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La burocracia y las normas sanitarias frenan las exportaciones alimentarias 16 JUN 2019

Las ventas exteriores de productos agrarios y ganaderos se estancaron en 2018 tras años de fuertes
crecimientos

Planta procesadora de aceitunas de DCOOP.


Las exportaciones agrarias y de la industria alimentaria ascendieron en 2018 a más de 47.000 millones de
euros, un 0,4% más que el año anterior. La cifra supone un frenazo, frente a los robustos crecimientos de la
última década. En gran parte, coinciden distintas fuentes de la Federación de Industrias de Alimentación y
Bebidas (FIAB), el frenazo es consecuencia del aumento de trabas burocráticas y de barreras fitosanitarias
relacionadas con la seguridad alimentaria. En otros pocos casos, el parón obedece a aranceles, como el caso
de la aceituna en EE UU.
El sector de frutas y hortalizas exporta por valor de 13.000 millones, más del 90% a Europa. El director de la
Federación de Productores y Exportadores de Frutas y Hortalizas, Fepex, José María Pozancos, reclama un
esfuerzo a la Comisión para la firma de nuevos acuerdos con terceros países. Se denuncia la lentitud para
firmar protocolos con países como China o EE UU, con negociaciones que se extienden hasta dos años. Las
dificultades se centran en materia fitosanitaria, pese a que las normas europeas son las más exigentes.
En el vino, con exportaciones de entre 23 y 28 millones de hectolitros, las mayores barreras son arancelarias y,
en países como Brasil, Tailandia, India o Sudáfrica las dificultades se concretan en etiquetados no armonizados
y exigencia de análisis de contenido en laboratorios del país.
Normas no armonizadas
En aceite de oliva hoy los temores más serios se concretan en la posibilidad de que la EE UU opte por ponerle
también un nuevo arancel, como hizo el año pasado con la aceituna negra de mesa. Actualmente, el problema
estriba en la ausencia de una normativa armonizada en materia de calidad, sobre todo con países no
miembros del Consejo Oleícola Internacional.
Finalmente, en el sector cárnico, con ventas exteriores por más de 5.000 millones, se denuncia la falta de
unificación de las competencias entre los ministerios de Agricultura y Sanidad, lo que supone retrasos,
descoordinación y más costes. El secretario general de la patronal Anice, Miguel Huerta, denuncia que España
siga sin ser declarado libre de la enfermedad de las vacas locas cuando el último caso fue en 2014, situación
que impide exportar a países como China o Japón. EE UU, por su parte, exige tener instalaciones revisadas por
las autoridades sanitarias de ese país. En el caso del porcino, el reto es el mercado australiano, que no admite
el producto fresco o curado.
“Nos rodean productos químicos con los que nos jugamos la vida” 17 JUN 2019
El investigador y pediatra Leonardo Trasande alumbra sobre los costes económicos y sanitarios de los
disruptores hormonales y explica cómo evitar la exposición
El pediatra Leonardo Trasande vive con su esposa y sus dos hijos en una casa en la que no entran ni latas de
conserva ni comida ultraprocesada. Las alfombras apenas cubren el suelo, que es de madera, y hay pocos
plásticos. Las costumbres de la familia neoyorquina responden al trabajo del padre sobre los químicos que
interfieren con nuestras hormonas para hacernos “más enfermos, más obesos y más pobres”. Sicker, fatter,
poorer se llama el libro que acaba de publicar en el que explica qué se puede hacer para evitarlos. A sus 46
años, es un reputado investigador firmante de más de un centenar de artículos científicos sobre los
denominados disruptores hormonales, ya tildados de "amenaza global" por la OMS en 2013. El Parlamento
Europeo pidió hace dos meses a la Comisión que se prohíban para equipararlos con productos carcinogénicos,
mutágenos o tóxicos.

Leonardo Trasande, en Madrid la semana pasada. Samuel Sánchez


La conversación con Trasande discurre en español (es hijo de inmigrantes gallegos), horas antes de que tome
un avión a Estados Unidos, donde dirige el departamento de Pediatría Ambiental de la facultad de Medicina de
la Universidad de Nueva York. Ha participado en el Congreso de la Asociación Española de Pediatría, donde se
dijo alto y claro que más del 95% de los niños españoles tienen en su orina estas moléculas que hackean el
metabolismo.
“Hay 1.000 o más químicos sintéticos que pueden interaccionar con nuestras hormonas”, dice, “pero la
evidencia es más fuerte para cuatro categorías: los plaguicidas, los bisfenoles, que se usan en papel térmico [el
de las facturas de los datáfonos o cajas registradoras] y enlatados; los ftalatos que están en cosméticos y en
varios tipos de envases de comida, y los retardantes de llama bromados en alfombras, quizá en muebles como
este (toca la butaca tapizada en la que está sentado) y en las casas [también en productos electrónicos]. Se
pensaba que solo eran dañinos a dosis altas, pero no es así”.
El impacto de los químicos que suplantan o compiten con las hormonas que ordenan nuestra vida es
especialmente grave en mujeres embarazadas y también en niños, afirma el especialista, porque ellos
consumen más alimentos y líquidos por kilo de peso, sus órganos (y las glándulas que producen las hormonas)
están en formación, y además permanecerán expuestos más años. “Hay tres estudios que han documentado
que existe relación entre la exposición a pesticidas organofosforados durante la gestación y la disminución en
el coeficiente intelectual en los niños. Además, en pruebas de imagen, se veían partes del cerebro menos
desarrolladas”, asegura. Lo mismo ocurre con los retardantes, que inhiben el funcionamiento de la tiroxina, la
hormona del tiroides que regula el metabolismo. Tras exponerse durante el embarazo “se ha visto no solo una
afectación cognitiva, también trastornos de autismo y atención e hiperactividad”.
La buena noticia es que con medidas simples y baratas, dice, se puede hacer mucho: “No comer alimentos
enlatados. Rápidamente bajan los niveles en orina de bisfenol A. También rebajar las comidas envasadas en
plástico y ultraprocesadas. En dos o tres días disminuyen los ftalatos”. Lo mismo ocurre al eliminar ciertos
cosméticos y al pasarse a los alimentos orgánicos.
Las manzanas tienen cera y no pasa nada 11 JUN 2019

Un vídeo vuelve a difundir el bulo de que esta fruta tiene una capa tóxica

“¡Pelen la manzana!”. Este mensaje acompaña a un


vídeo que se está difundiendo ampliamente estos días
a través de las redes sociales. En él aparece una chica
raspando una manzana para demostrar que se le
añaden ceras y para advertir del supuesto peligro que
eso entraña para la salud. En el momento de escribir
estas líneas, la grabación ha sido vista por más de 2,5
millones de personas. No es la primera vez que ocurre
algo como esto. Antes de nada, deberíamos saber que
las manzanas están cubiertas por cera de forma
natural. Quizá suene raro, porque se trata de una sustancia que asociamos casi exclusivamente con las abejas
y sus colmenas. Sin embargo, las ceras están ampliamente distribuidas en la naturaleza, ejerciendo sobre todo
un papel de protección. Sin ir más lejos, es la función que desempeñan en nuestros propios oídos, impidiendo
la entrada de sustancias extrañas. Pero también podemos encontrarlas en las plumas de las aves, donde sirven
como barrera contra el agua o sobre las hojas y los frutos de los vegetales, entre los que se encuentran las
manzanas. Las ceras de la superficie de las manzanas contribuyen a mantener la firmeza y la integridad
estructural, protegiendo la fruta de golpes y rozaduras; actúan como barrera frente al agua y frente al ataque
de organismos como insectos y hongos; reflejan la luz ultravioleta, perjudicial para las células y reducen las
pérdidas de agua y gases que se producen como consecuencia de la transpiración y la respiración,
respectivamente. Además, reflejan la luz visible, así que en algunos casos otorgan a la fruta un aspecto
brillante que la hace más atractiva. Esto es algo que depende de la composición y de la estructura de la cera,
así como de la cantidad en la que se encuentre. Por eso no todas las variedades de manzana brillan igual (por
ejemplo, la Pink Lady generalmente brilla menos que la Red Delicious) y tampoco tienen el mismo brillo a lo
largo de su desarrollo (la producción de cera aumenta a medida que el fruto crece).
Es frecuente que después de la recolección de la fruta se aplique un tratamiento postcosecha, que consiste
principalmente en una clasificación según la categoría comercial y en una operación de lavado, que se realiza
con la ayuda de agua clorada y cepillos. A menudo ese cepillado retira parte de la cera naturalmente presente,
así que en algunos casos se aplica un agente de recubrimiento sobre la superficie de la manzana. Esto puede
resultar chocante, pero es algo que ya se hacía en China en el siglo XII (aunque la aplicación industrial comenzó
en Estados Unidos durante la década de 1920). Lo que se persigue es que la fruta tenga un mejor aspecto y,
sobre todo, que su vida útil sea más larga, es decir, que la manzana dure más tiempo. Esto es posible porque la
sustancia aplicada forma una barrera semipermeable que restringe el intercambio de gases (oxígeno y dióxido
de carbono) y reduce la pérdida de agua por transpiración, así que se retrasan las pérdidas de peso por
evaporación, las arrugas en la piel, la degradación de los componentes, etc.
No son temas banales, ya que tanto el aspecto como la vida útil tienen una gran relevancia sobre el
desperdicio de alimentos, un fenómeno con un gran impacto económico y medioambiental y en el que los
vegetales ocupan la primera posición. De ahí la importancia que adquiere el uso de agentes de recubrimiento.
Para lograr los fines deseados, estos deben aplicarse adecuadamente. Para ello se pulveriza la sustancia
deseada sobre la superficie de la fruta con el objeto de conseguir un reparto uniforme y sobre todo para evitar
que la cantidad sea excesiva.
Reconstruir Puerto Rico a través de la gastronomía 8 JUN 2019

La isla importa el 85% de sus alimentos y, desde el paso del huracán María, sus granjeros, chefs y activistas
buscan cambiar la situación

Llegué un mes tarde a la manifestación Monsanto siembra


muerte. Era junio de 2015 y me encontraba frente a El
Departamento de la Comida, en aquel momento un restaurante y
mercado local en el barrio Tras Talleres de San Juan, en Puerto
Rico. Me concentraba en mirar un cartel desgastado en el que se
leía "Puerto Rico marcha contra Monsanto" y que estaba pegado
en la reja cerrada, mostrando una figura de un esqueleto con un
cuchillo y una cuchara entrecruzados sobre la garganta, clara
señal de que este lugar no callaba sus políticas.

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Eso ya lo sabía; estaba ahí por eso. El Departamento había sido citado unos meses atrás en un artículo de The
New York Times en el que se reconocía su apoyo al comercio local y a la agricultura orgánica. Aquí vendían
productos cultivados en la isla y también los servían en un restaurante que representaba la otra cara de la
moneda cuando se piensa en importación y exportación de los alimentos producidos localmente en la isla. Está
bien documentado que Puerto Rico importa el 85% de sus alimentos, pero en ese momento el 80% de los
vegetales que El Departamento estaba sirviendo eran cultivados en el ámbito local.
Venía a El Departamento para entrevistar y escribir un perfil sobre el chef Paxx Caraballo Moll. Había admirado
su comida vegetariana en Instagram desde que leí aquel artículo en el Times. Caraballo Moll también había
aparecido en 2014 en un exuberante documental llamado Mala Mala que exploró la identidad de género en la
isla. Él describía su vida como la de un chef trans que no tenía acceso al tratamiento hormonal que necesitaba.
Cuando visité el restaurante era lunes, día en que recibían todo el producto para su venta y preparación. En la
cocina, el chef y sus asistentes preparaban aderezos para las ensaladas y caldo. Mientras picaban, la música
sonaba altísima. Me dieron un poco de pitorro, ron local curado bajo tierra, que un agricultor les había traído.
Cerca de la cocina había un recorte de cartón del preso político Oscar López Rivera vestido con una sudadera
blanca y caqui, parte de una campaña llamada Oscar en la calle que pedía la libertad para el activista de la
independencia [fue excarcelado luego tras la conmutación de su pena por Barack Obama]
Una vez terminadas las preparaciones, iba a acompañar a Caraballo Moll en bicicleta a recoger unas bandejas
en un local y salón de música cerca de la universidad, para una comida de temática escolar que ocurriría en
unos días. Mientras esperaba, una mujer mayor se acercó y se sentó en mi mesa; llevaba una bolsa de plástico
llena de acerolas, una cereza tropical. Las había recogido de su patio. “No puedo pagar la comida aquí”, dijo
sobre El Departamento. “¿Esta buena?”
En aquel momento, solo llevaba seis meses trabajando como periodista de las artes culinarias. Antes de eso,
había trabajado como editora y pastelera vegana, y me había centrado en el uso de los ingredientes más
locales y éticos disponibles. Así fue como llegué a entender los problemas de sostenibilidad, biodiversidad,
prácticas laborales justas y accesibilidad que sufre el sistema alimentario global. Había venido a Puerto Rico
ingenuamente pensando que había encontrado un lugar que ya había dado con soluciones específicas para
estos problemas. Pero cuando esta mujer, que sabía dónde encontrar la comida producida localmente y dónde
podía posiblemente vender las acerolas de su patio, me dijo que no podía comprar platos preparados,
finalmente se me ocurrió que, de momento, nadie tenía las respuestas. Lo que sí teníamos era esperanza,
comunidad y trabajo; un impulso real por identificar los problemas y solucionarlos.

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