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MÓDULO I

VIOLENCIA SEXUAL CONTRA MUJERES Y DISCAPACIDAD

UNIDAD I: CONCEPTOS GENERALES PARA COMPRENDER LA VIOLENCIA SEXUAL


EN MUJERES CON DISCAPACIDAD E IMPACTO PSICOLÓGICO

Para comprender la violencia que afecta a las mujeres, y en particular, a aquellas que tienen
algún tipo de discapacidad, es necesario y fundamental, revisar algunos conceptos teóricos.
El diálogo que se establece con la teoría, de esta manera, permite tener una mejor
aproximación y comprensión de una realidad social que ha azotado a diversas personas en
el pasado y en la actualidad.

1. Género

El concepto aparece como una categoría de análisis, descripción y también como un


término político, cuyo objetivo es comprender distintos factores como la historia y el
contexto social en la concepción de aspectos como la sexualidad, los roles, las
identidades (Entidad de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el
Empoderamiento de las Mujeres [ONU Mujeres], 2017; Faúndez y Weinstein, 2012;
Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables [MIMP], 2014, 2016). De esta manera,
el concepto género será entendido y definido como una construcción social que
comprende los roles, atributos, comportamientos y oportunidades que se asignan, y
consideran apropiados, al hecho de ser hombre y ser mujer, en una cultura específica y
en un tiempo histórico determinado (Movimiento Manuela Ramos, 2013a; Organización
Mundial de Salud [OMS], 2018).

● Se aprenden a través de un proceso de socialización, en el que se ven


involucrados distintos actores: familia, institución educativa, barrio, instituciones
públicas, Estado, etc.
● Se construye en lo cotidiano, desde las costumbres e identidades de las
personas, establecidas por creencias construidas socialmente a partir de sus
diferencias biológicas.
● Son comportamiento que son construidos y aprendidos y cambian según la
cultura, momento histórico, religión, las creencias propias de cada lugar y las
relaciones sociales (MIMP, 2016; Movimiento Manuela Ramos, 2013b).

Cabe mencionar que, al considerar ciertas prácticas como apropiadas o no a hombres y


mujeres, finalmente, se genera desigualdad. Asimismo, se producen relaciones asimétricas
entre las personas, lo que podría crear situaciones de inequidad entre los hombres y las
mujeres en distintas esferas de sus vidas (Organización Mundial de la Salud, 2018). Estas
situaciones de inequidad abordarán desde las distintas tareas y actividades asignadas y
realizadas por cada personas, hasta el acceso a los servicios básicos y/o recursos o la toma
de decisiones (ONU Mujeres, 2017).

Dimensiones del género


A raíz de lo mencionado previamente, entonces se puede entender que el género cuenta
con distintas dimensiones, las cuales son se detallan a continuación:

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○ Cultural: Normas formadas por las expectativas de lo que es ser femenino o
masculino.
○ Psicológica: El género también es un proceso subjetivo, cada persona lo
internaliza e incorpora individualmente.
○ Social: Las instituciones sociales reproducen los estereotipos de género:
familia, iglesia, escuelas, etc.
○ Histórica: A través de la historia se van modificando lo que se espera de lo
masculino y de lo femenino. Por ejemplo, hace 50 años se esperaban cosas
distintas de las mujeres que ahora.

Sistema de género
Mediante las relaciones sociales y las imposiciones culturales, se ha construido a lo largo de
la historia un sistema en el que a los hombres y las mujeres se les ha asignado ciertas
características a partir de sus cuerpos sexuados y las diferencias sexuales y biológicas que
cada uno presenta. Este sistema tendrá un funcionamiento binario, en el que lo masculino
será asociado a los hombres y lo femenino a las mujeres (MIMP, 2014; OMS, 2018). Este
sistema estará caracterizada, de manera principal, por los siguientes postulados:

○ Existe una masculinidad hegemónica y una feminidad hegemónica; es decir,


una norma social que comprende el ideal de la masculinidad y el ideal de la
feminidad.
○ Este sistema, que comprende los roles, atributos y espacios distinguidos
para hombres y mujeres de manera jerárquica y diferenciada, se llama
sistema de género tradicional o patriarcal.

Desde una mirada tradicional, la división de los roles, espacios y atributos de


género se da de la siguiente manera

Mujeres Hombres
Espacio doméstico/privado Espacio pública
Rol reproductivo y de cuidadora Rod productivo o proveedor
Atributos como la delicadez, ternura, Atributos como la rudeza, firmeza,
cuidado de la apariencia física, racionalidad, violencia irrefrenable,
virginidad, etc. inteligencia.

Para lograr un cambio en el sistema, es necesario cambiar los roles de género en


los distintos espacios de la sociedad: leyes, trabajo, familia, sistema educativo,
medios de comunicación, etc. (Movimiento Manuela Ramos, 2013b).

2. Enfoque de género
El enfoque de género es comprendido y definido como una herramienta de análisis y
metodología que nos permite ver, analizar e interpretar las relaciones de poder que se
establecen entre mujeres y hombres, en una sociedad y momento histórico
determinado (Ministerio de Desarrollo en Inclusión Social [MIDIS], 2016; MIMP, 2012).
Esta herramienta busca visibilizar y evidenciar las desventajas estructurales de las
que son víctimas mujeres en sociedad regidas por el androcentrismo -entendido como
la superioridad del hombre y lo masculino sobre la mujer y lo vinculado a lo femenino
(Ortiz Hernández, 2004) y el machismo (No Tengo Miedo, 2016).

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De esta manera, el enfoque de género señala las diferencias culturalmente
establecidas y aceptadas, asignadas según las diferencias biológicas entre hombres y
mujeres. Es a partir de estas variables que las personas establecemos la manera en
la que debemos actuar en nuestras vidas en sociedad. Esto es incorporado en la
identidad de manera constante Movimiento Manuela Ramos, 213b. Asimismo, el
mencionado enfoque visibiliza también otras desigualdades y discriminaciones como
por ejemplo, por el estatus socioeconómico, la etnia, la orientación sexual, la identidad
de género, entre otros (Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social, 2016; Movimiento
Manuela Ramos, 213b).

Enfoque de igualdad de género


Partiendo del enfoque ya explicado, es pertinente abordar, de igual manera, el
enfoque de igualdad de género. Este enfoque busca observar, estudiar y transformar
las diferencias socio-económica, políticas y culturales que generan desigualdades
entre hombres y mujeres, las cuales son expresadas en diversas situaciones de
exclusión social y discriminación (Faúndez y Weinsten, 2012).

Este enfoque, al igual que el previamente mencionado, aparece por la necesidad de


visibilizar y valorar la realidad, buscando, de este modo, la justicia e igualdad. En esa
misma línea, controla los efectos de las situaciones de desigualdad y promueve, así,
la igualdad de oportunidades para todos y todas. Del mismo modo, el enfoque
promueve el fortalecimiento de capacidades y competencias, haciendo particular
énfasis en el caso de las niñas y mujeres. (Faúndez y Weinstein, 2012).

3. Violencia de género
“Todo acto de violencia de género que resulte, o pueda tener como resultado un daño
físico, sexual psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la
coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si de producen en la vida pública
como en la privada”.
(Asamblea General de las Naciones Unidas, 1993).

Si bien la definición del concepto de violencia de género acuñado durante la


Asamblea General de las Naciones Unidas (1993), hace énfasis de manera específica
en la mujer como víctima, este tipo de violencia no se limita únicamente a ella. De esta
manera, se puede afirmar que la violencia basada en género o violencia de género no
es sinónimo de violencia contra las mujeres, pero la incluye (Ministerio de la Mujer y
Poblaciones Vulnerables, 2016). En esa línea, actualmente hay una definición distinta
brindada también desde las Naciones Unidas:

“La VG [Violencia de Género] es un término genérico para cualquier acto perjudicial


incurrido en contra de la voluntad de una persona, y que está basado en diferencias
socialmente adjudicadas (género) entre mujeres y hombres. La naturaleza y el
alcance de los distintos tipos de VG varían entre las culturas, países y regiones.
Algunos ejemplos son la violencia sexual, incluida la explotación/el abuso sexual y la
prostitución forzada; violencia doméstica; trata de personas; matrimonio
forzado/precoz; prácticas tradicionales perjudiciales tales como mutilación genital
femenina; asesinatos por honor; y herencia de viudez.”

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(Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia [UNICEF], Fondo de Población de las
Naciones Unidas [UNFPA], Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
[PNUD], ONU Mujeres, 2017)

Además, la Junta Andaluz de la Mujer (2010) define la violencia de género como


“aquella que abarca todos los actos mediante los cuales se discrimina, ignora, somete
y subordina a las mujeres en los diferentes aspectos de su existencia. Es todo ataque
material y simbólico que afecta su libertad, dignidad, seguridad, intimidad e integridad
moral y/o física”.

Por otra parte, en las sociedades que se encuentren regidas por los parámetros del
androcentrismo, donde prime lo masculino sobre lo femenino, la violencia de género
será comprendida como aquella que se realiza contra todo lo considerado o asociado
a lo femenino o, en todo caso, “desviado de la norma”. Así, las relaciones de poder
forjadas también afectarán a las minorías sexuales, quienes se alejan de lo
socialmente esperado y, de este modo son víctimas de violencia de género (No Tengo
Miedo, 2016). Lo mencionado puede observarse de manera gráfica a continuación, en
el siguiente cuadro:

Se ejerce contra... Cuando/Porque

Las mujeres Los hombres se sienten cuestionados en su


rol de autoridad.

Otros hombres Cuando se alejan del modelo hegemónico o


ideal de ser hombre (Ej. Hombres
“femeninos”).

Los mismo hombres hegemónicos La represión del sistema de género también


es violenta contra los hombres (Ej. No se
considera adecuado que los hombres
lloren, lo cual es violento).

La comunidad LGTBIQ Invisibilización, discriminación, exclusión y


agresión por ser considerados “fuera de la
norma”.

Se habla de violencia contra las mujeres cuando se quiere hacer referencia,


específicamente, a las relaciones de poder, dominación y subordinación de los
hombres hacia las mujeres.

Violencia contra la mujer


Una vez abordada y comprendida la definición de violencia de género, es pertinente
hacer particular énfasis en la violencia contra la mujer. Así, es fundamental retomar la
definición realizada en la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la
Mujer de 1993 de las Naciones Unidas.

“...es todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga, o
pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para las

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mujeres. inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de
libertad, tanto si se produce en la vida pública o privada.”
(Naciones Unidas, 1994)

Cabe mencionar, además, que de acuerdo a la legislatura peruana, la Ley N°30364,


refiere que la violencia contra las mujeres es particular, ya que esta es ejercida contra
ellas por su condición de mujeres. Además, es pertinente comprender que el ejercicio
de la violencia contras las mujeres puede ocurrir tanto en el ámbito público como en el
privado (Ministerio Público, 2016). Asimismo, es importante recordar la definición
realizada por el Ministerio de Salud sobre violencia contra la mujer por su condición de
tal:

“Es la acción y omisión identificada como violencia; entendida esta como una
manifestación de discriminación que inhibe gravemente la capacidad de las mujeres
de gozar derechos y libertades en pie de igualdad, a través de relaciones de dominio,
de sometimiento y subordinación hacia las mujeres.”
(Ministerio de Salud [MINSA], 2017)

La violencia puede estar presente en diversas esferas de las personas, en distintos


espacios de la vida social. Es por ello que es de vital importancia comprender que es
la violencia no es únicamente aquella de carácter evidente y visible. Además, es
necesario tener en cuenta que la violencia debe ser comprendida desde una
perspectiva que nos permita observar las variadas conexiones que pueden haber en
las distintas maneras en las que es perpetrada (MIMP, 2016).

Para lograr una mayor comprensión de la interacción que pueda existir entre los
distintos tipos de violencia (que serán abordados en el siguiente punto), es de gran
ayuda, el Triángulo de la violencia (Galtung, 2016).

Para Galtung (2016), la violencia directa, ubicada en la parte superior del triángulo, es
aquella evidente y que vulnera los derechos de bienestar, de identidad, de libertad y

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de sobrevivencia. Por dicho motivo se encuentra en el segmento de violencia visible.
En el caso particular de las mujeres, esta violencia se evidencia a través del maltrato,
el acoso, el feminicidio, en la negación de derecho, entre otros.

Por su parte, la violencia estructural, ubicada en la parte inferior derecha del triángulo
y en el segmento de violencia invisible, se expresa en las cuestiones económicas, de
este modo, se entenderá la pobreza como una expresión de violencia estructural
(Galtung, 2016). Además, en el caso de las mujeres las violencia estructural también
se traducirá en la posición de subordinación en la que se encuentran las mujeres en
los ámbitos social y económico (brecha salarial, división sexual del trabajo, entre otras
situaciones) (MIMP, 2016).

Finalmente, la violencia cultural, ubicada en la parte inferior izquierda del triángulo y


también en el segmento de violencia invisible,tendrá un componente, más bien,
simbólico y que se mantiene en el tiempo (Galtung, 2016). Este tipo de violencia
legitima a las otras dos; así, la mujer sufrirá las consecuencias de los roles y atributos
dispuestos por la sociedad en su calidad de mujer. En esa línea, la mujer será
asociada, de manera naturalizada y normalizada, a las funciones de reproducción y
cuidado (MIMP, 2016).

4. Tipos de violencia
Como se ha observado en el Triángulo de Gultang, la violencia puede presentarse de
diversas maneras. Además, la violencia no será únicamente aquella que sea visible
para las personas y se perpetúe de manera explícita. En la realidad, nos
encontraremos con que la violencia puede estar matizada con los rasgos más sutiles e
invisibles para los ojos de los seres humanos.

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Infografía presentada por Amnistía Internacional Madrid.

La violencia de género, entonces, tiene distintas expresiones y tipos, que se ubicarán


en distintas posiciones en el iceberg de la violencia. Algunos de los tipos de violencia
son los siguientes:
○ Violencia psicológica
○ Violencia física
○ Violencia económica
○ Violencia sexual

4.1. Violencia Psicológica


La violencia psicológica, se ubica como una de las manifestaciones de la
violencia que se encuentran en el rango de lo que no necesariamente es
visible y explícito para las personas que la ejecutan y la reciben.

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Este tipo de violencia es comprendida como toda acción o conducta que
tenga alguna tendencia a aislar o controlar la conducta, en contra de la
voluntad de la persona. Además, hay una tendencia a la humillación, la
manipulación, a generar miedo sobre la otra persona, en este caso, una
mujer, lo que le genera daño psíquico. Esta violencia, si bien implica la
inclusión de conductas amenazantes en su definición, no va a requerir, de
manera necesaria el abuso verbal o la violencia física (MIMP, 2016; MINSA,
2017; Muñoz y Echeburúa, 2016; Novo, Herbón y Amado, 2016; ONU
Mujeres, 2017).

La violencia psicológica, producirá en la mujer alteración de algunas de sus


capacidades y funciones mentales, que altera de manera directa a su
funcionamiento integral (MIMP, 2016; MINSA, 2017; ONU Mujeres, 2017).
Este tipo de violencia suele ser sutil, ya que se da en lo cotidiano de la vida
de las personas y es normalizada, tanto por los(as) agresores como por la
víctima (Novo, Herbón y Amado, 2016).

A continuación, algunas manifestaciones de la violencia psicológica:


● Humillación
● Manipulación
● Desacreditación
● Control
● Intimidación
● Denigración
● Comportamiento celosos
● Mantener en aislamiento o confinamiento
● Retención de información o mantener en la ignorancia
● Descuido intencional

4.2. Violencia Física


La violencia física es una de los tipos más conocidos a nivel social y sus
manifestaciones suele darse de manera explícita y son visible, aunque no
siempre, a las personas. En esa línea, la este tipo de violencia, justamente al
ser la más visible, es la más denunciada por las mujeres (MIMP, 2016).

Este tipo de violencia genera daño en la integridad física, corporal o a la


salud de una personas a través de algún conducta o acción particular. El acto
producido por el/la agresor(a) busca generar o genere daño físico y/o dolor.
En los casos más extremos, la violencia física puede llegar al feminicidio o
asesinato de una mujer, por su condición de tal (MIMP, 2016; MINSA, 2017;
ONU Mujeres, 2017).

En este tipo de violencia, en algunas clasificaciones, también se incluye la


esclavitud y la trata de personas, en tanto las personas que caen en dichas
redes, se convierten en víctimas de más violencia como resultado de dichas
situaciones (ONU Mujeres, 2017). Por otro lado, también se considera como
violencia física, el maltrato producto de la negligencia, privación de las

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necesidades básicas o descuido que, finalmente, ocasionan daño físico a la
persona (MINSA, 2017).

A continuación, algunas manifestaciones de la violencia física:


● Golpear, dar puñetazos, patear, morder
● Desfigurar
● Quemar
● Usar objetos o armas
● Arrancar el cabello
● Feminicidio

4.3. Violencia Económica


La violencia económica, al igual que la primera violencia detallada, se
manifiesta, en múltiples oportunidades de manera sutil e invisible. Asimismo,
y como sucede con los otros tipos de violencia también, esta ha sido
normalizada y naturalizada, en muchas ocasiones, por quienes perpetúan la
violencia y por quienes la reciben.

Este tipo de violencia se entiende como la omisión o el acto que pretende


mermar o reducir los recursos patrimoniales y/o económicos de una persona
mediante la pérdida, destrucción, apropiación, retención indebida de objetos,
derechos patrimoniales, bienes, etc. Tal como sucede con otros tipos de
violencia, esta manifestación busca generar temor y dependencia en la
víctima. En el caso de la violencia contra la mujer este tipo de violencia
favorece y contribuye con el afianzamiento del hombre sobre la mujer,
repitiendo las relaciones de subordinación que la mujer vivencia en su vida
(MIMP, 2016). La ONU Mujeres (2017) extiende la comprensión de este tipo
de violencia y la conceptualiza como violencia socio-económica.

A continuación, algunas manifestaciones de la violencia económica:


● Perturbación de la posesión, tenencia o propiedad de los bienes
● Pérdida, sustracción, destrucción, retención o apropiación indebida de
objetos, instrumentos de trabajo, documentos personales, bienes,
valores y derechos patrimoniales
● Limitación de recursos económicos destinados a satisfacer las
necesidades básicas
● Evasión del cumplimiento de las obligaciones alimentarias
● Trabajo no remunerado en un negocio familiar, condición de ama de
casa forzada
● Reducción de acceso al trabajo o educación
● Brecha salarial
● Negación del ejercicio de derechos civiles, políticos y sociales

4.4. Violencia Sexual


La violencia sexual es uno de los tipos de violencia que en la actualidad y en
el contexto peruano se ven y oyen de manera recurrente en los medios de
comunicación. Sin embargo, sigue siendo uno de los tipos menos
denunciados por las víctimas y que presenta mayores problemas en cuanto

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al acceso a la justicia (MIMP, 2016). Este tipo de violencia no siempre tuvo la
visibilización con la que cuenta el día de hoy, a pesar de entenderse como
una manifestación de la violencia de manera visible y explícita.

Este tipo de violencia se puede y suele darse tanto en el ámbito privado


como en el público y pone en evidencia, al igual que el resto de violencias
contra las mujeres, las desigualdades de género en todos los ámbitos de la
vida de una mujer (MIMP, 2016; ONU Mujeres, 2017). La violencia sexual es
entendida como todas aquellas acciones de carácter sexual que se impone
de manera forzada, sin el consentimiento de la persona, bajo coacción o
cualquier otra manera que limite la voluntad de la persona, en el este caso,
una mujer (MIMP, 2016; MINSA, 2017, Movimiento Manuela Ramos, 2013a;
ONU Mujeres, 2017).

La violencia sexual no incluye únicamente los actos que impliquen la


penetración, introducción de objetos o contacto físico. También se incluyen
actos en el que se exponga material de índole pornográfica o similar (MIMP,
2016; MINSA, 2017; Movimiento Manuela Ramos, 2013a).

A continuación, algunas manifestaciones de la violencia sexual:


● Violación sexual (introducción del pene por vía vaginal, anal o bucal, o
la introducción de dedos, lengua u objetos por vía vaginal o anal)
● Actos contra el pudor: hostigamiento sexual, exhibicionismo,
tocamientos
● Violación en el matrimonio e intento de violación
● Forzar a una persona a tener relaciones sexuales sin protección
● Embarazo forzado, aborto forzado, esterilización forzada

4.4.1. Agresión sexual


La agresión sexual es un tipo específico de violencia sexual. Este tipo
es entendido como toda conducta o contacto de carácter sexual
perpetuado sin el consentimiento de la persona. Además, este acto se
realiza haciendo uso de la intimidación y/o violencia (Millán,
Sepúlveda, Sepúlveda y González, 2008).

Si bien la agresión sexual puede ser cometida contra cualquier


persona, las personas con discapacidad, en particular las mujeres, se
encuentran en una posición de mayor vulnerabilidad. En esa línea,
cuando una mujer tiene alguna discapacidad funcional o sensorial y
es víctima de agresión sexual, tiene menos o nula posibilidad de
defenderse de su agresor(a). Cuando la mujer tiene alguna
discapacidad intelectual, la comprensión de la amenaza o la
intimidación que recibe por parte de su agresor(a) será limitada
(Millán, Sepúlveda, Sepúlveda y González, 2008).

4.4.2. Abuso sexual


El abuso sexual, al igual que la agresión sexual, es un tipo específico
de violencia sexual. Este tipo de violencia se comprende como

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cualquier conducta o contacto de índole sexual perpetrado por un(a)
adulto(a) hacia un(a) niño(a), personas privadas de sentido, que
tengan algún tipo de trastorno mental (y se abuse de éste) o personas
con discapacidad (Millán, Sepúlveda, Sepúlveda y González, 2008;
Ministerio Público, 2016).

Este tipo de violencia se caracteriza principalmente porque quien


comete el acto se encuentra en una posición de poder o autoridad en
relación a la víctima, en donde la acción violenta se comete sin el
consentimiento de la persona o siendo el consentimiento no válido.
Además, a diferencia de la agresión sexual, el abuso sexual se
comete sin violencia y/o intimidación (Millán, Sepúlveda, Sepúlveda y
González, 2008; Ministerio Público, 2016).

Este tipo de violencia es frecuentemente ejercido hacia mujeres que


tengan algún tipo de discapacidad y no es denunciada de manera
frecuente por las víctimas. La falta de denuncias sucede por múltiples
motivos, siendo algunos de ellos la falta de conocimiento sobre la
vivencia de la violencia, por la posible dependencia de quien les ha
violentado, la dificultad para acceder a los servicios y recursos,
pérdida de vínculos afectivos o cuidado (ya que muchas veces los
agresores son sus propios(as) cuidadores (Millán, Sepúlveda,
Sepúlveda y González, 2008).

A continuación, algunas manifestaciones del abuso sexual:


● La persona es usada para la realización de actos sexuales o
como objeto de estimulación sexual
● Incesto, exhibicionismo
● Implicar a la persona en una actividad sexual sin contacto
físico
● Tocar o acariciar genitales
● Mostrar o hablar acerca de material pornográfico

→ Realización del Cuestionario de evaluación

5. Interseccionalidad

La interseccionalidad es un término introducido por Kimberle Crenshaw (1989) desde


las leyes antidiscriminatorias y también desde un enfoque feminista. La autora acuñó
el concepto para comprender las situaciones de discriminación que sufrían mujeres
afrodescendientes en la empresa General Motors, que contrataba únicamente a
mujeres blancas y hombres afrodescendientes, más no a mujeres afrodescendientes.
A través del caso, comprendió que en muchas situaciones, la discriminación y otras
manifestaciones de violencia se dan por más de una variable en una sola persona. En
el caso de las mujeres afrodescendientes estaban en juego las variables de género y
raza.

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De este modo, la interseccionalidad es un enfoque que busca develar un sistema
complejo de estructuras de opresión que son múltiples y simultáneas (Williams, 1995),
el cual se produce cuando se cruzan, en una misma persona, diferentes modalidades
y formas de discriminación por su identidad social, cultural, económica, etaria, género,
etc. (Hernández, 2011). La interseccionalidad es, entonces, un marco analítico que
permite comprender la formación de identidades móviles y cruzadas, a partir de
las diversas posiciones de subordinación, dominación o igualdad presentes en cada
cultura (Faúndez y Weinstein, 2012; Muñoz, 2011). Sobre este punto, es importante
señalar que la interseccionalidad no hace referencia a una suma de variables, sino a
un entrecruce de características culturales e identitarias que revelan sistemas de
opresión que no se encuentran aislados. En ese sentido, una persona, cuya identidad
comprende distintas características, puede estar atravesada por distintos sistemas de
opresión, exclusión y discriminación, y su experiencia individual va a ser distinta a las
demás.

● Se refiere a los procesos que derivan de la interacción de factores sociales,


económicos, políticos, culturales y simbólicos, que varían en cada contexto.
● Interseccionalidad estructural: experiencia concreta de discriminación por distintas
variables.
● Interseccionalidad política: incorporación en las políticas públicas de la
complejidad de interrelación entre las distintas variables de exclusión. (Ministerio
de Desarrollo Social, Instituto Nacional de las Mujeres y Programa Nacional de
Discapacidad, 2014).

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→ Actividad en Foro

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6. Violencia contra las mujeres con discapacidad

La interseccionalidad entre género y discapacidad implica reconocer que las mujeres con
discapacidad se encuentran expuestas a una doble discriminación: aquella que deriva de la
construcción social de la discapacidad y aquella que deriva de los estereotipos y violencia
de género. Sobre ello, es importante retomar la idea de que la interseccionalidad entre
ambas no significa que son dos variables que se suman, sino que se encuentran y que se
cruzan entre sí. Son categorías relacionales, en el sentido en que no se tiene discriminación
por género, por un lado, y discriminación por discapacidad por otro lado, sino que la
intersección de ambas variables genera situaciones específicas que deben ser abordadas
también de manera específica (Caballero y Vales, 2012).

Sobre este punto, también es necesario precisar que no todas las mujeres con discapacidad
son iguales, por lo que no todo puede ser generalizable a este grupo. Se debe tener en
cuenta que, si bien se está haciendo énfasis en las variables de género y discapacidad, aún
existen otras variables que siguen cruzándose como el nivel socioeconómico, educación,
entre otras. Las Naciones Unidas señalan, por ejemplo, que en las mujeres con
discapacidad hay que tener en cuenta que se incluyen mujeres indígenas, refugiadas,
desplazadas, privadas de libertad, en situación de pobreza, LGTBIQ, mujeres con
discapacidades múltiples, entre otras (Junta de Andalucía, 2017).

Con respecto a la situación de violencia de las mujeres con discapacidad, es importante


puntualizar, antes que nada, que en el Perú, según el último Censo Nacional realizado en el
año 2017, el 10.4% de la población tiene algún tipo de discapacidad, lo cual quiere decir
que existen 3 millones 51 mil 612 personas con alguna discapacidad. De ellas, el 57% son
mujeres (1 millón 739 mil 179) (Instituto Nacional de Estadística e Informática [INEI], 2018).
Sobre este punto, es también es necesario tener presente que “la discapacidad no es un
problema individual, es un fenómeno social, que se agrava debido a una cultura de
discriminación, a la falta de políticas y de recursos, que no facilitan la participación e
inclusión en el desarrollo del país de las personas que presentan discapacidad”
(Observatorio Nacional de la Violencia contra las Mujeres y los integrantes del Grupo
Familiar, 2018).

Como se ha demostrado anteriormente, ser mujer en nuestra sociedad implica estar en una
posición de subordinación que aumenta el riesgo de sufrir discriminación, exclusión y
violencia (Ministerio de Desarrollo Social [MIDES], Instituto Nacional de las Mujeres
[INMUJERES] y Programa Nacional de Discapacidad [PRONADIS], 2014). Por otro lado,
tener una discapacidad, además está vinculada a una construcción social bajo la cual el
mundo no toma en cuenta y excluye a las personas que no cumplen con el falso cánon del
cuerpo estándar o “normal”, de un “cuerpo capaz” (Caballero y Vales, 2012; MIDES,
INMUJERES y PRONADIS, 2014).

Ser mujer con discapacidad, entonces, significa encontrarse y enfrentarse tanto a las
barreras asociadas a ser mujer, como a las barreras asociadas a tener discapacidad.
Juntas, estas reducen las oportunidades de desarrollo y el ejercicio pleno de los derechos
fundamentales de las mujeres con discapacidad y las lleva, por lo tanto, a una situación de
mayor riesgo y exposición a la violencia (Junta de Andalucía 2017). De hecho, según el
Parlamento Europeo, casi el 80% de las mujeres con discapacidad sufre de algún tipo de

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violencia, teniendo cuatro veces más probabilidades de ser víctima de violencia sexual
(Junta de Andalucía, 2017) y 40% más probabilidades de sufrir violencia por parte de la
pareja que las mujeres sin discapacidad (American Psychological Association [APA], 2018).

Un reciente estudio realizado en México por Robles y Guevara (2017) con personas con
discapacidad visual y auditiva, encontró que, al preguntarles por abuso sexual, siempre las
mujeres reportaban más situaciones de abuso que los hombres. Así, encontraron que
29.7% de las mujeres con discapacidad entrevistadas había sido forzada en su primera
relación coital y 21.2% había sido abusada sexualmente después de su primera relación
coital. Además, 25% de las mujeres con discapacidad reporta que fue tocada en sus
genitales sin consentimiento y 18.8% que han sido obligadas a quitarse la ropa para verlas
desnudas.

En relación a las variables asociadas al riesgo de ser víctima de violencia sexual, se


encuentran también diversos prejuicios y estereotipos que han sido construidos socialmente
y que refuerzan el sistema de violencia. Entre ellos, se encuentra por ejemplo el pensar que
los cuerpos de las mujeres con discapacidad son poco atractivos o “enfermos”, que no son
cuerpos sexuados y que, por lo tanto, no tienen deseo sexual (Caballero y Vales, 2012).
Estas ideas erróneas conllevan a la falta de una educación sexual integral adecuada para
las mujeres con discapacidad.

Adicionalmente, existen creencias por parte del agresor acerca de las mujeres con
discapacidad, como el pensar que sufren menos, que no se dan cuenta y que, por lo tanto,
el delito es menos grave (Caballero y Vales, 2012), o que son “mercancía dañada” y tienen
que “cargar” con una pareja que supuestamente no cumple con los roles de género
esperados socio-culturalmente, lo cual “justifica” para el agresor la violencia (MIDES,
INMUJERES y PRONADIS, 2014). Ello, considerando las dinámicas vinculadas al sistema
de género y las relaciones de poder implicadas en las relaciones entre hombres y mujeres,
y especialmente teniendo en cuenta la variable de discapacidad, configuran una situación
en la que la mujer con discapacidad se encuentra en especial riesgo de sufrir una agresión
o abuso sexual.

También resulta importante tener en cuenta que, entre las violencias ejercidas hacia las
mujeres con discapacidad, se encuentra también la limitación de la libertad de tomar
decisiones sobre su cuerpo y vinculadas a la maternidad, siendo sus familias o instituciones
quienes deciden por ellas. Ello tiene su origen en los tabúes que existen acerca de la
sexualidad de las mujeres con discapacidad y constituye una violación a sus derechos
sexuales y reproductivos (MIDES, INMUJERES y PRONADIS, 2014).

En esa línea, entre los agresores, podemos encontrar a miembros de la familia, cuidadores,
proveedores de transporte, pareja, etc. (APA, 2018), así como trabajadores de centros
residenciales (Caballero y Vales, 2012). Usualmente, los agresores son personas cercanas
a las mujeres, lo cual agrava la situación de violencia en tanto quienes deberían cuidarlas
las terminan agrediendo. Asimismo, la situación específica en mujeres con discapacidad
puede dificultar tanto la defensa como la decisión de colocar la denuncia. Con respecto a la
defensa encontramos, por ejemplo, que puede existir una imposibilidad real de defenderse
físicamente del agresor (Caballero y Vales, 2012).

15
Además, el mantener a las mujeres con discapacidad desinformadas de la sexualidad y vida
reproductiva les niega la posibilidad de ser conscientes de sus derechos y de defenderlos.
En el caso específico de mujeres con discapacidad mental, su falta de noción durante el
abuso sexual o su incapacidad para rehusarse podrían incluso ser colocadas como
justificación o percibidas como “consentimiento” de una relación sexual (Puri, 2012).

Finalmente, Caballero y Vales (2012) señalan que son pocas las mujeres con discapacidad
que tienen relaciones de pareja estable, en comparación con las mujeres sin discapacidad,
lo cual implica haber alcanzado un estatus negado socialmente. A pesar de ello, se ha
encontrado, por ejemplo, en un estudio con mujeres con discapacidad acreditada mayores
de 16 años en España, que 5.3% de las participantes refirió ser víctima de violencia sexual
por parte de su pareja, en contraste con el 1.6% de las mujeres sin discapacidad. Cuando
se les preguntó por violencia sexual por parte de alguna pareja o expareja, 14.1% de
mujeres con discapacidad reportaban haber sido víctimas, en comparación con 7.8% de las
mujeres sin discapacidad (Junta de Andalucía, 2017).

También se reporta violencia o abuso económico, en el sentido en que no se les permite a


las mujeres con discapacidad controlar y gestionar sus propios ingresos y gastos. De esa
forma, las familias o instituciones suelen apoderarse de sus propiedades y dinero y
gestionarlos por ellas, lo cual es también una forma de violencia. Esto incrementa
especialmente en la vejez, cuando las mujeres son abandonadas o se encuentran en
situación de soledad (MIDES, INMUJERES Y PRONADIS, 2014). Al respecto, la Junta de
Andalucía (2017) también encontró que 17.7% de las mujeres con discapacidad reportaban
haber sufrido violencia económica por parte de alguna pareja o expareja, en contraste con
el 10.4% de mujeres sin discapacidad.

En el mismo estudio, se ha encontrado que las mujeres con discapacidad reportan más
violencia física y sexual (20.3%) que las mujeres sin discapacidad (12.1%), así como
mayores niveles de violencia económica por parte de alguna pareja o expareja (17.7%) en
comparación con el mismo grupo de mujeres (10.4%) (Junta de Andalucía, 2017). Con ello,
se encuentra que las violencias por parte de la pareja son múltiples y variadas. El siguiente
cuadro, elaborado en base al estudio realizado por la Junta de Andalucía (2017), muestra
una comparación de algunos tipos de violencia perpetradas a mujeres con y sin
discapacidad:

16
100%

Fuente: Junta de Andalucía, 2017 (elaboración propia)

En ese contexto y considerando que la pareja suele ser el principal cuidador de la mujer con
discapacidad, pero puede ser al mismo tiempo el agresor, la pérdida de la pareja puede
tener un impacto significativo en la vida de la mujer con discapacidad. De ese modo, el
miedo a perder al cuidador puede ser un factor que influye en la decisión de no realizar una
denuncia por violencia o abuso sexual (Caballero y Vales, 2012). De hecho, 19.1% de
mujeres con discapacidad reporta sentir miedo hacia su pareja, en comparación con el
12.6% de las mujeres sin discapacidad (Junta de Andalucía, 2017).

En lo que respecta a otras formas de violentar y abusar de las mujeres con discapacidad,
existe una amplia gama de tipos de violencia que pueden ser difíciles de reconocer. Entre
ellas, se encuentran por ejemplo el destruir o quitar los dispositivos de movilidad de una
persona, como puede ser la silla de ruedas, andador, etc. También existen prácticas
violentas como negar el acceso y/o uso de medicamentos recetados por algún médico,
negar el acceso a recursos vinculados con la discapacidad y/o citas de atención médica, u
obligar a tomar algún medicamento en contra de su voluntad. Finalmente, tocamientos
indebidos también se podrían presentar al asistir a una persona con discapacidad en sus
tareas cotidianas como bañarse o vestirse (APA, 2018). Al respecto, el siguiente cuadro
resume algunas otras formas de abuso hacia las mujeres con discapacidad:

17
Abuso económico Abuso físico Abuso emocional Abuso sexual

● Uso de niñas y ● Agresión corporal. ● Aislamiento. ● Violación


mujeres para la ● Administración ● Maltrato verbal: sexual
mendicidad. injustificada de Insultos, ● Tocamientos,
● Limitación de la fármacos. ridiculización del molestias,
información y ● Restricción de la cuerpo, crítica vejaciones
control de movilidad. constantes,
economía ● Cambiar el orden castigos, etc.
personal. de sus cosas ● Intimidación o
● Explotación materiales. chantaje
sexual comercial. ● Abandono físico. emocional.
● Negación o ● Opinar, hablar o
privación de tomar decisiones
necesidades por ella, en su
básicas. presencia o sin la
misma.
● Sobreprotección
● Abandono
emocional.
Elaborado en base al documento “Género y discapacidad: una vida sin violencia para todas las mujeres.
Lineamientos y recomendaciones” (MIDES, INMUJERES PRONADIS, 2014).

Por otro lado, es importante considerar también que las niñas y jóvenes con discapacidad
se encuentran una situación de aún más riesgo de ser víctimas de agresiones y abusos
sexuales. Estos, pueden ser perpetrados por distintos agresores, como desconocidos,
familiares o incluso personal de asistencia y cuidado de algunas instituciones (MIDES,
INMUJERES y PRONADIS, 2014). Ello se vincula, por ejemplo, a una mayor limitación al
momento de intentar comprender las situaciones de violencia en las que se les está
involucrando, así como su capacidad de poder negarse a la misma y escapar de la situación
(Baita y Moreno, 2015).

En lo que respecta a los procesos de denuncia, es necesario reconocer que existen


barreras específicas a las que se enfrentan las mujeres con discapacidad por las cuales se
dificulta dicho proceso y el acceso a la justicia de manera igualitaria (Puri, 2012). Entre ellas
encontramos, por ejemplo, más dificultades materiales para poder acreditar la violencia
sufrida (Junta de Andalucía, 2017), como formatos accesibles y barreras de accesibilidad y
movilidad a servicios que podrían ser de ayuda, dificultades para hacer uso de los recursos
disponibles desde las instituciones públicas para la lucha contra la violencia de género,
como centros de información, casa de acogida, etc. (Caballero y Vales, 2012; Puri, 2012).

Las mujeres con discapacidad se enfrentan también a que la sociedad le otorga poca
credibilidad a las declaraciones o denuncias realizadas por mujeres con discapacidad,
especialmente quienes tienen alguna discapacidad que afecte la comunicación con
personas sin discapacidad, o quienes tienen una discapacidad intelectual (Caballero y
Vales, 2012). De hecho, la sociedad podría etiquetarlas como interlocutoras no válidas al
cuestionar la veracidad de su testimonio. A continuación, una lista de algunos motivos por
los que las mujeres no suelen denunciar a su agresor:

18
Motivos por los que las mujeres con discapacidad no suelen denunciar a su agresor

Los signos de abuso pueden no ser evidentes para los demás.

Podrían sentir vergüenza o culpa.

Miedo a perder su casa o independencia, especialmente si el agresor es su pareja o


cuidador.

Podrían no saber dónde pedir ayuda o que esta no sea fácil de obtener.

Las barreras de comunicación podrían impedir el proceso de denuncia, especialmente


para las mujeres sordas.

La falta de capacitación o conocimiento de los profesionales a cargo de las rutas de


denuncia sobre las necesidades específicas de las mujeres con discapacidad víctimas de
violencia de género.

El agresor podría ser una persona reconocida en su medio (ej. profesionales de la salud,
instituciones educativas, etc.)
*Fuente: APA, 2018
Frente a ello, es necesario también mejorar las herramientas y proyectos de prevención de
la violencia, así como de información y apoyo a las mujeres con discapacidad para facilitar
el proceso de denuncia de encontrarse en una situación de violencia o abuso sexual.
Asimismo, es importante estar atentos a reconocer cualquier señal que pueda indicar que
una mujer con discapacidad está sufriendo algún tipo de violencia.

7. Impacto psicológico y consecuencias a corto y largo plazo de la violencia sexual en


mujeres con discapacidad

La salud mental, según la OMS (2013), es “un estado de bienestar en el cual el individuo es
consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida,
puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su
comunidad”. La salud mental es, en ese marco, un derecho fundamental de las personas, y
es parte de nuestra salud integral. Es importante mencionar aquí también que la salud no
debe entenderse como ausencia de enfermedad y viceversa, sino que es un proceso
complejo. En ese sentido, implica también la presencia de conflictos en la vida y la
posibilidad de afrontamiento de los mismos de manera constructiva (Reglamento de la Ley
29889).

En el Perú, desde el 2015, se ha adoptado un modelo de atención comunitario de la salud


mental, que es un modelo centrado en la comunidad y que promueve la promoción y
prevención en salud mental, así como el cuidado de la misma desde lo individual, familiar y
colectivo, con la participación protagónica de la propia comunidad. Entre las afectaciones a
la salud mental que se abordan, se incluyen explícitamente los problemas psicosociales,
entendidos como una alteración en la estructura y dinámica de las relaciones entre las
personas o entre ellas y el ambiente que puede ser ocasionada por, por ejemplo, la

19
violencia, desintegración familiar, discriminación, etc., además de abordar también los
trastornos mentales (Reglamento de la Ley 29889).

La salud mental de las mujeres que son víctimas de violencia de género puede afectarse
gravemente. Esta, suele deteriorarse de manera gradual ante situaciones de violencia
recurrente, esperándose que se presenten sentimientos como ansiedad, angustia y tristeza.
Es importante señalar, aquí, que las emociones mencionadas anteriormente son esperables
en cualquier persona que se encuentre ante una situación de violencia, por lo que se debe
prestar atención a no patologizar lo que suele ser una consecuencia normal ante una
situación estresante o amenazante. Ello, debido a que encontrarse en una situación de
víctima de violencia o abuso sexual es un estresor grande en una persona, siendo un
evento inesperado que desborda las estrategias de afrontamiento de la persona (Muñoz,
2013).

Sin embargo, sí resulta importante prestar especial atención a la intensidad y duración de


estos sentimientos, pues su presencia prolongada podría indicar la aparición de algún
trastorno mental como la depresión. La depresión, de hecho, se encuentra como la secuela
más frecuente e invalidante dentro de las consecuencias psicológicas que presentan las
mujeres víctimas de violencia de género (Movimiento Manuela Ramos, 2013a). De hecho, la
depresión afecta en su mayoría a mujeres, y se considera que la discriminación y violencia
podrían explicar esta diferencia (Movimiento Manuela Ramos, 2013b).

Un estudio realizado por el Movimiento Manuela Ramos (2013b), encontró que las mujeres
víctimas de violencia que entrevistaron presentaban sentimientos de tristeza después de la
situaciones de violencia, llegando incluso a presentar ideas de suicidio y a reconocer que
pedir ayuda y sostener un proceso de terapia puede ser sumamente complejo. En esa línea,
siendo el reconocimiento de la violencia un proceso complejo, este presenta a veces
avances y retrocesos. Es por ello que se necesita de instrumentos de evaluación adecuados
para detectar la depresión y de contar con mecanismos de derivación apropiados según sea
el caso.

Por otro lado, muchas mujeres víctimas de violencia y abuso sexual pueden presentar
sentimientos de culpa y vergüenza asociados al ideal socialmente construido de que es
deber de la mujer mantener a la familia unida. En ese sentido, si la mujer no lo consigue, al
enfrentarse a una situación de violencia de pareja por ejemplo, se percibe como un fracaso
como mujer y ello conlleva a un deterioro tanto en su salud emocional y psíquica (Yugueros,
2015).

Cuando la violencia proviene de la pareja, el miedo es uno de los sentimientos que puede
predominar en las mujeres con discapacidad. Un estudio realizado en España con mujeres
desde los 16 años con discapacidad acreditada, demostró que el miedo de la pareja actual
era más frecuente en mujeres con discapacidad (7.1%) que en mujeres sin discapacidad
(2.7%). Además, el miedo de alguna pareja o expareja también mostraba diferencias,
presentándose en 19.1% de las mujeres con discapacidad, en comparación al 12.6% de las
mujeres sin discapacidad (Junta de Andalucía, 2017).

Como se ha mencionado anteriormente, la mirada interseccional es sumamente importante


para comprender las dinámicas de exclusión de las mujeres con discapacidad. Así, hay

20
distintos factores como la pobreza, acceso a una educación de calidad, acceso a servicios
de salud, etc., que se encuentran marcados también por su género y discapacidad. Todo
ello, limita las posibilidades de desarrollo y autonomía, lo cual las expone a situaciones de
violencia y daña, además, su salud mental (Movimiento Manuela Ramos, 2013a).

Por todo ello, es necesario que los profesionales que se encuentren dentro de la red de
atención de violencia se encuentre capacitados para identificar las características y
consecuencias de la violencia de género, por lo que deben formarse en el enfoque de
género.

21
UNIDAD II: EVALUACIÓN Y RECOMENDACIONES PARA LA INTERVENCIÓN CON
MUJERES CON DISCAPACIDAD VÍCTIMAS DE VIOLENCIA SEXUAL

Esta unidad incluye pautas generales para la atención de mujeres víctimas de violencia
sexual, así como para la evaluación e intervención individual y grupal, pautas de apoyo.
Asimismo, se incorporan recomendaciones para prácticas no violentas e inclusivas a lo
largo de toda la unidad.

Al trabajar con mujeres en situación de violencia basada en género, es necesario tener un


abordaje integral en su atención. Esto implica necesariamente trabajar en atención
psicológica, legal y en salud sexual y reproductiva, y considerar que cada uno de estos
ámbitos tiene una importancia fundamental en su atención (Manuela Ramos, 2013).

La violencia basada en género es compleja, por lo que herramientas de atención


multidisciplinaria e integral son necesarias. En esa línea, la atención puede ser variada y
puede incluir, desde la psicología, orientación y consejería, intervención en crisis,
psicoterapia individual, talleres terapéuticos grupales, atención psiquiátrica de ser
necesario, entre otros.
Con respecto al proceso de evaluación y proceso de intervención con mujeres con
discapacidad víctimas de violencia sexual, es importante que los profesionales a su cargo
se encuentren debidamente capacitados y preparados para evaluar y contener a la víctima
durante el proceso. Teniendo en cuenta las graves consecuencias que la violencia sexual
puede tener en la salud mental, quien interviene debe tener un buen conocimiento del
enfoque de género y de herramientas de intervención para cuidar la salud mental de quien
se encuentra ya en una situación de vulnerabilidad.

Algunas cualidades de la persona que interviene en este tipo de situaciones son la postura
ética, entendida como; la empatía, entendida como la posibilidad de comprender e
identificarse con las emociones de la mujer. Además, el terapeuta debe mantener una
actitud neutral y no juzgar las declaraciones de la víctima por ningún motivo. En base a
ellas, es importante reconocer también que las mujeres víctimas de violencia sexual se
encuentran en un proceso de búsqueda del equilibrio y sentido de la vida. Frente a ello, es
necesario que los profesionales de psicología puedan promover el reconocimiento de sus
propias capacidades y limitaciones, siempre teniendo en cuenta que estas interactúan de
manera constante con variables socio-económicas y culturas.

Finalmente, también es importante reconocer, en las intervenciones a realizar, que la


autonomía es un proceso que se construye a lo largo de toda la vida y que, por ello, existe
una particularidad que no puede pasarse por alto en las mujeres con historias marcadas por
abuso y opresión. Esto nos permite reflexionar también sobre cuál es la base desde la cual
partimos en nuestra intervención, considerando historias de desigualdad que marcan
también la posibilidad de desarrollar y pensar en proyectos a futuro (Movimiento Manuela
Ramos, 2013a).

Evaluación psicológica y psiquiátrica

22
En primer lugar, es importante considerar que para la evaluación de mujeres y niñas
víctimas de violencia y abuso sexual es necesario las tener consideraciones éticas
correspondientes. Por lo tanto, se debe contar con el consentimiento de la víctima para la
realización de la evaluación, teniendo en cuenta la confidencialidad del testimonio y los
límites de la misma, comprendiendo el contexto en el que se está realizando.

La evaluación psicológica de las mujeres con discapacidad víctimas de violencia varía


dependiendo de otros factores que hay que tener en cuenta, como la edad. En casos de
abuso sexual infantil, por ejemplo, se puede identificar distintos indicadores: físicos,
psicológicos, emocionales y conductuales, sexuales y sociales; que den cuenta de la
situación de abuso. Los indicadores físicos son, por ejemplo, los menos frecuentes en
niñas, a pesar de que algunas niñas que han sufrido de abuso sexual sí puedan presentar
algún indicador físico como daño en los genitales u otros indicadores como enuresis e
infecciones urinarias recurrentes. Las secuelas psicológicas, por otro lado, son sumamente
importantes, ya que pueden establecerse incluso a largo plazo si no son atendidas de
manera adecuada. Con respecto a los indicadores sexuales, estos generalmente
comprenden conductas inadecuadas para una menor de edad, como por ejemplo conductas
exhibicionista o masturbación compulsiva, aunque también podrían presentarse a través de
dibujos (Zayas, 2016).

Para el proceso de evaluación, tanto de una niña como de una joven o adulta con
discapacidad víctima de violencia o abuso sexual, se debe tener en cuenta un contexto que
facilite el vínculo entre el evaluador y la víctima. De hecho, una investigación forense es en
sí misma una situación de estrés para la víctima, especialmente si se trata de una niña, por
lo que se recomienda que quien realice la evaluación sea una persona capacitada y que se
prepare para intentar recoger la información en una visita y no tener que hacer que la niña
vuelva a pasar por otra entrevista innecesariamente (Muñoz et al., 2016). A veces, sin
embargo, es necesario tener más de una sesión con la niña, para lo que se le debe explicar
qué se tratará y pedirle que no piense mucho en ello hasta la siguiente visita (Carrasco,
2012, citado en Muñoz et al., 2016).

Con respecto al inicio de la evaluación forense, cuando se trabaja con niñas víctimas de
abuso sexual, por ejemplo, es importante que no transcurra mucho tiempo entre los sucesos
y la evaluación, así como evitar que personas que no se encuentran capacitadas realicen
interrogatorios innecesarios a la víctima. Esto se debe a que, además de perturbar
emocionalmente a la víctima del abuso al pedir repetidas veces su testimonio, se puede
alterar el recuerdo de los sucesos sin que esta sea necesariamente la intención de quienes
se acercan (Muñoz et al., 2016).

En el caso de mujeres adultas con discapacidad víctimas de violencia sexual, también es


importante asegurarse de que el espacio propuesto para la evaluación facilite el vínculo de
confianza con la persona a evaluar. Así, se deberá crear un espacio en el que la persona
pueda sentirse cómoda de compartir la situación de violencia y cómo se siente al respecto.
Esta información debe ser recogida sin emitir ningún tipo de juicio de valor (MINSA 2017).

La evaluación de una mujer víctima de violencia de género debe tomar en consideración


distintos aspectos, como los siguientes:

23
● El miedo en distintos grados y niveles hacia el agresor
● El nivel de ansiedad, angustia o desesperación
● El nivel de tristeza o llanto frecuente
● La pérdida de interés en sus tareas cotidianas
● Sentimientos de desesperanza e impotencia
● Irritabilidad
● Sentimientos de inutilidad y/o de culpa
● Desconfianza, suspicacia
● Excesiva quietud o excesiva intranquilidad
● Problemas del apetito (disminución, aumento, entre otros).
● Problemas de sueño (disminución, aumento, entre otros).
● Uso de drogas
● Gestos o intentos de suicidio pasados o actuales
● Otros
Fuente: MINSA (2017)

Adicionalmente de la evaluación del daño físico y salud mental de la mujer agredida, se


debe tener en cuenta también una valoración de riesgo para la vida e integridad física de la
mujer, la cual puede incluir información de la historia clínica, historia de violencia de la
mujer, tipo y grado de violencia, grado de aislamiento social y de autonomía de la mujer,
valoración de riesgo de maltrato en los hijos, amenazas directas de la pareja contra sus
hijos/as, entre otros (MINSA, 2017).

Finalmente, se deberá evaluar la posibilidad de desarrollo de algún problema de salud


mental como ansiedad, depresión y trastorno de estrés postraumático. Aquí, nuevamente es
importante no estigmatizar ni patologizar a la víctima, sino estar pendiente de los indicios de
que la afectación o daño psíquico pueda haber incrementado en niveles muy altos y esté
impidiendo considerablemente el desenvolvimiento cotidiano de la mujer víctima. La
diferenciación entre la ansiedad y depresión en niveles esperados después de un evento
violento, y aquella que sobrepasa los niveles esperados, debe realizarse considerando
diversos factores y herramientas de evaluación, así como la interconsulta entre psicólogos y
psiquiatras.

Psicoterapia individual y grupal

La intervención psicológica puede hacerse a través de orientación o consejería individual y


terapias grupales. Estas funcionan como espacios de apoyo terapéutico y de contención,
que facilitan también que las mujeres puedan elaborar la situación de violencia. El proceso
de trabajo terapéutico con mujeres en situación de violencia suele implicar avances y
retrocesos (Movimiento Manuela Ramos, 2013a), pues por lo abrupto y movilizador que es
acercarse a un hecho violento como el vivido, la persona puede elegir tomar distancia por
momentos.

También es importante considerar que son varios los profesionales implicados en la


atención de la mujer víctima de violencia que pueden brindar algún tipo de apoyo en forma
de consejería u orientación, y no necesariamente deben ser psicólogos o psiquiatras. Sin
embargo, esta debe ser brindada sólo por personal que se encuentre capacitado para
abordar la situación específica de violencia de género. Esto implica reconocer que existe un

24
sesgo sexista también en las ciencias médicas, en el derecho y sistema judicial y penal,
etc., por lo que se debe ajustar el lenguaje y actitud de la intervención teniendo en cuenta
esta realidad (Yugueros, 2015). Además, para poder comprender cómo se siente las
mujeres víctimas de violencia, hay que comprender las creencias culturales asociadas al
género y la discapacidad.

Entre las consideraciones que quien interviene debe tener al tratar con mujeres con
discapacidad víctimas de violencia sexual, no se debe, bajo ningún motivo, minimizar o
justificar la violencia del agresor. Tampoco se debe criticar la actitud o la poca respuesta de
la mujer, ni restarle importancia a la sensación de peligro que la mujer pueda expresar post
abuso o agresión. Tampoco es adecuado citar al agresor cuando ello implica un riesgo alto
para el bienestar de la mujer, pues esto puede romper el clima de confianza y
confidencialidad, así como un agravamiento del daño psíquico de la mujer (Movimiento
Manuela Ramos, 2013a).

En el acercamiento a las mujeres con discapacidad víctimas de violencia, es importante


también no patologizar o revictimizar a la mujer (Yugueros, 2015), ya que esto puede
reforzar una situación de la que se está buscando salir. Si bien es importante atender a
indicios que nos puedan indicar un posible trastorno mental, no se debe encasillar a la
persona a ello o colocar una etiqueta innecesariamente.

En lo que respecta a las intervenciones individuales y grupales, es importante tener en


consideración que, inicialmente, las mujeres pueden presentar negaciones o justificaciones
de las situaciones de violencia, estas resistencias se producen como una forma evitar tomar
conciencia de la realidad y son un mecanismo de protección de la víctima. Ello, se combina
con sentimientos de tristeza y frustración (Instituto Andaluz de la Mujer, 2010). En ese
sentido, las intervenciones psicológicas se dirigirán a ayudar el proceso de elaboración de la
violencia. Sobre este punto, también se debe tener en cuenta que no se debe nunca
recomendar terapia familiar cuando existan situaciones de crisis o alto riesgo para la víctima
de la violencia (Movimiento Manuela Ramos, 2013a). Por ejemplo, si la persona ha sido
violentada por algún miembro de la familia o si el proceso individual de asimilación y
afrontamiento de la violencia le impide todavía compartir con personas cercanas cómo se
está sintiendo.

En lo que refiere a la intervención grupal, el Instituto Andaluz de la Mujer (2010) reporta que
las intervenciones grupales con las mujeres víctimas de violencia pueden ayudar a que las
mujeres vean a las demás y sus realidades, así como discutir y hallar en conjunto
estrategias para enfrentar la situación vivida. En el caso de mujeres con discapacidad, debe
tenerse en cuenta e incorporar en el discurso el reconocimiento de las barreras a las que se
encuentran en el proceso de denuncia, y procurar que se den las condiciones para que
éstas no existan en el diálogo entre las participantes en el espacio grupal.

Las terapias grupales pueden darse bajo el formado de grupo abierto, en el que no hay un
grupo exacto de personas que sostienen el grupo, sino que estas pueden ir variando a lo
largo de las sesiones; y grupo cerrado, en el que se delimita quiénes participarán del
espacio y esto no se altera más allá de las personas que decidan abandonar el espacio
(Instituto Andaluz de la Mujer, 2010).

25
Medidas de protección

En lo que respecta a otras medidas de protección y teniendo en cuenta la necesidad de


realizar un abordaje multidisciplinario e integral, se considera que estas pueden ser
evaluadas y recomendadas por distintos profesionales. Al iniciarse un proceso de denuncia,
de investigación o de juicio por casos de violencia y abuso sexual, especialmente en
mujeres con discapacidad, debe tenerse en cuenta algunas recomendaciones.

Entre ellas, es necesario asegurar el acompañamiento psicológico por parte de


profesionales especializados en el tema, desde el momento en que se toma la denuncia. En
esa línea, la declaración también debe ser tomada por profesionales que estén formados
para limitar o reducir los perjuicios de la víctima. Se debe evitar, por lo tanto, que la víctima
tenga que repetir varias veces la misma historia. Esto se puede evitar, por ejemplo,
previendo que sea la misma persona que toma la primera declaración quien realice las
siguientes tomas de declaración de la misma persona (Instituto Andaluz de la Mujer, 2017).

Adicionalmente, es importante que se evite, en la medida de lo posible, el contacto visual


y/o físico entre la víctima y el agresor durante las fases de investigación y juicio (Instituto
Andaluz de la Mujer, 2017). Esto evitará agravar el daño psíquico realizado a la víctima y
evitará entorpecer su proceso terapéutico. También es necesario señalar que las medidas
de protección pueden estar vinculadas, por ejemplo, a la evaluación de riesgo para la vida y
la integridad física de las mujeres víctimas de violencia sexual, que se suele realizar al
iniciar el proceso de atención a la víctima.

26
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