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PRINCIPIOS RECTORES DE LA CONVIVENCIA

Históricamente las alteraciones en la convivencia siempre han sido una


preocupación constante dentro de la sociedad, y a su vez objeto de estudio por
parte de la filosofía y de las denominadas ciencias humanas, que continuamente
tratan de explicar dicho fenómeno desde el campo intrapersonal, interpersonal,
familiar, social e incluso como propio de la especie humana.

Para la filosofía “el ser humano no es bueno por naturaleza”, en sentido estricto,
ya que tiende naturalmente hacia el dominio y el deseo. No tiende fácilmente hacia
el bien. La ignorancia de esta realidad puede generar la violencia inesperada. Los
docentes por ejemplo no pueden pretender dominar a sus estudiantes, ni estos
intentar hacer lo propio con el docente. Hay que equilibrar la relación
comunicativa y dialéctica. Esta voluntad de dominio hace que se produzca
naturalmente una tensión en la comunicación, Barajas E. en Peiró S. (2012).

De lo anterior se observa que la tendencia hacia el dominio se da en toda relación


humana. Entre padres e hijos, entre docentes y estudiantes y entre los mismos
estudiantes que continuamente quiere exhibir algún tipo de ventaja o superioridad
frente a sus iguales.

La filosofía en algunas de sus tesis recurre al método dialectico para el análisis de


las diferencias sociales y sus contradicciones, basada en la lucha de los
contrarios, por lo consiguiente el hecho de que existan contradicciones no tiene
que llevar a la lucha abierta, lo que se debe buscar es una relación comunicativa
equidistante.

No obstante, la dialéctica es un instrumento útil hasta cierto punto que permite


describir el mapa de comunicación de las personas en un contexto educativo o
grupo social, sin embargo no trasciende esta posibilidad, ya que no permite
conocer la causa de los conflictos. Su validez se denomina de contexto, Barajas E.
en Peiró S. (2012).

Desde la filosofía también se abordan dos componentes básicos de la convivencia


humana como son la moral y la ética. La moral proviene del latín moralis, que es
perteneciente o relativo a las acciones o caracteres de las personas. La ética a su
vez tiene la raíz latina ethica, y la raíz griega ético. Considerándose por lo tanto a
la ética como una parte de la filosofía que trata acerca de la moral y de las
obligaciones del hombre (Diccionario de la Lengua Española 1994).

Por consiguiente, ambos conceptos hacen referencia a las actuaciones de las


personas en determinado ámbito, sin embargo para que se logre una adecuada
interacción, se deben seguir en la medida de lo posible determinadas normas o
acuerdos establecidos previamente, su desconocimiento desencadena el
enfrentamiento y lleva necesariamente al conflicto.

El análisis de la moral y la ética necesariamente llevan a referirse a un espacio


físico donde conviven las personas, este espacio se ha denominado también el
“ethos”1. Allí las personas que comparten un mismo lugar o ethos tienen
comportamientos y costumbre comunes que le dan sentido a sus vidas.

Quienes comparten un espacio modelan regularmente sus conductas en usos y


costumbres respecto a los que llevan más tiempo o ya se han habituado. Esto
permite que se creen expectativas reciprocas de comportamientos y se
constituyen en un factor básico para una convivencia más o menos armoniosa,
permitiendo decidir cuál es la actuación de mayor beneficio, se reconoce lo que se
espera de uno y qué se puede esperar de los demás.

Es de anotar que las maneras de ser y los modos de comportarse de una


comunidad obedecen a la posición que se ocupa en el espacio social y al papel
socialmente atribuido para desempeñarse en las diversas circunstancias de la vida
cotidiana. Este comportamiento está determinado por las huellas que deja la
socialización en el individuo para que siga determinada conducta. Dichas marcas
a su vez se convierten en las subjetividades del individuo o dirección interna del
comportamiento, expresadas a través de sus expresiones éticas y morales (Heler,
M. 2010).

En el proceso de la convivencia humana aparece otro componente fundamental


que es la amistad, la cual también ha sido abordada desde la filosofía, permitiendo
conocer que la amistad tiene a su vez una estructura interna, unos tipos y un
fundamento basado totalmente en los tipos de amor.

La amistad es considerada una relación externa que a su vez tiene una base
interna en cada persona, la base interna la constituye la relación consigo mismo,
considerada también como el amor propio. La importancia del amor propio en el
tipo de amistad que se establece con otras personas, que acerca o distancia los
miembros de una comunidad es abordada por Aristóteles en su obra clásica
denominada “Ética a Nicómaco”, en los siguientes términos:

Las relaciones amistosas con el prójimo y aquellas por las que se definen las
amistades parecen originarse en las de los hombres con relación a sí mismos,
todas las condiciones que se atribuyen a la relación de los amigos, se atribuyen

1
En la cultura griega la ética y el ethos eran muy similares y hacían referencia al sitio donde confluían tanto
los hombres como los animales. Posteriormente Heidegger manifestó que el ethos es el sitio, morada o lugar
donde habita el ser (Fernández F. 2010).
primeramente a la relación de los hombres buenos consigo mismo. Amarse a sí
mismo es amar a la parte pensante de sí mismo. El hombre malo no puede
amarse a sí mismo, ya que está en constante discordia y arrepentimiento por sus
acciones y en una disensión interna en la que no puede originarse el amor a sí
mismo. Sin embargo hay que diferenciar el amor propio del amor egoísta que solo
busca el enriquecimiento de sí mismo.

Para Aristóteles la amistad es el espació en que uno se ama tanto a sí mismo


como a los otros, en el que el amor hacia los demás se presenta en su más alto
grado, un lugar en el que uno no tiene que renunciar a sí mismo para darlo todo
por el amigo. Por cada gran acto de amor por los demás, viene un bien todavía
más grande para sí mismo (Mira, P. 2008).

En esta breve presentación de los aportes filosóficos a la convivencia del ser


humano, es necesario hacer referencia también a uno de los más representativos
filósofos del siglo XIX, Immanuel Kant, conocido por obras grandiosas como “La
Crítica de la Razón Pura y La Crítica de la Razón Práctica”, que revolucionaron el
pensamiento de la época y aún siguen teniendo plena vigencia.

En la Crítica de la Razón Práctica, trata de demostrar que el uso de la razón es la


única vía correcta para lograr la convivencia pacífica, tanto entre los individuos
como entre los pueblos y naciones, de esta manera se podría abandonar el
mecanismo de la guerra y plantearse la paz como un fin y un deber.

El hombre tiene una inclinación a vivir en comunidad pero, al mismo tiempo, quiere
preservar su individualidad a cualquier costo, a lo que llamó una “insociable
sociabilidad”. Se trata de un mecanismo natural, que sin embargo, puede ser
usado a favor del progreso moral de la especie como un incentivo para abandonar
el estado anímico de la guerra y construir las condiciones políticas y herramientas
jurídicas que lleven a la contención de la guerra, y eventualmente a su
erradicación (Oropeza, T. 2004).

Pese a que el hombre es hostil y conflictivo, Kant procura convertir este problema
en una oportunidad cuando afirma que la insociable sociabilidad del hombre es un
principio dinámico que enfrenta fuerzas contrarias. El hombre sería tan apacible
como las ovejas, pero irremediablemente ineficaz en lo que se refiere al desarrollo
moral y político. Por lo tanto, su naturaleza conflictiva no es necesariamente un
aspecto negativo, sino un elemento indispensable para su avance, en la formación
de principios prácticos para su vida en sociedad.

En cuanto a la moral y la política, Kant advirtió acerca de la incompatibilidad que


siempre se ha de presentar entre estos dos conceptos, sin embargo propone una
alternativa para reducir al máximo su distancia. Dicha contradicción la explica de la
siguiente manera: Para este análisis se define la moral como una suma de leyes
incondicionalmente obligatorias con las que se debe actuar. No obstante en el
momento que la comunidad reconoce la autoridad moral, hay quienes reaccionan
afirmando que es imposible actuar conforme a dicha autoridad, ya que no se está
obligado a seguir dichos mandatos y es posible acomodarlos a variados intereses.
Se trata por lo tanto de una posición artificialmente creada y conveniente, aunque
si se actuara de acuerdo a la estricta moral se resolvería el problema entre la
teoría y la práctica.

Es por ello que resulta demasiado difícil compaginar moral y política, puesto que
para la política no es fácil guiarse por el respeto a la ley tanto en el ámbito interno
como en el externo. Dicha contradicción tiende a agravarse cuando se pretende
hacer del conocimiento empírico la base angular del direccionamiento moral,
olvidando lo que ya había sido juzgado como correcto y justo. De tal manera que
el mayor impedimento para la paz no es la maldad humana, sino la mala fe que
consiste en soslayar el juicio de la razón práctica a favor de una sabiduría
pragmática y empírica.

Para resolver la incompatibilidad entre moral y política Kant recurre al “Principio de


Publicidad”, el cual al ponerse en práctica invalida la tesis según la cual la justicia
es lo que el poderoso impone, pues gran parte del éxito de dicha fórmula radica en
no dar a conocer los propósitos que se persiguen. En contraposición a esta tesis
considera que toda ley aspira a la publicidad y a ser reconocida por todos los
ciudadanos como algo legítimo y así garantizar su cumplimiento. Si no se pueden
hacer públicos los propósitos de una acción, entonces la justificación es injusta y
contraria a derecho. Un ejemplo de ello es el bien conocido ataque de Estado
Unidos a Irak, las razones que se ofrecieron al mundo solo pretendían ocultar los
verdaderos propósitos para ir a una guerra devastadora y desproporcionada
(Oropeza, T. 2004).

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