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EL DAÑO CEREBRAL ADQUIRIDO

El encéfalo, que junto con la médula espinal forma el Sistema Nervioso


Central, está protegido por el cráneo y comprende el cerebro, el cerebelo y el
bulbo raquídeo. El cerebro es la estructura más compleja del organismo
humano y el principal centro nervioso; sus diferentes áreas son las
principales responsables del movimiento, las sensaciones y percepciones,
las emociones y la conducta en él, se llevan a cabo las funciones mentales
superiores: atención, memoria, lenguaje e inteligencia. Cualquier daño
cerebral puede afectar poco o mucho a estas funciones.

El daño cerebral puede deberse a diferentes causas: tumores, lesiones


vasculares, enfermedades infecciosas, anoxia (si se produce durante el
parto, se denomina parálisis cerebral infantil), etc. Sin embargo, la causa
más frecuente es la de origen traumático y recibe el nombre
de traumatismo craneoencefálico -TCE-.

El TCE es uno de los problemas de salud más importantes en los países


desarrollados, tanto por el elevado número de muertos que ocasiona, como
por el número de personas que, como consecuencia de las secuelas que
implica, desarrollan algún tipo de discapacidad, ya sea funcional, cognitiva o,
en general, de ambos tipos.

El daño que sufre el cerebro después de un traumatismo se debe, por una


parte, a la lesión primaria (contusión) directamente relacionada con el
impacto sobre el cráneo o con el movimiento rápido de
aceleración/desaceleración, y por otra parte, a la lesión secundaria (edema,
hemorragia, aumento de la presión en el cráneo, etc.) que se desarrolla a
raíz de la lesión primaria durante los primeros días tras el accidente y puede
conllevar graves consecuencias en el pronóstico funcional. La primera
consecuencia de la lesión post-traumática suele ser una alteración de la
conciencia, el coma; cuya intensidad y duración será variable y, en algunos
casos, puede prolongarse durante meses, lo que conlleva importantes
consecuencias a largo plazo.

Independientemente del origen del daño cerebral (TCE o no traumático), la


lesión implica la aparición de déficits en el plano físico y en el plano cognitivo
que dan lugar a una discapacidad que puede ser leve, moderada o severa.

Los déficits físicos pueden ser trastornos a nivel sensorial (olfato, vista,
audición, etc.), trastornos del movimiento y la marcha (tetraparesias e
hemiparesias), la sensibilidad, la deglución, la coordinación motora, el tono
muscular y la espasticidad, alteraciones en el control de los esfínteres, etc.

En el aspecto neuropsicológico (afectación de las funciones superiores),


podemos objetivar una gran variabilidad de déficits cognitivos y conductuales
que, con diferente intensidad, siempre aparecen como consecuencia del daño
cerebral moderado o grave. Las principales funciones cognitivas que pueden
verse alteradas son: la atención - la concentración, la memoria - el
aprendizaje, el razonamiento - la inteligencia, el lenguaje - el habla etc. Con
respecto a la conducta - emoción: impulsividad, desinhibición, falta de
iniciativa, escasa conciencia del trastorno, cambio de carácter, etc.

Estas alteraciones tienden a presentarse con diferentes frecuencias; sin


embargo, suelen alterar la capacidad del paciente para adquirir, almacenar y
recuperar nueva información, así como la capacidad para tomar decisiones
correctas. El resultado de la disfunción cognitiva es una pérdida de las
relaciones sociales y la aparición de angustia en la familia, a lo que se suma
la dificultad para volver a la situación educacional o laboral anterior al
accidente.

A pesar de los avances en el campo de la neurología y la investigación de


sustancias que puedan favorecer la regeneración nerviosa, en la actualidad,
la recuperación completa tras una lesión es difícil. Sin embargo la
neurorrehabilitación dispone de métodos para ayudar a la persona
afectada por un daño cerebral a optimizar la recuperación de sus
funciones, potenciar sus capacidades conservadas y ayudarla a
adaptarse a sus limitaciones, con la finalidad de conseguir la máxima
autonomía posible.

·INCIDENCIA: en los países de nuestro entorno, la incidencia del TCE se calcula entre 175 y 200 por 100.000
habitantes y año. La tasa de mortalidad secundaria a un TCE oscila entre el 14-30 por 100.000 habitantes y
año. La discapacidad grave consecutiva a un TCE tiene una incidencia calculada en 2 por 100.000 habitantes y
año y la discapacidad moderada de 4 por 100.000 habitantes y año. La población de mayor riesgo son los
jóvenes, de edades comprendidas entre los 15 y 24 años, con un claro predominio del sexo masculino, y de
los cuales la causa principal son los accidentes de tráfico.

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