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Últimos deseos de Jesús

Posted: 3:03 pm, Mayo 25, 2019

Jesús se está despidiendo de sus últimos discípulos. Los ve tristes y acobardados.


Todos saben que están viviendo las últimas horas con su Maestro. ¿Qué sucederá
cuando les falte? ¿A quién acudirán? ¿Quién los defenderá? Jesús quiere infundirles
ánimo descubriéndoles sus últimos deseos.
Que no se pierda mi mensaje. Es el primer deseo de Jesús. Que no se olvide su Buena
Noticia de Dios. Que sus seguidores mantengan siempre vivo el recuerdo del proyecto
humanizador del Padre: ese «reino de Dios» del que les ha hablado tanto. Si lo aman, estos
es lo primero que han de cuidar. «El que me ama, se mantendrá fiel a mis palabras… el que
no me ama no las guardará».
Después de veinte siglos, ¿qué hemos hecho del Evangelio de Jesús? ¿Lo guardamos
fielmente o lo estamos manipulando desde nuestros propios intereses? ¿Lo acogemos en
nuestro corazón o lo vamos olvidando? ¿Lo presentamos con autenticidad o lo ocultamos con
nuestras doctrinas?
El Padre os enviará en mi nombre un Defensor. Es el segundo deseo de Jesús. No quiere que
se queden huérfanos. No sentirán su ausencia. El Padre les enviará el Espíritu Santo que los
defenderá del riesgo de desviarse de él. Este Espíritu que han captado en él, enviándolo hacia
los pobres, los impulsará también a ellos en la misma dirección.

El Espíritu les «enseñará» a comprender mejor todo lo que les ha enseñado. Les ayudará a
profundizar cada vez más su Buena Noticia. Les «recordará» lo que le han escuchado. Los
educará en su estilo de vida.

Después de veinte siglos, ¿Qué espíritu reina entre los cristianos? ¿Nos dejamos guiar
por el Espíritu de Jesús? ¿Sabemos actualizar su Buena Noticia? ¿Vivimos atentos a los que
sufren? ¿Hacia dónde nos impulsa hoy su aliento renovador?
Os doy mi paz. Es el tercer deseo de Jesús. Quiere que vivan con la misma paz que han
podido ver en él, fruto de su unión íntima con el Padre. Les regala su paz. No es como la que
les puede ofrecer el mundo. Es diferente. Nacerá en su corazón si acogen el Espíritu de
Jesús.

Esa es la paz que han de contagiar siempre que lleguen a un lugar. Lo primero que difundirán
al anunciar el reino de Dios para abrir caminos a un mundo más sano y justo. Nunca han de
perder esa paz. Jesús insiste: «No os inquietéis ni tengáis miedo».
Después de veinte siglos, ¿Por qué nos paraliza el miedo al futuro? ¿Por qué tanto
recelo ante la sociedad moderna? Hay mucha gente que tiene hambre de Jesús. El Papa
Francisco es un regalo de Dios. Todo nos está invitando a caminar hacia una Iglesia
más fiel a Jesús y a su Evangelio.
José Antonio Pagola
Grupos de Jesús
No perder la Esperanza
Posted: 1:54 am, Mayo 28, 2019

Siempre existe la tentación de idealizar el mensaje de Jesús y leerlo fuera de los


contextos donde nació. Sus gestos, acciones y palabras resonaron en los corazones de
personas que vivían en medio de una realidad fracturada y desesperanzada, llena de ira
e impiedad, agobiada por el peso de un porvenir incierto.
Era una realidad cuyas instituciones de gobierno producían cada vez más pobres y víctimas. Y
las autoridades religiosas sólo ofrecían una vida de fe que se reducía a las devociones y al
culto. Muchos habían olvidado la fuerza transformadora de palabras como «reconciliación» o
«justicia»; no recordaban cómo era una vida de «solidaridad fraterna». Era un mundo donde
una gran mayoría de personas no creía en un futuro bueno, ni tenían voluntad de construir un
mundo mejor.

¿Cuál fue la actitud de Jesús? Él aprendió de Juan el Bautista que el proyecto de nación en el
que él vivía había fracasado (Mt 3,10.12), así como el sistema religioso bajo el II Templo (Mt
3,7). No obstante no se dejó vencer por la desesperanza. Comenzó a anunciar una buena
nueva que acontecería cuando el odio y la violencia no dominaran los pensamientos y los
corazones. Nunca dejó de creer que sí era posible construir un mundo más humano. Esta
esperanza lo movía siempre a hacer cosas nuevas, impulsándolo a abrir caminos en medio de
la desesperanza que encontraba. Para ello entendió que sólo podía haber Buena Nueva para
todos, sirviendo a los «pobres y hambrientos» y defendiendo a las «víctimas» (Is 61,1; Lc
4,18), para que no existiese más la pobreza ni triunfase el victimario. La existencia cada vez
mayor de pobres y víctimas es testimonio de una sociedad donde la indolencia comienza a ser
normal, y el mal estructural va afectando los modos de pensar, de actuar y de discernir.

La profunda esperanza y confianza que tenía Jesús en que todo mejoraría se alimentaba de la
oración cotidiana. Él pedía fuerzas para hacer de «este mundo, como era el del cielo» (Mt
6,10), es decir, que los hombres pudieran gozar de una calidad de vida como la de Dios (Gn
1,26). Su propuesta ofrecía algo que parecía insignificante: «sanar los corazones rotos» (Is
61,1), y «rechazar a los que humillan» (Is 58,3). Muchos se preguntaban cómo sería eso
posible. Pero él, siguiendo el espíritu del profeta Isaías, no cesaba de pensar y meditar: «¿no
será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de la maldad, deshacer las
coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y quitar las duras cargas? ¿No será
partir el pan con el hambriento y recibir a los pobres sin hogar en mi casa? ¿Que cuando veas
a un desnudo le cubras y no te apartes de tu prójimo? Entonces brotará tu luz como la aurora
y tu herida se sanará rápidamente» (Is 58,6-8).

Esto supone sanar la realidad que ha sido afectada por el mal estructural y hacer justicia para
que no vuelva a ocurrir. Esto pasa por revisar nuestras maneras de relacionarnos, de hablar y
tratar a los demás, de discernir lo que vivimos, y preguntarnos las verdaderas opciones que
nos mueven. Jesús buscó la humanización de su realidad, de las personas y la sociedad, y
llamaba a la conversión, al cambio. Como Nelson Mandela nos recordó, aquí «no se trata
de pasar la página, sino de volver a leerla, pero esta vez juntos»; sin absolutizar el
poder y la riqueza, sin humillar al que piensa distinto (Lc 6,20-26); mirando con
compasión (Lc 6,27-49) y rechazando toda forma de violencia (Jn 18,36). Confiando en
Dios, pero sin ser ingenuos (Lc 16,13).
Rafael Luciani
Doctor en Teología Dogmática por la Pontificia Università Gregoriana, Filosofía por la
Universidad Pontificia Salesiana, Académico en el Boston College (Boston, MA).

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