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La inteligencia emocional desde la perspectiva bíblica

Es imprescindible que no solamente se digan la verdad unos a otros, sino que se la


digan a sí mismos. Neil Nedley, M.D.

Cuando un grupo de voluntarios se sometió a dos noches de insomnio, los


investigadores encontraron que esta privación obstaculizaba su capacidad de tomar
decisiones frente a dilemas morales con alta carga emocional. Tal vez lo más
llamativo fue descubrir que en ese estado algunos incluso hasta cambiaban sus
puntos de vista acerca de lo que era moralmente aceptable. Sin embargo, los
voluntarios que al comienzo del estudio obtuvieron una puntuación alta en un
parámetro conocido como “inteligencia emocional” (IE) no vacilaban en saber qué
era para ellos moralmente apropiado.

¿Le parece que podría enfrentarse a un dilema moral con alta carga emocional?
Sabemos por las Escrituras, y a través del mundo que nos rodea, que todos nos
enfrentaremos a estos dilemas en un futuro cercano (Apocalipsis 13:12-17).

El papel de la inteligencia emocional

La IE no está relacionada únicamente con la toma de decisiones.

Consideremos un ejemplo de la Biblia. Pablo y Silas fueron encarcelados sin ser


juzgados, fueron cruelmente golpeados y tirados en el piso áspero, con las muñecas
y los pies aferrados a cepos (Hechos 16:22-24). ¿Los encontramos llorando o
quejándose? No, cantaban alabanzas a Dios. ¿Por qué? Debido a que sus
pensamientos eran más poderosos que lo que realmente estaba sucediendo en sus
vidas.

La “psicología” popular nos diría que si estamos en una circunstancia cruenta, sólo
necesitamos crearnos un mundo de fantasía en nuestra mente. Imaginarnos que
estamos en una playa paradisíaca, en lugar de la realidad. Pero si probáramos esta
técnica, funcionaría por dos segundos. Un agudo recordatorio de nuestras
circunstancias desplazaría frenéticamente nuestra fantasía de la playa. Lo que tenía
el valor duradero para Pablo y Silas eran las creencias que iban más allá de la
circunstancia y que apuntaban a sus prioridades y esos pensamientos eran tan
poderosos que hasta podían alabar a Dios.
En pocas palabras, la IE se puede aprender. De esto se desprende que, si se
aprende, en lugar de simplemente heredarse, puede ser desarrollada. ¿Cómo lograr
no sólo salvaguardarla, sino también desarrollarla? Si bien hay muchos principios
que podríamos explorar, ilustraremos tres de ellos, cada uno a través de un ejemplo
bíblico.

El caso de Saúl

Un ejemplo de distorsión cognitiva está bien ilustrado a través del primer rey de
Israel. Saúl era alto e increíblemente apuesto (1 Samuel 9:1, 2); también era rico. A
pesar de que tenía estas aparentes ventajas, los pensamientos negativos
comenzaron a desarrollarse en su mente; pensamientos que eran grandes
distorsiones de la realidad. A nivel superficial parecían válidos, pero en el fondo
eran pensamientos irracionales, retorcidos.

Conocemos al menos tres causas para la confusión mental de Saúl. La primera y a


la vez raíz de las demás, fue la distorsión cognitiva de magnificación y
minimización. En otras palabras, Saúl magnificó las cosas que no eran importantes
y minimizó las que sí lo eran.

¿De qué manera minimizó Saúl?

Cuando se lo confrontaba, traspasaba su culpabilidad a otros y se autojustificaba.


Cuando fue corregido por el profeta de Dios y se le preguntó por qué no siguió las
instrucciones divinas, Saúl comenzó a señalar maneras en las que sí había seguido
las instrucciones de Dios (1 Samuel 15:20, 21).

En esencia, Saúl se quejó a Samuel: “¿Por qué no te limitas a hablar de lo que hice
bien? Te estás centrando en cosas que no hice bien, que no son tan importantes”.
Su problema fue la minimización de su culpa.

“Si habéis cometido errores, ganáis ciertamente una victoria si los veis y los
consideráis señales de advertencia. De ese modo transformáis la derrota en
victoria, chasqueando al enemigo y honrando a vuestro Redentor”.
En el caso de Saúl, nos encontramos con un segundo problema: aferrarse a la idea
de que había injusticia en su vida. Como resultado de su culpa, Saúl recibió una
sentencia, y pensó que el castigo era más pesado que el crimen. Aunque Samuel
era el mensajero, en realidad el veredicto fue emitido por el mismo Dios. Por lo
tanto, ¿era injusto? Muchas personas describen su vida como injusta –aunque
hayan sido tratadas de manera justa.

Es verdad que nadie es tratado justamente el cien por ciento del tiempo. Sin
embargo, cuando nos obsesionamos con esa injusticia y la repetimos, eso
inevitablemente nos causará problemas emocionales significativos. En relación a la
tolerancia y frustración, “Cuando sufrimos pruebas que parecen inexplicables, no
debemos permitir que nuestra paz sea malograda. Por injustamente que

seamos tratados, no permitamos que la pasión se despierte. Condescendiendo con


un espíritu de venganza nos dañamos a nosotros mismos. Destruimos nuestra
propia confianza en Dios y ofendemos al Espíritu Santo”.

El tercer aspecto del pensamiento distorsionado de Saúl está relacionado con la


magnificación y su excesiva autoestima (1 Samuel 15:16-19). Esta abultada
manera de percibirse fue también la causa de locura de

Nabucodonosor: “¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué?” (Daniel 4:30) y


de la caída de Lucifer : “ … en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi
trono” (Isaías 14:13). A esta autoestima exagerada que se hería fácilmente
podemos llamarla orgullo. En el caso de Saúl sufrió al saber la evidente preferencia
de la gente –y especialmente de las mujeres– por otro líder (1 Samuel 18:6-9).

Compare la actitud de Saúl con la de Cristo: “[A Cristo] nunca le halagaban los
aplausos, ni le deprimían las censuras o el chasco”. La primera frase es la clave
para la segunda. Si no estamos eufóricos por los aplausos, si tenemos humildad y
no una magnificación distorsionada de nosotros mismos, nunca vamos a estar
deprimidos por la censura o la decepción. La Biblia nos recuerda: “Nada hagáis
por rivalidad o por vanidad; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los
demás como superiores a él mismo” (Filipenses 2:3 RV95).
“La humildad de la mente” no requiere tener una baja autoestima. Somos
conscientes de que Cristo habría muerto por una sola alma, y eso significa que
somos de un valor infinito. Pero la infinidad no es mayor que la infinidad. Cuando
de repente nos creemos que somos más valiosos que el que está a nuestro lado, por
quien Cristo también murió, hemos cruzado la línea de la arrogancia y el orgullo.

Saúl se sometió a una recomendada terapia para la depresión y se sintió mejor


durante un tiempo (1 Samuel

16:23). Sin embargo, con las tres causas aún activas y especialmente la tercera –el
orgullo herido– haciéndose aún más prominente, Saúl volvió a caer en ansiedad
más profunda y depresión más oscura. A pesar de ser un hombre con un potencial
maravilloso, continuó viviendo una vida egoísta, no llegando nunca a confiar
completamente en Dios y obedecerle; nunca renunció a su orgullo por más de unos
pocos días. Por último, bajo un tremendo estrés y con sus enemigos acercándose, la
triste vida de Saúl acabó en suicidio.

El caso de Salomón

La CNN recientemente realizó un informe que sintetizo así: La próxima vez que
esté decidiendo entre un helado y un pedazo de pastel, la compra de un coche o
hacer un viaje, aceptar un nuevo trabajo o quedar en el que tiene, debe recordar dos
cosas. En primer lugar, su decisión se basa en el deseo de ser feliz, o al menos más
feliz de lo que es ahora; en segundo lugar, hay una buena probabilidad de que la
decisión que tome sea equivocada.

Esto nos lleva a la segunda distorsión cognitiva: el razonamiento emocional. Aquí


hay ejemplos: “Me siento como un fracaso, por lo tanto, soy un fracaso”. “Me
siento abrumado e impotente, por lo tanto mis problemas son imposibles de
resolver”. “Me siento como si estuviera en la cima del mundo, por lo tanto soy
invencible”. “Estoy enojado contigo, y eso demuestra que has sido cruel e
insensible conmigo”. Una de las razones por las que la gente entra en el ciclo de la
adicción se debe a este tipo de razonamiento emocional.
La depresión es una epidemia en nuestra sociedad.19,20 Al igual que Salomón,
tendemos a pensar que cuanto más divertidas sean las cosas que tengamos y
hagamos, menor será la tendencia a deprimirnos. El hombre sabio escribió: “Dije
yo en mi corazón: ‘Vamos ahora, te probaré con el placer; gozarás de lo bueno’. No
negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni privé a mi corazón de placer
alguno”

(Eclesiastés 2:1, 10 RV95). Si las cosas placenteras pudieran prevenir o tratar la


depresión, la veríamos con menos frecuencia. Pero ese no es el caso.

La mayoría de las “cosas divertidas “pueden disparar los niveles de dopamina en el


cerebro, creando una sensación de placer pero a su vez resultará en una dramática
disminución posterior, muy por debajo del nivel neutro.

Además, cuanto más “disfrutamos” de estas cosas, menos emoción nos producen y
muy pronto esa adicción apenas nos llevará hasta el nivel neutral. En los momentos
de intervalo, tendremos un profundo y abrumador sentimiento de tristeza.

Salomón, por ejemplo, se vio envuelto en una vida de placer extremo. En un


primer momento sus niveles de dopamina se disparaban, pero a medida que este
ciclo se repetía llegó a decir: “Por tanto, aborrecí la vida […] por cuanto todo es
vanidad y aflicción de espíritu. Volvió entonces a desilusionarse mi corazón”
(Eclesiastés 2:17, 20). Los estudios aleatorios indican que después de la exposición
por seis semanas a la pornografía, las personas se sentían menos atraídas hacia sus
parejas y estaban más absortos en sí

mismos; también evidenciaron menos empatía por quienes tenían alrededor. En


esencia, comenzaron a vivir muy centrados en sí mismos y se comenzaron a
encerrar emocionalmente.
Elena White dice: “Muchos envidiaban la popularidad y la abundante gloria de
Salomón, pensando que debía ser el más feliz de todos los hombres”. Tenía poder,
riqueza, mujeres, fama y posesiones. Sin embargo, Elena White dice: “Todo el
esplendor que lo rodea se le antoja una burla de la pena y la angustia de sus
pensamientos a medida que recuerda su vida malgastada en buscar la felicidad
mediante la

complacencia y la satisfacción egoísta de cada deseo… Por su propia amarga


experiencia, Salomón aprendió cuán vacía es una vida dedicada a buscar las cosas
terrenales como el bien más elevado. Pensamientos lóbregos le acosaban día y
noche. Para él ya no había gozo en la vida ni paz espiritual, y el

futuro se le anunciaba sombrío y desesperado”.

Una de las características sobresalientes de los individuos deprimidos, sin


distinción de cuál sea la causa subyacente, es una disminución significativa en el
flujo sanguíneo y actividad del lóbulo frontal del cerebro. A medida que vamos en
contra de nuestra conciencia, la función del lóbulo frontal disminuye. Y cuando lo
hacemos repetidamente, el descenso se vuelve dramático. Así se encontraba
Salomón. El hombre más sabio de la tierra se convirtió en el más deprimido. Sentía
que no tenía nada por lo cual anhelar el futuro, que todo era vanidad y aflicción.
Pero en su profunda depresión, como resultado de que un profeta viniera a él y le
diera consejos, Salomón recompuso su vida. Y si la vida disipada de Salomón pudo
ser redirigida, hay esperanza para cada uno de nosotros. Todos podemos llegar al
camino de recuperación de Salomón si escuchamos las palabras del profeta,
cambiamos el estilo de vida y alteramos auténticamente la forma en que pensamos.

Santiago escribió: “Cuando alguno es tentado no diga que es tentado de parte de


Dios, porque Dios no puede ser tentado por el mal ni él tienta a nadie; sino que
cada uno es tentado, cuando de su propia pasión es atraído y seducido” (Santiago
1:13, 14 RV95).
¡El problema es que los sentimientos pueden mentir! Cuando experimentamos
sentimientos, tenemos que

elevarlos a nuestro nivel de conciencia y evaluar si se basan en la verdad o en


distorsiones. El mundo ofrece una manera falsa de alterar nuestra forma de sentir,
ya sea que se trate de juegos de azar, pornografía, alcohol, drogas o incluso una
adicción al chocolate. El problema es que nunca logramos tener lo suficiente

de lo que no necesitamos. Hay cosas que sí necesitamos, y que a nuestro alcance


está obtener una cantidad suficiente –ejemplo: suficiente vitamina D, suficiente
verdura, dormir lo suficiente, hacer suficiente ejercicio– pero nunca podemos tener
lo suficiente de lo que no es necesario, ¡porque lo que no se necesita nunca nos va
a satisfacer! Nuestras elecciones de vida deben hacerse en base a lo que es
verdadero y está en armonía con el plan de Dios para nuestras vidas.

El caso de Elías

El último ejemplo es corto. “Luego de caminar todo un día por el desierto, fue a
sentarse debajo de un enebro. Entonces se deseó la muerte y dijo: ‘Basta ya,
Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres’” (1 Reyes 19:4
RV95). ¿Tenía Elías un sentido desmedido de orgullo, al igual que Saúl? No, Elías
era un hombre humilde. ¿Estaba Elías, al igual que Salomón, participando de un
estilo de vida autoindulgente para tratar de obtener la felicidad? No, Elías vivía una
vida sencilla. Sin embargo, sufría

una significativa depresión.

Esto pone de manifiesto el hecho de que cuando tenemos problemas emocionales,


es menester encontrar la

causa exacta, ya que no es la misma para todos. Repasemos la vida de Elías, un


hombre que siempre había

seguido la voluntad de Dios. Acababa de experimentar la intervención milagrosa


de Jehová en el Monte Carmelo pero pocas horas después alguien le informó que
estaba a punto de perder la vida y entró en pánico. Tenía razones para temer a
Jezabel porque ella había matado a todos los otros profetas

del Señor. Pero en lugar de esperar en Dios, Elías se puso a correr. Treinta días más
tarde, estaba tan deprimido que deseaba morir.

Dios tuvo que ponerlo en un programa de recuperación de su depresión. Al igual


que muchas personas

deprimidas, Elías quería estar en la oscuridad, en la cueva. Dios tuvo que enviar un
terremoto y un torbellino

para sacarlo de la cueva y exponerlo a la luz. Después de todas esas cosas Dios se
volvió a lo que era más importante para la recuperación de Elías; le habló y
proporcionó una terapia cognitivo-conductual para corregir las distorsiones del
pensamiento que tenía.

La distorsión de Elías era la sobregeneralización: generalizar a partir de muy pocos


casos. Se sostiene la hipó-tesis como un hecho y no una mera hipótesis. Las
personas de alto coeficiente intelectual tienen la tendencia a hacer eso. Debido a
que son capaces de generalizar fácilmente, tienen una tendencia a sobregeneralizar.
¿Cuál fue la sobregeneralización de Elías? “Yo soy el único que no se ha inclinado

ante Baal”. Dios se lo dejó pasar la primera vez. Pero luego Elías lo repitió, y el
Señor no podía dejarlo continuar por más tiempo en su pensamiento
autodestructivo. “Elías” –dijo Dios– “hay otras siete mil personas que no se han
inclinado ante Baal”. Lo que Elías debería haber dicho es: “Señor, que yo

sepa, soy el único” pero en cambio él sabía que era el único.

Para ayudar a Elías a superar su depresión Dios le dio una serie de tareas
específicas pero ninguna era
una actividad que él realmente quería hacer (1 Reyes 19:15, 16). Sin embargo, fue
obediente e hizo las tareas. ¿Se recuperó Elías? No sólo se recuperó, sino que
también fue trasladado al

cielo sin ver la muerte (2 Reyes 2:11).

Dejar libe

El salmista dice: “¡Jehová, ¿quién habitará en tu Tabernáculo? ¿Quién morará en tu


monte santo?” (Salmo

15:1 RV95). En esencia, David está haciendo la pregunta: “¿Quién tendrá el éxito
en la vida en última instancia?” La respuesta está dada: “El que anda en integridad
y hace justicia; el que habla verdad en su corazón” (Salmo 15:2 RV95). Es esta
tercera frase la de particular interés. Los Diez Mandamientos hablan acerca de
decir la verdad. No solamente se dirán unos a otros la verdad, sino que se la dirán a
sí mismos. Pero para decir la verdad a los demás, primero debemos tener
pensamientos exactos y veraces acerca

de nosotros mismos.

Elena White observa: “Aun vuestros pensamientos han de ser sujetados a la


voluntad de Dios y vuestros sentimientos puestos bajo el control de la razón y la
religión. La imaginación no os fue dada para permitir que anduviera desbocada
siguiendo su propia voluntad, sin que se hiciera esfuerzo alguno para restringirla o
disciplinarla. Si los pensamientos son malos, los sentimientos también lo serán, y
los pensamientos y sentimientos combinados constituyen el carácter moral de la
persona”.

Cada vez que hay una falta moral, comienza con un pensamiento distorsionado.
David, en su salmo de

arrepentimiento, escribe: “He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto


me has hecho comprender sabiduría” (Salmos 51:6). Cuando David cometió ese
acto desastroso con Betsabé (2 Samuel 11:2), en vez de recordarse a sí mismo lo
que era verdadero y apartarse del pecado, siguió enfocándose en el evento
estimulante. Se vio envuelto en el razonamiento basado en la emoción, la
magnificación, la sobregeneralización y tal vez incluso la excesiva autoestima,
creyendo que por ser el rey, estaba por encima de la ley. Luego actuó en base a esas
distorsiones. Cada pecado que se comete comienza con un pensamiento
distorsionado. Lo maravilloso es que somos transformados positivamente por la
reconstrucción de nuestro pensamiento. Pablo dice: “transformaos por medio de la
renovación de vuestro entendimiento” (Romanos 12:2). No sólo debemos
reconocer los pensamientos distorsionados, sino que debemos corregirlos y
reemplazarlos con pensamientos verdaderos y precisos que encuentran su fuente en
Dios.

¿Cómo, entonces, puede ser protegida y mejorada la inteligencia emocional?

Evitando las distorsiones cognitivas: la automagnificación, el razonamiento basado


en la emoción, la sobregeneralización y las demás. Llenando nuestras mentes con
pensamientos precisos y verdaderos, derivados de una comprensión del plan de
Dios para nuestras vidas. Entonces sucederá lo que Cristo dijo: “Y conoceréis la
verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).

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