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¡S O C O R R O!

,
TENGO UN HIJO ADOLESCENTE

Por: Mg. Silas Ramos Palomino


silasramos70@hotmail.com

Un hijo adolescente, a veces es sinónimo de «problema». Muchos padres cometen el


error de pensar que el hijo adolescente es el paciente identificado que necesita ayuda y
que ellos son los «afectados». Esto sin duda, es un gran error.
Aunque parezca increíble, los sanadores de la familia, están, sin darnos cuenta, en la
misma familia. Los héroes no van a aparecer de la nada. A veces se espera que otras
personas hagan lo que solamente nosotros podemos hacer. La ayuda de un terapeuta
puede resultar importante, pero, si éste no encuentra disposición y sacrificio, de parte de
los protagonistas de la familia (padres e hijos), nada, además de la frustración por no
haber obtenido un buen resultado del proceso, se obtendrá.
La adolescencia es quizá la etapa de la vida más fascinante y a la vez más compleja. Este
periodo de la vida se inicia aproximadamente a los doce años de edad y suele
caracterizarse por la rebeldía, que en el fondo, es sólo una expresión de la independencia
que quiere conquistar el adolescente. Es una etapa de muchos cambios y a veces podría
ser una experiencia dura para los adolescentes.
La adolescencia se puede dividir a groso modo en tres etapas: adolescencia temprana,
generalmente entre los 12 y 13 años de edad; adolescencia media, entre los 14 y 16 años de
edad; y adolescencia tardía, entre los 17 y 21 años de edad.
Frente a la realidad de tener un hijo adolescente en casa, surge una pregunta inevitable:
¿Qué hago? Veamos juntos algunas directrices para interactuar con los adolescentes:

DIRECTRICES PARA INTERACTUAR CON LOS ADOLESCENTES

1. Cambiar, para cambiar


Increíblemente, con los primeros que tenemos que trabajar, es con nosotros mismos. Son
los padres los que tienen que cambiar primeramente, para que sus hijos cambien. Los
padres tienen muchos más recursos que sus hijos para manejar la situación, pues ellos
tienen la ventaja de que es una etapa que ya vivieron.
Muchos padres tienen las expectativas de que si sus hijos cambian, las cosas mejorarán
en las relaciones interpersonales con ellos. Para pensar ello, nos justificamos en que
somos buenos trabajadores y proveedores. Es común escuchar frases como: «Yo trabajo
como esclavo por ti, ¿y así me pagas?» Para «cambiarlos» a ellos, primero es necesario
cambiar nosotros mismos. Difícilmente un hijo adolescente cambiará, a menos que los
padres cambien. Los padres tenemos más recursos para el cambio, que nuestros hijos. El
cambio de ellos sucede, cuando nosotros nos atrevemos a cambiar. Cuando decidimos
ponernos en sus zapatos y cuando entramos en su lógica. Una crianza coercitiva, sólo
aumentará la rebeldía.

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2. Si hay rebeldía, identifique cuál es su origen
Hasta cierto punto, podría decirse que, cierto tipo de rebeldía es normal. Por eso hay que
explorar cuál es su origen. Para Amanda Céspedes, la conducta rebelde del adolescente,
puede ser de tres tipos diferentes: (1) conducta rebelde propia de la edad de desarrollo;
(2) conducta rebelde reactiva y; (3) conducta rebelde como expresión de una
psicopatología.
El primer tipo de conducta rebelde se debe a los cambios hormonales y psicológicos, que
hasta cierto punto se puede decir que son normales. Nuestra autora menciona tres
características de este tipo de rebeldía:
• Ciertas modificaciones cerebrales propias del proceso neuromadurativo determinan en
el adolescente una tendencia a la disforia. Esta característica se refiere a una mezcla de
disgusto, irritabilidad y menor tolerancia a las frustraciones. El resultado es un fácil mal
humor y una ofuscación ante mínimos contratiempos. La disforia es máxima durante la
adolescencia inicial y media. Por desgracia, la vida de los adolescentes suele estar llena de
contrariedades: conflictos sentimentales y con los amigos, los padres, los hermanos, los
profesores; dilemas a menudo sin solución entre las obligaciones otro tipo (deportivas,
musicales, de liderazgo, entre otras) v un permanente deseo de divertirse y relajarse.

• Comienza una prolongada fase de omnipotencia y omnisciencia que irrita a los adultos.
Los adolescentes —probablemente debido a una impronta filogenética— se sienten
invulnerables ("a mí nunca me pasará") y poseedores de la verdad sobre las grandes
cuestiones existenciales. Como consecuencia, se muestran temerarios y tienden al sarcasmo
v la ironía. La edad adolescente marca el fin de la relación vertical con los adultos. Cuando
pequeño, el niño los mira hacia arriba, y esa mirada establece una relación tácita de
autoridad. Hay un plano de poder, de dominio-sumisión, que permite la obediencia
impuesta. A medida en que el niño crece, la verticalidad se reduce y es reemplazada
gradualmente por una obediencia sustentada en el respeto. Pero en la adolescencia la
relación se hace horizontal, de modo que el adulto queda en una situación desmedrada a
menos que se valide ante los ojos del adolescente como digno de respeto y confianza.

• La capacidad reflexiva del adolescente se hace autónoma, es decir, ya no se apoya en las


premisas de otros, sino que en sistemas de creencias y cosmovisiones que él mismo
construye y no siempre están en sintonía con los de padres o profesores. Los adultos se ven
enfrentados al mayor desafío como educadores emocionales: la flexibilidad a toda prueba.
Para ello, deben respetar al adolescente como una persona que posee sus propios puntos
de vista, los que pueden ser diferentes o claramente antagónicos; tener presente que la
responsabilidad es un logro que se conquista con esfuerzo y en forma gradual; aceptar que
la relación va perdiendo velozmente el carácter de verticalidad, y entender que el disenso
no es motivo de alejamiento afectivo.

El segundo tipo de conducta rebelde, se debe a los errores de los adultos en las relaciones
con los adolescentes. Es por esto quizá, que la Biblia menciona que los padres no deben
provocar a ira a sus hijos (Ef. 6:4). Los factores que producen una rebeldía reactiva en
adolescentes, puede provenir de lo siguiente:
 Disfuncionalidad familiar
 Violencia intrafamiliar.
 Ausencia de comunicación afectiva.
 Estilos inadecuados de afrontamiento de conflictos.
 Crianza coercitiva.
 Crianza negligente.
 Modelos que validan la conducta agresiva.
 Modelos inadecuados en el rol de súper héroes (dibujos animados, películas
violentas).

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Finalmente, el tercer tipo de conducta rebelde, se debe a una psicopatología, que es la
expresión «…de un quiebre pasajero del equilibrio emocional de un niño o un
adolescente. Este desequilibrio emocional suele ser provocado por la irrupción de
emociones negativas» (Céspedes). Esto genera sin duda un trastorno en la conducta y se
puede avisorar por las siguientes señales:
 Intensidad inusitada de la reacción negativista (pataletas intensas y prolongadas,
violencia verbal o física indiscriminada).
 Discrepancia entre el estímulo y la magnitud de la conducta negativista.
 Duración excesiva de la pataleta o de la reacción agresiva. Presencia de conductas
autolesivas (morder el propio brazo, infligirse heridas cortantes).
 Claves físicas atípicas: una mirada extraviada, expresión facial perpleja, confundida,
o palidez extrema, que indica un estado alterado de conciencia.

Si nota lo tercero, tiene que acudir a un terapeuta para que toda la familia sea ayudada.

3. Provea un modelo para su hijo adolescente


Uno de los grandes problemas de las familias de hoy, es que no tienen un buen modelo,
que sea su punto de partida para construir su identidad, Modelos hay, sin duda: en la
televisión, en el cine, en el vecindario, en la calle, etc. El problema es que son modelos
terribles. Hay padres que aspiran a la perfección en sus hijos, pero ellos viven una vida
terrible. Son irresponsables, pero quieren buenas notas en sus hijos; hablan gritando,
pero se enojan cuando los hijos levantan la voz; dejan las cosas por cualquier lugar, pero
exigen orden en sus habitaciones; maltratan al cónyuge, pero exige respeto a los padres.
Todo esto es un contrasentido. Los hijos son como nosotros somos. Son un espejo de lo
que somos, porque nosotros le hemos provisto un modelo negativo o no hemos formado
una personalidad sana en ellos.

4. Sea firme al momento de corregir


Muchos padres piensan que comprender a sus hijos, es no disciplinarlos. Simplemente,
comprender, no es lo mismo que justificar. A veces se dice, pero «así es pues él (ella),
¿qué puedo hacer?, habrá que comprederlo(a)». Los valores no se forman de la nada. Los
hijos no vienen con los valores incorporados. Ellos necesitan ser formados, en un largo
proceso de internalización y praxis. Tristemente, muchos padres pierden la lucha contra
la rebeldía o la conducta disfuncional de su hijo adolescente. Esto quizá, porque
inconscientemente llevan un sentimiento de culpa. Saben que han fallado como padres
y por eso se sienten que no es «justo» disciplinarlos.
La corrección debe ser firme. Si el adolescente nota vacilación en los padres, no lo
respetará. En el fondo todo adolescente, con conducta disfuncional, desea que su padre
ponga un alto a su vida caótica, pero para hacerlo, no lo pide, sino, hace todo lo contrario,
esto es, incurre en rebeldía.

5. Sea tierno al momento de reconocer y comunicarse


La autoridad no sólo se expresa, ni se gana con gritos y reprimendas. Ese es un mito
recurrente en la interrelación con los adolescentes. Si por un lado, se necesita ser firme, por
otro lado, también es necesario ser tiernos al momento de reconocer sus logros y al
establecer comunicación con ellos. La misma mano que corrige, debe ser la misma mano

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que acaricia. De la misma boca que fluye expresiones de corrección firme, deben fluir
también palabras tiernas de afirmación.
Lo contrario sólo logrará acrecentar más la distancia entre tú, y tu hijo adolescente. Toda
persona florece en medio de la ternura. La crítica sólo logra marchitar el amor, la
comunicación, la confianza, los sueños. Acerca su cabeza a tu hombro, acomódale el
pelo, frótale la espalda mientras lo abrazas, dile que el día de su nacimiento, fue un gran
día para ustedes los padres, dale un beso en su mejilla, apriétalo por lo menos por diez
segundos. Aunque esto pareciera ser que les incomoda a los adolescentes, pues los hace
sentir como niños, en el fondo lo desean, porque reciben el mensaje de parte de ti: «estoy
a tu lado y te amo; estoy feliz de que existas».

6. No baje la guardia
He visto muchas personas, que al experimentar mejoras en la relación con su hijo
adolescente, bajan la guardia y dejan que las amenazas vuelvan, incluso en una versión
recargada. En el fondo, sólo se busca apagar un incendio, no apagarlo y evitar que nunca
más suceda. El conformismo y la resignación son terribles enemigos de la relación con
los adolescentes. Ellos sabrán cuando te estás esforzando y cuando no. No podrás
engañarlos, porque no son tontos ni inexpertos, como se pudiera pensar. Te pondrán a
prueba para comprobarlo. Harán una rabieta para verificar su dejaste de luchar por él,
por ti mismo y por toda la familia.
Deja de pensar en una batalla, hay batallas. No te conformes con una victoria, se necesita
victorias. Un verdadero héroe, no es quien gana una sola batalla, sino quien
constantemente se esfuerza por ser del equipo de padres que le ganan al conformismo,
a la resignación, a la disfuncionalidad, a la vida sin metas, sin sueños. Cada día tendrás
un reto nuevo. Así, la vida será interesante. Si no hay desafíos, te encontrarás caminando
en círculos y sentirás que tus días son una copia del día anterior.

¿CON QUÉ RECURSOS CUENTAS PARA AYUDARTE,


CON TU HIJO ADOLESCENTE?

1. El conocimiento de ti mismo
Sólo hay que recordar que uno también fue adolescente y que vivió, cómo hijo, las
mismas crisis con las que estamos lidiando hoy, con nuestros hijos adolescentes. A veces
no será necesario leerse decenas de libros sobre adolescentes, sólo recordar lo que hemos
vivido. Esto no excluye que compremos y leamos literatura especializada en
adolescentes.
El conocimiento de ti mismo es importante. No podrás entender a nadie, a menos que te
entiendas a ti mismo. Quizá el problema de tu hijo adolescente, lo generaste sin querer
tú mismo, pero no lo sabias, porque no te has conocido adecuadamente. En ti esta la
enfermedad y está la medicina para sanar a tu familia. No andes culpando a todos,
pensando que tú no tienes culpa en nada. No te victimices, esto es horrible. Como
valiente, asume tus responsabilidades.
Ahora, si no puedes llegar a conocerte a ti mismo, busca una ayuda profesional para
poder navegar dentro de los escondrijos de tu mente, de tu consciente y de tu
inconsciente. Con seguridad, habrá muchas sorpresas, pero ánimo, al conocerte a ti

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mismo, lograrás entenderte y entender a los demás. Podrás domar aquella porción de
«bestia» que todos llevamos dentro. No te alarmes. Los seres totalmente normales, no
existen.
2. El conocimiento de nuestros hijos
A veces no bastará con recordar nuestra adolescencia. Cada persona es el resultado de
sus experiencias vitales1. Nuestras vivencias nos forman y nos definen. Es por esta razón,
que a veces no podemos entender a nuestros hijos. Ellos tienen sus propias vivencias,
sus propias circunstancias, su propia identidad. Quizá ellos transitaron un sendero
diferente al tuyo, porque n te diste cuenta o porque estabas ausente en su vida. Uno
siempre piensa que sabe todo de sus hijos, en realidad son sus amigos, increíblemente,
quienes lo conoce más que tú. Pero, si te dedicas a observarlos y a conectarte bien con
ellos, esto no sucederá.
Así como yo soy yo, ellos son ellos. Es increíble que muchas personas saben mucho de
algo, y por lo cual, son expertos en ello. Por ejemplo, un técnico en computación sabe
todo o mucho de software y hardware; un abogado, sabe mucho de leyes; un médico
sabe mucho de enfermedades y tratamientos; pero es muy poco lo que ellos saben de sus
hijos. De esta manera, sus verdaderos hijos, no son sus hijos carnales o biológicos, sino
sus profesiones u ocupaciones. Saben más de eso, que de sus hijos.

3. El conocimiento de Dios y su poder


Para ser el héroe que necesita mi hijo adolescente, o toda mi familia, necesitaré de armas,
de un poder especial. La autosuficiencia es terrible. Pensar que podemos solos, sin la
ayuda de un poder mayor a mi pequeño poder, es una ilusión. Cuando estamos a punto
de perder la batalla, sólo Dios puede ayudarnos a vencer. No es simple cuento, o una
ilusión de retrógrados religiosos, sino la más absoluta realidad.

A lo largo de mi vida he visto ese poder, he dependido de ese poder, soy el producto de
ese poder. De ser un adolescente de constantes ideaciones suicidas, hoy puedo vivir a
plenitud y puedo ayudar a otros a que lo hagan. Puedo asistir a mis hijos, porque el
conocimiento de mí y de ellos, no basta. La fuerza y el poder más grande en el mundo
real, proviene de Dios. La razón por la que uno quiere ser un buen padre, es porque tiene
un buen Padre en los cielos. Damos más amor, cuando hemos recibido de su amor. Los
padres terrenales pueden decepcionarnos, pero el gran Padre nunca nos abandona. No
maltrata, corrige con una mano y con la otra es tierno. Él es el más grande punto de
referencia para la buena paternidad.

4. La ayuda de un terapeuta o consejero

Contar con un consejero es muy bueno. Ellos están altamente entrenados para poder
ayudarnos a mejorar la relación con nuestros hijos adolescentes, pero ellos no son los
que se van a relacionar, sino nosotros. A diferencia de un gasfitero, a quien tu contratas
para que se «entienda» con tu problema y te lo solucione a cambio de un pago por la
prestación del servicio; un terapeuta no se entenderá él sólo con tu «problema», porque
se trata de una persona [tu hijo(a)], donde la medicina viene por la relación, no por
manipular unos cuantos dispositivos o botones en ellos.

1 Por eso, José Ortega y Gasset decía: «yo soy yo y mi circunstancia».

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La ayuda del terapeuta no excluye tu rol. Sólo te dirigirá como un coach dirige un equipo
y lo alista para triunfar.

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