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Primer día de la semana – 1. Verso para memorizar: ¡Cuánto amo yo tu ley! Todo el día medito en ella. Salmos 119:97
Tema de la Semana: Amar la Palabra de Dios

Amo la Palabra de Dios Porque es mi esperanza y la vida eterna. Salmos 119:89-96


El salmista buscó liberación de sus pecados, sus enemigos y sus temores. La esperanza diferida lo debilitó; sus ojos fallaron mirando su
esperada salvación. No obstante, cuando fallan los ojos, no debe fallar la fe. Su aflicción era grande. Iba a llegar a ser como odre de
cuero que, si se cuelga al humo, se seca y se arruga. —Siempre debemos considerar los estatutos de Dios. Los días del lamento del
creyente terminarán; no son sino un momento comparados con la dicha eterna. Sus enemigos recurrieron a la astucia, y a la fuerza
para destruirlo, despreciando la ley de Dios. —Los mandamientos de Dios son guías verdaderas y fieles en la senda de la paz y la
seguridad. Podemos esperar mejor ayuda de Dios cuando, al igual que nuestro Maestro, hacemos el bien y sufrimos por ello. Los
impíos casi pueden consumir al creyente en la tierra, pero éste dejará todo antes que abandonar la palabra del Señor. —Debemos
depender de la gracia de Dios para tener fuerza para hacer toda buena obra. La señal más segura de la buena voluntad de Dios para
con nosotros es su buena obra en nosotros.
Segundo día de la semana - Salmos 119 Leer 89-96 Amo la Palabra porque tiene poder. La estabilidad de la palabra de Dios en el
cielo contrasta con los cambios y revoluciones de la tierra. Y los compromisos del pacto de Dios están más firmemente establecidos
que la tierra misma. —Todas las criaturas responden a las finalidades de su creación: ¿el hombre, el único dotado de razón, será sólo
una carga nada provechosa de la tierra? —Podemos hacer de la Biblia una compañía agradable en cualquier momento. Pero la palabra
sin la gracia de Dios no nos vivificará. Véase la mejor ayuda para los malos recuerdos, a saber, los buenos afectos; y aunque se pierdan
las palabras exactas, si permanece el significado, todo está bien. —Yo soy tuyo, no de mí, no del mundo; sálvame del pecado, sálvame
de la ruina. El Señor guardará en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera. —Es mala perfección aquella de la cual se ve
fin. Tales son todas las cosas de este mundo, las cosas que pasan por ser perfectas. La gloria del hombre no es sino como la flor de la
hierba. El salmista ha visto la plenitud de la palabra de Dios y su suficiencia. La palabra de Dios llega a todos los casos, en todos los
tiempos. Nos sacará toda confianza en el hombre o en nuestra propia sabiduría, fuerza y justicia. De ese modo procuraremos el
consuelo y la felicidad de Cristo solo.

Tercer día de la semana - Salmos 119 Leer 97- 104 Amo tu Palabra porque me hace sabio. Nos gusta pensar en lo que amamos.
Toda sabiduría verdadera es de Dios. El hombre bueno lleva consigo su Biblia, si no en sus manos, de todos modos en su cabeza y en
su corazón. —Por meditar los testimonios de Dios entendemos más que nuestros profesores, cuando entendemos nuestros propios
corazones. La palabra escrita es una guía más segura al cielo que todos los padres, los profesores y ancianos de la Iglesia. —No
podemos atender a Dios en los deberes santos, con algún consuelo o franqueza, mientras somos culpables o estamos en cualquier
desvío. —Fue la gracia divina de su corazón lo que capacitó al salmista para recibir estas instrucciones. —El alma tiene sus gustos,
como el cuerpo. Nuestro deleite por la palabra de Dios será más grande cuando menos sea el deleite por el mundo y la carne. —El
camino del pecado es camino malo; y mientras más entendimiento obtengamos de los preceptos de Dios, más arraigado será nuestro
odio del pecado; y más preparados estamos en las Escrituras, mejor equipados estamos para responder a la tentación.
Cuarto día de la semana - Salmos 119 Leer 105-112 Amo tu palabra porque ella me acerca a Jesús: La palabra de Dios nos dirige en
nuestra obra y camino, y el mundo sería indudablemente un lugar tenebroso sin ella. El mandamiento es lámpara que se mantiene
encendida con el aceite del Espíritu, como luz que nos dirige al elegir nuestro camino y los pasos que damos en ese camino. —Aquí se
alude a la obediencia a los mandamientos de Dios por parte del pecador sometido a una dispensación de misericordia, la obediencia
del creyente partícipe del pacto de gracia. —El salmista es frecuentemente afligido pero con el anhelo de llegar a ser más santo;
diariamente eleva oraciones pidiendo gracia vivificante. Nada podemos ofrecer a Dios que Él acepte, sino lo que a Él le plazca
enseñarnos a hacer. —Tener nuestra alma o vida continuamente en nuestras manos presupone el peligro constante de la vida; sin
embargo, él no olvidaba las promesas ni los preceptos de Dios. —Innumerables son las trampas puestas por los impíos; y dichoso es el
siervo de Dios a quien ellos no han hecho errar de los preceptos de su Señor. —Los tesoros celestiales son herencia eterna; todos los
santos los aceptan como tales, por tanto pueden contentarse con poco de este mundo. —Debemos buscar consuelo sólo en el camino
del deber y ese deber debe cumplirse. Por gracia de Dios el hombre bueno pone su corazón en su obra que, entonces, se cumple bien.
Quinto día de la semana – Salmos 119 Leer 113-120 Amo tu Palabra porque tus mandatos me ayudan a estar alejado del pecado.
Aquí hay estremecimiento por la aparición del pecado, y de sus primeros comienzos. Mientras más amemos la ley de Dios, más alertas
estaremos, no sea que los pensamientos vanos nos arrastren lejos de lo que amamos. —Si queremos progresar en la obediencia de los
mandamientos de Dios, debemos separarnos de los malhechores. —El creyente no puede vivir sin la gracia de Dios, pero sostenido por
su mano, será mantenida su vida espiritual. Nuestra santa seguridad se funda en el apoyo divino. Todo alejamiento de los estatutos de
Dios es un error, y resultará fatal. —La astucia de ellos es falsedad. Viene el día en que los impíos serán arrojados al fuego eterno, el
lugar apropiado para la escoria. Véase lo que resulta del pecado. Ciertamente debemos temer los que reducimos mucho los afectos
devotos, no sea que quedándonos aún la promesa de entrar al reposo celestial, alguno de nosotros no lo alcance, Hebreos iv, 1.

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