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Para comprender la violencia que afecta a las mujeres, y en particular, a aquellas que tienen
algún tipo de discapacidad, es necesario y fundamental, revisar algunos conceptos teóricos.
El diálogo que se establece con la teoría, de esta manera, permite tener una mejor
aproximación y comprensión de una realidad social que ha azotado a diversas personas en
el pasado y en la actualidad.
1. Género
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○ Cultural: Normas formadas por las expectativas de lo que es ser femenino o
masculino.
○ Psicológica: El género también es un proceso subjetivo, cada persona lo
internaliza e incorpora individualmente.
○ Social: Las instituciones sociales reproducen los estereotipos de género:
familia, iglesia, escuelas, etc.
○ Histórica: A través de la historia se van modificando lo que se espera de lo
masculino y de lo femenino. Por ejemplo, hace 50 años se esperaban cosas
distintas de las mujeres que ahora.
Sistema de género
Mediante las relaciones sociales y las imposiciones culturales, se ha construido a lo largo de
la historia un sistema en el que a los hombres y las mujeres se les ha asignado ciertas
características a partir de sus cuerpos sexuados y las diferencias sexuales y biológicas que
cada uno presenta. Este sistema tendrá un funcionamiento binario, en el que lo masculino
será asociado a los hombres y lo femenino a las mujeres (MIMP, 2014; OMS, 2018). Este
sistema estará caracterizada, de manera principal, por los siguientes postulados:
Mujeres Hombres
Espacio doméstico/privado Espacio pública
Rol reproductivo y de cuidadora Rod productivo o proveedor
Atributos como la delicadez, ternura, Atributos como la rudeza, firmeza,
cuidado de la apariencia física, racionalidad, violencia irrefrenable,
virginidad, etc. inteligencia.
2. Enfoque de género
El enfoque de género es comprendido y definido como una herramienta de análisis y
metodología que nos permite ver, analizar e interpretar las relaciones de poder que se
establecen entre mujeres y hombres, en una sociedad y momento histórico
determinado (Ministerio de Desarrollo en Inclusión Social [MIDIS], 2016; MIMP, 2012).
Esta herramienta busca visibilizar y evidenciar las desventajas estructurales de las
que son víctimas mujeres en sociedad regidas por el androcentrismo -entendido como
la superioridad del hombre y lo masculino sobre la mujer y lo vinculado a lo femenino
(Ortiz Hernández, 2004) y el machismo (No Tengo Miedo, 2016).
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De esta manera, el enfoque de género señala las diferencias culturalmente
establecidas y aceptadas, asignadas según las diferencias biológicas entre hombres y
mujeres. Es a partir de estas variables que las personas establecemos la manera en
la que debemos actuar en nuestras vidas en sociedad. Esto es incorporado en la
identidad de manera constante Movimiento Manuela Ramos, 213b. Asimismo, el
mencionado enfoque visibiliza también otras desigualdades y discriminaciones como
por ejemplo, por el estatus socioeconómico, la etnia, la orientación sexual, la identidad
de género, entre otros (Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social, 2016; Movimiento
Manuela Ramos, 213b).
3. Violencia de género
“Todo acto de violencia de género que resulte, o pueda tener como resultado un daño
físico, sexual psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la
coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si de producen en la vida pública
como en la privada”.
(Asamblea General de las Naciones Unidas, 1993).
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(Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia [UNICEF], Fondo de Población de las
Naciones Unidas [UNFPA], Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
[PNUD], ONU Mujeres, 2017)
Por otra parte, en las sociedades que se encuentren regidas por los parámetros del
androcentrismo, donde prime lo masculino sobre lo femenino, la violencia de género
será comprendida como aquella que se realiza contra todo lo considerado o asociado
a lo femenino o, en todo caso, “desviado de la norma”. Así, las relaciones de poder
forjadas también afectarán a las minorías sexuales, quienes se alejan de lo
socialmente esperado y, de este modo son víctimas de violencia de género (No Tengo
Miedo, 2016). Lo mencionado puede observarse de manera gráfica a continuación, en
el siguiente cuadro:
“...es todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga, o
pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para las
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mujeres. inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de
libertad, tanto si se produce en la vida pública o privada.”
(Naciones Unidas, 1994)
“Es la acción y omisión identificada como violencia; entendida esta como una
manifestación de discriminación que inhibe gravemente la capacidad de las mujeres
de gozar derechos y libertades en pie de igualdad, a través de relaciones de dominio,
de sometimiento y subordinación hacia las mujeres.”
(Ministerio de Salud [MINSA], 2017)
Para lograr una mayor comprensión de la interacción que pueda existir entre los
distintos tipos de violencia (que serán abordados en el siguiente punto), es de gran
ayuda, el Triángulo de la violencia (Galtung, 2016).
Para Galtung (2016), la violencia directa, ubicada en la parte superior del triángulo, es
aquella evidente y que vulnera los derechos de bienestar, de identidad, de libertad y
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de sobrevivencia. Por dicho motivo se encuentra en el segmento de violencia visible.
En el caso particular de las mujeres, esta violencia se evidencia a través del maltrato,
el acoso, el feminicidio, en la negación de derecho, entre otros.
Por su parte, la violencia estructural, ubicada en la parte inferior derecha del triángulo
y en el segmento de violencia invisible, se expresa en las cuestiones económicas, de
este modo, se entenderá la pobreza como una expresión de violencia estructural
(Galtung, 2016). Además, en el caso de las mujeres las violencia estructural también
se traducirá en la posición de subordinación en la que se encuentran las mujeres en
los ámbitos social y económico (brecha salarial, división sexual del trabajo, entre otras
situaciones) (MIMP, 2016).
4. Tipos de violencia
Como se ha observado en el Triángulo de Gultang, la violencia puede presentarse de
diversas maneras. Además, la violencia no será únicamente aquella que sea visible
para las personas y se perpetúe de manera explícita. En la realidad, nos
encontraremos con que la violencia puede estar matizada con los rasgos más sutiles e
invisibles para los ojos de los seres humanos.
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Infografía presentada por Amnistía Internacional Madrid.
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Este tipo de violencia es comprendida como toda acción o conducta que
tenga alguna tendencia a aislar o controlar la conducta, en contra de la
voluntad de la persona. Además, hay una tendencia a la humillación, la
manipulación, a generar miedo sobre la otra persona, en este caso, una
mujer, lo que le genera daño psíquico. Esta violencia, si bien implica la
inclusión de conductas amenazantes en su definición, no va a requerir, de
manera necesaria el abuso verbal o la violencia física (MIMP, 2016; MINSA,
2017; Muñoz y Echeburúa, 2016; Novo, Herbón y Amado, 2016; ONU
Mujeres, 2017).
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necesidades básicas o descuido que, finalmente, ocasionan daño físico a la
persona (MINSA, 2017).
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al acceso a la justicia (MIMP, 2016). Este tipo de violencia no siempre tuvo la
visibilización con la que cuenta el día de hoy, a pesar de entenderse como
una manifestación de la violencia de manera visible y explícita.
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cualquier conducta o contacto de índole sexual perpetrado por un(a)
adulto(a) hacia un(a) niño(a), personas privadas de sentido, que
tengan algún tipo de trastorno mental (y se abuse de éste) o personas
con discapacidad (Millán, Sepúlveda, Sepúlveda y González, 2008;
Ministerio Público, 2016).
5. Interseccionalidad
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De este modo, la interseccionalidad es un enfoque que busca develar un sistema
complejo de estructuras de opresión que son múltiples y simultáneas (Williams, 1995),
el cual se produce cuando se cruzan, en una misma persona, diferentes modalidades
y formas de discriminación por su identidad social, cultural, económica, etaria, género,
etc. (Hernández, 2011). La interseccionalidad es, entonces, un marco analítico que
permite comprender la formación de identidades móviles y cruzadas, a partir de
las diversas posiciones de subordinación, dominación o igualdad presentes en cada
cultura (Faúndez y Weinstein, 2012; Muñoz, 2011). Sobre este punto, es importante
señalar que la interseccionalidad no hace referencia a una suma de variables, sino a
un entrecruce de características culturales e identitarias que revelan sistemas de
opresión que no se encuentran aislados. En ese sentido, una persona, cuya identidad
comprende distintas características, puede estar atravesada por distintos sistemas de
opresión, exclusión y discriminación, y su experiencia individual va a ser distinta a las
demás.
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→ Actividad en Foro
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6. Violencia contra las mujeres con discapacidad
La interseccionalidad entre género y discapacidad implica reconocer que las mujeres con
discapacidad se encuentran expuestas a una doble discriminación: aquella que deriva de la
construcción social de la discapacidad y aquella que deriva de los estereotipos y violencia
de género. Sobre ello, es importante retomar la idea de que la interseccionalidad entre
ambas no significa que son dos variables que se suman, sino que se encuentran y que se
cruzan entre sí. Son categorías relacionales, en el sentido en que no se tiene discriminación
por género, por un lado, y discriminación por discapacidad por otro lado, sino que la
intersección de ambas variables genera situaciones específicas que deben ser abordadas
también de manera específica (Caballero y Vales, 2012).
Sobre este punto, también es necesario precisar que no todas las mujeres con discapacidad
son iguales, por lo que no todo puede ser generalizable a este grupo. Se debe tener en
cuenta que, si bien se está haciendo énfasis en las variables de género y discapacidad, aún
existen otras variables que siguen cruzándose como el nivel socioeconómico, educación,
entre otras. Las Naciones Unidas señalan, por ejemplo, que en las mujeres con
discapacidad hay que tener en cuenta que se incluyen mujeres indígenas, refugiadas,
desplazadas, privadas de libertad, en situación de pobreza, LGTBIQ, mujeres con
discapacidades múltiples, entre otras (Junta de Andalucía, 2017).
Como se ha demostrado anteriormente, ser mujer en nuestra sociedad implica estar en una
posición de subordinación que aumenta el riesgo de sufrir discriminación, exclusión y
violencia (Ministerio de Desarrollo Social [MIDES], Instituto Nacional de las Mujeres
[INMUJERES] y Programa Nacional de Discapacidad [PRONADIS], 2014). Por otro lado,
tener una discapacidad, además está vinculada a una construcción social bajo la cual el
mundo no toma en cuenta y excluye a las personas que no cumplen con el falso cánon del
cuerpo estándar o “normal”, de un “cuerpo capaz” (Caballero y Vales, 2012; MIDES,
INMUJERES y PRONADIS, 2014).
Ser mujer con discapacidad, entonces, significa encontrarse y enfrentarse tanto a las
barreras asociadas a ser mujer, como a las barreras asociadas a tener discapacidad.
Juntas, estas reducen las oportunidades de desarrollo y el ejercicio pleno de los derechos
fundamentales de las mujeres con discapacidad y las lleva, por lo tanto, a una situación de
mayor riesgo y exposición a la violencia (Junta de Andalucía 2017). De hecho, según el
Parlamento Europeo, casi el 80% de las mujeres con discapacidad sufre de algún tipo de
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violencia, teniendo cuatro veces más probabilidades de ser víctima de violencia sexual
(Junta de Andalucía, 2017) y 40% más probabilidades de sufrir violencia por parte de la
pareja que las mujeres sin discapacidad (American Psychological Association [APA], 2018).
Un reciente estudio realizado en México por Robles y Guevara (2017) con personas con
discapacidad visual y auditiva, encontró que, al preguntarles por abuso sexual, siempre las
mujeres reportaban más situaciones de abuso que los hombres. Así, encontraron que
29.7% de las mujeres con discapacidad entrevistadas había sido forzada en su primera
relación coital y 21.2% había sido abusada sexualmente después de su primera relación
coital. Además, 25% de las mujeres con discapacidad reporta que fue tocada en sus
genitales sin consentimiento y 18.8% que han sido obligadas a quitarse la ropa para verlas
desnudas.
Adicionalmente, existen creencias por parte del agresor acerca de las mujeres con
discapacidad, como el pensar que sufren menos, que no se dan cuenta y que, por lo tanto,
el delito es menos grave (Caballero y Vales, 2012), o que son “mercancía dañada” y tienen
que “cargar” con una pareja que supuestamente no cumple con los roles de género
esperados socio-culturalmente, lo cual “justifica” para el agresor la violencia (MIDES,
INMUJERES y PRONADIS, 2014). Ello, considerando las dinámicas vinculadas al sistema
de género y las relaciones de poder implicadas en las relaciones entre hombres y mujeres,
y especialmente teniendo en cuenta la variable de discapacidad, configuran una situación
en la que la mujer con discapacidad se encuentra en especial riesgo de sufrir una agresión
o abuso sexual.
También resulta importante tener en cuenta que, entre las violencias ejercidas hacia las
mujeres con discapacidad, se encuentra también la limitación de la libertad de tomar
decisiones sobre su cuerpo y vinculadas a la maternidad, siendo sus familias o instituciones
quienes deciden por ellas. Ello tiene su origen en los tabúes que existen acerca de la
sexualidad de las mujeres con discapacidad y constituye una violación a sus derechos
sexuales y reproductivos (MIDES, INMUJERES y PRONADIS, 2014).
En esa línea, entre los agresores, podemos encontrar a miembros de la familia, cuidadores,
proveedores de transporte, pareja, etc. (APA, 2018), así como trabajadores de centros
residenciales (Caballero y Vales, 2012). Usualmente, los agresores son personas cercanas
a las mujeres, lo cual agrava la situación de violencia en tanto quienes deberían cuidarlas
las terminan agrediendo. Asimismo, la situación específica en mujeres con discapacidad
puede dificultar tanto la defensa como la decisión de colocar la denuncia. Con respecto a la
defensa encontramos, por ejemplo, que puede existir una imposibilidad real de defenderse
físicamente del agresor (Caballero y Vales, 2012).
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Además, el mantener a las mujeres con discapacidad desinformadas de la sexualidad y vida
reproductiva les niega la posibilidad de ser conscientes de sus derechos y de defenderlos.
En el caso específico de mujeres con discapacidad mental, su falta de noción durante el
abuso sexual o su incapacidad para rehusarse podrían incluso ser colocadas como
justificación o percibidas como “consentimiento” de una relación sexual (Puri, 2012).
Finalmente, Caballero y Vales (2012) señalan que son pocas las mujeres con discapacidad
que tienen relaciones de pareja estable, en comparación con las mujeres sin discapacidad,
lo cual implica haber alcanzado un estatus negado socialmente. A pesar de ello, se ha
encontrado, por ejemplo, en un estudio con mujeres con discapacidad acreditada mayores
de 16 años en España, que 5.3% de las participantes refirió ser víctima de violencia sexual
por parte de su pareja, en contraste con el 1.6% de las mujeres sin discapacidad. Cuando
se les preguntó por violencia sexual por parte de alguna pareja o expareja, 14.1% de
mujeres con discapacidad reportaban haber sido víctimas, en comparación con 7.8% de las
mujeres sin discapacidad (Junta de Andalucía, 2017).
En el mismo estudio, se ha encontrado que las mujeres con discapacidad reportan más
violencia física y sexual (20.3%) que las mujeres sin discapacidad (12.1%), así como
mayores niveles de violencia económica por parte de alguna pareja o expareja (17.7%) en
comparación con el mismo grupo de mujeres (10.4%) (Junta de Andalucía, 2017). Con ello,
se encuentra que las violencias por parte de la pareja son múltiples y variadas. El siguiente
cuadro, elaborado en base al estudio realizado por la Junta de Andalucía (2017), muestra
una comparación de algunos tipos de violencia perpetradas a mujeres con y sin
discapacidad:
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100%
En ese contexto y considerando que la pareja suele ser el principal cuidador de la mujer con
discapacidad, pero puede ser al mismo tiempo el agresor, la pérdida de la pareja puede
tener un impacto significativo en la vida de la mujer con discapacidad. De ese modo, el
miedo a perder al cuidador puede ser un factor que influye en la decisión de no realizar una
denuncia por violencia o abuso sexual (Caballero y Vales, 2012). De hecho, 19.1% de
mujeres con discapacidad reporta sentir miedo hacia su pareja, en comparación con el
12.6% de las mujeres sin discapacidad (Junta de Andalucía, 2017).
En lo que respecta a otras formas de violentar y abusar de las mujeres con discapacidad,
existe una amplia gama de tipos de violencia que pueden ser difíciles de reconocer. Entre
ellas, se encuentran por ejemplo el destruir o quitar los dispositivos de movilidad de una
persona, como puede ser la silla de ruedas, andador, etc. También existen prácticas
violentas como negar el acceso y/o uso de medicamentos recetados por algún médico,
negar el acceso a recursos vinculados con la discapacidad y/o citas de atención médica, u
obligar a tomar algún medicamento en contra de su voluntad. Finalmente, tocamientos
indebidos también se podrían presentar al asistir a una persona con discapacidad en sus
tareas cotidianas como bañarse o vestirse (APA, 2018). Al respecto, el siguiente cuadro
resume algunas otras formas de abuso hacia las mujeres con discapacidad:
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Abuso económico Abuso físico Abuso emocional Abuso sexual
Por otro lado, es importante considerar también que las niñas y jóvenes con discapacidad
se encuentran una situación de aún más riesgo de ser víctimas de agresiones y abusos
sexuales. Estos, pueden ser perpetrados por distintos agresores, como desconocidos,
familiares o incluso personal de asistencia y cuidado de algunas instituciones (MIDES,
INMUJERES y PRONADIS, 2014). Ello se vincula, por ejemplo, a una mayor limitación al
momento de intentar comprender las situaciones de violencia en las que se les está
involucrando, así como su capacidad de poder negarse a la misma y escapar de la situación
(Baita y Moreno, 2015).
Las mujeres con discapacidad se enfrentan también a que la sociedad le otorga poca
credibilidad a las declaraciones o denuncias realizadas por mujeres con discapacidad,
especialmente quienes tienen alguna discapacidad que afecte la comunicación con
personas sin discapacidad, o quienes tienen una discapacidad intelectual (Caballero y
Vales, 2012). De hecho, la sociedad podría etiquetarlas como interlocutoras no válidas al
cuestionar la veracidad de su testimonio. A continuación, una lista de algunos motivos por
los que las mujeres no suelen denunciar a su agresor:
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Motivos por los que las mujeres con discapacidad no suelen denunciar a su agresor
Podrían no saber dónde pedir ayuda o que esta no sea fácil de obtener.
El agresor podría ser una persona reconocida en su medio (ej. profesionales de la salud,
instituciones educativas, etc.)
*Fuente: APA, 2018
Frente a ello, es necesario también mejorar las herramientas y proyectos de prevención de
la violencia, así como de información y apoyo a las mujeres con discapacidad para facilitar
el proceso de denuncia de encontrarse en una situación de violencia o abuso sexual.
Asimismo, es importante estar atentos a reconocer cualquier señal que pueda indicar que
una mujer con discapacidad está sufriendo algún tipo de violencia.
La salud mental, según la OMS (2013), es “un estado de bienestar en el cual el individuo es
consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales de la vida,
puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer una contribución a su
comunidad”. La salud mental es, en ese marco, un derecho fundamental de las personas, y
es parte de nuestra salud integral. Es importante mencionar aquí también que la salud no
debe entenderse como ausencia de enfermedad y viceversa, sino que es un proceso
complejo. En ese sentido, implica también la presencia de conflictos en la vida y la
posibilidad de afrontamiento de los mismos de manera constructiva (Reglamento de la Ley
29889).
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violencia, desintegración familiar, discriminación, etc., además de abordar también los
trastornos mentales (Reglamento de la Ley 29889).
La salud mental de las mujeres que son víctimas de violencia de género puede afectarse
gravemente. Esta, suele deteriorarse de manera gradual ante situaciones de violencia
recurrente, esperándose que se presenten sentimientos como ansiedad, angustia y tristeza.
Es importante señalar, aquí, que las emociones mencionadas anteriormente son esperables
en cualquier persona que se encuentre ante una situación de violencia, por lo que se debe
prestar atención a no patologizar lo que suele ser una consecuencia normal ante una
situación estresante o amenazante. Ello, debido a que encontrarse en una situación de
víctima de violencia o abuso sexual es un estresor grande en una persona, siendo un
evento inesperado que desborda las estrategias de afrontamiento de la persona (Muñoz,
2013).
Un estudio realizado por el Movimiento Manuela Ramos (2013b), encontró que las mujeres
víctimas de violencia que entrevistaron presentaban sentimientos de tristeza después de la
situaciones de violencia, llegando incluso a presentar ideas de suicidio y a reconocer que
pedir ayuda y sostener un proceso de terapia puede ser sumamente complejo. En esa línea,
siendo el reconocimiento de la violencia un proceso complejo, este presenta a veces
avances y retrocesos. Es por ello que se necesita de instrumentos de evaluación adecuados
para detectar la depresión y de contar con mecanismos de derivación apropiados según sea
el caso.
Por otro lado, muchas mujeres víctimas de violencia y abuso sexual pueden presentar
sentimientos de culpa y vergüenza asociados al ideal socialmente construido de que es
deber de la mujer mantener a la familia unida. En ese sentido, si la mujer no lo consigue, al
enfrentarse a una situación de violencia de pareja por ejemplo, se percibe como un fracaso
como mujer y ello conlleva a un deterioro tanto en su salud emocional y psíquica (Yugueros,
2015).
Cuando la violencia proviene de la pareja, el miedo es uno de los sentimientos que puede
predominar en las mujeres con discapacidad. Un estudio realizado en España con mujeres
desde los 16 años con discapacidad acreditada, demostró que el miedo de la pareja actual
era más frecuente en mujeres con discapacidad (7.1%) que en mujeres sin discapacidad
(2.7%). Además, el miedo de alguna pareja o expareja también mostraba diferencias,
presentándose en 19.1% de las mujeres con discapacidad, en comparación al 12.6% de las
mujeres sin discapacidad (Junta de Andalucía, 2017).
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distintos factores como la pobreza, acceso a una educación de calidad, acceso a servicios
de salud, etc., que se encuentran marcados también por su género y discapacidad. Todo
ello, limita las posibilidades de desarrollo y autonomía, lo cual las expone a situaciones de
violencia y daña, además, su salud mental (Movimiento Manuela Ramos, 2013a).
Por todo ello, es necesario que los profesionales que se encuentren dentro de la red de
atención de violencia se encuentre capacitados para identificar las características y
consecuencias de la violencia de género, por lo que deben formarse en el enfoque de
género.
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UNIDAD II: EVALUACIÓN Y RECOMENDACIONES PARA LA INTERVENCIÓN CON
MUJERES CON DISCAPACIDAD VÍCTIMAS DE VIOLENCIA SEXUAL
Esta unidad incluye pautas generales para la atención de mujeres víctimas de violencia
sexual, así como para la evaluación e intervención individual y grupal, pautas de apoyo.
Asimismo, se incorporan recomendaciones para prácticas no violentas e inclusivas a lo
largo de toda la unidad.
Algunas cualidades de la persona que interviene en este tipo de situaciones son la postura
ética, entendida como; la empatía, entendida como la posibilidad de comprender e
identificarse con las emociones de la mujer. Además, el terapeuta debe mantener una
actitud neutral y no juzgar las declaraciones de la víctima por ningún motivo. En base a
ellas, es importante reconocer también que las mujeres víctimas de violencia sexual se
encuentran en un proceso de búsqueda del equilibrio y sentido de la vida. Frente a ello, es
necesario que los profesionales de psicología puedan promover el reconocimiento de sus
propias capacidades y limitaciones, siempre teniendo en cuenta que estas interactúan de
manera constante con variables socio-económicas y culturas.
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En primer lugar, es importante considerar que para la evaluación de mujeres y niñas
víctimas de violencia y abuso sexual es necesario las tener consideraciones éticas
correspondientes. Por lo tanto, se debe contar con el consentimiento de la víctima para la
realización de la evaluación, teniendo en cuenta la confidencialidad del testimonio y los
límites de la misma, comprendiendo el contexto en el que se está realizando.
Para el proceso de evaluación, tanto de una niña como de una joven o adulta con
discapacidad víctima de violencia o abuso sexual, se debe tener en cuenta un contexto que
facilite el vínculo entre el evaluador y la víctima. De hecho, una investigación forense es en
sí misma una situación de estrés para la víctima, especialmente si se trata de una niña, por
lo que se recomienda que quien realice la evaluación sea una persona capacitada y que se
prepare para intentar recoger la información en una visita y no tener que hacer que la niña
vuelva a pasar por otra entrevista innecesariamente (Muñoz et al., 2016). A veces, sin
embargo, es necesario tener más de una sesión con la niña, para lo que se le debe explicar
qué se tratará y pedirle que no piense mucho en ello hasta la siguiente visita (Carrasco,
2012, citado en Muñoz et al., 2016).
Con respecto al inicio de la evaluación forense, cuando se trabaja con niñas víctimas de
abuso sexual, por ejemplo, es importante que no transcurra mucho tiempo entre los sucesos
y la evaluación, así como evitar que personas que no se encuentran capacitadas realicen
interrogatorios innecesarios a la víctima. Esto se debe a que, además de perturbar
emocionalmente a la víctima del abuso al pedir repetidas veces su testimonio, se puede
alterar el recuerdo de los sucesos sin que esta sea necesariamente la intención de quienes
se acercan (Muñoz et al., 2016).
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● El miedo en distintos grados y niveles hacia el agresor
● El nivel de ansiedad, angustia o desesperación
● El nivel de tristeza o llanto frecuente
● La pérdida de interés en sus tareas cotidianas
● Sentimientos de desesperanza e impotencia
● Irritabilidad
● Sentimientos de inutilidad y/o de culpa
● Desconfianza, suspicacia
● Excesiva quietud o excesiva intranquilidad
● Problemas del apetito (disminución, aumento, entre otros).
● Problemas de sueño (disminución, aumento, entre otros).
● Uso de drogas
● Gestos o intentos de suicidio pasados o actuales
● Otros
Fuente: MINSA (2017)
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sesgo sexista también en las ciencias médicas, en el derecho y sistema judicial y penal,
etc., por lo que se debe ajustar el lenguaje y actitud de la intervención teniendo en cuenta
esta realidad (Yugueros, 2015). Además, para poder comprender cómo se siente las
mujeres víctimas de violencia, hay que comprender las creencias culturales asociadas al
género y la discapacidad.
Entre las consideraciones que quien interviene debe tener al tratar con mujeres con
discapacidad víctimas de violencia sexual, no se debe, bajo ningún motivo, minimizar o
justificar la violencia del agresor. Tampoco se debe criticar la actitud o la poca respuesta de
la mujer, ni restarle importancia a la sensación de peligro que la mujer pueda expresar post
abuso o agresión. Tampoco es adecuado citar al agresor cuando ello implica un riesgo alto
para el bienestar de la mujer, pues esto puede romper el clima de confianza y
confidencialidad, así como un agravamiento del daño psíquico de la mujer (Movimiento
Manuela Ramos, 2013a).
En lo que refiere a la intervención grupal, el Instituto Andaluz de la Mujer (2010) reporta que
las intervenciones grupales con las mujeres víctimas de violencia pueden ayudar a que las
mujeres vean a las demás y sus realidades, así como discutir y hallar en conjunto
estrategias para enfrentar la situación vivida. En el caso de mujeres con discapacidad, debe
tenerse en cuenta e incorporar en el discurso el reconocimiento de las barreras a las que se
encuentran en el proceso de denuncia, y procurar que se den las condiciones para que
éstas no existan en el diálogo entre las participantes en el espacio grupal.
Las terapias grupales pueden darse bajo el formado de grupo abierto, en el que no hay un
grupo exacto de personas que sostienen el grupo, sino que estas pueden ir variando a lo
largo de las sesiones; y grupo cerrado, en el que se delimita quiénes participarán del
espacio y esto no se altera más allá de las personas que decidan abandonar el espacio
(Instituto Andaluz de la Mujer, 2010).
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Medidas de protección
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