Ante quienes no han escuchado aun de mí, me presento: soy José Rafael Hernández. Aquellos que me conocen, saben de mi necesidad de revelar los abusos y humillaciones que han de sufrir los gauchos, mi voluntad de hacer visible el estadio de la campaña bonaerense, de denunciar su estructura de privilegios y desigualdades, tan irritantes como inaceptables. Ser testigo del maltrato que recibe el gaucho por las injusticias de quienes son incapaces de reconocerlo como un elemento fundamental para el desarrollo de las tierras de nuestro país y conocer la condición denigrante del gaucho en la campaña de Buenos Aires, no me permite conciliar el sueño. Por ello preciso dejar evidencia del agravio y la marginación de estos hombres conocedores de nuestras pampas, porque tan solo así, logró hallar consuelo al verbalizar su desdicha. Siento el compromiso de mostrar al hombre que ha acumulado en su vida gran experiencia acerca de nuestras tierras; tan poco conocido, y tan erróneamente juzgado. Quiero expresarme en defensa de los gauchos, de sus valores humanos y sociales, de su derecho a ser como son. Por tal motivo, comenzaré por desenterrar con nostalgia y dar a conocer la dicha que sentía el gaucho, cuando en épocas pasadas, vivía junto a su mujer, a sus hijos y cuidaba de su hacienda, hasta que debió resignarse a perderlo todo y agachar la cabeza ante los abusos de la temible autoridad. Claramente, todo este pasado de felicidad se desvanece cuando el gaucho es mandado injustamente a la frontera. Esta arbitrariedad y el padecimiento en aquellos descampados linderos, no hallan consuelo a su regreso cuando tan sólo se encuentra con una tapera, que simboliza la destrucción de todo lo que él más quiso, la magnitud de su desgracia. Las autoridades le quitan todo y el gaucho vive como un subalterno perseguido, a quien no se le permite tener familia, casa o empleo fructífero. Y al compartir esta desolación del gaucho en su existencia, siento la necesidad de describir las frustraciones que debió sentir con la supuesta vida militar que le hubiera prometido el gobierno. Que a falta de cuartel, el coronel los mandaba a trabajar en sus chacras, por lo que el gaucho, excluido en la frontera, pasó a ser un mero objeto al servicio de los que mandan, trabajando para el beneficio personal del coronel sin recibir ni instrucción militar, ni trato como soldado. Se lo privaba de trabajar en sus tierras y se les obligaba a hacerlo en campos ajenos y sin ningún tipo de retribución. Esta política de fronteras, junto la vida que transcurría en los fortines pone en evidencia las injusticias y los engaños a los que los gauchos eran sometidos. El despotismo de las autoridades denigra al gaucho en su condición humana, y lo hace a través del maltrato, la marginación y la humillación. En todo escenario en el que ocurriera algún incidente ilegal, si hubiera un gaucho presente, este sería culpable y enviado a prisión o al calabozo, sin derecho a emitir su opinión ni ser escuchadas sus razones. Está claro, que pongo de manifiesto la desprotección del gaucho y las peripecias que por tanto debió enfrentar, al punto que su mera condición de tal, lo suponía merecedor de pena o castigo. El ser testigo de cómo los políticos liberales en posiciones de poder, han convertido al gaucho en el gran obstáculo en la lucha por la civilización, el progreso y los valores europeos que debían ser los de una Argentina moderna, me otorga el permiso de expresar la desdicha de todos los marginados, desplazados por una civilización llamada progreso.