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BATALLA DE QUESERAS

DEL MEDIO
Voces sobre la liberación del Apure

Edición conmemorativa del Bicentenario 1819-2019


Coordinación editorial
Alejandro López
Yessica La Cruz

Asistencia editorial
Alexander Zambrano

Compilación y nota introductoria


Javier Escala

Portada y diagramación
Orión Hernández

Imagen de portada
Arturo Michelena, ¡Vuelvan caras!, 1890
Óleo sobre tela 300 x 460 cm,
Círculo Militar de Caracas.

Corrección
Yessica La Cruz
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO
VOCES SOBRE LA LIBERACIÓN DEL APURE

© Fundación Centro Nacional de Historia, 2019


Final Av. Panteón, Foro Libertador, edificio Archivo General de la Nación,
P.B. Caracas, República Bolivariana de Venezuela
Depósito Legal: DC2019000376
ISBN: 978-980-419-060-5
Impreso en la República Bolivariana de Venezuela
ÍNDICE
Presentación .......................................................................... 11

Nota introductoria
Javier Escala ........................................................................ ...17

Boletín del Ejército Libertador de Venezuela,


por Simón Bolívar, del 3 de abril de 1819 27

Oficio del Libertador Simón Bolívar para


el vicepresidente del Estado de Venezuela,
Francisco Antonio Zea, del 17 de abril de 1819 31

Correo del Orinoco (fragmento) 35

Memorias del general Daniel Florencio O’Leary


(fragmento) 37

Autobiografía del general José Antonio Páez


(fragmento) 47

Memoria sobre la vida del general Simón Bolívar,


Libertador de Colombia, Perú y Bolivia,
de Tomás Cipriano de Mosquera
(fragmento) 63

Carta del general Pablo Morillo al ministro de Guerra 69

Recuerdos sobre la rebelión de Caracas,


de José Domingo Díaz
(fragmento) 75

Historia de la revolución hispanoamericana,


de Mariano Torrente
(fragmento) 81
Resumen de la Historia de Venezuela,
de Rafael María Baralt y Ramón Díaz Martínez 83

Venezuela heroica, “Las Queseras”, de Eduardo Blanco 87

Historia Patria, de Lino Duarte Level


(fragmento) 101

Canción Queseras del Medio,


de Eneas Perdomo 105

Croquis del desarrollo de la Batalla 107


Un inmenso vuelvan caras
Y allá en las Queseras del Medio mordieron el polvo los mejores
soldados del rey de España, y allá en Mucuritas, y en El Yagual, y
en La Puerta, y en Carabobo, en Boyacá, y en Ayacucho. Si a este
maldito imperio se le ocurriera, como dice un poema de esos épicos
de la sabana: “Si otros tiranos quisieran esclavizarnos la Patria”,
uno pudiera decir también, si otros tiranos quisieran invadirnos
la Patria, sería toda Venezuela un inmenso “Vuelvan caras”.

Hugo Chávez Frías, Aló Presidente N° 355, 11 de abril de 2010

Destrozaron la caballería de Morillo


Pues así, caballo, jinete y lanza 150 cruzaron el Arauca y estaba
Morillo allá en la sabana y José Antonio Páez pica espuelas al
frente de 150 y le pasa a Morillo por un flanco provocándolo, pasó
a provocarlo y Morillo sorprendido ordena la persecución y es
cuando ocurre el hecho heroico casi homérico. Páez comandando
la supuesta red tirada hacia el río, Morillo cayó en la trampa,
lanza la caballería realista a perseguir a Páez y a los centauros,
y en el momento apropiado cuando Páez va mirando, pulsando
el momento entre la vida y la muerte, entre la tierra y el agua,
entre la patria y la antipatria entonces lanza aquel grito que
retumbó en las Sabanas de las Queseras del Medio “¡Vuelvan
caras!” y eran muy hábiles los llaneros de Páez en volver caras,
halar las riendas del caballo y el caballo gira y de repente las
tropas del rey de España se consiguen con la masa de caballería,
jinete y lanza que se devuelve. Destrozaron la caballería de
Morillo y luego la persiguieron en desbandada por las matas que
adornan las riberas del Arauca legendario. Bolívar no quería
creer aquello, cuenta Bolívar, y condecoró aquellos 150 héroes
con la Orden de los Libertadores en Los Potreritos Marrereños.

Hugo Chávez Frías, Aló Presidente N° 180, 1 de febrero de 2004


PRESENTACIÓN
En 1819, cuando los llaneros venezolanos doblegan al reino
de España en la tierra apureña, se está cumpliendo una década
del inicio de la corriente insurreccional, que opone a la mayoría
de las colonias españolas en América, contra una metrópoli
putrefacta en lo político, hipócrita en lo espiritual y rentista en
lo material.
En La Paz y en Quito se conforman las primeras Juntas de
Gobierno en 1809. Sin embargo, estas iniciativas autonómicas
de la élite y la aristocracia criolla son ferozmente reprimidas y
desarticuladas por las autoridades coloniales en pocos meses.
Al año siguiente, en las actuales Venezuela, Argentina, Colom-
bia, Chile y México, estalla el movimiento emancipador y la
América que nace con la invasión de 1492 comienza a vivir una
guerra por su liberación.
Desde 1810, en Venezuela la Revolución es conducida sin
un comando geopolítico-militar central. Así lo advierte Simón
Bolívar a finales de 1812. Desde Cartagena, en el Manifiesto so-
licita a la Nueva Granada respaldar la liberación de Venezuela
y plantea, por primera vez, la necesidad de mantener la unidad
territorial del antiguo virreinato. Esta idea la retoma en Jamaica
y en su Carta de 1815 ve a Venezuela unida a la Nueva Granada
en una gran República central llamada Colombia.
Cuatro años después, el Libertador trabaja intensamente
por consolidar el eje Panamá-Bogotá-Caracas, que daría una
ventaja estratégica a la Revolución continental, en un contexto
donde el Imperio español aún mantiene una fuerte presencia
en América1. En Angostura, organiza “… una vasta labor de go-
bierno, en todos los sentidos, para crear en Guayana el corazón

1 Durante 1819, las islas de Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo, la Capi-
tanía General de Guatemala y el Virreinato del Perú son enclaves realis-
tas. En México, los líderes patriotas se repliegan en el Bajío y Veracruz,
y en Uruguay se intensifica la lucha contra la invasión luso-portuguesa.
Paraguay es República y opta por aislarse. Argentina promulga un pri-
mer texto constitucional que es rechazado por muchas de las provincias
del antiguo Virreinato de La Plata. En Chile, los republicanos consoli-
dan sus posiciones y avanzan tras la victoria en la batalla de Biobío.

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Voces sobre la liberación del Apure

de una república”2. Y de esta nueva capital, Bolívar asegura la


navegación del Orinoco, lo que le permite reactivar el comercio
en el Caribe y entablar un enlace directo con los llanos de Apure
y el Casanare neogranadino, defendidos por el general José An-
tonio Páez.
En febrero Bolívar pone en marcha el segundo Congreso
de la República y en el Discurso que lee el día de su instalación,
presenta un proyecto de Constitución que se inspira en las ideas
de Simón Rodríguez sobre la educación para el pueblo, en la li-
bertad vivida en suelo haitiano y en la potente maquinaria par-
lamentaria británica. En su intervención critica a Fernando VII
por recurrir a la Santa Alianza para combatir a la Revolución
americana, reitera que Venezuela tiene la voluntad de combatir
hasta expirar y asegura que las tropas patriotas pueden medirse
con las más selectas de Europa, ya que no hay desigualdad en los
medios destructores3.
El Libertador concluye sus palabras recordándoles a los
representantes de Barcelona, Barinas, Cumaná, Margarita y
del Casanare, que la unión de Venezuela y la Nueva Granada
ha sido el voto uniforme de los pueblos y Gobiernos de estas Re-
públicas. Este argumento final anuncia el rumbo que tomará su
próxima campaña que tiene como punto de arranque los llanos
occidentales.

2 Miguel Acosta Saignes. Bolívar: Acción y utopía del hombre de las difi-
cultades. Caracas, Ministerio de Poder Popular para la Comunicación e
Información, 2010, p. 273.
3 Según apunta Miguel Acosta Saignes, esta es la situación de las fuerzas
patriotas para el momento: “La escuadra había aumentado con la llega-
da de Joly y la incorporación de otros corsarios. Tenía dos centros, en
Angostura y en Margarita, organizados por Brión. Bermúdez de nuevo
estaba en Maturín, aunque sin gran número de soldados. Mariño de-
fendía a Angostura, con la cooperación de Zaraza, activo en los Llanos
de Barcelona, y Monagas andaba por el Guárico. El conjunto de las tres
fuerzas se denominaba ejército de oriente. Urdaneta estaba en Margari-
ta, en espera del momento propicio para invadir la Costa Firme, como
jefe de los legionarios extranjeros. En Casanare organizaba un ejército
Santander y en los Llanos de Apure peleaban numerosas guerrillas al
mando de Páez”. (Véase: Miguel Acosta Saignes. Op. cit., pp. 298-299).

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BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

En el plan estratégico de Bolívar es vital contener al ejército


del comandante español Pablo Morillo quien pretende asentar-
se en Apure. Solo así podrá despejar el paso por el Casanare e
ingresar a la Nueva Granada para “… decidir con sus soldados y
sus enormes recursos, una contienda que tendía a estabilizarse
indefinidamente en Venezuela”4.
En 1819, el Libertador lidera un ejército donde neogranadi-
nos, caraqueños y orientales luchan, codo a codo, con reclutas
guayaneses, navegantes antillanos y legionarios británicos.
Entre esta diversidad de combatientes destacan los llaneros de
la guerrilla apureña donde Bolívar “… encuentra por primera
vez la base social y política para su lucha contra España, de la
que antes había carecido”5.
El 2 de abril de 1819, el pueblo en armas decide la batalla en
las Queseras del Medio y comienza a participar activamente
en la ofensiva geopolítica del Libertador. A los pocos meses
los lanceros forman parte de las fuerzas revolucionarias que
escalan el páramo de Pisba y derrotan al jefe realista José María
Barreiro en Pantano de Vargas y Boyacá; victorias que son cru-
ciales en la liberación definitiva de la Nueva Granada.
Hoy el Gobierno Bolivariano, a través de la Fundación Centro
Nacional de Historia, se honra en conmemorar el Bicentenario
de este episodio de nuestra gesta revolucionaria con el presente
inventario testimonial titulado Queseras del Medio. Voces sobre la
liberación del Apure. Este conjunto de miradas sobre la extraordi-
naria batalla del ¡Vuelvan caras!, nos da una necesaria enseñanza
actual: la fuerza popular organizada es capaz de hacer caer a los
ejércitos de los imperios más poderosos.

Centro Nacional de Historia

4 Indalecio Liévano Aguirre. Bolívar. Caracas. Fundación Editorial El pe-


rro y la rana, 2011, p. 316.
5 Jorge Abelardo Ramos. Historia de la Nación Latinoamericana. Buenos
Aires. Ediciones Continente, 2012, p. 151.

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NOTA INTRODUCTORIA
Esta edición especial realizada con motivo del Bicentenario
de la Batalla de las Queseras del Medio es una compilación
cronológica de trece textos referentes al tema; la mayoría testi-
monios, tanto de patriotas como de realistas. Se hallará a Simón
Bolívar y a Pablo Morillo, a José Antonio Páez y a José Domingo
Díaz, a Daniel Florencio O’Leary y a Mariano Torrente. Asi-
mismo, las visiones historiográficas posteriores (Rafael María
Baralt y Ramón Díaz, Eduardo Blanco y Lino Duarte Level) y
una representación popular del emblemático hijo del llano apu-
reño Eneas Perdomo.
A principios de 1819 la fuerza patriota se encuentra conso-
lidada en el oriente del país, mientras el centro y el occidente
permanecen bajo el control de Morillo, jefe del ejército que
Fernando VII mantiene en Venezuela. El Libertador, quien está
en Angostura dirigiendo los preparativos para la instalación del
Congreso, ante el avance del enemigo en los llanos, instruye a
Páez preservar a toda costa el ejército de Apure, el más diestro
de la República y no presentar batalla abierta a Morillo hasta
su retorno. Páez decide dejar a los contingentes realistas inter-
narse en el sur del llano y ordena incendiar a la ciudad de San
Fernando para que Morillo no la tomase como base militar.
Luego establece un centro de operaciones en San Juan de Payara
y organiza una serie de ataques que hostigan constantemente
al enemigo y lo privan de recursos vitales como el ganado y las
armas.
Poco a poco el desconocimiento del terreno, los estragos
causados por el clima ardiente y húmedo de la sabana, y el tipo
de guerra irregular aplicada por el rival, alejan a Morillo del ob-
jetivo primordial de su campaña: vencer al bizarro jefe llanero y
dominar la vasta región de los llanos suroccidentales.
A finales de marzo, Bolívar se encuentra de regreso en las
tierras apureñas y decide hacerles frente a las fuerzas de Mori-
llo, quien monta su campamento muy cerca del patriota al norte
del río Arauca. Páez, reconocido por su osadía e ingenio en las
batallas de Mata de Miel y El Yagual (1816), Mucuritas (1817)
y la Toma de las Flecheras (1818), propone aplicar, a gran
escala, una táctica arriesgada que consiste en incursionar en el
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Voces sobre la liberación del Apure

territorio enemigo y con una escuadra de caballería provocarlo,


hasta atraerlo hacia una emboscada.
Finalmente, al atardecer del 2 de abril de 1819 el Centauro
pone en marcha el plan y con 153 lanceros cruza el Arauca y
divide sus fuerzas en 3 columnas que galopan en busca del ene-
migo. Al ver este avance, Morillo cae en la trampa y moviliza
a toda su caballería, compuesta por unos 1.000 jinetes, inclui-
dos 200 carabineros. De inmediato, Páez ordena la retirada
y con el apoyo de Juan José Rondón garantiza que el enemigo
se mantenga en una sola columna, al momento que se acercan
al punto resguardado por los artilleros patriotas, ordena a su
tropa “… volver riendas y acometer con el brío y coraje con que
sabían hacerlo en los momentos más desesperados”6. Con este
sorpresivo ataque a la retaguardia, los llaneros pasan de perse-
guidos a perseguidores, arrasan con las formaciones españolas
y protagonizan una de las hazañas bélicas más celebradas de
nuestra Revolución Independentista.
El Libertador llegó a escribir con acierto: “Jamás se ha visto
un combate ni más desigual, ni más glorioso para las armas
de la República”. Solo 2 muertos y 4 heridos tuvo por bajas el
ejército vencedor, mientras que el bando contrario perdió 400
hombres. La derrota fue tan significativa que Morillo omitió el
combate en sus Memorias; sin embargo, en el Informe al minis-
tro de Guerra del Reino de España elevó la cifra de los llaneros
a 700 y cambió deliberadamente los hechos: “… los cargué y fui
persiguiendo por espacio de dos leguas, causándoles bastante
daño, hasta que la obscuridad impidió pudiésemos acabar la
destrucción”. Por otro lado, los realistas Mariano Torrente y José
Domingo Díaz señalaron que Páez había perdido en ese com-
bate la mayoría de su Guardia de Honor, compuesta por 500
feroces llaneros.
El combate en las Queseras del Medio o Mata del Herradero,
como también es conocido, fue el mayor triunfo de los llaneros
en el Apure. El ejército conducido por el laureado conde de
Cartagena, tras una gran merma moral y material, se retira a
6 Autobiografía del general José Antonio Páez. Nueva York. Imprenta de
Hallet y Breen, 1867. Vol I. p. 182.

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BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

Achaguas y de allí hacia Barinas, constantemente perseguido


por las tropas de Páez. De esta forma termina la campaña que
este jefe español había emprendido sobre las sabanas apureñas.
El premio para estos 153 lanceros fue la mayor presea de la
República: la Orden de los Libertadores. De ellos, más allá de
las figuras principales, poco se sabe. Hasta la fecha solo ha sido
publicado un estudio biográfico de estos hombres7. Algunos de
ellos ofrendaron sus vidas por la libertad en Nueva Granada,
Venezuela, Ecuador y Perú. Pedro Camejo, el “Negro Primero”,
y Julián Mellado perecieron en la Batalla de Carabobo (1821);
Juan José Rondón, el héroe de Pantano de Vargas, murió a causa
de una gangrena contraída en la Batalla de Naguanagua (1822);
Leonardo Infante, fusilado en polémico proceso judicial y José
María Camacaro, en defensa de la soberanía colombiana en
Tarqui (1829). Otros, como Francisco Carmona y Francisco
Aramendi, mueren asesinados a causa de rencillas persona-
les. Asimismo, hubo participantes activos en la política de la
naciente Cuarta República como Francisco Farfán, quien se
rebeló en par de ocasiones contra el gobierno (1836 y 1837) y
José Cornelio Muñoz, quien apagó la estrella de Páez en Los
Araguatos (1848).
En las Queseras del Medio se evidencian dos rasgos distin-
tivos del Ejército Libertador de los Llanos. Por un lado, la bri-
llante capacidad táctica de Páez; demostrada con la maniobra
de volver caras8 y por otro, la destreza mortal de los lanceros
7 José A. Febres Guevara. Los héroes de las Queseras del Medio. Caracas,
Ministerio de la Defensa, 1989.
8 La frase “¡vuelvan caras!”, entendida como grito de guerra, correspon-
de a una creación literaria atribuida a Páez por Eduardo Blanco en su
obra clásica Venezuela heroica, publicada por primera vez en 1881. El
autor caraqueño incluso lo describe como: “Un grito agudo resuena
de improviso dominando el estrépito; grito imperioso y breve, que en-
cierra orden terrible. La da Páez: todos la oyen, y simultáneamente la
obedecen los suyos con la pasmosa rapidez del rayo”. (Véase: Eduardo
Blanco. Venezuela heroica. Imprenta Sanz, 1881, p. 119). Por otro lado,
la maniobra vuelvan caras fue una táctica habitual empleada por Páez
y la caballería llanera durante sus enfrentamientos con las fuerzas de
Morillo a principios de 1819. En su Autobiografía, al narrar uno de sus
encuentros con las fuerzas del jefe realista Francisco Tomás Morales,

21
Voces sobre la liberación del Apure

quienes, a partir de entonces, pasan a convertirse en un elemen-


to clave dentro de los planteamientos estratégicos de Bolívar
que contemplan, a corto plazo, el avance por el Casanare y la
liberación definitiva de la Nueva Granada.
Esperamos que esta selección de fuentes documentales, tes-
timoniales e historiográficas dé la oportunidad de rememorar y
conocer este característico combate donde toma protagonismo
el hombre de la sabana que será determinante en el curso de la
guerra, en especial, durante las batallas que tendrán lugar pocos
meses después de este episodio: Pantano de Vargas el 25 de julio
y Boyacá el 7 de agosto.

Javier Escala
Fundación Centro Nacional de Historia

el Centauro da detalles del ataque en retaguardia: “… entonces organi-


cé mis ochocientos hombres en cuatro columnas paralelas formando
un cuadrado, y me puse en retirada con orden de que si la caballería
enemiga nos cargaba, como era de esperar, lo hiciera confiada en su
número, más que doble del nuestro, las dos columnas de retaguardia se
pusieran al trote y pasaran por entre las dos de delante: que entonces
estas volvieran caras una a la derecha y otra a la izquierda y luego que
las dos de atrás ejecutaran la misma evolución para cargar de frente al
enemigo que no debía esperar tan repentina vuelta a la ofensiva” (Véa-
se: Autobiografía del general José Antonio Páez. Nueva York, Imprenta de
Hallet y Breen, 1867. Vol I. p. 177). Más adelante, cuando describe los
hechos en las Queseras del Medio, apunta: “… le dije [a Bolívar] que si
él me permitía pasar el río con un corto número de los míos, yo con mi
táctica habitual atraería a los realistas hasta frente al lugar en donde
estábamos, y si él emboscaba en las orillas del río las compañías de
granaderos y cazadores con toda su artillería, podríamos dar un buen
golpe a los españoles; pues, cuando les tuviéramos en el punto citado,
yo cargaría de frente al mismo tiempo que las fuerzas emboscadas ata-
casen de flanco” (Ibidem, p. 181).

22
Yo vi nacer a Colombia en las Queseras del Medio: yo le vi
a usted con 150 hombres arrollar todo el ejército de Morillo: yo
vi huir la caballería española ante los pelotones de usted; yo vi
la infantería enemiga retroceder hasta la falda del monte –todo
lo vi en compañía de los generales Soublette y Bolívar, en la
margen derecha del Arauca, y fui yo quien escribió el boletín
de aquella jornada. A nuestros pies venían a caer las balas
de la artillería española o pasaban sobre nuestras cabezas.

Carta de José Ignacio de Abreu e Lima a José Antonio Páez


Pernambuco, 18 de septiembre de 1868
SELECCIÓN DE FUENTES
DOCUMENTALES,
TESTIMONIALES
E HISTORIOGRÁFICAS 9

9 Para esta edición se actualizaron la ortografía y la grafía de algunas


voces. Del mismo modo, se unificaron algunos nombres que aparecían
con ligeras variaciones en las distintas fuentes.
Boletín del Ejército Libertador de Venezuela, por Simón Bolívar,
del 3 de abril de 181910

Fechado en Los Potreritos, el 3 de abril de 1819. Firmado


por Bolívar, quien describe algunas acciones de guerra y, entre
ellas, la de las Queseras del Medio que tuvo lugar el 2 de abril,
por cuyo motivo el Libertador decretó la Orden de los Liberta-
dores para todos los que combatieron en la acción.

Boletín del Ejército Libertador de Venezuela, del día 3 de abril


de 1819. 9º

El 1º de este mes se acercó el enemigo por la orilla izquierda


del Arauca, a las posiciones que ocupábamos a la orilla derecha.
El señor general Páez, que con 20 oficiales salió en su reconoci-
miento, encontró con un cuerpo de caballería de 200 hombres,
que formaba su descubierta, sobre el cual cargó inmediatamen-
te, y matándole e hiriéndole algunos hombres, logró ponerlo
en completa derrota, obligándolo a refugiarse en el cuerpo
del ejército. En el resto del día hizo el enemigo algunos movi-
mientos, a derecha e izquierda; y el 2, después de mediodía, se
fijó al frente de nuestros puestos, fuera del tiro de cañón. Con
el objeto de atraerlo, pasó el río el señor general Páez con 150
hombres de caballería (entre jefes, oficiales y tropa), y se avanzó
sobre el campo enemigo en tres columnas. El enemigo movió
inmediatamente todas sus fuerzas, y cargando con su caballería
al mismo tiempo que hacía fuego la artillería y la infantería, se
dirigió a la orilla del río precipitadamente cierto de oprimir a
aquellas pequeñas columnas y arrojarlas al agua. El señor ge-
neral Páez, sufriendo un fuego horroroso, se retiraba en orden,
dejando el paso del río a la espalda. El enemigo, creyéndolo per-
dido, desprendió toda su caballería sobre tan corto número de
hombres, y dirigió sus fuegos sobre la orilla, que defendía una
compañía de cazadores. Luego que el general Páez observó que
las columnas de caballería se habían alejado de las de infantería,

10 Fuente: Memorias del General O’Leary, tomo XVI, pp. 312-314.

27
Voces sobre la liberación del Apure

hizo volver caras a su gente, y acometió de frente a la caballe-


ría enemiga, que por lo menos constaba de mil hombres, 200
de ellos carabineros, al mismo tiempo que nuestros cazadores
hacían un fuego acertado. Jamás se ha visto un combate ni
más desigual, ni más glorioso para las armas de la República.
El general Páez y sus bravos compañeros se han excedido a sí
mismos, haciendo mucho más de lo que justamente debía
esperarse de su valor y de su intrepidez. En vano el enemigo
opuso la más obstinada resistencia: en vano sus carabineros
echaron pie a tierra: todo fue inútil. Ciento cincuenta héroes,
guiados por el intrepidísimo general Páez, arrollaron cuanto se
les opuso, y fueron degollando a cuantos alcanzaban hasta las
filas enemigas. La infantería en confusión se refugió al bosque,
la artillería calló sus fuegos, y solo la noche habría impedido
que este suceso hubiera sido más terrible para el ejército de Mo-
rillo. Su pérdida excede de 400 hombres, habiendo consistido
la nuestra en el sargento 1º Isidoro Mujica y el cabo 1º Manuel
Martínez, muertos; el teniente coronel Manuel Arráez11, los
capitanes Francisco Antonio Salazar y Juan Santiago Torres,
el cabo 1º José Ros, y el soldado Francisco Losada, heridos. La
consecuencia ha sido que el enemigo desalentado con una pér-
dida tan inesperada, se ha retirado precipitadamente.
Su Excelencia, en recompensa de una acción tan heroica ha
expedido el siguiente Decreto:

Simón Bolívar
Presidente del Estado, etc., etc.

Deseando dar un testimonio de la consideración y aprecio


que merecen los Bravos del Ejército, que en el combate de las
Queseras del Medio, han manifestado ayer un valor verdade-
ramente heroico, he decretado lo siguiente: Art. 1º. Todos los
jefes, oficiales, sargentos, cabos y soldados que componían el
11 El lector podrá constatar en dos fuentes de esta compilación, tanto en
este informe del Libertador como en la Autobiografía del general José
Antonio Páez, diferencias en la grafía del apellido: en el primero aparece
como “Arráez” y en la Autobiografía como “Arráiz”. (N. del E.)

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BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

destacamento de caballería que combatió ayer contra todo el


ejército español, y derrotó a toda la caballería enemiga, serán
desde hoy miembros de la Orden de los Libertadores, y usarán
de la venera en virtud de este decreto. Art. 2º. El señor gene-
ral de división José Antonio Páez, que mandó en persona este
destacamento, pasará a la Secretaría de la Guerra una lista de
todos los que lo componían, para que inscribiendo sus nombres
en los registros de los Miembros de la Orden, se les libren los
despachos correspondientes, y se impriman y publiquen como
Beneméritos de la Patria.—Publíquese, imprímase e insértese
este decreto en la Orden General del Ejército.
Dado, firmado de mi mano y refrendado por el Ministro
Secretario de la Guerra, en el Cuartel General de Los Potreritos,
a 3 de abril de 1819.—9º.

Simón Bolívar
Pedro Briceño Méndez
Secretario
Cuartel General de Los Potreritos
El General Jefe del Estado Mayor General, C. Soublette

29
Oficio del Libertador Simón Bolívar para el vicepresidente del
Estado de Venezuela, Francisco Antonio Zea, del 17 de abril de
181912

Fechado en el Paso Caraballero, el 17 de abril de 1819. Le


comunica una serie de informaciones referentes a los éxitos
obtenidos; el reposo que indudablemente necesitaba la tropa y
la ubicación del enemigo en la isla de Achaguas, donde se en-
contraba encerrado.

Paso Caraballero, abril 17 de 1819. 9º

Al señor vicepresidente del Estado:

Tengo la satisfacción de informar a V.E. que el ejército ha


continuado sus operaciones hasta aquí sin novedad. Las fatigas
y privaciones que ha sufrido la tropa en la última marcha exigía
que se les dejase reposar por algún tiempo, y la comodidad de
este terreno para la subsistencia me ha decidido a preferir esta
posición para el efecto. Desde el 12 acampé, y ya empieza la
tropa a volver del cansancio.
El enemigo se ha encerrado en la isla de Achaguas como dije
a V.E. en mi anterior. Ahí ha reconcentrado todas sus fuerzas,
a excepción de un pequeño destacamento que ha dejado en
San Fernando. Otro que cubría a Nutrias, compuesto de 200
infantes y cien caballos, ha sido batido y destrozado por el señor
coronel Rangel. Este jefe que fue destinado con su regimiento a
obrar por la espalda del enemigo, cuando se nos presentó Mori-
llo en el Paso de las Queseras del Medio, marchó sobre Nutrias
en solicitud del coronel español Reyes Vargas: ocupó aquella
ciudad sin resistencia el día 10 del presente, y habiendo sabido
allí que el destacamento enemigo se había apostado en el Trapi-
che de Alejos, en donde se había fortificado, determinó atacar-
los con el escuadrón de carabineros, que echando pie a tierra
marchó protegido por el escuadrón de lanceros El Valiente. El
12 Fuente: Memorias del General O’Leary, tomo XVI, pp. 312-
314.

31
Voces sobre la liberación del Apure

Trapiche dista de la ciudad dos leguas y media, y está situado


entre un espeso bosque.
El enemigo defendía la entrada a él con dos fuertes embos-
cadas a los flancos, y una trinchera en el centro.
La primera compañía de nuestros carabineros atacó intré-
pidamente esta, la tomó al asalto, mientras que la primera y
segunda compañía batían y desalojaban las emboscadas.
El suceso fue tan completo como pronto; pues antes de un
cuarto de hora éramos dueños del campo. Perdió el enemigo
en este combate 34 hombres que murieron, algunos prisione-
ros, los fusiles de todo el destacamento, que los arrojaban en
su fuga, todas sus municiones y equipajes. Nuestra pérdida se
redujo a un solo hombre, lo que no es de extrañar, porque nues-
tras tropas tomaron al enemigo por sorpresa.
Después de este suceso, el coronel Rangel destinó algunas
guerrillas para que obren sobre San Vicente, y toda la ribera
izquierda del Apure, y ha venido a incorporarse al ejército.
El teniente coronel Peña ha obtenido también muchos
pequeños sucesos: ha destruido cinco partidas enemigas, y ha
regresado cargado de despojos, y con más de 50 prisioneros,
además de 45 hombres que han muerto en los diferentes en-
cuentros.
Es increíble el número de prisioneros que se hacen todos los
días. Dos guerrillas que están en las inmediaciones de Achaguas
apresan a cuantos salen fuera de la Villa. Así es que el enemigo
está reducido a sus cuarteles, de donde no pueden salir sino los
cuerpos reunidos.
La situación de Morillo es tan desesperada que no es posible
que permanezca más tiempo en los Llanos. Si se detuviese algu-
nos días más, tendrá que lamentar otras muchas pérdidas que
le causarán una fuerte columna de caballería que ha marchado
ya sobre la misma Villa a observarlo, y molestarlo muy de cerca,
y las guerrillas que he establecido sobre Calabozo y El Baúl. La
primera al mando del señor coronel Urquiola con tropas sufi-
cientes hasta para tomar la ciudad; y la segunda al del teniente
coronel Villasana, que se extenderá hasta San Carlos.

32
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

Reitero a V.E. mis anteriores peticiones. Todo cuanto he


pedido es necesario e indispensable para aliviar de algún modo
a nuestros soldados, que han sufrido privaciones de todo
género.
Se me ha informado que el ciudadano Montebrune, separa-
do del Estado Mayor de Oriente a consecuencia de las ocurren-
cias del señor general Mariño con V.E., ha entrado a servir de
nuevo en clase de secretario del señor gobernador de esa pro-
vincia. Este hombre, que por repetidas veces ha sido acusado,
depuesto y repuesto, y que en ningún empleo ha podido servir
de un modo satisfactorio, no debe continuar en el servicio de la
República, y aún mejor sería que evacuase el territorio de ella.

P.S. Incluyo a V.E. una carta de Morales, interceptada por


una guerrilla nuestra. Por la pérdida que sufrió en el combate
del 2 el cuerpo de Morales, inferirá V.E, cuál ha sido la pérdida
del enemigo allí.

Dios, etc.
Bolívar

33
Correo del Orinoco13

Angostura, sábado 24 de abril de 1819

(…)

En la noche del 20 llegó a esta capital el capitán de caballería


Carlos Eloy Demarquet, edecán del Excmo. Señor Presidente
con despachos de importante servicio, y el anuncio del com-
bate heroico de 150 de los bravos de Apure comandados por
el invicto páez contra todo el ejército español, que lo era por
el general Morillo. Esta noticia comunicada al Soberano Con-
greso por el Excmo. Señor Vicepresidente excitó el más vivo
entusiasmo en la Representación Nacional que proclamó a los
vencedores dignos del reconocimiento de la Patria, y acordó se
propusiese por los diputados que quisiesen el premio extraordi-
nario que deba concedérseles. No fue menos la impresión que
hizo en el público, a quien se anunció por bando solemne con
repique de campanas y salva de artillería.

13 Fuente: Correo del Orinoco, n.º 28, sábado 24 de abril de 1819,


p. 4.

35
Memorias del general Daniel Florencio O’Leary
(fragmento)14

Como va a iniciarse una de las campañas más memorables


de la guerra de independencia, trataré de dar una idea de las
posiciones recíprocas de los beligerantes.
Tenía Bermúdez en Maturín seiscientos hombres, reclutas
los más, pero acostumbrados a la vida desesperada a que los
habitantes de aquel malhadado país habían quedado reducidos
de mucho tiempo atrás. Su principal fuerza era de caballería,
que aunque indisciplinada, se hacía formidable por la destreza y
agilidad en el manejo del caballo y de la lanza.
Zaraza y Monagas tenían sus guerrillas maniobrando en
los llanos de Barcelona y en la parte oriental de la provincia de
Caracas. Esta fuerza irregular era lo que se llamaba el ejército de
Oriente, que reforzada con algunos destacamentos sacados de
los hospitales de Angostura y pueblos circunvecinos y obrando
a las órdenes del general Mariño, se consideraba suficiente de-
fensa a Angostura contra toda invasión.
Los realistas conservaban en aquella parte de Venezuela una
división como de mil doscientos hombres a las órdenes del co-
ronel Arana, además de la guarnición de las plazas de Cumaná
y Barcelona.
El general Urdaneta, nombrado comandante de los auxilia-
res británicos que se esperaban por momentos en Margarita,
amenazaba la costa, pero no podía todavía cometer empresa
alguna de importancia.
El general Morillo había concentrado sus principales fuerzas
en Calabozo, donde se hallaba a la cabeza de cerca de siete mil
hombres de todas armas. Los independientes le oponían un
ejército que, aunque inferior en número y en disciplina, le era
superior en caballería, como ya lo he dicho.

14 Fuente: Daniel Florencio O’Leary. Bolívar y la emancipación suramerica-


na. Memorias del General O’Leary. Madrid. Biblioteca Ayacucho. 1915,
pp. 624-635.

37
Voces sobre la liberación del Apure

En las llanuras del Alto Apure estaban casi equilibradas las


guerrillas. La provincia de Casanare, aunque perteneciente
a la Nueva Granada, había sido incorporada al territorio de
Venezuela bajo el mando del general Santander, destinado allí
por Bolívar con armas y pertrechos, a fin de llevar adelante el
propósito de concentrar las diferentes guerrillas y levantar un
cuerpo capaz de tener a raya a las fuerzas realistas de allende los
Andes e impedirles auxiliar a las que obraban en Venezuela.
El jefe español que, como hemos visto, estaba preparándose
para invadir los llanos, a la sazón en que Bolívar llegaba a San
Juan de Payara, cruzó el Apure en el paso de San Fernando el 24
de enero de 1819, sin encontrar la menor oposición, por la ti-
midez del coronel Figueredo, que tenía encargo de observar sus
movimientos e inquietarle, caso de efectuar el paso. Este oficial
redujo a cenizas la población, y se retiró cuando se aseguró de
que el enemigo avanzaba.
El general Páez evacuó a San Juan de Payara en consecuen-
cia, cruzó el Arauca en el paso del Caujaral y estableció allí su
cuartel general, después de haberlo fortificado y montado siete
piezas de artillería a la orilla del río frente al pueblo.
Morillo, por su parte, hizo construir un fortín para proteger
el paso del río en San Fernando y marchó en seguida hacia el
Arauca. Aunque en San Juan de Payara no encontró ni un solo
habitante, sirviole el poblado de abrigo donde guarecer sus
tropas de los ardientes rayos del sol. El cuerpo principal de su
ejército hizo alto allí por cortos días, mientras reconocía los
pasos del Arauca.
El 2 de febrero, estando en el Caujaral, cambió algunos tiros
con los independientes, y el 3 hizo una marcha como de cuatro
leguas hacia las cabeceras del río y lo cruzó por el paso Marrere-
ño, al cual dio el nombre de Nuevo Paso del Rey.
Encontró allí tan poca resistencia como en San Fernando; de
otra suerte no le habría sido posible forzarlo sin pérdida consi-
derable. En este lugar tiene el Arauca como doscientas ochenta
varas de ancho, con barrancos elevados y perpendiculares en
ambas riberas y una faja de árboles altos del lado derecho.

38
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

Cuando Páez supo el movimiento de Morillo salió festinada-


mente del Caujaral con un cuerpo de caballería, y dio órdenes
para que le siguiesen con dos piezas de campaña algunas com-
pañías de infantería ligera; pero era ya demasiado tarde, y tuvo
que mandar retirar a Anzoátegui con la infantería y artillería
sobre la Mata Casanareña, a pocas leguas a retaguardia.
El general Bolívar, al salir de Angostura, había dado ins-
trucciones al jefe de Apure para que moviese a retaguardia y
con anticipación el parque; mas tan convencido estaba este de
que Morillo nunca pretendería cruzar el Arauca, que descuidó
cumplir con lo prevenido por aquel. Esto ocasionó considera-
ble pérdida de tiempo al emprenderse la retirada sobre la Mata
Casanareña, que es una pequeña isla formada por dos rebalsas
profundas en que se depositan las aguas de las lluvias, pero que
en la ocasión estaban casi secas. La infantería hizo alto allí, es-
perando órdenes. El lugar está rodeado de zanjas, y Páez tuvo
por el momento la idea arriesgada de hacer alto y esperar al
enemigo. Afortunadamente, conocía pronto que la posición era
insostenible y que no habría podido resistir en ella por media
hora a la infantería española. Anzoátegui recibió la orden de
continuar su retirada sobre el Orinoco, y Páez resolvió estarse
a la vista de Morillo y aprovechar las ventajas que le brindaban
su hábil caballería y el perfecto conocimiento que tenía del te-
rreno.
El 5 ocuparon los españoles al Caujaral y emplearon tres días
para ponerlo en estado de defensa y asegurar su comunicación
con San Fernando. Por prudente que fuese la medida, debía
servir de poco contra los esforzados e incansables llaneros, que
conociendo las localidades a palmo, estaban constantemente
en acecho contra los españoles, sorprendiendo continuamente
sus destacamentos, interceptando los correos y teniéndoles, en
suma, en constante alarma. Páez en persona acosaba al cuerpo
principal del enemigo, y le desafiaba en las marchas y aun en sus
mismos campamentos.
El día 8 destacó un piquete al mando del intrépido Ara-
mendi, el primer lancero y el jinete más experto del Apure, que
penetró en el campo del Caujaral, reconoció detenidamente el
39
Voces sobre la liberación del Apure

ejército realista, y al verse atacado por una fuerza superior, se


retiró en buen orden, sin pérdida alguna, pero no sin ocasio-
narla a sus perseguidores.
Morillo continuó su movimiento el 9, siguiendo la pista a la
infantería independiente y con Páez en constante acecho, ob-
servándole de cerca y sin poderle hacer daño alguno. Cuando
este se veía atacado por fuerzas superiores, tenía muy buen
cuidado de emprender la retirada, hasta donde la naturaleza del
terreno le daba las ventajas de que sabía muy bien aprovecharse
y de que en efecto se aprovechó frecuentemente.
Las sabanas que servían de teatro a las operaciones, eran
terrenos a veces quebrados y en partes fangosos, que engañaban
al inexperto con su verdura y la aparente solidez del suelo; pero
eran en realidad impracticables al bisoño en aquellas localida-
des. Los llaneros, cuando se veían perseguidos por la caballería
española, se internaban pronta y resueltamente en estos mori-
chales, que así los nombran15.
Los enemigos, que ignoraban el peligro, les seguían y encon-
traban muerte segura. Atollados jinete y caballo en los pantanos
y extraviados en tan intrincados laberintos, de nada les valían la
fuerza ni el valor, y perecían en aquellos verdaderos armadijos.
A medida que se retiraba la infantería patriota, la caballería
incendiaba las sabanas para privar de forraje a la del enemigo;
así fue que Morillo solo encontró hambre y devastación en su
marcha de Arauca a Cunaviche; y Páez además había tenido
el buen acuerdo de arrear a lugares distantes los ganados que
encontraba en el tránsito, dejando solo las partidas cerriles a la
vista, para cansar a los jinetes enemigos en sus inútiles esfuer-
zos de apoderarse de ellos.
15 “Así describe don José Caparrós, secretario de Morillo, estos morichales
en cartas particulares: ‘Son estos unos pantanos infernales, que hombre
o caballo que entra en ellos, aunque al principio por estar cubiertos de
verdura no parecen de riesgo, le es casi imposible salir, pues solo por
algunas avenidas conocidas de los más prácticos se puede penetrar en
ellos. Morichales: palmares cenagosos e intransitables que, semejantes
a las salinas de Cádiz, solo son accesibles por algunas avenidas que co-
nocen los prácticos”. Véase el tomo XI, pp. 507 y 508. Correspondencia.
Memorias del general Daniel Florencio O’Leary.

40
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

Pocos días de estas fatigas bastaron para convencer a Mori-


llo de su absoluta incapacidad para reducir a los llaneros, o de
medirse con ellos en su propio terreno. En vano desplegó todos
los recursos de un militar experto y la intrepidez personal, que
tantos aplausos le mereció de sus rústicos, pero valientes adver-
sarios.
En vano dio pruebas de abnegación y constancia; su ejército
habría perecido inevitablemente si hubiese permanecido por
más tiempo en un país donde todo conspiraba a desbaratar sus
planes.
Noticioso de que la infantería estaba fuera de su alcance y se
había refugiado en una isla del Orinoco, que Páez previamente
había hecho abastecer de ganado manso y demás artículos de
subsistencia, y convencido de que no había arte ni estratagema
capaces de hacer que aquel astuto caudillo arriesgase una bata-
lla mientras no viese todas las ventajas de su parte, el general
español resolvió volver sobre sus pasos, repasar el Arauca y
acercarse al centro de sus recursos.
Su movimiento retrógrado fue ejecutado con el arrojo y
habilidad que distinguieron su marcha, cuando avanzó hasta
el centro de aquellas soledades inaccesibles y hostiles. Con
admirable destreza burló la infatigable vigilancia del enemigo y
repasó el Arauca sin pérdida alguna el 25 de febrero; impuesto
de ello Páez, destinó al instante algunas partidas con orden de
mantenerse a la vista de su retaguardia y acosaría en las mar-
chas.
Morillo, después de algunos días de descanso en San Juan de
Payara, y después de reforzar la guarnición de San Fernando,
marchó sobre Achaguas, capital de Apure, y la ocupó el 8 de
marzo. Abrigaba la intención de fortificar los pueblos principa-
les de Apure e inducir a los habitantes que los habían abando-
nado al aproximarse él, a que volviesen a sus casas, antes que
comenzase la estación lluviosa.
Adoptó las medidas más prudentes para realizar sus planes,
haciendo construir flecheras que le sirvieran para dominar los
ríos, proteger el transporte de víveres y pertrechos militares, y
asegurar la comunicación entre las principales poblaciones, y
41
Voces sobre la liberación del Apure

ocupó su caballería activamente en recolectar ganados; en una


palabra, nada omitió que pudiese contribuir a la seguridad y
comodidad del ejército de su mando.
Por este mismo tiempo, hallábase Bolívar remontando el
Orinoco.
El 11 de marzo se reunió con la infantería del general An-
zoátegui, que estaba acampada en Araguaquén, sitio próximo al
Orinoco, donde desemboca el Arauca. Mientras Morillo estuvo
avanzando, no se creyó en seguridad allí aquel cuerpo y hubo
de trasladarse a la isla de Urbana, que se consideraba inaccesi-
ble a los españoles; en este lugar permaneció pocos días, hasta
que, al retirarse Morillo, ocupó la posición en que Bolívar la
encontró lastimosamente reducida por la más escandalosa de-
serción.
Obra de trescientos ingleses acompañaron al presidente
desde Angostura hasta San Juan, donde se aumentó este bata-
llón extranjero con la incorporación de muchos de sus paisanos
que se habían alistado en los batallones criollos. Mandaba este
cuerpo auxiliar el mayor Juan Mackintosh, y se le destinó a la
división de Anzoátegui. La llegada del presidente a Araguaquén
fue saludada con las más vivas demostraciones de regocijo por
todo el ejército y muy especialmente por la infantería, que hasta
entonces había tenido mayor parte en las fatigas que en las glo-
rias de la campaña. Con paciencia había sufrido toda suerte de
privaciones desde el principio de la retirada, haciendo muchas
veces grandes marchas sin una gota de agua.
El llanero, hombre de a caballo, mira con marcado desprecio
al soldado de a pie y este sentimiento se aumenta y cobra las
proporciones de absoluto disgusto, cuando ve que está obligado
a sostener al peón su camarada, con sus fatigas y trabajo per-
sonal. Para vengarse, el ganado que destinaba para la infantería
era generalmente el de peor calidad, y el infeliz infante tenía que
contentarse por toda ración con dos libras de esta miserable
carne.
No había pan ni cosa que lo sustituyese, a ningún precio, ni
sal, sin la cual la carne no solo era insípida, sino insalubre para
el recluta indígena de Guayana. Si este alimento diario era poco
42
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

apetitoso para el soldado criollo, éralo menos, y con sobra de


razón, para el oficial británico, quien, sin embargo, soportaba
con la más laudable resignación todas esas penalidades. En las
circunstancias más difíciles y en presencia de los mayores pe-
ligros, demostraron los oficiales ingleses la más noble perseve-
rancia y fidelidad a la causa que habían abrazado.
La presencia de Bolívar, como he dicho, causó gran satisfac-
ción al ejército, y la orden que se dio para la marcha inmediata,
fue saludada por este como precursora de la victoria y del tér-
mino de sus sufrimientos. En Cunaviche, el general Páez, a la
cabeza de su caballería victoriosa, se reunió con la infantería. El
ejército pasó el Arauca en el Caujaral, y dejando a la derecha a
San Juan de Payara, guio hacia el cuartel general de Morillo.
Páez había exagerado tanto las pérdidas de este, que el
presidente calculó que su fuerza no excedería en número a la
suya; calculó también que la guerra de sorpresas que se le había
hecho y las privaciones que había sufrido debían haber relajado
considerablemente la moral de sus tropas. Estas reflexiones de-
cidieron a Bolívar arriesgar un combate, tanto más cuanto que
recibió informes de que, dada la posición de los diferentes cuer-
pos realistas, no podía Morillo concentrar una fuerza capaz de
resistirle, si se tomaban medidas para ocultar los movimientos
de los independientes.
Pero como Páez no quisiese alterar su primer plan de opera-
ciones, que ya le había dado tan buenos resultados, determinó
Bolívar atacar un cuerpo enemigo separado del principal,
acuartelado en la Gamarra, hato situado a la izquierda del
Apurito y como a cinco leguas de Achaguas, creyó que destru-
yéndolo no solo debilitaría en mucho las fuerzas realistas, sino
que haría ver al general Páez que no era tan temible la infantería
española. Sin ser sentido y a marchas forzadas se aproximó a la
Gamarra, y en la mañana del 27 de marzo sorprendió las avan-
zadas del enemigo y las hizo tocar retirada. Dirigió el ataque el
general Páez en persona.
El batallón Rifles recibió la orden de penetrar por el camino
principal, hasta el edificio donde el coronel Pereira estaba
apostado con el regimiento de la Unión y un escuadrón de
43
Voces sobre la liberación del Apure

caballería, mientras que el batallón Barlovento daba un rodeo


para envolver la derecha del enemigo. Aunque la sorpresa fue
completa, los realistas hicieron obstinada resistencia al favor de
su excelente posición. Contenido el ataque de Rifles y rechaza-
do el de Barlovento con gran pérdida, los patriotas suspendie-
ron los fuegos para dar tiempo a que llegase un refuerzo que se
les había enviado ya; pero en este intervalo los españoles cruza-
ron el Apure en canoas y efectuaron su retirada en buen orden y
casi sin quebranto.
Tres circunstancias concurrieron a salvar la división de Pe-
reira: primera, los guías que debían indicar el camino al coronel
Pigott, que mandaba el batallón Rifles huyeron al primer tiro,
y dejaron solo a este valiente oficial, que no conocía absoluta-
mente aquellas localidades. Segunda, los indios de que se com-
ponía dicho batallón no estaban bien instruidos en el manejo
del rifle, y siendo la primera vez que entraban en pelea, no pu-
dieron resistir el fuego mortífero a que se hallaron expuestos sin
siquiera ver al enemigo. Tercera, el general Páez cayó durante la
acción, con uno como ataque de epilepsia, de que desgraciada-
mente sufría.
Este revés inesperado vino a resfriar un tanto el entusiasmo
del ejército y a desvanecer las esperanzas que tenía Bolívar de
sorprender a Morillo en su cuartel general. Al siguiente día
pasó el Apurito y se acercó más a Achaguas, con intento de
inducir al jefe español a abandonar el poblado para cansarle
con marchas y contramarchas. Logrose con este movimiento
el efecto deseado, pues Morillo, que tenía que esperarlo todo
de una batalla campal, en términos de igualdad, reunió a sus
tropas y salió en solicitud de Bolívar. Este esquivó con toda pru-
dencia el encuentro, y tomó posiciones a la margen izquierda
del Arauca. El español acampó en frente, menos acucioso de
cruzarlo en esta vez que en la pasada, homenaje que rindió sin
duda al renombre del caudillo republicano.
El 2 de abril se ordenó a Páez hiciese un reconocimiento
de las posiciones enemigas. Para verificarlo escogió entre sus
jinetes, y principalmente entre los oficiales, 150 de los mejores
lanceros que, montados en los caballos más ligeros del ejército,
44
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

y con él mismo a su frente, llevando las sillas en la cabeza, se


lanzaron a la rápida corriente y ganaron la ribera opuesta en un
punto sobre la derecha del campamento realista. Dividiendo al
instante sus hombres en tres pequeños grupos, dirigiose a toda
brida sobre el enemigo.
Al ver Morillo este movimiento, juzgó que todo el ejército
patriota había pasado el río, y formando el suyo en orden de
batalla, se adelantó al encuentro de Páez con su caballería y
algunos infantes; este emprendió retirada hasta alejar por gran
trecho del cuerpo principal la caballería que iba en su persecu-
ción, y cuando habíalo logrado, volvió caras de repente y cayó
sobre ella con tanta intrepidez, que la obligó a retroceder sobre
su infantería y artillería, matando a cuantos opusieron la menor
resistencia. La infantería española, para proteger la retirada
de los húsares y dragones fugitivos, formó en cuadro, en tanto
que la artillería rompió un fuego vivísimo contra los valerosos
llaneros.
La noche puso fin al combate. Sin embargo, los realistas
estuvieron sobre las armas hasta el día siguiente, amparados
por el bosque, en donde tuvieron que refugiarse. La columna
de Páez tuvo muy pocas bajas en tan glorioso como desigual
combate. En la mañana siguiente se reunió al ejército, trayendo
cinco o seis oficiales heridos, uno de ellos el capitán Salazar,
hombre de color y muy valeroso, el cual murió a poco. La pérdi-
da de Morillo fue de mucha consideración, pasó de cuatrocien-
tos entre muertos y heridos.
Bolívar recompensó a los bizarros llaneros, concediéndoles
la estrella de la Orden de Libertadores de Venezuela, y profe-
tizándoles a la vez que lo que habían hecho en las Queseras del
Medio no era más que el preludio de lo que harían después.
Con motivo de este hecho de armas, dio la elocuente proclama
que copio:

¡Soldados! Acabáis de ejecutar la proeza más extraordinaria


que puede celebrar la historia militar de las naciones. Ciento
cincuenta hombres, mejor diré, ciento cincuenta héroes,
guiados por el impertérrito general Páez, de propósito

45
Voces sobre la liberación del Apure

deliberado han atacado de frente a todo el ejército español


de Morillo. Artillería, infantería, caballería, nada ha bastado
al enemigo para defenderse de los ciento cincuenta compa-
ñeros del intrepidísimo Páez. Las columnas de caballería
han sucumbido al golpe de nuestras lanzas; la infantería ha
buscado un asilo en el bosque; los fuegos de sus cañones han
cesado delante de los pechos de nuestros caballos. Solo las
tinieblas habrían preservado a ese ejército de viles tiranos
de una completa y absoluta destrucción.

¡Soldados! Lo que se ha hecho no es más que un preludio


de lo que podáis hacer. ¡Preparaos al combate y contad con
la victoria, que lleváis en las puntas de vuestras lanzas y de
vuestras bayonetas!16

El 4 levantó sus reales el general Morillo y contramarchó a


Achaguas, donde reconcentró sus fuerzas. Los combates de La
Gamarra y de las Queseras del Medio le desalentaron y justifi-
caron la necesidad de evitar en lo posible peleas aisladas con los
patriotas. Aunque estos no tenían razón para jactarse del buen
éxito en el reencuentro de La Gamarra, Morillo ignoraba la pér-
dida que habían sufrido y calculó, simplemente por el resulta-
do, el peligro que había en sostener destacamentos distantes del
cuartel general, aunque fuesen bastante fuertes para defenderse.

16 Véase Boletín. Documentos de las Memorias del general O’Leary,


tomo XVI, p. 293.

46
Autobiografía del general José Antonio Páez
(fragmento)17

A principios de enero de este año (1819) volvió el Libertador


a San Juan de Payara; pero inmediatamente regresó a Angos-
tura para asistir a la apertura del Congreso que debía reunirse
allí, dejándome el mando del ejército y facultades para obrar a
discreción en defensa del territorio de Apure, amenazado por
Morillo de invasión con un fuerte ejército que había estado or-
ganizando hacía más de dos meses en el lugar del Chorrerón, a
dos jornadas de tropa de San Fernando.
Tenía yo mi cuartel general en este punto, a poco del regreso
de Bolívar, cuando se presentó Morillo delante de aquella plaza
con cinco mil infantes y dos mil caballos. Yo no disponía en-
tonces sino de cuatro mil hombres, entre infantes (reclutas) y
caballería.
Era el ejército de Apure el más fuerte con que contaban los
patriotas en Venezuela, y no me pareció prudente exponerlo
contra fuerzas superiores, no solo en número sino en calidad.
Por lo mismo, resolví adoptar otro género de guerra, guerra de
movimiento, de marchas y contramarchas, y tratar de llevar al
enemigo a los desiertos de Caribén.
Esto resuelto, convoqué a todos los vecinos de la ciudad de
San Fernando a una reunión, en la cual les participé la resolu-
ción que tenía de abandonar todos los pueblos y dejar al ene-
migo pasar los ríos Apure y Arauca sin oposición, para atraerlo
a los desiertos ya citados. Aquellos impertérritos ciudadanos
acogieron mi idea con unanimidad y me propusieron reducir
la ciudad a cenizas para impedir que sirviese al enemigo de base
de operaciones militares muy importantes, manifestándome
además que todos ellos estaban dispuestos a dar fuego a sus
casas con sus propias manos cuando llegara el caso y tomar las
armas para incorporarse al ejército libertador. Ejecutose así
aquella sublime resolución al presentarse el ejército realista en

17 Fuente: Autobiografía del general José Antonio Páez. Nueva York, Im-
prenta de Hallet y Breen, 1867, Vol I, pp. 174-187.

47
Voces sobre la liberación del Apure

la ribera izquierda del río. ¡Oh, tiempos aquellos de verdadero


amor a la libertad!
Morillo al divisar el incendio no pudo menos de confesar la
imposibilidad de someter a gente de tal calibre. El hecho prueba
otra vez que “el ciudadano que se interesa en el triunfo de la
causa por la cual se bate el soldado, no se detiene en sacrificios
de ningún linaje, cuando estos ayudan al buen éxito de la causa”.
De paso me ocurre aquí referir un incidente curioso de
aquella campaña. Atravesó el ejército realista el río Apure sin
oposición, y nosotros nos retiramos al otro lado del Arauca.
Cuando ya tenía Morillo su ejército preparado para el día
siguiente marchar en nuestra busca, hice traer cuatro caballos
salvajes a la orilla de su campamento, y como a tiro de fusil.
Siendo las diez de la noche mandé que les ataran cueros secos
al rabo y que los soltaran en dirección al campamento haciendo
al mismo tiempo algunos tiros. Los caballos partieron furio-
samente disparados por entre el campamento, y los españoles
creyeron que les venía encima una tremenda carga de caba-
llería; varios cuerpos rompieron el fuego, cundió el desorden
por todas partes, y nuestros caballos hicieron más estrago en
su impetuosa carrera que los dos mil bueyes que Aníbal lanzó
sobre el campamento romano. Al día siguiente, no pudieron
los españoles ponerse en marcha, y dos o tres días perdieron en
organizarse.
Salió entonces Morillo en busca nuestra y habiéndonos
encontrado en el paso del Caujaral, río de Arauca, donde ha-
bíamos resuelto resistirle atrincherados con algunas piezas de
artillería, estuvimos cambiando tiros sin interrupción por dos
días. Conociendo que no podía forzar la posición, el jefe espa-
ñol se dirigió al paso Marrereño, a donde llegó al amanecer del
4 de febrero.
Allí tenía yo situado al comandante Fernando Figueredo con
un escuadrón de carabineros a distancia de tres o cuatro leguas
de mi cuartel general. Aquel jefe fue atacado vigorosamente con
artillería e infantería y resistió con admirable denuedo, pero sin
poder impedir que los realistas pasaran el río por otro punto
a media milla más abajo del paso Marrereño en seis canoas
48
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

que habían sido traídas desde San Fernando. Sabiendo yo por


Figueredo que se hallaba atacado por todo el ejército enemigo,
me puse en marcha con seiscientos lanceros para reforzarle,
pero cuando llegué al punto, ya más de mil infantes habían
pasado el río.
Desde que tuvimos al enemigo con el río a retaguardia,
principié a ejecutar mi plan. Coloqué mi infantería en la isla de
La Urbana, situada en el Orinoco, y el resto de la caballería, la
remonta y la emigración de los pueblos comarcanos en lugares
seguros. Tomando todas estas disposiciones, salí con ochocien-
tos hombres a buscar al enemigo y en el hato de Cañafístola
encontré al general Morales que con tres mil hombres venía
hacia este punto. Habiendo comprendido que no era aquel todo
el ejército, lo ataqué; mas Morales, favorecido del bosque en la
orilla del Arauca, se puso en retirada sobre el Caujaral, como
a media legua de distancia de donde había quedado Morillo
con el resto del ejército. Este ataque les costó muy caro, porque
Morales perdió allí un escuadrón que había destinado a coger
ganado.
Entonces mandó cuatro hombres para dar parte a Morillo
del aprieto en que se bailaba: acudió este con el resto del ejército
y yo entonces organicé mis ochocientos hombres en cuatro co-
lumnas paralelas formando un cuadrado, y me puse en retirada
con orden de que si la caballería enemiga nos cargaba, como era
de esperar lo hiciera confiada en su número, más que doble del
nuestro, las dos columnas de retaguardia se pusieran al trote
y pasaran por entre las dos de delante: que entonces estas vol-
vieran caras una a la derecha y otra a la izquierda y luego que
las dos de atrás ejecutaran la misma evolución para cargar de
frente al enemigo que no debía esperar tan repentina vuelta a la
ofensiva.
Morillo nos fue persiguiendo desde las ocho de la mañana
hasta las seis de la tarde, casi siempre a distancia de tiro de fusil;
pero nunca quiso comprometer su caballería, aunque era esta
numéricamente superior a la nuestra. Solo tuvimos una ligera
escaramuza provocada por el comandante Narciso López que
con un escuadrón de carabineros se acercó a hacernos fuego
49
Voces sobre la liberación del Apure

por la espalda. Yo dispuse que veinticinco hombres lo cargaran


repentinamente y tal sorpresa causó a López aquel ataque, que
mandó a sus carabineros echar pie a tierra, y sin embargo de
que tal medida lo ponía en peor situación, porque mal podía
contener el ímpetu de nuestros caballos no teniendo bayonetas
sus carabinas, se salvó por no haber cargado los nuestros en
pelotón, como yo se los había ordenado.
Pernoctó aquella noche Morillo en el Congrial de Cunavi-
che muy cerca de la entrada al desierto de Caribén, y anduvo
acertado en no pasar adelante, pues allí no habría encontrado
recursos de ningún género, y en el caso forzoso de retirada
hubiera tenido que luchar con las emboscadas que yo me pro-
ponía tenderle por la espalda.
Morillo, harto perito y avisado, no quiso internarse más y en
la noche siguiente contramarchó, repasó el Arauca y se fue a la
ciudad de Achaguas donde estableció su cuartel general.
En la retirada le seguía yo con mis ochocientos hombres,
molestándole sin cesar con guerrillas por el frente, los flancos
y la retaguardia. Diariamente le hacíamos prisioneros, y sobre
todo se le impedía recoger con facilidad ganados para racio-
narse. Una de las guerrillas compuesta de treinta hombres de
la Guardia, al mando del infatigable Aramendi, atacó vigoro-
samente a la caballería enemiga cuando cruzaba el río Arauca
por el paso del Caujaral y a pesar de los prodigios que hizo Ara-
mendi en las sucesivas cargas que dio a aquella, filé puesto en
fuga con pérdida de doce hombres entre muertos y prisioneros.
Nuestros enemigos también perdieron alguna gente, y entre
ellos fue herido el comandante Antonio Ramos por un joven
soldado de la Guardia llamado Juan Torralba, que perseguido
por él se tiró a tierra, le atravesó con su lanza y se apoderó del
caballo que montaba el jefe español.
El comandante Juan Gómez, destinado a obrar entre los
pueblos San Fernando y Guasimal, logró destruir, en las in-
mediaciones de este último, el escuadrón mandado por el co-
mandante realista Palomo, que recogía víveres para abastecer la
plaza de San Fernando.

50
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

En tal estado se hallaba la campaña cuando Bolívar llega


a mi cuartel general en el Caujaral de Cunaviche, a fines de
marzo, con la resolución de buscar y atacar a los realistas.
Habiendo de paso tomado el mando de la infantería que
estaba en La Urbana y el resto de la caballería, me pidió infor-
mes sobre el número del ejército enemigo: yo le aseguré que
ascendía a seis mil hombres, y que por eso no había creído pru-
dente empeñar todas mis fuerzas en un combate general, sino
entretenerlo a larga distancia de Caracas a fin también de dar
tiempo a Urdaneta para que ocupase dicha ciudad con mil qui-
nientos hombres que se pusieron a su disposición en la isla de
Margarita, según había dispuesto Bolívar. Si Morillo marchaba
contra este, era mi intención seguirlo con todo el ejército.
Bolívar aprobó el plan, pero observó que estábamos muy
distantes de Morillo para darle alcance cuando se pusiera en
marcha sobre Urdaneta. Se le hizo la observación de que si nos
acercábamos más con todo el ejército, podía el general español
comprometernos a dar una batalla. Estuvo de acuerdo con mis
observaciones; pero dijo que era preciso, para quedar más ex-
peditos en la persecución de Morillo, que el ejército pasara el
Arauca. Así lo hizo, y después de cruzado el río en San Juan de
Payara, resolvió ponerse en marcha para Achaguas con objeto
de atacar a Morillo.
A cinco leguas de esta ciudad nos encontramos con el
segundo batallón de Valencey, a las órdenes de Pereira, y dos-
cientos hombres de caballería, al mando de Narciso López, en
un trapiche, llamado de la Gamarra, rodeado de bosques por
todas partes. Bolívar lo mandó atacar con cuatro batallones que
fueron dispersados en menos de un cuarto de hora; mas sabe-
dor el enemigo por algunos prisioneros de que aún quedaba un
batallón que no entró en acción y dos mil hombres de caballería
a quienes el terreno impedía maniobrar, se puso en retirada
sobre Achaguas. Bolívar se ocupó en reunir los dispersos, y
luego contramarchó sobre la ribera del Arauca.
El día siguiente, cuando supo que Morillo venía sobre no-
sotros con su ejército, me llamó a una conferencia para saber
mi opinión sobre el plan que debíamos adoptar; yo estaba
51
Voces sobre la liberación del Apure

algo resentido porque no había atendido a mis observaciones


anteriores, y le manifesté simplemente que me sentía dispues-
to a secundarle en cualquier plan que él adoptase, aunque no
mereciese mi aprobación. No satisfecho con esto, y como para
obligarme a emitir mi opinión, convocó a los jefes a una junta
de guerra. El general Soublette dijo en ella que no con otro
objeto que el de oír mi parecer había Bolívar convocado aquella
reunión, y ya me pareció sobrada terquedad resistirme por más
tiempo. A más de las razones que yo había comunicado ante-
riormente a Bolívar y que repetí entonces, añadí que debíamos
hacer todo lo posible por no exponer a Guayana, único punto
por donde estábamos recibiendo recursos del extranjero: con-
servar la infantería, porque si era destruida, Morillo verificaría
impunemente su marcha sobre aquel ponto, lo cual tenía yo por
cierto era su intención; sobre todo que debíamos tratar de con-
servar siquiera por un año un ejército para inspirar confianza a
los patriotas.
Después de la conferencia, Bolívar, siguiendo la opinión
de la junta, dispuso que pasáramos el río Arauca para evitar el
compromiso de un encuentro con el enemigo. El día después
llegó Morillo a la ribera izquierda de este río y se acampó en la
Mata del Herradero, una milla más abajo del punto en que nos
hallábamos.
Aquel mismo día, a las tres de la tarde se pasó a nosotros
un oficial de caballería, llamado Vicente Camero, antes de
presentarse al jefe supremo me informó de que Morillo había
organizado un plan para hacerme prisionero. Consistía en que
si no volvía a provocar al ejército del modo que lo había hecho
el día anterior, atacándolo fingiendo retirada para volver inme-
diatamente a la carga, Morillo se movería contra mí con todo
el ejército para obligarme a huir sin poder volver cara, y ya en
fuga me perseguirían doscientos hombres escogidos de la caba-
llería, montados en caballos de buena carrera y resistencia, para
acosarme y hacerme prisionero.
En descargo de este encono que contra mí tenía el jefe es-
pañol, tengo que referir un hecho ocurrido cuando el ejército
comenzó a pasar el Arauca. Aquella mañana muy temprano salí
52
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

yo con unos diecinueve compañeros al encuentro de Morillo, y


apenas nos divisaron cuando este lanzó sobre mí toda su caba-
llería; yo dividí mi gente en dos pequeñas secciones, e hice que
Aramendi, encargado de una de días, diera frente, avanzara, se
retirara, y sin cesar le hostigase, apoyándolo al mismo tiempo
con el resto de la gente. En uno de aquellos choques y retiradas,
se vieron Aramendi y el comandante Mina en grave conflic-
to, pues se internaron tanto en las filas enemigas que si yo no
hubiera corrido a darles personalmente auxilio, habrían sido
completamente rodeados. Entonces suspendieron los realistas
el ataque, con pérdida de algunos jinetes, no habiendo nosotros
tenido más desgracia que un caballo herido.
Bien se comprenderá ahora que el general español no me
perdonara aquella mala pasada que yo le había jugado en sus
mismas barbas, y que estuviera deseoso de hacérmela pagar con
usura. No era yo mala presa para él.
Después de oír la relación del oficial corrí a ver a Bolívar,
y habiéndole referido el plan de Morillo, le dije que si él me
permitía pasar el río con un corto número de los míos, yo con
mi táctica habitual atraería a los realistas hasta frente al lugar
en donde estábamos, y si él emboscaba en las orillas del río las
compañías de granaderos y cazadores con toda su artillería,
podríamos dar un buen golpe a los españoles; pues, cuando les
tuviéramos en el punto citado, yo cargaría de frente al mismo
tiempo que las fuerzas emboscadas atacasen de flanco.
Accedió Bolívar a mis deseos, e inmediatamente con ciento
cincuenta hombres crucé el río, y a galope nos dirigimos al
campamento de Morillo. Moviose este para poner en práctica
su plan, y nosotros le fuimos entreteniendo con frecuentes
cargas y retiradas hasta llevarlo frente al punto que habíamos
señalado para la emboscada. Al llegar a él rompió fuego contra
los realistas una compañía de cazadores que estaba allí apos-
tada, pero no toda la fuerza que yo suponía emboscada, según
había convenido con Bolívar antes de separarnos. Muy apurada
era entonces nuestra situación, pues el enemigo nos venía aco-
rralando por ambos costados con su caballería, y nos acosaba
con el fuego de sus fusiles y cañones, cuando afortunadamente
53
Voces sobre la liberación del Apure

el valeroso comandante realista don Narciso López me brindó


la oportunidad de pasar con alguna ventaja a la ofensiva. Fue el
caso que López se adelantó a la infantería con el escuadrón de
carabineros que mandaba: en el acto dispuse que el comandante
Rondón, uno de aquellos jefes en quienes el valor era costum-
bre, con veinte hombres lo cargase a viva lanza y se retirase sin
pérdida de tiempo antes que lo cercasen los dos trozos de la ca-
ballería enemiga, que yo deseaba formasen una sola masa para
entonces revolver nosotros y atacarlos de firme. Cargó Rondón
con la rapidez del rayo, y López imprudentemente echó pie a
tierra con sus carabineros: Rondón le mató alguna gente y pudo
efectuar su retirada sin que lograsen cercarlo. Al ver que las dos
secciones de caballería no formaban más que una sola masa,
para cuyo objeto había ordenado el movimiento a Rondón,
mandé a mi gente volver riendas y acometer con el brío y coraje
con que sabían hacerlo en los momentos más desesperados. En-
tonces, la lanza, arma de los héroes de la antigüedad, en manos
de mis ciento cincuenta hombres, hizo no menos estragos de
los que produjera en aquellos tiempos que cantó Homero.
Es tradición que trescientos espartanos, a la boca de un des-
filadero, sostuvieron hasta morir, con las armas en la mano,
el choque de las numerosas huestes del rey de Persia, cuyos
dardos nublaban el sol: cuéntase que un romano solo disputó
el paso de una puente a todo un ejército enemigo. ¿No será con
eso comparable el hecho ejecutado por los ciento cincuenta
patriotas del Apure? Los héroes de Homero y los compañeros
de Leónidas solo tenían que habérselas con el valor personal de
sus contrarios, mientras que los apureños, armados únicamente
con armas blancas, tenían también que luchar con ese elemento
enemigo que Cervantes llama “diabólica invención, con la cual
un infame y cobarde brazo, que tal vez tembló al disparar la má-
quina, corta y acaba en un momento los pensamientos y vida de
quien la merecía gozar luengos años”.
Cuando vi a Rondón recoger tantos laureles en el campo de
batalla, no pude menos de exclamar: “Bravo, bravísimo, coman-
dante”. “General –me contestó él, aludiendo a una reprensión

54
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

que yo le había dado después de la carga que dieron a López


pocos días antes–, general, así se baten los hijos del Alto Llano”.
Todo contribuía a dar a aquel combate un carácter de ho-
rrible sublimidad: la noche que se acercaba con sus tinieblas, el
polvo que levantaban los caballos de los combatientes de una y
otra parte confundiéndose con el humo de la pólvora, hacían
recordar el sublime apóstrofe del impetuoso Áyax cuando pedía
a los dioses que disipasen las nubes para pelear con los griegos a
la clara luz del sol.
La caballería enemiga se puso en fuga; la infantería se saltó
echándose sobre el bosque y la artillería dejó sus piezas en el
campo, lo cual no pudimos ver por la oscuridad de la noche.
Finalmente, mucho antes de amanecer se puso Morillo en reti-
rada para Achaguas.
Bolívar, con los demás jefes del ejército desde la otra parte
del río, había presenciado la refriega, y después me confesó que
aquella noche no había podido dormir, preocupado con la idea
de que yo pudiera haber muerto en la contienda.
La mañana del mismo 3 de abril, pocas horas antes de pre-
sentárseme Camero, Bolívar, con su característica fogosidad, se
manifestaba impaciente por la inacción en que estaba el ejérci-
to, y deseaba vivamente entrar en acción.
“Paciencia, general –le decía yo–, que tras un cerro está un
llano. El que sabe esperar el bien que desea, no toma el camino
de perder la paciencia, si aquel no llega”. “¡Paciencia, paciencia!
–me contestó–, muchas veces hay tanta pereza como debilidad
en dejarse dirigir por la paciencia. Cuánta suma de esta virtud
puede ser bastante para resistir las amargas privaciones que
sufrimos: sol abrasador como el mismo fuego, viento, polvo,
carbón, carne de toro flaco, sin pan ni sal, y por complemento
agua sucia. Si no me deserto es porque no sé para dónde ir”.
Estas rabietas de Bolívar no provenían de que su ánimo
desmayase en la adversidad; solo eran efecto de la natural impa-
ciencia de los caracteres impetuosos que desean recoger cuanto
antes el fruto de sus desvelos y fatigas.
Después de la acción, cuando nos reunimos a él, dio la Cruz
de Libertadores a los ciento cincuenta guerreros... El hecho
55
Voces sobre la liberación del Apure

sucedió en el lugar llamado las Queseras del Medio. Morillo


lo llama en su parte el Herradero; y el historiador realista To-
rrente, para hacer aparecer menos vergonzosa la derrota, dice
que los nuestros eran quinientos llaneros de figura gigantesca
y de hercúlea musculatura. Bolívar hizo contar los muertos que
había tenido el enemigo, y ascendieron a cerca de quinientos;
de los nuestros salieron heridos del combate, entre otros, el
teniente coronel Manuel Arraiz, y los capitanes Francisco An-
tonio Salazar y Juan Santiago Torres; muertos solamente dos,
Isidoro Mujica y el cabo 1.o Manuel Martínez, pero la anchura
de sus heridas y el tenerlas en la espalda nos demostraban
que habían sido abiertas por lanzas de los nuestros, que en la
confusión y oscuridad habían tomado por enemigos a aquellos
compañeros suyos.
Copio a continuación los nombres de los ciento cincuenta y
un que compusieron aquella falange de defensores de la patria,
confesando que esta acción de armas es una de las que más me
envanecen, y creo que no sin razón:

Acción de las Queseras del Medio


3 de abril de 181918

GENERAL DE DIVISIÓN
José Antonio Páez (*)19

CORONELES
1) Francisco Carmona
2) Cornelio Muñoz
3) Francisco Aramendi

18 La fecha 3 de abril de 1819 corresponde a la de la firma del decreto en


el que se les confiere la Orden de los Libertadores, un día después de la
victoria en la batalla.
19 Los nombres destacados con asterisco (*), corresponden a aquellos pa-
triotas cuyos restos descansan en el Panteón Nacional. En el caso de
Pedro Camejo, reposan sus restos simbólicos.

56
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

TENIENTES CORONELES
4) Juan Antonio Mina
5) José María Angulo
6) Juan Gómez
7) Manuel Arraiz
8) Francisco Farfán
9) Hermenegildo Mujica
10) Juan José Rondón (*)
11) José Jiménez
12) Fernando Figueredo (*)
13) Leonardo Infante
14) Francisco Olmedilla

CAPITANES
15) Francisco Abreu
16) Ramón García
17) Leonardo Parra
18) Juan Santiago Torres
19) Juan Cruzate
20) José María Pulido
21) Mariano González
22) Francisco Antonio Salazar
23) Juan José Mérida
24) Ramón Valero
25) Antolín Torralba
26) Juan Martínez
27) Alejo Acosta
28) Juan Mellados
29) Celedonio Sánchez
30) José María Monzón
31) Juan Cruzate
32) Juan Martínez

TENIENTES
33) Pedro Camejo (a) el “Negro Primero” (*)
34) Juan Rafael Sanoja
35) Romualdo Meza
57
Voces sobre la liberación del Apure

36) Víctor González


37) Francisco Pérez
38) Luciano Hurtado
39) Gregorio Acosta
40) Francisco Bracho
41) Pedro Juan Olivares
42) Miguel Lara
43) Raimundo Contreras
44) José María Oliveras
45) Marcelo Gómez
46) Nicolás Arias
47) Domingo Mirabal
48) Mateo Villasana
49) Manuel Figueredo
50) Diego Parpacén
51) Serafín Vela
52) Juan Carvajal
53) Juan José Bravo
54)Vicente Vargas
55) Vicente Gómez
56) Alberto Pérez

SUBTENIENTES
57) Rafael Aragona
58) Manuel Fajardo
59) Pastor Martínez
60) Bartolo Urbina
61) Roso Sánchez
62) Juan José Perdono
63) Juan Torralba
64) Pedro Gámez
65) Juan Palacio
66) Eusebio Ledesma
67) Bautista Crúzate
68) Joaquín Espinal
69) Alejandro Salazar

58
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

70) Domingo López


71) Vicente Castillo
72) Pedro Escobar
73) Cruz Paredes
74) Pedro Cortés
75) Romualdo Salas
76) Romualdo Contreras

SARGENTOS
77) Isidoro Mujica ( )20
78) José María Camacaro
79) Luciano Delgado
80) Simón Meza
81) Encarnación Castillo
82) José María Paiba
83) Francisco Mirabal
84) Francisco Villegas
85) Juan José Moreno
86) Gaspar Torres
87) Francisco González

CABOS Y SOLDADOS
88) Encarnación Rangel
89) Juan Sánchez
90) Basilio Nieves
91) José María Quero
92) Mauricio Rodríguez
93) Ramón Figueredo
94) Francisco Mibel
95) Antonio León
96) Inocente Chinca
97) Francisco Medina
98) Remigio Lozada
99) Félix Blanco
100) José Arévalo

20 Muerto en combate (N. del E.)

59
Voces sobre la liberación del Apure

101) Nicolás Hernández


102) Manuel García
103) Pablo Lovera
104) Juan Sánchez
105) Simón Gudiño
106) Domingo Riera
107) Agustín Romero
108) Antonio Pulido
109) Francisco Lozada
110) Santos Palacio
111) Antonio Manrique
112) Nolasco Medina
113) Luis Álvarez
114) Diego Martínez
115) Jacinto Hernández
116) Ramón Flores
117) José Antonio Cisneros
118) José Tomás Nieves
119) Manuel Martínez ( )21
120) Jacinto Arana
121) José Antonio Hurtado
122) Francisco Sanoja
123) Isidoro Gamarra
124) Anselmo Ascanio
125) Paulino Flores
126) Eusebio Hernández
127) Domingo García
128) Fernando Guédez
129) Francisco Nieves
130) Domingo Navarro
131) José Milano
132) José Fuentes
133) Roso Canelón
134) Pedro Barroeta
135) Pedro Fernández

21 Muerto en combate (N. del E.)

60
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

136) José Bravo


137) Roso Urbano
138) Ascensión Rodríguez
139) Manuel Camacho
140) Romualdo Blanco
141) Juan Rivero
142) Juan González
143) Francisco Escalona
144) Ramón García
145) José Girón
146) José Hernández
147) Juan Ojeda
148) Alejandro Flores
149) José Antonio Ramírez
150) Manuel Delgadillo
151) Hipólito Rondón

61
Memoria sobre la vida del general Simón Bolívar, Libertador
de Colombia, Perú y Bolivia, de Tomás Cipriano de Mosquera
(fragmento)22

El Libertador, según le oímos muchas veces, no quería


ejercer el Poder Ejecutivo, porque una autoridad ilimitada,
como era necesaria en la guerra, le llenaba de enemigos, y los
ambiciosos vulgares siempre aspiraban a mandar bajo formas
constitucionales que no cumplían, y censuraban al Libertador.
Él era muy susceptible a las censuras de hombres eminentes o
distinguidos; pero las calumnias no lo arredraban. Fue uno de
sus principales objetos reunir el Congreso de Angostura, orga-
nizar la República de un modo que hiciera respetar al gobierno,
no solamente en el exterior, viendo las naciones que simpatiza-
ban con la independencia de América que estaba constituido el
país, sino que los caudillos que regían cuerpos de tropas, con
aspiraciones a ser cada uno de ellos un autócrata en las selvas a
que estaban constantemente reducidas, tuviesen este freno.
Quería, igualmente, el Libertador que se sancionase una
Constitución muy semejante a la inglesa, y eso se ve bien en el
discurso que hemos citado y en el proyecto de Constitución que
presentó al Congreso. Era muy contrario al sistema de gobier-
no federal, pues atribuía a esta organización y a las facultades
que tuvieron los gobiernos de las Provincias Unidas de Nueva
Granada la reconquista de los españoles. No participamos de tal
modo de ver la cuestión de la reforma social, no solamente en
Colombia sino en la mayor parte de la América española. Si el
Libertador hubiera vivido hasta la época en que escribimos, se
habría persuadido de que el gobierno general de una república
federal, como la de los Estados Unidos, tiene suficiente fuerza.
En el apéndice de estas Memorias publicamos la carta que es-
cribió a un amigo suyo de Kingston, Jamaica, el 6 de septiembre
de 1815, y este documento precioso, que tiene tanta sinceridad
como escrito en el destierro, no fue sino un vaticinio de lo que
22 Fuente: Tomás Cipriano de Mosquera. Memoria sobre la vida del general
Simón Bolívar, Libertador de Colombia, Perú y Bolivia. Bogotá. Imprenta
Nacional, 1954, pp. 295-299.

63
Voces sobre la liberación del Apure

se le esperaba a la América española; allí mismo está la idea ge-


neral del proyecto de Constitución que presentó al Congreso de
Angostura…
El 26 de febrero nombró el Libertador tres Secretarios de
Estado: del Interior y Justicia, al doctor Diego Bautista Urba-
neja; de Hacienda, al doctor Manuel Palacios; y de Guerra y
Marina, al coronel Pedro Briceño Méndez, el que debía seguir
con él a la campaña, y partieron el mismo día para Apure, re-
montando el Orinoco. El 7 de marzo llegaron el general Bolívar
y los auxilios y elementos de guerra con las tropas que conducía
el coronel Manrique a Cunaviche. A su paso por La Urbana fue
recibido con grande entusiasmo por la división de infantería
que mandaba Anzoátegui. Le mandó seguir a Cunaviche, en
donde estaba el cuartel general de Páez.
Al llegar a dicho cuartel general supo el Libertador, con de-
talles, todas las operaciones que había ejecutado Morillo sobre
el ejército de Apure, en contramarcha de la ribera derecha del
río Arauca hasta Achaguas, y que había marchado la quinta di-
visión a órdenes del general La Torre contra el coronel Nonato
Pérez, que obraba sobre Barinas; que el brigadier Aldama había
seguido con el batallón Valencey y un cuerpo de caballería
sobre Calabozo, cuyas noticias hicieron comprender al general
Bolívar que Morillo había contramarchado de las llanuras de
la derecha del Arauca, porque conocía que no le era posible
obligar al ejército de Apure a dar una batalla general y que se le
llamaba la atención por otras partes.
El Libertador dispuso que se trasladase el ejército a la
izquierda del Arauca para llamar la atención de Morillo y dar
tiempo a Urdaneta para que obrase sobre la costa de Venezuela,
ya fuese sobre Caracas, como lo deseaban Urdaneta y Valdés,
o ya sobre Barcelona o Carúpano, como creía el Libertador, y
se uniría esa división a las fuerzas que mandaban Mariño,
Bermúdez y Monagas. El Libertador le manifestó al general
Urdaneta todo su plan, pero dejó a su arbitrio la elección del
punto que debía atacar primero. Nos decía el Libertador: “Me
veía el hombre más amargo en aquella campaña de principios
de 1819. Páez no tenía más idea que pelear en las sabanas con su
64
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

brillante caballería y un arrojo sin igual. Había mandado orga-


nizar la división de vanguardia en Casanare, a la que me debía
unir con la que mandaba Anzoátegui, que juzgaba, como Sou-
blette, Santander y Salom, que era el más sublime plan de ope-
raciones. Urdaneta y Valdés se proponían atacar por La Guaira
u Ocumare a Caracas. Los movimientos del ejército español
me dejaban comprender que el general Morillo debía tener
conocimiento del arribo de la expedición del general English a
Margarita. Era, pues, necesario hacer un movimiento ofensivo
para conocer bien las posiciones de los españoles y cuál era su
intención para obrar en consecuencia, y por eso se ejecutó el
movimiento pasando el río Arauca por San Juan de Payara”.
Los historiadores colombianos y españoles han apreciado
estas operaciones de Bolívar de diversos modos, y Morillo dice
que el 11 de febrero, en la noche, recibió el aviso de Caracas de
que una expedición de 4.000 ingleses y franceses, en auxilio de
los independientes, había llegado a los Cayos de San Luis en la
isla de Santo Domingo.
Verificado el paso del Arauca, resolvió el Libertador que
unas partidas se adelantasen a cerciorarse de la situación del
ejército. Una de ellas fue rechazada en la dehesa de Lucero y
otra dio parte de que en el trapiche de La Gamarra estaba un
batallón de Valencey a órdenes del coronel Pereira con un es-
cuadrón de carabineros. Dispuso el Libertador que tres cuerpos
de infantería fuertes de 800 plazas y 200 jinetes atacasen con
ímpetu a Pereira, y fueron rechazados los dos batallones que
atacaron y la caballería, perdiéndose algunos soldados muertos
y heridos, 4 oficiales y 25 individuos de tropa prisioneros; los
que informaron a Pereira de la única fuerza que les atacó y la
que estaba de reserva y de todo el ejército que venía a retaguar-
dia. No creyó prudente el coronel Pereira perseguir, y después
de haber dejado bien puesto su honor, resolvió retirarse en so-
licitud de Morillo, que estaba en Achaguas, a tres miriámetros
de distancia. En el tránsito se reunieron Pereira y Morillo, quien
dispuso retroceder a Achaguas para coordinar sus operaciones.
El combate de La Gamarra fue el 27 de marzo, y el 26 había
dirigido el general Morillo una alocución a los jefes y oficiales
65
Voces sobre la liberación del Apure

ingleses para que se separaran del servicio de los patriotas. Él


creía que esta fuerza se componía de los cuerpos que combatie-
ron en España a órdenes del general Hill, cuyas tropas conocía.
Antes, desde Arauca, el 4 de febrero, había hecho otro tanto lla-
mando a su lado a los habitantes de Apure y Arauca. Estos pasos
dejaban conocer bien cuánto temía, y no sin razón, el resultado
de las nuevas campañas, viendo que Bolívar, no obstante los
contratiempos del año 1818, se presentaba más fuerte, había
fundado un gobierno y tenía fuerzas marítimas que le daban
movilidad, y que la Corte de España, desatendiendo los recla-
mos que hiciera por medio del general Enrile, no había provisto
de marina.
El 29 de marzo emprendió el general Morillo su marcha
contra los republicanos; pero el Libertador, persuadido de la
necesidad de repasar el Arauca, había emprendido contramar-
cha, y la ejecutó el 27. Al día siguiente se presentó Morillo con
toda la fuerza que tenía en Achaguas y acampó en un sitio lla-
mado la Mata del Herradero, dos kilómetros abajo del lugar en
que estaba colocado el ejército republicano.
El general Páez fue informado, por un oficial llanero que se
pasó del ejército español, del plan que tenía Morillo para perse-
guir sin tregua si volvía a presentarse a provocar combates par-
ciales de caballería. Páez se lo comunicó al Libertador y le pidió
que le dejase pasar con 150 hombres selectos, entre jefes, oficia-
les y tropa, para ir a cucar a Morillo y atraerlo en su persecución
al frente del ejército republicano, en donde se mandó emboscar
una columna pequeña de cazadores para que hiciesen fuego de
flanco al improviso sobre los españoles, dando lugar a Páez y
sus valientes para escarmentar a aquellos.
Este fue el famoso y brillante combate de las Queseras del
Medio, en que 150 héroes se distinguieron uno a uno, a cual
mejor. Páez y el coronel Rondón llevaron el valor y el arrojo a
un grado desconocido. Rondón es el Aquiles colombiano. Bo-
lívar y todo el ejército contemplaban del otro lado del río tanto
valor, tanta audacia. Los cazadores, emboscados, llenaron de es-
panto a la infantería, que perseguía a Páez apoyando los mejo-
res cuerpos de caballería con que atacaba Narciso López, oficial
66
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

venezolano, que primero fue patriota y se pasó a los españoles.


Este caudillo atrevido fue traidor a su patria y traidor a su reina,
y murió en un cadalso en La Habana.
Morillo, en sus Memorias, habla de este combate como
ocurrido el 5 de abril, cuando tuvo lugar el día 2, y refiere con
mucha falsedad los hechos, queriéndose atribuir ventajas que
no obtuvo. Que escritores apasionados exageren, no es extraño;
pero un general de reputación y valiente no debió defraudar el
mérito del combate que vamos refiriendo.
Morillo emprende un movimiento retrógrado sobre Cala-
bozo, y Bolívar pone su cuartel general en el pueblo de Rincón
Hondo.
De allí partió el Libertador a verse con Páez, en el Bajo
Apure, por donde obraba llamando la atención de Morillo,
que estaba en Achaguas. El Libertador dejó el mando a Anzoá-
tegui y siguió al cuartel general de Páez, para acordar con él el
modo como se debía emprender la nueva campaña. Pensaba el
Libertador que dejando una fuerte división de caballería entre
Arauca y Apure, poniéndose en contacto con Zaraza, el ejército
se podía trasladar a Barinas, llamando la atención de la terce-
ra división que ocupaba la provincia de Tunja y amenazaba a
Casanare, y que obrando al mismo tiempo el general Santander
por Tunja, pudieran batir a Barreiro antes de que el general La
Torre pudiera reunírsele.

67
Carta del general Pablo Morillo al ministro de Guerra23

Fechada el 12 de mayo de 1819, dándole parte de las opera-


ciones del Ejército en los llanos de Apure hasta la época de las
inundaciones.

Excmo. Sr.

En 28 de febrero último tuve el honor de informar a V.E.,


desde las inmediaciones del Arauca, el estado de las operacio-
nes del Ejército de mi mando hasta aquella fecha, y las ventajas
que habíamos conseguido sobre las mayores fuerzas reunidas
de los rebeldes de Venezuela. Estos, constantes en el sistema que
adoptaron desde el principio de la campaña para no compro-
meterse a una acción general, diseminaron muchos escuadro-
nes con el fin de interceptar las comunicaciones y atacar los
convoyes que venían del interior. Yo también hice salir algunas
columnas movibles que los protegiesen, y lograron algunas ven-
tajas sobre las partidas enemigas, extrayendo al mismo tiempo
ganados y caballadas. Después de haber recorrido perfecta-
mente todos los llanos del cajón del Apure, reuniendo una gran
parte de sus habitantes dispersos y fugitivos en los montes, y
hecho desaparecer los cuerpos enemigos de este lado del
Arauca, me dirigí a establecerme con las fuerzas principales del
Ejército al pueblo de Achaguas. El primer batallón de Valencey
marchó a San Fernando de Apure, llevando los prisioneros de
guerra, para proteger y emplearse en las fortificaciones que se
estaban levantando sobre las ruinas de aquella villa, y la quinta
división que había llegado hasta Nutrias, dirigiéndose por los
de Banco Largo y Setenta, regresaba a incorporárseme, después
de haber deshecho varias partidas de enemigos a su paso, y de
asegurar la comunicación con la provincia de Barinas. El
pueblo de Achaguas está situado a la derecha del Apure, tres
leguas distantes de su orilla, en una isla que forman con este río
23 Fuente: Antonio Rodríguez Villa. El teniente general don Pablo Morillo,
primer conde de Cartagena, marqués de La Puerta (1778-1837). Madrid.
Establecimiento Tipográfico de Fortanet, 1908. Vol. IV, pp. 20-25.

69
Voces sobre la liberación del Apure

el Apurito o Apure Seco y el Payara. Esta isla está regada por


muchos caños que la fertilizan bastante; tiene terrenos elevados
que la libertan de las inundaciones del invierno y en ellos y en
las costas de los ríos y caños habían establecido los rebeldes las
emigraciones de los pueblos que saquearon la campaña pasada
y un gran número de los habitantes de esta parte del llano.
Todos huyeron a la aproximación de las tropas de S.M., mar-
chándose los más comprometidos con los escuadrones enemi-
gos; pero luego que ocupamos el pueblo y sus inmediaciones, se
fueron presentando y volviendo pacíficamente a sus labranzas.
De esta isla sacaba Páez la mayor parte de sus recursos por la
abundancia de plátanos, yuca, maíz y caña que habían cultivado
sus nuevos pobladores, y extraían cantidad de aguardiente y
azúcar, con cuyos artículos viven estos habitantes en la mayor
abundancia. Todo quedó en nuestro poder y sirvió en gran
manera para aliviar las necesidades de la tropa que empezó allí
a reponerse un poco de sus fatigas. Los rebeldes no osaban re-
pasar el Arauca, sino en muy corto número; y estas partidas,
que continuamente se acercaban por las inmediaciones de
Achaguas, fueron batidas y dispersas en algunas ocasiones,
mientras con sus desertores se organizó el escuadrón del Apure
a las órdenes del comandante Pereira, y un campo volante que
formó D. José Brito Centella, pasado en aquellos días del campo
enemigo. Así permaneció el Ejército dueño de todos los recur-
sos de aquel, acogiendo a las familias que se presentaban y cau-
sándole mucha deserción, hasta que el 27 de marzo se apareció
Bolívar y Páez con todas sus fuerzas al frente del trapiche de la
Gamarra, donde se hallaba situado el segundo batallón de Va-
lencey. Bolívar, después de la aproximación del Ejército de S.M.
a San Fernando, había pasado a Guayana para conducir una ex-
pedición de extranjeros que acababa de llegar de Londres, y, en
efecto, se reunió nuevamente a Páez, trayendo 450 o 500 ingle-
ses. Pasó rápidamente el Arauca y atacó con la mayor parte de
su infantería al citado batallón, que, reducido a bien poca
fuerza por tenerla subdividida, fue suficiente para derrotar los
enemigos y ponerlos en retirada, causándoles una pérdida de
400 hombres entre muertos y heridos, según consta del adjunto
70
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

parte del Comandante general de la vanguardia. Al primer


aviso que tuve de la aproximación de los rebeldes, dejando bien
guarnecido el pueblo de Achaguas, me dirigí con todas las fuer-
zas al trapiche de la Gamarra, distante seis leguas; pero ya muy
inmediato a él, recibí noticias del coronel Pereira, que mandaba
el batallón, en que me participaba haberlos batido, y que se reti-
raba por diverso camino con los heridos y prisioneros a la isla
de Achaguas. Entonces retrocedí para reunir la quinta división
que estaba situada en Apurito y recibir un convoy de víveres
que llegaba de San Fernando, después de lo cual emprendí mi
marcha nuevamente sobre el enemigo. El 30 de marzo llegué a
las Matas del Bejuco, donde supe que luego que aquel observó
mi movimiento había pasado el Arauca precipitadamente de-
jando solo algunos escuadrones, que siempre estuvieron a
nuestra vista y fueron perseguidos y lanceados hasta las orillas
de dicho río en que se arrojaron a nado. El 1.o de abril se me pre-
sentaron tres sargentos primeros y dos soldados ingleses, quie-
nes me informaron que el día anterior pudieron escaparse de
los enemigos al tiempo de pasar el Arauca, aprovechándose del
desorden con que lo verificaban, y me dieron noticias muy cir-
cunstanciadas del ejército enemigo, de sus pérdidas por la con-
siderable deserción que sufría, y el disgusto con que se hallaban
todos los extranjeros que hasta allí habían conducido engaña-
dos, tanto por la falta de los ofrecimientos que les habían hecho
en oro y en tierras, como por la horrible fatiga en este ardiente
clima y el escaso alimento. Llegué al día siguiente al paso de las
Cocuizas en el Arauca, y al aproximarse a su orilla las guerrillas
de carabineros fueron recibidas con un fuego bien sostenido de
fusilería, que se contestó por nuestra parte y se sostuvo mien-
tras allí permanecimos. El Ejército se acampó en la Mata del
Herradero próxima a dicho río, cuyos pasos observamos con
cuidado por si el enemigo emprendía alguna tentativa. En
efecto, a las cinco de la tarde del propio día se presentaron con
seis escuadrones de su mejor caballería al frente del campamen-
to, y atacaron vigorosamente los puestos avanzados. El total de
los enemigos llegaría a 700 hombres. Inmediatamente me puse
a la cabeza de la caballería del brigadier Morales y del
71
Voces sobre la liberación del Apure

regimiento de dragones leales, llevando dos pequeñas piezas de


a 4 con cuya fuerza los cargué y fui persiguiendo por espacio de
dos leguas, causándoles bastante daño, hasta que la obscuridad
impidió pudiésemos acabar la destrucción. Esta misma noche
fueron desalojados por el segundo batallón de Valencey y la ar-
tillería de las orillas del Arauca, y desde entonces no volvió a
presentarse ningún enemigo. Regresé a la isla de Achaguas,
donde permanecí en observación de sus movimientos por si lo-
graba atraerlos de este lado del Arauca y empeñarlos a una
acción general, aprovechando este tiempo para pasar ganados a
la izquierda del Apure y reunir las familias y desertores que se-
guían presentándose. Los rebeldes subdividieron nuevamente
sus fuerzas en pequeñas partidas y empezaron a molestarnos
con guerrillas en todas direcciones, renunciando a presentarse
ni esperar reunidos. Este sistema era el único que podía prolon-
gar su destrucción y el que me obligó también a emplear algu-
nos cuerpos para abrir la comunicación del interior y perseguir
sus partidas. Así permanecí hasta principios de mayo, en que
por un desertor de las tropas de Bolívar supe que se dirigía, cos-
teando el Arauca, a pasar al frente del pueblo de San Miguel del
Mantecal y entrar en la provincia de Barinas por el paso de San
Vicente o del pueblo de Nutrias. Este aviso fue confirmado por
algunos espías que tenía en observación, y no me quedó duda
de que intentaban sorprender cuando menos los pueblos próxi-
mos al Apure, mientras yo ocupaba el interior del llano. Enton-
ces reuní todas las familias y las emigraciones que se habían
cogido y presentado, que pasarían de 500 personas y las envié al
pueblo de Guadarrama, donde quedaron establecidas, y yo
marché al hato de la Candelaria para averiguar noticias de la di-
rección de los rebeldes y marchar sobre ellos. Bolívar llegó hasta
las inmediaciones de San Vicente sobre el Apure pero luego que
supo dónde me hallaba, se puso en retirada, perdiendo muchos
desertores, y fue a reunirse de nuevo con Páez del otro lado del
Arauca. Antes de salir de Achaguas quedaron destruidos los
trapiches, las siembras de caña y cuanto podía ser útil al enemi-
go. Las aguas y el invierno se presentaron con la entrada de
mayo, anegando las sabanas y haciendo intransitables los ríos e
72
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

innumerables caños de este territorio. A las inundaciones


acompañan las enfermedades de calenturas y disenterías, y fue
ya preciso buscar las poblaciones para asistir los enfermos y
conservar los sanos, reparándolos de sus fatigas. El brigadier
Morales siguió también con parte de la emigración a la villa for-
tificada de San Fernando, batiendo a su paso 500 hombres de
caballería con que se presentó Páez, a quien cogió varios prisio-
neros y mató alguna gente, huyendo los demás a su antigua gua-
rida del Caujaral. San Fernando ha sido fortificado con mucha
inteligencia por el teniente coronel de ingenieros D. Francisco
Preisler, y ha quedado allí una guarnición de 600 hombres a las
órdenes del comandante D. Juan Nepomuceno Montero.
Parece, pues, concluida la campaña de los llanos, en cuanto las
inundaciones ya no permiten operar en ellos; y aun cuando la
fuga de los rebeldes no ha permitido al Ejército de S.M. dar
grandes acciones, han perseguido aquellos hasta los desiertos
en que se abrigan los indios salvajes y se ha desvanecido en
estas provincias la ilusión de que las bandas de facciosos eran
invencibles al otro lado del Apure y Arauca. Pido a V.E. se digne
recomendar a S.M. el distinguido mérito que han contraído
todos los cuerpos e individuos del Ejército expedicionario de
costa firme en esta larga y penosa campaña, donde han arros-
trado, además de los peligros de la guerra, las calamidades que
son consiguientes a vivir en desiertos, arenales y pantanos por
espacio de seis meses, lejos de todo recurso, donde el hambre, la
fatiga y las enfermedades del clima son aún más temibles que
los combates, y es digno del mayor elogio y merece la conside-
ración del Rey nuestro señor el entusiasmo y la constancia con
que estos dignos militares han sobrellevado tantas penalidades
defendiendo sus sagrados derechos en estos dominios.
Dios... etc.
Cuartel general de Calabozo, 12 de mayo de 1819

73
Recuerdos sobre la rebelión de Caracas, de José Domingo Díaz
(fragmento)24

Tomadas por el general en jefe todas las medidas y dis-


posiciones que eran necesarias, se puso en marcha a fines de
diciembre con 6.000 hombres de todas armas, y en enero de
1819 pasó el Apure bajo los fuegos del enemigo que hizo huir.
Y dio principio a una campaña de muy distinta especie; en la
cual iba a combatir con la naturaleza más que con los hombres.
El teatro de la guerra iban a ser aquellos inmensos desiertos que
median entre el Apure y el Arauca, y mucho más entre este y el
Meta; en donde la naturaleza existe como en el momento de la
creación; en donde solo podían encontrar principios de vida las
hordas de Páez, nacidas y criadas entre sus pantanos, y bajo la
influencia de un sol abrasador y de una atmósfera malsana, y en
donde llanuras que terminan entre las errantes tribus de indios
salvajes presentaban a nuestras tropas marchas, cansancio,
hambres, fatigas y situaciones en que la vida podía peligrar solo
por la acción de innumerables animales ponzoñosos.
En esta memorable campaña, que duró cuatro meses, siem-
pre se tuvo a la vista a las tropas de Páez, y siempre huyendo
este a los desiertos, o espiando el momento de atacar algunos
cuerpos separados del ejército. Así sucedió en el sitio llamado
Cañafístola, en donde acampada la división que mandaba el ge-
neral Morales fue atacada, y obligado aquel a retirarse con pér-
dida de 107 muertos: así en la Mata de Caramacate, en donde
atacada la misma división se vio igualmente obligado a huir con
pérdida de algunos muertos y 100 prisioneros; y así también
en el trapiche de la Gamarra, en donde estando acantonados
200 hombres de infantería del 2.o de Valencey y un escuadrón,
mandados aquellos por el heroico brigadier don José Pereira,
europeo, y este por el valentísimo coronel don Narciso López,
americano, fueron atacados por todas las fuerzas de Páez y las
pocas de Simón Bolívar, mandando ellos en persona. Puestos
entre la muerte y la victoria, hicieron prodigios entre aquellos
24 Fuente: José Domingo Díaz. Recuerdos sobre la rebelión de Caracas. Ma-
drid. Imprenta de León Amarita. 1829. pp. 232-237.

75
Voces sobre la liberación del Apure

cañaverales, y los obligaron a huir después de cinco horas de


combate, y de una pérdida considerable, principalmente en dos
batallones de ingleses.
Únicamente en la Mata del Herradero25 tuvo Páez la audacia
de esperar al general en jefe. La batalla fue sangrienta; pero la
victoria no fue dudosa, perdiendo aquel allí mucha parte de
su célebre guardia de honor, compuesta de 500 hombres de
caballería de aquellos feroces llaneros, los más aguerridos y va-
lientes, cuyos cadáveres por su estatura y musculación fueron la
admiración de los jefes y de todo el ejército real.
El paso del caudaloso Arauca, bajo los fuegos de todo el
enemigo, hará una época distinguida en los anales militares de
Venezuela. Algunos escuadrones del regimiento de caballería
del rey se echaron a nado llevando los caballos por la brida, y
desalojaron al enemigo de las orillas del río, dejando más de 100
muertos en ellas.
El ejército real persiguiéndole penetró hasta Cunaviche. No
era posible continuar la persecución sin internarse en aquellos
desiertos y bosques, que sirven de mansión a las tribus salvajes,
pero que eran conocidos y habitables por las hordas de Páez.
Así pues: el ejército retrocedió a la Guadarrama a los cuatro
meses de una campaña en que se luchó contra la naturaleza;
y para dar una idea de esta verdad, baste decir lo primero que
perdió 128 hombres por las heridas de los caimanes y las rayas;
y lo segundo, que tuvo que marchar llevando cada soldado, por
dictamen mío, un saquito de sal para libertarse de la pronta y
segura muerte que les causarían las más pequeñas heridas de las
flechas de los salvajes untadas con el curare.
El general en jefe hizo fortificar a la Guadarrama, y dejó en
ella de guarnición al batallón del infante con una fuerza de 600
hombres: repasó el Apure, y puso el resto del ejército en acan-
tonamientos convenientes. Era necesario que se repusiese de
las fatigas de una campaña tan extraordinaria. Toda la división
de vanguardia, al mando del general Morales, se acantonó en
Calabozo.
25 Nombre del sitio donde se encontraba el campamento realista y con el
que también se conoce al combate de las Queseras del Medio (N. del E.).

76
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

En el resto de este año no ocurrieron acontecimientos de


gran peso. Las provincias de Cumaná y Barcelona eran moles-
tadas por partidas enemigas, imposible de exterminarse por la
vecindad de la Margarita y Guayana. Las llanuras de Apure, y la
provincia de Barinas, igualmente lo eran. Fueron frecuentes las
acciones de partidas; y solamente debe hacerse una memoria
distinguida de la célebre batalla del pueblo de La Cruz.
Este pueblo está situado a cinco leguas del de Nutrias, en la
provincia de Barinas. Su situación en medio de llanuras que se
terminan en el Apure le hace camino, aunque no principal, para
la capital de aquella provincia. Las circunstancias de la guerra
habían hecho emigrar toda su población, y estaba abandonado.
El batallón de Barinas, que por su valor ocupaba uno de
los primeros lugares en el ejército real, estaba acantonado en
Nutrias, y habían marchado dos compañías en fuerza de 200
hombres a estacionarse en La Cruz, cuando Páez con un cuerpo
de 800 infantes y 700 caballos había pasado el Apure y marcha-
ba a sorprender y robar a la capital de Barinas, yendo por aquel
pueblo como camino más oculto y propio para su proyecto. Ni
nuestras tropas sabían la marcha de Páez, ni este tenía la menor
noticia de la nuestra.
Las dos compañías llegaron al pueblo por la tarde, y se
acuartelaron en él. Al amanecer del día siguiente los centi-
nelas avisaron que se divisaba a lo lejos un grueso cuerpo de
infantería y caballería marchando con dirección al pueblo. El
coronel don Juan Durán, entonces capitán, que mandaba las
compañías, dio orden de formarse en la plaza, y así se ejecutó.
Entrando al pueblo las avanzadas de Páez, descubrieron nuestra
formación, retrocedieron y avisaron. Páez dispuso atacar, y en
su consecuencia dividida su infantería en dos columnas, entró
por las dos calles del pueblo. Nuestras compañías igualmente
se dividieron y marcharon a su encuentro: la bayoneta lo hizo
todo; y después de una horrible carnicería huyeron en desorden
los enemigos.
Nuestros soldados volvieron a su posición de la plaza, ya
disminuidos con la pérdida sufrida, y Páez repitió un igual y
segundo ataque con los mismos resultados.
77
Voces sobre la liberación del Apure

Entonces dispuso que la tropa de infantería que le quedaba,


penetrando por los corrales de las casas de la plaza, hiciese
fuego sobre las compañías por las ventanas que caían a ella. A
la primera descarga estas la desampararon, entraron en las
casas por los corrales, y la pelea se trabó dentro de ellas. Los
enemigos acosados subieron a los tejados, y habiéndolo hecho
igualmente los soldados de Barinas, vinieron al fin a caer a un
gran corral cercado de paredes de tres varas de altura, pero con
dos portillos abiertos por pedazos anteriormente caídos.
Ya los valientes barineses alcanzaban apenas a 140, y de
ellos muchos heridos: los demás estaban muertos en la plaza,
en las calles, en las casas y en los tejados. Todos los oficiales y
sargentos estaban muertos o gravemente heridos, y un cabo era
el comandante por corresponderle por ordenanza.
Aquellos valientes americanos se colocaron en un rincón del
corral, haciendo fuego a los enemigos que se presentaban en los
portillos o sobre las paredes; los sanos disparaban, y cargaban
los heridos sentados o tendidos en el suelo.
Páez había llegado al último punto de furor: los portillos
estaban ya cerrados con los cadáveres de sus soldados: su infan-
tería había desaparecido, y dio orden a su caballería para que se
desmontase y atacase con sus lanzas. El furor cegaba a todos.
Los soldados de Páez trepaban sobre las paredes y arrojaban sus
lanzas y las piedras que recogían contra nuestros soldados; pero
al momento caían muertos.
El combate había durado hasta las 4 de la tarde. Páez había
perdido 800 muertos, y tenía muchos heridos. Se retiró y aban-
donó el pueblo, que quedó lleno de armas y caballos ensillados.
De los valientes de Barinas no quedaban vivos sino 70, y
de ellos muchos heridos, entre los cuales se contaba el coronel
Durán, roto un brazo por dos balazos. Los pocos soldados
sanos recogieron más de 200 caballos, y colocándose todos en
ellos, abandonaron también el pueblo y marcharon a Nutrias, a
donde llegaron a la mañana siguiente. El general en jefe recom-
pensó dignamente a estos heroicos soldados, y S.M. se dignó
aprobar la recompensa.

78
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

Desde el paso del Arauca por el ejército real, Bolívar con-


siderando justamente terminada su carrera en Venezuela, se
separó de Páez, y con 500 a 600 hombres que le quedaban huyó
de aquellos desiertos y se internó en los llanos de Casanare.
La desesperación o la esperanza de buscar su fortuna en otros
climas, le inspiraron esta resolución.
No le engañó la segunda. En poco tiempo el Virreinato de
Santafé estuvo a sus pies. Un denso velo debe cubrir esta época
desastrosa en que un fugitivo con un puñado de hombres des-
nudos y hambrientos vio desaparecer delante de sus ojos una
de las más brillantes divisiones del ejército español contra todas
las probabilidades de la guerra, contra la confianza de todos los
pueblos, y contra los proyectos, órdenes y seguridades del gene-
ral en jefe, que apenas supo los primeros acontecimientos tomó
todas las medidas que estaban a su alcance.

79
Historia de la revolución hispanoamericana, de Mariano To-
rrente (fragmento)26

Se enseñoreaban pues las tropas realistas de aquellos es-


paciosos valles, lujosamente provistos de ganados vacuno y
caballar (sic); habían burlado los cálculos de los insurgentes que
daban por imposible la penetración de aquellos territorios por
dichos realistas; el pendón de Castilla tremolaba en el centro de
sus inmensos desiertos; pero la misma naturaleza del terreno,
la calidad con que las forajidas hordas de Páez se retiraban
a los puntos más recónditos de aquel interminable país que
se extendía hasta las orillas del Meta, y que se hallaba en gran
parte como en el momento de la creación, y el conocimiento
que tenían con algunos de los indios errantes que vivían en
aquellas comarcas, hicieron ver la imposibilidad de destruirlas
completamente. Las tropas realistas dieron las más brillantes
pruebas de decisión, sufrimiento y constancia; mas sus heroicos
esfuerzos no podían ser coronados de un feliz resultado entre
aquellos intransitables pantanos, bajo la influencia de un sol
abrasador y sobre inmensas sabanas, en las que eran menos
temibles los feroces zambos, que el cansancio, la sed, la insalu-
bridad del clima y los animales ponzoñosos.
Bien pronto se conoció que los rebeldes no trataban sino
de destruir las tropas del rey manteniéndolas en continuas
marchas y alarmas: todos los combates que se trabaron con
ellos fueron de poca importancia si se exceptúa el de la Mata del
Herradero en donde tuvo Páez la osadía de esperar al general en
jefe: esta fue la única acción que por el ardor de los combatien-
tes y por sus sangrientos resultados mereció el nombre de bata-
lla: ambas partes pelearon con el más desesperado furor; pero
no podía ser dudoso el triunfo de los realistas desde el momen-
to en que pudiesen hacer un regular despliegue de sus fuerzas y
de su pericia militar. El faccioso Páez perdió una gran parte de
su célebre guardia de honor, compuesta de 500 feroces llaneros
de los más aguerridos y diestros en el manejo del caballo: los
26 Fuente: Mariano Torrente. Historia de la revolución hispanoamericana.
Madrid, Imprenta de Moreno, 1830. Vol. II, pp. 518-519.

81
Voces sobre la liberación del Apure

realistas quedaron sorprendidos al examinar el campo de ba-


talla, cubierto de cadáveres de figura gigantesca, y de hercúlea
musculatura. Tales fueron las tropas vencidas en dicha batalla.

82
Resumen de la Historia de Venezuela, de Rafael María Baralt
y Ramón Díaz Martínez27

El 26 de febrero [1819] organizó Bolívar el Ministerio de


Estado, nombrando secretario de hacienda al Dr. Manuel Pala-
cios; de Marina y Guerra al coronel Pedro Briceño Méndez; del
Interior y Justicia a Diego Bautista Urbaneja.
Libre ya de este cuidado, dedicose el Congreso a sus depen-
dencias legislativas, en tanto que Bolívar con su acostumbrada
actividad hacía los preparativos necesarios para la próxima
campaña.
Desde el 16 de febrero había llegado a Angostura, conducido
por Elsom, un cuerpo de tropas reclutadas en Inglaterra; y el
mismo día se recibieron avisos de haber arribado a Margarita
otros dos al mando de los coroneles English y Uzlar. Estos au-
xilios dieron motivo al Libertador para extender y completar
su plan de operaciones, llamando la atención del enemigo
hacia diversos puntos; y para ello dispuso que Urdaneta pasase
a Margarita, reuniese la expedición de ingleses a un cuerpo de
naturales que allí debía formar, y auxiliado por la escuadra de
Brión, hiciese un desembarco en las costas de Caracas, tomase
la capital y extendiese sus operaciones por la retaguardia hasta
ponerse en contacto con el ejército de Apure, que iba a mandar
el en persona. Mariño debía incorporarse a Bermúdez, tomar el
mando de la división de oriente y hacer por aquel rumbo una
poderosa diversión al enemigo. El coronel Manuel Manrique
recibió el mando de las tropas de Elsom y con ellas y otros
cuerpos recientemente organizados en Angostura emprendió
su marcha al Apure para reunirse a Páez. La misma dirección
tomo él en 26 de febrero, remontando el Orinoco y el 17 de
marzo llegó a Cunaviche por La Urbana y Araguaquén.
Poco antes de su llegada (14 del mismo) había tenido lugar
en la dehesa llamada Sacra Familia un porfiado reencuentro
entre algunas tropas españolas y otras republicanas, costoso
27 Fuente: Rafael María Baralt y Ramón Díaz Martínez. Resumen de la His-
toria de Venezuela. París, Imprenta de H. Fournier y Compañía, 1841,
tomo I, pp. 367-371.

83
Voces sobre la liberación del Apure

para ambas, desventajoso para las últimas; mas a pesar de este


descalabro, la situación de Páez era ventajosa e imponente. Sus
atrevidas guerrillas habían mantenido constantemente el honor
de las armas en su perpetua lucha con los enemigos, y una de
ellas tuvo el arrojo de penetrar en San Fernando, matando a
cuantos intentaron hacerle frente, tomando prisioneros a otros
y llevándose el ganado que había dentro de la plaza. Hostigado
Morillo por estos cuerpos francos, apenas si podía conseguir
para sus tropas una escasa subsistencia: 1.000 hombres había
perdido a manos de ellos y al rigor del clima. Así, aquel jefe
valeroso, aventajado guerrero en su patria, sufría en las soleda-
des del Apure los mismos inconvenientes que destruyeron en
España las huestes famosas del imperio. Las bajas del ejército de
Morillo y los refuerzos que Bolívar llevó al suyo igualaron las
fuerzas de los beligerantes en términos de hacer desear a los pa-
triotas una batalla general: esto quería Bolívar, o por lo menos
llevar a su contrario a los desiertos, para oprimirlo con la caba-
llería. Siendo opuesto el pensamiento de Morillo, y no indican-
do ninguno de sus movimientos que quisiese salir de Achaguas,
resolvió el Libertador buscarle, para provocar un reencuentro
general. Mas fueron desgraciados sus primeros pasos.
Una partida destacada con el fin de reconocer las posiciones
enemigas fue rechazada con pérdida en la dehesa de Surero, y
500 realistas avanzados, que tenía Morillo en el trapiche de la
Gamarra al mando del bizarro coronel don José Pereira, hicie-
ron experimentar la misma suerte a 200 jinetes y 800 infantes
enviados contra ellos. Bolívar, pasado ya el Arauca, quiso auxi-
liar a los suyos; pero Pereira que entendió su peligro y se veía
sin fuerzas para hacerle frente, se retiró a Achaguas, distante
4 leguas, uniéndose en el tránsito a Morillo que ya se había
movido en su socorro. Estos dos incidentes fueron causa de que
Bolívar, conformándose con el dictamen de los otros generales,
y muy particularmente con el de Páez, desistiese de dar batalla
al enemigo, en consideración a la inferioridad de su infantería;
por lo cual se dio prisa a repasar el Arauca en tanto que Morillo
se disponía a hacer un movimiento general sobre su línea.

84
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

El 1.° de abril se acercó este por la orilla izquierda del río a


las posiciones que el presidente ocupaba en la margen derecha:
veinte oficiales de caballería conducidos por Páez salieron a
efectuar un reconocimiento, y como encontrasen inopinada-
mente un cuerpo de 200 jinetes que formaban la descubierta
realista, los atacaron y pusieron en fuga, matando algunos,
cogiendo a otros prisioneros y obligando al resto a guarecerse
del grueso de su ejército. Morillo hizo después de este varios
movimientos de amago a derecha e izquierda, como si quisiese
atravesar el río, el 2 a la hora de mediodía se puso casi al frente
de Bolívar fuera del tiro de cañón. Con el objeto de atraerle
pasa el río el general Páez, acompañado de 150 hombres de
caballería entre jefes, oficiales y soldados, y formado en tres
pequeñas columnas se avanza sobre el enemigo. Morillo mueve
inmediatamente todas sus fuerzas, pone en acción los fuegos de
su infantería y artillería, al mismo tiempo que sus jinetes cargan
sobre los contrarios, y se dirige precipitadamente a la ribera
del río, esperando en oprimir con el número aquellas endebles
columnas. Páez se retira entre tanto ordenadamente, dejando el
paso del río a su espalda, y Morillo que al ver esto le cree perdi-
do sin remedio, desprende del ejército toda su caballería (1.000
hombres y entre ellos 200 carabineros) y dirige sus fuegos sobre
la ribera derecha, que defendían algunas tropas ligeras. Mas tan
luego como el denodado jefe de Apure conoce que los jinetes
enemigos se han alejado considerablemente de la infantería,
vuelve cara, acomete a sus perseguidores por su frente y flanco
en pequeños grupos de a veinte hombres cada uno, y sin darles
tiempo para volver de su asombro y ordenar sus filas, los rompe
y destroza, haciéndoles considerable estrago.
En vano opone el enemigo la más obstinada resistencia, en
vano echa a pie a tierra sus carabineros; todo es inútil, porque
sobrecogidos y desbandados mueren cuantos se empeñan
en hacer frente a aquella terrible acometida. Páez los arrolla
y va degollando a cuantos alcanza hasta las filas enemigas. La
infantería en confusión se refugia al bosque, la artillería deja
de tronar y la noche impide mayor estrago de las huestes espa-
ñolas. Perdieron estos 400 jinetes: los patriotas dos individuos
85
Voces sobre la liberación del Apure

de tropa muertos, dos de estos y tres oficiales heridos. Jamás se


había visto ni después se vio en la guerra de la independencia
un combate más desigual ni más glorioso para las armas de la
república: combate que sería increíble si no estuviera apoyado
en el testimonio de los enemigos de Páez y de multitud de docu-
mentos fidedignos. El día siguiente expidió Bolívar un decreto
concediendo la Cruz de los Libertadores a todos los jefes, ofi-
ciales, sargentos, cabos y soldados que habían combatido en
aquella gloriosa acción de guerra, que la historia conoce con el
nombre de Queseras del Medio.

86
Venezuela heroica, de Eduardo Blanco28

Las Queseras

He aquí una de aquellas páginas gloriosas que bastan de por


sí para enaltecer toda una época. Uno de aquellos episodios
magníficos de nuestra guerra magna que en el trascurso de los
tiempos, aparecerán como robados a la fábula.
Un hecho de armas, en fin, que nada envidia a los combates
prodigiosos de la antigüedad. Ahora bien: ¿quién llena aquella
página? ¿Quién el moderno Aquiles, el héroe legendario, émulo
sin saberlo, de los héroes de Homero? (…)
Vamos a entrar en 1819, y allá, a lo lejos, en un recodo del
Arauca, rodeado de palmeras, extendido cual las llanuras ven-
gadoras que sepultaron a Cambises, y abrasado por el ardiente
sol de nuestras pampas, se divisa el campo inmortal de “Las
Queseras”, circo máximo del heroísmo patrio, donde en breve
los resplandores de la gloria eclipsarán el esplendor del astro de
la luz.
Sobre las ruinas de la infausta campaña de 1818, el huracán
de la revolución torna a agitar sus poderosas alas. Mientras Mo-
rillo victorioso abruma con onerosas exacciones a los pueblos
que dominan sus armas y se apercibe de todo punto como para
postrar de un solo golpe la rebelión de Venezuela, el Libertador
vuela a Guayana, convoca el segundo Congreso de la República,
funda periódicos, atrae a sus banderas extranjeros soldados,
rehace su aniquilado parque, organiza nuevos regimientos, ex-
tiende su brazo poderoso armado con el rayo de la revolución
para inflamar de nuevo la apagada hoguera reaccionaria en
algunas provincias de la Nueva Granada, protesta en el famoso
decreto de 20 de noviembre, con toda la energía de un esparta-
no, contra la pretendida intervención de las potencias europeas
en nuestra lucha con España…
Ofuscado por el prestigio halagador de recientes victorias,
Morillo acomete de nuevo la empresa temeraria, tantas veces
28 Fuente: Eduardo Blanco. Venezuela heroica. Caracas. Imprenta Sanz,
1881, pp. 93-123.

87
Voces sobre la liberación del Apure

frustrada, de someter a la Corona las llanuras de Venezuela. A


fines de enero de 1819 atraviesa el Apure, que le ceden sin lucha
los republicanos, y al medroso resplandor del incendio en que
se abrasa voluntariamente la heroica San Fernando, revista el
numeroso ejército que forman las divisiones peninsulares de
La Torre y Calzada, junto con los llaneros de Morales, los regi-
mientos de Pereira, los carabineros de Narciso López y los die-
ciséis escuadrones de húsares de Fernando VII y de dragones de
la unión que completan su caballería. En suma, ocho mil qui-
nientos combatientes, bien equipados y aguerridos, con cinco
piezas de artillería de campaña y todo el material de guerra de
un cabal ejército europeo.
Para oponerse a la invasión de tan poderoso enemigo, los re-
publicanos apenas cuentan en sus filas dos mil infantes bisoños,
pobremente equipados, e igual número de jinetes, de escasa
disciplina, pero llenos de arrojo y valentía.
Con todo, era este el ejército más fuerte y numeroso con
que contaban los independientes. Enfrentarlo en batalla, a tan
formidable contrario, era jugar con poco acierto la suerte de la
República, las conquistas gloriosas de la revolución.
Páez lo comprende desde el primer instante, y dominando
en obsequio de la Patria los ímpetus de su genial temeridad,
subordina al consejo de una prudencia hábil y meritoria, los
arrebatos de su osadía, las tentaciones de su noble ambición.
Tascando el freno que le impone el deber, retrocede delan-
te de Morillo; primero paso a paso, amenazante, como el toro
salvaje de nuestras llanuras; luego, inspirado por una idea
feliz, se aleja a toda brida, desaparece tras el horizonte de la
extendida pampa, pasa el Arauca, se interna al sur buscando
el Orinoco, arriba a las orillas del caudaloso río, deposita en
una de sus islas el precioso tesoro confiado a su prudencia por
el Libertador, y apartando de sus tropas ochocientos jinetes
escogidos, se revuelve expedito al encuentro de Morillo. Choca
en el Caujaral contra tres mil soldados de Morales, vanguardia
del ejército; acomete a La Torre; lo deja por Calzada; desordena
la retaguardia de Pereira; se convierte en el azote, en la sombra
terrible de las legiones españolas, acuchilla escuadrones enteros
88
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

de dragones y húsares, y da principio a aquella sucesión inter-


minable de asaltos, escaramuzas y sorpresas que llevan con la
inquietud del campamento y las fatigas de las marchas, violenta
exacerbación al ánimo de nuestros enemigos (…)
Así pues, esquivando el combate en lugares montuosos y
ofreciéndolo siempre a campo raso, el ejército republicano re-
trocede al fin sobre el Arauca; y después de repetidas marchas
y contramarchas, de amagos infructuosos, de provocaciones y
engaños para hacer aceptar a su contrario una batalla a descu-
bierto, atraviesa aquel río y acampa fatigado en su margen dere-
cha. Morillo le sigue paso a paso, y al despuntar la aurora del 3
(sic) de abril de 1819, aparece sobre la opuesta orilla del Arauca,
frente al campo inmortal de Las Queseras.
Allí aquellos dos gigantes: la vieja monarquía con su casco
de acero, y la joven República, calado el gorro frigio, de nuevo
se contemplan.
Míranse con enojo los legionarios de la fuerza y los soldados
de la idea. Conculca el odio lo que estrechó la sangre. Pero en
silencio el viejo león que ruge enfurecido, se estremece orgu-
lloso de haber dado a la América, con la pujanza heroica de su
raza, la soberbia altivez de sus mayores.
Allí están con Morillo aquellos bravos del ejército expedi-
cionario, tenaces en la defensa de su patria contra Bonaparte,
vencedores en Bailén, Arapiles, Vitoria… heroicos y magníficos
en Zaragoza y en Gerona. Ejército dominador de la Nueva Gra-
nada, triunfador en Venezuela en la anterior campaña; soldados
orgullosos, temidos por su crueldad y su bravura, con más
sangre sobre sus bayonetas que deslumbrante púrpura en sus
banderas victoriosas.
Allí estuvo como siempre, desdeñosos y amenazantes: divi-
didos en brigadas, regimientos y batallones que llevan con jac-
tancia nombres gloriosos que recuerdan victorias, y arrogantes
epítetos no desmentidos ni amenguados; cubiertos de vistosos
arreos, armados de fusiles y sables relucientes, y ostentando con
arrogancia extrema la empinada cimera de sus dragones impe-
tuosos y los negros morriones de sus terribles granaderos.

89
Voces sobre la liberación del Apure

¡La fuerza, la fuerza representada en la expresión más alta


de su grandeza y poderío! Con Bolívar en el opuesto bando,
desprovisto de pomposos atavíos, mas ya lujoso en títulos a la
inmortalidad, está el heroico ejército republicano; escaso en
número, inmenso en valentía, exhibiendo en los desnudos
pechos cicatrices gloriosas, y en sus robustas filas numerosos
campeones a los que tantas veces debiera la victoria.
Allí Soublette, su Mayor General, espíritu levantado, necesa-
rio al concierto de toda empresa capital; y Cedeño, de merecida
fama, denominado por el Libertador, el bravo de los bravos; y
Anzoátegui, jamás bien ponderado por su valor e hidalguía,
carácter romano de los tiempos de la República, cuyas sienes
ostentarán en breve la corona triunfal de Boyacá; y Torres, pru-
dente y esforzado; y Ambrosio Plaza, héroe de romance, digno
de ser cantado por Ossián, de ser llorado como Eneas; y Manri-
que, de denuedo brillante; y Salom, de virtud sostenida; y Páez,
en fin, que nuestra historia eleva hasta la fábula, y le disputa a
Hércules sus portentosos lauros.
Como dos gladiadores dispuestos al combate, los dos ejérci-
tos se vigilan, se acechan.
La batalla, tanto tiempo deseada, va a librarse al cabo; pero
el Arauca, extendido entre ambos contendores, se esfuerza en
aplazarla todavía.
Este inconveniente, por el momento insuperable, mantiene
a aquellos dos gigantes en cautelosa expectativa. Pasar el río es
lo aventurado; la prudencia aconseja no dar el primer paso; y
ambos esperan a la vez castigar rudamente la temeridad del más
osado.
Bolívar se impacienta; la inacción enardece la fogosidad de
su carácter. Morillo, por el contrario, permanece impasible, y
aquella situación, de suyo embarazosa, amenazaba con prolon-
garse indefinidamente, cuando de pronto, un acontecimiento
inesperado destruye la perplejidad de ambos ejércitos.
Arrastrado por su genial temeridad, y en medio de aquella
escena muda e imponente, Páez lanza su caballo a las ondas del
impetuoso Arauca. Tras él, como un torrente, se precipitan a la
vez, presurosos revueltos, ciento cincuenta jinetes escogidos; la
90
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

flor de los lanceros del Apure. Cruzan a nado y sin ser vistos, a
dos millas del enemigo, el caudaloso río, se alinean en la opues-
ta ribera, y saludando con un grito de guerra al asombrado ejér-
cito republicano, que le contesta con aplausos, parten veloces
tras las huellas de Páez, sobre la línea formidable de relucientes
bayonetas que cubre el horizonte.
¡Osadía sin ejemplo! ¿Adónde va aquel sublime enajenado?
¿Por ventura se estima superior al destino que así lo desafía?
¿Qué anhela? ¿Qué pretende? ¿Librar él solo una batalla?
¿Destruir él, con su lanza, lo que todo un ejército tiene por
alta empresa? ¿Dar a la América, con la medida de su arrojo
inaudito, el espectáculo de los juegos olímpicos de la remota
antigüedad? Lo que pretende ¿es acaso aceptable? ¿No es un
suicidio estrepitoso aquella acometida? ¿Quién lo sabe? ¿Quién
lo puede saber? Él mismo, acaso, no podría contestarnos. Los
ímpetus heroicos no se explican, ellos se ven, se admiran y
producen deslumbramiento y pasmo. En vano la prudencia se
fatiga gritando: “Deteneos, insensatos, porque vais a morir”. La
temeridad contesta enardecida: “Canta, si puedes, que vamos a
vencer”.
Y aquel atrevimiento no es una quimera de la imaginación:
los ojos lo ven maravillados, los corazones todos palpitan poseí-
dos de embargante emoción.
Allá va, a la cabeza de sus intrépidos llaneros, el héroe
afortunado; todos le ven, todos le reconocen por su marcial de-
nuedo, por aquella figura atlética, imponente, con que plugo a
la naturaleza asemejarle al rey de las selvas, al soberano del de-
sierto. Figura prestigiosa que aún vive en la memoria del pueblo
americano, exornada de atributos olímpicos, cual la de los
héroes inmortales cantados por Homero. Quien no le reconoce
entre el revuelto polvo que levantan los rápidos bridones, a lo
menos le distingue entre sus compañeros, por el caballo blanco
y el dormán de púrpura. Oíd: en el ejército realista redoblan los
tambores, suenan los clarines, los regimientos se alinean en ba-
talla, se cruzan órdenes que transmiten veloces edecanes, relin-
chan los caballos, se desnudan los sables, la artillería se exhibe
amenazante, y las mechas encendidas, cual serpientes de fuego,
91
Voces sobre la liberación del Apure

ondulan en el aire sobre el cebo de los cañones. Ellos también


reconocen a Páez en aquella audaz acometida y tributan al
héroe los honores debidos a su fama.
Entre tanto, los jinetes de Páez avanzan sobre el centro de la
línea española cual los antiguos paladines; apuestos, sonreídos,
tremolando al compás del movimiento de sus caballos, vistosas
banderolas colgadas de sus lanzas.
Para ellos, no es aquella la lucha a que se prepara el ánimo
con el recogimiento: alegres y locuaces, cual si se tratara sola-
mente de hacer gala de agilidad y de destreza; disipan con su
heroica indolencia las sombras que acumula el terror sobre
las huellas del desastre, se burlan del peligro y transfiguran la
muerte en apoteosis.
Semejante acometida, más que de una batalla, guarda las
apariencias de un duelo colectivo, de un torneo caballeresco.
Ella es el reto inaudito de lo pequeño a lo inconmensurable;
la insolencia elevada al sublime; el arrojo convertido en guaris-
mo.
Aquella empresa temeraria tenía, en verdad, todo el realce
mitológico de los tiempos heroicos de la Grecia. Era una escena
de la tragedia antigua, representada en pleno día, frente a la
roca de la Acrópolis en el teatro de Baco. Catorce mil especta-
dores, dominados por encontradas impresiones, la contemplan
en silencio.
A la izquierda del Arauca, todo el ejército español, banderas
desplegadas y alineado en batalla, la espalda protegida por un
bosque y haciendo ángulo recto con el río.
En la margen derecha, el ejército republicano, inquieto, an-
helante, suspenso entre la admiración y el entusiasmo, cubrien-
do gran parte de la orilla a lo largo de la corriente, y apoyado
en sus armas como en la balaustrada de hierro de un anfiteatro
gigantesco.
Frente a entrambos ejércitos, la llanura inmensa, el dilatado
horizonte, Páez y sus indómitos llaneros.
Nada faltaba a aquella escena, grandiosa de suyo, para
hacerla interesante; ni la audacia del propósito, ni la gallar-
día de los actores, ni el teatro adecuado a la solemnidad del
92
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

espectáculo, ni el escogido concurso de las fiestas de Palas, ni


un genio para presidirla.
Bolívar a caballo, en medio de su Estado Mayor, aplaude el
arrojo de tan aventurada acometida, y con profunda angustia
sigue los movimientos atrevidos, las curvas y ondulaciones
caprichosas de aquella audaz serpiente, erizada de escamas de
acero, cuya lengua era la lanza formidable de Páez.
Morillo permanece incontrastable; dominado por la sorpre-
sa y el enojo que produce en su ánimo la audacia de aquel reto
insólito encuentra explicación satisfactoria al propósito oculto
de aventura tan descabellada. Sin perder de vista al escuadrón
republicano, vigila el grueso de las tropas de Bolívar, hasta
entonces inmóviles; pero de donde espera un movimiento re-
servado que debe coincidir con la provocación de que es objeto.
No se le ocurría, ni sospechar siquiera –como más tarde lo
confesó al Libertador en la entrevista de Santa Ana, al hacer la
apología del caudillo de Apure– que aquella inexplicable al par
que audaz operación, fuese otra cosa que una prueba más del
carácter resuelto y de la heroica temeridad de Páez.
Tales fueron las impresiones que dominaron en el primer
momento a los opuestos bandos. Entre tanto, ni un grito, ni
un disparo, ni otra provocación en las filas de Páez, que la del
hecho en sí que ejecutaba. En ambos ejércitos solemne silencio,
perturbado tan solo por el chasquido metálico de las espadas y
las lanzas, y por el forzado galopar de los caballos que avanza-
ban sobre las huestes españolas.
Dada la rapidez de tan impetuosa acometida, la sorpresa e
indecisión de los realistas no dura largo tiempo.
Una vez por todas, era necesario escarmentar a aquellos te-
merarios que tanta sangre costaba al ejército. Al efecto, Morillo
se apresura a poner por obra un plan preconcebido, para el caso
frecuente, de una de aquellas embestidas de Páez furiosas como
las muchas de que habían sido víctimas los soldados del rey.
Apenas llegan desenfrenados los llaneros a cien pasos de la
línea española, el estruendo de una descarga resuena formida-
ble; mézclase el polvo que levantan los caballos con el humo

93
Voces sobre la liberación del Apure

que arrojan los cañones, y densa nube se extiende presurosa


sobre el ensangrentado campo de aquel duelo terrible.
Siete mil fusiles y seis piezas de artillería disparan sin cesar.
Los lanceros se esfuerzan por arrojarse sobre las bayonetas
españolas. Sus caballos cerriles, acometidos de pavor, resisten
a los aguijones de la espuela, saltan, relinchan, se encabritan y
retroceden espantados.
Tras larga lucha, los jinetes al fin se hacen obedecer de sus
corceles, y amagan a la vez con repetidas cargas la inmensa
línea de Morillo que les opone un muro erizado de bayonetas.
Las balas de los cañones surcan la llanura, estrepitosa vocería
responde al ruido de las descargas, resplandecen las lanzas en
medio del tumulto como rayos siniestros en el seno de aquella
nube espesa, purpúrea, desastrosa, que flota a la merced del
viento, cual inmenso sudario sobre los ensañados contendores.
Después de la primera acometida, Morillo cree propicio el
momento para exterminar al tenaz escuadrón que le resiste con
tanta bizarría. Con este objeto, mueve todo el ejército, el cual,
como un gigante extiende sus robustos brazos para oprimir y
ahogar en ellos aquel grupo de insolentes que osan combatirlo.
Dos regimientos al mando de Calzada vuelan a ocupar la orilla
del Arauca, para impedirle a Páez ganar de nuevo el campo
de los suyos, mientras la quinta división que dirige Latorre
describe extensa curva con el fin de rodearle por la izquierda.
Desde la margen opuesta, el ejército republicano divisa con
profunda ansiedad aquel puñado de valientes circunvalados
por fulminantes enemigos.
Cada vez más furiosos, nuestros intrépidos lanceros embis-
ten sobre el centro que sostiene Morillo, repliegan sobre uno de
los flancos, acometen al otro, provocan con insultos la nume-
rosa caballería realista, que principia a moverse, y retroceden
al cabo, tratando de escapar de aquel círculo de fuego que los
oprime y aniquila.
A la cabeza de cuarenta jinetes, rompe Páez las filas de
Calzada. La brecha queda abierta. Aramendi se lanza como el
rayo, atropella los cazadores de Pereira que intentan detenerlo;
el resto de los lanceros se escapa por la brecha y aquellos ciento
94
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

cincuenta héroes admirables se fingen derrotados y se alejan


veloces.
Morillo los cuenta por perdidos, y como azuza el cazador
la furiosa jauría tras el ciervo que huye, arroja sobre Páez mil
doscientos caballos impetuosos, húsares, dragones, carabineros
y lanceros, ávidos de vengar aquel día las frecuentes derrotas
tantas veces sufridas.
Esquivando los fuegos de la izquierda realista, Páez aban-
dona la montuosa ribera del Arauca; divide en siete grupos
sus bizarros jinetes: los encabezan Mina, Fernando Figueredo,
Muñoz, Rondón, Juan Gómez, Carmona y Aramendi, los cuales
se alejan, primero a toda brida y luego a media rienda, llevan-
do en pos la numerosa caballería realista que los persigue con
ahínco.
Nuevo estrépito de pisadas, de sables que se chocan, de arne-
ses sacudidos, de voces que se alientan, de gritos de venganza,
de imprecaciones y amenazas, conmueve la llanura, donde aún
resuena el eco de los rugidos del cañón, y el trueno de la fusile-
ría.
Los bravos apureños galopan en una sola línea paralela al
horizonte que tienen frente a ellos. A su espalda y en medio
del espacio que los separa de los regimientos españoles, se ve
a Páez, ladeado en la silla hacia el enemigo, a quien provoca y
enardece con su actitud y sus sarcasmos.
De esta manera, perseguidos y perseguidores recorren largo
trecho. El ejército realista, nuevamente alineado en batalla, se
divisa a dos millas de su caballería.
Los llaneros acortan la carrera; la distancia que los separa
de los jinetes enemigos se estrecha más y más; estos aguijan
sus bridones, cortan el viento con los inquietos sables; y ciegos,
aturdidos, frenéticos, se esfuerzan por acercarse a nuestra línea
y acuchillarla por la espalda.
Dos cuerpos de caballo apenas los separa del codiciado ins-
tante: los brazos se extienden, los sables se levantan, la sangre va
a correr. Llegó el momento.
Un grito agudo resuena de improviso dominando el estré-
pito; grito imperioso y breve, que encierra orden terrible. La da
95
Voces sobre la liberación del Apure

Páez: todos la oyen, y simultáneamente la obedecen los suyos


con la pasmosa rapidez del rayo. Aquella orden suprema, aquel
heroico grito encerraba esta frase estupenda: “Vuelvan cara”.
Lo que entonces pasó no tiene un solo ejemplo en los fastos del
heroísmo humano.
La pluma se estremece al describir aquel suceso, la razón
se resiste a creerlo; pero ahí está la historia, y la tradición y los
contemporáneos, y el testimonio de Bolívar, y medio siglo de
incontestables alabanzas, y los mismos émulos de Páez que no
se atreven a negarlo.
Con la velocidad del pensamiento, los llaneros revuelven sus
caballos; centellean las enristradas lanzas, y un choque terrible,
formidable, como el encuentro de dos rápidas nubes, de dos
furiosas tempestades, hace retemblar la tierra.
La primera fila de la caballería española queda en el sitio
revolcada; la segunda vacila; nuestros lanceros la acuchillan; el
centro embarazado por los caballos de las dos filas destrozadas,
se repliega en desorden; gira sin tino buscando reponerse y da
el flanco a la cuchilla de aquellos diestros segadores, que cortan
sin piedad.
El crecido número de la caballería enemiga, con su enorme
ventaja de ocho a uno sobre los lanceros de Páez, ventaja deci-
siva en cualquiera otra circunstancia, se convierte en invencible
obstáculo para maniobrar con acierto y eficacia en medio de
la horrible confusión que la domina. En vano algunos escua-
drones intentan resistir el bote de nuestras lanzas impetuosas
Narciso López, echa pie a tierra con sus carabineros, y apenas
tiene tiempo para quemar un cartucho. Rondón los desbarata
con el pecho de sus caballos, degüella cuantos le resisten, pasa
por sobre cien cadáveres y vuela a incorporarse con su cuadrilla
ensangrentada, a los lanceros de Aramendi, enfrentados a los
dragones de la Unión, que mueren como bravos.
Estos y el segundo de húsares del rey que Figueredo y Mina
destrozan a porfía, son los últimos que riñen la batalla. La de-
rrota se declara completa.
Como arrebatado torbellino, aquella numerosa caballería
perseguida por un puñado de jinetes, cuyas lanzas ya embotadas
96
BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

hieren difícilmente, corre sobre la infantería realista a guarecerse


entre sus filas.
Tras ella, rastro sangriento dejan en la llanura; despojos re-
pugnantes, caballos reventados, miembros rotos, cadáveres sin
cuento, y sillas, y arneses, y fusiles, y banderas, y desgarrados
uniformes; heridos que se quejan y estertores de agonía.
Caballos sin jinetes y caballeros desmontados van, vienen, y
en todas direcciones recorren la llanura.
La derrotada caballería realista, nube de polvo, masa vertigi-
nosa, revuelta confusión de todos los colores, que el sol ponien-
te alumbra con sus postreros rayos, acuchillada, chorreando
sangre como un gigante herido, huye despavorida.
Lleno de ira y de inquietud, Morillo la ve acercarse como
una ola amenazante para sus alineados batallones.
Inminente es el peligro para el ejército español. Sobreco-
gidos de terror, sus propios escuadrones ayudarán a Páez a
destrozarlo y a vencerlo. El sacrificio de una parte puede salvar
el todo. Morillo se decide. Apunta al grupo sus cañones, lo en-
vuelve en una nube de metralla y lo fusila sin misericordia.
Pero nada detiene aquel espanto. Acribillada de frente por
las balas y alanceada por la espalda, aquella mole sangrienta y
palpitante persiste en su designio. Sin dejar de darle el frente
y de abrasarla con furiosas descargas, el ejército empieza a
marchar en retirada buscando el apoyo del tupido bosque que
tiene a retaguardia; pero antes de logro tan deseado, la caba-
llería se estrella contra sus bayonetas, rompe las filas y juntos y
revueltos, infantes y jinetes ganan la espesura, favorecidos por
la noche que extiende sus protectoras sombras sobre aquella
escena pavorosa de confusión y de desastre.
Nuestros guerreros impetuosos, arrojando estentóreo grito de
victoria, clavan sus lanzas en los primeros árboles del bosque.
Luego en la oscuridad, se cuentan, se organizan y abando-
nan aquel campo de muerte para las tropas españolas; de luz ra-
diante y de perpetua gloria para Páez y demás héroes de aquella
jornada memorable.
Con la artillería que abandonaron los realistas quinientos
muertos dejaron en el campo. Bolívar concedió la Cruz de
97
Voces sobre la liberación del Apure

Libertadores a los ciento cincuenta héroes que concurrieron a


aquel combate insigne…
Después de aquel desastre, Morillo desconcertado, aturdido,
lleno de asombro y de despecho, se retira a Achaguas y luego
repliega hacia las montañas de la provincia de Caracas, llevando
con la rabia de una empresa frustrada la primera sospecha de su
impotencia para dominar la rebelión de Venezuela.

98
La tierra de Bolívar, o guerra, paz y aventura en la República
de Venezuela, de James Mudie Spence
(fragmento)29

En abril, Morillo reasumió la ofensiva. Estaba en la margen


izquierda del Arauca, y Bolívar y Páez en la derecha. Para expul-
sar a los españoles de su sitio, el jefe llanero atravesó el río con
150 jinetes, a quienes lanzó en tres pequeñas columnas contra el
enemigo. Morillo abrió fuego, y su caballería atacó la pequeña
fuerza de Páez, la cual se retiró de manera ordenada. Toda la ca-
ballería española fue destacada entonces en persecución del he-
roico bando, pero tan pronto hubieron abandonando el grueso
de su ejército, y cuando estaban un poco desordenados por la
impetuosidad de su ataque, el llanero cambió su procedimiento
y los atacó de frente y por los flancos con pequeños grupos de
veinte jinetes. Esto lo hizo de manera tan intempestiva y con
tanta energía que la caballería española, tomada complemente
por sorpresa e incapaz de rehacer sus líneas, fue rechazada con
grandes pérdidas. Su derrota puso en confusión a la infantería,
y el ejército entero se refugió en los bosques. Esta es ciertamen-
te una de las más notables hazañas jamás realizadas por un
héroe militar, y Venezuela bien puede estarle agradecida a los
osados patriotas de las Queseras del Medio.

29 Fuente: James Mudie Spence. La tierra de Bolívar, o guerra, paz y aven-


tura en la República de Venezuela. Caracas. Banco Central de Venezuela,
1966, Vol. I, p. 105.

99
Historia Patria, de Lino Duarte Level
(fragmento)30

Acampado se hallaba el ejército de Morillo en las riberas del


Arauca el 1.º de abril de 1819.
“Las Queseras del Medio” es el nombre dado a una sabana
en la costa del río Arauca. De este río se desprende el caño Ca-
noero o Charretera que corre al norte y sirve de límite oriental
a la sabana, torciendo luego al este para volver al Arauca. Entre
este caño y el río es llamado Paso Real o Mangas Marrereñas.
El paso a Arauca o Caujaral queda más al este de la unión del
caño con el Arauca. El norte de las Queseras está cortado por
el río Matiyure allí se llama Apure Seco, tributario del Canoero
y que corre como todos estos ríos de oeste a este. Al sur del
Arauca y casi paralelo a este corre el río Cunaviche. En el centro
de las Queseras y hacia la parte occidental hay un bosque o
Mata bastante cerrado y mucho más al oeste queda la sabana
de El Yagual. En la confluencia del Matiyure con el Canoero al
norte de la sabana, hay otra Mata llamada del Herradero. La
margen norte del Arauca no tiene monte, pero la derecha tenía
chaparrales tupidos. Detrás del Matiyure, al sur del bosque de
las Queseras está Achaguas. Del caño Charretera a las Queseras
hay una milla y de este punto al Paso Real de Arauca hay cinco
millas.
Bolívar ocupaba la banda derecha o sur del Arauca, apoyado
en el Congrial de Cunaviche, monte espeso en la costa norte
de este río. Morillo llegó el 2 de abril al Paso de las Cocuizas
en el Arauca, y al aproximarse a su orilla sostuvo fuego vivo
con el enemigo. Acampó luego en la Mata del Herradero, con
avanzadas sobre el paso del Arauca. Para evitar las frecuentes
escaramuzas de caballería, dispuso Morillo que al presentarse
un cuerpo patriota de esta arma, fuese cargado por fuerzas tan
superiores que hiciesen imposible toda lucha. Esta orden fue
conocida de Páez el mismo día, y se le ocurrió inmediatamente
burlarla, para lo cual a las tres de la tarde propuso al Libertador
30 Fuente: Lino Duarte Level. Historia Patria. Caracas. Héctor Pérez Mar-
chelli Editor, 1995, pp. 409-410.

101
Voces sobre la liberación del Apure

un plan de ataque inmediato, que este aceptó. Para mejor éxito


del plan se colocaron tiradores en los chaparrales del Arauca.
Pasó Páez con 150 hombres a nado el río Arauca por el Paso
Real, y a las cinco de la tarde entró en la sabana. Dividió sus
fuerzas en tres cuerpos, regidos por Francisco Carmona, Fran-
cisco Aramendi y Cornelio Muñoz, y avanzó sobre el Herrade-
ro. Morillo destacó la caballería de Morales con el regimiento
de dragones reales y dos piezas de artillería. Páez replegó en
orden y luego en completo desorden, corriendo como despa-
vorido por espacio de media legua. Morillo, que suponía que el
enemigo constaba de 700 jinetes, sacó a la sabana la infantería
para entrar al combate. Una inmensa nube de polvo impedía
ver el campo de batalla. La caballería realista cercaba por ambos
lados a la contraria y a la infantería barría de frente la sabana.
López con los dragones españoles se adelanta y Rondón en sus
jinetes le cae de repente, los desconcierta e imprudentemente
echa pie en tierra el español para hacer uso de sus carabinas. En
aquel momento abre sus fuegos la infantería patriota y Páez da
a sus jinetes la orden de “Vuelvan caras”. Como una avalancha
caen estos sobre los contrarios que iban en la vanguardia, los
arrollan instantáneamente y los hacen retroceder, sin poderse
dar cuenta del número de enemigo: el fuego de los infantes
patriotas barre la sabana por el este y la costa de Canoero, lo
que obliga a los caballos realistas a torcer a la derecha, y en este
momento en que venían en derrota López y sus dragones, quie-
nes en la carrera caen al flanco de sus compañeros, los dividen,
desordenan, y todos en masa informe corren sobre la Mata del
Herradero, buscando el apoyo de la infantería. Creyose en una
batalla formal. No se veía los combatientes, pero se sentía el
fuego nutrido de la infantería patriota y con razón se pensó que
también había pasado el río y tomaba la ofensiva.
La situación de Morillo era peligrosa y no había tiempo
que perder. La infantería iba a ser víctima de aquella inmensa
tromba de polvo que se acercaba rápidamente. En medio de
la sabana, no era posible retirarse; como recurso de salvación
abre sus fuegos sobre sus propios compañeros y ante las cerra-
das descargas de la infantería los jinetes, cogidos a dos fuegos,
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BATALLA DE QUESERAS DEL MEDIO

sacan fuerzas de la desesperación y se lanzan despavoridos por


el claro que hay entre la Mata de las Queseras y la costa mon-
tuosa del Matiyure. Así se salvaron los que pudieron. Páez con
prudencia admirable detiene oportunamente sus jinetes y los
pone fuera de los tiros de Morillo, quien tuerce a su derecha
y apoya su infantería en la Mata de la sabana, mientras la ca-
ballería realista chocaba contra los otros jinetes españoles que
ocupaban la costa del caño Matiyure. El cuerpo de artillería,
aislado, abandona los cañones y busca refugio en la Mata, y los
jinetes desbandados en la sabana, no atreviéndose a acercar a
este por temor a los fuegos de la artillería, corren sobre el Mati-
yure y allí logran salvarse. La noche puso fin al conflicto y Páez
se retiró a sus primitivas posiciones. Al amanecer, el batallón
español Valencey recorrió el campo; recogió los cañones y los
heridos y no halló un solo enemigo en la sabana; luego em-
prendió Morillo su retirada sobre Achaguas. Como quinientas
bajas tuvieron los realistas en esta refriega, tan espantosa que en
ambas filas se hirieron combatientes del mismo bando, a causa
del polvo que impedía reconocer el enemigo.
Este combate fue de grandes resultados. Morillo conoció la
inferioridad de su caballería y prudentemente regresó a Acha-
guas, donde con su infantería estaba seguro; pero aquella reti-
rada, seguida más tarde del abandono de la campaña, hizo en el
país un gran efecto moral en favor de los republicanos. El León
retrocedía. El Apure, que era entonces el centinela avanzado de
la causa, quedaba en pie. La pampa era intomable con los ele-
mentos de que disponía el español. Aquella guerra no estaba en
los libros. Tarde lo comprendió Morillo y con honrada franque-
za expuso a su gobierno la necesidad de refuerzos inmediatos.
Páez era invencible.

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Canción Queseras del Medio, de Eneas Perdomo31

A las Queseras del Medio


en mi canto he recordado
que ese nombre en nuestra historia
como sitio señalado.

Donde los bravos de Apure


verdad de Apure
libraron la gran batalla
peleando por nuestra patria,
contra la ambición de España
y siempre está vivo el recuerdo
que llevamos en el alma.

El Yagual y Mucuritas
y Mucuritas
cómo es posible olvidar
si en sus sabanas se alzó
la bandera nacional
en brazos de los patriotas
que allí fueron a luchar.

II

Hoy canta alegre el llanero


cabalgando sin cesar
a la luz de los luceros
con sueños sin despertar,
al cerrero río Arauca
cuando quiere desbordar
al rocío de la mañana
y al viento del morichal,

31 Fuente: Eneas Perdomo. El Disco de Oro. Venezuela, Discomoda, 1992.

105
Voces sobre la liberación del Apure

al carrao en el estero
y el olor del mastrantal
a las Queseras del Medio
un recuerdo y un cantar.

Una corona de versos


que yo quiero dedicar
a mis Queseras del Medio,
Mucuritas y El Yagual.

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Croquis del desarrollo de la Batalla

Fuente: Héctor Bencomo Barrios. Páez y el arte militar. Ca-


racas. Academia Nacional de la Historia. Serie El Libro Menor
nº 236. Caracas, 2006, p. 103.
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