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La curaduría del Salón MIRE en su novena edición ​presenta una lectura de un

momento posible de las prácticas artísticas de la región, tomando como pretexto


tres ejes: memoria, identidad y región. Santander se ha ido constituyendo con
diferentes idiosincrasias singulares que se evidencian de manera fuerte en sus
gustos y en sus expresiones. Las prácticas artísticas también hacen eco de esta
variedad, y es posible leer en sus producciones los factores que permanecen a
pesar de la internacionalización y la transculturación: la austeridad, el oficio, la
materialidad y los valores de una sociedad tradicional.

De la misma manera se puede interpretar la región desde tres perspectivas


distintas: la subregión cultural, la subregión social y la subregión económica; en un
territorio múltiple que se distribuye entre la montaña andina y las zonas de
influencia del valle del Magdalena medio santandereano. Para comprender esta
zona del país hay que conocer el rol que jugó en el conflicto y actualmente en el
posconflicto, no sólo desde la historia sino desde la memoria. En esta edición del
salón hay artistas que comienzan a insertarse en sus contextos y en sus
realidades a través de la indagación, de las prácticas sociales y de los nuevos
medios.

Los imaginarios femeninos, la violencia de género, la desigualdad laboral y el


empoderamiento necesario de la mujer dialogan con otros temas que cobran
vigencia en la actualidad, entre otros: la situación del campesino, el paisaje
alterado, la defensa del páramo y la migración venezolana. Algunas artistas
realizan introspecciones autobiográficas que, sin embargo, tienen el poder
metafórico de lo universal como María Angélica Martínez en una línea progresiva
generacional que involuciona, Andrea Rey que teje una red de micro
corporalidades o Nancy Agudelo desde el humor contundente y feminista. Cada
una de ellas trata el cuerpo en medios distintos: el dibujo, la escultura y la pintura.

La pintura de Joan Suárez hace pensar en la relación entre la química de los


colores y la política económica del paisaje del páramo. Sus compañeros
generacionales: Carlos Alfonso Hernández, que instala unos objetos que convierte
en una escultura con evidentes referencias a la infancia y Jorge Alberto Ugarte,
que propone desde el dibujo un sistema de imágenes de cuerpos; comparten una
búsqueda, una exploración atenta de los medios. Como parte de este mismo
cuerpo académico el Grupo Analítica insiste en el trabajo colectivo, con
referencias históricas, donde además se desdibuja la noción de autoría. En otra
dirección, desde el dibujo como intervención Nélson Alarcón manifiesta un interés
por el fenómeno de la migración, en tanto que Edwin Arias elabora un cómic que
habla de un contexto rural, que hace referencia a un pez de Floridablanca y el
conflicto por la tierra narrado desde el melodrama..

Los procesos con una fisonomía comunitaria tienen una presencia a través de la
cartografía de Claudia Amorocho y su vínculo con las microempresarias del ayaco
del centro de Bucaramanga. Así mismo los arbolitos de la señora Myriam
Alvarado, que reúnen en su precariedad el tiempo de las interacciones y los
afectos con sus vecinos de un barrio de Barrancabermeja. En esta ciudad se ubica
la memoria de la lucha popular que propone Néstor Javier Muñoz con la presencia
de María Cano ante la multitud del puerto petrolero. Allí mismo Edinson Centeno
encarna una memoria posible de las víctimas del conflicto que se amalgama en
sus máscaras con sus raíces caribes y africanas. Estos rostros establecen un
diálogo con los trabajos pictóricos de William Guarnizo, que hace explotar su
autoretrato mientras vuela las injusticias a las que se somete al ciudadano, y José
Sarmiento, que alude a su propia corporalidad vulnerada desde la mirada abyecta
de nuestra historia violenta.

En contraste con lo anterior, una serie de retratos campesinos iluminados por el


trabajo de Sandra Acosta sonríen ante el espectador, mientras el paisaje del
tabaco escogido por Mario Chaparro y Mónica Almeida registra una realidad más
cruda de este imaginario identitario. En otra dirección se desarrolla la fotografía de
Silvia García que anima un conjunto de frutas habitadas por personajes que
recuerdan el jardín de las delicias o el edén prometido por los urbanizadores. Otro
tipo de construcciones se expresan en la propuesta geométrica de Milton Gómez,
en donde las cuerdas de colores insinúan un sonido concreto en el centro de la
estructura escultórica; y en la de Juan Ordoñez Laserna que transforma un juego
tradicional en denuncia a través de la combinación de piedra, tierra, metal y
madera para crear un instrumento de resonancia política.

Desde el arte urbano John Ardila experimenta con la gráfica al integrar tipografía,
grabado, diseño y fotografía para hablar de otros habitantes de la calle. En este
espacio público de la ciudad transcurre también el trabajo de video y acción del
Colectivo de la Caza, entre la ironía y la crítica, que contrasta con el duelo
propuesto por las Artistas de La Magdalena que se funden en un abrazo de
consuelo, de perdón y de encuentro al borde de la acera a orillas del gran río. Esta
corriente se puede remontar por el río Lebrija hasta el Suratá que ha inspirado a
José Santamaría para presentar su trabajo comunitario con niños, que interpreta el
sonido de la corriente como un patrón de voces múltiples.
Finalmente hay un juego de términos coloquiales de dos polos ideológicos
materializado en la instalación de Lina María Quintero en diálogo semántico con
las piezas Fredy Peña. Estos trabajos se pueden leer en relación con la propuesta
de un nuevo escudo nacional de Yerzon Rincón para diluir los valores
conservadores de una identidad nacional bipolar. En cambio, Mauricio Moreno
camina sereno por la ciudad para encontrar palabras y fragmentos de concreto
que le revelen señales particulares de la fisonomía local, al tiempo que Samuel
Rueda funde el cemento para crear bloques de concreto en donde reitera su
interés por el paisaje. Sobre este tema Jonathan Blanco resume su
experimentación con los materiales, su proceso de investigación y su experiencia
con la comunidad en una pieza escultórica que simula la circulación del agua en
un topos imaginado a partir de nuestra hidrografía.

Al cierre de la exposición dos invitados más: Óscar Salamanca y el uruguayo


Clemente Padín. Salamanca presenta un video en el formato de las televentas,
ambientado entre el centro de Bogotá, en los alrededores de la antigua academia
superior de artes, y la plaza de Bolívar en Pereira. La auto parodia del profesor
universitario de artes en el centro de dos ciudades colombianas habla de los
lugares comunes del campo del arte contemporáneo colombiano, las falsas
promesas académicas y los enormes egos que se alimentan de la pequeñez en un
mutuo intercambio de mentiras. Padín, artista mítico, envía una postal que en su
mínima forma resalta el valor de este tipo de arte en la tradición local. La imagen
registra un mundo postindustrial en el que el intercambio, la solidaridad y la
cooperación, promovidos como valores desde el arte correo, tienen la vigencia de
un equipo de supervivencia, útil para resistir en un sistema de consumo
exacerbado que hace tiempo desbordó los límites de lo humano.

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