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De la sinagoga a la iglesia

Article · June 2017

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Andrey Hernández Batista


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De la sinagoga a la iglesia.
Lic. Andrey Hernández Batista
Introducción

La separación del cristianismo con respecto al judaísmo no se produjo de manera simple ni


rápida. No consistió en tan solo un hecho, sino en un proceso que en algunas ocasiones fue
doloroso y tardó varias generaciones en completarse. Y, en esta separación, pueden encontrarse
las causas de la hostilidad entre judíos y cristianos, y los orígenes de algunos aspectos del
antisemitismo moderno.

¿De qué modo llegó la Iglesia a una comprensión de sí misma de manera que hizo que fuese tan
contraria al judaísmo y a la Toráh tan temprano en su desarrollo?

Durante el siglo I de la era común, Jesús de Nazaret vivía como judío entre los judíos.
Oraba en la sinagoga, cumplía con las leyes judías y, probablemente, usaba flecos en su
vestimenta, tal como se les exigía a los hombres judíos. Sus primeros seguidores hacían lo mismo.
Sin embargo, para fines del siglo IV, los seguidores de Jesús ya habían dejado la sinagoga y
establecido una religión nueva conocida como “cristianismo” basada en la vida y en las
enseñanzas de Jesucristo. Cristo no formaba parte del nombre de Jesús, aunque sus seguidores
pronto comenzaron a usarlo de esa forma. Es un título que proviene de la palabra griega que
significa “ungido” o “elegido”. La palabra mesías proviene de una palabra hebrea que tiene
el mismo significado.

Hemos asistido a una avalancha espectacular de obras sobre Jesús de Nazaret y es totalmente
normal que se plantee la pregunta por lo que vino después de él, por el movimiento que reivindica
su nombre y por la institución que se considera legitimada como continuadora de su causa. ¿Qué
razones históricas y sociales explican que tras la muerte de Jesús en una cruz, su memoria acabase
cuajando en un movimiento que se extendió con gran rapidez y dio pie a una institución muy
notable? ¿Este desarrollo institucional no desvirtúa el mensaje radical y sencillo de Jesús? ¿Cabe
una interpretación teológica si entramos a fondo en los factores sociales, económicos y políticos
que influyeron en este proceso?

El cristianismo primitivo es enormemente complejo y sería ilusorio describir su evolución de forma


lineal y esquemática. Sin embargo, es no sólo legítimo, sino necesario dar razón, a la luz de la
historia, de la sociología y de la teología, de la configuración que el cristianismo alcanzó en la
cuenca del Mediterráneo para mediados del siglo II y que condicionó la historia posterior hasta
nuestros días. Son estas comunidades de Asia Menor, Grecia y Roma las que van a ocupar
preferentemente nuestra atención, como son ellas las que han marcado el cristianismo ortodoxo y
nuestra propia historia, sin que esto signifique desconocer la difusión del cristianismo por otras
regiones (señaladamente Siria y Egipto) ni sus diversidades doctrinales y organizativas. Como dice
un famoso estudioso de los orígenes del cristianismo, «el hilo conductor para toda historia del
cristianismo primitivo es la irresistible expansión de la fe cristiana en la región del Mediterráneo
durante los primeros 120 años». Mi propósito no es hacer una historia completa, sino comprender
un proceso histórico que nos sigue involucrando.
Desarrollo

Para el pueblo judío ha sido de gran importancia el exilio y, consecuentemente la formación de sus
Escrituras, la Biblia. Para asegurar que, en adelante, el cumplimiento de las promesas no vuelva a
fallar, se hizo necesario, garantizar esa fidelidad irrestricta a la Torah, por parte del pueblo. Fue de
esa manera cómo surgió, en Babilonia, el movimiento de retorno a la fidelidad a la Torah conocido
como rabinismo, constituido por una elite de “maestros de la Ley”, o “rabinos”, que se ocuparon
de que el pueblo tuviera siempre la Torah, en todos sus detalles, como centro de su conducta.

En ese mismo contexto del exilio babilónico, y junto a las expectativas mesiánicas señaladas, los
rabinos se dedicaron a la labor de conducción del pueblo con la lectura y los comentarios de la
Torah escrita(denominada Tora she-bi ketav, o también Mikrá) que ya tenía la escritura acumulada
de la primera Ley (jahvista y eloista), además de la segunda ley (deuteronomista) y algunos textos
proféticos preexílicos y exílicos, para asegurar la fidelidad del pueblo a las cláusulas de la Alianza
y, de esta manera, eliminar el obstáculo que llevaba al Dios celoso a postergar de nuevo el
cumplimiento de sus promesas.

Los primeros rabinos, así como las primeras sinagogas 1, surgieron en Babilonia. La tradición judía
considera como el rabino prototípico, formado en Babilonia, a Esdras, personaje particularmente
importante en la restauración de la antigua Ley, junto a Nehemías, en el período del retorno a la
tierra de Israel.

Los comentarios rabínicos a la Torah, escrita y oral, se fueron acumulando durante el exilio, con
los Rabinos de las sinagogas babilónicas y, luego, una vez producido el retorno a la tierra de Israel,
con los comentarios rabínicos en las nuevas sinagogas. La acumulación de los comentarios fue
creciendo progresivamente hasta que constituyeron un objeto de estudio y selección por parte de
grandes rabinos, a partir del siglo II antes de Cristo y hasta el siglo II después de Cristo, en que se
hizo la compilación definitiva de la Mishná canónica en una asamblea rabínica que tuvo lugar en
la localidad de Usha (en Galilea) hacia el siglo segundo de la era cristiana, con presencia de rabinos
procedentes de Babilonia, así como los de las sinagogas de Israel.

Rabinos y sinagogas son así las dos instituciones que constituyen lo más propio del movimiento
llamado “judaísmo”, surgido durante el exilio babilónico de los deportados “judíos” y que, al
retornar 2 a su tierra, gracias al decreto liberador de Ciro, en el 539, establecieron también en
Jerusalén y en todas las localidades de la tierra de Judá, así como en todos los puntos de la diáspora
judía. De esta manera las comunidades judías forman los diversos grupos del pueblo “convocado”
(”cahal”= “sinagoga”) por Dios para vivir en la Alianza sellada con los Padres, promulgada con la
Torah, recibida por medio de Moisés (Ex20).

1
El origen de las sinagogas se remontaba a la época del exilio, y surgió como una forma de reunión para instruir y
comunicar la Torá, los escritos propiamente judíos, y no perder de vista las costumbres judías en medio de tanta
influencia extranjera. Es decir, no tenían originalmente la finalidad de servir al culto religioso, sino que todo consistía
en una sencilla reunión social con fines didácticos y de estrechamiento de los lazos comunitarios. Sin embargo, en
tiempos de Jesús era creencia generalizada que la institución de la sinagoga procedía del mismísimo Moisés. Las
sinagogas se construían preferentemente fuera de las ciudades y cerca de la orilla de un río o junto al mar, de forma
que todos pudieran realizar la ablución prescrita antes de tomar parte en el culto.
2
A la vuelta del destierro ya nada fue como antes. Estos cambios se van a notar no sólo en la política (ausencia de
monarquía), sino en la vida social (la observancia de la Ley ocupa un lugar central, por lo que con el tiempo se
transformará en «libro», en «Biblia») y religiosa (aparece la Sinagoga y el Sábado).
Lo que comenzó como una costumbre de reunirse a cantar cantos de Sión junto a los canales de
Babilonia (Sal 137,1) pasó a Judá con el regreso de los exiliados. Cada comunidad israelita tenía
su propio lugar de celebración. Encontramos sinagogas en ciudades como Jerusalén; en pueblecitos
como Nazaret (Mc 6,1-2; Lc 4,16); o Cafarnaúm (Lc 4,31-33), pero también en la diáspora, en
Roma y en Alejandría. Con este término griego (sin-agogué) que significa reunión se designa tanto
la asamblea o reunión de los creyentes como el edificio material en donde se celebra la reunión. Es
lo mismo que sucede con el término Iglesia. El culto se centra en la oración y en la meditación de
las Escrituras.

Es una auténtica revolución interna la que tiene que hacer el pueblo de Israel, permaneciendo fiel
en lo esencial pero evolucionando y adaptándose a las nuevas circunstancias. Es todo un
movimiento que, con el tiempo, se conocerá como «judaísmo». Nos interesa de forma especial su
relación con el Nuevo Testamento, pues el cristianismo tiene un «origen judío», una «matriz judía».
Desconocer el judaísmo es cerrarnos las puertas a conocer plenamente el cristianismo. Jesús, la
Virgen María, los apóstoles… iban a la Sinagoga y participaban de sus liturgias, rezaban con los
salmos, celebraban la Pascua, iban a Jerusalén en las otras fiestas de peregrinación.

En arameo se solía designar a la sinagoga como knsto knyst(keneset), que venía a significar "la
congregación religiosa". Aquí el significado estaba orientado al aspecto comunitario del vocablo.
No se trataba de designar un lugar reservado para el culto, sino del acto de la reunión en sí. Lo
importante para los judíos no era el lugar de culto. El único lugar de culto al que verdaderamente
reverenciaban los judíos de tiempos de Jesús era el Templo de Jerusalén. Las sinagogas tan sólo
eran un lugar donde reunirse para debatir los asuntos de interés comunitario, que casi siempre eran
de índole religioso. Hay que decir que en los siglos siguientes, tras la destrucción del Templo, la
actitud de los judíos hacia la sinagoga cambió hasta convertirla en centro de sus costumbres.

Debemos distinguir entre los ancianos (archontes, presbiteroi, geroysiarches, éste último el jefe de
todos), que tenían a su cargo los asuntos de la congregación en general, y luego un grupo de
funcionarios para atender asuntos concretos, entre los que siempre tenía que haber: el archisinagogo
(archisynagogus) o presidente de la sinagoga, el limosnero (gby sdqh), y el ministro de la sinagoga
(hazán).

No había funcionarios oficiales para las tareas de lector de las escrituras, el recitador de la plegaria,
y el predicador. Esta labor se encargaba a uno de la comunidad, o cada una de las tres tareas a
personas diferentes. También podía recaer en alguien destacado que estuviera de paso. Es de este
modo como Jesús pudo dirigir la palabra en muchas ocasiones durante sus visitas 3 por las
poblaciones judías.

3
Uno de los pasajes más impactantes del Evangelio, pero que pasa bastante inadvertido, es aquel momento en que
Jesús dice que es a El a quien se refiere la profecía de Isaías que anuncia la labor del Mesías (Lc. 1, 1-4 y 4, 14-21).
Jesús, decide ir a Nazaret, el pueblo donde había crecido y vivido. Y ese Sábado -no por casualidad, sino seguramente
porque como Dios, así lo dispuso- le tocó “el volumen de Profeta Isaías y encontró el pasaje en que estaba escrito” lo
que se refería a la misión del Mesías: “El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque me ha ungido para llevar a los
pobres la buena nueva ...” Siempre que se leía este trozo, la gente pensaba en ese personaje misterioso tan esperado
por todo el pueblo de Israel. Pero ese día en que Jesús lee lo dicho sobre El, se le ocurre rematar la lectura diciendo:
“Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Que es lo mismo que decir: “Ese de quien
habla Isaías soy Yo”. La discusión que se suscitó terminó con la sentencia tan conocida de que “nadie es profeta en su
tierra”.
En poblaciones estrictamente judías, la institución acaparaba todos los poderes. El poder
religioso conllevaba asociado la autoridad en cuestiones cívicas y legales, puesto que los judíos no
distinguían entre legislación religiosa y el resto. Lo que sí parece seguro es que en aquella época
imperó la férrea prohibición de realizar representaciones figurativas, ya fueran de animales o
de personas, en todo o en parte. La ornamentación, por tanto, debía ser escasa, limitándose a
la representación de los símbolos estáticos del mundo judío (menorá o calendrabo de siete brazos,
sofaro cuerno de llamada, lulabo ramos del día de las Tiendas, etrogo fruta prohibida y el maggen
David). Sólo mucho más tarde cambió esta actitud hacia las artes plásticas en el mundo judío. Algo
que seguramente estuvo, sin embargo, en boca de Jesús, durante su peregrinación por las sinagogas
judías y extranjeras.

El mobiliario de las sinagogas antiguas era muy simple. El principal objeto era el arca ( tybho rwn)
en el que se guardaban los rollos de la Torá y otros libros sagrados. Estos estaban envueltos en
lienzos de lino (mtphwt) y cerrados en un estuche (tyqo téche). Aunque sólo se mencionan en época
posterior, es presumible que debían disponer de un estrado desde donde hablaban los lectores y
predicadores (bymho béma, la tribuna), en el que se hallaba colocado un atril amplio para poder
hacer descansar los pesados rollos. También se mencionan lámparas. Algunas celebraciones hacían
uso del simbolismo de las luminarias, por lo que no resulta extraño que hubiera. También se usaban
los cuernos (swpwt), que se hacían sonar el día de Año Nuevo, y trompetas ( hswsrwt), que se
usaban los días de ayuno y al comienzo y final de cada sábado como señal de aviso

El principio de una gran separación.

Los primeros cristianos no cortaron radicalmente su relación con el judaísmo y con el culto en el
Templo y en las sinagogas (Le. 24:51-53; Hch. 3:1). Durante un tiempo combinaron las reuniones
en los cultos oficiales del Templo y las sinagogas, con los ágapes en los hogares. A medida que los
nuevos cristianos no provenientes del judaísmo (para los cuales el contexto judío no significaba
nada) se fueron convirtiendo al cristianismo, y a medida que la ortodoxia judía empezó a considerar
el cristianismo como una amenaza (añadiendo los problemas con el Imperio Romano), el culto
cristiano adquirió su identidad y la iglesia primitiva comenzó su andadura.

El culto cristiano recibió del judaísmo una importante herencia. De la sinagoga destacamos la
lectura y exposición de la Palabra (I Cor. 14:26; Hch. 20:7-12), junto con las oraciones y cantos en
un ambiente de alabanza (Ef. 5:19; Col. 3:16), confesiones de fe o credos (I Cor. 15:1-4; I Tim.
6:12), y ofrendas o colectas (I Cor. 16:1; Ro. 15:26). También mencionar, como ya hemos dicho,
que las sinagogas supusieron una descentralización y des-sacralización del Templo.

Muchos de los seguidores más cercanos de Jesús creían que Dios intervendría en la historia, al
“final de los días”, para combatir la injusticia y el mal, y para establecer la paz en la Tierra. Los
muertos se levantarían, y el pueblo disperso de Israel regresaría a su tierra natal. A medida que se
acercara el “final de los días”, los judíos justos, en oposición a los pecadores, estarían primero
en peligro, pero, finalmente, prevalecerían bajo el liderazgo de un mesías. Los seguidores de
Jesús solían recordarles a los demás judíos que, después de la destrucción del primer Templo
en el año 586 a. e. c., los profetas ya habían previsto dicha época.
Después de la crucifixión de Jesús, sus seguidores tenían más certeza que nunca antes de
que estaban viviendo en el “final de los días”. Proclamaban noticias asombrosas: habían visto
a Jesús, y él había hablado y comido con ellos. Creían que su sepulcro estaba vacío y que había
resucitado. Estas convicciones le dieron un nuevo impulso al movimiento. Anteriormente, el
movimiento se centraba en las enseñanzas de Jesús. Ahora, sus seguidores les recordaban a otros
judíos las palabras de los profetas e insistían en que Jesús era “el ungido”, el “hijo de Dios”, que
volvería para cumplir esas promesas.

En los meses y años posteriores a la muerte de Jesús, pequeños grupos de judíos se reunían,
periódicamente, para orar juntos y discutir sus enseñanzas. Entre ellos, se encontraban
Santiago y Pedro, dos de los discípulos o seguidores de Jesús. Intentaron compartir lo que
ellos comprendían sobre su mesías con otros judíos en las sinagogas y en diferentes lugares de
reunión. Convencidos de que el Día del Juicio estaba cerca, con urgencia buscaron no solo
adherirse a las enseñanzas de Jesús, sino también persuadir a la mayor cantidad de gente posible
para que compartieran sus esperanzas y expectativas. Al llevar a cabo esta tarea, se acercaron a
los gentiles, o no judíos, así como a otros judíos. De manera gradual, el movimiento de Jesús
llegó a incluir tanto a judíos como a gentiles.

Pablo fue el líder principal del esfuerzo de llevar las enseñanzas de Jesús a los no judíos
finalmente, llevó el mensaje sobre Jesús a los judíos y a los no judíos de las principales
ciudades cerca del Mediterráneo Oriental y del mar Egeo. Pablo pensaba que él y otros judíos
creyentes en Jesús, quienes posteriormente fueron llamados“cristianos”, debían continuar
honrando muchas de las leyes del judaísmo, pero los gentiles no tenían que convertirse al
judaísmo para ser cristianos. Pablo no decía que el cristianismo debía reemplazar el judaísmo,
a pesar de que otros, posteriormente, afirmaron que él había dicho eso. En cambio, habló del
misterio de la obra de Dios para la salvación de todos. Y, si bien sí comparó a los judíos que
rechazaron a Jesús con las ramas que se cortaron del árbol que las había alimentado, Pablo advirtió
a los cristianos no judíos que mostraran respeto por los judíos como un pueblo que tenía un pacto,
o un acuerdo, con Dios.

Cuando los romanos destruyeron el segundo Templo en el año 70 e. c. , cerca de 40 a 45


años tras la muerte de Jesús, algunos cristianos interpretaron la destrucción como una señal
de Dios. Desde su perspectiva, este suceso confirmó su creencia de que, como cristianos, ahora
eran el “verdadero Israel”. Creían que Dios había permitido la destrucción del Templo para
castigar a los judíos por rechazar a Jesús.

Otros judíos también interpretaron la destrucción del Templo como una señal de Dios, pero
lo hicieron de manera diferente. Creyeron que significaba que los judíos debían expiar sus
pecados al consagrarse a un cumplimiento más riguroso de la ley judía. Creían que la
destrucción era una prueba de que las divisiones y las discusiones implacables entre los judíos solo
habían servido para dañar al pueblo judío en general y para fortalecer el poder de Roma. Hicieron
un llamado al retorno a las prácticas y los rituales judíos tradicionales, enfatizando los valores
morales y la supremacía de la ley.

En los años posteriores a la destrucción del segundo Templo, solo los dos principales grupos
de judíos, o sectas, sobrevivieron: los fariseos y los seguidores de Jesús. El énfasis de los
fariseos en la ley judía tradicional contribuyó al desarrollo del judaísmo rabínico —el judaísmo
que practican en los hogares y en las sinagogas muchos judíos en el mundo actual.
Muchos especialistas creen que los judíos comenzaron a considerar a los cristianos como
marginales, al menos en parte porque se sentían traicionados por los judíos que creían en Jesús
y quienes se habían ido de Jerusalén hacia el área rural, la cual era más segura, durante la rebelión
entre los años 66 y 70 e. c., que derivó en la destrucción del segundo Templo. La mayoría de los
primeros cristianos, influenciados por el ejemplo de Jesús, creían en la no violencia y, por
ende, se negaron a luchar en cualquier circunstancia. Algunos también creían que sería inútil
luchar porque los terribles acontecimientos de la época representaban el inevitable inicio del
“final de los días” o el período previo a la llegada del mesías.

Judea se había convertido en algo insoportable para Roma y las autoridades romanas estaban
decididas a no volver a permitir que se volviese a producir otra revuelta. El sentimiento antijudío
por todo el Imperio es algo que difícilmente puede ser enfatizado en exceso. Por ejemplo, los
habitantes gentiles de Antioquía, que tenía una considerable comunidad judía, aprovecharon el
prejuicio de los romanos en contra de los judíos. Inmediatamente después de la guerra instituyeron
una persecución sistemática, cuyo propósito era la eliminación de las costumbres judías religiosas
y todos los que se negaban a presentar sacrificios a las deidades paganas fueron castigados, estando
prohibido cesar en el trabajo en el shabat y les fueron retirados cualquier otro "privilegio" a los
judíos.

En los años posteriores al año 70 e. c., los sobrevivientes judíos de la guerra con Roma
intentaron unir a todos los judíos bajo el liderazgo de los rabinos y los sabios. Términos
como fariseo o saduceo tendían a dividir a los judíos en vez de unirlos, y en ese momento, se
usaban cada vez menos. Las sinagogas y las casas de estudio se tornaron más fundamentales
para la vida judía, dado que la oración y el estudio reemplazaron los sacrificios animales
que fueron la forma de adoración en el Templo que había sido destruido.

Durante esos años, los rabinos y los sabios comenzaron a recopilar y a editar las leyes y
costumbres no bíblicas que conformaban las tradiciones orales del judaísmo. La obra que crearon
se conoce como la “Mishná” —una amplia recopilación de siglos de leyes y costumbres
orales. Se completó en Palestina, en el año 200 e. c. Los especialistas judíos de Palestina y
Babilonia también comenzaron a compilar comentarios sobre la Tora y la Mishná. Esos
comentarios se conocen como el “Talmud”.

Antes de continuar, nos será de gran ayuda definir algunos términos: el Judaísmo tradicional, las
comunidades mesiánicas y la Iglesia Cristiana.

Una vez que fue destruido el Templo en Jerusalén, el judaísmo se vio obligado a definirse de nuevo
a sí mismo juntamente con sus costumbres relacionadas con el culto. Por ejemplo, ¿de qué manera
se podían expiar los pecados sin que existiese el altar del Templo ni el sacerdocio levítico? Lo que
emergió fueron tres tradiciones principales de la fe. En primer lugar, el Judaísmo tradicional
(posteriormente conocido como el judaísmo rabínico) que continuó aferrándose a la inmutabilidad
de la Toráh. Para ellos lo que estaba en juego en realidad no era si la Toráh seguía siendo de vital
importancia, sino de qué modo se debía de obedecer a la Toráh a la luz de las nuevas restricciones.
El segundo grupo, como los que acabamos de mencionar, continuó cumpliendo con la observancia
de la Toráh en todos los aspectos de la vida, pero no pudieron escapar a lo que ellos consideraban
el carácter inmutable de la persona de Yeshua de Nazaret como el Mesías. Compuesta tanto por
judíos como por gentiles, esta comunidad de Yeshua Ha Mashiach era sumamente judía y
cumplidora de la Toráh y es precisamente este grupo en el que debemos de pensar cuando usamos
los términos "Comunidad Mesiánica".

El tercer grupo surgió de una creciente gentilización de las comunidades por toda la Diáspora. A
pesar de que estas congregaciones comenzaron como comunidades mesiánicas, debido al aumento
en las presiones estas congregaciones adoptaron un carácter más antijudío y adoptaron una teología
notablemente contraria a la Toráh. Para principios o mediados del segundo siglo se habían
despojado totalmente de las Señales del Pacto Judío y, por lo tanto, dejaron de permanecer dentro
del seno del judaísmo y este es el grupo que posteriormente se convertiría en la iglesia cristiana
gentilizada.

Algunos especialistas ubican la separación formal en la decisión tomada en Yavne, un pueblo


en Palestina, en el año 80 e. c. Para continuar el trabajo anterior de los fariseos, los rabinos
y los sabios se habían reunido allí para compilar la Mishná. Agregaron una nueva bendición
al Shemoneh Esreh, las dieciocho bendiciones que los judíos practicantes recitan tres veces
por día. Esta nueva bendición se refería como herejes a los judíos que todavía practicaban el
judaísmo, pero que creían que Jesús era el mesías. Algunos especialistas creen que esta condena
puede haber contribuido a la creciente separación entre la nueva religión y la religión antigua.

Otros especialistas están en desacuerdo. Estos argumentan que a través de los siglos, la
oración ha sido representada de diferentes maneras y que es poco probable que los judíos
la rezaran exactamente de la misma forma en cada una de las sinagogas en Palestina o en otros
lugares. Muchos de ellos también señalan que, en algunos sitios, los cristianos continuaron
rezando tanto en las sinagogas como en las iglesias, incluso bien entrado el siglo III de la era
común. No obstante, lo que al inicio fue un debate entre los judíos se convertía gradual y
lentamente en un desacuerdo entre los miembros de dos religiones independientes. Tanto
cristianos como judíos comenzaron a definirse a sí mismos y a su religión enfatizando las
diferencias entre los dos grupos.

¿Pero qué clase de presiones pudieron causar semejante ruptura con las comunidades mesiánicas?
Se desarrolló en gran medida como una reacción al impuesto romano del primer siglo conocido
como el Fiscus Judaicus.

El impacto producido por este impuesto sobre el desarrollo de la iglesia primitiva fue significativo
debido a que afectó profundamente al corazón de la identidad judeocristiana. Si se podía imponer
semejante impuesto a todos los judíos, entonces era preciso preguntar: "¿quién es judío?" La
respuesta, sin embargo, no era tan sencilla como pueda parecer. Para cuando Domiciano se
convirtió en Emperador (81- 96 E.C.) está claro que no existía un sistema real para determinar
claramente quién era "judío".
Por lo tanto, una de las consecuencias no intencionadas del impuesto judío era el de obligar a las
diferentes comunidades a definirse como judías o no judías. Por un lado, estaban aquellos judíos
tradicionales que se consideraban observantes de la Toráh y miembros del Pacto de Israel, que
jamás hubiesen renunciado a esa identidad, con lo cual está claro que pagarían el impuesto. Por
otro lado, estaban aquellos otros que, aunque eran judíos por sangre, intentaban ocultarlo con el fin
de evitar tener que pagar el impuesto. ¿Cómo se podía hacer esto? Evitando la práctica de las
costumbres judías, como pudiera ser el observar el sábado, celebrar las fiestas judías, etc. etc. Esto
era algo mucho más extendido de lo que podemos darnos cuenta de principio. Por ejemplo, había
miles de judíos que habían sido capturados como esclavos y habían sido trasladados a Roma
durante el asalto de Pompeyo a Jerusalén en el año 63 a. de C.

Para la época de Domiciano muchos de sus descendientes se consideraban a sí mismos como


totalmente romanos, no identificándose ni con su linaje ni sus costumbres judías. Por lo tanto, se
mostraban amargamente resentidos por tener que pagar un impuesto tan excesivo debido a lo que
consideraban como un accidente de nacimiento. Por último, estaban aquellos que aunque por
sangre no eran judíos, sin embargo practicaban la fe judía tanto en las comunidades mesiánicas
como las tradicionales judías. De estos dos grupos, la primitiva comunidad mesiánica descubrió
que era especialmente vulnerable puesto que los seguidores de "El Camino" pertenecían a una fe
que seguía aún siendo considerada como parte del judaísmo, aunque muchos o incluso la mayoría
de ellos eran creyentes gentiles para entonces.

Sin embargo, el impuesto judío resultaría ser más destructivo bajo Nerva, el sucesor de Domiciano.
Porque en el año 96 de la E.C se decía que el "adoptar la forma de vida judía" era considerado
equivalente a cometer traición. Es más, indicaba que al evitar las costumbres externas de la fe judía,
se podía al mismo tiempo evitar tener que pagar el impuesto. En otras palabras, en lo que se refiere
a la política del impuesto romano, el ser judío no tenía nada que ver con la etnicidad y sí tenía que
ver todo con la práctica religiosa.

Teniendo esto en cuenta, hay que considerar lo que les debió de pasar por la mente a los creyentes
gentiles, que eran nuevos a la fe mesiánica y que, hasta entonces, no habían sentido nunca la menor
identificación con los judíos. No solo es que carecían de la menor afinidad natural con nada que
fuese judío, sino que se hallaron como el objeto de la creciente polémica antigentil en el seno de
las tradicionales comunidades judías. No debieron tardar en preguntarse por qué iban a desear
identificarse con un pueblo que, en muchos casos, no tenía el más mínimo deseo de identificarse
con ellos y de tener que pagar para colmo un impuesto aplastante e injusto.

Sin embargo, Roma había declarado que en lo que a ella se refería, el adoptar la "forma de vida
judía" era, a efectos de los impuestos, lo mismo que ser judío y, por lo tanto, si los creyentes gentiles
deseaban eludir el impuesto judío estaba claro que sería preciso crear nuevas tradiciones, que
podían ser explicadas como no judías. Sin embargo las presiones existentes eran enormes. Si no
pagaban el impuesto sin duda serían convertidos en esclavos, lo cual haría casi imposible el
observar la Toráh.
Aparentemente había aquellos cuyas conciencias se las arreglaban para racionalizar y eliminar o
restar importancia al cumplimiento de lo establecido en la Toráh. La evidencia para ello procede
de tres fuentes principales. En primer lugar, existe la evidencia de una creciente polémica
anticristiana en el seno de la sinagoga. Desde un punto de vista judío, cualquier judío étnico que se
negase públicamente a pagar el impuesto anual al Fiscus Judaicus sobre la base de que no era ya
judío, en el sentido religioso, hacía que su apostasía estuviese por encima de toda duda. De modo
que el renunciar a pagar el impuesto era, en realidad, renunciar a la fe judía y al renunciar a su fe
judía la persona perdía cualquier esperanza de tener parte en el mundo venidero.

La segunda fuente de evidencia respecto a la creciente distincción entre la Iglesia y la Sinagoga


procede de fuentes romanas. Por ejemplo, en una carta escrita por un gobernador de una provincia
en Asia Menor llamado Plinio el Menor al Emperador Trajano (circa. 110 E.C.), trata a los
cristianos como un grupo separado y diferente sin referencia alguna a los judíos o las costumbres
judías.

De modo que vemos que para el año 110 E.C. el gobierno romano era capaz de considerar a la
comunidad cristiana como algo separado y aparte de la sinagoga. Tal vez sea lo que no se menciona
en este pasaje lo que resulta más asombroso. No se menciona tampoco la adoración en Shabat, ni
la circuncisión y ni siquiera la lectura de la Toráh. Desde el punto de vista romano, la Iglesia
Cristiana había encontrado una manera de definir de manera diferente su fe, con el fin de ser
considerada totalmente independiente de las comunidades judías.

Resulta, por lo tanto, significativo, que precisamente en el momento mismo en que Roma
desaconsejaba el cumplimiento de la Toráh por medio del impuesto, la Iglesia gentilizada estaba
desarrollando una teología de disociación con la Toráh y todas las cosas judías. Esto no puede ser
mera coincidencia. Resulta ineludible que después del año 96 E.C., el cristianismo posterior al
segundo Templo comenzase a redefinirse en términos diferentes a los judíos. En lo que a Roma se
refiere, la definición del judío era, a efectos del impuesto, una definición religiosa. Para los
romanos los judíos eran aquellos que adoraban a la Divinidad, cuyo templo había sido destruido
en Jerusalén y los que se negaban a adorar a otros dioses. En lo que se refiere a la Iglesia Gentil, el
judío era aquel que continuaba practicando costumbres y "supersticiones" que habían sido abolidas
por un entonces gentilizado "Jesucristo."

Sin embargo, para aquellos judíos y gentiles que continuaban caminando conforme a los
mandamientos de la Toráh y que afirmaban que Yeshua era el Mesías, la vida habría de resultarles
sumamente difícil. La comunidad mesiánica se vio posteriormente perseguida por una alianza
inconsciente de tres fuerzas poderosas: el gobierno romano, el triunfo del judaísmo rabínico y el
hecho de que los gentiles se habían apoderado de la fe.
En el año 312 e. c., una batalla por el control del Imperio romano tuvo un impacto profundo
sobre las relaciones entre cristianos, judíos y romanos. Como relata una versión de la
historia, en la noche anterior al día en que el próximo emperador Constantino planeara un
ataque contra un rival por el trono, vio una cruz en el cielo. Sobre esa cruz, decía lo siguiente:
“Con este símbolo, conquista”. Constantino, que no era cristiano, interpretó la visión como una
señal de que el Dios cristiano le daría la victoria en su lucha por el control de la parte
occidental del imperio. Al día siguiente, sus tropas ganaron la batalla, y Constantino les ordenó
a sus hombres continuar luchando bajo el símbolo de la cruz.

Si bien algunos especialistas creen que la historia de la visión de Constantino es una leyenda, más
que un hecho, queda claro que el nuevo emperador quería poner fin a la persecución de los
cristianos por parte de Roma. En el año 314 e. c., Constantino y Licinio Augusto (los dos
hombres gobernaron el imperio juntos) proclamaron una nueva ley. El llamado “Edicto de Milán 4”.

El edicto de Constantino les concedió a los cristianos el derecho de practicar abiertamente


su fe. Hasta entonces, se reunían en los hogares de otros creyentes. A un año del edicto,
Constantino ordenó la construcción de iglesias en todo el imperio. Con las iglesias nuevas, se logró
una organización más formal. La descripción del judaísmo por parte de Constantino como
“peligroso” y “abominable” Los edictos dictados por emperadores posteriores reflejaron las
opiniones de Constantino. Cada vez más, los judíos fueron considerados de manera irrespetuosa,
con intolerancia y repugnancia.

4
Habiéndonos reunido con fortuna cerca de Mediolanurn (Milán) tanto yo, Constantino Augusto, como yo,
Licinio Augusto, y considerando todo lo relativo a la seguridad y al bienestar públicos, entre los demás asuntos
que observamos beneficiarían a muchos, determinamos que era oportuno regular, en primer lugar, la reverencia hacia
la divinidad de tal forma que le concedamos a los cristianos y a todos los demás la facultad de practicar libremente
la religión que cada uno desee... [N]os ha parecido bien que sean suprimidas todas las condiciones... referentes
a los cristianos, y desde ahora todos los que deseen observar la relig ión Cristiana lo pueda hacer libre y
abiertamente, sin perturbación ni molestias.

Hemos creído oportuno hacer de su conocimiento esta disposición en todos sus aspectos, para que sepan que
hemos concedido a aquellos cristianos la oportunidad, incondicional y absoluta, de observancia religiosa. Al
constatar que les hemos otorgado esto, deben entender que también le hemos concedido a otras religiones el derecho
a la observancia, abierta y libre, de su culto con el fin de mantener la paz en nuestros tiempos, de modo que
cada uno tenga la oportunidad de practicar con libertad el culto que desee. Esta reglamentación ha sido hecha de tal
forma que no parezca que le restamos importancia… a ninguna dignidad o religión.
Conclusiones

El Papa Juan Pablo II encara el acercamiento con audacia y respeto, a pesar de las contradicciones.
Su experiencia de vida lo preparó para ello. Conocía la condición judía. Había tenido vecinos,
condiscípulos, amigos judíos. Sus costumbres le eran familiares, como también su memoria de las
persecuciones.

Sus palabras en la gran Sinagoga de Roma el 13 de abril de 1986 marcaron una clara línea divisoria
en el proceso dialógico. Dijo Juan Pablo II en esa ocasión: "La religión judía no nos es extrínseca,
sino, en cierto sentido es intrínseca a nuestra religión. Tenemos pues con ella un vínculo que no
tenemos con ninguna otra religión. Vosotros sois nuestros hermanos preferidos, y, podría decirse,
nuestros hermanos mayores".

Entiendo que en esta profunda reflexión se encuentra el meollo del diálogo judeo cristiano.
Convivir entre el "ya" cristiano y el "todavía no" judío es la dura tarea que espera a judíos y
cristianos. Pero como sostuve al principio esa convivencia exige extirpar los arraigados prejuicios
acumulados durante dos milenios y esa tarea debe ser encarada en las escuelas en los púlpitos y en
las sinagogas. Siempre quedarán bolsones de integristas que no pueden salir de sus pensamientos
ya cristalizados. Einstein solía decir que era más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Esa
dura desintegración es la tarea más urgente y necesaria. Sobre todo lograr que esa comprensión se
filtre tanto en forma vertical.
Bibliografía

Eichrodd, N, (l975), Teología del A.T. Ed. Cristiandad, Madrid


Gershom, S, (1963), Judaica, am Main, Frankfurt
Kusch B, (1978), Diccionario Teológico, Manual del A.T., Madrid
La mesa compartida (1994), Estudios del Nuevo Testamento desde las ciencias sociales, Sal
Terrae, Santander.
Schürer, E, (1995), Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús, Ediciones Cristiandad. Buenos
Aires.
Torrents, J. M, (1989), La sinagoga cristiana. El gran conflicto religioso del siglo I,
Barcelona, pp. 14-21.
Von Rad, G, (l982), Teología del A.T. Sígueme, Salamanca

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