “Cine: 100 años de Filosofía” (1999).

Siguiendo la tradición heideggeriana, Cabrera introduce el concepto de racionalidad


“logopática” para dar cuenta de un acceso cognitivo y problematizador a conceptos
filosóficos universales mediante la vivencia afectiva de las situaciones en las que esos
conceptos juegan un papel en el plano de una realidad posible. El cine produce según
este autor un tipo de conceptos nuevos que denomina “conceptos-imagen” que si bien
son mostrados en situaciones particulares ponen en juego significaciones universales
y verosímiles que habilitan nuevas formas de reflexión filosófica. El cine tiene formas
propias de vincularse con la verdad mediante este tipo de conceptos que varían en su
presentación según el film tenga un discurso “narrativo” o en montajes de
“vanguardia”.

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