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II>JC JO�E�

1 ganz1912
Walter
ganzl912 •

BenJam1n

Injancia en Berlín
hacia 1900

TrJtfowón de Klaut \\i',1gnt1

1· l )Jl'll1Nl·s
\1 l'A(3llAR¡\
s.���) A
DE f.STA EDICION

EDIOONES
, G_U4RA
ALFA
S.�A. Tiergarten . .. . . . . . . . . . . .. . . .
15
PRINCIPE DE VERGARA. 81
Panorama imperial . . . . . . . . . 19
TELEFONO 261 97 00
MADRID-6
Columna Triunfal . . . . . . . . . . . . 22
1982 Teléfono ... ... ... ... ... .. 25
1 SBN 84204-2506-0
.

>6.154 -1982
Caza de mariposas .. . . .. .. . ... 28
DEPOSITO l.EGAL. M

!Ul.10 19S2
Partida y regreso . . . ... ... ... 31
1982
PRIMERA EDICION
SEGUNDA EDICION· NOVIEl\.lCRE Llegando tarde . . . . . . . . . . . . . . . 34
Mañana de invierno ... ... . .. 35
Calle de Steglitz, esquina a Genthin. 38
La despensa .. . . .. . . .... ... 42
Despertar del sexo . . . . .. . . . . . . . . . 43
Noticia de un fallecimiento ... .. . 45
El mercado de la Plaza de Magde-
burgo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
Escondrijos ...... ... ........... . 49
El señor Knoche y la señorita Pru-
dem ... ... ... ... ... 51
. La nutria ... ... ... ... .. . 54
Blumeshof 12 .. .
58
Mummerehlen . . . . . . . . . . . .
64
J

. ... . . . 69
I..os colores . . . . . . . . .
. . . . .

Veladas . . . . . . . . . 71
..
. . .

.
. . . . . . . . .
. . .

Jue o de letras . .. . 7(1


... . ..
. . . . . . . .

llOVIVO ... ... ... ... ...


. .

El 78
. .. .. .. .
Ln fiebre ... . . . . . . . .. 79
Do charangas . . . . . . ... . .. . . . . 86
.
. .

. .. 89 A mi querido Stefan
I tbros . . . . . . . . . . . .

r-::-un fanta ma ... ... ... ......... ...


. . . . .

92
J l pupitre ..... ... ... ... ... 9'5
Un ángel de Navidad ... ... . . . 99
Armarios ... ... ... ... . .... . 10 2
Mendigos y prostitutas . . . . . . HJ8
Hallescher Tor ... ... .. .......... 11 1
�o:;Jursro . .. .. . . .. . . . . . . . .. 1 13
"'Accidentes y crímenes ........... . 1 18
l..ogta . . . . .. .. . . .. .. . .. . . .. 12�
Pf auem n el y Glienickc ... .. . 128
1 luna . . . . . ... . . . . . . ... . .. . . . 132
Í h ml rec111o jorobado 136
J p1l 141
«Oh, Columna Triunfal tostada
con azúcar de meve
de los días de la infancia.»
Mii

Tiergarten

e Llegando wde , «La despensa», «Escondrijos)), «El

tiovivo» y cArmarios• se publicaron por vez prime­


.
ra y de forma distinta en el libro Calle de direcczón

ÚntC4 (1928).
Importa poco no saber orientarse en
una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad
como quien se pierde en el bosque, requiere
aprendizaje.Los rótulos de las calles deben en­
tonces hablar al que va errando como el crujir
de las ramas secas, y las callejuelas de los ba­
rrios céntricos reflejarle las horas del día tan
claramente como las hondonadas del monte. Es­
te arte lo aprendí tarde, cumpliéndose así el
sueño del que los laberintos sobre el papel se­
cante de mis cuadernos fueron los pr:meros ras­
tros. No. no los primeros, pues antes hubo uno
que ha perdurado. El camino a este laberinto,
que no carecía de su Ariadna, iba por el Puente
de Bendler, cuyo suave arco significaba para mí
la primera ladera. A su pie, no lejos. se encon­
traba la meta: Federico Guillermo y la reina
Luisa. En sus pedestales redondos se erguían
sobre las terrazas, como encantados por mági­
cas curvas que una corriente de agua, delante
de ellos, dibujara en la arena Sm embargo. me
gustaba más ocuparme de los basnmentos que
no de los soberanos, porque lo que sucedía en
1' 17

f
llos ' s1l1cn n uc:o en rcln
d\'11 con el t'<'nj1111 me rcunfa en Lt tcr tul iu h.tsl.t qu e mudo, lmhrn
�0, cst1b.1 111Ós pi Xllll Cll el
csp,l\k1, fl qul
. hr.r111h ¡\, l<'lll
ten ido
la necesida d de ,,¡,,¡r en el LiitZO\\u fc1,
casi enfrente de la pcqucna m.1lcz.1 de cu·n� lit
llUl1cin• nlo
(• cc:r·
t 1.11 en c�te l1
ancI1.\ e msig111 i
1rendf de de s1em¡ 1e lor I.1
. "f'
res cuid.tban las aguas <lcl cunal. �\n tnrdc des­
cant C.'>fl.mid1, que no rcYd
aba en 11nd.1 que cubrí nue,·os rincone�; sobre ot tl s lu1 ndqui­
nqu[ n l l as s del uJI''\' \le h1"' u1ches Je .
ricndo nuevos con ocimicn ws Pcrn ninguna mu
.
ph n , carro ns, duc 1 mc In pu1te m.1-. 111:-oln.1 chach;i. ni ngun .1 c:xpcricncin ) nin'llll lit tl pu
dcl parque D ell' pcrc1b1 ,l r\"'11l\' un.1 �<'n.d. dieron contarme nuda nu evo sol re nquél. Pnr
Puc nquí. o n p n <list.lll('lll. dcb1:1 de h.1ber .
eso. cuando treinta :lños m;ts t t rdc , un c.unpc­
tcmd c:u lecho \ri.1dn.1, en C"ll\',1 proximid.1d sin o <le Rcrlín. conocedor de l.t t i c n.1 , cuid.1h.1
.
comp1cndf por \CZ p ri mc r.1 par1 nL1 nh id.1
:
1 l\1 de mí ,11 voh er a b ciud:td. t l'.ls l.1rg.1 · wmún
j míe:, lo que olo mu" 1.mlc me lue d.tdP OllH' au scnn<1, sus pas os crmrnb.111 c:-tc j .1r dí11 scm·

p ltbri· 1\nwr. Sin emh.1rg0. en su 111i�111l1 \Wi hr nn do en él la s cmill. t del �ilencit1. Fl Sl' . 1d c ·
gen surgh1 nquelk de ..scfü1rit.I'> que ln Lubrí,1 l.1t1l<' po 1 los scnd<.'ros. t<.1dos cuesta :tl njo. B.1
como uno fdn s1,mbr.1 ) .t�Í. este parque que j.1h:111. s1 no <t lo s orígenes de tod o ser. sí l\ ll'S
parece a bierto .1 lo n111(1s como ning1í 1 1 n1 w. de este i �1 rdín \1 pa s.ll' por endm.1 del BsfoltP
¡ r m{ qucd.1ba ccrrndo p or .1lgo difícil <' im sus pasos deo;pcrt.1ron un ceo . 1 .is hic1h,1s que
po 1b le de rcnliznr Como o;ucedc rara ''l"Z. dis se J ih uj :1 h .m sobre el empcd1.1d<.1 1n1<.1j.th'll u n.l
tmgufo l o 1cces del estanq ue de l.1s dor.1dillas luz c<.1nfusa sohrc este sucll'. Lus ¡ cqn cn <l" es
Cuántn s co ns prornetfo pM su nomhre 1:1 1\'e Cillin.1t.1s. lo:\ port1ros. los friso�' I<.'' .uquitr.1-
n d:.t de lo lonteros del Re,· ,, cu.in poC\) cum­
plf 1 , Cu�n tas \CCC bu c 1b1 en v.111r1
" bcs de lns ,·ilbs del Tictg:u·tcn -¡l r 1 rimc1 1 .
. , el bns­ \·cz los \TÍffiOS cl,\l 1\, 11CtltC-. Sl'l re wdo lu s es
qucc1llo en el cual habín un quioo;co c on stniid c.1lcr.1s que. con slls cnst,\ les. ser ufon sie ndo lHs
n
mo con lad 1 illos de juguete, con tPn
ecillas :
mi sm 1 s. :mnquc en d 111te1io1 h.1bit.1dl1 h.1 b1.m
ro¡n blnncn Azule 1 ¡C:on c11:1n pnc.ts espc - c.1mhind0 much:ts cos.1s. 1\1ín rcu1�tdl' h ... \Cr
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1.1 q11c• g.ncs lns nwt lH
18

bre mis

hombros leí: «El trabajo es la onra
Panorama unperial
dd CJUdadano '
.
la prosperidad el' premio del
'
esfuerzo». Abajo, la puerta voIvio a cerrarse
como el gemir de un fantasma .
que se recoge
en la rumba. Puede que 11oviera afuera. Una
de Jas ventanas con cristal de colores. estaba,

abierta, y al compás de las gotas conunue su-


biendo las escaleras. De las cariátides, atlantes,
angelotes y pomonas que me miraron �ntonces,
preferí aquellos del linaje de los guardianes del
umbral cubienos de polvo, que protegen el paso Debido al gran atractivo de las estam­
a la vida o al hogar. Pues ellos entendían algo
pas de viaje que se encontraban en el Panorama
de la espera. Y les importaba poco aguardar a
Imperial, poco importaba con cuál de ellas se
un extraño, el retorno de los antiguos dioses o
.,.•
comenzara la visita. Como la pantalla con los
al niño que hacía treinta años pasaba a hurta­ asientos delante formaba un círculo, cada una
dillas con su mochila delante de sus pies. Bajo
iba pasando por todos los huecos, desde los cua­
este signo, el antigu0 Oeste * se hizo el Occi­
les se veía, a través de sendas ventanillas, la
dente de la antigüedad, de donde les viene a
lejanía de tenue colorido. Siempre se encontra­
los navegantes el céfiro que hace remontar len­
ba sitio. Y, particularmente, hacia el final de
tamente por el Landwehrkanal su barca con las
mi infancia, cuando la moda comenzaba a vol­
manzanas de las Hespérides, para tomar puerr
o ver las espaldas a los panoramas imperiales, se
en la pasarela de Heracles. Y una vez más
, co­
mo en mi infancia, Hidra
acostumbraba uno a «viajar» con el recinto me­
y el león de Lerna
tuvieron su lugar en los solitar� dio vacío. No había música en el Panorama Im­
de la glorieta del Grosser Ste
os alrededores

perial, esa música que hacía que m s tarde e l
rn.
viajar con las películas fuese algo fangoso po�­
:
que corrompe la imagen de la que podna ali­
¿
mentarse la fantasía. Sin embargo, me parece

qpe un pequeño efecto, en el fon <;> discordan­
te, supera todo el encanto enganoso que en­
vuelve los oasis en un ambiente pa_storal o las
ruinas en marchas fúnebres. Cuál no sería aquel
• Distrito de Bcrlfn. (N. del tintineo que sonaba segundos antes d': desapa­
T.)
recer bruscamente la imagen para de¡ar paso,
20 21

a la sigwente Y
primero a un vado, y luego bía perdido nada del encanto cuyo último pú­
cada vez que sonaba se
em?ebían de un am ­ blico fueron los niños. Así, una tarde quiso per­
ida los mo nte s has­ suadirme, a la vista de la imagen transparente
biente de melancólica desped
ta sus pies, las ciu
dades con sus vent�as relu­ de la villa de Aix, de que yo había jugado en
tterras le­
cientes, los indígenas pintorescos de la luz oliva que fluye a través de las hojas de
jana:::,, las estaciones cie ferrocarril con sus hu­ los plátanos sobre el ancho Cours Mirabeau' en
maredas amarillas. los nñedos hast
a en la más una época que nada tenía que ver con otros
pequeña hoja de sus vides. Me convencí por tiempos de mi vida. Pues esto era lo que hacía
segunda vez -pues la contemplación de la pri­ extraño aquellos «viajes»: el que los mundos
mera imagen suscitaba regularmente esta sen­ lejanos no siempre fueran desconocidos v que
sación- de que sería imposible apurar todas las añoranzas que despertaban en mí no fueran
las delicias de una sola sesión. Y surgió el pro­ siempre de las que hacen tentador lo descono­
í
pósito, jamás cumplido, de volver al d a siguien­ cido, sino de las otras, más dulces, por regresar
te. Pero aún antes de decidirme por completo al hogar. Puede que fuera obra de la luz de gas
se estremecía toda la máquina, de la que estaba
que caía tan suavemente sobre todo. Y cuando
separado tan sólo por un tabique de madera; llovía, no tenía que estar delante de los carteles
la imagen flaqueaba para desvanecerse acto se­ donde figuraban puntualmente. a dos columnas.
guido hacia la izquierda. Las artes que aquí per­ las cincuenta imágenes. Entraba y entonces en­
duraban aparecieron con el siglo diecinueve. No contraba en los fiordos y en las palmeras la
d�masia ?o temprano, pero a tiempo para dar la misma luz que iluminaba mi pupitre por las
b1enveruda al romanticismo burgués. En 1838, noches, cuando hacía mis deberes. a no ser que
D�erre inauguró su Panorama en París. A un fallo del alumbrado produjera de repente
�artu de ent?nces, estas cajas relucientes, acua­ aquella extraña penumbra en la que desaparecía
nos de lo le1ano y del pasado, tien
en su luga r el colorido del paisaje, que quedaba entonces
en todos los co sos y paseos de moda. Allí
� , co­ oculto bajo un cielo color ceniza. Era como si
mo � los pasajes y quioscos ocupar hasta hubiera podid o oír el \'Íento y las cam­
� artistas ª?tes de convertirse en cám
.
on a
ara s,
sno
don
bs
- panas, si hubiese estado más atento.
e, en el mteno r' los niños hicieron amistad
con el globo terrestre, de cuy
os meridianos el
más alegre' bello y varia · do cruzaba el Panorama
1mper1al. Cuando entré .
.

allí por vez prime ra,


hada tiem que hªb'1ª pasado
� la époc a de las
del''C1�Las pinturas paisajísticas. Pe
ro no se ha-
23

alumna Triu11jal no de tercer curso, subf las anchas gradas que


conduc1an a los soberanos de mármol, no sin
presentir de una manera confusa que más de
una entrada pri\í1leg1ada se me franquearía más
tarde. al igual que estas escalinatas. y luego me
dirigí a los dos \·asallos que, a �:ql.:=erda y de­
recha, coronaban la parte de atras. 'ªque eran
más bajos que sus soberanos \ se dejaban exa­
mmar con más comodidad Por otra parte, por­
que me satisfacía la certeza de saber a mis pa­
e encontraba en medio de la ancha pla­ dres tan distantes de los poderosos del momen­
za, como la fecha impresa en rojo sobre el ca­ to como lo fueron estos d1gnatanos de los go­
lendario de taco. Dc::berían de haberla arrancn­ bernantes de su época. Entre ellos preferí a
do el último Día <le Sedán Sin embargo, cuan .aquel que salvaba a su manera el abismo entre
do }O era pequeño. no se concebía que hubiese alumno y . hombre de Estado Era un obispo que
un año sin el Día de Sedán. Después de 5cd.rn tenía en la mano la catedral de su juri dicción
no hubo más que desf les Por eso estu\e con y que aquí era tan pequeña que podna haberla
mi institutriz entre.; �- multitud, cuando en mil construido con mis juegos de const ruccion A
no\ ecientos dos Ohm Kn.iger, después de la partir de entonces no he dado con n:nguna San­
perdida guerra de los bóers recorrió la Calle de ta Catalina sin que reparase en su rueda. con
Tauentzien. Pues resultaba inimaginable n o ad­ nmguna Santa Barbara sin percatJrme de su to­
....
mirar a un señor que, con su chistera. est.1b.1 rre No okidaron <.:xpl carme <le.: dónde procedía
n:costado sobre el asiento .acolchado y que «ha­
el adorno de la ColumnJ Triunfal Pero no com­
b1a hecho una guerra». Así dijeron. A mí me
prendí exactamente qué había de r�micular en
pareci6 grandioso y al mismo tiempo poco
for­ los cañones que lo componfon si los francese�
mal, como si el hombre hubiese llevado
. con sigo entraron en la guerrn con c.1ñoncs de oro o s1
un rinoc eronte o un dromedario, haciénd
ose fa­ nosotros los fundimos con el oro que les habfo­
moso por ello. ¿Qué pudo hab
er después e.le �
mos quitado Con dio me p.1s.1b 1 lo m smo que
Se� án? <?>n In derrota de los franceses � . la
. Ja Tlis­ con un libro espléndido de 1111 prüpted,1d
toria Universal parecía hab pesó
er bajado a su glo­ (ró11icl1 llustrad,1 dl' estn guerr.1, que tnnto
J
rioso sepulcro, sobre el cua .
elevaba como tela funera
l esta columnn se '
sobre mí. porque mmc.1 tcrminab.1 de leerla
� ria y en experto en los planes
emboca la Avenida de la Victoria el que des­ Me intercs.1b.1 y · cm un
ana
. Siendo nlum- de lns b .tt.11lns, pero, no obstante. la desg
24

que me criusabil su cubierta impresa


en oro iba Teléfono
en aumento. .Menos soportabl e aun era el débil
resplandor del oro del ciclo <le los frescos de 1.1
rotonda que revestín h parte inferior dt. In Co­
lumna Triunfal. No pise amJs este recinto ilu­
minado por una luz amortiguada ) reflejada por
la pared del fondo temí encontrar all1 imáge­
nes de la clase de los grabados de Dore sobre
el «Infierno» de Dante. que Jamás abn sm pa­
vor. Los héroes1 cmas hazañas dormitaban allí,
en la galería. me parec1an para mis adentros tan Puede que sea por culpa <le la construc­
depravados como la multitud de aquellos que CIOn de los aparatos o de la memoria, lo cierto
\
gemían azotados por huracanes, empalados en e s que, en el recuerdo, los sonidos de lns pri­
troncos sangrantes, congelados en bloques Je meras conversaciones por teléfono me suenan
hielo del oscuro cráter. De esta manera, la ga­ mu\ distintos de los actuales. Éran sonidos noc­
lería representaba el Infierno, justamente lo turnos. Nmguna musa los an�ciaba.La noche
opuesto al círculo de la Gracia que rodeaba. de la que venían era la misma que precede a
arriba, Ja figura esplendorosa de la Victoria Ha­ todo alumbramiento verdadero Y la recién na­
bía días que la gente se estacionaba en lo alto. cida fue la voz que estaba dormitando en los

Dela te el deJo, sus contornos negros semeja­

aparatos El telefono era para mí como un her­

ban 1gurmes de pegatinas. ¿No toma ría acaso mano gemelo Y así tuv e In ·ucrte de \'tvir e(·
.
las tlJera mo superaba, en su brillante carrern, las humi­
� y el cazo de la cola para repartir, una
vez termmado el trabajo. ll.ic1ones de los primeros uempos. Pues cuando
las figuritas delante
de los portales, detrás de los arbu ya habian desaparecido de l.1s habitaciones ex­
stos, entre las
column s o donde se me antojara tenores las arafi.1s, pant lbs Je estufa, palme­
� ? Las gentes
alJá arriba, en la luz, eran las ras, consolas \ ba!.msu,H.i.1s, d apar.uo. cu.ti
a]egre caprich_ o. Los env �
criaturas <.Je ta
mitico héroe que cstm 1er.1 pt:rdidt) en un nbi�­
olvía un eterno domin­
go. ¿O acaso sería un Día mo, dejo atr.1s el p.1s1llo oslUít) p.m1 h.icer su
de Sedán eterno?
ent radcl real en l.1s e!'itanc1.1s melll)s carg11d.1s \'
más claras, hnhit,1<.bs .1hora pllt" un.1 nueva ge­
ncrncion P<ml ella fue el wnsucll) de l.1 sl,Jed.11.L
A los dcscspcrndos que quct"Í.111 d\.·¡.tr c:�l l.. im111-
do miserable les cm 1.1h;1 el d(':-trlltl dr In últinrn
27
26

ho de los abandona­ arrancando los dos auriculares que pesaban co­


esperanza. Compartía el lec mo halteras, encajando mi cabeza entre ellos
iguar la voz estri­
dos. Incluso llegal?a a amort quedaba entregado a la merced de la voz qu �
su exilio, con vir ­
dente que conservase desde hablaba. No había nada que suavizara la auto­
tiéndola en un cali do zum bid o.
Pues, ¿qué mas
os soñaban ridad inquietante con la que me asaltaba. Im­
había menester en lugares don de tod
do com o potente, sentía cómo me arrebataba el conoci­
con su llamada o la esperaban temblan
lo uti­ miento del tiempo, deber y propósito, cómo
el pecador? No muchos de los que hoy
en aniquilaba mis propios pensamientos, y al igual
lizan recuerdan aún qué destrozos causaba
de las que el médium obedece a la voz que se apodera
aquel entonces su aparición en el seno
de él desde el más allá, me rendía a lo primero
familias. El ruido con el que atacaba entre las
que se m e proponía por teléfono.
dos y las cuatro, cuando otro compañero de co­
legio deseaba hablar conmigo, era una señal de
alarma que no sólo perturbaba la siesta d e mis
padres, sino la época de la Historia en medio
de la cual se durmieron. Eran corrientes las dis­
cusiones con las oficinas, sin mencionar las ame­
nazas e invectivas que mi padre profería contra
los departamentos de reclamaciones. Sin embar­
go, su verdadero placer orgiástico consistía en
entregarse durante minutos, y hasta olvidarse
de sí mismo, a la manivela. Su mano era co­
mo el derviche que sucumbe a la voluptuosidad
de su éxtasis. A mí me palpitaba el corazón;
estaba seguro que, en estos casos era inminente
'
�ue la funcionaria recibiera una paliza por cas­
ttgo. En aquellos tiempos. el teléfono estaba
¿olgado, despreciado Y proscrito, en un rincón
del fondo del corredor, entre la cesta de la ropa
s�oa .
el gasómetro, donde las llamadas no ha
Y
c1an sino aumentar los sobresaltos . .
de 1as v1v1en
das berlm · �sas. Cuando llegaba, después de re·
correr a tientas eJ oscuro tubo
de s1, mismo, para acabar con el
·
, apenas <l ueno
alboroto, y
29

igu;1lmcnte inmó vil, �ombra a otra flor y aban­


Caza de mariposc..s
donarla de repente sm haberla tocado. Cuando
un.1 ortiguera o una esfinge del aligustre a las
que hubiera podido alcanzar cómodamente me
burlaba, vacilando, titubeando dcmoránclose,
y
me hubiera gustado convertirme en luz y aire
para aproximarme inadvertido a la presa y re­
ducirla. Y hasta tal punto se hacía real el de�co
que cada vez que las alas que me tenían pren­
dado se agitaban y mecían, era a mí a quien ro­
Salvo algunos via es de verano, y antes zaba el aire haciéndome estremecer. Entonces
de que yo fuera al coleg10, ocupábamos todos empezaba a dominarnos la antigua ley de caza­
los años diferentes residencias veraniegas en los dores: Cuanto más me asimilaba al anim,11 en
alrededores. Durante mucho tiempo aún la es­ todo su ser, cuanto más me convertta intenor
paciosa vitrina que colgaba de la pared de mi mente en mariposa, tanto más adoptaba ésta�
cuarto las evocaba, con las primeras piezas de toda su conducta las facetas de la resolución hu­
una colección de mariposas, cuyos ejemplares mana, y parecía, finalmente. que su captura fue­
más antiguos habían sido capturados en el jar­ tJ el premio con el que únicamente podí11 re­
dín del Brauhausberg. 11ariposas blancas con cuperar mi existencia humana Pero, aun cunn­
los extremos gastados, cleopatras con las alas do lo conseguía, me qued.1b.1 el fatigoso camino
demasiado deslucidas daban cuenta de las aca­ para volve r del lugar de m1 .1fortunada caccrfo
loradas persecuciones que tantas veces m e ha­ al campamento, dond e s.1ldrían de la caja de
bían apartado de los cuidados caminos del jar­
herborista el éter. el algodon, alfileres con cu·
dín, arrastrándome hacia las partes silvestres, qué
beias de colores diferentes \ las pin.zns. ¡En
donde me enfrentaba, impotente, a la conf hn·
obu­ estado dejaba atr.is el recinto! L.1s hierbas
laci6ndcl viento y de los perfumes, de las hojas
bí:m quedado tronch,1d.1s. Lls f1L1res a p
lusrndns,
Y del sol, que posiblemente regían el
vuelo de ya que, por añadidura, el ca..1dor h.t )ll\ � l.mzndo
las maripo a . Revoloteaban hacia dl' tu�­
una flor y se su cuc1po det ms de b red Y pM cnc1mn .
ta dcst ruccit'm, rutk·a ) \
quedaban por encima de ella. Alz H'lc: nd. 1. s� !'Ost enm
ando la red
esperaba que e) hechi7.o que la flor pt·to llcn:1
en el _rar de alas consumase
parecía obra;. en un pliegue de 1.t red. tcmhl.mdo
c�tt• ctunt·
su cfccto cu:111d o de gt:JCLl, b .1s11stad.t m.1r1pus.1 l\lr
el d�bcado cuerpo se desHza .i n muerte
.
v1m

bn con sm ves rno· no penoso, el cspídtn dr 111 nmdcn.td
1entos de las alas hacia un Ahom corn
Indo para cbr, p.1s.1b.1 " fornllll' pn1·1c del c11zndl'I'.
30

ua­ Partzda
prendía algunas de las leyes del extraño leng y regreso
je en eJ que, delante de sus ojos, se ha í nn co­
� .

municado la rnartposa y ]as flores. Su mst1nto


de matar había ido disminuyendo. en tanto que
se acrecentaba cl optimismo. Sin embar go,
el
aire en eJ que se mecía entonces aquella rnan­
posa, contmúa aún hoy preñado de un::i palabra
que desde decenios no volví a oír ni la pronun­
ciaron mis labios. Ha conservado lo i ncsc rnta­
ble de lo que contienen lns palabras de Ia infan­
cia que Je salen al paso al adulto. El habetlas ¿Acaso la franja de luz debajo de la
silenciado durante largo tiempo las transfigur6. puerta del dormitoi-io no era la primc1:1 scñnl
Así vfüra, en el aire perfumado de maripos�1s, de un próximo viaje, en la víspera, cuando los
la palabra Brauhausbcrg. En el J3rauhm1sbc:1g, dcnu\s todavía estaban levantados? ¿No pe­
cerca de Potsdam, teníamos nuestra residcnu;1 netraba esa misma franja de luz en In noch' del
veraniega EJ nombre ha quedado vacío de todo
. ni ñ o llena de expectacion, como, más tarde, h.1jo
significado, pues ya no posee nada de una fáhri­ el telón en la noche del público? C1co que la
ca de cerve7.a; en todo caso, es un monte en­ nave fantástica <le los sueños que no 1cwgfo
vue1to en un coJor azul, que surgía en ve rano en tonces llegaba bambolc:lndo!'c h.1sta 11ucsti..1s
para albergarme a mí y a mis padre s Y por eso
. camas, por encima del ruido de l.1 con ver sa
e.I Potsdam de mi infancia yace en un aire azul dones y el tintineo de los platos en d frcg.1clc10,
como J Jo antíopes o las vanesas atalanta y por las mañanas tcmptnno nos (lt:volvíu enfc
s, lch
pavo reales y las auroras estuvier brccidos, como s i hubiésemos rc.1liznclo ya el vin
an clistrih11i­
dos �b re uno de los resphmdedc>nt<'s csm
alrcs je que íhamos a emprender. Frn un vinjc en un
nudoso f1anc que rodah.1 a lo 1111go del Lnnd
de L1mog , obre cuyo fondo
a:11d osc111 o se
wchr k.111éll; el cnmzón se 111 • nfligfn, 110 cic1tn
de tacan Ja almenas y murall
w ck Jc111salén.
mcnlc por lo que i ha a smcdet n por 111 dcsp
clich1 E1 n rrnís b ien el nh1111 imic11 10 d cs1111 i:cn
1ndoi. j1111tos, que d111 nhn y pe1durnhu, lll' des
vnnetiénclost �1q11ic1n poi· el s11b01 de lu pnrtidn,
corno lo l11c.rl'1,1 1111 f:rnt11s11rn 11111e c•I 11111.1111,;ccr,
y qm; h;1<.Í•1 q11c 111c i nv u di·rn In 111s1c:zn. Pero
110 prn m11d10 11e111pn. Purs l 11111d11 el coche ha
.32 33

pensamientos parecía envidiable comparándola con nuestra


bía dejado atrás Ja ayenida, mis
e de nuestro
se adelantaban de nuevo ocupándos casa que oscurecía en el Oeste. De ahí que a
viaje en tren . Desde entonces, para
m1, las du· nuestro regreso de Bansin o de Hahnenklee, los
an hasta
nas de Koserow o de \\7ennmgsredt lleg cortijos me ofrecieran muchos humildes y tris­
ven smo
la Invalidensrrasse, donde los demás no tes asilos. Pero luego la ciudad los absorbía de
n r\�
la masa de piedra de la Estacíon de Stett! nuevo como si se arrepintiera de tanta compla­
obstante, de madrugada. Ja meta era mas pro­ cencia. Y si el tren se demoraba algunas veces,
xima, la mayoría de las �:eces. Se trataba de la parándose delante de ellos, era porque una se­
Estación de Anhalt que, como indica su nom­ ñal cerraba la vía poco antes de que efectuara
bre, era el paradero de todos los ferrocarriles, su entrada. Cuanto más lentamente se moda,
donde las locomotoras debían de tener su casa más rápido se desvanecía la esperanza de esca­
y los trenes su parada. No había lejanía más par, detrás de los muros de fuego, de la cercana
lejana que el punto donde convergían los raíles casa de mis padres. Sin embargo, todavía hoy
en la niebla También se alejaba lo próximo, lo
.
tengo un vivo recuerdo de esos minutos que
que hasta hada unos instantes me había rodea­ restan, antes de que todo el mundo se apee ..
do. La casa se presentaba cambiada en el recuer­ Más de una mirada los habrá rozado tal vez de
do. úm sus alfombras enrolladas, las arañas en la misma manera que a las ventanas de los pa­
vueltas y cosidas en arpillera, las butacas cu­ tios empotrados entre muros deteriorados. de­
biertas; con la media luz que se filtraba por las trás de las cuales ardía alguna lampara.
persianas dio lugar -a la hora que pusimos el
pie en el estribo del coche de nuestro Exprés­
ª que esperásemos extrañas pisadas y silencio­

sos pasos que, arrastrándose tal vez pronto so­

bre el suelo dibujarían los rastros de los ladro­


nes en el polvo que desde hacía una hora se es­
taba in�talando pausadamente. Esto hacía que
_
�e smuera como u� apátrida cada vez que vol­
v1amos de las vacaciones. Hasta la más perdida
de las cuevas de algún sótano donde ya ardí
, para --q a la
lam ue no hahía que encender- me

y
• Juego de palabras entre �1 nombre de
ha/ten (parar(sd) Hall (parada) la estacr"6n an

(N. del T)
Llega11do tarde Maíiana de i1111iernu

El reloj del patio del colegio parecía es­ Cada cual posee un hada que le tic.ne
tar herido por mi culpa. Daba las «demasiado reservado un deseo por cumplir. Sin cmhargo,
tarde». Y hasta el pasiIlo llegaba el murmullo son pocos los que recuerdan el deseo que expre­
de deliberaciones secretas procedentes de las
saran algún día, y sólo pocos reconocen más
puertas de las aulas que pasé rozando. Dctds
tarde en la vida el cumplimiento del mismo.
d� eUas profesores y alumnos eran amigos. O
Conozco el que se me cumplió y no puedo de­
bien todo estaba en silencio, como si espcrnsen
cir que fuera más inteligente que el de los niños
a aJguien. Imperceptiblemente toqué el picapo1-
tc . .,El sol baña�a el Jugar donde me encontraba.
del cuento. Tomaba forma en mi mente con la
As1 profané el ¡oven día y entré. Nadie parecía linterna, cuando ésta se acercaba a mi cama a
conocerme. Como el diablo se quedó con la las seis y media de las tempranas mañanas de
som hra de Peter Schlemihl así cJ profesor se
*,
invierno arrojando la sombra de la niñera sob¡e
hahia , quedado con mi nombre al
comienzo de el techo Se encendía el fuego en la estufa. Poco
la cl�sc. '!a no me tocaba el turno Colahornhn después vda la llama que parecía encerrada en
c n silencio hasta que dieron la hora. Pero todo un cajón demasiado pequeño, donde npenas po·
fue en vano. día moverse con tanto cn1·h6n. Sin c111barg1J,
era algo enormemente poderoso lo que empe­
zaba a instalnr:-;c t•n la rnás cercana prnximidu<l,
mas pequcno que yo, y hacia lo que lu cria<l11
tenía que agnchnrsl' mín 1111\s q\1c hncin mí mis­
• l'c:tcr Scl1lrmihl, J>rota g oni In dt- I t mo. Una vez ,llcndido, l'llll ml·t1.1 unn munzann
v1lloJtJ lmto11a dr l'rter S 11 a nart.1rilin f,n mnrn
q11 ve11dr su sombra
t!1111hl dt- Arllllhrrt (} < harnÍNso,
rd en d horno para 11s11d11. P1ll11to In rcjilln de la
y d dl" precio entre �9
'

r m,c-ro, c(a usa nd" ><11 dio rl ho111u


11!:'!10rn>tes.
1
N d r/ '/' ) d11rm:11ca se dihujnba con un llnmc11nrc rojo so-
36
37
bre el suelo. Y a mi cansancio le parecía que
más tarde, se cumplió realmente. Pero tardé
con esta imagen tenía bastante para el día.
mucho, hasta que me di cuenta de que la espe­
Siempre era así a esta hora; sólo la voz de la
ranza de conseguir una posición y tener el pan
niñera impedía que la mañana de invierno aca­
asegurado siempre había sido vana.
bara de acostumbrarme a las cosas de mi cuarto
como solía. Aún no se había subido la persiana
cuando yo apartaba, por primera vez, e] cierre
de la puertecilla de la estufa para olfatear la
manzana en el horno. Algunas veces su aroma
apenas había cambiado aún. Y entonces espe­
raba pacientemente hasta que creía oler el per­
fume espumoso que salía de un rincón más pro­
fundo y recóndito de la mañana del invierno
que el aroma mismo del Arbol, el día de Navi­
dad. Allí estaba el oscuro y caliente fruto, la
manzana, que se me presentaba familiar y, no
obstante, cambiado, como un buen conocido
que hubiera salido de viaje. Era un viaje por el
oscuro país del calor de la estufa, por el que
había ido tomando los aromas de todas las co­
sas que el día me tenía preparado. Y por eso
no tenía nada de extraño que vacilase en mor­
derla, cuando calentaba mis manos en ella. Pre­
sentía que la fugaz nueva que transmitía con su
aroma podía escapárseme fácilmente por el ca
mino de la lengua. Era aquella nueva la que, en
ocasiones, me animaba de ta] manera que aún
me consolaba en el camino hacia el colegio. Al
llegar allí, todo el cansancio que parecía haberse
disipado, volvía, incluso diez veces mayor, cuan­
do tocaba el banco, y con él, el deseo de dormir
a mi gusto. Tal vez lo tuviera miles <le veces y,
39

que entraba estaba llena de los trinos de este


Calle de S:t:glit=, esquina a Genthin
pequeño pájaro negro que había sobrevolado
todos los nidos y cortijos de la Marca, donde
en su origen estuvo asentada la famli ia, y que
'
conservaba en la memoria los nombres de pue­
blos y parientes, que a menudo eran iguales. La
tía conocía los parentescos domicil:os, golpes
de fortuna y desgracia de todos los Schoenflies,
Rawitscher, Landsberg, Lindenhe1m y Stargard,
que en el pasado vivieron en la Marca de Bran­
En las vh-encias de los niños de aquella deburgo y Mecklemburgo como tratantes de ga­
época imperaban todavía las tías que no salían nado y negociantes de trigo. Ahora, sus hijos, y
ya de sus casas y que siempre que aparecíamos tal vez sus nietos, tenían sus casas en el antiguo
con nuestra madre a hacerles una visita nos ha­ Oeste, en calles que llevaban los nombres de
bían estado esperando y, desde la ventana del generales prusianos o, a veces, fos de los peque­
mirador de siempre, sentadas en la mecedora ños pueblos de los que salieron para establecer­
de siempre, nos daban la bienvenida ' vestidas se aquí. Años más tarde, cuando mi tren expre­
.
s�empre con la misma cofia negra y con el ves- so pasaba como un rayo por aquellos apartados
ado de seda de siempre. Como hadas que ani­ lugares, vi desde el terraple.n chozas. cortijos.
man todo un valle sin bajar jamás a él,
ellas re­ graneros y tejados a dos aguas v me pregunté
gentaban calles enteras, sin aparecer nunc a por si eran aquellos CU)as sombras habían abando­
las mismas. Uno de estos seres era la tía Leh­ nado hace tiempo los padres de t:stas Yiejecitas
que visitaba siendo niño L'na voz frágil �
m�. Su buen apellido alemán del nort e ga­ que­
r�nzabasu_ derech
timb re
bradiza me daba los buenos d1as con un
� a ser, durante una gen era­ otra parte
cton, la duena del mirador bajo el
que des emb o­ cristalino. Sin embargo. en ninguna
me espe­
ca la calle de Steglitz en la
de Genthin. Esta era tan exquisito y acorde con lo que
n. Apenas
a
p.rte era de las que apenas
sufrieron los cam- raba como en casa de la tía Lehman
bios de 1 os u'lt"irnos treinta años. Un ica me
·

había entrado cuando ella cuidaba de


que co1o­
nte se de cristal
� yó en _
�te tiempo el velo que me la ocultaba caran delante de mí una caja gr.rn<le
siend.º mno. P� .tdn. d�nde
es no era todavía para mí Ja e.le que albergaba toda una minn nnim
mecamsmo
Steglitz. El pájaro Stiegl
itz el jilguero, ]e d'to se movían al comp.ís puntu.11 de un
su nombre ¿Y' acaso, 1 ª tla . , caparnces �e
',
no v1v1a en una de relojería pequeños mineros y
pajarera como un pájar linterm1s. Este JU-
·

minas con carros. mnrtillos y


·

o que habla? Siempr�


41
40

mite decir!� pertenecía miradas d e respeto y hasta de admiración . Eran


guete -si se me per �
ía t�bién al niño de la por lo general, m s macizas e imponentes qu �
a una época que conced _ oras; no solo en lo que respecta a su
rica burguesía echar �
vistazo al mundo el � sus sen
Entre todos se dis­ físico. Y ocurría, a veces, que el salón con el
trabajo y de las máqumas. juguete de la mina o con el chocolate, no me
tinguía desde siempre la mina, porque no sólo significasen tanto como el vestíbulo donde la
ban con un duro
mostraba los tesoros que se saca vieja ama me quitaba, al llegar, el abrigo como
bres ca
trabajo, en provecho de todos los hom
sus filones si fuese una carga y , cuando me iba, me colo­
pacitados, sino también la plata de
por la que se perdió el Biedermeier * con ean
J caba el gorro como si quisiese bendecirme.

Paul, Novahs. Tieck y Werner. El piso con el


mirador estaba doblemente protegido, como co­
rresponde a lugares que guardan esas cosas pre
ciosas. Traspasando el portal se encontraba, a
la z i quierda del zaguán, la puerta del piso con
el timbre. Después de franquearla había una es­
calera empinada y vertiginosa que conducía ha­
cia arriba, parecida a las que más tarde encon­
a!'ía �
tr nicamente en algunas casas de campo.
Ba10 triste luz de gas que fluía desde arriba es­
taba la vieja criada bajo cuya protección cruza
ha en seguida el segundo umbral que conducía
a esa sombría vivienda. Con todo no hubiera
podido imaginármela sin una de es s viejas. Co- �
1?1º compartían con su señora un tesoro , aunque
este no fuera sino.
de recuerdos silenciados no
sólo se �ntendían a la perfección con ella, ino �
?
que sa 1an representarla con todo deco
ro ante
cualqmer e traño. y ante nadie mejor ante
, c n quie� que
m1, � n se entendía n casi mejor que con
su senara. Yo, a cambio, tení
a para con ellas

,
,�,....., de1
�,., . .
* Bicdcrmcicr
.· romant1c1smo burguá (18 15·1848).
(N. del T.)

REPU8UQ
uom" L �.L ARA�

l.)(lf'JO. U <;ICiOW

... ... - 111- ... ... 111
11 11 111

La despensa Despertar del sexo

En una de aquellas calles que más tarde


Cual un amante, por la noche, mi mano rondaría por las noches en mis interminables
penetraba por la rendija apenas abierta de Ja andadas, que nunca se acabaron, me sorprendió,
despensa. Una vez que se había orientado, pal cuando hubo llegado el momento, el despertar
paba el azúcar o las almendras, pasas o confi tu del instinto sexual en las circunstancias más ex­
ras. Y como el amante abraza a la amada antes trañas. Era el día del año nuevo judío, y mis
de besarla, el sentido del tacto se daba cita con padres habían dispuesto llevarme a la celebra­
esas cosas, antes de que la boca probara su dul­ ción de uno de los cultos Probablemente se
zor. ¡Cuán lisonjeros se entregaban la miel, los trataba de la comunidad reformada, por la que
montones de pasas e incluso el arroz! ¡Cuánta mi madre ) debido a la tradición familiar. sentía
pasi6n había en el encuentro, una vez que se cierta simpatía, en tanto que mi padre por su
escapaban de la cuchara! Agradecida e impetuo­
familia estaba acostumbrado al rito ortodoxo.
sa, como la muchacha a la que se acaba de rap­
Pero hubo de ceder. Me habían confiado este
tar de la casa de sus padres, la mermela
da de día a un pariente lejano, al que debía recoger.

fr�sa se ej aba probar sin panecillos,
desnuda Puede que olvidara la di recc ión o que no �e
1:
ba10 los celos de ios, e incluso
la man tequilla orientase en el barrio, el hecho es que se hac�a
r�pond1a , con cart. no
al atrevimiento del preten­ más y más tarde e iba errando �ada vez m�s
diente que penetraba en su cua
rto de soltera desesperado. No era cuestión de si me atrevena
La mano del joven don Jua
n pronto había en� a entrar yo solo en la sinagoga, ya que las en:
trado en todos los ángulos
y rincones, dcnn­ tracias las tenía mi protector. La culpa de . m1
� �
mando d tr s de sf capas
Y montones chorrean­ mala suerte la tenía principalmente la avers16n
� : la vugim.dad que se renueva
a la persona casi Jesconocida de la que .Yº
sin lamcnta­ d�­
aones. reli-
pendía, y el recelo frente a la cercmoma
44

giosa que no me prom:úa sino descon�icrto . y


. No tic ia de un falleci111 ie11tu
apuro En medio de mi confus16n me mvad16
una ofoamte ola de miedo -«demnsin<lo tat·
de p3ra llegar a la sinagoga»- y aún antes de
que decreciera, n i cluso en el mismo instante,
una egunda de absoluta falta de conciencia
ea como sen, a mí no me concierne » . Y am­
ba ola se golpearon incontenibles en la pri­
mera gran sensaci6n de placer, en la que se mez­
claban la profanaci6n de la fiesta con lo q ue de
alcahueta tenía la calle, que me hizo presumir, Se ha descrito muchas veces lo «déjn
por vez primera, Jos servicios que debería pres·
vu». No sé si el término está bien escogido.
tar a Jos instintos que acababan de despertarse .
¿No habría que hablar mejor ele sucesos que
nos afectan como el eco, cuya rcsonnncia, que lo
provoca, parece haber surgido. en algt'111 momcn­
to de la sombra de la vidu pasada? Resulta,
además, que el choque con el que un instante
entra en nuestra conciencia como algo ya vivi­
do. nos asalta en forma de sonido. Es una pa·
labra, un susurro, una ll umad n que tiene el po·
der de atraernos desprevenidos n la fría tumba
del pasado, cuya b6vcda parece devolver el pre·
sente tan sólo como un cm . Es curio�o que no
se haya tratado todavía de descubrir In contra·
figura ele esta nhstrnrción, es Jccir del choque
con e l que un:t p:ilubrn nos dcjn confuso , como
una prenda olvidadn en nuc�lln h.tl itudun. De
la mismn mnncra que éstn nos impulsa a :mear
c:onclus1oncs respecto u la dcsu1nocid a, hny �a
lnhrns o pnusas q1 re 11os hm:cn sncar l'Oncl �s10
IH.'S respecto 1t In pcrSPllll invisible: me refiero

al f utuw que Sl' dejó olvidado en nuestra casa.


Puede qm· tuviern cinco años, cuando una no
46 ... ... ... . .. ... ... ...

che, estando ya acostado, entró mi padre, pro­


bablemente para darme las buenas noches. Pien­ El mercado de la Plaza de Magdeburgo
so que fue casi contra su voluntad que
?1e c�­
municara la noticia de la muerte de algun pn­
mo. Era un hombre ya entrado en años que no
me interesaba demasiado No obstante, m1 pa­
dre me dio la nueva con todo lujo de detalles.
A mi pregunta, describió con gran prolijidad lo
que es un paro cardíaco. No fue mucho lo que
comprendí de su relato. Sin embargo, aquella
noche grabé en la memoria mi habitación y mi
Ante todo, p1ensese que no se decía
cama, como quien se fija en el lugar al que se
Markt-Halle. No, se pronunciaba «Mark-Tha­
supone ha de volver algún día para buscar algo
lle » . Y al igual que esas dos palabras se desgas­
olvidado. Sólo muchos años más tarde me en­
teré de qué se trataba. En esta habitación mi
taron por el uso del habla, de manera que nin­
guna de ellas conservaba su significado primi­
padre me había ocultado parte de la noticia, y
es que el primo había muerto de sífilis.
tivo, así, por la costumbre de pasearme por ese
mercado, se desgastaron las imágenes que pre­
sentaba, de modo que ninguna se prestaba al
primttivo concepto de la compra y de la venta.
Después de dejar atrás el vestíbulo con sus pe­
sadas puertas, que giraban en forma de fuertes
espirales, la vista se fijaba en las baldosas res­
baladizas por las aguas sucias procedentes de

los fregaderos o de los puestos e pescado, v
en las cuales se pod1a , resbalar fac1lmente
, al pi­
sar zanahorias u hojas de lechuga Detras de
unas alambreras, cada una provista de un nu­ .
mero, ocupaban sus tronos las pesadas mu 1ero· .

nas , sacerdotisas de la venal Ceres, vendedoras


de coda clase de frutos del campo. nves, pesca-
dos, mamíferos comestibles, medrnneras, colo·
sos sagrados mettdos en punto de lana. que se
comunicaban de un puesto a otro, ya fuera me-
48 111 111 111 111 111 11 111

díante Jos grandes botones fulgurantes, ya fuera Escondrijos


con unas palmadas en sus delantales, o con unos
suspiros que hacían crecer sus senos. ¿Acaso
no había algo que gorgoteaba , brotaba, crecía
?
por debajo del dobladillo de sus fal a� ? ¿No
!'J
era aquello la tierra verdaderamente fertil? ¿ o
' ,
era acaso el dios mismo del mercado quien
arrojaba la mercancía en su seno, bayas, crus-
táceos, setas, pedazos de carne y coles, y coha­
bitaba invisible con ellas, que se le entregaban,
mientras que, apoyándose perezosas en toneles
Ya conocía todos los escondrijos del pi­
o sos teniendo las balanzas, con las cadenas aflo­
so y volvía a ellos como quien regresa a una
jadas entre las rodillas, examinaban las filas de
casa estando seguro de encontrarla como antes.
Mi corazó n palpitaba, contenía la respiración.
amas de casa que, cargadas de bolsas y mallas,
trataban de surcar, con dificultades, en medio
Quedaba aquí encerrado en el mundo material,
de la turba, las calles resbaladizas y malolien­
que se me hacía manifiesto de una manera fan­
tes? Luego, cuando , a media luz, se cansaba
tástica, tocándome silenciosamente Sólo así de­
uno, iba hundiéndose cada vez más, como un
be darse cuenta el que van a colgar de lo que
nadador agotado, y finalmente flotaba en la ti­
son la soga y el madero. El niño que está de­
bia corriente de los clientes mudos que, como
trás de la antepuerta se convierte en algo que
peces, miraban fijamente los arrecifes espino­
flota en el aire, en algo blanco, en fantasma. A
sos, en los que náyades fofas llevaban una
vida la mesa del comedor, debajo de la que se ha
regalada.
agachado, la hace convertirse en ídolo de ma­
dera del templo, cuyas columnas son las uat:o �

patas torneadas. Y detrás de una puer a el mis­
mo será la puerta, llevándola como mascara pe­
sada, y como mago embrujará a todos los que
.
entren desprevenidos. A ningún precio debe ser
hallado. Se le dice, cuando hace muec<.ts, que
s6lo es preciso que el reloj dé la hont, Y él se
!
quedará así. Lo que hay de vcrda( en ello lo
experimenté en los escondrijos. Qui.en �e des­
.
cubría podía hacer que me quedara mmovtl co-
50

roo un ídolo debajo de la r es3 Qt.e rne entre­ El ::.1eiior Knoche y la m


tejiera para siempre como 1l!1tJsnu e'1 la cor­
eiiorira Prud

tina 0 que me enC"(--:-a Pª!"ª t0<1J .1 \ Ita en la


pes da puerm Poi v'0 de·aba esc.11ar con t·.,
alando al demonio �...� loe esla p1.mera m e tr.. 1S
formaba. cuando me ..g.i:raoa qmen me es l 1 .
bu-cando; incluso no espe..aoa e� moP1e.1. y o
alía hacia él eritando. con lo cual me liberaba
n mí mi.:mo. De ahí que no me cansar.l de la

lucha con e' �c..:""lonio. La casa fue el .irsenal de


la:- máscaras "' embargo. una \ ez al año luhía Fnrre Lts pos tale� de mi coleccion hab1a
regalo� en e.- .....;are recond1 tos , en sus CUL''1cas alc:unas de la- que recuerdo mejor la parte d l
vacía • en ""'s "X>Cas ng1das ; la eA'Penenc1.1 de te.."'\tO que el lado de l:t imagen. Llevaba la bllll
la magia se C\....!'l.en:a en ciencia. Como s1 'uese ) dar.1 firma Flena Pmdcm. La P con que em­
el ingeniero, de.:encantaba la sombna c.1::-.l ) pezab:'l er.1 l.1 P \.e pundonor. (untunlida
buscaba huevos de Pascua. lota: Ll D :; g1 t 011,1 docil. dilig"'ntc. d<."('C' l''l'
,
,. L"'Or 'o que rc"pecta .1 ln M t1l fin .(, .. .�
"L el "gno uL n.1 '" v mcsitori\) ' hu-
'-:1.1?sc cor�1pt.e"�º u, n.c.1.�1cnte \de n, a1mll '· "- -
mo las se'111l c.1s. e � tn firma fü � 1 hub1c' ,jd
l a encar!1.1cio1 \ t 11 ., ··f \.i n \..l igro f1"-ª· 'lll
l.t rLenre dt' ioda' ,b \ rtud '
"-'

"\ fü1' \" ·11 '·1' \ c.• la-- mcj\ res f1milia' del
·

b.1rrio bt.H '\ e" \.c... l ' t. c�rnba n en l. ...la' d



;
L1 setl('rit. Pn dc.'m "\ ...) eran mm· rigun., ' ' -
hrc el p;trticul.1r1 de .lh.)\ \) qu indu-.... una hi...
dt• b 11('hk .1 p\d1.1 pcrdt'r'c n c.l gru¡ ' de l\ '
l urgu cst 'S Se.' b l.1b.1 l \.;.._, \ \'ll Lnnlm \ '\1

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dos que pide d nt to (:\ dd
52
53

vivo en la memoria hasta el presente, aunque


No obstante, a] señor Knoche le parecía bien
no por esa raz6n. Fue, antes que nada, el pri­
así y declaró: «Lo comprenderéis cuando seáis
mero entre los de mi misma edad en el que oí
mayores».
caer el acento de la muerte. Sucedió cuando 1
En aquella época la orilla del ser adulto
después de salir de nuestro grupo, era alumna
me parecía separada de la mía por el cauce de
del primer curso del Instituto. Y cuando pasaba
muchos años, como aquella orilla del Canal des·
por el Lützowufer siempre buscaba con la mi­ de donde se veía el cuadro de flores y que du·
rada su casa. Se daba la circunstancia de que se rante los paseos, llevado de la mano de la niñe·
encontraba enfrente de un pequeño jardín que, ra1 jamás se pisaba. Más tarde , cuando nadie
en la otra orilla, bajaba hasta el agua. Con el me imponía el camino a tomar y cuando com·
tiempo se unió tan íntimamente con el amado prendía incluso la canción de la caball.ería, pa·
nombre que, finalmente, llegué a convencerme saba a veces cerca del cuadro de flores en el
de que el cuadro de flores que aparecía intoca Landwehrkanal. Pero entonces parecía florecer
ble enfrente era el cenotafio de la pequena fa­ menos. Y del nombre que antaño habíamos con­
llecida,, venido tampoco sabía más que lo que aquel ver­
La señorita Prudem fue relevada por el so de la canción de la caballería, ahora que lo
señor Knoche. A partir de entonces fui real comprendía, contenía del significado que nos
mente al colegio. Lo que sucedía en e l aula me había profetizado el señor Knoche en la clase
repugnaba, por lo general. Sin embargo 1 no es de canto . La tumba vacía y el corazón dispues·
por uno de sus castigos por lo que e1 señor to, dos enigmas, cuya explicación la vida segui·
Knoche me viene a la memoria, sino por su fun­ rá debiéndome.
ción de vidente que predice el futuro; y no le
sentaba mal. Era en la clase de canto. Se ensa­
yaba la canción de la caballería del Wallenstein:

¡Arriba, compañeros, a caballo, a caballo '


¡Corramos al campo, en pos de la liberta d '
Bn el wmbate, el hombre aún importa

y todavía se valora el corazón

El señor Knoche quería que la clase le


..
d11era lo que debía significar el último verso.
Naturalmente, nadie supo dar una r<.:spucsta.
55

La nutria tes de que estos lugares quedaran tan desiertos


que resultan más antiguos que las Termas, este
rincón del Zoológico anunciaba lo venidero. Era
un rincón profético. Pues, al igual que hay plan­
tas de las cuales se dice que poseen el don de
hacer ver el futuro, existen también lugares que
tienen la misma facultad. En su mayoría son lu­
gares abandonados, como copas de árboles que
están junto a los muros, callejones sin salida,
jardines delante de las casas donde jamás per­
Con los animales del Zoológico me pa­ sona alguna se detiene. En esos lugares parece
saba lo mismo que le sucede a uno con su vi­ haber pasado todo lo que aún nos espera. Su­
vienda y el barrio donde vive, y que le propor­ cedía en aquella parte del Zoológico, siempre
ciona una idea de su naturaleza y de su modo que me perdía por ahí, que tuviera el placer de
de ser. Desde los avestruces delante de un fon­ mirar por el brocal del pozo que estaba allí, un
do de esfinges y pirámides hasta el hipopótamo poco como los que se encuentran en el centro
que vive en su pagoda cual sacerdote hechicero de los parques de los balnearios. Era el recinto
que está a punto de fundirse con el propio de­ de la nutria, que estaba cercado, por cierto. ya
monio al que sirve, no había animal cuya mo­ que fuertes barrotes formaban un enrejado en
rada no amase o temiese. Los más extraños en­ el antepecho de la piscina en la que se encontra­
tre ellos fueron los que tenían algo especial por ba el animal. Unos pequeños refug:os en forma

la s tuación de su hogar, que eran, la mayoría, de rocas y grutas bordeaban. en el fondo. el Ó\•a­
habtt�tes de las partes periféricas del parque, lo de la piscina. Debían de ser la morada del
es deru1 de aquellas partes que lindan con las animal; sin embargo, no lo encontraba jamás
cafeterías Y el Palacio de Exposicione El más
s. dentro de ellas. Así que permanecía a menudo
?
nota Ie de los habitantes de esos par
ajes era la esperando incansablemente delante de aquella
J1U�r1a De las tres entradas, la
.
de la Lichten­ profundidad oscura e inescrutable con el fin de
stembrucke era la más próxim descubrir en alguna parte a la nutria. Si lo con­
..

a. Era , con mu
ch?, la e os usada Y con
� � ducía a las regiones seguía por fin, sólo era por un momen to. ya que
mas solitarias del parque . al instante el morador resplandeciente de b al­
La avenida que alJí
esperabª ªJ visitante se berca volvía a desap;1recer en las oscuras aguas.
• •
parecía con las tulipas
hlancas de las farolas, a un
Í •
o de os paseos ahan Por cierto. y a decir venfod. no era en una al­
donados de Eilsen ° B
ªd berca donde se tenía a Ll nutria. No obstante.
·

p yrmon t , y mucho an-


57
.56

la siempre la sensación la nutria, aunque no reparé en ello hasta que


mirando las aguas. ten no estuve otra vez ante su recinto cercado. y
ab;J por todos los sumi­
de que In lluvia desJgu una vez más tuve que esperar largo tiempo has­
desembocar en esta
deros con el único fin de
l que en ella \ ina. ta que surgió con ímpetu el cuerpo oscuro v re­
pi�cina y alimentar el anima luciente para volver a sumergirse acto se� ido
Era un animal delicado el
que tenía aqm su mo
en busca de sus urgentes negocios.
le serda mas
rada, y la gruta vacía y humeda
el anim al sagrado
de templo que de refugio Era
argo , no hu­
de las tWJSS de la lluvia. Sin emb
biera � ido decir s1 se había formado de lf1s
aguas, fueran las de la alcantarilla o no. o si
sus ríos y corrientes únicamente le alimentaban.
iempre escaba ocupadísimo, como si fuera in­
dispensable en las profundidades. No obstante.
hubiera podido apretar durante días y días la
frente contra la reja sin cansarme de mirarlo.
También en esto se manifestaba su íntima afi­
nidad con la lluvia . Pues nunca me gustaba tan­
to el día, por largo que fuera, como cuando la
lluvia le peinaba lentamente durante horas y
minutos con sus dientes finos v rudos. Obedien­
te como una niña pequeña, yo agachaba la ca­
beza ante este peine gris. Y entonces lo contem­
plaba in�aóablemente. Esperaba; pero no que
cesara, smo . al co trario, que cayera cada vez

con mayor mtens1dad. Oía cómo golpeaba las
ventanas, cómo fluía por los canalones y des
ap�rec1a. con
gargarismos por los tubos del des­
ague. En esta lluvia saludable me sent tota
ía l­
mente a salvo. El futuro se me apro
ximaba con
�n murmullo comparable a la nana que se canta
)Unto a la cuna. Comprendí per
fectamente que
se crece en la � uvia. En tales momentos, tras la
ventana empanada me senua ,
' como en casa de
111 111 111 111
111 111 111 59

Cuando la patria la recibía de nuevo yo pisaba


Blumeshof 12
las tablas del entarimado del suelo , con tanto
respeto como si hubiesen bailado junto -a su
dueña sobre las olas del Bósforo o como si en
las alfombras persas se ocultase todavía el polvo
de Samarcanda. ¿Con qué palabras se podría
describir la sensación desconocida de seguridad
burguesa que emanaba de esta vivienda? Los
objetos de sus muchas habitaciones hoy no ha­
rían honor a ningún baratillero. Por muv sóli­
No había timbre que sonara más ama­ dos que fueran los productos de los a fios se­
ble. Detrás del umbral de este piso estaba más tenta, como posteriormente lo serían los del
a salvo que en el de mis propios padres. Por Art Nouveau, lo inconfundible en ellos era el
cierto, no se decía Blumes-Hof1 sino Blumezoof, descuido al que se abandonaban las cosas en el
y era una gigantesca flor de felpa, metida en un transcurso del tiempo, confiándose, en lo que
envoltorio rizado, que me daba en la cara. En respecta a su porvenir, a la solidez del material,
su interior estaba sentada mi abuela, la madre y no en modo alguno al cálculo racional. Para
de mi madre. Era viuda. Si se visitaba a la an­ la miseria no había sitio en estas estancias. don­
ciana dama en su mirador cubierto de alfom­ de ni siquiera lo tenía la muerte. En ellas no
bras y adornado con una pequeña balaustrada había sitio para morirse. Por eso sus moradores
que daba al Blumeshof, difícilmente se podía morían en los sanatorios; los muebles. en cam­
creer que hubiera realizado largos cruceros e bio, pasaron en la primera transmisión heredi­
incluso expediciones al desierto organizadas por taria a manos del trapero. Para ellos no estaba
«Viajes Stangen» a las que se unía siempre des­
, prevista la muerte. Por eso aquellas casas du­
de hacía algunos años. La Madona di Campido­ rante el día parecían acogedoras y de noche se
es­
glio y B�indisi, Westerland y Atenas y de convertían en escenario de malos sueños. La
?onde qmera que mandase tarjetas en sus via­ calera que subía resultaba ser la sede. de
.
una
miem­
Jes: en todas eJlas existía el aire del Blumeshof. pesadilla que , al principio, hacÍ<� que mis
Y la letra de grandes y agradables rasgos que zas, para
bros se volvieran pesados y sm fuer
envolvía la parte inferior de las esta sólo faltaban
encantarme finé1lmente, runndo
anhelado .
mpas o que
cubría cual nubes su cielo , las mostrab tota t�nos pocos pasos hasta d umbral
a l
mente animadas por mi abuela , de que pagaba
tal manera Tales sueños er.111 el precio con el
que se convert1an en colonias del Blu en el Blumes-
mi sosiego. Mi ahucia no murió
,

mcshof.
61
60

hof. Frente a ella \•fri6 durante largo tiempo la se había comunicado a éstos, y todo parecía dis­
madre de mi padre. que era )a mayor También

puesto a ab� onarse de repente a una profun.
ella muri6 en otra parte. Así, aquella calle llegó da paz domlnlcal. Por eso mismo, el domingo
a ser para mí el Eliseo el reino de las sombras era el día de . las galerías. El domingo1 al que
.
de mis abuelas inmortales, aunque desaparec1 las otras hab1tac10nes, como si estuvieran en
das. Y puesto que a la fantasía, una vez que mal estado, no pudieron captar nunca del todo
echa el velo sobre el lugar, le gusta rizar sus pues se filtraba a través de ellas . Unicament �
bordes con unos capnchos incomprensibles, la galería, que daba al patio y a las otras gale­
convirtió una tienda de ultramarinos, que se rías, con sus barras para sacudir alfombras, lo
encontraba cerca, en monumento a mi abuelo captó y ninguna de las vibraciones de las cam
que era comerciante, por la única razón de que panadas con las que las iglesias de los Doce
el propietario se llamaba también Jorge. El re­ Apóstoles y de San Mateo la colmaban, se des­
trato de medio cuerpo del que falleciera antes lizaba, sino que se quedaban amontonadas allí
de tiempo, de tamaño natural y haciendo juego arriba. Las habitaciones del piso no sólo eran
con el de su mujer, estaba colgado en el pasillo numerosas, sino que algunas de ellas eran muy
que conducía a las partes más apartadas de la vastas. Para darle los buenos días a la abuela en
casa. Diferentes circunstancias las volvían a la su mirador 1 donde al lado del costurero encon­
vida. La visita de una hija casada abría una ha­ traba frutas o chocolate, tenía que atravesar el
bitación que hace tiempo no se utilizaba, otro gigantesco comedor y cruzar seguidamente la
cuarto interior me recogía a mí cuando los ma­ habitación donde estaba aquel mirador Sin em­
yores dormían la siesta, y había un tercero del bargo. sólo el día de Navidad ponía de mani­
cual salía el ruido de la máquina de coser los fiesto para qué servían estas habitaciones. El
días que una costurera venía a la casa . Para mí
comienzo de la gran fiesta creaba todos los años
1� más importante de esas estancias era la gale�
unas extrañas dificultades. Se trataba de las lar­
na1 fuera porque los mayores la a
preciaba n me­ gas mesas que estaban repletas, en función del
nos por estar amueblada más mod
estamente reparto de los regalos, debido al número de .l�s
fuera porgue el ruido de la calle 1ta
subía amorti� agasajados . Se obsequiaba no sólo .ª la fam1 .
�u
guado, era porque me franqueaba
. la vÍsta so­ en todas sus ramas, sino que también la servi
­
bre pauos a¡enos con porteros, niñ l Y. al
os y organi­ dumbre tenía su sitio debajo del Arbo
lleros . Por otra parte, el bar juhilada.
. rio era distinguido lado de la activa, también la antigua ya
!
Y la vida de sus pat os no
estaba nunca muy Por muy próximos que estuviesen por
ello los
movid . a;
algo de] sos1ego de los ricos,
para Jos asientos, jamás se podfa estar a segu
ro de � r­
cuales se llevaban a cabo trab do, ª medio-
ajos en ese lugar, didas inesperadas de terreno. cuan
63


día, al final del gran banquete, se servía t avía estaba esperando en la puerta, la nieve pura en
a algún antiguo factótum o a algun .
, nrn� del las cornisas, sobre las vallas y más deslustrada
portero. No obstante, la dificultad n? radicaba sobre el adoquinado, cuando se comenzaba a
en eso, s ino en la puerta de dos ho1as que se oír desde el Lützowufer el tintineo de los tri­
abría a1 comienzo. En el fondo de la gran sala neos y se encendían uno tras otro los faroles de
brillaba el Arbol. En las largas mesas no había gas marcando el rumbo del farolero, quien tuvo
sitio que no invitase aJ menos con un plato de que echarse al hombro su pértiga incluso en la
mazapán y sus ramas de abeto, ademas , de los tarde de esta dulce fiesta, entonces la ciudad
muchos juguetes y libros. !vfás vaJía no compro­ estaba abismada como un saco que se me hacía
meterse demasiado. Me hubiera podido estro­ pesado a causa de nú felicidad.
pear el día estando de acuerdo precipitadamen­
te con Jos regalos que luego, por derecho, pa­
saran a ser propiedad de otros. Para evitarlo,
me quedaba inmóvil en el umbral, con una son­
risa en Jos labios, de la cual nadie hubiese po­
dido decir si era provocada por el resplandor
de] Arbo1 o por Jos regalos destinados para mí,
a los que no me atrevía a acercarme, embargado
por la emoción. Pero quizás había otro motivo
que era más profundo que las razones fingidas
e induso más auténtico por ser el mío personal .
Pues aJlí los regalos p(·rtenecían todavía un po­
co más a Jos que Jos hacían que no a mí mismo.
Eran frágiles; grande era e1 miedo de tocarlos
con torpe7.a delante de los ojos de todo el mun­
do. De nuestros nuevos bienes sólo podíamos
estar totalmente seguros fuera, en el vestíbulo,
donde la criada Jos envolvía en pape] de emba­
lar y s� forma desaparecía en paquetes y cajas
para de1arnos en su lugar Ja garantía de su peso.
Esto ocurría horas más tarde. Luego, cuando
talimos al crepúsculo con las cosas bien envucl­
tu Y atadas bajo el brazo, el coche de alquiler
65

través de palabras manipuladas, pero no eran


Afummerehlen ésas las q�e se asemejaban a modelos 0 mora­
.
lidad es, Slilo las que correspondían a vivien­
das, muebles y vestimentas.
l Pero jamás a mi propia m i agen. Por
eso no sabía qué hacer cuando se me pedía iden­
tificarme conmigo mismo. Como sucedía en el
fotógrafo . Adonde quiera que mirase me veía
cercado por pantallas, cojines, pedestales que
me codiciaban como las sombras del Hades co­
En un antiguo cántico figura la «Muh­ dician la sangre de la víctima. Por último , me
me Rehlen » . Como «Muhme» no me decía na­ sacrificaban a una vista de los Alpes toscamente
da, esa criatura se convirtió para mí en un es· pintada, y mi mano derecha, que tenía que su­
pectro, la «Mummerehlem>. La mala compren­ jetar un sombrerito tirolés, proyectaba su som­
sión me transformaba el mundo, aunque de bue­ bra sobre las nubes y las cimas cubiertas de nie­
na manera, ya que me señalaba el camino que ve perpetua del fondo. Sin embargo, la sonrisa
conducía a su propia esencia y naturaleza. Para aíectada que se asomaba a los labios del peque­
ello cualquier motivo era válido. ño pastor de los Alpes no resultaba tan triste
Así dio la casualidad que en una ocasión como la mirada del rostro infantil que se me
se hablase de grabados en mi presencia. Al día grababa a la sombra de la palmera. Esta forma­
sigujente saqué Ja cabeza debajo de la silla, y eso ba parte de uno de aquellos estudios que ti�nen
para mí significaba «grabado» * . Aunque des­ algo de salón y de cámara de tortura, con sus
figurase con esto a mí mismo y a la palabra, no taburetes, trípodes, tapices y caballetes. Estoy
h�da sin? lo que debía para arraigarme en la de pie, la cabeza descubierta, en la mano tzquier­
vida. A tiempo aprendí a envolverme en ]as pa­ da un enorme sombrero de ala ancha al que su­
labras , que no eran más que nubes. El don de jeto con estudiada gracia La derecha se ocupa
dc�cubrir parecidos no es más que un débj) rc­ de un bastón, cuya empuñadura inclinada pue­
fle10 de Ja sugestión de asimilarse y comportar de verse en el primer plano, en tanto que la
se de un manera conforme. Influía sobre mí a punta se esconde en un ramile l te de plumas de
avestruz que desciende de una jardinera. Muy
* E� el t;-xto original d juego de equfvoc03 se produce apartada, junto a la antepuerta estaba mi ma­
por
la equ1parac16n <l: la p a ra upfc:rstich (graba
�I � � dre , inmóvil con el vestido muy entallado . Co­
a no ser' en todo
. do) con Kopf

aso, el de «sacar la cabe?.a•. (N. del


verst1ch, que no tiene n1ngun significado real,
T.) �
mo un man i uí mira mi traje de terciopel
o, a
66
67
su vez recargado de pasamanerías,
que parece
p�oceder de una revista de moda. Yo el mono que nadaba en el fondo del plato de
. ura , en cam­
bio, estoy desfig do por la uniformidad con caldo turbio de tapioca o cebada perlada. Me
todo lo que me rodea. Como un molusco comía la sopa para esclarecer su imagen. Puede
vive
en la concha, nvo en el siglo XIX que está que morase en el lago de Mummel * y sus aguas
de­
lante de mí, hueco como una concha vacía. La inertes la cubriesen como si fueran una peleri­
coloco al oído. na. Lo que me referían de ella o, quizás, sólo
querían contarme, no lo sé. Era lo mudo lo
¿Qué es lo que oigo? No escucho el rui­
do de los cañones, ru la música de Offenbach
movedizo, lo borroso que va nublando el ce tro �
' de las cosas dentro de pequeñas bolas de cris­
ni tampoco el silbido de las sirenas de las fábri-
tal. A veces yo flotaba en medio. Ocurría cuan­
cas, ni los gritos que a mediodía resuenan por do estaba dibujando con tinta china. Los colo­
la Bolsa, ni s1qwera el ruido acompasado de los res que mezclaba, me teñían . Aún antes de apli­
caballos en los adoquines, ni la música de las carlos me envolvían. Cuando, húmedos, se con­
marchas militares del cambio de la guardia. No, fundían sobre la paleta, los recogía con el pincel
lo que escucho es el breve estruendo de la an­ con tanto cuidado como si fuesen unas nubes
tracita que de un cubo de hojalata va cayendo que se desvanecen.
en la estufa de hierro ; es e l chasquido sordo De todo lo que reproducía, preferí la
con que la llama de la mecha de gas se enciende porcelana china. Una capa multicolor cubría esos
y el tintineo de los globos de la lámpara sobre floreros, recipientes, platos y cajitas que cier­
las llantas de latón cuando pasa un carruaje por tamente no eran sino una mercancía barata de
la calle. Había también otros ruidos, como el exportación . Me fascinaban, no obstante. como
si ya entonces hubiese conocido la historia que
chacolotear de la cesta con las llaves, los dos
después de tantos años me llevó una \·ez más
timbres, el de la escalera principal y el de servi­
al mundo de la «Mummerehlen ». Procede de
cio, y, por último, había también el breve verso la China y cuenta de un pintor que dejó Yer a
que decía : Te voy a contar algo de la «Mum- los amigos su cuadro más reciente En el mismo
merehlen». . estaba representado un parque, una estrecha
sm
El pequeño verso está deformado; senda cerca del agua que coma a tra\·és de una
rado
embargo, en él cabe todo el mundo de sfigu mancha de árboles y terminaba dcbnte de una
que en­
de la infancia. La «Muhme Reblen», la . pequeña puerta que, en el fondo, frnnque.tba
ía quedad o en el olvido,
hab una casita. Cuando fos amigos se voh·ieron ni
.
cerrab a antaño
licaron. Más
cuando por vc..--z pdmera me lo exp
uir el rastro de la
difícilmente aún se podía seg * T.ago legendario de la Selva Negra. (N Je/ T )
creía reconocerla en
«Mummerehlen». A veces
68

pintor, és1e yn no esrnba. Estnba en d cuadro


' Lus culores
cnminnndo por In C!'itn:chn senda hacia In puct
rn; de1nnt e dt elln se paró, se vol i6, som 10 y
. por In �
des, pnrec16 pucnn cntrcab1crl:t . De la
misma manera me cncon 1raba yo, 1 rnspucsto de
rep'lltC en e.I cuadro, cunnJo me ocupaba de
botes y pinceles. Me parecín a la porcdana, en
In que hnda mi entrada sobre una nube Je co­
lores.

En nuestro jardín había un pabellón


abandonado amenazando ruina. Le tenía cariño
por sus ven ta nas de cristales coloreados. Si pa­
saba la mano en su interior me iba transforman­
do de cristal a cristal, tomando los colores del
paisaje que se veía en las ventanas, ahora 1la­
meante, ahora polvoriento, ya ardiente, ya exu­
berante. Lo mismo me sucedía cuando pintaba
en colores y se me abrían las cosas en su seno,
tan pronto qm. las llenaba con una nube hú­
meda Con las pompas de j abón ocurría ulgo pa·
reciclo Viajaba con ellas por la habituci6n me­
tiéndome en el J uc�o de los colores de los glo­
bos hasta que re\entaban. Me perdfa en los co·
lores por lo alto del cielo, lo mismo que en una
joya , en un libro ; pues en todas par te� los niños
son su presa. Fn t1quel11t épocu se pL)dia com­
prar el chocolate en unos paquctitos, en los que
cada una de las rnblerns, dispuestns en forma
<le cruz, estaba envuelta en ¡)¡\pe! de cstnño
ele c.liferentes color,·s. Ln pcqueil.1 ohrn de urte,
sujet.1<ln por un rudo hiln de orn, rcspl11ndt'cfo
<le verc.lc y oro, 11zul y mt1.111J11, l'l)jo y ph1tu.
70

Ja�ás se tocaban dos pi 111 111 111 111 111 ••• 111
ezas del mism. o env
torio . Venciendo un
d1a 1 b cfu�
a,
ol-
me asaltaron y aún
m· a
siento � los colo
ra con la que
res Veladas
entonces se empaparo
��
.

n º
� lo dulce
del hoculate con el qu

hacerseme mas en el
ee a �: J lba a des-
corazon que en la b
.

pues antes de qt..e sucum . oca .


biera a 1as tentacione

de l goI sm
? · a; de ?olpe un sentido elevado den-
_
s
tro e m1 dejo atras a otro
má s bajo y me qued e,
embelesado.

Mi madre tenía una alhaja de forma


ovalada. Era tan grande que no se podía llevar
en el pecho, y así, aparecía, cada ve:i. que se la
ponía, colgada de la cintura. La llevaba sólo
cuando iba a una fiesta ; en casa únicamente
cuando nosotros dábamos alguna. Su brillo con­
sistía en una piedra grande fulgurante y ama­
rilla que formaba el centro de la misma, y de
una serie de otras, más o menos grandes - ver­
des, azules, amarillas, rosas, púrpuras- que la
encerraban. Esta alhaja me embelesaba cada vez
que la veía. Pues, perceptible para mí, había
una música de baile que radicaba en los miles
de pequeños rayos que irradiaban desde sus
bordes. El momento más importante, cuando
mi madre la sacaba del cofrecillo donde solía
estar, hacía que se me manifestara su doble as­
cendiente: para mí era la sociedad cuyo centro,
en realidad, era el cinturón de mi madre, pero
también era pata mí el talismán que la protegía
de todo mal que podría amenazarla desde fue­
ra. A su amparo yo estaba igualmente a salvo.
Lo único que no podía impedir era que en esas
72 73

veladas tuviera que irme a la cama, lo que me rro se había infiltrado en mi cuarto. Lo invi­
disgustaba doblemente si la fiesta se daba en sible se había robustecido y se disponía a con­
nuestra casa. Esta traspasaba, no obstante, sultarse a sí mismo por todas partes. Escuchaba
el umbral de m. cuarto y así estaba continua­ su propio murmullo sordo como quien coloca
mente informado tan pronto como sonaba el al oído una concha . Era como las hojas en el
primer 6mbre. Durante un rato la campanilla viento que deliberan entre sí, crepitaba como
acosaba el corredor mcesantemente y de una un tronco en la chimenea y luego se desmoro­
manera alarmante. porque repicaba más bre\•e naba. Entonces llegó el momento en que me
y con más prec.tstón que otros días. No me en­ arrepentía de haber preparado pocas horas an­
gañaba que se manifestaran en su sonido unas tes el camino a la veleidad. Esto había ocurridr-,
pretensiones que fueran más allá de las que de con una maniobra por medio de la cual la mesa
ordinario hacía valer. Con tal motivo, la puerta del comedor se desplegó y un tablero. abierto
se abría al momento y en silencio. Luego llega­ mediante dos bisagras, cubría el espacio entre
ba el momento en que la reunión parecía morir las dos mitades, de manera que tremta personas
apenas había comenzado a formarse. En reali­ cupieran en ella. Luego me dejaron ayudar a
dad, sólo se había retirado a las habitaciones poner la mesa. Por mis manos pasaron no sólo
más alejadas, para desaparecer allí, en medio los utensilios que me honraban. como las pinzas
del bullicio y del poso de los muchos pasos y de bogavante y el abreostras, sino que también
conversaciones, como un monstruo que busca los de uso diario se exhibieron de una forma
refugio en el fango húmedo de la costa tan pron­ solemne. Así las copas de cristal \·erde para vi­
to como el oleaje lo arroja a la misma,. Y ya que nos del Rin. las pequeñas talladas para el Opor­
el abismo que había arrojado a ese monstruo to, las de champaña cubiertas de filigranas. los
era el de mi clase social, trabé conocimiento con saleros en forma de tonelitos de plata. los tapo­
ella por primera vez en estas velada s. Me de­ nes de las botellas en forma de pesados gnomos
sazonaba. Tuve la sensación de que aquello que y animales de metal. Y. finalmente. me permi­
entonces llenaba las habitaciones era inaccesible tieron colocar encima de una de las mucha· co­
resbaladizo y siempre dispuesto a estrangul
ar � pas de cada cubierto una tarjeta que indicaba

los q e rodeaba; ciego a su tiempo, cieg al bus
o al invitado el lugar que le esperaba. Con esta
car alimento, ciego en la actuación. La brillante tarjeta se coronaba la obra, y cuando. por últi­
camisa de frac que llevaba mi pad mo dí con aire de admiración, una vuelta al­
re me parecía
es� noche toda una coraza , y descubrí que sus �
red dor de la mesa, delcmte de la cual umca­
miradas que pasearon hacía una mente faltaban rodada lns sillas, sólo entonces
hora por las si­
llas vacías estaban armadas. me penetró profund,1mcnte el pequeño símbolo
Entretanto un susu-
de paz que me saludaba desde todos
los platos. prometido por la tarde. y si mi madre 8 pesa:
Eran las centaureas azules CU)o menudo dibujo
de haberse quedado en casa entraba por un mo-
rubna el sen oo de l.Dlpecable porcelana: una
mento para darme las buenas noches sentía d
señal de paz cuya bondad sólo concebía la mi­ blemente cuál era el regalo que otros días o­
que esm acostumbrada a aquella otra, gue­ dejaba a esta hora sobre el cubrecamas d me
ra

rrera que r.eru.a delante todos los demás días.


nocimiento de las horas que le resenaha �
Penso en el dibujo de cebolal azul. ¡Cuántas
el día y el que yo me lle\aba para doIIl:
como 1a muneca en tiempos pasados. E.� h
lli e

reces e babia suplicado auxilio


-

en el rranscurso
de os desaños y en las batal las decisivas que se ras que le caían silenciosamente, sin saberlo ;
desencadenaban en la misma mesa que shora
.
bre los pliegu�s del cubrecama que me arregla­
estiba delante de mí en todo su esplendor. In­ ba, eran esas noras que me consolaban incluso
fmidad de veces había seguido las ramificacio­ en las noches en las que ella se disponía a salir
nes hilos, :flores y volutas, con mayor entrega
ruando me tocaban disfrazadas de las punúllas
que frente al cuadro más bonito. Jamás se ha negras de su mantilla, gue ya se había colocado.
tratado de granjearse más sinceramente una Me agradaba, y por eso no me gustaba ae1ar1a
amistad que yo lo hacía con esta muestra de marcharse, y cada momenro que ganaba :a la
abolla de color azul oscuro . .Me hubiera gus­ sombra de la mantilla y de la piedra amarilla
tado tenerla por aliada en la lucha desigual que me hacía más feliz que los bombones fulminan­
tantas "e.ces me amargaba el almuerzo. Pero ja­ tes que, sin falta . tendría seguros por la maña­
más lo conseguí. Esta muestra era venal como na. Cuando mi padre la llamaba desde fuera.
su partida me llenaba de orgullo . por dejarla ir
un general de la Oúna, la cual, al fin y al cabo,
la había visto nacer. .Mis solicitudes se desbara­ a la fiesta de trn.a forma tan rac:liame. Y en la
taron por los honores con los que mi madre la
cama, poco antes de dormirme comprendía sin
mimaba, por los desfiles a los que convocaba conocerlo, la yerdad del dicho que afmna cuan­
a la tropa, por las elegías que resonaban desde to más avanzada la noche más brillantes los in­
la mcina por cada miembro caído. Pues, indife­ vitados.
rcmc Y rastrera, la muestra de cebolla se resistió

• � miradas sin enviar la más pequeña de sus


boj tas para rubrirme. El solemne espectáculo
de esta � me liberaba del dibujo fatal, y sólo
e10 hubiera bastado para entusiasmarme. Pero

C!Wlf:O más avanzaba la noche, más se cubría

a. ma � aquel brillo y encanto que me había


77

juego de letras mayor nostalgia que el juego de letras. Conte­


nía en unas pequeñas tablillas, unos caracteres
qu� eran más menuc s también m� �emen;.·
nos que las impresas <\e colocaban, grac iles, so­
bre un pequeño atw 1nclinado, cada uno per­
fecto, y fijado uno tras otro por las reglas de
su Orden cual es la palabra a la que pertene­
cían por ;er ésta su patrón. Me admiraba cómo
podía existir tanta sencillez unida a ta:i gr�d <:
ma'estuosidad. Era un estado de gracia. Y mt
Jamás podremos rescatar del todo lo
mano derecha que, obediente, lo buscaba con
que olvidamos. Quizás esté bien así. El choque
empeño, no lo encontraba. Tm•o que quedarse
que produciría recuperarlo serí� tan destructor
fuera, como el portero que debe aejar pasar a
que al instante deberíamos deJar de compren­
los elegidos. De esta manera s� trato con l�
der nuestra nostalgia. De otra manera la com­ .
letras estaba lleno de resignac1on. La nostalgia
prendemos, y tanto mejor, cuanto más profun­
que despierta en mí demuestra cuán estrecha­
do yace en nosotros lo olvidado. Del mismo
mente ligado estaba a m i infancia. Lo que busco
modo que la palabra perdida, que acaba de huir
realmente es ella misma, toda la infancia, tal y
de nuestros labios, nos infundiría la elocuencia
como sabía manejarla la mano que colocaba las
de Demóstenes, así lo olvidado nos parece pe­
letras en el atril, donde se enlazaban las unas
sar por toda la vida vivida que nos promete. Lo
que hace molesto y grávido lo olvidado tal vez con las otras. La mano aún puede soñar el ma­
no sea sino un resto de costumbres perdid
nejo, pero nunca podrá despertar para realizar­
as que
nos resultan difíciles de recuperar. Quizás sea lo realmente Así. más de uno soñará en cómo
la mezcla con el polvo de nuestras moradas de­ aprendió a andar. Pero no le sirve de nada.
rrumbadas lo que constituye el secreto Ahora sabe andar, pero nunca jamás volverá a
por el
que pervive. Como quiera que sea, aprenderlo.
para cada
cual existen cosas que forman en él cost
umbres,
unas más duraderas que
otras. Por medio de
ellas se van desarrollando facultades
que serán
o:>ndicionantes de su existenci
a. Para la mía pro­
pia lo fueron leer y escribir, y
por eso, nada de
lo que me ocupaba en mis año
s mozos evoca
11 11 11 11 11 11

El tiovivo La fiebre

La tabla con los soltcttos animales gira



próxima al suelo. Tiene la al r� en la que me· El principio de todas las enfermedades
jor se sueña ir \'Olando. La mus1ca ataca, Y con demostraba una y otra vez, con que delicadeza
unas sacudidas. el niño gira apartándose de la certera, con qué cuidado y arte se me presen­
madre. Primero tiene miedo de abandonar a la taba la adversidad. No le gustaba llamar la aten
madre. Pero luego se da cuenta de que es leal ción. Empezaba con algunas manchas en la piel
consigo mi�mo. Está sentado en un trono, como o con náuseas. Y parecía que la enfermedad te
leal soberano sobr� un mundo que le pertenece nía la costumbre de aguardar hasta que el mé­
En las tangentes, árboles e indígenas cubren la Jico k preparase la cama Fste venía, me exa­
carrera. Reaparece en algún Oriente la madre.
minaba e insistía que esperase lo denus en la
Luego surge de la selva una cima tal como el
cama. l\1e prohibía que leyera De codas mane­
niño la vio hace ya milenios, y como acaba de
verla en el tiovivo. Como Arión mudo va \•ia­
ras no tenía que hacer nad.1 de importancia
Pues ahora comenzaba a repasar lo que iba a
jando sobre su mudo pez; un Toro-Zeus de ma­
suceder . hasta que c;;c me embrollaba la cabe7:l..
dera lo rapta cual Europa inmaculada. Hace
.Medía la distancia entre la cama Y la puerta
tiempo que el eterno retorno de todas las cosas
se ha convertido en sabiduría infan
preguntándome hasta cuando la podrtan sah·ar
mis llamadas En mt men te \ Ct� Ll cuchara. cu­
til, lo mismo
que Ja vida en una embriaguez ancestral
del po­ yos bordes colmaban los ruegos de mi madre.
der, con Ja orquestina que resuena en el
centro
y cómo, después de habcrmda acercado con
a balbuc1 r
Si toca más lento, el espacio empieza
cuitfodo. descubn,1 de repente su YCrtbdcra
EJ tiov i vo se
y los árboles comienzan a vacilar.
hace insegwo. Y aparece la mad t'scncta haciéndome beber fa amarg<\ medicin<l.
Como el hombre cmbr i ag .1do cn lcul:t v pirnsn n
re, como el palo
tan tas veces abordndo, hacia el que
veces, sólo parn comproh.1r que tod.wfa puede.
el nino que ,
arri. ba, echa el cabo ele sus mir
ada s.
así contaba yo los aros luminosos que, provee
80 81

rndos por el sol, bail:tban en el techo de mi ha­ estearina. Puede que en el fon ?o la enfcrmcda?
bi rnción , y ordenaba una y 01rn vez los rombos no me privara sino de aquel Juego mudo y si­
dc.I papel pintado formando diferentes con­ lencioso que, en lo que a mí se refiere, nunca
juntos. había estado libre del miedo encubierto, pre­
Be esrndo enfermo muchas vt·ccs. Dt cursor de aquel otro que acompañaría más tar­
ahí resulta tal vez que lo que otros llaman m1 de el mismo juego al mismo filo de la noche.
paciencia en realidad no se parece en na<la a IIabía tenido que presentarse la enfermedad pa­
esa virtud. No es m.ís que Ja propensión a ver ra proporcionarme una conciencia pura. Y ésta,
acercarse desde lejos todo lo que nw importa, sin embargo , era tan limpia como cualquier par­
como las horas que se acercaban a mi kcho de.: te de la sábana lisa que me esperaba por las no­
enfe1mo. Sucede, pues, que pierdo las ganas el<: ches los días en que se mudaba la ropa de la
hacer un viaje, si no puedo esperar durnnLc.: lar cama.
go ricmpo l a l legada del tren l'n la ci;Lación, e Por lo general , mi madre me preparaba
igwdrncntc esa debe de ser la razón por la c.¡uc.: la cama. Desde el diván observaba cómo sacu­
hacer reg�1los se haya convertido para mí en una día las almohadas y las sábanas, y recordaba las
pasitSn. Lo que sorprende a Jos otros, yo, d que noches que me bañaban y luego me servían la
los hace, lo preveo de antemano. Ayudada por cena en la cama, en una bandeja de porcelana.
el t iempo de la e:-;pera, como el enfermo se apo Debajo del vidriado, entre zarzales de frambue­
ya en las almohadas que tiene en la espalda, la sas silvestres se abría paso una mujer afanán­
necesidad misma de aguardar lo venidero ha dose por entregar al viento una bandera con el
hecho que más tarde las mujeres me pareciesen lema:
más bellas cuanto más tiempo y más confiada­
mente las había esperado. Mi cama, en otros Como en casa no se está en ningtín sitio.
tiempos eJ lugar más retirado y tranquilo, ad­
qu iría ahora rango y categoría públicos Por al­ El recuerdo de lu cena y de los zarzales
gún tiempo no seguiría siendo el coto de empre­ del frambueso me agradaban tanto m:ís por
cuanto el cuerpo se sentía por encima <le la ne­
sas sigilos�1mcnte l levadas a cabo por las nochts:
cesidad de tener que comer alguna cosa . En
nada de lecturas ni de sombras chinescas. Ya
cambio le npctccían las historias. Las fuertes co­
no estaba debajo de la almohada cJ libro que,
rrientes que las lknaban le ntrnvesaban y arras­
por estar prohibido, se solía esconder nllí 1od:1s
traban el mal como un obkto flotante. El dolor
las noches con un último esfuerzo. Durnntc se·
manas se acabaron también los ríos ele � :1vn t cm un dique que sólo al principio se resistía a1
relato. M,\s tare.le, cuando éste se hubiera ro-
los pequeños incendios que hacían fund1 rse a
82
83

arr�strado al pozo
bustecido, quedaría minado y historias. A veces participahan los
iendo el cauce dedos y p _
del olvido. Las caricias iban hac
, o
'' ª la tien-
ma en cscena a1gun suceso o jugaba
pues la mano
de esta corrien te . Me agradaban,
,

da,, y "'detrás del mostrador », formado


1 1 · oria · s que por e]
de mi madre empezaba a hila r as ust elce.lo del ned
r .10, y los meñ
iques saludaban solí­
sus labios.
pwmo saldrían en abundancin de cu. os al clien
_ te que
era yo mismo.
Con ellas sali6 a la luz Jo poco que lleg
ué a sa
: , Sin embargo, mis ganas y también
La carre ra <le uno de las
bcr de mis ante pasa dos. fuc.rzas para controlar el juego iban flaq
ueando .
ellos. Se evocaban los preceptos morales <le mi Por último, seguía casi sin interés el mov
imien­
abuelo, como para hacerme entender cuán pre­ to <le mis dedos, que merodeaban cual chusma
cipitado sería desprenderme, por una muerte indolente e insidiosa por el recinto de una
ciu­

prematura, de los triunfos que tení� en a mano dad a la que un incendio devoraba. rmposible
gracias a mi origen Dos veces al d1a m 1 madre tener en ellos la menor confianza Pues, aunque
.
controlaba hasta qué punto me aprox1maba a acabaran de reunirse sjn mal1cia, no se podía
Ja misma. Con cuidado iba luego con el termó­ estar seguro de que cada una de las tropas no
metro a Ja ventana o a Ja lámpara, manejando volviese a marcharse por su camino, tan silen­
el estrecho tubito como s i en él estuviese ence­ ciosamente como se habían presentado. Este era
rrada mi vida. Más tarde, cuando fui creciendo, a veces un camino prohibido, a cuyo final un
me resultaba tan difícil descifrar la presencia del dulce descanso franqueaba la vista hacia tenta­
alma en eJ cuerpo como Ja situación del hilo de doras visiones que se movían debajo del velo
la vida en el pequeño tubo, en el que �icmpre Je llamas detrás de los párpados cerrados . A
se escapaba de mi mirada. Cansa eJ que le midan pesar del mucho cuidado y cariño, no era posi­
a uno. Después me gustaba quedarme sólo, para ble insertar continuamente en la vida de nues­
ocuparme de mj almohada. Pues estaba familia­ tra casa la habitación donde estaba mi cama.
rizado con las alturas de mis almohadas en ague Tenía que esperar que llegase la noche. Luego,
11a época en la que colinas y mon taña s aún no cuando se abría la puerta delante de la lámpara
me decían na<la. Es más, a mí y a las fuerzas y la esfera de su globo se movía hacia mí por
gue originan aquellas, nos cubría la misma man encima del umbral, parecía que la bola dorada
ta. A vcc.:es me las arrcglaha#dc tal manera que de la vida, que hacía girar ctrnlquier hora del
en Ja ladera Je] monte se abriera una cueva. Me día, encontrase por primera vez el camino de
metía en elh1; echaba la manta sobre mi cabez a mi nrnrto e.orno si éste Ít1l'SC unn casilln olvida­
da. Y antes Je que In noche quedase instalada
y prestaba oído a la oscura gargan 1 a, ali 1n<..:n
a gusto, para mf cornC'nzaha una nueva vida,
tando el silencio de cuando en cuando con pn­
�w nque, a decir verdad, crn In de la antigua fie-
labras que retornaban del mismo en fonna <lt
4

brt: qu rennce-rf. de un lll'-"1,,l�1:o a Otrü


deba­
jo d ln luz d In l. m¡ ara. nuc\·o .1 escuchar cómo sacudían ln, alfombras
..... l 1.. u .
. ncm
• cun:stn de t.. ·.u aLOst.ldo
.

El ruido SLOÍa por la ventana grab.indo:-e en cl


me pcrmiu.1 ·.:�ar de In luz un provee10 ot cürazón l1e_ niño má� hondamente que la \ z
_

e
otro:s no I :u1.� btener tan pronto. Apro, euu­ de la amada en d dc.l hombre · c ...e �acudir de
ba mi ocio la rercanfa de la p.ued. de los que alfori1hras que era d idioma de In da,e bajn, de
d i frutaba en h c ..,1a p.. ...1 sa1t·d,1:- lu t. con ge.ntt:s realmente aduJra�, y que nun :-e mte.

.:ombra:s chine..:(..' �ntoncu• L'i os aque.los 1 ue­ rru.np1a. ni �e desviaba jamá , tománd ,e �u
go que había p ·a 1. tido .. �1 s üedos .;;e repeu.m
tiempo a veces, lento y moderadnmentc di,pues·
una \ ez más :sobre cl pape. ?,..'H,1do. :11• 1que de to .1 todo. p.ua rec.1er de nuevo en un ine.�pli­
c:1ble ritmo g.1lop.mte. como si abajo se apre u­
manern meno precisa, pero más ,·is10s.1 ' her
r.1sen ante el temor- de la llm·in.
De la m1sm.1 m:mcr.1 imperceptible etmo
mét:ica. �En lugar de temer las somhr.1s de la

hnbfo comen �1do. b en fermedad :-e dc�pidiL'.


noche -así decía mi libro de uegos ., los ni­

Pero aun cuando ib;t a olvid.1rln del tod), me


ño, alegre· se sirven de ellas p ara Ji, ert1rse�>
A continuación ven ía n . ncamenre ilustradas, llego su ulnmo 1 ; d10s en Lt hoj.1 de e:-tudi s. Al
in�trucciones de cómo se podían proyect.1r sobre pie de lJ m isma est.1b.1 anotnd' el total de In�
la pared de al lado de la c am �1 cab ra s montes.1s ho is que h.1b1.1 t.1lt.1do. De ningún modo me
.

y granadero:, c.isnes y conejos Por lo que a m1 p.H.l'Ct.m gr ses. nK1nó tonns romo In" que hnbfo
respecta, rara veces logré mas aue las fuuces '"'.is.do. smo qte lSt.6.n nlH cnfilndn' m
de un lobo. Sólo que eran tan g�J. des v ab1er .1� e nu. de cdorl'� �l'i1·c.: r1 N'<."1i) d 1 mutiln­
tas que debían ser la del lobo Fe,r s . al auc co T s 11as. Lt 1ot.t �' ·.1 r.is .: c. 'l dcnro --eren·
tn ' tres hor�1s�'\ s· ·nbt, .. . �·.: \. :.1
.

ponía en mO\ imiento como des·ruci.or del mun­ . larga fila de


do en la misma habitación <.:n la que.:. se me condecorac1ones
disputaba incluso la enfermedad infanr.l
Un buen día se fue. L:i inm· nente con­
valecencia rompía, como cl parto. la.·os que b
fiebre había e t:rechado. Los criados comenzn­
ron a sustituir más a menudo a Ja madre en mi
existencia. Y una mañana, tras el largo parén­
tesis y con pocas fuer¿as aún, me dediqué de

• El mú peligroso de los demonios de Ja mitologfo n6r­


dica. (N tlft Tj
111 111 111 111 111 111 •11
87

Dos charangas
,
� u�ho antes conoció otra charanga. Pe·
ro cuan distintas eran las dos: ésta que se mecía

sofocante y seductora ajo �I techo de hojas y
de lona, y aquella mas antigua, que nítida y
aguda ix:rmanecía en el aire frío como debajo
de una fma campana de cristal. Invitaba desde
la Isla de Rousseau, animando a los patinadores
del Neuen See * a ejecutar sus vueltas y sus
quiebros. Yo también estaba entre ellos, mucho
T antes de sospechar el origen del nombre de la
Nunca habría nada tan deshumanizado isla, por no hablar de las dificultades de su gra­
y tan desvergonzado en la música como aque­ ffa. Por su situación, este patinadero no se igua­
llo de la banda militar que atemperaba la co­ laba a ningún otro, sobre todo por su vida a lo
largo de las estaciones del año. Pues ¿qué hacía
rriente de personas que se empujaban entre las
el verano de los demás? Pistas de tenis. Aquí,
cafeterías del Zoológico a lo largo de la «avenida
sin embargo, se extendía bajo las amplias copas
del mentidero». Hoy comprendo lo que supone
de los árboles de la orilla el mismo lago que,
el poder de estas corrientes. Para los berlineses puesto en un marco, me esperaba en el comedor
no había más alta escuela para el flirt que ésta, sombrío de mi abuela. En aquella época gusta­
rodeada de los arenales de los nús y cebras, ba pintarlo con sus laberínticas corrientes de
por los árboles desnudos y las grietas donde agua, y ahora, deslizarse, al son de un vals vie­
anidaban los alimoches y los cóndores, por las nés, bajo los mismos puentes desde cuyo pretil,
cercas hediondas de Jos lobos y por ]os nidales en verano, se solía contemplar el paso lento de
de los pelícanos y de las garzas. Las voces y los los botes por las oscuras aguas. En las cerca­
gritos de los animales se me-zclaban con el ruido nías había caminos sinuosos, y, sobre todo, los
de los bombos y platillos. Este era el ambiente apartados refugios y ios bancos: «Sólo parn ma­
en el que, por vf·z primera, la mirada dd mu­ yores». De forma circular estaban allí reparti­
chacho trataba de; acercarse e importunar a al­ dos los cajones de arena, en los que los peque­
ños jugaban distraídos hasta que olguno trope­
guna de ]as transeúntes, en tanto que se afanaba
zaba con otro o le chillaba desde el banco la
por hablar con el compañero. Y tal fue su es
ninera que, detrás del cochecito, leí11 cl&il algún
fuerzo por no traicionarse por el timbre Je la
voz, ni por la mirada, que nada vio de aquella
"' Lago de Ticrgarten. (N del /')
que pasaba.
s

novelón, lt�1a... do al orden al pequefio �1n lc­


Libros
\rantar ape"'.:s ·a mirada H ..ll>ta ,1 h llegaron
hombre� vic:, � ) achaco O:> o�e medianre el De
riódico, reivindicaban l se-1edad de 1� \ d1 en
medio.-deJaw.iha de nec .l:> mu1eres ) el griterío
d�os. Pero dejemos at. h.1bl.1r de esta::;
orilla�. El lago, sin embargo. pen·iye en "llÍ por
el tacto, que ·iento to2.wfa. en los pies Lntor­
pecido� por los p.uines. tras un guo por el hie­
lo advertían de nue\o el entarimado v, tamba
leándose, irrumpían con estruendo en .una case­ Los que más me gustaban los conseguía
ta donde había una candente estufa de hierro en la biblioteca del colegio. En las clases infe-
Cerca estaba el banco, donde se volvfa a sentir 11ores se repartían El profesor de la clase pro­
el peso de los pies antes de decidirse a des,ttar­ nunciaba mi nombre, \ entonces el libro hacía
los. Luego que el muslo descansaba al soslayo su camino por encima de los bancos. l.;no lo
sobre la rodilla v se aflojaban los patines, pare­ p·1s.iba a otro, o se balanceaba por encima de
cía que nos cre<.:ian alas en ambos pies, v arras­ as cabezas hasta que llegaba a mí, que lo
trando nuestros pasos sobre el suelo helado, sa­ había pedido. En sus ho1as estaban marcada
limos al descubierto. Desde la isla, la mus1ca las huellas de los dedos que 1.1� habían \'uelto.
me acompañaba durante un rato en mi camino El cordel que cierra la cabe::ada, y que sobre­
a casa. salta arriba y abaJO. esrnba sucio. El lomo . o­
bre todo, tenía que h.1ber soport.1do mucho; de
ah1 que ambas cubiert.1s se disloc.1�en y que el
"
canto del tomo formase escalerit.1s v terrazas.
Sin embargo, al igual que el ram�1ie de los ár-
boles durante el ' crnmllo de S.m l\Iurtín , de
sus hojas colgaban n \·eces los debiles hilos de
una red en la que me h.1bí.l enredado cuando
nprcnd1 n leer. El libro est.1b,, encima de la me­
sa. demasiado 1. lta. l\.licntr1s leí.1 me: rnp.1ba los
ofdos. Sordo de cs.1 m,rner.1 , re\.uerdo haber es­
cuchado narrar. Desde luegll no a mi padre. A
veces ' en cambio ' en invierno, .
cuando estaba
90 91

nte, los re­ pt.:staaes Y tempestuoso fue lo que sucedía en


frente a la ventana en el cuarto calie
aban co­ e_L,s Abrir uno de ellos me hubiese conducido
molinos de la nieve, alli fuera, me cont
sas en silencio. Lo
que me contaban ne !o pude a su mismo seno, en el que se formaban las nu­
comprender nunca CC'"! exactirud , pt..e� er: de­ bes cambiantes y turbias de un texto preñado
masiado denso y sin ces� se mezclaba pres ....�oso de colores Eran burbujeantes, fugaces, pero
siempre llegaron a componer un color violeta
lo nue\o entre lo Cvnveido. Apenas me !l"bía
que parecía proceder de! inrerior de un animal
unido con fervor a un grupo de copos de nieve
cuando me dí cuenta que tenía que entregarme de sacn.fIC10. Indecibles graves C'"'!!:- este con-
2enado color v10:e¡_a eran los úru.. ae los cua­
a otro que de repente se había metido en medio.
Entonce.: había llegado el momenta de buscar, .es cada uno me pareáa más si ne...... � y familiar
en el torbelo lin de las :erras. las histerias que "fue el anterior. Pero aun antes de que pudiera
se me habían escapado estando en la ventana. asegurarme de cualquiera de ello�, me había
Los paí�es lejanos que encontraba en e1las ju­ despertado, sin haber vuelto a tocar, siquiera
gueteaban, intimando los unos con los otros al en sueños, los antiguos l.i.hi::os de la infancia.
igual que los copos de nieve. Y deb�do a que la
lejanía, cuando nieYa no conduce a la distan­
cia, sino al interior, en el mío habitaban Babel
y Bagdad, Acón y Alasca, Tromsoe y Trans­
vaal. El templado aire de la lectura , que lo pe­
netraba, captaba irresistiblemente. con sangre
y peligro, mi corazón que seguía fiel a los des­
lustrados volúmenes.
¿O acaso, seguía fiel a otros más anti­
guos, imposibles de hallar? Es decir a aquellos
maravillosos , que sólo una vez en sueños pude
volver a ver. ¿Cuáles eran sus títulos? No sabía
sino que habían desaparecido hace mucho y que
no había podido encontrarlos nunca más. Sin
embargo, ahora estaban alií en un armario del
que, a] des rtar, me dí cuenta que antes n nca
pe �
me lo hab1a enconrrado. En sueños me parecía
.
conoe_tdo desde siempre. Los libro no estaban
s
de canto, sino tirados, en el rinc
ón de las tem-
sn

batn:-. le: m madre. La o ur1 la l l trá l la



l n j l ZI 'm \'runa era ms )n table. El rm 'n, 10 en '\
b.rg '
.
}ic1 ia un desacre\lnado 1.uc-g 1 >n el panu 0 puro
i ue se: me abria , en e1 ropero de tui madre Lru
e tantes del mi�mo, l >r CU\O canto e e te
d1a, S\'bre ribete:- blanco , un texto toma l � e
La Campana de ""' hiller, soportaban pila de
nipa te cama y ele casa, sábana:., obre-cama
-.ervilletas. Un olor a la, anda salia de l , pe-
lllf'fü'S saquito� repletos que c�1lgaban de la par�
te interior de ambas pu·rtas del armario, l r
Ero una t rd , ru nd 1 tenía siete u e ho
en mm del forro frun ido. Era ésta la antigua
d nte d nu :..tra re�iden \a 'erani ·ga.
v mbtc-ri<_,sa rnagia dt l tejido \' de la htlaturo,
d nu tro. mucha�has perruarn:"·e toda\'ía
\erja que onJuce a n > s
que antaño rmo su lugtr en el torno de hilar,
r t1. Junto a 1
dh idido en paruíso e infi·rn >. Pue bi n, e-1
ª'e da El gran jardín, po1 cu\a p rifori,1
e t de male a había merodea io que1.l6 e
smAn 1 tenía que ver con est últim\1: un fantas
p ra nu Ha llegado el momen w Je a \>� ma e atareaba en un ana iuel lel rual lg ban
e Pued que me ha)a hartado de mi ju go o,as e seda. Las sedas las f\>lxS l fantasm
t0 nrand en alguna parte de los arbu�t<1�
No las e\ogía, ni las llevaba a ninguna parte;
n unto al cerco de alambre, on mi 1'·t1 nL Juo, no hacía nfü.la le lla ni m Ua

«E r », a lo pájaros de madera que,


\ 10 >bstante, \'<.1 �abin que las wb b•. al igual
te de pro ectil, e cayeron del panel 1.1ut" en la� l yen las la-. g nte-. ue: d -.rubn:n un
han a en medio del follaje pin- f�stín de fantasm,\s iu 01.> 'lll n ni n

el dta hab1a guardado para mí un dan uema �1t1e " t>sttí d bran > un b nql tt>
de la úluma noche pasa la E�te era d suew 1., i había guarda l para mí
me había aparecido un fanta-. l a noche �igmente >b::- nr . a un h 'I'1l l ,
,. fue \>llW si un s gun
' -.u n ) '
te hubiera podido de ribir el tumbra la
e t ba ataread sobtt·pusiern al prim r.. , '-lll mi-. p l ' n
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en su, neguc io�.
ª algun parecido con otru iue truhan en mi t"1rto. El ¡u s• n \rrtt:-. n
migo va m' h,, , 1 P\1t la m nm1 , u nd
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� la ª qu de manera impenetta
p�1 té. rw hahu 1uda E rl l 'ª'u ntr '
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de dormían mi pa he ;
ch ¡u" huhfan r..'badP lt \ ni 1t 1\ ta 'l
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l e tab n olgada lct ni wn un ,, p ri nt
••• ••• ••• ••• ••• ••• • ••
94

rones se había i�tro­


El pupitre
Una banda numerosa de lad
una suerte as: de­
duddo furtivamen te. Y era
on en . la casa p�r­
áan, que el ruido que hicier
peligrosa \1s1ta
mitiera inferir su número. La
vano mis padres
duró hasta la madrugada En
n
habían a guardado el crepusculo con la espera
za de poder hacer señ
ales a la calle. Yo también
nque no Su pe
quedé envuelto en el suceso. Au
iento de la
declarar nada acerca del comportam
do junto a
muchacha que al atardecer había esta
a El médico encontró que yo era miope.
la verja, mi sueño de la noche anterior llegó
Y me recetó no sólo unas gafas, sino también
ser atendido. Al igual que la
mujer de Barba
un pupitre. Estaba construido de una manera
Azul, la curiosidad temeraria penetró en su al­
ingeniosa . Se podía variar el asiento de tal for­
coba mortífera. Aterrado me dí cuenta, al ha­
ma que se colocaba más próximo o más alejado
blar, de que jamás debía de haberlo revelado.
del tablero de plano inclinado que senTÍa para
escribir; tenía además un travesaño horízontal
en el respaldo que brindaba su sostén a la es­
palda, sin mencionar el pequeño estante regu­
lable que coronaba el todo. El pupitre cerca de
la ventana se convirtió pronto en mi sitio pre­
ferido. El pequeño armario que estaba oculto
debajo del asiento no sólo contenía los libros
que necesitaba en el colegio, sino también e l
álbum de los sellos, además d e otros tres. que
comprendían la colección de postales. Y de la
sólida percha en la parte lateral del pupitre col­
gaba, al lado de mi cartapacio, no sólo la cestita
de la merienda, sino también el sable de unifor­
me de húsares y la caja de herborista. Más de
una vez, cuando volda del colegio, lo primero
que hacía era celebrar el reencuentro con mi
pupitre convirtiéndolo en campo de acción de
r 'ici'l1ne� , llllllll
lllAl quie rn le' mis mib t:ll.is l" 'cun
.
1as di lu1m, nrns, pdt' eiemnk .t ' 1a lclZ<I lun l' l
, 1�1os cuadernos cuyo valor wdic11ha en el hc­
rhn de l1c1bedos sus1r.iíclc1 nl p1C1Íesnr que t nía
.....
agua a ltt'nt no t,1rdaha n 0 cuna
r i · n.l · lo
'ill · ·n un de1echo sobre dio l1.ntc111res mi mi1,1d.1 lt s
1u p e-o ant s h.1brn e:-.t.td1..) d tin1-- \. r·1..
'• \ lllll\t."11-
c,111saha en las notas puesias e 111 cinta 10ja y
é a r 1..o rrnr las •stampas. ¡Cuánt<1:-. tn:-.as
nw
pr m tta 1 \ k1 ttfb el cual me miraha11 r 1··,
me llen.1ba una satisf.tc ión serena. l'ue:\, al igual
1 tl - que lus nomb1es de los difunt\ls en las liipidu ,
m nt 1 e �1.. 1 ia las en pliegos y cuader nos ! El
que \'H no pueden ser de pW\'t':'\.ho ni causar
:apatero rn 1 111a lhl,.)se sobre lc1 horma, y los ni­
.
cl.mo, las notas estaban ullí 1rns halwr tr,m f('­
nus s niad1.. s en lo d . w 1..le un árbol cogiendo rido su fuerza a or ras antcriu1es. Pl·rl1 iamhién
manzanas, el l chero delante de una puerta ne lle orra manera, y Lun la cotllien i,1 1rnis uan­
va la, l tig1e agach.tdo v presw a lanzaise snbre qu ila , se podía pctsar t 1 Liempl' 11ianej,uHlo cu.t·
el caza k11, uv a L'iLOptta e:-;tc1 escupiendo fuego, demos v libros de tc:x10. 1 Llbía que c·1wnh et
el pe:-; adür en la h11:1 ha clelanre ,le un rtachuelo lo s libros en 11n reuo papt"l cll· rmbnl .ir aZ\11 y ,
de aguas azules, la clase atenta al profesor, en lo yue se tt•f1e1t. a los u1ndern0s, "'xistía la
quien, � ribiendo en la pizurra, cuenca algo, el ordt n ele adjuntar a aclc1 uno t111 piqwl sl"l.tnte
droguero en su tienda abundantemente surt ida dl� tot ma que no st· pe1dit•1,1 Pm.1 dlu h,tbÍ,\
y muhicolot, el foro \ los veleros delante, llllllS uaderm11.1s dP uh\e,t :-.. Pt\.\Llltan ll1 lie1ta
rodo ello estaba cubierto por una coi ttna de ' ariedad del colorido :-.e pl11.hu1 c.t'nsegui1 lus
niebla. Sin embargo, cuando posaban sobre la mas di, ers,1s c.ompu�t i H1e:s 1"' nub a1m1nio
hoja de papel trasluciendo suavemente, cuando sns, \' tamh1en las lll<l:-. ll,11nc111\ is D esL :-.t\ 1-
te, el pupitre sL asemejab,1 .\l h mu) del olegiu,
la gruesa capa se deshacía en delgadas pelo n llas
aunque en t.l pupicrt· esrnhn a s1h '-' \' t nttt li­
bajo las yemas de nús <ledos que fwtaban el
hert,1d para osas de las que el balllo l1l 1.kbia
dorso rasgando y raspando, con unos movim1e n
s,1her nJda l'l pupilll \ H' érn1H1.1s Sl'l idu k,..,
tos gira torios, cuando por último, el color irrum­
Ítt'nte a el \ tuund l1 h1 .1l.1h.1h.1 h: t uprt 1r
pía suave y netamente por e l dorso agrietado y
de:-.pucs de u na jot1\i1d,1 ,\h\lltil\11 dl ll'l gil', lllt"
m,1lcrctrnclo, entonces era como si sobre d mun­
IHb.1 nut\'<ls fut1 ,ts No s,,h1 pldl!l s nrirm
do turbio, mañanero y descolorido saltest el sol
t (lllllO l�n l<lScl, Sll\O, t\lt\S 11\lll l.'(11\\\\ l n lllll \1
radiante de septiembre, y todo, humeclectdo pa
c l.thle llllll am· 11 1 ,, lll\P dl• ll'S l t i
d,1 , �011l pl
el 1u ío que lo refrescaba tn tl crepúsculo, res
, ts1
gos l(\lt' p ut4 den vt·t·se 1.•11 los l ll11ll1 l'S 1 11"1hc•\ d
pland ía pcu la proximidad ele un nuevo clw Sl' t\ l ,tc los t'11 s\l l"l'l ll\l,111.Hhl 1.1 puplt11.·, cd lbll\l
de la u·ació11, Auu cuando me hartaba dt' l'Slt' qut dt•nt 1 0 de lit\ 1. np 1111 1'1\ l-'11 1. s tn m 1r,llla
juego, siernpt � en nnllé 011 o ptc1exto para de l0111t·uu· ,, leet l >, ,1•e v l 1 1b1 • , P 11 cmd1de1
morar las uue" del olegin. f\le g11stHba 1evis,1r
98
11 11 11 11 llWllW
día y este
Escogía Ins horas más tranquilas del
lugar, d más rec6ndito de
todo� . Lueg �
o a ría Un ángel de Navidad
misma se�sac1o, n
la primero página sintiendo la
festiva, como quien pisa un
nue�·o continente.
y ' en efecto era un nuevo contme
nte, en q 1c
ia Crimea, EÍ
Cairo, Babel y Bagdad , Alaska y
Taschkent Dclfos y Detrolt quedar on casi so­
CC:
lapados mo las doraaas medallas de las cajas
de puros que coleccionaba. No había nada más
confortante que estar encerrado de esta manera
con todos los instrumentos de mi tormento Todo empezaba con los árboles de Na-
--cuadernos con los vocablos, compás, diccio­ .
vidad. Una mañana, aún antes de las vacacio­
narios-, cuando los derechos de éstos queda- nes, quedaron fijados en las esquinas de las ca­
ban anulados. lles los sellos verdes que parecían sujetar la ciu­
dad por todas partes, como un gigantesco pa­
quete de Navidad. Pero, a pesar de todo un
d
buen día estalló, y juguetes , nueces, paja y dor­
nos para el árbol brotaban de su interior: era
el mercado navideño. Pero también surgía algo
más. La pobreza. Pues al igual que en la ban­
dej � navideña podían exhibirse, al lado del ma­
zapan, manzanas y nueces con un poco de oro­
pel, así también, en los barrios ricos. las gentes
pobres con la plata en láminas v las velas de
colores. Pero los ricos hicieron que se adelan­
taran sus hijos para comprar a la pobre corde­
ritos de lana o para repartir limosnas que a ellos
mismos, por vergüenza, no les salían de la ma­
no. Entre tanto ya estaba en el b,1lcón el .írbol
que mi madre había comprado en secreto y
mandado subir al piso por [,1 escalera de servi­
cio. Pero más maravilloso min que todo lo que
le confería la luz de las velas fue ver de qué ma-
100 101

emrete1 iéndose cada mis l�bios quedaron como los pliegues que una
nera la fie·ta próxim.. ·b�
ramas En los patios. vela merte produce de repente ante una brisa
día un poco más en sL.:s con sus
Jos organile ·.aron a demorar
mr
l ros� e nP fresca.
ro, no obs-
- . ,
xp1
r frn e.
.

cánticos el último plazo. Po


tante, y volvi6 uno de eso

s as que estoy re­ Todos los años,

mas t�mpran os . s­ el Niño Jesús
cordando como uno de los
�eran las seis. vuelve a la tierra
peraba en mi cuarto ha�ta que
Más tllI'de, en la vida, rungun
a fiesta posee esta donde estamos los hombres.
,
h en el corazon
hora, que vibra como una flec �
embargo, no Con estas palabras se esfumó el ángel
del día. Había oscurecido ya; srn
la vista de que acababa de tomar cuerpo en ellas. Yo no
encendí la lámpara por no apartar
cua­ seguí por más tiempo en la habitación desierta.
las ventanas oscuras del patio, detr de las
ás
les pude ver las primeras velas . De todos los Me llamaron a la de enfrente, en la que el árbol
momentos que integran la existencia del árbol acababa de entrar en la gloria que me lo arre­
de Navidad es el más misterioso, cuando sacri bataba, hasta que, despojado de su pie, sepul­
fica a la oscuridad las hojas y el ramaje para no tado en la nieve o reluciente en la lluvia ponía
ser sino una constelación inaccesible y, no obs­
fin a la fiesta que había comenzado con un br­
tante, próxima, en la ventana empañada de uno ganillo.
de Jos pisos interiores. Sin embargo, por la ma­
nera en que una de esas constelaciones agracia­
ba de cuando en cuando una de las ventanas
abandonadas, en tanto que muchas seguían per­
maneciendo oscuras, y otras, más tristes aún,
decaían a la luz de gas de las primeras horas de
la tarde, me parecía que estas ventanas navide­
ñas encerraban la soledad y la miseria, todo lo
que la gente pobre past en silencio. Luego re­
cordé los regalos que estaban preparando mis
padres, pero apenas me aparté de la ventana con
el corazón entristecido, como sólo lo consigue
� proximidad de la dicha segura, sentí algo dis­
t1nto y extraño en la estancia. No era sino un
viento, de modo que las palabras que formaron
11 11 11 11
11 103

Armarros tonces comenz


, aba la segunda ¡)arte
de1 1uc
que conduc1a a la revelació
. go,
. n
em ociona nte . ¡
> ,
ucs
ah ora me d.ispom,a a desenvolver «la
tradición»
de su bolsa de lan a. La aproximab

a cada V� .
mas, hacta mt,, hasta que se obraba lo más sor-
prendente, que «la tradición » saliese
por com­
pleto de su bolsa, en tanto que ésta
dejaba de
exis tir. No me cansaba nunca de hacer
la prue­
ba de esta verdad enigmática: que forma v con­
tenido, el velo y lo velado, «la tradición � y
a c­ la
El primer mueble qu; se abrí �bcJ bolsa, no eran sino una sola cosa. Y había algo
. Tenia que
ciendo a mi \•oluntad fue la cornada más, un tercer fenómeno, aquel calcetín C!n el
tirar tan sólo del urador y la puerta sal taba, em­ cual se convertían las dos. Si ahora pienso cuán
pujada por el muelle. Dentro s� guarda a m i� insaciable fui para conseguir este milagro , me
ropa. Entre mis camisas, calzonc11los1 camisetas siento tentado a suponer que mis artificios no
que deben de haber estado allí y de los cuales fueron sino la pequtña pareja hermanada de
no recuerdo nada, había, no obstante, algo que los cuentos que igualmente me invi taban al
no se ha perdido y que hacía que el acct.so a mundo de la fantasía y de la magia para acabar
este armario me resultase una y otra vez seduc­ por devolverme de la misma infalible manera a
tor y fantástico. Tenía que abrirme camino has­ la simple realidad que me acogía con el mismo
ta el rincón más recóndito; entonces daba con consuelo que un calcetín Pasaron años. Mi con­
mis calcetines que estaban amontonados allí, en­ fianza en la magia )a se había perdido y hacían
rollados y plegados según antiquísima costum­ falta estímulos más fuertes para rccobrnrla. Em­
bre, de forma que cada uno de los pares pre­ pecé a buscarlos en lo extraño, lo horrible y lo
sentaba el aspecto de una pequeña bolsa. Para fantástico, y también cstu vez era ante un arma­
mí no había mayor placer que el meter mi mano rio donde trataba de sahurT,ulos. El juego, no
lo más profundo posible en su interior; no sólo obstante, era más atre\•ido Sl.: hahíu ncnb.tdo la
por el calor de la lana. Era la «tradición » la inocencia, y fue una prnh1b1Ción la que lo creó.
que, enro1lada en su interior, tomaba siempre Y es que tenía prohibidos los folletos en los que
en mi mano y que me atraía de es ta manera me prometía resarcirme con creces del mundo
hacia la profundidad. Cuando la tenía abrazada perdido de los cuentos. Por ricrt<J, º? compren­
oraz­
con la mano, y me había asegurado en lo posible día los títulos: «La Fermata» - «hl May
de todos
de la posesión de la masa suave y lanuda , en go» - «liaimn toch.uc» . Sin embargo,
104 105

debía responderme el los terrores de cada una de las voc


lo� que no comprendía .
e.s fantasma-
d los fantasmas» y 1es y de cada me d1an oche , de cada ma
nombre de Hoffmann, «el �
abrirlo Jamas Por fm
. Idº1c1on
. '
aumentaban y se extremaban por
la seria advertencia de no
,

los temores
a algunas yeces �or de 1 01'do que esperaba en cualquier mo
logré llegar a ellos Sucedi . mento el
vuelto del coleg10, ruid o de la llave y el golpe sordo con
la mañana, cuando ya había el que,
antes de que mi madre regres
ara de! centr� y fuera, e1 b . as ��,n de mi. padre caía en la basto-
s días �e 1ba nera. Un md1c10
mi padre de los negocios En tal� . .
. . de la posición privilegiada que
, tiempo. 1 os biene 1n tuales mantenían en casa era
a la biblioteca sin perder el mas m1mmo s esp
Era un extraño mueble; por su aspecto
no se que este ar�ario fuera el único entre todos que
.
veía que albergara libros Sus puertas, dentro quedara abierto. A los demás no había otro ac­
de los bastidores de roble, tenían unos cuarte­ ceso que la cestita de las llaves que acompañaba
rones que eran de cristal, es decir se componían en aquella época a cuafquier ama de casa por
cJe pequeños cristales emplomados, cada uno se­ todas las partes del hogar , la cual, no obstante,
parado de los otros por unos rieles de plomo. era echada de menos a cada paso . El ruido del
Los vidrios er.an de color rojo y verde y ama­ montón de llaves al revolverlas precedía cual­
rilJo, y totalmente opacos. De esta manera, el quier faena en la casa . Era el caos que se reve·
vidrio no tenía sentido en esta puerta, y como laba antes de que se nos presentase la imagen
si quisiera tomar venganza por el destino que del orden sagrado detrás de las puertas de los
le deparaba este uso impropio, brillaba con unos armarios abiertos de par en par como el fondo
reflejos enojosos que no invitaban a nadie a de un relicario del altar Tamb1en a mí me e)..-i­
acercarse. Pero, aunque me hubiese afectado en­ gía veneración e incluso sacnfic10 Despues de
tonces el ambiente malsano que rodeaba ese cada fiesta de N av1dad } de cumpleaños hab1a
mueble, no hubiese sido sino un estímulo más que decidir cuál de los regalos había que ofren­
para el golpe de mano que tenía proyectado a dar al <<nuevo armario» del que mi madre me
esta hora silenciosa, peligrosa y clara de la ma­ guardaba las llaves. Todo lo que se encerraba
_
ñana. Abría bruscamente la puerta, palpaba el permanecía nuevo por mas tiempo. l.º: en cam·
�olu�en que no había que buscar en la primera bio, no pensaba conservar lo �uevo, s1�0 reno­
fil smo detra,s, en la oscuridad, y hojeando fc­ var lo antiguo. Renovar lo .muguo mediante
su

me
br11men �e abría la página donde me había que· posesión era el objeto de la colecc1�n que se
dado ; sin moverme, comenzaba a recorrer las qu.e en­
amontonaba en los cajones . Cad.1 piedra
página delante de la puerta abierta, aprovech mar�posa
� an contraba, cada flor que cogfo y c.tda
do el tiempo hasta que vinieran mis pad capturada, todo lo que poseía c:a P•l �
a �� una
res. De
lo que leía no comprendía nada. s1gntficado
Sin embargo, colección única. «Ürdennn> hubiese
106 1 0/

cast11ñas con ptíns, les y dela nte de sus 'cves1 irnic11tt1s. IAl
destruir una obta llena de el�a<la
. tudº
mudern, cuct us y Hltu rn donde oc11paba11 su 110110 unulaba
papeles de estano , cubos de . , . e , el aparad
respc:11v1H nc nte , �1so p1actrco. on 1 az o11
pfcnnigs de cobre que cian, or se ascrne
ataudes, pal os ¡:iba e eso ª los mor1tes cubiertos de templos.
manguaJcs ' un te oro de pla tu. , ? _ _
esta rnnn er CJec� �m y Ademas, po<l1a , cxh1b1r unos tesoro
de t6tcm y escudos . D� � s uilcs como
infa ncia en los que a los ídolos les gusta rodearse. El <lla
se transformaban Jos b1enes de la
que antaño rn:\s oportuno para ello cm ctnrn<lo se daba al­
los anaqueles, cajas y cnjones. Lo
e guna fiesta. Ya a mediodía se abría la montaña
pasaba de uno casa de cumpo a formar part del
cuento -aquel últim o cuarto que está vedado dcj:índomC" ver el tesoro de plata de Ía casa en
sus galerías cubiertas dr un terciopelo parecido
a la ahijada de la Vi 1gen María *-, en una casH
de ciudad qued11 reducido al arma rio. El nu\s a musgo verde gris. De todo lo que allí yncía
sombrío entre los muebles de aquell a época fue no sólo se podía cli�poncr diei, sino veinte y
e] aparador. Lo que era un comedor y su miste­ lwsta treinta veces Y cuando veía estas largas,
rio sólo pnclíu apreciado quien lograba cxplicm­ l�l'guísimas fila& de cuchar-itas tic morn y posa­
se ]a despropo rción de la pue1 ta con el apa rador cubicrtos, cuchillos para pelar frutn y <lcshullu­
ancho y macizo cuyas cimas l legaban hasta el dorcs de ostras, se mc7.clahn el goce de ver tanta
teCho. Parecía tener unos derechos heredados nbundancia con el temor de que aquellns a quic·
sobre su espacio, lo mismo que sobre su tiempo, ncs se esperaba se parecieran los linos a los
en e l cual se erguía como testigo de una i den ti­ ollos como nuestros cubic1 tos.
dad que en épocas remotas podría haber unido
los bienes inmuebles con los muebles. La lim­
piadora, que despoblaba todo por doquier, no
podía con él. Sólo podía quitar y amontonar en
un cuarto de al Jado los enfriadores de plata,

las soperas, los jaironcs de Delft y may61icas,


las urnas de bronce y las copas de cristal que
estaban en Jos nichos y c.lebajo de las hornací·
nas, en sus terrazas y cstrndos, entre los pol'la·

* Alude 11 ':,ll"llfo 1ew�id:!


por Jr,s li(rrnanos Cdrnrn, ctryo
titulo en C!11J&11ul es
.-1..a l11¡a dr 111 Vi1gc1ii.; véim (11r11tos
completos de /tis l le1mrmr11 Grtmm 'l'rarhmi611 cl 11te IR cl1J
aletn'n por J tamii1'' 1'11y111oles I{ vlsi611 y pr6logo Jim J rl111 1 1
t, �·�cntl Hart:clona, EtUtoL11d l11bo1, J 'J57, pÁgs. ·¡ J J. (N.
109

rría a ella cuando trataba de cludºir a m1.


A1endigos y prostitutas re
mad
Sobre todo en los «recados» ' y con una por f'1a
.
·

y terquedad que a menudo desesperaban


madre. Y es q�e había adquirido la costu
de quedarme siempre rezagado. Era como si d
� ��
b

� �d
nin n m o quisiese hacer frente aunque fuer
a m1 propia madre. Lo que tenía que agradecer

a esta resistencia �oñadora durante los paseos
comunes por la cmdad se mostró más tarde
cuando su laberinto se franqueó al instinto se:
xual. Este, sin embargo, no buscaba el cuerpo
En mi infancia estuve aprisionado por
con los primeros tanteos, sino a Psyque, cuyas
el antiguo y el nuevo Oeste. Mi clan vivía por
alas relucían pútridas a la luz de una farola de
entonces en los dos barrios, con una actitud en
gas o reposaban, sin haberse desplegado, cual
la que se mezclaban la obstinación y el amor
propio que hacía de ambos un ghetto al que ninfa, debajo de la pelliza. Entonces me rega­
consideraba como su feudo. En este barrio de laba con una mirada que no parecía captar ni
propietarios quedé encerrado, sin saber nada de la tercera parte de lo que en realidad abarcaba.
los otros. Para los niños de mi edad, los pobres Pero ya en aquella época, cuando mi madre me
sólo existían como mendigos. Y supuso un gran regañaba por mi hosquedad y mi modo de andar
paso adelante en mis conocimientos cuando, por soñoliento, sentí la posibilidad confusa de li­
primera vez, la pobreza se me traslució por la brarme más tarde de su dominio, en unión de
ignominia de un trabajo mal pagado. Era una estas calles, en las que aparentemente no me
pequeña composición, la primera tal vez, que orientaba. En todo caso, no cabe duda de que
la sensación --engañosa, por desgracia- de
había redactado para mí. Tenía que ver con un
hombre que reparte hojas y con las humillacio­ abandonarla a ella, a su clase y a la mía, era la
nes que sufre por parte del público que no tie­ causa del impulso sin igual de dirigirme a una
.
ne interés prostituta en plena calle. Podían pasar horas
en las hojas. Así sucede que el pobre,
Y con esto concluía, se desembaraza con disimu hasta que llegué a ponerlo en práctica. El pavor
lo de todo el paquete. Ciertamente la manera que iba sintiendo era el mismo que me hubiese
1 producido un autómata al que una simple pre­
más ineficaz para aclarar la situaci6n , Pero en
tonces yo no alcanzaba a comprender ninguna gunta fuera suficiente para ponerlo en marcha.
otra for�a de subJevaci6n sino la del sahotaje, Y así eché mi voz por la hendidura. Luego me
Y ésta, sin duda, por propia experiencia. Rccu- zumbaban los oídos y no era capaz de recoger
110

la pal1brns que cayeron de lu bo:.1 pin t?rra-


� �: m i s m a
11allescher 'f'or
1eada. Me fu1 corriendo , Jaro repell I
noche, en otros muchas, c.I tcmerano mtcnto.
Y cunndo me detenfo, o veces nl umum."ccr, en
algun J rtal, los ]azos asffilticos de la en lle me
tenfnn enredado srn remedio y no fuc ro n prc­
o amente la manos más limpias l11s que me
liberaron.

Las tardes de invierno, mi mndrc me


lle, aba consigo , a veces cuando iha n 11.lccr
I.1
compra. Era un Bcrlin oscuro y dcsconncido el
que, a la luz del gas, se cxtend1;1 u mi alrededor.
Nos quedamos en la parte del antiguo Oeste,
cuyas calles eran 111;\s unifonncs y mndcstns que
nqudlas que se prefiriernn mús 1111de. 1os fri­
sos y los miradores que consti1uycn el .1 dorno
de estas casas de alquiler se cncontrnhnn en la
oscuridad Pero en las fachadas se veía una luz
que de manera peculiar llegab.1 husrn l,1s \'en·
t:rnas ¿Sena debido a los \•isillos de muselina,
a las coi-tinas amanll.1s o a 1.1 c.1mb.1 de un n lám­
p;u.1 colgada? El hecho es que cstn luz rc\'cfoh.t
p0co de Lis h.tbit.1cioncs ilumi1ucl;1s. Exisd.1 pi.'r
s1 misma. coloc.mdosc scductor.1, mnt¡Ul"' tími­
.

da, en l,\S vcn 1an.1s t\k .1 1r.1ín \' me hncí.t 1dlc­


xion.11 Cu.rnclo luq�n \nh•fa ;1
l�.1s.11 .1brfn mi
.1 lh11m de tntJl'l,ts post.1ll's \' nw h11sl'11h.1 d l In
llcsthL·r Tnt Sohn· un ÍlHldn dt' ll,¡lll uzul lls·
cu ro Sl' vd.1 L1 Pl.1�-.11 dt• In Hl'llt•,11limHC en un
a ·111 lcmtl', lOll lns c,\'.'.,\s que 111 e11111llll\lll : el
pr111K·r pl nno In ulllst1 t11um lns Hllt1d.1s \' en el
1 12


cielo se veía la luna llena. La luna y las vent El costurero
nas estaban, _in embargo
libres ce la capa su­
perior de la tarjeta. �e uesr...caban. descoloridas,
del cuadro' y tenía que co:ocar la tar,eta contra
la lámpara para sentirme tranquilizado y feliz
a la vista del res'.'"1:.ndor amarillo que de repente
su r�ía de las nubc:s nocturnas y de las ventanas.
fu
¿ a la amistaG que la luna y las casas habían
contraído? ¿Era la certidumbre de que nada
ocurría detrás de las ..·entanas ? No sé por qué
esta tarjeta me hacía dichoso. Nosotros ya no conocemos el huso que
.
picó a la Bella Durmiente haciendo que durmie­
ra cíen años. Pero, al igual que la madre de
Blancanieves, la reina, estaba sentada Junto a
la ventana cuando nevaba, nuestra madre es­
taba también sentada junto a la Yentana con su
costurero, y no cayeron tres gotas de sangre
porque llevaba dedal mientras traba1aba. En
cambio, la cabeza de éste era de un pálido color
rojo r le adornaban pequeñas concavidades,
huellas de antiguas puntadas S se le ponía con­
tra la luz, se encendía al final de la cueva os­
cura en la que nuestro dedo índice se oriemJbJ
tan bien. Pues nos gustaba apoderarnos de la
pequeña corona que en secreto podíamos ceñir.
Cuando yo la colocaba en el dedo, comprendía
el tratamiento que las criadas daban a mi ma­
dre Querían decir «señora», pero durante mu­
cho tiempo me parecía que, trocando In p;tbhm,
decían «sastra» *. No se hubier.1 podido encon-

• El juego de palabras en el texto original rons!�te en que


«gniidige Prau» (�eñora), ron la pronunciaci6n descuidada del
luhla roridiana, �e convierte en «na Frau». que, a su \'CZ, es
1 14
115

para mí, expresara


trar otro tratamiento que, me hubiese extrañado nada, si entre
los carretes
madre. Como
me·or la p erutud de poderes de hubiera habido uno que hablase, Odr
todos los auténocos uonos de soix:
ranos, ta�­ , . .
que conocena casi tremta años más tard
adek ) al
ta su pro?•? e * . El
b én d suyo, junto al costurero, te� poeta suele llamar (<cuitas del padre
de fami­
fuero. y en ocasiones ruve que su frirlo. In ovt � ! lia» a las que merodean elocuentes y enigmá
ti­
y con la respiraci6n contenida estuve alll . Mt cas por las escaleras y los rincones. Sin emba

madre acababa de descubrir que había algo que go, será el caso del cabeza de una de estas fa­
remendar de mi traje, antes de poder acompa­ milias dudosas en las que los papeles de los se­
ñarla a hacer una visita o ir de compras. En­ xos están inverúdos . En todo caso, ya entonces
tonces sujetaba con la mano la manga
de mi sentía al menos que los carretes de hilo y torzal
marinera, en la que ya había metido el brazo, me torturaban con tentaciones infames. Y es
para coser el cuello blanco y azul o para dar, que éstas tenían su sede en el hueco donde gira
con unas rápidas puntadas, los Jlttmos toques el eje, cuyas rápidas vueltas devanaban el hilo
a1 laro. Yo estaba a su lado y mordía e l elástico en el carrete Después, el agujero a ambos lados
de mi gorro que sabía a agrio. En tales momen­ desaparecía debaJO de la etiqueta que general­
tos, cuando los avíos de costura me dominaban mente era negra y llevaba impreso con letras
de la manera más dura, empezaba a sentir en doradas el nombre de la firma y el número.
mi interior la obstinación y la indignación. No Demasiado grande era la tentación como para
l
só o porque este cuidado por mi traje, que aún

* «El más extraño bastardo que b prehistora baya enp


llevaba en el cuerpo, sometía mi paciencia a
una prueba demasiado dura, sino porque, lo que drado en Kafka mediante la a.ilpa es Odradck», csmbe W.
se hacía conmigo no estaba en la más mínima Bcn¡amm en Angelus Novus [Barcelona] Edhasa 1971 P4i­
na 117. El autor se refiere al rdato de Kafka Las preocupa­
reación con el surtido multicolor de las sedas, ciones de un padre de famtha de la colecaón Uo Médico Ru­
las Hna agujas y las tijeras de diferentes tama­ ral, donde se Ice «A primera vista [Odradek) parece un ar
nete de hilo, chato, con forma de estrdla y es q e en rea­
ños q e estaban delantf rj, mí. Se me vino la lidad, parece estar cubierto de hil°' claro q e se uata sola­
d da de í esta caja ser 'a realmente para la mente de hilos entremezclados vteJOS anudados unos con
otros, pero hay también, cntreme7.Clados y anudados hos de
otr<>5 upos y colores Pero no es stmplemcntc un canetc uno
cost ra, una duda pareoaa a la que ahor me
a
que del centro de Ja estrella emerge perpendicular un peq ucno
palito, y a éste se le agrega otro de ángulo recto Con este
asalta a vcc en plena calle, cuando no sé dis­
desde lejos, último palito por un lado, y uno de los rayos de la estr&:
tinguir sí estoy viendo una confi­
tería o el escaparate de una peluque por el otro, el todo puede estarse d recho como sobre
ría Y no patas. ( ... ). [Oclraclck] «se alOJll, segun los casos en desvanes,
escalcrns, corredores, ve5tfbulos• Paro Bcniamin, ces la ) ' ':
que las cosas asumen en el olvido Se ckfomun secke
lonba
••

ld&ttico a «l ñ
a úa • (costurera, sastra). (N 1rrcconociblcs Tal es "la prcocup 6n dd padre quen
Jel TJ nadie ube qué es_. (N dtl T )
116
117
no 1_ punta del dedo contra dfcentro
tras el papel se abría a la aguja con un ligero
apretar u
�... d o intensa la saos acc1on
· · '

1_ e em3- d
,.ia
crujido, yo caía de vez en cuando en la tentn­
de l.a nque ....
ruando se romµ y yo palpaba el agu1ero
que
·

ci6n de enamorarme del enrejado del envés el


cual se volvía cada vez más enredado, en t�to
tubía debºo.
Adenús de las regiones superiores de
que la parte del haz iba aproximándome a la
·

la ca·a donde estaban colocados .os c-:rretes,


unos al lado de los otros' dond
e reluaan las meta.
librems negras con las agujas � donde estaban
las ti"eras metidas cada una en su funda de cue-
ro' n:lll
L .u- l3 d fondo oscuro. ei caos. donde pre-
domin:iban los ovillos abi.enos. trozos de elas- ·
ricos, corchetes y corchetas y
�dazos de seda.
Entre cantos restos tiab�a cambien botones, al­
gun os de una forma ta:. que jamas se vieron
� ningún vesridc Solo mas tarde encontraría
algunos que se les parecían. pero fueron las rue­
das del carro de Thor, el dios del trueno, como
las dibujó un insignificance maestro de escuela
a mediados de siglo en algún libro de texto.
Tanto tiempo debía transcurrir hasta que, a la
vista de un pálido dibujo, se conf:rmase mi sos­
pecha de que toda esa caja estaba predestinada
a otros menesteres que no a la costura.
La madre de Blancanieves cose y la nie­
ve va cayendo fuera. Cuanto más silencio se
hace tanto más gana en presci.gio la más silen­
ciosa de las labores caseras. Cuanto más tem­
prano oscurecía más a menudo pedíamos las ti­
jeras. Pasábamos horas siguiendo la aguja de la
rua1 colgaba perezoso un hilo gordo de lana. Sin
decirlo, cada uno se ponía a coser y embastar

as, bordan­
platos de cartón, limpiaplumas, fund
do flores de 3fllerdo con los dibujos.
Y mien-
119

sospeehosas. Ba-
es ventanas las que me parecían
Accidente� y crímen
rrotes de h.terro 1 as protegían . y aun
que h dis-
tancia <l; unos a ot os fucra tan peq
� ueña que,
en �tngun ca o. nadie hubiese podido pasa
� r por
entre ellos, siempre estaba pendiente, sin
mos­

tra �lo, e los malhechores y criminales que en
el tnt�nor estaban presos, como yo mismo me
sugeria. En aquel entonces no sabía que eran so­
lamente coches que transportaban expedientes,
aunque por eso los comprendía mejor aún co­
La ciucl.1d me los prometía cada maiia­ mo depósitos sofocantes de la desgracia. De
n.1 de nuevo y por 1.1 noche quedaba dl.'biénclo­ cuando en cuando me entretenía también el Ca­
rnelos. Cu.me.lo ocurrían, <lesapan.:cta n lnn pron­ nal en el que ]as aguas fluían oscuras y lentas,
to como yo llegab,1 al lugar de los sucesos, .d como si se tratasen de tú a tú con toda la triste­
igual que los dioses que sólo dispone n ele llll za del mundo. Inútilmente cad,1 uno de los mu­
instante parn los mortales Unct vitnna robc1da, chos puentes estaba desposado con la muerte
unn casa de la que hab1an sacado un muc1 to, el por el aro de un sah a\ idas. Siempre que los
Jugar de la vía donde cayera un cab,1110, me pasaba los encentre 'irgenes, y al fin, aprendí
plantaba allí para saciarme de la fugaz esencia a contentarme con las t,1bbs que muestran los
que los sucesos dejaron, pero en el mismo ins­ esfuerzos para reamnur a los ahog.1dos. No obs­
tante se fue esfumándose, dispersada y llev.1&1 tante, tales luch,1s me result.1ron t.m indiferen­
por la multitud de curiosos que acabaron de tes como los guerreros del \1useo de Pergamon.
disgregarse. ¿Quién podí,t compcur con los De esta manera la desg1"1c1.1 rond.1ba por do­
bomberos que, a galope, eran llevcldos a mc.:en­ quier; la ciud.1d \ �o la hub1esemos acogido
dios desconocidos, quién podía mirnr a tr.1vcs dulcemente, pero no se dej.1ba \'t'r p)f ninguna
de los cristales opacos al interior de una ambu­ parte. Si al menos hubiese podido min1r n cr.1-
lancia donde al lado de la camilla estnrfa st'n vés de h1s contrnvenrnnns firmt•mt•nte ct•rmdas
tado un acompañante? En estos coches se des del Ilospital de S.m ta ls.1hel. f\k h.1bf,1 dado
cuento, cuando pasnbn por l11 rnlle dl' l
ützow,
lizah.t por las calles la desgracia tempestuosa
en pleno
cuyo rastro no logiaba alcanzar. JIabín vehícu que algunas vcn(;1ni1s t'st.1b.111 n·m1d.1s
que en
los aún más extruños que guardaban su sccrcto <lía. A mi preg unhl , st' me h,1hí.1 dicho
C?º la mism a tenacidad que los cnrtos de los .1qucllas h11bir .1ciones t'st,1b.m }(lS «en �
f rmos de
grR\'t�d.1d». Dt·sdt• t'llllllll't's. siempre miraba
ha-
guanos. Y en esos otros también fueron l.1s
120 12 1

s cuando oyeran gún caso demasiado amenazador. Más


cia ellas. Puede que los juá. temible
hablar del Angel de la Muer

.e que con su edo es el silencio cuando se calla. En la casa
no h
señalaba la:> casa!) de los egipc
ios cuyos pnmo­
n estas casas
teléfono. La vida de mi padre pende de un
Tal Yez no lo sabe , y al levantarse del S
hil�
génitO!> debían morir, se figurase ect"eter
tanas que que n: siquiera tuvo tiempo de abandonar pa
con el mismo horror que yo las ven r�
permanecían cerradas. Pero ¿en realidad
el An­ echar al señor que se había colado y e había
etido? instalado, éste se le adelantará, echará la lla\e
gel de la Muerte llevaba a cabo su com
ían un y se quedará con ella. A mi padre se le corta la
·O tal vez las contraventanas se abrir
� uen día y el enfermo ae gravedad conv alecie n­ retirada, y con mi mad:e, el otro no tiene pro­
te se asomaría por la ventana ? ¿Acaso no hu­ blemas. Lo terrible es que le haga caso omiso
biera gustado ayudar a la Muerte, al fuego o como si ella cooperara con él. el asesino v chan­
simplemente al granizo que golpeaba los cris­ tajista. Pero como esta tribulación de fas más
tales de mi ,·emana, sm romperlos jamás? tenebrosas también pasó sm darme la solución
Y resulta asombroso que, cuando, por del enigma, siempre he comprendido a aquellos
fin, se presentaron la desgracia y el crimen, la que corren para acogerse al primer a\1isador de
experiencia aniquiló todo lo que lleva consigo, incendios que encuentran Estos están en :as
incluso el umbral entre la �fuerte y la Realidad. calles como altares, ante los cuales 't hacen \O­
Por ello no recuerdo si procede de un sueño o tos a la Diosa de la Desgrac.a. �:t. .maginaba
si tan sólo se repetía con frecuencia en el mis­ que para uno de esos valientes, más excitante
mo. En todo caso, estaba presente en el momen­ que la llegada del coche de bomberos debía de
to de tocar la «cadena ». «�o olvides poner la ser el momento en el que siendo el único tran­
cad�a», me decían, cuando se me permitía seúnte, oyera tocar, at..n lejos, la alarma. Era
abnr la puerta. El miedo al pie que se coloca como si este lugar tu\·iera que realizar todavía
en la puerta me ha acompañado toda mi infan­ un largo trabajo antes de que pudiera parar el
�ª: Y en medio de los temores se expande, in­ coche. No obstante, en estos momentos �e di ·

fm1t? c mo un tormento infernal, el horr


? or que frutaba de la me1or parte de la catástrofe, ya
semi s olo porque la cadena evidentemente no que en el supuesto de que se llegara n tiempo
la
estaba puesta. En el gabinete de
trabajo de mi a una de ellas no se ve1.1 nada. Era como ,¡
rara�
padre hay un señor. No viste
mal y no parece ciudad cuidara celosamente de aquella�
de un
notar en abs luto la presencia
? de mi madre; llamas nutriéndol.1s en l.1s profundidades
do
habla como s1 no existiera. Mi
presencia en el patio � en el entmmndo del tejado, envidian
::n° de al lado le importa menos
aún. El tono a todo el mundo ln vista de las a\·c
candentes
aunque los
el que habla resulta tal
vez cortés y en nin- y magnífic,1s que venfo criando. Y
122
11 11 11 11
bomberos salieran de cuando en cuando del in­
terior, no parecían ser merecedo.es del espec­ Logias
táculo que debía de llenarles So!o los mirones
estaban atentos a todo. Si luego se presentaba
una segunda brigada de bomberos, con mangue­
ras, escaleras y coche cisterna, parecía caer en
la misma ruúna, tras las primeras maniobras
apresuradas, y los refuerzos, con casco, parecían
ser más los guardianes de un fuego invisible que

sus enemigos. Por lo general, no llegaban más

coches; al contrario, de repente se notaba que


Al i al que la madre coloca a su pech
incluso los polióas se habían ido uno tras otro . , nac� o
al rec1e
y que el fuego estaba apagado. No había quien r: !do sin despertarlo, así trata la vida
quisiese confirmar que había sido intencionado. por algun tiempo los tiernos recuerdos de la
� . .
anc1a Nada fortalecía más los míos que la
.
Vlsta de los patios, una de cuyas logias, sombrea­
da en ver�o por las marquesinas, fue mi cuna,
donde la ciudad puso al nuevo ciudadano. Pue­

de q�e las cari tides que soportaban las logias
? el piso de arnba abandonaran su sitio por un
instante para cantar junto a esta cuna una nana
que no contenía casi nada de lo que me espe­
raba más tarde; en cambio incluía el vaticinio
por el que el aire de los patios habría de tener
siempre un efecto embriagador sobre mí. Creo
que algo del elemento adicional de e�te aire en­
volvía aún los viñedos de Capri, donde tenía
abrazada a la amada; y es este mismo aire en
el que aparecen las imágenes y alegorías que do­
minan mis pensamientos, como las cariátides de
las logias reinan sobre los patios del Oeste de
Berlín. El compás del ferrocarril metropolitano
y el sacudir de las alfombras me arrullaban. Era
el cobijo donde se formaban mis sueños. Pri-
125
124
rro de agua que se llevaba los restos de h
claban tal eno y
mero los informes, en los que se mez
m-
avena. Estas paradas, cuya tranquili'dad .
luego se
vez el fluir de Jas a� as \" el olor a leche; ,
terrump1a raras veces por la llegada 0 salid
a de
los largos y enredaaos sueños de via1es ' de la lo� coc� es, eran para mí provincias ale'ada
s de
lluvia, y, finalmente, sueños mas concretos del m1 patio .
l

próximo juego de las camcas en el Zoológico o � e podía inferir muchas cosas de las
lo-
de la excursión del domingo. La primavera ha­ .
gias: el inten to de entregarse al ocio del atar­
cía nacer aquí los primeros brotes delante de la decer, el deseo de anticipar la vida fam ilia
fachada posterior gris, y cuando, avanzando el
el campo, el afán de aprovechar el dom �C:
ig
año, un cecho de hojas cubierto de polvo rozaba
mil veces al día el muro de la casa, el roce me
Pero, a fin de cuentas, todo era en vano.
situación de estas piezas cuadradas, una encima
L�
daba unas lecciones a las que aún no era capaz
de la otra, enseñaba mejor que nada cuántos
de seguir. Todo el patio me servía de aviso
negocios fatigosos iba transmitiendo un día al
Cuántos mensajes no había en el alboroto de
siguiente. Cuerdas para tender la ropa corrían
las persianas verdes que se levantaban, y cuán­
de una pared a la otra; la palmera se veía tanto
tas malas noticias dejaba yo discretamente sin
más desamparada por cuanto su patria ya no
abrir en el escándalo de las cortinas corredizas
era el Continente Negro, sino el salón vecino.
que caían estrepitosamente al anochecer.
Lo que más hondamente me afectaba Así lo quería la ley del lugar, al que en otros
era el lugar del patio donde se encontraba el tiempos envolvieran las ilusiones de sus habi­
� bol. Habían dejado abierta una parte del pa­ tantes. Pero antes de que cayera en el olvido,
vunento, en el que estaba hincado un ancho aro el arte había intentado transfigurarlo a veces,
de hierro. Le atravesaban unas barras, de tal fuera porque una lámpara, un objeto o porque
un jarrón chino se introdujera secretamente en
I?odo que formaban una reja por encima <le la
tterra dc;s uda. Me parecía que no la tenían cer­ su ambiente . Y, a pesar de que las antiguallas
. ? fueron
raras veces enaJ tecían el lugar, las logias
un ca·
cada inuulmente; Y a veces reflexionaba sobre
adquiriendo en el transcurso del tiempo
a m:riu­
lo que pa aba en aquel hoyo del que salía el

tronco. Mas tarde amplié mis indagaciones has­ rácter arcaico. El rojo pompeyano que
ancha anta
ta la pa ada de los coches de punto. Los árbo do recorría las paredes en forma de
� les que se es­
! ?
8 lf ha 1a echado sus raíces de man
? era pare ­
era el fondo adecuado de las horas
po enve ec! �
cida, s1 bien estaban cercados tancaban en esa soledad. El tiem
además por una abrían hac:a
estacada. y los cocheros colgaban de en esas sombrfas piezas que se
1 as estacas era la manana
sus1 pelerm . tras llena
· as mien ban para el caballo patio. Y por eso, la mañana ya en
la encontraba
el al:>rccvadero colocado en la acer hacía mucho tiempo, cuando
a con el cho-
126 127

nueStra login • J'nr dn sc::r. ell


n m:is
. .1 mism:1 much límit••....,<> , 1�
<le los berlineses tenfan sus
:>t � � lí1
lln
IO. L0 mismo
1C1·! 1n
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que en cualquier tHro !il!
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1 . Je Ja c1uc
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{tos mismo, nace en ellas. Ali'


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t �s
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. . pm
1 per-
con las otras parte!' del ,
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( manece f.iel a �1 mismo y nadn díme
e:-per.111do a m t . l�s­
ro prevalece
a su lado. Ba10 sus auspicios
rarlas·' siempre me esiab.m se encuentran y
,
, en el
, P1s.1das de nod,1, se reun
se co]O·
lugar y el licm¡>o Aml>os
t:abnn alH hac10 ya tiempo
.

: � d.1r can aqw a sus ,pies. El niño, en


·

fm consegu1a
por decirlo asÍ1 cuando por . camhio, que..
aman - o fuc parucipe, se encuentra en
con ellas. . su logia
tard e descubrí de nue\ o los pat 1os abrazado por ese grupo como <lentro de
Más un mau�
.1b.1 desde soleo que hace tiempo le está destin
desde d rerr.pl�n. Y cuando los m11" ado.
Jo alto del tren, lns rnr<les sofocantes
de v�rano,
ellos Y
parecfo que éste se habia encerrado en
que
había abandonndo el pa1sn1e. Los gera111os
i�udi ne­
se asomaban con sus rojas flores en las
ras le correspondían menos que los colchones
rojos que !iC hnbían colg.1do por la mañ.1 na so­
bre los antepechos para airearlos. En las noclR·s
que seguían a esas tardes, se nos veía reunidos
a veces en la logia a mí y a mis compañcws.
Nuestros asiencos eran muebles de jardín de
hierro que parecían trenzados o cubiertos ele
junco. Y sobre los libros de bolsillo cafa la luz
de gas que salía de un globo <le llamas rojas y
azules y en el cual zumbaba e] mechero incan­
descente: un círculo de lectura. El último suspi­
ro de Romeo vagaba por nuestro patio en husca
del eco que le tenía reservado la cripta de Ju­
lieta.
Desde mi infancia las logias habían cam
biado menos que otras estancias. Pero no sólo
por esto me siento todavía allegado a ellas, sino
por el consuelo que emana de su condici6n de
inhabitable::; para quien apenas llega a estable
ccrse fijo en alguna parte. En ellas, las moradas
129

lo prometido por todas partes, me invadió la


Pfaueninsel y Glienicke
tristeza, mas no el rencor contra los animales
que se paseaban con su plumaje indemne de­
lante de las pajareras. Los hallazgos son para
los niños lo que las victorias para los adultos.
Había buscado algo que me hubiera entregado
y franqueado toda la isla exclusivamente para
mí. Con una sola pluma hubiese tomado pose­
sión de ella ; y no sólo de la isla, sino de Ja tar­
de, del viaje en el transbordador desde Sakrow:
El verano me acercaba a los Hohemml­ todo ello, con la pluma, hubiese sido mío ex­
lern. En Pocsdam fueron el Palacio Nuevo o clusiva e incontestablemente. La isla se perdió
Sanssouci, el parque y Charlottenhof; en Ba­ y con ella incluso la patria: la Tierra de los Pa­
belsberg el palacio con sus jardines, guc eran vos Reales. Sólo entonces, antes de regresar a
vecinos de nuestras residencias veraniegas. La casa, leí en las ventanas relucientes del patio del
proximidad de estas creaciones dinásticas jamás Palacio las imágenes que el brillo del sol colo­
me estorbó en mi's juegos, ya gue me adueñaba caba en las mismas: que hoy no debía penecrar
de los lugares que estaban a la sombra de las en el interior. Sin embargo, lo mismo que en­
edificaciones regias. Se pudiera haber escrito tonces mi dolor no hubiese sido tan inconsola­
los anales de mi reinado, que duraba desde mi ble si no hubiese perdido con Ja pluma que se
investidura, recibida de un día de verano hasta me escapó una propiedad solariega, la dicha de

la restitución de mi reino al otoño. Mi e isten­ haber aprendido en un día a montar en bicicle­
cia se agoraba por completo en las luchas por mi ta no hubiese sido tan grande si con ello no h� ­
territorio. El misterio que encerraba no era el biese conquistado nuevos territorios. Ocurrió
que te ní� que �er con un antiemperador, sino en una de las pistas cubiertas y asfaltadas, don­
con la Tierra misma y con los espíritus que con­ de, en el apogeo de la moda del ciclismo, se
vocaba contra mí. Fue una tarde en enseñaba este arte que ahora los niños apren­
la Isla de
los Pavos Reales cuando sufrí una grav den unos de otros La pista se encontraoa en el
C; derrota
en una de es s luchas.
� campo cerca de GJienicke; ofrecía el mismo as­
Me habían dicho que bus­
case en el ccsped plumas de pecto que los gimnasios de Znnder *. Evide . nte-
pavo real Por tra­
tarse del lugar donde JYJdía haJlar
tan fascinantc
J.utica an los que se
trofeo, la isla me par<·da más . rn, e9-
seductora que apll
n
* . 1
ee g1mnns1u te �
....
er (N tltl T)
Jnstrtutos
nunca. Pero, después de haber bus f' z. d

cado en vano han los m�todos del m&iico sueco Gusta


130 131

a en l� que el de­ ñón libre y el camino era llano T


mente pertenecía a una époc . . . em a la sensa-
realidades c1o, n de qu: nunca jamás la había
,

aire libre no eran tod avt a


porte y el montado U
na
o. Las diferenre.s voluntad a1ena empezó a manifestar
inseparables en modo al� , . se en e·1 vo-
no se habian um­ 1ante. eualquier bache iba a hacenne
maneras de entrenamiento aun perder e1
ún y corriente. equilibno . Hace tiempo que había olv
ficado en un adiestramiento com . idado
samente de caer , y ahora sucedía que la fuerza .
Al contrario cada una trataba celo ., h de gravtt a-
� iante c1on �c1a valer sus derechos' a los que
e slándose de las demás med
,

i
distnru s
ir había
insra: iones propias e indumentana extr
l c

ava­
aquellos
renunaado durante años. Tras una peq
b.d
uen -a su-
1 a, el c�no bajaba de repente; la elevación
gante. Era, además, característico e
.

_ es mar­ que me hizo descender del altillo se deshizo en


tiempos pioneros el que las excentnc1dad
en el una nube de polvo y de guijarros. Al pasar a
casen la pauta en el deporte, y más aún
toda prisa, las ramas me rozaban la cara, y cuan­
que se practicaba aquí. Por eso se veía, a veces,
do estuve a punto de perder toda esperanza en
junto a bicicletas de caballeros, señoras y niños,
poder parar, me sonrió la suave subida de una
unos artilugios cuyas ruedas delanteras eran
cuatro o cinco veces más grandes que las tra­ entrada. El corazón me palpitaba, pero con todo
seras, y las sillas en todo lo alto eran como el empuje que me había dado la cuesta que aca­
asientos de acróbatas que ensayaban su núme­ baba de dejar atrás, me metí, subido en la bi­
ro. Las piscinas públicas disponen a menudo
cicleta, en la sombra de la pista. Cuando eché
de secciones separadas unas de otras para nada­ pie a tierra estaba seguro de que en este verano
dores y para los que no saben nadar; en este Kohlhasenbrück con su estación, el lago de
sentido había también una diferenciación que Griebnitz con sus pabellones abovedados que,
separaba a los que tenían que practicar sobre el bajando, conducían a los embarcaderos, el pa­
asfalto de los que podían salirse de la pista y lacio de Babelsberg con sus graves almenas y las
pedalear por el jardín. Pasó algún tiempo hast� cabañas ahumadas de Glienicke me habían caí­
do en suerte con la misma facilidad que duca­
dos y reinos caen por enlaces matrimoniales en
que fui promovido a este segundo grupo. Un
verano me dejaron salir. Estuve aturdido. Era
un camino cubiert� de grava; los guijarros re­ los bienes alodiales del emperador.
.
chinaban, y por primera vez, nada me protegía
del sol que me cegaba. El asfalto había estado a
la sombra y no tuvo el camino marcado y fue
cómodo. Aquí, en cambio, los peligros acecha­
ban en cada curva. La bicicleta rodaba de un
modo espontáneo, a pesar de que no tenía el pi-
133

to, el borde del lavabo estaba plisado com


La luna . o una
golill a . Gruesas Jarras reposaban en el centr
. o
entre ambªs JOfarnas, de la misma porcelana
.
con el mtsmo ornamento floral. Tintineaban
;
?
cuan o me levantaba de la cama, y este tintineo
connnuaba sobre el tablero de mármol del to­
cador alcanzando platillos, tarros, vasos y garra­
.
f�s. Srn embargo, por muy alegre que me vol­
viese al escuchar en el ambiente nocturno una
señal de vida, aunque no fuera más que el eco
de la mía, no era sino una señal poco segura
La luz que fluye de la luna no va diri­
que, cual falso amigo, acechaba para engañarme
gida al escenario de nuestra existencia diurna.
en el momento que menos lo esperaba. Ocurría
El espacio que ilumina de una manera incierta
cuando alzaba con la mano la garrafa para lle­
parece ser el de una antitierra o de una tierra
nar el vaso de agua. El glogló del agua, el ruido
vecina. Ya no es aquella a la que la luna sigue
como su satélite sino la que ella misma trans­
que hacía al dejar primero la garrafa y luego el
formó en satélite de la luna. Su ancho seno, vaso, todo llegaba a mi oído en forma de eco .

cuyo hálito fue el tiempo, ya no se mueve, por Pues el pasado parecía tener ya ocupados todos
fin, la creación ha retornado a su origen y puede los rincones de aquella tierra satelne en la que
cubrirse de nuevo con el velo de viuda que el me encontraba desplazado As1, cada sonido v
día le había arrancado. Me lo dio a entender el cada momento venía a mi encuentro como su
pálido rayo que penetró por la persiana de mi propia sombra . Y despues de sufrirlo durante
un rato, me acercaba a mi cama llt�no del temo
r
cuarto. Mi sueño resultó intranquilo. La luna
en la
lo cortaba con su ir y venir. Cuando estaba en de encontrarme a mí mismo esnrado

mi h bitación yo quedaba desalojado, pues no misma.
parec ia querer albergar a nadie sino a ella. El miedo sólo se me pas.1ba del todo
mi espal­
Lo primero sobre lo que recayó mi mi� cuando volvía a sentir el cokhon con
luna a\·an­
da. Luego me dormía. Lt lu1 de la
rada fue en las dos jofainas de color crema del
lavabo. Durante el día jamás se me ocurrió re­ zaba lentamente pura salir de mi
cuarto. a"'f
do volvia a
parar. en ellas. En cambio, a la luz de la luna menudo, ya estaba a oscurns. cu,rn
tercera Ve2i·
me d 1s� staba la franja azul que trazaba la par­ despertarme una segunda o una
tenía que cob�ar
�� superior del lavabo. Aparentaba como un te­ Era primero la mano b que
borde de la trm-
Jido que se entrelazaba en un ribe ánimo para asomnr!>e por d
te. y' en efcc-
134 135

chera del sueño, en Ja


que hab:a encontrado �
zó al planeta. l parapeto del balcón de hierr
o
de las ensoñaciones
1. al igual que donde nos hab1amos sentado todos, encima de
proteción c
alcanz�do por la calle, se hizo ped�os y los cuerpos que lo ha­
de-pu é:> de un combate uno es
wa espe­
,
b1an poblado se desintegraron rápidamente por
unn i?ranad a no estallada . la mano seg
a un sueño retr·1- todas partes Todo lo absorbió el embudo que
ra �
nd �ucumbir en el camino
la luna formó con su llegada �o había esperan­
eante le alentase a
sado. Luego que la luz flam
za de que nada lo atraYesara sm ser transfor­
, a
ella v mí mismo' se vio que nada subs1s na del
. Puede mado. Sentí cómo reconocía < s1 ..hora existe el
mundo, sino una única y tenaz pregunta
que e.ta pregunta esrunese en los pliegues de
dolor, no ha; Dios», y recogí, al mismo tiempo.
lo que quería salvar. Lo metí tqdo en un verso
la cortin a que colgaba delante de mi puerta p�­
Era mi despedida. «¡Oh, estrella y flor. esp:..r.:.r. u
ra aparrar los ruidos. Puede que no fuera smo
y forma, amor, sufrimiento y tiempo y eterni­
un residuo de muchas noches pasadas. Y puede
dad!». Sin embargo, ya estaba despierto, cuando
ser, por fin, que fuera la otra cara de lo extraño ..
que la luna me infundía. Era la siguiente · ¿por traté de entregarme a estas palabras Y sólo en­
qué había algo en el mundo, por qué existía e] tonces, el espanto, con el que la luna acababa
mundo? Con asombro me dí cuenta que nada de cubrirme, parecía amdar en mí para siempre
en él me podía obligar a pensar en el mundo. \' sin esperanza Pues a diferencia de otros, este

Su no existencia no se me hubiera ofrecido más despertar no fijó su meta al sueño. smo que me
dudosa que su existencia, que parecía guiñar descubrió que la hab1a fallado \ que el gobierno
un
a la no existencia. La luna tenía juego fácil de la luna, que había e..xpenmemado siendo
con este existir. niño, fracasó hasta otro evo
Mi infancia casi había quedado atrás
cuando parecía resuelta a reivindicar el derecho
sobre la tierra y su semblante diurno que antes
s6lo había reclamado durante la n � e. En lo

alto del hor zonte, grande, pero pálida, así es­
tuvo en el oelo de un sueño encima de las ca­
lles de Berlín. Aún era de día. Los míos me ro·
dca�o�, un poco rígidos, como en una dague­
rrotipia. S61o faltaba mi hermana. ¿Dónde está
ª
Dora ? ' oía decir mi madre. La luna llena que

hab a estado en �I cielo, de repente habí
a ido
aeaendo. Aproxunándose más y más
despcda-
11 11 11 11 11 137

Cuando a mi bodega quiero


bado bajar
El hombrecillo joro y un poco de mi vino sacar,
un enano gzbado voy hallando
que la jarra me está quitando.

Conocía a esa pandilla que se empe


ñaba
en hacer daño y travesuras ; no tenía nada de
extraño que se sin ..iera en el sótano como en su
casa. Eran «gentuza». Pensándolo, recordaba
enseguida los dos compinches del cuento que al
anochecer topan con el gallo y la gallina; me
Cuando era pequeño me gustaba mirar refiero al alfiler y a la aguja de coser, que gri­
durante los paseos por aquellas rejas horizon­ tan que «pronto estaría oscuro como boca de
}
tales que permitían colocarse de ante de u� s­ � lobo» * . Lo que hicieron luego con el posadero
caparate incluso cuando se abna el escot1llon
que los acogió les parecería una broma tan sólo.
que servía para proporcionar un poco de luz y
A mí me producía horror. El jorobado era de
la misma casta. Sólo ahora sé cuál era su nom­
aire a los tragaluces que se encontraban en las
profundidades. Los tragaluces no daban afuera,
sino, antes bien, a lo subterráneo. De ahí la cu­
bre. Mi madre me lo reveló sin saberlo. «�l
riosidad por mirar por entre los barrotes de cada Torpe» t e envía saludos, decía cuando habta
roto algo o me había caído. Y ahora co�pr�ndo
reja que iba pisando, para quedarme con Ja vis­
de qué hablaba. Hablaba del ho�brecillo Joro­
ta de un canario, de una lámpara o de uno de
bado que me había mirado. .A quten este om- �
' ru en s1' mtsmo
los moradores. No siempre era posible. Si de ·

brecillo mira ' no pone atenc1on,


ni tampoco en el hombrea·11o. Se encuentra so-
día lo intentaba en vano podía ocurrir lo con­
trario por las noche5 � era preso por miradas
que me apuntaban Gnomos con caperuza las bresaltado ante un montón de pedazos:
s
lanzaban. Pero apenas me había asustado hast
a Cuando a la cocina quiero ir
los tuétanos, cuando ya desaparecían
. Para mí y mi sopita hacer hervir,
no había ninguna diferencia estr
icta entre el un enano gibado voy hallando
mundo que animaba esas ventan
as durante el que mi marmita está cascando.
día y el otro que por las noches
me asaltaba en
1o dd cuento que en
mis sueños. Por eso supe ensegu Ja trsduc·
ida a qué ate­ *
Lumpengesindel es el thu
ci6n española � lla ma Gentuza Sus rott as¡;
ist as son el gallo
de coser. V
na así como el alf11er Y 8
nerme cuando encontré en mi Lib
de Georg Scherer, el pasaje
ro para ninos,
y a
Ja glli
cunda, p4t;s
�547 �
que decía; Cuentos co�pleto
r s, cdici6n
·
13 8 139

cilio tiene también imágenes de m'


r, donde aparecie­ l. Me vio
.
en
Ve,·aba 135 de perde e1 escondr.IJO, .
n. hasta que, pasand� el
· del ante de la piscina de 1a
ra. Las cosas st: suscra1a .
e� 1a manana de invierno, en el teléfono
nutria
biera c�merudo en JUr­
-
.

del pa�
tiempo, e:� jJc. 1 se hu
sas, en
s1llo, en el Brauhausberg con las maripo
cuarnto � el banco en
dincillo, mi cuarro en un
y parecia que les cre­ e1 patmad�ro,. con las charangas, delante
del
un banquillo �e encogian
.

orporaba por largo costurero, mclinado sobre mi ca¡ón, en el Blu­


cía una joroba que las inc mesh f y cuando estaba enfermo en la cama en
cillo. El hombre­
tiempo al mundo del hombre �
Ghe�icke y en la estación del ferrocarril. 1Ha
as partes . Atento,
cillo se me adelantaba a rod termmado su labor. Sin embargo, su voz, que
no me hacía
me atajaba el paso Por lo demás,
� recaudar recuerda el zumbar de la mecha del gas. me si
nada, este gen10 protector gris, s no
del ol­ gue murmurando más allá del fm del siglo las
de cualquier cosa que tocaba el tnburo
palabras: «Hijo mío, te lo ruego, reza también
vido:
por el hombrecillo».

Cuando a mi cuartito quiero ir,


y mi papillita quiero moflir,
un enano gibado voy hallando
que el plato está limpiando.

Así encontré al hombrecillo muchas ve­


ces. Sin embargo, jamás lo vi. En cambio él me
veía, y tanto más claro cuanto menos veía yo de
mí mismo. Pienso que eso de «toda la vida»
que dicen pasa ante los ojos del moribundo se
compone de las imágenes que el hombrecillo
tiene de todos nosotros . Pasan corriendo como
esas hojas de los libritos de encuadernación
prieta que fueron los precursores de nuestros
cinematógrafos . Con una ligera presión, el pul­
gar pasaba por el canto; entonces aparecían por
segundos unas imágenes que apenas se diferen­
ciaban las unas de las otras. En su fugaz decurso
se podía reconocer al boxeador en su faena y
al nadador luchando con las olas. El hombre
Epilogo

Walter Ben¡amm nacz6 en Berlín y vivi6


allí harta ru emivacrón Largos viajes y prolon.
gados períodos de au;;;encia en París, en Capri,
en /ar; tSlas Baleares no hzcu:ron que la ciudad
le /Jerdzera. Nadie me¡or que él conocía a fondo
sus barrios; los nombres de sur lugares y calles
le eran tan Jamzlwrer como los del Cénesis. 1/ijo
de una antigua familia ¡udía de Berlín -y de
un anticuario , aún la falta de lradici6n de la
r.tipital de la Alemania moderna le parecía des·
de r;iempre abonada por tradición: lo más re­
ciente como parangón de lo más antiguo.
J nfancia en Berlín fue escrita a princi­
pioe; de los a1 ios treinta. l'crlenccc al ámbito de
at¡u('l/a protnhi.rtoria de «lo moderno», a la que
!3c11¡rimm Je dedicó a/a11orame11tc durante los
11/t 1 mor r¡umce aiínr de rn tJirla, y c011Jltlt1)'C el
rrmlrapl'w de lor i11p,t•11/cr 111r1tcria/er ((llC ret111fa
de
/JrlrrJ !ti ohra prn)'f'rtada \Ohre lor l'arajcr
f'r1rí1· Lm mr¡uc11por hirt6ricm t¡ue quiso dc•s
cmo!!t1r c11 la 11111111r1, dl'wle w origen
pragmá
tuo 1onal y /J/01ó/ir.01 cle1tel!tlría11 en <:/ libro
,
whn· Hrrlm, t111te lo c1/"mtáneo del recuerdo
142 143

le que,
r por lo irrecuperab
co11 la fuer"•a del dolo
Las ruinas de Berlín responden a las zner
.
·

vaczo-
·

, de1 propw
·

en la alego rra nes que z�fluyen sobre la ciudad hacia 190 0.


una vez perdido, cuaja Szn embargo, el ambiente mortífero
ocaso. es
trae a una extra- el del cuento, lo mismo que Rumpelstilzchen,
Pues las imágenes que ,
idílicas ni contempla­ a
que se rie a socapa, pertenece al cuento y no
ña proximidad no son ni ¡
ta la sombra del mito. . Ineluso en. las miniaturas delicadas y SI·-
tivas. Sobre ellas se proyec . .
enlazan el ho­ nzestras, Ben¡amm seguía siendo el custodio de
Reich de Hitler. Como en sueños
i o con el pasado. Con pánico te­ la Filosofía, el príncipe de los duendes Como
rror del msm
sí misn�o un consuelo, el estallido de la desesperact6n
rror, el ingenio burgués se descubre a
propro descubre el país de las hadas, del cual se habla
-como ilusión- en el «aura» de su
­ en una poesía apócrifa y atribuida a Holderlin.
pasado biográfico, que se desmorona. Es signi
cado Suena como el escrito de Ben;amin, y él le tom6
ficativo que Benjamín no llegara a ver publi
el libro en su conjunto, que por los apuros eco­ cariño:
nómicos sufridos durante los primeros anos de
la emigración tuviera que ceder muchos de los Con rosas envuelven
capítulos a periódicos, principalmente al Fran k­ la vida de los mortales
furter Zeitung y al Vossische Zeitung, para que las hadas generosas;
fueran publicados por $_eparado y, a menudo, se mueven y obran
bajo seudónimo. en miles de formas>
No llegó a fijar el orden; éste varía se­ ya feas> ya bellas.
gún los diferentes manuscritos. No obstante, Allí donde mandan
«El hombrecillo ¡orobado» debe estar al final. todo es risa, con flores
Si la /igura de é.. te recoge lo que se perdió para y verdor de esmaltes.
si�mpre, Iª del narrador se parece a Rumpel­ Su aula de topacios
stzlz.chen , que r6lo puede vivir mientras nadie soberbios adornos
sepa cómo se llama y es él mismo quien nos re tiene de vasos de diamantes.
vela su nombre El ambiente de los escenarios Los aromas de Ceilrin
rue empieza a ,trimar vida en el relato de Ben perfuman, eternos ,
. es
¡amm morir/ero Sobre ellos cae la mirada los aires de los jardines.
del condenado, Y como condenad Las sendas. no ele arena
os los percibe.
sino de perlas, estnn cubiertas,
�. de1 cuento RI qur cln
Rumpcl¡tilz.c:hcn es d protagon1 h1

como suelen en est;ts ticm.ts.
·

dtulo En esPello! 'e . !�ama . •La h1¡a del molinero•. Vt'n�c


Cuentos completos, cd1c16n Citada, P�gs. '57'.,
77. (N. drl T.) Desde Salomón. no llegó
144

al fantástico reino
ESTE LIBRO
SE TERMINO DE 11\tl'RIMIR

ningún aeronauta.
EN LOS TALLERES
. DE ARTES GRAFICAS Bl-NlAL
' S A
Esto, en confianza, segun figuras
VIRTUDES, 7, MADRID
LN EL MES DE NOVIEMBRE
DE 19S2
en tumbas de momias,
me dijo un silfo.

Las fotografías fabulosas de la infancia


de Berlín 110 son s6lo las ruinas de la vida ya
pasada, vista desde una perspectiva a vuelo de
pá¡aro, sino también las instantáneas tomadas
desde lo alto del remo fantástico por el aero­
nauta que induce a sus modelos a que tengan
la amabilidad de estarse quietos.

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