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Las ventas exteriores de productos agrarios y ganaderos se estancaron en 2018 tras años de fuertes
crecimientos
Un vídeo vuelve a difundir el bulo de que esta fruta tiene una capa tóxica
La isla importa el 85% de sus alimentos y, desde el paso del huracán María, sus granjeros, chefs y activistas
buscan cambiar la situación
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Eso ya lo sabía; estaba ahí por eso. El Departamento había sido citado unos meses atrás en un artículo de The
New York Times en el que se reconocía su apoyo al comercio local y a la agricultura orgánica. Aquí vendían
productos cultivados en la isla y también los servían en un restaurante que representaba la otra cara de la
moneda cuando se piensa en importación y exportación de los alimentos producidos localmente en la isla. Está
bien documentado que Puerto Rico importa el 85% de sus alimentos, pero en ese momento el 80% de los
vegetales que El Departamento estaba sirviendo eran cultivados en el ámbito local.
Venía a El Departamento para entrevistar y escribir un perfil sobre el chef Paxx Caraballo Moll. Había admirado
su comida vegetariana en Instagram desde que leí aquel artículo en el Times. Caraballo Moll también había
aparecido en 2014 en un exuberante documental llamado Mala Mala que exploró la identidad de género en la
isla. Él describía su vida como la de un chef trans que no tenía acceso al tratamiento hormonal que necesitaba.
Cuando visité el restaurante era lunes, día en que recibían todo el producto para su venta y preparación. En la
cocina, el chef y sus asistentes preparaban aderezos para las ensaladas y caldo. Mientras picaban, la música
sonaba altísima. Me dieron un poco de pitorro, ron local curado bajo tierra, que un agricultor les había traído.
Cerca de la cocina había un recorte de cartón del preso político Oscar López Rivera vestido con una sudadera
blanca y caqui, parte de una campaña llamada Oscar en la calle que pedía la libertad para el activista de la
independencia [fue excarcelado luego tras la conmutación de su pena por Barack Obama]
Una vez terminadas las preparaciones, iba a acompañar a Caraballo Moll en bicicleta a recoger unas bandejas
en un local y salón de música cerca de la universidad, para una comida de temática escolar que ocurriría en
unos días. Mientras esperaba, una mujer mayor se acercó y se sentó en mi mesa; llevaba una bolsa de plástico
llena de acerolas, una cereza tropical. Las había recogido de su patio. “No puedo pagar la comida aquí”, dijo
sobre El Departamento. “¿Esta buena?”
En aquel momento, solo llevaba seis meses trabajando como periodista de las artes culinarias. Antes de eso,
había trabajado como editora y pastelera vegana, y me había centrado en el uso de los ingredientes más
locales y éticos disponibles. Así fue como llegué a entender los problemas de sostenibilidad, biodiversidad,
prácticas laborales justas y accesibilidad que sufre el sistema alimentario global. Había venido a Puerto Rico
ingenuamente pensando que había encontrado un lugar que ya había dado con soluciones específicas para
estos problemas. Pero cuando esta mujer, que sabía dónde encontrar la comida producida localmente y dónde
podía posiblemente vender las acerolas de su patio, me dijo que no podía comprar platos preparados,
finalmente se me ocurrió que, de momento, nadie tenía las respuestas. Lo que sí teníamos era esperanza,
comunidad y trabajo; un impulso real por identificar los problemas y solucionarlos.