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LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA

F. Javier GUILLAMON ALVAREZ


Universidad de Murcia.

La Guerra de la Independencia española duró seis largos años, así se


la calificó definitivamente poco después. Fue un levantamiento contra el
francés -francesada - por la usurpación del honor herido y un acto de
dignidad nacional, pero fue también una guerra en la España peninsular que
por su excepcionalidad cumplió un papel de primer orden en el contexto
internacional. No fue sólo una guerra entablada por ejércitos profesionales,
fue también una guerra total por la implicación de la población civil y la
acción bélica de las guerrillas, ese ejército de sombras como lo ha llamado
García de Cortázar. Fue, ante todo, un marco en que se mostraron muchos
mitos activos: revolución, libertad, patria, nación, constitución…que ha
dado pie a un riquísimo simbolismo. A la invención de estos mitos es difícil
conformarse con simplificaciones ya que su complejidad arrastra un caudal
inagotable de ideas. Sin duda acapara lugares de memorias de la España
contemporánea en su conquista de las libertades gracias a su condición de
experiencia colectiva, dramática, de movilización popular y de generar
guerras civiles. Es en último término, por encima del carácter “diferente” y
castizo, el inicio de la específica revolución liberal que facilita una ruptura
irreversible en el decurso histórico y permite que su recuerdo se adapte y
se manipule por diferentes actitudes ideológicas. Extremamente, la guerra
peninsular generó el movimiento de emancipación americana y el
nacimiento de muchas naciones.1

La Guerra de la Convención, también conocida como la Guerra Gran


o Guerra contra la Revolución francesa anticipó la Guerra de la
Independencia porque concitó una movilización popular sin precedentes.
Tras el vacío de poder producido por la ausencia del rey se forjó la figura
del Deseado, víctima propiciatoria del que naturalmente se desconocía su
vergonzosa pleitesía a Napoleón, y la gestión del vacío de poder. En el
camino quedarían el rey intruso y los afrancesados, objeto estos últimos de
implacable venganza por parte de los patriotas , incapaces de comprender
que estos seguidores de la Ilustración también habían perseguido la
felicidad para el pueblo, sólo que para aquéllos “no era un sentimiento, sino
una situación2.”
Mas volviendo a los mitos sobre la comunidad imaginada, hay que
señalar las continuas disputas semánticas acerca el significado de los
términos expresados en un lenguaje ardiente, ígneo, de la patria que
posterga a la propia nación. La “muerte moral” de la monarquía – como
Gregorio Marañón la calificó3 – exigía una nueva legitimidad. La nación se
hace patria, y la patria nación.4 Los historiadores todavía dedicamos mucho
tiempo a polemizar sobre qué se quería decir cuando se hablaba de
constitución, leyes fundamentales, pueblo, soberanía o patria5.

Otro lugar destacado lo ocupa la épica de los sitios de Zaragoza y


Gerona, la mejor demostración de que se trataba de una guerra total con
plena implicación de la población civil que conllevaba tanto las locuras,
terrores y desastres correspondientes como la retroalimentación de la lucha
hasta el final. Cádiz, como bien ha apuntado García Cárcel6, fue el
complemento a la épica de la resistencia, último bastión donde se
escenificó el sueño de la nación indomable y soberana. El que hubiera
colaboracionistas de primera hora que desconocían obviamente el alcance
de los objetivos del Emperador, no da pie en modo alguno a caracterizar la
guerra de la Independencia como un conflicto civil – cosa que sí ocurrió
durante la Guerra de Sucesión -, otra cosa es que el enfrentamiento
ideológico acrecentado durante los años de posguerra compuso el
inquietante drama de las dos Españas y telegrafiara un ciclo infernal de
guerras civiles. En 1812, Bartolomé José Gallardo escribió: “hace mucho
tiempo que veo levantarse de entre las ruinas de la patria la hidra de la
guerra civil”. Efectivamente la guerra dividió a la minoría ilustrada, mezcló
emociones diversas en relación a la Religión y la Patria, la burguesía y
minoría ilustrada veía la ocasión excepcional de realizar el sorpasso liberal.
Mientras los afrancesados quedaban atrapados y sin excusa posible.

La dignidad que dispensaba el heroísmo permitió la creación de una


administración que organizara el gobierno, la Junta Central, las juntas
populares y el decisivo papel de las Cortes de Cádiz. Al final la idea de
España como comunidad nacional se abrió definitivamente el paso. Los
desastres de la guerra y lo que es peor, la posguerra reservaba al territorio
peninsular días dolorosos y tristes. Al paso, las colonias decían adiós.

La peculiar literatura que aportamos y que mis compañeros de


edición presentan no son sino ejemplos de la miríada de escritos que
proliferan durante la guerra de la Independencia. Si bien es verdad que la
empresa nacional emprendida por la Ilustración se ve cortocircuitada por la
guerra peninsular entre Francia e Inglaterra en la que se ven implicados
lusos y españoles, lo único importante es el orgullo nacional herido, y es
entonces cuando se fijan genotipos acerca el carácter ibérico. Citemos
algunos ejemplos: “Non intrabis Napoleones, non intrabis”, reza el diablo
predicador al considerar a los españoles “tercos y contumaces que no
mudarán de sistema…porque adoran a su Fernando perdidamente” 7. Es el
mito del Deseado: “Fernando el virtuoso, el humilde, el justo, el afable, el
benéfico y caritativo y piadoso…que…hará renacer los felices días de sus
abuelos8”; “jamás España guardará más leyes que aquéllas que la dicten
propias leyes9”; “Será posible que nuestros nietos… se persuadan al primer
golpe de vista de la verdad de nuestra historia actual” “hoy exige la libertad
civil y el carácter de dignos patriotas, que nos reunamos bajo unas mismas
insignias con las provincias vecinas y a las órdenes de nuestros valerosos
jefes, para vengar los ultrajes de nuestro soberano, la ofensa de la Nación,
la inmunidad de nuestros hogares, la majestad de las leyes, la santidad de
los altares, renovando… las ilustres jornadas de San Quintín y Pavía. 10” O
bien buscando fáciles culpables, “que todo lo paguen el culo de la Tudó y la
cabeza de Godoy”11.Por fin, de nuevo sentimientos: Dios pelea por
nosotros/Por su honor; y el de tu cetro/Toda España; pues seguro/Debes
tener trofeo12”

La guerra de la Independencia como “le grand tournant”

En este momento y lugar debe tenerse en cuenta la Ilustración


española, pues del conocimiento de sus “bases sociales, células de acción,
programa de reformas y hombres decisivos13” emergen señales, precedentes
y precipitantes de la configuración de la empresa nacional y construcción
en general de la España moderna14.

El sapere aude o espíritu liberado del dogmatismo que caracterizó el


movimiento ilustrado generaba el enfrentamiento de posiciones
ideológicas, unas refractarias, otras de clara resistencia a las novedades que
portaban inercias versus progreso preconizado y sobrevenido15. Unos se
sentían atemorizados o frustrados en sus intereses y privilegios, otros
escondían resentimiento y desconfianza como era el caso de la alta nobleza,
marginada y sin función de contención y equilibrio de poder. La nobleza
dijo no al despotismo ministerial, no a Godoy en los momentos más graves
de guerra, bloqueo, inflación, ideologías enfrentadas y también
irracionalismo contra el talante ilustrado. Los motines representan para la
alta nobleza la mejor oportunidad para su participación activa en el poder
político. En este mismo orden de cosas hay que subrayar la posición
defensiva de buena parte del clero, influyente y temeroso; y una fuerza
disponible: los grupos populares, urbanos, pueblo, muchedumbre doliente,
espontánea, sensible a xenofobias, al desgobierno y defensor de la vida
tradicional. Es un trío anti-ilustrado que induce la revuelta
instrumentalizada (eso sí, mismos protagonistas, pero con distintos
objetivos: contra la monarquía absoluta, contra el estado liberal o contra la
transición de uno a otro.

Así pues, la muchedumbre es la fuerza disponible. La ilustración es


arrollada, arrastrada, sobrepasada en la coyuntura de 1808. A partir de la
Guerra de la Independencia sobreviene la transición de la Monarquía
Absoluta al Estado Liberal, no espontáneamente, pues había elementos
claves del liberalismo contenidos en la propia Ilustración. Lo realmente
común a todos es que beben de una tradición nacional.

No olvidemos Europa y el protagonismo de la revolución burguesa,


en España este supuesto social, sin ser decisivo, amén de incompleto,
también tuvo su protagonismo a la hora de desleir el Antiguo Régimen.

1808 fue el factor desencadenante de la crisis de la Monarquía


Absoluta y de su desmonte. La invasión francesa y el vacío de poder
subsiguiente posibilita en última instancia un proceso legislativo orientado
a la construcción del Estado liberal.

Asimismo pone en marcha de forma irreversible la emancipación


americana, Junto a Portugal, España se ve envuelta en la guerra sin cuartel
entre Francia e Inglaterra y al convertirse su territorio en lugar de contienda
arrastró al pueblo español a una huída hacia delante, plena de resonancias
nacionales y populares ante el non aparuit de la Monarquía. Pero a esta
dimensión internacional de la guerra, le acompaña, también, el inicio de un
período bélico de guerra civil que duraría treinta años, justo hasta el abrazo
de Vergara.

¿Cuál puede ser el marco más adecuado de comprensión de la Guerra


de la Independencia?. Pues se pueden abarcar muchos aspectos, y los hay
verdaderamente relevantes para comprender su proceso histórico. Desde
luego si hay que hacer una selección apostaríamos por el período que va
desde la Guerra de la Convención hasta el final de la primera guerra
carlista. A la trilogía clásica acuñada por el conde de Toreno, esto es,
levantamiento, guerra y revolución, abría que añadir la dimensión
internacional y la división hemisférica de los españoles. España se vio
abocada a decidir de manera arriesgada y rápida, presionada por la
contundente y rabiosa pugna anglo – francesa. Primero, e incorporada en la
Gran Coalición se enfrentó a Francia en la llamada Guerra Gran, pero la
Paz de Basilea hizo que se retomasen las esencias de los Pactos de
Familia, adecuados a los tiempos de nuestra peor amiga: Francia. La
defensa de las Indias así lo confirmaba, los intereses dinásticos en Italia y
las imprudentes y audaces decisiones de Godoy16 en defensa de la
conservación del poder dan al traste con una desastrosa política exterior. En
este estado de cosas España se encuentra ocupada por un ejército extranjero
y con los episodios de Aranjuez y Bayona. A Napoleón le viene sencillo
integrar a España en su sistema, al modo que más de cien años antes había
hecho Luís XIV.

La sociedad española protagonista.

Sin embargo la situación era distinta, los españoles iban a


protagonizar la resistencia al francés aprovechando la debilidad moral de la
monarquía no comparable a la actitud del sufrido Carlos II el Hechizado, y
desde luego adquiriendo un sentido de soberanía al tratarse en todo
momento de una guerra nacional, de liberación del sistema que quería
imponer Napoleón en tiempos de profundos cambios sociales.

Es precisamente Jose María Jover quien ha hecho hincapié en


insertar la guerra de la independencia en el contexto internacional, como
versión peninsular de las guerras napoleónicas, un fenómeno encuadrable
en coordenadas europeas relevantes y por encima de un mero carácter
“diferente” y castizo. En 1808 tuvieron lugar inducciones concretas cuales
fueron el levantamiento del dos de mayo y la constitución en cadena de
Juntas. Se discute mucho sobre el carácter espontáneo del movimiento
popular o el de su posible instrumentalización por determinadas elites, sea
como fuere parece evidente el carácter nacional y popular de esta guerra de
liberación por muchas interferencias que puedan aducirse17. Es más, este
segundo centenario está sirviendo precisamente para tipificar caracteres
tanto genéricos como específicos, regionales, locales etc. A este respecto
hay que referirse al concepto de pueblo, no tanto como sujeto político, sino
como muchedumbre, esto es, constituido por individuos pertenecientes al
bajo pueblo, anónimos y motivados por evidentes sentimientos y estímulos
colectivos y emocionales. Fenómeno en que se enmarca también la
participación de las mujeres, novedad que define muy bien ese carácter
popular, heroico, vital y radical del levantamiento.

Guerra. Sitios .Guerrillas.

La guerra de Independencia tiene sus propias formas, no se habla de


un ejército profesional en armas, sino de una nación en armas, donde la
participación de la población civil es activa y masiva.
Cambio estructural de la monarquía española y fin de la Monarquía
de España y sus Indias, así como la participación decisiva del liberalismo
español en la construcción de una nueva monarquía representativa
configurada por la Constitución de 1812 que preveía una coincidencia
inicial de intereses entre burguesía y campesinado. Finalmente el
descontento campesino tomará partido por la resistencia absolutista
mientras la burguesía y clases medias apostarán por un liberalismo
moderado.

A la guerrilla se la ha llamado también la pequeña guerra.


Actualmente hay un serio revisionismo en cuanto a su carácter
genuinamente popular así como su discutida acción bélica. La
historiografía ha sido y es ambigua al respecto. Desde luego sigue vigente
el carácter complementario de su acción combinada con la guerra
convencional18. Parece demostrado que hay relación directa entre
bandidaje y guerrilla, y es preciso distinguir entre partidas de civiles
armados y grupos guerrilleros de coup de main prácticamente integrados en
las fuerzas armadas. Hubo fuerzas importantes como las que dirigía el
Empecinado, grupos menores pero con historial probado de lucha contra
los franceses, como las siempre crecientes partidas del Médico y también
bandas menores que no eran más que bandas de criminales. Los primeros
tendían a ser asimilados al Ejército, los segundos eran amenazados en su
autonomía y los terceros todos querían que desapareciesen. A la hora de
valorar su contribución, pues, hay que desechar falsos guerrilleros y demás
postulados románticos. Parece que fue un fenómeno más demoledor para el
ejército español que de ennoblecimiento del nombre del pueblo. En
cualquier caso siempre navegaremos en un terreno fronterizo, entre
considerar a sus integrantes custodios del espíritu de resistencia a
calificarlos de parásitos que vivían a costa de un pueblo al que
aterrorizaban. Esdaile es muy claro al respecto y desde luego ve poca
identificación entre partida y pueblo, al contrario, califica el fenómeno de
la guerrilla como episodio doloroso, lo que pasa es que es muy
acomodaticio al mito del pueblo en armas como paradigma de resistencia
popular contra Napoleón. Sin duda la clave está en un estudio concienzudo
del fenómeno y vacunarse contra la instrumentalización de su impacto. El
asunto resulta turbio19, aunque hay que reconocer que es una manera fácil
de rendir honores al pueblo, que ya no es canaille, al pueblo que da la
legitimidad ideológica ora a los liberales, ora a los conservadores en su
apreciación de usurpación y voluntad.

Complejidad de los hechos y carácter dual


Reflexiones nuevas sobre la forma de gobierno sin duda las hubo, y
muy diversas, al margen del pensamiento oficial. La guerra contra la
Revolución Francesa había facilitado el integrismo absolutista y el odio al
despotismo ministerial de Godoy. Los valores de 1808 son sobre todo
afectivos más que intelectuales, generadores de mitos activos: el deseado,
pueblo, nación, patria, constitución, soberanía… La carga emotiva de 1808
colma el imaginario colectivo y la memoria histórica. La historiografía se
ha volcado en su reconstrucción insuflando valores ideológicos, en una
pugna por adjudicarse cada uno el copyright de la movilización popular que
puso a la nación en armas. Desde luego no nos podemos quejar de falta de
documentación -la publicística que presentamos, proclamas, manifiestos,
memorias, relatos, periódicos, panfletos, obras teatrales- , de lo que
realmente andamos necesitados es de, ante el carácter masivo de los
vestigios del pasado, una buena carta de navegación.

Pero vayamos por partes. El enfatizar sólo la fecha mágica


desenfoca el proceso histórico, hay pues, que ponderar los antecedentes y
los consecuentes. Contra el despotismo ministerial confluían tanto los
defensores de ideas progresistas, ilustrados, como los representantes del
partido español, aristocrático o como quiera que se le llame, encabezado
por miembros de la alta nobleza y que tanta responsabilidad tuvo en los
sucesos del Escorial y Aranjuez20 en vísperas del dos de mayo. Por otro
lado, la ocupación de los ejércitos napoleónicos agravó la situación crítica,
de la Monarquía, de la economía, de las finanzas, de las instituciones; 1808
fue una situación excepcional, conjunto de circunstancias a las que se
apuntó toda la tradición histórica de España -“en una situación nueva, todo
debe ser nuevo” decía José Mor de Fuentes. En cualquier caso la “chispa
eléctrica”, la rapidez de los acontecimientos y el carácter masivo de la
movilización popular desbordó todas las previsiones y facilitó la
idealización e instrumentalización de los hechos. En el mismo mes de
mayo se crearon dieciocho Juntas que no lo olvidemos, tenían a todas luces
una planta antiguo-regimental. Se erigen por aclamación y se legitiman con
y por autoridades estamentales. De todas formas estas contradicciones
forman parte misma de la complejidad de los hechos. En Murcia las propias
autoridades se hacen dueñas de la situación y conformarán la Junta
correspondiente, eso sí, nombrando a la Virgen de la Fuensanta Capitana
General del Regimiento recién organizado. Del mismo modo la Junta
Central, aunque absolutamente novedosa en su pretendida naturaleza
representativa, mostraba ese carácter dual, progresista – conservador. Lo
que sí propició expectativas para un cambio revolucionario fue la
convocatoria de unas Cortes queridas por una España patriótica y que ante
la ausencia del Deseado los liberales aprovecharon para convertirlas en
constituyentes.
Los límites del liberalismo gaditano y el fracaso liberal

La fragilidad de la base social del liberalismo 21 ,esto es, la debilidad


de la burguesía y de las clases medias porfiaba entre las ideas avanzadas de
la Ilustración y el poder fáctico de la Iglesia Católica. Devaluado golpe de
Estado suponía el antiguo papel de la Junta Central ya que si hablamos de
libertad no será la libertad política la triunfante, sino la económica, sobre la
que se sustentaría el derecho sagrado de la propiedad y su correspondiente
seguridad frente al poder desmedido o arbitrario. Igualdad sí, pero la
cristiana, no la igualitaria22. Es así que la Guerra de la Independencia aún
entendida siempre desde la perspectiva histórica con sus antecedentes
notorios en las reivindicaciones de libertades políticas y de expresión
advertidos en la última Ilustración, supuso un destello propiciado por las
condiciones especiales que se conjugaron para que integristas y liberales
formulasen sus respectivos argumentarios. El modelo que se impuso en
Cádiz no fue tan pretencioso, los liberales tenían demasiada prisa, les
faltaba tejido social apropiado y se apresuraron a no enfrentarse con la
Iglesia23, reconociendo así el artículo 12 del capítulo II. Triunfó el
liberalismo moderado, pragmático, filo-aristocrático y anti-popular, gustoso
de la adhesión popular, pero no de la movilización del pueblo. En definitiva
una Revolución Liberal todavía muy vulnerable y no realmente despegada
del viejo sistema político.

Bibliografía utilizada y comentario bibliográfico

La bibliografía seleccionada que aportamos cumple un requisito para mi


muy importante: su rápida utilidad. La conmemoración de la Guerra de la
Independencia ha permitido copiosas aportaciones que abarrotan los
anaqueles de las librerías y centros comerciales. Hay de todo y es preciso
seleccionar. La edición de el extraordinario catálogo de la exposición La
Nación en Armas comisariada por Juan F. Fuentes, reúne trabajos
interesantísimos de consagrados especialistas como G. Cárcel, R. Fraser, E.
La Parra, Martínez Ruiz, Aymes, Fernández Sebastián , Dufour y otros,
supone, digo, un repertorio adecuado y sinérgico con el relato iconógráfico
expuesto en la sala Fernán Gómez del Centro de la Villa de Madrid.
Recomiendo cuatro libros, para mi clásicos, que escapan a la mayoría
citada de publicaciones de los dos o tres últimos años, me refiero a los de
Jover Zamora (1976,) Corona Baratech (1957) y Albert Derozier (1971) y
A. Elorza (1970), a los que se unen las aportaciones de Miguel Artola
reeditadas el año pasado. Los libros de Dufour, Aymes y Canales serviran
para tener un conocimiento sintetizado de la Guerra. De mayor calado son
los trabajos de Fraser y Esdaile. Para los que quieran disfrutar y al mismo
tiempo conocer profundas reflexiones sobre la forja de la idea de España
recomiendo el extraordinario libro de García Cárcel y el laureado de
Alvarez Junco. La figura de Godoy ha sido trabajada por La Parra que
junto a las aportaciones de C. Seco, J. Belmonte, Pilar Laseduarte y E.
Ruspoli ayudarán a no distorsionar más determinadas figuras claves del
final del Antiguo Régimen. Es encomiable la labor de A .Moliner como
editor de un volumen cualificado sobre la Guerra de la Independencia que
ha puesto en un nivel muy digno la celebración del bicentenario. A nivel
divulgativo muchos especialistas han acudido a concretar síntesis
ilustrativas, así las revistas de Historia han dedicado monográficos
destinados al gran público: Historia y Vida (nº 478) Muy Historia, nº 14,
La Aventura de la Historia,, nº 111 o La Ilustración de Madrid,
Monográfico del Dos de Mayo, nº 7. Son de agradecer siempre las
ponderaciones de Fontana y García de Cortázar, así como el clásico estilo
de Díaz Plaja. Para los apasionados conocedores de la Guerra y el
fenómeno de las guerrilla resultan muy útiles los trabajos de Emilio de
Diego, Esdaile, Martínez Láinez y el ágil de Abella y Nart. La
conmemoración ha permitido “aterrizajes” de aquellos que sienten la
necesidad de desmitificar como Rafael Torres que hace un ensayo tan
particular como digno sobre este período. Finalmente Claude Morange
escribió un sugerente artículo sobre las estructuras del Antiguo Régimen en
su transición al nuevo.

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2
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3
(1958)
4
FERNANDEZ SEBASTIAN, J. (2002)
5
PORTILLO, J.M. (2004)
6
(2007)
7
El diablo predicador, 1808
8
FernandoVII en Valencey, 1814
9
Conclusiones político – morales
10
Las Cortes y la Regencia, 1811, en la misma época en que Mor de Fuentes huyendo del Madrid josefino recala en
Cartagena donde estrenará un sainete en el que ridiculiza las actividades de los invasores, intitulado El Egoísta y que sirvió
para inaugurar el teatro cartagenero.
11
Gazeta del infierno, 1808
12
Sentimientos que produce un corazón murciano, 1809
13
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14
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20
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