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Para la filosofía “el ser humano no es bueno por naturaleza”, en sentido estricto,
ya que tiende naturalmente hacia el dominio y el deseo. No tiende fácilmente hacia
el bien. La ignorancia de esta realidad puede generar la violencia inesperada. Los
docentes por ejemplo no pueden pretender dominar a sus estudiantes, ni estos
intentar hacer lo propio con el docente. Hay que equilibrar la relación
comunicativa y dialéctica. Esta voluntad de dominio hace que se produzca
naturalmente una tensión en la comunicación, Barajas E. en Peiró S. (2012).
La amistad es considerada una relación externa que a su vez tiene una base
interna en cada persona, la base interna la constituye la relación consigo mismo,
considerada también como el amor propio. La importancia del amor propio en el
tipo de amistad que se establece con otras personas, que acerca o distancia los
miembros de una comunidad es abordada por Aristóteles en su obra clásica
denominada “Ética a Nicómaco”, en los siguientes términos:
Las relaciones amistosas con el prójimo y aquellas por las que se definen las
amistades parecen originarse en las de los hombres con relación a sí mismos,
todas las condiciones que se atribuyen a la relación de los amigos, se atribuyen
1
En la cultura griega la ética y el ethos eran muy similares y hacían referencia al sitio donde confluían tanto
los hombres como los animales. Posteriormente Heidegger manifestó que el ethos es el sitio, morada o lugar
donde habita el ser (Fernández F. 2010).
primeramente a la relación de los hombres buenos consigo mismo. Amarse a sí
mismo es amar a la parte pensante de sí mismo. El hombre malo no puede
amarse a sí mismo, ya que está en constante discordia y arrepentimiento por sus
acciones y en una disensión interna en la que no puede originarse el amor a sí
mismo. Sin embargo hay que diferenciar el amor propio del amor egoísta que solo
busca el enriquecimiento de sí mismo.
El hombre tiene una inclinación a vivir en comunidad pero, al mismo tiempo, quiere
preservar su individualidad a cualquier costo, a lo que llamó una “insociable
sociabilidad”. Se trata de un mecanismo natural, que sin embargo, puede ser
usado a favor del progreso moral de la especie como un incentivo para abandonar
el estado anímico de la guerra y construir las condiciones políticas y herramientas
jurídicas que lleven a la contención de la guerra, y eventualmente a su
erradicación (Oropeza, T. 2004).
Pese a que el hombre es hostil y conflictivo, Kant procura convertir este problema
en una oportunidad cuando afirma que la insociable sociabilidad del hombre es un
principio dinámico que enfrenta fuerzas contrarias. El hombre sería tan apacible
como las ovejas, pero irremediablemente ineficaz en lo que se refiere al desarrollo
moral y político. Por lo tanto, su naturaleza conflictiva no es necesariamente un
aspecto negativo, sino un elemento indispensable para su avance, en la formación
de principios prácticos para su vida en sociedad.
Es por ello que resulta demasiado difícil compaginar moral y política, puesto que
para la política no es fácil guiarse por el respeto a la ley tanto en el ámbito interno
como en el externo. Dicha contradicción tiende a agravarse cuando se pretende
hacer del conocimiento empírico la base angular del direccionamiento moral,
olvidando lo que ya había sido juzgado como correcto y justo. De tal manera que
el mayor impedimento para la paz no es la maldad humana, sino la mala fe que
consiste en soslayar el juicio de la razón práctica a favor de una sabiduría
pragmática y empírica.