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LAS GRANDES FORTUNAS TERRITORIALES DE LEGANÉS EN LA SEGUNDA

MITAD DEL SIGLO XIX: EL CASO DE ALONSO MARTÍNEZ

Jesús Domínguez Aparicio

La historiografía contemporánea coincide en señalar, de modo unánime, a Manuel


Alonso Martínez (1827-1891) como una de las figuras más relevantes de la esfera
pública española de la segunda mitad del siglo XIX. 1
Fiel a los postulados del partido
liberal alternó una larga gestión política con la participación en dos de las empresas
de mayor capitalización del momento. La primera de ellas pertenecía al sector de los
ferrocarriles, donde ocupó su presidencia. 2
Mientras que en la segunda formó parte
de su consejo de administración. Se trataba de la Sociedad General de Crédito
Mobiliario Español, núcleo financiero del que nacería un tiempo más tarde el Banco
Español de Crédito.

Desde época isabelina constatan los estudiosos de este periodo histórico cómo
existieron en nuestro país unos intereses comunes entre los gobiernos y las
principales empresas que operaban en España. Ante este hecho es inevitable
preguntarse si la política desarrollada por Alonso Martínez se orientó siempre en
defensa del interés público o, por el contrario, fue un firme partidario de beneficiar a las
élites económicas. Todo parece indicar que, al menos en momentos muy puntuales,
procuró favorecer al capitalismo empresarial en detrimento del bien común. Con dicho

1
Alonso Martínez se desplazó a Madrid desde su Burgos natal en el año 1854 para iniciar su
exitosa y larga carrera política. Desempeñó el cargo de gobernador civil de Madrid y presidente
de su Diputación. Fue diputado y presidente del Congreso de los Diputados; titular de varias
carteras ministeriales (Hacienda entre los años de 1856-1866, Fomento durante el periodo de
1855-1856 y 1865-1866 y Gracia y Justicia en los años de 1874 y 1881-1888). A todo ello unió
la faceta de codificador como Presidente de la Comisión encargada de redactar la Constitución
de 1876, elaboración del Código Civil, Ley de Enjuiciamiento Criminal, Ley de Aguas, Ley de
Ferrocarriles, etc. (Carlos Rogel y Carlos Vattier (coords.): Manuel Alonso Martínez: vida y
obra, Burgos, 1991)

2 Durante el siglo XIX, La Compañía de los Caminos de Hierro de España fue la empresa
concesionaria más importante del sector ferroviario en España. Según recoge el acta del
Consejo de Administración de dicha compañía, de fecha 12/09/1874, se propuso el
nombramiento de Alonso Martínez como presidente y administrador de la empresa porque
resultaba de gran conveniencia para los intereses de la misma. Recordemos que Alonso
Martínez había sido uno de los promotores de la Ley de Ferrocarriles de 1855, además de
desempeñar varias carteras ministeriales (Archivo Histórico Ferroviario, E-0119-019).

1
proceder empañó y mucho la figura de gran estadista que nos ha llegado hasta
nuestros días; sin embargo, la opinión que tuvo la prensa de la época sobre sus actos
fue siempre muy positiva ya que se le consideró como uno de los hombres de más
limpia trayectoria que había dado la política española (Diario El Siglo Futuro, 14 de
enero de 1891).

El propósito que nos mueve a escribir estas líneas no es, desde luego, el prestar
atención a la brillante carrera política de tan insigne liberal o bien glosar su labor de
jurisconsulto a lo largo de muchos años, cuestiones, además, que han sido tratadas
con fundamento y extensión en otros espacios; nuestro objetivo es, ciertamente, más
limitado. Pretendemos dar a conocer una faceta realmente inédita de Alonso Martínez
como fue la de administrar el extenso latifundio de su esposa, cuyas fincas se hallaban
repartidas por los términos municipales de Madrid, Leganés, Carabanchel, Vallecas y
Coslada.

Coincidiendo en el tiempo en que Manuel Alonso Martínez administra todos


estos inmuebles, el gobierno isabelino aprueba las leyes desamortizadoras de 1855 y
1856; esta circunstancia le permitirá adquirir una serie de tierras de labranza en
Leganés y en otras poblaciones cercanas. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos,
que, con la administración y posesión de todos estos terrenos, Alonso Martínez se
convierte en uno de los principales representantes de la oligarquía agraria madrileña
de su época. Y esto es sencillamente lo que nos proponemos reflejar en estas líneas;
aunque para ello es preciso reseñar antes qué cambios se advierten en la titularidad
de la gran propiedad territorial de nuestro país con la caída del Antiguo Régimen.

En el arco temporal que va desde la etapa de la minoría de edad de Isabel II


hasta la Regencia de María Cristina de Habsburgo, esto es, en la mayor parte del siglo
XIX, comienza a surgir en la nación una clase de grandes propietarios territoriales que
nacen al amparo del pujante capitalismo, muy favorecido, por otra parte, por los
gobiernos liberales y la propicia situación de la economía. Este es, por ejemplo, el
caso que presentaba el acaudalado suegro de Alonso Martínez. Una de las cualidades
más notables del conjunto de estos terratenientes es que eran rentistas urbanos y
representaban a familias de la élite burguesa, relacionadas, estrechamente, con el
comercio, la banca, el ferrocarril, la política o las profesiones liberales. Todos ellos, sin
excepción, supieron aprovechar la favorable ocasión que les brindaba el momento
histórico para transferir algunos patrimonios de la nobleza o bien adquirir numerosas
tierras en las principales etapas desamortizadoras de la centuria.
2
Junto a esta propiedad territorial capitalista de nuevo cuño se hallaban las
inmensas posesiones de las antiguas clases privilegiadas, que habían monopolizado
la economía de las tierras de España hasta el derrumbe definitivo del Antiguo
Régimen. Ciertamente, una parte muy considerable de estas heredades era de
procedencia feudal y estaba en poder de las viejas familias nobiliarias. El otro gran
patrimonio territorial restante era el perteneciente a la Iglesia, pero en estas fechas se
hallaba en franco retroceso como consecuencia de la política desamortizadora
emprendida por los gobiernos liberales. Muy llamativo es, por otro lado, el hecho de
que las `propiedades del estamento privilegiado presentaban desde antiguo una
peculiaridad; consistía ésta en que, pese a que en los titulares de los mayorazgos y en
los eclesiásticos se perpetuaba el dominio, no les estaba permitido disponer de sus
bienes ni por venta o cambio, puesto que sus miembros eran considerados por la
legislación del momento como manos muertas.

Por lo que respecta a la localidad de Leganés, observamos que, durante el


primer tercio del siglo XIX, la titularidad de las tierras se ajustaba fielmente al patrón
socioeconómico existente en el país. Así, a la muerte de Fernando VII y comienzo de
la regencia de María Cristina de Borbón, los mejores y más extensos predios de la villa
estaban en poder de unas pocas familias de ascendencia nobiliaria. Destacaban por
encima de todas ellas el mayorazgo que ostentaba el Marqués de San Vicente del
Barco. Le seguían, pero ya a una cierta distancia, las heredades de los Duques de
San Lorenzo y del Parque; junto a estas grandes propiedades se hallaban los bienes
amortizados en manos de la Iglesia, como eran, por citar solamente algunos, los
pertenecientes a la catedral toledana y los del convento del claustro de religiosas de la
Concepción Franciscana, cuyo edificio se levantaba sobre un gran solar de la
madrileña calle de Toledo. En un nivel inferior al de estos terratenientes laicos y
religiosos se situaban un número indeterminado de labrantines, que cultivaban
afanosamente el resto de las parcelas de la localidad.

El Marqués de San Vicente del Barco era, pues, una de las grandes fortunas
territoriales existentes en Leganés, en cuyo término municipal gozaba de un rico y
vasto patrimonio. La heredad se localizaba en diversos pagos y, de modo muy
significativo, estaba presente junto a la ribera del arroyo Butarque, cuyas fértiles tierras
y derecho del agua le correspondían desde el siglo XVI por el mayorazgo de Fadrique
de Vargas. Gracias precisamente a la institución de este mayorazgo, llamado de los
Vargas, los titulares del marquesado tenían asegurada la integridad del patrimonio

3
familiar al estar los bienes vinculados al primogénito; así sucedió hasta la etapa final
de la minoría de edad de Isabel II en que las Cortes de la Regencia de Espartero
aprobaron, mediante R.D. de fecha 19/08/1841 (Gaceta de Madrid del 22/08/1841), la
supresión definitiva de los mayorazgos en nuestro país. 3

Coincidiendo con la fecha de la abolición de los mayorazgos, los títulos del VIII
Marqués de San Vicente del Barco y IX Conde de Salvatierra recaían en la persona
de Cayetano de Silva Sarmiento y Sotomayor (†1865). Cayetano era hijo de José
Rafael de Silva Fernández (†1863), XII Duque de Híjar, y de Juana Nepomucena
Fernández de Córdoba Villarroel (†1808), VII Marquesa de San Vicente del Barco y
VIII Condesa de Salvatierra. En 1826 se había unido en matrimonio con María de la
Soledad Teresa Bernuy y Balda. 4 Un hijo de ambos, Agustín de Silva Bernuy Carvajal
(†1872), será quien herederá los títulos de Duque de Híjar, Marqués de San Vicente
del Barco con grandeza de España de segunda clase, y Conde de Salvatierra. Murió
sin dejar descendientes.

Desde un punto de vista estrictamente económico, la situación de la casa del


marquesado de San Vicente del Barco había empeorado y mucho desde el comienzo
de la Guerra de la Independencia. Unos años con otros, la otrora importante hacienda
del municipio de Leganés apenas le reportaba al título una eficiente renta que le
permitiese cubrir los considerables gastos que precisaba para reafirmar su prestigio y
distinción social; fue, por tanto, inevitable que el noble se viese obligado, ante el
crecimiento que arrastraba el pasivo de sus cuentas, a solicitar dinero en préstamo. 5
En parecido estado financiero del marqués de San Vicente del Barco se encontraban
durante el periodo isabelino las economías de muchas otras familias aristocráticas. En
parte esto era debido al estancamiento de sus rentas, pero, sobre todo, a que la vieja
nobleza se encontraba en situación marginal frente al desarrollo del nuevo capitalismo
español en sectores tan punteros como era el ferroviario, el mercado inmobiliario, la

3Con anterioridad a esta fecha, los mayorazgos fueron abolidos por R.D. del 12/10/1820, pero
a raíz de la caída del Trienio Liberal, Fernando VII restablece las leyes de mayorazgo (Real
Cédula de 11/03/1824). Durante la Regencia de María Cristina el R.D. de 30/08/1836 (Gaceta
de Madrid de 1/08/1836) suprime nuevamente las vinculaciones.

4 Archivo Histórico Nacional (A.H.N.), TORRELAGUNA, C. 10, D. 21.

5Archivo Histórico de Protocolos de Madrid (A.H.P.M.), Lib. 32.648, f. 286 y ss. y Lib. 32.650, f.
139.

4
banca o la especulación bursátil, controlados, generalmente, por la pujante burguesía
del momento. 6

En la etapa final de la década de los cuarenta del siglo XIX el endeudamiento del
marqués de San Vicente del Barco era ya tan alarmante, que la casa nobiliaria
empezaba a contemplar como muy factible la inminente e irremediable quiebra
patrimonial. Por esta razón el aristócrata tuvo que buscar con urgencia el apoyo de
un gran prestamista que salvara de momento la delicada situación económica; éste le
concedió el crédito solicitado, conviniéndose el plazo de un año para saldar la fuerte
deuda contraída; 7 pero transcurrido ese tiempo sin poder abonar el capital y los
inevitables intereses, el noble tuvo que poner a la venta una serie de dehesas en el
término municipal de Don Benito. 8 Comenzará desde este preciso instante un periodo
especialmente aciago para los intereses de Cayetano de Silva Sarmiento, pues, a la
pérdida de las dehesas de la provincia de Badajoz se sumará la hipoteca de los bienes
muebles e inmuebles de Madrid, entre los que se incluían algo tan querido y propio de
la aristocracia decimonónica como era la caballeriza y la cochera.

En el año 1851, en pleno proceso de encadenamiento de las deudas del


marqués, aparece en la documentación notarial un nuevo prestamista; se trata de
Ignacio Martín Díez, futuro suegro de Alonso Martínez, quien concede al aristócrata
un crédito de casi dos millones de reales (1.890.000). 9 Un tiempo después, al no poder
el noble abonar el importe de dicho préstamo, solicitará de su acreedor renegociar la
deuda a la vez que la concesión de un nuevo crédito de casi un millón de reales
(828.214). 10

6 Bahamonde Magro, Ángel: “La crisis de la antigua nobleza y los prestamistas madrileños
(1856-1870)” en ESTUDIOS HISTÓRICOS. Homenaje a los profesores José María Jover
Zamora y Vicente Palacio Atard, Madrid, 1990, vol, 2, pp. 363-381.

7 El prestamista se llamaba Ignacio Olea. En 1848 concede al marqués un crédito de 2 millones


de reales, hipotecando por ello una serie de dehesas de la provincia de Badajoz. En el curso
del año 1851 el mismo acreedor hizo efectivo un nuevo préstamo por importe de 456.000
reales.

8Sánchez Marroyo, Fernando: Riqueza y familia en la nobleza española del siglo XIX,
Salamanca, 2014, págs. 272 y ss.

9 El acaudalado prestamista era natural de la localidad zamorana de Benavente y ostentaba el


título de Gracia de la Orden de San Juan (A.H.N., ESTADO, 7.223, Exp. 27 (a. 1850).

10 A.H.P.M., Lib. 25.927.

5
Durante estos primeros años de la década de los cincuenta, la nómina de
acreedores del marqués se extiende también a otras personas como fue, por ejemplo,
la señora María Pilar Mac-Mahon, viuda de Mantilla, quien le hizo entrega de 200.000
reales. 11 La lista se completa con Manuel Rodríguez de Llano, beneficiario de un
pagaré de 200.000 reales. En resumen, pues, en la fecha de 1853 el volumen total del
dinero prestado a Cayetano de Silva Sarmiento se elevaba, sin contar los intereses, a
algo más de tres millones de reales. Era, realmente, una deuda imposible de afrontar a
corto-medio plazo por la debilitada situación económica de la casa nobiliaria. A raíz de
esta circunstancia, Ignacio Martín Díez, su principal acreedor, obligará al aristócrata a
desprenderse de aquellas propiedades inmobiliarias que, según la ley de
desvinculación del mayorazgo, formaban parte de los bienes que podían disponer
libremente sus titulares. 12 Entre ellos se encontraban los inmuebles hipotecados en el
término de Leganés y también la titularidad que históricamente disfrutaba sobre las
aguas del arroyo Butarque. De este modo, dichos bienes fueron a engrosar el
patrimonio de Ignacio Martín, convirtiéndose el prestamista en el mayor terrateniente
de Leganés. 13

Los apuros financieros del marqués de San Vicente no son privativos


únicamente de este título puesto que fueron también muy comunes en otras casas
nobiliarias de época isabelina. En la mayor parte de estos casos, la poderosa
burguesía se aprovechó de la difícil situación, -cuando no las quiebras-, por la que
atravesaban algunas de las familias más distinguidas del momento para transferir a
sus haciendas una parte de su patrimonio. La renta fue la fórmula empleada por los
ricos acaudalados para explotar el conjunto de estos inmuebles. Así lo hizo
propiamente Ignacio Martín Díez con las tierras, huertas y derecho del agua de

11 A.H.P.M., Lib. 26.347, f. 279.

12 Al poco tiempo, el aristócrata fue declarado en concurso voluntario de acreedores por auto
de 16/01/1858, privándole el juez de la administración de los pocos bienes que aún le
quedaban. Será entonces su hermano, Andrés Avelino de Silva (†1885), XIII Duque de Aliaga,
quien administrará sus rentas con la facultad de poder vender las fincas para pagar los débitos
(Gaceta de Madrid del 29/10/1859).

13 A.H.P.M., Lib. 25.930, f. 2.221.

6
Leganés, que fueron arrendadas a los labriegos del lugar por un periodo estimado en
seis años. 14

Será por estos mismos años cuando la soberana decide distinguir a Ignacio
Martín con el nombramiento de consejero de Agricultura (R.D. 31/10/1855, Gaceta de
Madrid del 3/11/1855). Isabel II justifica dicha nominación, con tratamiento de
ilustrísima, en atención no solamente al rico patrimonio que gozaba el prestamista
zamorano en las provincias de Madrid, Toledo, Palencia, Soria y Jaén sino también a
los especiales conocimientos agrarios que poseía. Llegados a este extremo no
podemos olvidar que los nombramientos de los consejeros de Agricultura los hacía la
reina a propuesta del ministro de Fomento, y, precisamente, en esta fecha el titular del
ministerio era Manuel Alonso Martínez.

Con la desaparición a comienzos de la década de 1860 del prestamista y de su


esposa, se hizo el correspondiente reparto de la rica herencia entre sus herederos. El
lugar elegido para ello fue una oficina notarial de la capital. A Demetria, la mujer de
Alonso Martínez, se le asignaron las siguientes propiedades y derechos en la provincia
de Madrid. 15:

-Una casa en Leganés con jardín, cochera, cuadras y demás dependencias


anexas, que estaba situada en la Plaza de la Constitución y cuyo valor ascendía a
200.000 reales.

-Otro inmueble en Leganés, sito en la calle del Cambrón, que lindaba al poniente
con el Camino de Vía Crucis. La casa estaba valorada por aquél entonces en 60.000
reales.

-123 tierras de secano de diferentes calidades, con una superficie de 458


fanegas y 5 celemines. Entre estas fincas se encontraba el prado denominado de las
Once Huertas (9 fanegas y 2 celemines), situado en la dehesa de Butarque. Este
prado lo arrendaba el anterior dueño al ayuntamiento de Leganés para que sirviese de
pasto a los ganados lanares de los vecinos. 16

14 A.H.P.M., Lib. 32.659, f. 235 y ss.

15 A.H.P.M., Lib. 29.054, f. 2.286 y ss.

16 A.H.P.M., Lib. 32.651, f. 847.

7
-38 tierras de regadío que formaban las huertas de Butarque, con una extensión
de 66 fanegas y 3 celemines.

-Una alameda de álamos negros, cuya madera era empleada en los talleres de
carretería para la construcción de carros. Lindaba con la dehesa de Propios de
Leganés y con las huertas de Butarque.

-18 censos enfitéuticos impuestos sobre fincas rústicas y urbanas de Leganés,


cuyos propietarios abonaban anualmente 242 reales y 24 maravedíes.

- 9 parcelas de tierra en Madrid con una superficie de 36 fanegas y 7 celemines.

- 140 fincas en Vallecas que medían 408 fanegas y 7 celemines.

- 23 tierras en Villaverde con una superficie de 118 fanegas y 3 celemines.

-20 fincas en Carabanchel Bajo con extensión de 62 fanegas y 4 celemines.

-4 parcelas de tierra en Carabanchel Alto que median 14 fanegas y 4 celemines.

-51 tierras en Coslada con una superficie de 52 fanegas.

A todas estas cuantiosas propiedades rústicas había que sumar también un


rebaño de 2.000 ovejas de cría que, junto a un número indeterminado de corderos y
borregos, pastaban en los términos municipales próximos a la Corte.

Con la titularidad de esta herencia en poder de su esposa, Alonso Martínez se


puso al frente de la administración de la misma con el claro objetivo de incrementarla
aún más y obtener, además, unas cuantiosas rentas anuales. De todas las tierras que
formaban el latifundio familiar, las de Leganés eran sin duda las más fértiles y
valoradas, especialmente si hablamos de aquellas que se situaban junto al cauce del
arroyo Butarque. Componían las fincas de este paraje algo más de cincuenta huertas,
cuyos terrenos abastecían tradicionalmente de diferentes clases de verduras y
hortalizas el populoso mercado de la capital.

Por las escrituras notariales de Leganés de los siglos XVII al XIX sabemos que
los comerciantes de hortalizas de Madrid contrataban con los hortelanos de la villa la
compra de una larga serie de verduras, hortalizas y plantas aromáticas, -zanahorias,
calabazas, cebollas, lechugas, espinacas, berzas, puerros, ajos, nabos, judías,
pepinos, perejil, hierbabuena y cilantro-, para venderlas en los puestos de la Plaza

8
Mayor madrileña. Desde mediados del siglo XIX, a resultas del aumento generalizado
de la población en nuestro país y de la fuerte emigración del campo a las ciudades se
incrementa notablemente la demanda de los productos hortícolas en los grandes
centros demográficos. A resultas de ello se revalorizarán y mucho los terrenos de
regadío próximos a la Corte, como eran, naturalmente, los de Leganés.

A lo largo del periodo isabelino, el mercado madrileño ofrecía enormes


posibilidades para los compradores y especuladores de tierras y de inmuebles
urbanos, pues las diferentes leyes desamortizadoras habían sacado a subasta miles
de hectáreas de las llamadas manos muertas y de los bienes de Propios de los
ayuntamientos; así, en la localidad de Leganés y en el pago de Butarque, la
Hermandad de los Racioneros de Toledo era titular de casi una decena de terrenos;
también en las riberas del mismo curso de agua la Iglesia era propietaria de otros
bienes; de manera que las personas interesadas en la compra de estas fincas de
regadío, como lo era Alonso Martínez, solamente debían estar muy atentos y esperar
el momento oportuno en que el gobierno dispusiese la subasta de todos estos bienes.

A las subastas de los inmuebles rústicos acudían no sólo las personas realmente
interesadas en adquirir los terrenos como eran, sin duda, los labradores y hortelanos
de la zona sino también los testaferros e, incluso, algún que otro especulador, que
esperaba vender con posterioridad las tierras con un cierto margen de beneficio. Con
ocasión de la subasta de las parcelas del arroyo Butarque observamos que fueron
adjudicadas a dos testaferros –uno de ellos cuñado de Alonso Martínez- y acaso
también a un posible especulador. En todos los casos las tierras fueron escrituradas a
nombre del verdadero comprador, que era Alonso Martínez, el cual permaneció oculto
durante el proceso de la subasta; de este modo tan sencillo y sin levantar ningún tipo
de sospechas, el ilustre político liberal pudo redondear el patrimonio de su esposa en
el paraje de Butarque.

La relación pormenorizada de fincas subastadas en Butarque durante el año de


1863 y compradas, en definitiva, por Alonso Martínez es la siguiente:

- Tres tierras con una superficie de 38, 14 y 13 áreas, adjudicadas en el remate a


Ignacio Martín Baraya, vecino de Madrid, por un precio de 64.100 reales
(16.602 pesetas). Fueron cedidas a Alonso Martínez.

9
- Dos tierras con una extensión de 25 y 12 áreas, rematadas a favor de Ignacio
Martín Baraya en un precio de 49.200 (12.300 pesetas). Fueron entregadas a
Alonso Martínez.

- Una tierra de 45 áreas adjudicada a Ignacio Martín Baraya en la cantidad de


32.000 reales (8.025 pesetas). Vendida a Alonso Martínez por la cantidad
que quedaba por pagar. 17

- Tres tierras con unas superficies de 22, 10 y 8 áreas adjudicadas a Calixto de


la Rosa y Elvira, vecino de Madrid, por un precio de 7.000 reales (1.750
pesetas). Las fincas se situaban en los términos de la Vereda de los Muertos
y en el Regajo. Fueron transferidas a Alonso Martínez.

- Una tierra de 45 áreas, rematada a favor de Pedro Martí Palomar, vecino de


Leganés, en 4.840 reales (1.210 pesetas). La huerta disponía de una caseta
de adobe, tenía un pozo con noria y había plantados en su superficie árboles
frutales y álamos negros. Fue entregada a Alonso Martínez. 18

Al año siguiente de adquirir por las leyes de desamortización de 1855 y 1856


estos diez terrenos, Alonso Martínez ve la oportunidad de completar el dominio sobre
el conjunto de las tierras de Butarque; así compra a dos hermanos una huerta por
46.700 reales; el terreno tenía una superficie de 8 fanegas y limitaba con el cauce del
arroyo. Esta huerta era conocida por el vecindario de Leganés con el nombre de los
Carralones; en su interior crecían algunos álamos negros y varios olivos y disponía de
una fuente, alberca con pozo y noria. 19

Años más tarde adquiere por 2.700 reales una huerta de una fanega en el
mismo paraje de Butarque. Lindaba con el camino que conducía a la Fuente de la
Mora y al sur con la dehesa de Propios de Leganés. Su superficie se regaba con el
agua del caz de los Nogales. 20 Aún en pleno periodo del Sexenio Revolucionario tras
el destronamiento de Isabel II, Alonso Martínez siguió incrementando el patrimonio
familiar con la compra a varios vecinos de una serie de tierras en los términos de

17 A.H.P.M. Lib. 33.432, fols. 401, 465 y 475.

18 A.H.P.M. Lib. 33.430, fols. 1.204 y 1.212.

19 A.H.P.M., Lib. 32.660, f. 146.

20 A.H.P.M., Lib. 32.661, f. 571.

10
Fuente de la Mora y Al Cruzado; uno de estos predios había pertenecido hasta el año
de 1858 al I Marqués del Duero. 21

Entre las más de cincuenta huertas de Butarque había una, la Huerta del Pilar,
que era la más extensa y valorada de todas ellas por la propiedad pues sus frutas y
hortalizas iban destinados al consumo anual de la casa de Alonso Martínez, cuyos
domicilios más conocidos estuvieron situados en las madrileñas calle de Alcalá
número 9 y Serrano número 10, esquina a la del Conde de Aranda.

El terreno de regadío lindaba al oriente con el camino de Overa y al poniente con


la nueva carretera de Madrid; su extensión alcanzaba las tres hectáreas y media y la
huerta contaba con un pabellón, casa para el hortelano y establos. El primero de ellos
era de uso exclusivo de la propiedad. Por las condiciones contractuales de 1867
sabemos que el arrendatario no estaba obligado a abonar ninguna renta a Alonso
Martínez por el terreno pero, a cambio, debía cuidar que los senderos de la huerta
estuviesen siempre bien limpios y enarenados, conservando su original trazado.
También se comprometía a arrancar las malas hierbas y maleza que creciesen en su
interior, a cuidar el vivero de árboles y a conservar todos los árboles frutales y de
sombra, regando, podando e injertándolos a su debido tiempo. Finalmente, el
hortelano aceptaba aumentar el terreno destinado al cultivo de espárragos y fresones
y a plantar algunas verduras en su superficie. 22

Con la titularidad cierta de casi ciento cincuenta tierras de secano en la localidad


y las más de cincuenta huertas del pago de Butarque, Alonso Martínez cumplía con el
principal objetivo que se habían marcado los terratenientes de la época. Éste no era
otro que disfrutar de unas sustanciosas rentas con el arriendo de las fincas, sobre todo
en unos momentos en que la demanda de tierras era ciertamente muy elevada; por
consiguiente, durante este tiempo los acaudalados rentistas no ofrecerán a los
cultivadores contratos de larga duración; de este modo podían incrementar el precio
del arrendamiento si las circunstancias del mercado así lo aconsejaban.

Tenemos noticia de que entre los años de 1867 y 1875 Alonso Martínez arrienda
un elevado número de fincas en los términos de Overa y Butarque; ahora bien, cuando

21 A.H.P.M., Lib. 33.441, f. 740.

22 A.H.P.M., Lib. 33.440, f. 607.

11
los innumerables quehaceres del político no le permitían acudir al despacho notarial
para firmar los correspondientes contratos de arriendo, era su apoderado, Mauricio
Castañares, quien lleva a cabo, al menos durante el año 1875, los arrendamientos de
las huertas de Butarque. 23

Una característica general que presentan los contratos de explotación de las


tierras de Leganés es que se llevan a cabo a comienzos del año agrícola, esto es, en
el mes de septiembre; oscilando la duración de los mismos de cuatro a diez años. En
algún caso concreto, cuando la finca se hallaba próxima al camino que conducía a la
villa de Madrid, el arrendatario estaba obligado a levantar allí un ventorro de planta
baja. El edificio debía contar con buenos cimientos y muros de ladrillo, suficientemente
sólidos para permitir elevar una segunda planta. Transcurridos diez años, esta venta
de hospedaje pasaría al titular de la tierra, que era quien había proporcionado los
materiales de construcción al cultivador.

No se entendería la firma de los contratos de arrendamiento de los terrenos del


arroyo Butarque si dejásemos al margen algo tal fundamental para las puntuales
cosechas de las huertas como era el riego de las mismas. Las aguas del arroyo eran
de dominio privado y fue su titular quien estableció el calendario anual de riego, que
abarcaba desde el 15 de marzo hasta el 11 de octubre; 24 durante estas fechas unos
guardas eran quienes controlaban que los hortelanos respetasen los turnos de riego
que correspondía a cada huerta. Otro de los cometidos rutinarios de estos guardas era
el de vigilar el cauce del arroyo para evitar que las lavanderas de la cercana población
de Villaverde realizasen balsas o pozas en algún tramo del lecho, impidiendo con ello
que las aguas del Butarque fluyesen libremente hacia las tierras situadas en un nivel
inferior.

Con ocasión de la elaboración de la Ley de Aguas, que entrará en vigor en el


verano de 1866 (Gaceta de Madrid del 7/08/1866), vemos participar en la preparación
de la misma a Alonso Martínez, pues fue nombrado vocal -en la práctica presidente-
de la Comisión ministerial encargada de redactar un proyecto de Ley general de
aprovechamiento de aguas públicas; por aquél entonces nuestro personaje ocupaba la
cartera ministerial de Fomento (1865-1866).

23 A.H.P.M. Lib.33.443, f. 613.

24 A.H.P.M. Lib.33.648, f. 89.

12
Sin entrar evidentemente en el largo proceso de preparación de esta Ley, se
puede constatar que a la hora de compatibilizar los distintos aprovechamientos del
agua hubo una fuerte resistencia por parte de los defensores de antiguos privilegios
que no querían ver anulados sus derechos. 25 Desde su puesto de la presidencia,
Alonso Martínez justificó la pervivencia del dominio privado de las aguas; su influyente
opinión la vemos recogida en el artículo 34 de la Ley de Aguas de 1866, donde se
señala que no se privará a sus poseedores del dominio que gozaban sobre las aguas,
como eran las del arroyo Butarque.

Después ser aprobada en las Cortes la Ley de Aguas de 1866, el jurista escribió
una obra sobre el derecho de propiedad (Estudios sobre el derecho de propiedad.
Memoria leída ante la Academia de Ciencias Morales y Política). El capítulo II de esta
publicación versa sobre el dominio de las aguas; en él, Alonso Martínez se pregunta si
las aguas pueden ser objeto de propiedad, señalándonos que a lo largo de la Historia
ha sido un tema muy debatido por los jurisconsultos; nos indica que muchos de ellos
dudan que pueda hablarse propiamente de un dominio privado sobre las aguas,
aunque él mismo nos aclara, como quedó demostrado en la Comisión de la redacción
de la Ley de Aguas, que no participa de esta opinión mayoritaria. Para justificar su
pensamiento en contra, afirma: “yo poseo, en virtud de títulos civiles muy antiguos y
ejecutorias solemnes de los tribunales, dos ríos, uno en la provincia de Jaén y otro en
la de Madrid…No se comprende que pueda negarse al dueño de una heredad la
propiedad de los manantiales que en ellos nacen, ni el aprovechamiento exclusivo del
agua, al menos mientras discurra dentro de sus propias fincas”. 26

Finalmente, para concluir estas líneas, es conveniente subrayar la faceta


jurídica de Alonso Martínez en defensa de los intereses del municipio de Leganés. Con
anterioridad a 1879, la villa había solicitado a la Dirección de Propiedades y Derechos
del Estado poder vender la casa-matadero de la localidad; ante la respuesta negativa
de este organismo, el Ayuntamiento elevó la petición al Ministerio de Hacienda, que
también lo denegó. Fue entonces cuando el municipio recurrió al prestigioso bufete de

25 Sebastián Martín Retortillo: “La elaboración de la Ley de Aguas de 1866”, Revista de


Administración Pública nº 32 (1960), pp. 11-54.

26 Carlos Rogel y Carlos Vattier (coords.): Manuel Alonso Martínez: vida y obra, Burgos, 1991,
p. 1.108.

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Alonso Martínez para que interpusiese una demanda por vía contencioso
administrativa ante el Consejo de Estado. 27 Desconocemos el resultado de la misma.

Hasta aquí llega, pues, lo que podemos manifestar sobre la relación existente
entre este importante político y la gran propiedad agrícola madrileña de la segunda
mitad del siglo XIX. La enorme fortuna territorial se repartió a la muerte de Demetria
Martín Baraya (†1902), I Marquesa de Alonso Martínez, entre sus ocho descendientes,
precisamente a los cuarenta años de que la hubiese heredado de sus padres. De
modo que bien podemos pensar que esta división patrimonial entre tantos herederos
quizás sea la responsable del desconocimiento que, hasta el momento presente, se ha
tenido sobre el latifundio que administró Manuel Alonso Martínez en la villa de
Leganés y en otros terrenos de Madrid y de localidades próximas.

27 A.H.P.M., Lib. 33.448, f. 113.

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