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En un nuevo aniversario del desembarco europeo en América proponemos un análisis que

cuestiona las miradas occidentales acerca del nacimiento del mito moderno y su desarrollo, a
partir de dos autores que han estudiado el tema durante un extenso periodo de tiempo: Enrique
Dussel y Sophie Bessis.
Ante la construcción de una civilización europea basada en la supremacía, que se impone como
paradigma y consagración de la humanidad debemos preguntarnos si la existencia de oriente no
obstruye esa pretensión de exclusividad histórica. La densidad en el intercambio comercial
generaba lazos económicos, sociales y culturales que permitieron el crecimiento de Europa y su
esplendor. Dado que el flujo de relaciones entre ambas culturas contribuye decisivamente a su
mutua constitución, es difícil no eludir una perspectiva jerarquizadora que eyecta a Europa como
madre única de la historia.
A través de los tiempos el encuentro con el otro ha sido tan inevitable como necesario para la
evolución de los pueblos. A pesar de la pretensión de pureza que se ha impuesto en diversas
corrientes intelectuales, las civilizaciones se constituyen con elementos que toman de otras
culturas. Nadie rompe con el silencio del universo. El análisis propuesto por las corrientes
alternativas a la hegemonía occidental se enfoca en entender de qué manera y cuando comienza
el proceso de ruptura que separa a Europa del resto del mundo, instalándola como el estadio final
al que la humanidad debe alcanzar para abandonar la condición de bárbaro, salvaje. La exclusión
de la alteridad en las subjetividades europeas es una característica esencial para pensar la
construcción de una modernidad puertas adentro.
La influencia árabe en Europa permite su ascenso y desarrollo. Desde el mito fundante hasta las
técnicas de navegación se han visto atravesadas por Oriente. La edad media ha sido escenario de
un intenso flujo de ideas, aportes artísticos y comerciales que configuraron ambas culturas. La
diferencia no implicaba una superioridad ni moral ni material sobre el otro, sino que existía una
convivencia entre las distintas identidades diseminadas por el mundo, el cual aún no se percibía
como tal.
El “descubrimiento” de América es un acontecimiento central para comprender la erradicación
del legado Oriental en la sociedad europea, situándola lentamente como lumbre de la humanidad.
A partir de una perspectiva de supremacía se comienza a estructurar un discurso occidental que
se impondría como una ideología de la razón, la cual buscaba legitimar el avance sobre el “nuevo
mundo” y luego la esclavitud. Este discurso será la base del pensamiento occidental.
Es decir que, en paralelo a la conquista, se construía el argumento de la modernidad como
concepto que impondría al planeta una subjetividad paradigmática, concediendo a Europa la
posibilidad de constituirse como centro hegemónico de poder y meca cultural. Esta tendencia ira
diluyendo de su historia las influencias Orientales.
Enrique Dussel habla de un “deslizamiento semántico del concepto de Europa”. En su texto
Europa, Modernidad y eurocentrismo, explica que “Lo que no será Europa moderna esta fuera de
su horizonte y es simplemente lo incivilizado”. Es decir que no solo hay una reconfiguración de
los orígenes, sino que también hay una marcada tendencia a la exclusión del otro.
Por su parte, la historiadora franco-tunecina Sophie Bessis en su texto Occidente y los otros
escribe que “mientras que los conquistadores hacen el vacío en lo que transforman en nuevo
mundo, el renacimiento elabora un discurso total que da sentido tanto a la expulsión como a la
toma de posesión”. En este sentido podemos observar como el renacimiento comenzó a construir
un discurso que dejaría en la marginalidad a las influencias orientales. Dussel propone abordar
esta edificación argumentativa desde el eurocentrismo, concepto que estructura a la modernidad,
en donde se ubica a Europa como punto de partida y destino final, sustrayendo cualquier rastro
externo a su yo. Incluso borrara matices de su mito original griego, recortando sus aspectos
vinculados a las regiones orientales.
Esta exclusividad histórica que busca Europa y es forzada a partir de la conquista de territorios,
poblaciones y riquezas ajenas, necesito de un aura intelectual que argumente su comportamiento.
La modernidad emerge como principio vital para que el continente europeo justifique a sí mismo
y hacia los demás el proceso de acumulación originaria del capital, interponiendo ante las
tragedias del genocidio nativo en América y la esclavitud, las teorías evolutivas y de
emancipación de la razón.
De esta manera se consagra al hombre blanco y europeo como estereotipo universal dejando a los
diferentes en la cornisa de la dominación. En función de este paradigma moderno, la voracidad
de poder y riqueza se transformó en dolor y sometimiento de los pueblos opuestos o alternativos.
Bessis lo describe con una crudeza obligatoria “La cristiandad y la raza: esta doble pertenencia
sirvió para legitimar la conquista de América. No se trata aquí de rescribir la Historia, sino de
recordar que los europeos, para poder llevar a cabo la apropiación de un continente, perpetraron
el primer genocidio de la Historia”.
La fecha de inicio de semejante genocidio no puede tener nada de festejo, pero si debe servirnos
para reflexionar sobre los roles de cada quien y para la comprensión de los porque en los perfectos
funcionamientos de los bellos países del viejo mundo.

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