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Para empezar a dilucidar el concepto de pecado, se debe tener en cuenta que el medioevo se
compone de 10 siglos aproximadamente, comprendido entre el siglo V y XV. Su inicio es
situado en el año 476 con la caída del Imperio Romano de Occidente y su fin, en 1492 con
el descubrimiento de América, o en 1453 con la caída del Imperio Bizantino. Esta fue una
gran etapa de transición en todos los ámbitos como lo son el económico, donde la
producción esclavista se sustituyó por el modo de producción feudal; en lo social y político,
se definieron los estamentos medievales y desapareció el concepto de ciudadanía romana,
ya que tuvo como lugar una descomposición de las estructuras centralizadas del Imperio,
que dio paso a una dispersión del poder; y en lo ideológico-cultural, aconteció una
sustitución de la cultura clásica por las teocéntricas, quienes dieron origen a una
determinada unidad; por ejemplo, la religión cristiana, la cual se impuso en todas partes de
Europa [ CITATION Fun18 \l 9226 ]. El pecado, resulta un término complejo, y para poder
comprenderlo, se debe analizar en sus múltiples facetas históricas, de manera que se
visualice un panorama completo de su evolución y el lugar que ocupaba en la red de
relaciones que se establecieron a lo largo de los siglos medievales.
Para empezar, Homero con el verbo hamartein designaba el término pecado como el simple
hecho de que un tirador de jabalina falle su meta en la guerra, o para Aristóteles la palabra
hamartema era por decir como el error de un médico o la falta gramatical en la
construcción de un texto; posteriormente, en el esplendor de la Roma clásica, el concepto
de pecado no significaba ninguna realidad vital para los romanos coetáneos, el término
aparece inicialmente como peccatum, el cual se usaba para designar faltas en el ámbito
erótico-sexual que apenas se tomaban en serio (Pieper, 2008. Pág.11). Más adelante, se
halla una obra muy importante en la construcción del discurso e iconografía del pecado que
se titula Psychomachia (o Combate acerca del alma), compuesta por el poeta Prudencio
entre los años 398 y 400. Prudencio no utiliza la palabra “pecado”, sino que denomina
“vicios” a esas inclinaciones del alma (Lopez, 2012. Pág. 55). Por otro lado, cuando
Agustín de Hipona nació en el siglo IV, un poco más tarde Constantino I legalizó el culto al
cristianismo y Teodosio el Grande lo implantó como religión oficial del imperio.
Por otra parte, en los escritos de Agustín de Hipona se encuentra otro factor que ayudó a
definir el término pecado, el cual expresa que por medio de Adán y Eva se produjo una
corrupción fundamental de la naturaleza humana, este hecho significo la pérdida del estado
de inocencia en el ser humano y su ingreso en el tiempo histórico, tiempo lineal y
conflictivo caracterizado primordialmente por la lucha encarnizada entre el bien y el mal.
Para Agustín de Hipona era un pecado de soberbia, de desobediencia a Dios, que se
expresaba en la rebeldía del ser humano al orden creado por Dios; de manera que la
doctrina cristiana-católica lo definió como el "Pecado original" en el concilio de Cartago,
luego, lo precisó entre el concilio de Orange y el concilio de Trento. Sin embargo, esto
reafirmó la desigualdad social del contexto, ya que el relato del Génesis sitúa el origen de la
necesidad humana, en la que se debe trabajar para mantenerse, condicionando moralmente
el esfuerzo laboral, como también la idea de ganancia en el desarrollo de las actividades
El filósofo Tomás de Aquino varios siglos más tarde, definía la palabra peccatum,
abarcando el sentido ético y religioso como, "toda acción desordenada que pertenezca al
En particular, algunas preocupaciones del ser humano para no caer en pecado eran la
excomunión, el purgatorio y el infierno, puesto que estos fueron tanto reflejo como agentes
de determinados mecanismos sociales y mentales, que permitieron a las estructuras de la
administración eclesiástica perpetuarse y llevar adelante sus fines, como también las redes
establecidas con la monarquía. Con respecto a esto, la iglesia concedía indulgencias
parciales o plenarias, a cambio de actos piadosos (limosnas, peregrinaciones, ayunos,
asistencia a celebraciones litúrgicas), las cuales, acortaban las penas temporales ajenas al
pecado gracias a la aplicación de los méritos de Cristo y de los santos, y ello afectaba tanto
a las penas que habría que cumplir en la tierra como a las del purgatorio; pero en cambio,
generaba la deformación mental del cristiano: "la misa era su sacrificio para apaciguar la ira
divina, y el dinero que pagaba, su título de propiedad de la salvación" Por otro lado se
mostraba una finalidad sanadora que consistía en llevar al excomulgado al arrepentimiento;
a causa de que perdía la participación en la vida divina que en el lenguaje de la teología se
le denomina gracia (Lopez.2012.Pág.288). Por ello, nunca implicaba la exclusión radical y
absoluta; ya que, el discurso sobre la excomunión incidía en la obediencia a los
mandamientos de la Iglesia y las exhortaciones para que no se incurriera. Aquella aludía al
temor que cualquier cristiano debía tener a la muerte de su alma, más que a ningún otro
peligro. En efecto, tras la muerte y el juicio individual, los justos van al cielo, los que
necesitan purificarse van al purgatorio y los que no quisieron arrepentirse se condenaban
inmediatamente para siempre en el infierno.
Para concluir, Clive S. Lewis en su libro Sobre el Dolor, comenta que la propia entrega a
Dios no exigió ninguna lucha interna, era algo así como el delicioso dominio de una
pequeña inclinación a sí mismo, cuya delicia era ser superada; sin embargo, llego un
momento en que los hombres exigieron poseer algo suyo, de lo cual sin duda pagarían a
Dios un tributo en cierto modo racional; ellos querían tener su alma en propiedad, querían
un rincón en el universo desde el cual pudieran decir a Dios, esto es asunto nuestro y no
tuyo; por lo cual, bajo una máscara de amor propio o de afán de libertad, se escondía y
afirmaba una rebelión contra Dios, visto que es en esto que consiste la esencia del pecado
(Pieper. 2008. Pág.78). Por esto, algunos historiadores consideran que la idea de salvación
es un valor supremo que no solo caracteriza la edad media, sino a toda la civilización
occidental, hasta el momento en que dicho valor quedó definitivamente desbancado por la
libertad como preocupación fundamental del hombre a partir del siglo XVIII.
Referencias.
1. Duby, Georges. (1998). Damas del siglo XII. Eva y los sacerdotes. Madrid:
Alianza Editorial.